octubre 18, 2025

Octubre de Misterios: El Niño de Somosierra

 


El caso del Niño de Somosierra sigue siendo, casi cuatro décadas después, uno de los misterios más impactantes de la crónica negra de España. El niño Juan Pedro Martínez, que viajaba con sus padres, desapareció sin dejar rastro, como si se lo hubiera tragado la tierra. Ni una huella, ni una prenda, ni una pista. Nada. Este caso fue uno de los más sonados de este país tanto por la tristeza que provoca la desaparición de un niño como por los detalles oscuros que había detrás de su familia.

Sucedió en el año 1986. Juan Pedro Martínez Gómez, que por entonces tenía cerca de diez años, acababa de finalizar el curso escolar. Era un niño conocido por tener buen carácter y ser muy aplicado en sus estudios. Aquel año se había dedicado con afán a la escuela y por ello sus notas habían sido muy buenas, por lo que su padre decidió que merecía un premio. Andrés Martínez Navarro, de treinta y seis años, camionero de profesión, le había prometido a Juan Pedro que le llevaría con él de vacaciones en su próximo viaje, junto con su esposa Carmen Gómez Legaz, de treinta y cuatro años, si sacaba buenas notas en fin de curso. Como esto se había cumplido, empezaron con los preparativos para hacer un viaje en familia.

El destino era Bilbao, en el norte de España. Andrés tenía que llevar un camión cisterna cargado con más de 20.000 litros de ácido sulfúrico, pero el hecho de que fuese planeado como un viaje tranquilo quizá no le hizo ver los riesgos que corrían. La familia partió el 24 de junio. El trayecto desde Murcia era largo, pero se lo tomaron con calma, haciendo frecuentes paradas por el camino para comer, dormir en la cabina del camión o disfrutar de los paisajes de España. Se sabe, por testimonios de varias personas que les vieron, que hicieron al menos tres descansos por el camino. Uno de los lugares donde estuvieron fue en Las Pedroñeras, municipio situado al suroeste de la provincia de Cuenca, en un área de servicio. El último lugar donde se les vio fue en el restaurante de carretera Mesón Aragón, más conocido como El Maño, ubicado a la entrada de Cabanillas de la Sierra, iniciando la subida hacia Madrid.

Pero sería en la bajada donde ocurriría la tragedia. En torno a las 6:30 de la mañana del día 25 de junio, los servicios de emergencia reciben la noticia de que un camión se ha salido de la vía, ha volcado y ha derramado todo el contenido de la cisterna, que es altamente tóxico y corrosivo. En poco tiempo, los servicios de emergencia llegan al kilómetro 95 de la N-I, en la bajada del puerto de Somosierra. Tras detener el flujo del ácido sulfúrico con cal viva, consiguen acceder por fin a la cabina del camión. Allí encuentran los cuerpos de Andrés y de Carmen. Ambos habían muerto en el acto y presentaban politraumatismos severos. La cabina estaba destrozada por el accidente y parte del ácido sulfúrico había caído sobre los cuerpos, causando fuertes erosiones y quemaduras. La Guardia Civil llama a la familia del camionero para dar parte de la triste noticia. Es la abuela de Juan Pedro la que coge la llamada y hace la pregunta que lo cambiará todo: ‘¿Y el zagal?’



La Guardia Civil no tiene respuesta para esa pregunta. En el accidente sólo se han encontrado dos cuerpos, pero ni rastro de un tercero. La insistencia de la anciana en que su nieto acompañaba a sus padres en el viaje hace saltar las alarmas. Se vuelve a buscar en la cabina, se sigue el rastro del ácido sulfúrico, se busca por los alrededores, se hacen batidas… pero Juan Pedro no aparece. La Guardia Civil, entonces, formula una hipótesis: el ácido que entró en la cabina desintegró por completo el cuerpo del niño, mucho más pequeño y frágil que el de dos adultos. Sin embargo, a esta hipótesis le sigue un problema. Y es que los científicos forenses dan su informe y, aunque todos coinciden en que el ácido sulfúrico es altamente corrosivo y capaz de disolver los tejidos blandos, resulta que se necesitan varias semanas para que el proceso de disolución sea total. Se había probado que la carne y los músculos sí se disolvían rápido, pero no ocurría lo mismo con huesos y dientes, pues resistían el efecto del ácido sulfúrico durante más tiempo. En el tiempo en que se había tardado en buscar a Juan Pedro era imposible que se hubiese desintegrado.

La Guardia Civil dio comienzo a una investigación. Lo primero que hicieron fue corroborar que el niño, efectivamente, viajaba en el camión con sus padres. Como tanto los familiares y varios testigos los habían visto a los tres juntos, esto quedó confirmado sin la menor duda. Además, en el interior del camión se encontró una zapatilla y varias prendas de niño. Quedaba ahora averiguar si el vehículo había tenido algún percance. No se encontró ninguna avería ni problema de frenos; de hecho, hacía poco que había pasado una inspección y puesta a punto, precisamente de cara a este viaje. El tacógrafo, un dispositivo que recoge todos los sucesos originados en un vehículo de transporte terrestre, fue analizado para estudiar los últimos movimientos del camión cisterna, con la esperanza de encontrar ahí alguna explicación para el accidente.



Sin embargo, lo que descubren es muy extraño. En la subida hacia el puerto de Somosierra, el camión de Andrés había efectuado doce paradas breves, de entre diez y quince segundos. Todas las paradas se hicieron sin salir de la carretera. Dada la hora a la que sucedió el accidente, sobre las 6:30 de la mañana, se descartó que hubiese sido por un exceso de tráfico, pues a esas horas había muy pocos vehículos en la carretera. Algunos testigos que se cruzaron con el camión lo vieron detenido y una furgoneta blanca haciéndole ráfagas con los faros; esa misma furgoneta blanca también fue vista delante del camión frenando adrede para que el camión redujese la velocidad. Incluso algunos testigos afirmaron que habían bajado varios individuos de la furgoneta, vestidos con batas blancas, y se habían llevado con ellos al niño. Pero, por mucho que se investiga, esa furgoneta no aparece nunca.

Al llegar a lo alto del puerto y comenzar la bajada, el tacógrafo indica que el camión de Andrés alcanza una velocidad de 140 kilómetros por hora, una auténtica temeridad dada la carga que transportaba y lo tortuoso de la carretera. A esa velocidad rebasa a dos camiones, pero un tercero se le aparece de frente y trata de eludirlo. El accidente, pues, fue inevitable. En una de las curvas, Andrés perdió el control del camión, volcó y acabó en el terraplén de la cuneta.

¿Por qué sucedió esto? Andrés era un camionero profesional, con muchos años de experiencia a sus espaldas, por lo que parece increíble que no supiera el enorme riesgo que estaba corriendo o la imprudencia de sus actos, más teniendo en cuenta que viajaba con su propia familia. Pero una investigación más exhaustiva saca a la luz un hecho bastante oscuro. Según se decía en la familia, Carmen había comentado en cierta ocasión que su marido estaba recibiendo presiones para que transportara droga en su camión. Se hablaba de que había algunas bandas, entre ellas la banda terrorista ETA, que se financiaban con el dinero del tráfico de estupefacientes. Es posible que Andrés estuviese vinculado de alguna manera con algunos miembros de una de estas mafias y, quizá porque tenía deudas que pagar, aceptase algún que otro encargo por el que recibía bastante dinero.

María Teresa Martín, la jueza del Juzgado de Colmenar Viejo de aquel entonces, mandó que el camión fuese llevado a un desguace y revisado de cabo a rabo para averiguar si había algo que pudiese vincularlo con el tráfico de drogas y, al mismo tiempo, para ver si había algún indicio de lo que pudo haberle sucedido a Juan Pedro. Se empieza a desguazar el camión y se encuentran restos de una carga de heroína ocultos en una de las cisternas, pero no se pudo saber si la había puesto Andrés allí o si alguien la había colocado sin que él tuviera conocimiento de ello. De Juan Pedro seguía sin saberse nada.



Empezaron entonces las especulaciones, muchas de las cuales siguen hasta el día de hoy. Se cree que, durante su parada en el mesón El Maño, una o varias personas introdujeron esta carga de droga sin que la familia lo supiera; al retomar el viaje, estas personas siguieron al camión hasta que consiguieron hacerlo parar, secuestraron a Juan Pedro como seguro y obligaron al padre a que siguiese viajando hasta Bilbao con la carga de heroína. El problema es que las paradas son demasiado cortas como para que dé tiempo a detener un camión tan grande, amenazar a los padres, llevarse al niño y volver a iniciar la marcha. La última parada, de unos treinta segundos, quizá pudiese adecuarse a esta hipótesis. El resto ya lo sabemos: al comenzar la bajada, Andrés acelera el camión para no perder de vista la furgoneta en la que se llevaban a su hijo y, debido al nerviosismo y la alta velocidad a la que va, pierde el control del camión y se produce el fatal accidente.

Una teoría similar, planteada a partir del testimonio de pastores y testigos del accidente, fue que un matrimonio de acento extranjero, compuesto por un señor alto de mediana edad y una señora mayor que afirmaba ser enfermera, llegaron en una furgoneta Nissan Vanette blanca, se bajaron y registraron el camión, sacaron un bulto del mismo y lo cargaron en su vehículo, alejándose rápidamente del lugar. Este bulto sería el propio Juan Pedro Martínez. Pero aunque la Policía investigó miles de furgonetas que coincidían con la descripción, no hubo resultados concluyentes. La última “pista” que se podría tener de Juan Pedro es a través del reporte del dueño de una autoescuela en Madrid, quien afirmó en 1987 haber visto a una anciana ciega de origen iraní acompañada de un niño idéntico a Juan Pedro entrar en su autoescuela y pedir información acerca de la embajada de Estados Unidos.

Otra teoría es que alguien, simplemente, se lo llevó. Alguien que, por casualidad o con intención, estaba siguiendo al camión, fue testigo del accidente y se llevó a Juan Pedro, herido pero vivo, con la intención de dejarle en algún hospital. Sin embargo, el nombre de Juan Pedro Martínez no quedó registrado en ningún hospital, ni ese día ni en los sucesivos. La hipótesis que se baraja es que murió durante el trayecto a causa de sus heridas, y sus rescatadores, sin saber muy bien qué hacer, se deshicieron del cuerpo o lo enterraron en una tumba sin nombre, guardando silencio al respecto para no ser acusados de secuestro.

Desde entonces, nada se ha sabido del paradero de Juan Pedro Martínez. La Interpol describe el caso como uno de los más extraños de Europa. Juan García Legaz, pariente de la familia, es un firme defensor de la teoría del secuestro. Durante años llevó a cabo sus propias investigaciones, recorriendo cada kilómetro de la ruta seguida por el camión, hablando otra vez con cada testigo, consiguiendo incluso su propia copia del tacógrafo para poder comprobar una y mil veces cada incidencia. Llama la atención lo mucho que el camión tardó en hacer el trayecto, pues emplearon una hora y 23 minutos para cubrir menos de 50 kilómetros, tardanza que sólo se explica si había otro vehículo delante del camión frenando continuamente para forzar las detenciones. Esa noche había un control policial al pie de Somosierra y aquí es donde la hipótesis de que estaban siendo vigilados y escoltados por delincuentes relacionados con el narcotráfico cobra más fuerza: quizá los miembros de la banda le pidieron a Andrés que transportara un alijo de droga hasta cierto destino y se llevaron a Juan Pedro como fianza hasta que el trabajo estuviese hecho.

A pesar de que la causa se archivó en 1992, los investigadores nunca tiraron la toalla respecto a este caso. Con el consentimiento de los familiares, se puso en marcha el Programa Fénix, diseñado para la identificación genética de personas desaparecidas. En ese programa, la Guardia Civil volcaba perfiles genéticos de familiares desaparecidos de forma periódica en el repaso de casos pendientes de resolver; a día de hoy, esto se sigue haciendo con regularidad. Fue así como, en 2015, el sistema saltó al detectar coincidencias genéticas del ADN de la abuela de Juan Pedro con unos restos humanos hallados en Guadalajara. Sin embargo, la proporción de marcadores coincidentes era demasiado baja y la pista quedó descartada. Aunque se hicieron diligencias para tomar el ADN de los padres y se contaba con el permiso de los familiares, el Juzgado de Instrucción nº1 de Colmenar Viejo negó varias veces la petición y no dio más explicaciones.

Y el misterio continúa a día de hoy. Demasiadas preguntas sin respuesta: ¿Qué pasó con Juan Pedro? ¿Fue secuestrado y enviado a Alemania, como creyeron algunos? ¿Los secuestradores se lo arrebataron a la familia como garantía de su colaboración o el padre los llevó consigo a propósito, pensando ingenuamente que así no le harían nada? Si es verdad que se trataba de un asunto de drogas, ¿por qué los supuestos delincuentes no se llevaron la heroína después del accidente? ¿Quiénes eran aquellos individuos vestidos con batas blancas que pululaban por el lugar después del accidente? ¿Qué fue lo que se llevaron?

Tres testigos del accidente fallecerían tiempo después, uno de ellos por un choque frontal y los otros dos atropellados por un vehículo de las características de la Vanette, aunque estas investigaciones se cerraron con la conclusión de que fueron mera curiosidad. La autovía A-1 sustituyó a ese peligroso trazado de la N-I, que actualmente termina en un camino de tierra sin continuidad y ha quedado relegado al acceso a fincas de propiedad privada.

De Juan Pedro, por desgracia, no se supo nada más.





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