domingo, 25 de octubre de 2020

Las ocho peores madres literarias

 

Existen pocas cosas en este mundo tan fuertes como el vínculo que une a una madre con sus hijos. Cuando nacemos, el rostro de nuestra madre es el primero que aprendemos a reconocer y a amar. Su calor nos da cobijo, sus abrazos nos tranquilizaban en las noches de miedo y oscuridad, y sus palabras siempre estaban cargadas de razón y sabios consejos. Para un hijo, no hay ser más hermoso y perfecto en el universo que su propia madre.

Con los años y la madurez, nos damos cuenta de que nuestra visión acerca de la figura materna está muy idealizada, y esto no tiene por qué ser malo. Las madres, como todo ser humano, también cometen errores a lo largo de sus vidas. Yerran, se equivocan, no nacen aprendidas y saben siempre cómo deben actuar con sus hijos. Nadie pone en duda el amor intrínseco que sienten por sus hijos, pero también es verdad que a lo largo de su vida deben aprender a ser madres, labor que no es nada fácil.

En la literatura hemos podido encontrar figuras maternas de todo tipo. Cómo olvidar a la valiente Hester Prynne, la mujer adúltera de La Letra Escarlata que no quiso ocultar que su hija era de otro hombre que no era su marido, ni escatimó esfuerzos para ver crecer a su pequeña y hacerla feliz. También se recuerda con mucho cariño a la maravillosa señora March, la madre de Mujercitas, involucrada en trabajos de caridad y encargada de dar ejemplo a sus cuatro hijas acerca de la rectitud moral, la buena educación y el amor al prójimo. ¿Pero qué ocurre con las malas madres? Ha habido madres realmente pésimas en la literatura, y hoy haremos un repaso por algunas de las peores. Seguro que me dejo alguna en el tintero, pero muchos coincidiréis conmigo en que estas que os traigo nadie en su sano juicio las querría como madre.

Antes de empezar, os advierto que habrá numerosos SPOILERS de novelas que quizá aún no hayáis leído, así que sed cuidadosos a la hora de leer. Después no quiero disgustos.



Lila Wingo, la madre férrea




Cuando uno piensa en El Príncipe de las Mareas, es más probable que recuerde las memorables escenas de la película de 1991 antes que en la novela de Pat Conray, pero sería injusto quitarle importancia a esta novela tan compleja y atrevida en la época en que se publicó, pues se atrevía a hablar de un tema que tendía a mantenerse oculto por entonces: los abusos a menores. Pero aquí nos centraremos en Lila Wingo, la figura materna a la que se aferraban los tres hijos que tuvo, y de la que todos se desengañaron con el paso de los años.

Lila es la típica ama de casa sureña de vida humilde. Casada con un camaronero maltratador y violento, Lila se rebela ante sus golpes y se niega a ser una mujer sumisa, pues se da cuenta de que vale mucho más que él. Razones no le faltan: Lila Wingo es hermosa e inteligente y lo sabe, como también sabe que con la actitud y la ropa adecuadas podría entrar dentro de los círculos sociales más prestigiosos de Colleton. Ansía con todo su corazón formar parte de esa clase social elevada, mezclarse con las mujeres más ricas y elegantes del lugar, e incluso sueña con casarse con un hombre rico, muy lejos del patán bruto y rastrero con el que está casada. La ambición de Lila es grande, y grandes también son sus esfuerzos por mejorar y presentarse ante la sociedad como alguien de quien no puedan prescindir. Sabe que esas damas de alta alcurnia no la aceptan entre ellas, pero Lila no se rinde y pone todo su empeño en ser digna de pertenecer a la élite.

Sin embargo, Lila comete el terrible error de destruir la salud mental de sus hijos en su camino hacia el éxito social. Una noche de tormenta en la que su marido y su hijo mayor no se encontraban en casa, tres presos fugados de la cárcel entraron y violaron a Lila, a su hija Savannah y a su hijo Tom. Luke, el hijo mayor, llegó a tiempo para ver lo que estaba ocurriendo y mató a dos de los violadores con su escopeta, en tanto Lila mataba al tercero clavándole un cuchillo por la espalda. A continuación, la mujer ordenó a sus hijos que sacaran los cadáveres de la casa y que limpiaran toda la sangre, repitiéndoles una y otra vez que aquello no había ocurrido. Amenazó a sus hijos con retirarles su amor si a alguno se le ocurría mencionar lo sucedido, incluso a su padre. Allí no había pasado nada, y los tres tenían que ser tan fuertes como ella y seguir hacia delante. No se dio cuenta del enorme impacto que aquello tendría en sus hijos, sobre todo en Savannah, que a los tres días intentó suicidarse y que volvería a hacerlo en sucesivas ocasiones en el futuro.

Es posible que, en el fondo, Lila nunca dejara de culparse por haber obligado a sus hijos a callar las violaciones, pero su actitud soberbia y el hecho de que ni siquiera se dignase a ver a la psiquiatra de su hija porque eso supondría hablar de lo ocurrido, la dejan en un lugar deplorable como madre.


Doña Bárbara, la madre desnaturalizada




Doña Bárbara ha sido y será la representación de la barbarie de los llanos venezolanos, su corrupción y despotismo a principios del siglo XX. Creada por Rómulo Gallegos para la novela que lleva su mismo nombre, es la viva imagen de la Venezuela caudillista y opresora. Es cruel, arbitraria, violenta, supersticiosa, astuta y caprichosa, comportamiento que viene tanto de su ascendencia mestiza como del trauma que sufrió en su adolescencia y que la marcaría de por vida. Siendo tan solo una muchacha, se enamoró de un hombre llamado Asdrúbal que fue asesinado por el hombre que la crió; luego, su tripulación acabaría con él y violaría a Bárbara. A partir de aquel momento, Bárbara desterró la piedad de su corazón y se dejó llevar por el odio y el rencor hacia los hombres, de quienes se iba a aprovechar cuanto pudiera utilizando todas sus malas artes. Esto fue lo que hizo con Lorenzo Barquero, al que sedujo y luego convirtió en una piltrafa humana, y le dio, además, una hija llamada Marisela.

Para doña Bárbara, la maternidad es una forma de dominación del hombre sobre la mujer, y por ello se niega a cuidar de su hija, ya que no quiere reconocerla como suya. No es que la odie, sino que es incapaz de amarla. En Marisela veía juntos todos los abusos que sufrió en su juventud, sus sueños rotos y su felicidad truncada, y por ello no le importó echarla de la hacienda junto con su padre y permitir que se criara como una salvaje. La llegada de Santos Luzardo al Llano dará un vuelco a la vida de Bárbara, y entre ellos se entabla una especie de tira y afloja que encierra una gran carga sexual. A pesar de que Bárbara se enamora sinceramente de Santos, su rencor es tan fuerte que no cesa en sus malas prácticas ni resurgen sus sentimientos maternales, pues se obstina en no devolverle a Marisela la herencia que le corresponde.

Cuando Bárbara se entera de que Marisela también ama a Santos, trata por todos los medios de separarlos. Al no conseguirlo, toma la decisión radical de matar a su propia hija de un tiro. Aquí sigue predominando su visión de Marisela como una rival a la que abatir y arrastrar por el fango para tomar posesión del macho que considera solo suyo. Sin embargo, cuando se da cuenta de que ambos se aman de verdad, Bárbara baja el arma y admite su derrota. Es ahora cuando salen a la luz sus buenos sentimientos y comprende que debe cumplir con su deber como madre: devolverle la hacienda a Marisela y permitirle ser feliz con el hombre que ha elegido.


Cersei Lannister, la madre inepta




Poco se puede decir a estas alturas de la archiconocida Cersei Lannister, pues todos sabéis de sobra cómo es la reina de Poniente. Nacida de la pluma de George R. R. Martin en su novela río Canción de Hielo y Fuego, el personaje de Cersei Lannister daría para escribir un libro entero sobre ella. Al principio solo la vemos como una mujer déspota y egoísta que protege a sus hijos, sobre todo a su hijo mayor, con la fiereza de una leona. Será en el cuarto libro donde la conoceremos de verdad y comprobaremos que bajo esa fachada de mujer hermosa y radiante se esconde una persona narcisista y ambiciosa que no sabe ser reina y mucho menos madre.

Cersei es el ejemplo de lo que sucede cuando se antepone el poder a todo lo demás. Criada por su padre Tywin Lannister, de él aprendió que era preferible gobernar mediante el miedo antes que mediante el amor. Las fuertes restricciones que la cultura patriarcal de Poniente impone a las mujeres la han convertido en una persona amargada y resentida con el mundo, llegando a contagiarse ella misma de ese sexismo. Cersei odia a las mujeres, a las que considera criaturas débiles y despreciables que necesitan a un hombre que las salve, creyéndose ella misma ser una excepción. Utiliza los roles de género para ganar poder a través de la intriga política y comete todo tipo de tropelías para conseguir lo que quiere, como acostarse con su propio hermano mellizo y conspirar para matar a su esposo. El orgullo y la vanagloria pueden con ella, pues cree que alguien de su cuna y belleza puede hacer lo que le dé la gana sin tener que dar explicaciones a nadie.

Sin embargo, pese a que Cersei tiene un alto concepto de sí misma, a lo largo de la novela veremos sus muchas carencias como gobernante y, sobre todo, como madre. Los tres hijos de Cersei, todos concebidos con su propio hermano Jaime, son su mayor orgullo y objeto de verdadero amor. Como una leona que protege a sus cachorros, no repara en medios para mantenerlos a salvo y protegidos de todas las intrigas que cree que la rodean. No obstante, su ceguera ante los actos despiadados de Joffrey, al que llega a temer y al que no puede controlar, la convierten en una de las peores madres de esta lista. Es incapaz de comprender las necesidades de sus hijos, desde la imposición de respeto y disciplina a escuchar sus propios sueños y deseos. Joffrey la ignora completamente y el dulce Tommen se siente agobiado por el autoritarismo de Cersei, quien le exige que se comporte como un rey y, a la vez, se lo impide; de Myrcella poco se sabe, pues, como mujer, ocupa un lugar secundario en los planes de Cersei para obtener el poder. Solo la muerte de Joffrey muestra la cara más maternal de Cersei, pero no dura mucho, pues la cruel reina no descansará hasta ver cumplido su sueño de convertirse en la soberana absoluta de Poniente.


Emma Bovary, la madre egoísta




Realmente no deberíamos hablar de Emma Bovary como ejemplo de madre pues, al igual que muchas dentro de esta lista, ni supo ni quiso saber ser madre. La protagonista de Madame Bovary, obra magna de Gustave Flaubert, siempre estuvo más interesada en su hastío personal y en sus amoríos que en las necesidades de su hija.

Emma Roualt, hija de un granjero, se convierte en Madame Bovary tras su matrimonio con el doctor Charles Bovary, quien se enamora de ella durante una visita a su casa. Ávida lectora de las novelas románticas, Emma tiene unas ideas sobre el amor y el matrimonio que no llegarán a corresponderse con su relación con Charles. Vive en una perpetua fantasía en donde el amor lo mueve y lo puede todo, sumado a una vida de lujos y comodidades que, al no poseer, le provoca una gran frustración que la hace caer enferma. Es en este estado cuando descubre que está embarazada. En Yonville dará a luz a su única hija, Berthe, aunque nunca llegará a ejercer como madre de la criatura.

Emma está tan centrada en sí misma que se olvida de todo lo demás. Su aburrimiento, provocado por la ausencia de objetivos personales y de interés en cosas concretas en su vida, así como el deslumbramiento por el lujo y el poder económico, la llevarán a coquetear con dos hombres a los que, para que no la abandonen, cubre con regalos carísimos que la hacen endeudarse hasta extremos peligrosos. Cuando uno de sus amantes la deja plantada y el otro se niega a pagar sus deudas, Emma Bovary se ve tan desesperada que solo encuentra salida en el arsénico, que acabará llevándola a la tumba. Su marido morirá poco después, deprimido y embargado por culpa de las deudas de su esposa, dejando sola a la pequeña Berthe, que acaba siendo llevada a vivir con una tía suya y trabajando en una fábrica de hilado de algodón.


Señora Castaway, la no madre




Pocas mujeres en la literatura alcanzan la ruindad y perversidad de la señora Castaway, personaje que pudimos encontrar en la hermosa novela Pétalo carmesí, flor blanca, del escritor neerlandés Michel Faber. La novela nos traslada al Londres de 1874, concretamente a los suburbios de dicha ciudad, un lugar donde la pobreza, el hambre, la violencia y la prostitución se dan cita a diario. De los cientos de burdeles que hay desperdigados por la zona, uno de los más famosos es el de la señora Castaway, entre cuyas pupilas se encuentra Sugar, su propia hija. Es, precisamente, a través de Sugar, como llegamos a conocer mejor la personalidad fría, calculadora y cruel de la que es a la vez su madre y su madame.

Decir que la señora Castaway es una mala madre sería como dar a entender que todavía guarda un atisbo de sentimiento maternal hacia su hija Sugar, pero ni siquiera llega a eso. Es una mujer de carácter gélido y cínico que solo ve a las mujeres como mercancía que se puede alquilar por un buen precio, y a los hombres como borregos a los que puede sacarles los cuartos. Nadie escapa de su visión mercantil y obscena de la vida, detalle que recuerda en cierto modo al Marqués de Sade. En ningún momento muestra la señora Castaway el menor aprecio por Sugar, a la que prostituyó a la temprana edad de trece años, pues no quiere que sea ni mejor ni más feliz que ella. Sus reparos a que William Rackham acapare por completo a su mejor pupila en el burdel desaparecen en cuanto él habla de todo el dinero que dejará en compensación por quedarse con ella. Se intuye el resentimiento y la envidia que la señora Castaway siente hacia Sugar cuando esta por fin se ve libre de su yugo y se embarca hacia lo que ella cree que será una vida mejor. Ni siquiera entonces, en el momento de la despedida, habrá gestos de cariño o palabras amables entre madre e hija. Fiel a su personalidad, la señora Castaway continúa con sus negocios y se olvida por completo de Sugar. Como veis, el ejemplo más claro de lo que es no ser una madre en absoluto.


Bernarda Alba, la madre tirana




Cuando pensamos en la España profunda de principios del siglo XX, es difícil no rememorar la figura dominante y terrible de Bernarda Alba. Creada por Federico García Lorca en 1936 como protagonista del drama teatral La Casa de Bernarda Alba, a través de ella y sus hijas vemos hasta qué punto puede destruir una familia el poder tiránico, la sociedad tradicional y el miedo al qué dirán.

Tras haber enviudado por segunda vez a los 60 años, Bernarda Alba decide vivir los siguientes ocho años sumida en un luto riguroso al que también arrastra a sus cinco hijas, a su madre con demencia y a las dos criadas de la casa. El drama empieza cuando Angustias, hija del primer marido de Bernarda, recibe por fin la herencia de su padre y se convierte en la más rica de las hermanas, ganándose además el interés del galán del pueblo. La envidia y el odio entre las hermanas crece a medida que avanza la obra, pero todas deben agachar la cabeza ante la presencia severísima de Bernarda.

En su casa, Bernarda es la ley y la justicia, que se imparten según su criterio. Ella no hace distinciones entre sus hijas, pues las manda callar y obedecer a todas por igual. Tampoco le tiembla la mano al abofetearlas si, por ejemplo, se atreven a maquillarse o si una le esconde a otra el retrato de su novio. Bernarda tampoco muestra el menor atisbo de compasión por su madre María Josefa, una anciana con demencia senil a la que mantiene encerrada en una habitación para que los vecinos no la vean. 

Bernarda es el símbolo perfecto de la tiranía, la opresión y el silencio. Sus hijas le tienen absoluto pavor, pues se ven débiles e incapaces de enfrentarse a la autoridad de la terrible matriarca. Saben que no tendrán nunca libre albedrío mientras Bernarda siga al frente de la familia, controlándolas y oprimiéndolas. Nada sucede en su casa de lo que ella no tenga conocimiento, y le preocupa enormemente el chismorreo de los vecinos, por lo que con frecuencia envía a su criada Poncia a averiguar qué se dice de ellas en el pueblo. Cuando se descubre que la menor de sus hijas sostiene amores con el prometido de su hermana mayor, la tragedia se desencadena y todo termina, una vez más, con la ley del silencio impuesta por Bernarda Alba.


Margaret White, la madre fanática




Si hay algo que nos indica que un escritor va a ser bueno es cuando en su primera novela ya es capaz de ofrecer un personaje tan fuerte y bien elaborado como el que nos ocupa. Stephen King lo consiguió con Carrie, su opera prima, quien supo describir hasta el más pequeño detalle cómo de tóxica y enfermiza puede ser una relación entre madre e hija. Margaret White, madre de la desdichada Carrie, tiene una presencia tan grande dentro de la novela que casi llega a eclipsar a su propia hija, mostrándose como la antagonista más peligrosa y fanática que jamás podríamos encontrar.

Margaret dio muestras de un comportamiento extraño ya desde su juventud. Su puritanismo y obsesión por la religión la llevó a participar en la Iglesia fundamentalista, donde conoció a Ralph White, tan fanático como ella, y que tiempo después se convertiría en su marido. La relación entre Margaret y Ralph solo puede describirse como enfermiza, pues estaba basada única y exclusivamente en su servicio a Dios. La pureza era su prioridad, y una de las cosas de las que Margaret solía presumir era que ambos no mantenían relaciones sexuales, pues preferían dejar que Dios decidiera si debían tener descendencia. Sin embargo, en una ocasión tuvo que ser ingresada en el hospital por haber sufrido un aborto. En 1963, Margaret dio a luz a su hija Carrie estando sola en casa. Ralph había muerto siete meses antes y ella no supo o no quiso reconocer los síntomas del embarazo, pensando que Dios la había castigado con cáncer en sus "partes femeninas". Al dar a luz, intentó matar a su hija recién nacida pero no pudo.

La relación entre Margaret y su hija Carrie es enfermiza, insana y muy peligrosa. El trastorno mental de Margaret, que la llevaba a pensar que todo lo que la rodeaba era pecaminoso, derivó en un fanatismo religioso que cayó sobre Carrie como una losa, convirtiéndola en la víctima perfecta de los delirios de su madre. Aislada por completo del mundo exterior, Carrie fue testigo de los ataques de histeria que Margaret experimentaba cada vez que la veía hacer algo que ella consideraba pecaminoso. Durante esos ataques tendía a autolesionarse arañándose la cara o arrancándose el pelo para obligar a Carrie a obedecerla. Una vez a solas, golpeaba a su hija, la encerraba durante horas en un armario y la obligaba a rezar para pedir perdón a Dios por sus pecados. Se ha llegado a pensar que estos castigos que Margaret infligía a Carrie eran también una especie de castigo hacia sí misma. Al descubrir que Carrie tenía poderes telequinéticos, trató de matarla hasta en tres ocasiones más, siendo la última la que tendría éxito, pero no sin antes morir a manos de su propia hija, que le provocó un paro cardíaco.


Corrine Dollanganger, la madre asesina




La saga Dollanganger, escrita por la autora V.C. Andrews, no se caracteriza precisamente por mostrarnos la vida de esta familia como algo ejemplar, y de ello es muestra perfecta la figura de Corrine Dollanganger, a la que conoceremos en Flores en el Ático. Esta ama de casa y madre de cuatro hijos dista mucho de ser la típica esposa y madre amorosa de los años 50. La muerte de su marido y un mar de deudas la obligan a ella y a sus hijos a buscar refugio en Foxworth Hall, hogar de sus padres, pero para ello debe aceptar una condición: Si Malcolm, el cabeza de familia, se entera de que Corrine tiene hijos, ésta perderá todo derecho a la herencia. Toda esta historia forma parte de un gran secreto de la familia Foxworth, y es que su difunto marido era también su medio tío, por lo que sus hijos son consanguíneos. Esta historia dio lugar a un gran escándalo dentro de su familia, lo que le granjeó el desprecio de sus padres. Su única posibilidad de conseguir la fortuna de su padre moribundo es que sus cuatro hijos permanezcan ocultos en el ático de la casa, mientras ella intenta recuperar el amor de su progenitor.

Pero los años van pasando y los niños ven cada vez menos a su madre, que no se digna a visitarlos más que en unas pocas ocasiones para ofrecerles regalos y promesas vanas que no piensa cumplir. Egoísta hasta el extremo, Corrine pierde por completo el interés en sus hijos y ni siquiera le conmueve el hecho de que Olivia, la abuela de los niños, les azote y golpee a diario. Todo lo contrario, pues mientras sus hijos pasan hambre y dolor, ella se casa con el abogado de su padre y se va de luna de miel, desentendiéndose por completo de sus hijos. El mayor interés de Corrine es pasárselo bien en las fiestas y eventos de la alta sociedad, junto con la jugosísima herencia que recibirá de su padre en cuanto muera. Sus hijos son, por tanto, algo que prefiere olvidar que tiene.

Sin embargo, la guinda del pastel viene cuando uno de los niños se pone muy enfermo y se hace necesaria la presencia de un médico. Lejos de hacer eso, Corrine se lleva a su hijo y no tarda en regresar con la noticia de que ha muerto de neumonía. Esto ocurre al mismo tiempo que los niños empiezan a recibir cestas con rosquillas espolvoreadas con un extraño polvo semejante al azúcar pero que resulta ser arsénico. Al enterarse de que el testamento de su padre especificaba que si Corrine tenía hijos de cualquiera de sus matrimonios perdería la herencia, decidió acabar con el problema envenenándoles las rosquillas, algo que hizo en complicidad con la abuela de los niños, que odiaba a sus nietos con todo su corazón.


Y hasta aquí por hoy, lectores. Nos vemos pronto!


domingo, 20 de septiembre de 2020

Guapis y guarris

 

Se la tituló Guapis, pero si la hubieran llamado Guarris, habría dado igual.

Hace unas semanas fuimos testigos de una enorme polémica que atañía al mundo del cine. Y no, no me estoy refiriendo a la brusca cancelación de HBO de la magnífica Lo que el viento se llevó por considerarla racista (que ya hay que ser imbécil para ponerle un disclaimer, y mucho más imbécil para considerar que era necesario ponerlo), sino a la controvertida Cuties, que semanas antes de su estreno en la plataforma Netflix ya había alborotado a medio mundo y se convirtió en objeto de una campaña para criticarla, demonizarla y cancelarla. Repito, semanas antes de su estreno y sin haber visto más que el tráiler.

Aunque soy de las que gozan con una buena polémica de vez en cuando, reconozco que el caso de Cuties me llamó la atención desde la prudencia. Al principio pensé, más por palabras de otros antes que por informarme como es debido, que se trataba de una película protagonizada por niñas que querían ser bailarinas y que el mensaje de la cinta sería una especie de crítica hacia los talent shows o concursos de talentos en los que participan muchos aspirantes a artistas famosos. Más tarde, después de haber leído un poco más, comprendí que el argumento giraba en torno a unas niñas que descubrían en el baile, y más concretamente en el twerking, un modo de explorar su feminidad y abrirse al mundo de los adultos.

La polémica estaba servida. Después de que Netflix publicara el cartel promocional de la película y la sinopsis de la misma, no tardaron en salir hordas de usuarios enfurecidos por el contenido de la cinta. Que si incitaba a la pederastia, que poner a niñas haciendo una película así era machista y carne de pedófilos, que era una película para enfermos, que había que cancelarla... Lo digo por tercera vez: semanas antes de su estreno. Es decir, que muchas personas se armaron un criterio y una opinión sin haber visto nada más que el tráiler promocional y la sinopsis de la plataforma.

Claro que en este caso, la gran culpa ha sido de Netflix por haber escrito una sinopsis tan pésima (aunque ya la han cambiado en su plataforma, en otros lugares como Filmaffinity podéis leer la sinopsis original). La directora franco-senegalesa Maïmouna Doucouré afirmó ante una rueda de prensa que el mensaje de su película era, precisamente, denunciar la precoz sexualización de las niñas preadolescentes y el peligro que encierran las redes sociales, sobre todo para una niña que ha crecido en el seno de una familia tradicional musulmana. Visto así, no parece un mal mensaje para transmitir en una película, y si además tenemos en cuenta que la cinta fue galardonada en el festival de Sundance de 2020, razón de más para darle una oportunidad. Además, el cine francés no se caracteriza por ser un cine de mala calidad, sino todo lo contrario. Durante años ha generado polémicas por tratar temas de los que se hablaba mucho pero que nadie se atrevía a exponer en pantalla, y siempre lo ha hecho de una manera clara, limpia y que te llega al alma.

Esto es lo que pensé que pasaría con Mignonnes, título original de la película, que en España recibió el título de Guapis. Siempre he pensado que, para dar una crítica correcta y justificada de una película, primero tienes que verla, y eso es lo que he hecho. ¿Y qué me ha parecido? Pues creo que la palabra adecuada para definir Guapis es "injustificable". Y es que no hay manera de justificar muchas escenas de primeros planos de las chicas bailando con la cámara enfocando sus partes pudendas, así como otros fallos narrativos que convierten una película de crítica social en algo que parece incluso justificar lo que pretende criticar. Hace todo lo contrario de lo que supongo que fue la intención de la directora, pero todo eso os lo voy a contar en esta crítica. Como me gusta siempre recordaros, voy a ahondar en aspectos muy concretos de la película, así que HABRÁ SPOILERS de principio a fin. Si queréis seguir leyendo, adelante.


El cartel de la polémica

El cartel de la polémica

Amy es una niña senegalesa de 11 años que acaba de llegar a Francia y cuya situación familiar no es la más feliz en estos momentos. Su padre se ha quedado en Senegal porque piensa tomar una segunda esposa, relegando a un segundo plano a la madre de Amy, que no solo tiene que tragarse sus lágrimas y su humillación, sino que además ha tenido que arreglar la habitación de los futuros recién casados, pues piensan mudarse a vivir allí con el resto de la familia. Este primer acercamiento a la vida de Amy fue el que me pareció más acertado, pues de verdad puedes empatizar tanto con la niña como con su madre, y se entiende que Amy, viendo a su madre devastada por los dictados que ordena la fe musulmana, quiera alejarse de ese mundo y esté buscando una manera de liberarse, por así decirlo.

La "liberación" llega justo después de una sesión de oración con las mujeres. Amy escucha una música proveniente de la lavandería del edificio y allí descubre a una niña de su edad haciendo la colada y planchándose el pelo mientras baila a ritmo de reggaetón. Este breve descubrimiento deja fascinada a Amy, y más todavía cuando al día siguiente, en el colegio, ve a la misma niña junto con un grupo de chicas que se nos muestran como las guays de la escuela. El grupo de amigas es para echarle de comer aparte. No solo van vestidas como quinceañeras que van a una fiesta, con minifaldas, zapatos de tacón y maquilladas como puertas (en serio, ¿ni sus padres ni sus profesores les han dicho nada por ir así vestidas?), sino que además actúan como las típicas chicas wannabe con complejo de princesa de barrio: bruscas, maleducadas, violentas y con ínfulas de ser las reinas del cotarro.

El primer contacto de Amy con estas niñas es tenso y áspero. Las niñas se reúnen junto a las vías del tren para ensayar unos pasos de baile y cuando descubren que Amy las está espiando, la echan de allí a pedradas. Al día siguiente, se meten con ella en la puerta del colegio, le arrebatan la mochila y se burlan de ella. Pero, inexplicablemente, Amy quiere pertenecer a este grupo de chicas tan guays, y para eso no se le ocurre otra cosa más que robar el teléfono móvil de su primo o su tío (no me ha quedado claro el parentesco, pero es de su familia) para poder ver vídeos de chicas bailando y hacerse una cuenta en Instagram. Que digo yo: ¿el hombre no se ha dado cuenta de que le falta el móvil? ¿No ha llamado desde otro número para encontrarlo? ¿Y cómo es posible que la niña haya conseguido desbloquearlo y pueda luego cargarlo, si en su casa no hay más móviles?

Después de unos cuantos tiras y aflojas, Amy consigue introducirse en el grupo de las niñas, que le permiten acompañarlas a sus ensayos de baile. Las cuatro amigas están preparando una coreografía para un concurso de grupos de baile, y sus mayores competidoras son un grupo de chicas un poco más mayores que ellas (a las que rápidamente tildan de "zorras"). Aunque las niñas no quieren que Amy forme parte del grupo, ella practica los pasos de baile en secreto. Su gran oportunidad llega cuando queda con las chicas en casa de una de ellas para hacer sexting con un chico mayor (sí, como lo leéis) y Yasmine enciende la cámara y enfoca a Angélica; el chico, al darse cuenta de que es una niña, le recrimina su actitud y Angélica se marcha indignada. Al día siguiente, se pelea con Yasmine y ésta queda oficialmente expulsada del grupo. Amy entonces aprovecha la ocasión para mostrarle a Angélica que se sabe los pasos del baile, pero le hace unos añadidos extra: movimientos de twerking que ha visto en otros vídeos musicales. Y, por supuesto, su amiga Angélica queda fascinada.



Lo siguiente que veremos es la típica escena de entrenamiento, tan común en películas acerca de la superación personal dentro del deporte o de academias militares. Sin embargo, aquí vamos a presenciar los primeros momentos incómodos de la película, pues la cámara se empeña en enfocar los bustos y traseros de las niñas contoneándose de manera sensual y provocativa. Amy se encarga de enseñar a sus compañeras de grupo (me niego a considerarlas sus amigas) cómo se menea el culo y se mete el dedo en la boca para parecer mayores y sexys. Y las chicas encantadas, por supuesto. Si no les importa marcar culo y enseñar escote ante chicos de 14 años y mentir sobre su edad, esto no es nada en comparación.

A estas alturas de la película, uno se da cuenta de que pasa algo muy extraño con Guapis. Sinceramente, no he conocido nunca una niña que haga el tipo de cosas que hacen Amy y sus compañeras con la edad que se supone que tienen. Supongo que una parte del mensaje incluía el hablar de los cambios hormonales, puesto que Amy empieza a menstruar, pero creo que la película lo hace de manera torpe y mal. Pretende convencernos de que las niñas están muy expuestas a contenido sexual que malinterpretan o no saben asimilar, pero este mensaje no llega al espectador. La mayor parte del tiempo vamos a ver a unas niñas bailando de manera provocativa, hipersexualizadas a más no poder, y esto termina transformándose en todo lo contrario de lo que se quería criticar. Los constantes planos y barridos de todo el cuerpo de las niñas contoneándose es de una vergüenza ajena que hará que más de uno se sienta incómodo, y lo peor no es eso, sino que podría haberse aprovechado para lanzar un mensaje muy efectista. Estas numerosas escenas de baile podrían haber servido de crítica si no se hubieran realizado con una música tan alegre de fondo, algo que de manera inconsciente transmite al espectador que lo que está viendo es bueno, que esta es la verdadera liberación de Amy

Pero seguimos, que hay para rato. Después de unos cuantos ensayos, las niñas deciden grabar un vídeo para Instagram que, por descontado, tiene una cifra de likes astronómica. Esto le encanta a Amy, cuyo ego experimenta un ascenso desmedido y en la escena siguiente vemos cómo digievoluciona a choni poligonera, poniéndose unos pantalones ajustados y un top bien cortito que la convierten en la más popular. Una vez más, nos damos cuenta de que tanto los padres como los profesores están en la luna de Valencia pues, aparte de que no aparecen en toda la película, dejan que estas niñas vayan vestidas como les da la gana. ¿Y de dónde sacan el dinero para vestir tan guays? Pues de las demás no lo sabemos (de hecho, de las otras niñas no sabemos absolutamente nada), pero Amy consigue el dinero robándoselo a su madre y lo gasta en comprarse bragas y sujetadores para ella y sus amigas (y algún que otro regalito para sobornar a su hermano pequeño).

La conversión de Amy en choni también se observa en su actitud, que se hace cada vez más violenta. Es especialmente memorable el momento en el que le clava un bolígrafo en la mano a un compañero de clase cuando éste le mete mano o cuando se enzarza en una pelea con una chica del grupo de baile rival. Tampoco dice mucho de ella el hecho de que se tire todo el tiempo insinuándose con sus meneos de culo. Es bastante horroroso el momento en el que hace twerking delante de dos guardias de seguridad de un local de laser tag en el que ellas se han colado. Sin embargo, debo decir que en todo momento la actitud de los hombres en esta película es mejor que la de las niñas, pues rechazan sus insinuaciones y las ponen siempre en su lugar.

Un tema del que no se habla, pero que sí podría haberse tocado, es el de las denuncias falsas. Cuando las niñas son pilladas por uno de los guardias en el laser tag, agarra a una del brazo para llevársela y las demás se ponen a gritarle que es un pedófilo y que le van a acusar de abuso sexual. Esto se confirma cuando viene su compañero, oye la historia y lo primero que va a hacer es llamar a la Policía, cosa que al final no es necesaria porque Amy mueve el culo delante de ellos y pasamos a otra cosa. En otro momento, el tío/primo de Amy descubre que fue ella quien le robó el móvil y le exige que se lo devuelva, y a Amy se le ocurre insinuársele para que le permita tenerlo. Ante el rechazo furioso de su pariente, Amy se encierra en el baño y se baja los pantalones y las braguitas, momento en el que todos pensamos que él va a abrir la puerta y ella lo va a acusar de intentar violarla. ¡Pero no! ¡Amy se ha bajado las bragas para sacarse una foto de sus partes íntimas y subirla a Instagram! ¡Porque sí! ¡Porque eso es algo que haría una niña sometida a la presión de las redes sociales!


Niñas

La típica ropa que te pones para ir al cole


Sinceramente, a mí me parece que el personaje de Amy es el de una niña que no está bien de la cabeza. Ante los comentarios negativos que ha recibido su foto en Instagram, unido al hecho de que Amy no consigue llegar a tiempo a la audición para acceder al concurso, las otras niñas deciden echarla del grupo y reintegrar a la que habían expulsado. Amy se siente destrozada. El sueño de su vida se desmorona ante sus ojos y no puede hacer nada. ¿O tal vez sí? Se espera al día del concurso, se esconde para esperar a la chica que la ha sustituido y le pega un soberano empujón que la tira al río. ¿Que la chica no sabe nadar y corre riesgo de ahogarse? A Amy se la suda; ella pasa de todo y se va tan campante al concurso, ante el estupor de sus compañeras.

Por fin, el momento que todos estábamos esperando. El gran día de las niñas, el concurso de baile. Sin embargo, este momento no genera ni la más mínima emoción en el espectador. Ante los movimientos sensuales de las niñas, el público reacciona negativamente y son abucheadas, pero ellas continúan bailando. Sin embargo, en cierto momento a Amy le viene la iluminación y se va corriendo del escenario, dejando colgadas a sus compañeras, y vuelve a casa junto con su madre. No sabemos qué pasa por su mente, qué le ha ocurrido para experimentar ese momento remember, pero da igual. Ella se marcha y regresa justo a tiempo para la boda de su padre. La película termina con Amy vistiendo como una niña de su edad que se une a otras para saltar a la comba.

Y esto ha sido Guapis, amigos. Tras analizar toda la polémica que ha arrastrado solo por su tráiler, uno podría pensar que se sacaron muchas escenas de contexto y que la verdadera película está ahí, con su mensaje listo para ser transmitido, pero no es así. No se trata de una cinta con ciertos toques de sexualidad que se han exagerado, sino que toda la película es así. Está llena de situaciones innecesarias, como que las niñas estén viendo pornografía, intenten hacer sexting con un extraño, que a una de ellas se la vea inflando un condón, y mucho más. Esto, vuelvo a decirlo, manda el mensaje contrario al que se quiere transmitir. En vez de hacernos ver que los niños pierden su inocencia cada vez más rápido, se siente como una sobreexposición de estas niñas a una sexualidad que no les corresponde. ¿Recordáis lo que decía la primera sinopsis que hizo Netflix de la película? Pues era verdad. Es exactamente eso que decía. Y no hubiera sido tan grave si Amy y las demás fuesen adolescentes o incluso chicas de 19 ó 20 años, pero tienen once, y esto le da mucha incoherencia e inconsistencia a la trama.

¿Queréis saber una cosa? Yo sí he entendido el mensaje crítico de Guapis. He entendido lo que la directora quería contarnos y sé que es un mensaje que no está equivocado en absoluto. Todos los días somos testigos del temprano acceso de los niños a Internet y las redes sociales, y conocemos el impacto tan fuerte que tiene sobre ellos. Un like puede definir a un niño y otorgarle estatus dentro de su grupo de amigos, y son muchos los que caen en la tentación de exponer sus cuerpecitos para que otras personas les digan lo maravillosos y especiales que son. Sexualización y educación sexual no son sinónimos, y es responsabilidad de todos darles a los niños una buena educación sexual para que aprendan y se hagan responsables de sus actos en el futuro. A los 11 años, un niño debe poder seguir siendo inocente y gozar de una buena infancia. Y los bailes, que hubieran podido haberse representado de manera graciosa al estilo de Little Miss Sunshine, aquí se hacen muy bien coreografiados para que resulten bonitos a la vista. El mensaje te lo gritan a la cara, cuando no era necesario llegar hasta ese extremo. No quiero decir que las niñas haciendo twerking no existen, sino que se podría haber hecho de otra manera menos incómoda y banal.

Solo me queda pedir vuestra opinión. ¿Habéis visto la película? ¿Os ha parecido tan polémica como se decía o pensáis que no es para tanto? ¿Qué sensación os ha transmitido? Dejádmelo en los comentarios, pero mi opinión ya la sabéis. Ojalá vosotros hayáis visto en esta película algo positivo. Por mi parte, pasará a formar parte de mi montón de decepciones particular, cosa que con Netflix me está pasando cada vez más a menudo.

¡Nos vemos!

domingo, 19 de julio de 2020

Flores, mitos y leyendas


¡Hola a todos!

Vaya, parece que ha vuelto a pasar un tiempo considerable desde que publiqué por última vez en el blog, ¿no? Supongo que a una a veces le falta la inspiración para pensar un tema y ponerse a escribir sobre él. También tiene mucho que ver el hecho de que llevo ya la friolera de ocho años escribiendo en este blog y es lógico que los temas (y a veces las ganas) se vayan agotando. Pero seguiré adelante con mis escritos mientras tenga un poco de tiempo y herramientas para escribir, no os preocupéis.

Mientras tanto, voy a poneros en antecedentes para ubicar el tema que os traigo para hoy. Antes de que el coronavirus llegara a nuestras vidas, condenándonos a un confinamiento que parece no conocer fin, empecé a asistir a un curso dedicado al arte floral, con la esperanza de que sacar el título me ayude a tener más posibilidades de cara a encontrar trabajo y, de paso, me ayude a canalizar mi creatividad.

En menudo lío me había metido. De todas mis compañeras (y somos unas cuantas), yo era la única que tenía cero experiencia con las flores y las plantas. Mi único acercamiento al mundo botánico era el ficus que hay en mi piso, y me temo que se morirá si no empiezo a cuidarlo un poco. Pero ahí estaba yo, dispuesta a dar lo mejor de mí y a aprender mucho. Debido al confinamiento, tuvimos que suspender las clases después de solo dos días, pero estas dos últimas semanas hemos podido retomar las clases con relativa normalidad.

No me detendré a contar todo lo que estoy aprendiendo en el curso (que es mucho), pero sí voy a confesar que no esperaba que el mundo de las flores fuese tan vasto y variado. Es un mundo en el que se dan cita maestros floristas consumados, aficionados a las flores, personas con un ojo prodigioso para los arreglos florales, artistas de gran sensibilidad y mentes absolutamente entregadas al ingenio y las manualidades. Hay sitio para todos en este lugar lleno de color, alegría y belleza en el que se pueden crear obras únicas y muy especiales, pero también encontrar curiosidades que nutran nuestra mente.

Este viene a ser el motivo de la entrada de hoy, en la que vamos a mezclar el mundo de las flores con la mitología griega clásica. Y es que hay muchos personajes cuyas aventuras con los dioses y otras entidades les llevaron a terminar convertidos en árboles o flores. Hoy vamos a repasar unos cuantos que he encontrado, con sus propias historias. Algunos son muy conocidos; otros, no tanto. Pero espero que os gusten tanto como a mí me está empezando a gustar el mundo floral.

¡Vamos allá!



Dafne, el laurel




Apolo, dios de la música y de las artes, fue castigado por el joven Eros después de que se burlase de él tras verle jugando con un arco y unas flechas. Para darle un escarmiento, Eros disparó dos flechas, una de oro y otra de plomo. La de oro incitaba al amor, mientras que la de plomo insuflaba el mayor de los rechazos. Apolo, víctima de la flecha de oro, se enamoró perdidamente de la ninfa Dafne, tocada por la flecha de plomo, y comenzó a perseguirla y hostigarla para que fuese su esposa. Dafne corrió cuanto pudo para escapar del dios, pero viendo que estaba a punto de alcanzarla, rogó ayuda a los dioses y a su padre Peneo, que oyeron sus plegarias. De repente, su piel se convirtió en corteza, sus pies quedaron enraizados en la tierra y de sus brazos y cabellos brotaron ramas cubiertas de hojas. Acababa de convertirse en un laurel.

Apolo, desolado por el rechazo de la joven y su transformación, decretó que sus ramas coronarían las cabezas de los héroes. Asimismo, le confirió sus poderes de juventud eterna e inmortalidad para que el laurel permaneciera siempre verde.



Leucótoe, el incienso




En la mitología griega, Leucótoe era una princesa mortal que fue seducida por Helios, quien, transformado en su madre Eurínome, logró acceder a los aposentos de la joven y hacerla suya. Clitia, la ninfa que había sido amante de Helios, sintió celos al verse desplazada y acudió al rey Órcamo, padre de Leucótoe, para contarle que su hija era la amante de un dios. Furioso, Órcamo ordenó que Leucótoe fuera enterrada viva. Helios intentó devolverle la vida, pero ya era demasiado tarde, por lo que la transformó en la planta del incienso.



Clitia, el heliotropo




La ninfa Clitia estaba perdidamente enamorada del dios Helios. Lo espiaba a diario desde que salía de su palacio por la mañana hasta que llegaba al oeste por la tarde. Pero cuando se enteró de que Helios la había reemplazado por la princesa Leucótoe, Clitia se sintió tan humillada y celosa que tomó la decisión de delatar a su rival ante su padre. El rey Órcamo, furioso, hizo que su hija fuese enterrada viva. Cuando Helios se enteró de lo sucedido, castigó a Clitia despreciándola e ignorándola. Desolada, Clitia se tumbó en un prado mirando al cielo para ver pasar a su dios amado, y durante nueve días se mantuvo así sin alimentarse más que con sus lágrimas, hasta que los dioses, compadecidos, la transformaron en un heliotropo, cuya peculiaridad es que sus flores se vuelven siempre hacia el sol.

Algunos opinan que la planta en la que fue transformada Clitia es el girasol, por tener la misma particularidad de voltear su corola hacia el sol. Pero la descripción de una flor en tonos violáceos y un cierto aroma a vainilla nos lleva a pensar en el heliotropo, aunque el girasol destaque más por su vistosidad.



Mirra




La historia de Mirra es una de las más desgraciadas de la mitología griega. Enamorada sin remedio de su padre, Cíniras, la joven intenta suicidarse pero es detenida por su aya, quien le promete ayudarla a tener relaciones íntimas con su padre. Durante unas festividades dedicadas a Ceres, en las que la reina participa y no puede tener trato con su marido, la criada le habla a Cíniras de una joven a la que podría tomar como concubina mientras su esposa no está. Él acepta y la criada lleva a Mirra a sus aposentos en plena oscuridad, donde se consuma el incesto. Pero una noche, Cíniras siente curiosidad por saber cómo es su amante y acerca una lámpara. Al darse cuenta de que es su propia hija, desenvaina su espada y la persigue con la intención de matarla, pero Mirra logra huir. Durante nueve meses, Mirra vagó por las tierras de Arabia mientras su vientre preñado iba creciendo. Finalmente, con miedo a la muerte pero cansada de la vida, pidió a los dioses que le dieran una existencia en la que su perniciosa presencia no perturbara ni a los vivos ni a los muertos, y los dioses la transformaron en el árbol que lleva su nombre.



Lotis y Dríope, la flor de loto




Según nos cuenta Ovidio, Lotis era una náyade que fue el desafortunado objeto de deseo del lujurioso dios Príapo. Durante un banquete organizado por Sileno, Lotis cayó dormida y Príapo decidió aprovechar la oportunidad para intentar violarla. Se le acercó con sigilo, y justo cuando iba a cometer el delito, uno de los burros de Sileno rebuznó alertando a todos los invitados y a la propia Lotis, que rechazó a Príapo transformándose en una flor de loto.

En cuanto a Dríope, era una princesa que se hizo amiga de las Hamadríades, con las que gustaba de cantar y bailar. Apolo vio un día a Dríope jugando con las ninfas y se transformó en una tortuga para acercarse a ellas. Las jóvenes empezaron a jugar con la tortuga, y cuando llegó a Dríope, Apolo se transformó en una serpiente y se unió a ella, quedando embarazada de un hijo al que llamó Anfiso. Poco tiempo después, Dríope se dirigió a un lago de aguas cristalinas para ofrecer un sacrificio en honor a las ninfas. Sin embargo, cegada por unas flores de loto, trató de arrancarlas para llevárselas a su hijo. Pero este árbol de loto era la ninfa Lotis quien, furiosa, transformó a Dríope en una flor semejante.



Narciso




Cuenta la leyenda que Narciso era un joven tan bello y atractivo que no había hombre ni mujer que pudiera resistirse a sus encantos. Entre sus muchos pretendientes estaba la ninfa Eco, castigada por Hera a repetir las últimas palabras de aquello que se le dijera. Al intentar confesarle su amor a Narciso, éste la rechazó de malas maneras y Eco se ocultó en una cueva para llorar hasta que se consumió y solo quedó su voz. Para castigar a Narciso por su engreimiento, la diosa Némesis hizo que el joven viese su imagen en el reflejo de las aguas de un estanque. Ya el propio adivino Tiresias profetizó en su día que la vida de Narciso sería larga mientras no se conociese a sí mismo, y esto fue precisamente lo que ocurrió. Obnubilado por la belleza de su reflejo, Narciso trató en vano de seducirse a sí mismo. Intentó abrazar y besar al hermoso joven de mil maneras, sin darse cuenta de que era él, ya que nunca había visto su reflejo ni siquiera en un espejo. Desesperado por no poder tener el objeto de su deseo, se suicidó clavándose una espada y en el lugar donde su sangre fue derramada nació la flor, tan hermosa como él, que llevaría su nombre.



Jacinto




Jacinto era un apuestísimo príncipe espartano que despertó la pasión amorosa de multitud de hombres y dioses. Entre sus pretendientes estaban el aeda Tamiris, que fue castigado por Apolo por jactarse de que su canto era superior al de las Musas. Apolo actuó así por celos, ya que él también amaba a Jacinto. Sin embargo, un día que estaba enseñando al muchacho a lanzar el disco, el dios del viento Céfiro (en algunas versiones es Bóreas), cegado por los celos, desvió la trayectoria del disco y lo lanzó contra el príncipe, acertándole en la cabeza y provocándole la muerte en el acto. Apolo corrió junto a su amado y, al no poder hacer nada para resucitarle, lloró sobre su cuerpo y sus lágrimas fueron a parar a la flor que brotó de la sangre del desdichado Jacinto, formando una huella que se interpretó como las letras AI, símbolo del lamento de Apolo.



Atis, la violeta




La historia de Atis comienza con Agdistis, una deidad anatolia de la que se decía que era hermafrodita. Los dioses, temerosos de Agdistis, le mutilaron su órgano masculino y lo arrojaron lejos, y en el sitio donde cayó, brotó un almendro. Cuando sus frutos maduraron, Nana, que era hija del dios-río Sangarios, cogió uno de sus frutos y se lo puso en el vientre, el fruto desapareció y ella quedó encinta. A su debido tiempo nació un niño, Atis, quien con los años se convirtió en un joven muy apuesto. Su belleza captó la atención de Agdistis, pero los padres adoptivos de Atis tenían otros planes para él, pues querían que se casara con una princesa. En el momento en el que se entonaba el cántico nupcial, Agdistis apareció en su poder trascendente y Atis enloqueció y se cortó los genitales bajo un pino, muriendo en el acto. Como en otras historias, su sangre derramada provocó el nacimiento de una flor, siendo en este caso la violeta, asociada desde antiguo con los ritos funerarios.

En otras versiones, es la diosa Cibeles la que está enamorada de Atis y hace que éste se vuelva loco en cuanto se da cuenta de que Atis prefiere a la hija del rey de Pesino. Arrepentida al ver cómo Atis se da muerte, entierra sus miembros y de ellos nacen las violetas.



Crocus y Smilax, el azafrán y la enredadera




El joven y bello Crocus dedicaba gran parte de su tiempo a recorrer los bosques para buscar a la ninfa Smilax, de quien estaba enamorado y a la que no le era indiferente. Durante días y días, los jóvenes amantes pasaron momentos inolvidables entre risas y juegos amorosos, pero al cabo del tiempo, Smilax empezó a aburrirse de Crocus. Sin embargo, el joven seguía amando a Smilax y no tenía intención de irse sin antes tratar de convencerla para que estuvieran juntos. Impulsado por el delirio de amor, Crocus acabó convirtiéndose en una flor de radiantes colores, la preciosa flor del azafrán. En cuanto a Smilax, se dice que sufrió un destino similar, pues los dioses la transformaron en una enredadera.



Las Helíades, el álamo




En la mitología griega, las Helíades eran las siete hijas de Helios, el dios del Sol, y de la oceánide Clímene. Su historia va ligada a la de su hermano Faetón, quien, para alardear de que su padre era el propio Helios, le hizo jurar que le dejaría llevar su carruaje (el sol) durante un día. Pero pronto se demostró que era incapaz de controlar a los caballos, y tuvo una caída mortal. Sus hermanas, al saber de su muerte, le lloraron durante cuatro meses y los dioses las convirtieron en álamos o alisos.



Filemón y Baucis, el roble y el tilo




Se cuenta que en cierta ocasión, los dioses Zeus y Hermes viajaban juntos transformados en mendigos y llegaron a la ciudad de Frigia en medio de una fuerte tormenta. Pidieron asilo en varias casas, pero al ver su penoso aspecto, todos los habitantes de la ciudad les negaron la hospitalidad. Solo Filemón y Baucis, un matrimonio ya anciano, les permitieron entrar en su humilde cabaña y los agasajaron con lo poco que tenían, pues eran muy pobres. Para agradecer su generosidad, Zeus les advirtió que esa misma noche debían abandonar la cabaña, pues él se iba a encargar de destruir la ciudad y a todos aquellos que le habían negado ayuda, y no quería que a Filemón y Baucis les pasara nada. Les dijo que debían seguirle hasta lo alto de una montaña sin mirar atrás en ningún momento; ya en la cima, se volvieron hacia Frigia y la vieron destruida por una inundación que había mandado Zeus. De toda la ciudad solo sobrevivió la humilde cabaña de los ancianos, que posteriormente se convertiría en un templo. Además, Zeus les dijo a Filemón y Baucis que podían pedirle cualquier deseo y él lo cumpliría. El matrimonio pidió ser guardianes de su templo, vivir juntos el mayor tiempo posible y no ver nunca la muerte del otro. Zeus así se lo concedió, y cuando llegó la hora en que ambos debían morir, los transformó en dos árboles, un roble y un tilo, que se inclinaron el uno hacia el otro mientras ambos pronunciaban sus últimas palabras.



Orchis, la orquídea




Es poco conocida la historia de Orchis, nombre que dio origen a una de las flores más bellas de la naturaleza. Hijo de una ninfa y un sátiro, Orchis acudió a un banquete organizado en honor al dios Dionisos, bebió demasiado y, en este estado de embriaguez, cometió el delito de violar a una sacerdotisa. Este acto deleznable le valió el terrible castigo de los dioses, quienes lo condenaron a morir devorado por las fieras. Rotos de dolor, los padres de Orchis suplicaron a los dioses que le devolvieran a su hijo; estos accedieron a condición de que en esta nueva vida, Orchis proporcionara placer a los seres humanos. Fue así como lo transformaron en una orquídea, cuyas antiguas leyendas dicen que al comer dicha flor se despertaban en el interior los poderes eróticos y la energía sexual de Orchis.



Cisso, la hiedra




La historia de Cisso nos es bastante desconocida, pues su mito no es de los más populares, pero vale la pena traerlo a colación. Las leyendas nos dicen que el dios Dionisos, entre sus bailarines, tenía un favorito que se llamaba Cisso. Pero ocurrió que, en medio de una danza, Cisso giró sobre sí mismo, tropezó y se partió el cuello, muriendo en el acto. Su muerte accidental le causó tanto pesar al dios del vino que lo transformó en una hiedra e hizo que esta planta se abrazara a la vid, de tal modo que ambos pudieran estar siempre juntos.

Este mito quizá explique la antigua costumbre de entretejer coronas de hiedra. El culto al vino requería de una representación duradera que la planta de la vid no les ofrecía. Las viñas pierden sus hojas en otoño y no vuelven a brotar hasta la temporada siguiente (siempre que la poda esté bien hecha). Además, las hojas y pámpanos que quitasen para hacer guirnaldas eran posibilidades de racimos que esquilmaban, de modo que recurrieron a las hojas de hiedra, cuya lozanía se mantiene a lo largo de todo el año y además imita la forma de las hojas de vid.



Cipariso, el ciprés




En las tierras de Cea, cuentan que habitaba un magnífico ciervo que Apolo había consagrado a las ninfas de Cartea. Este hermoso animal tenía cuernos de oro y estaba adornado con todo tipo de joyas y piedras preciosas. El ciervo, libre de todo temor, visitaba las casas de los habitantes del lugar y les permitía que lo acariciaran. De todos los habitantes de Cea, el joven Cipariso era quien más amor sentía por este ciervo. Juntos pasaban largas horas y Cipariso se entretenía poniéndole flores en los cuernos o montándolo como si fuera un caballo. Sin embargo, un día de calor asfixiante, el ciervo buscó sombra bajo unos árboles. Cipariso, que estaba de cacería, lo hirió con una jabalina sin darse cuenta de que era su gran amigo. Al ver que el ciervo se moría, Cipariso deseó la muerte para él mismo también. Aunque Apolo trató de convencerle para que no pidiera tal cosa, Cipariso no atendió a razones. Entonces, vertida ya su sangre, empezó a verdear y sus cabellos se erizaron rígidos hacia el cielo. Apolo entonces decretó que, así como él lo lloraría, Cipariso lloraría a otros y asistiría a sus duelos. De ahí que el ciprés sea considerado como el árbol de los muertos.



Adonis, el adonis y la anémona


Adonis era hijo de Cíniras y de su hija Mirra, quien acabó convertida en un árbol mientras estaba embarazada de su propio padre. De hecho, Adonis nació estando ya su madre metamorfoseada, cuando un jabalí frotó sus colmillos contra la corteza e hizo una abertura por la que salió el bebé. Era tan hermoso este niño que Afrodita quedó hechizada por su belleza, así que lo encerró en un cofre y se lo entregó a Perséfone para que lo guardara. Pero cuando la reina de los muertos descubrió el tesoro que guardaba, quedó también prendada de su belleza y rehusó devolverlo. Zeus tuvo que poner paz entre las dos diosas, y decretó que Adonis debía pasar cuatro meses con Afrodita, cuatro con Perséfone y los otros cuatro con quien él escogiera. Como Adonis prefería estar con Afrodita, estos cuatro meses también los pasaba con ella.

Pero los días felices de los amantes se acabaron cuando Adonis fue muerto por el ataque de un jabalí, que bien podría haber sido el celoso Ares transformado, o bien el animal habría sido enviado por Artemisa para vengarse de Afrodita por la muerte del mítico Hipólito. En todo caso, Adonis murió desangrado sin que se pudiera hacer nada para salvarlo. Cuando Afrodita corrió desesperada hacia él para auxiliarlo, se hirió con unas zarzas y sus gotas de sangre se transformaron en unas flores conocidas como "adonis". Como una manera de prolongar el recuerdo de su amado Adonis, la diosa roció néctar sobre el cuerpo del joven, de forma que cada gota de su sangre se transformó en una flor llamada anémona.


Y hasta aquí por hoy, lectores. ¡Nos vemos pronto!

viernes, 15 de mayo de 2020

Vagando por la Historia: Las Siete Maravillas del mundo antiguo


Eran un total de siete, repartidas entre Grecia, Egipto y Mesopotamia, y no hay nadie en este mundo que no haya oído hablar de ellas, aunque solo sea por su nombre. A día de hoy, solo permanece en pie una de ellas, la Pirámide de Giza; todas las demás fueron cayendo debido a catástrofes naturales o por la mano del hombre. Del esplendor de algunas de estas antiguas maravillas solo nos quedan unas pocas ruinas que todavía en la actualidad siguen recibiendo muchas visitas; de otras, en cambio, no nos ha quedado absolutamente nada.

Las Siete Maravillas del mundo antiguo. ¿Por qué siete?, se preguntarán algunos. Las listas acerca de monumentos y lugares emblemáticos dignos de ver en el mundo antiguo llevaban haciéndose desde hacía muchos años, y la lista de las Maravillas que ha llegado hasta nosotros quedó fijada en el siglo XVI gracias a la influencia del pintor holandés Maerten Van Heemskerck, que estaba fascinado por las maravillas del mundo antiguo. Tras una visita a Roma, realizó un conjunto de estampas en las que plasmó su visión de cómo pudieron haber sido las Siete Maravillas en el momento de su máximo apogeo.




El Coloso de Rodas, el Mausoleo de Halicarnaso, el Faro de Alejandría, la Gran Pirámide de Giza, los Jardines Colgantes de Babilonia, el Templo de Artemisa en Éfeso y la Estatua de Zeus en Olimpia. Todas estas obras arquitectónicas y escultóricas tuvieron su momento de máximo apogeo durante los primeros siglos antes de Cristo, aunque no se construyeron de manera sincronizada ni respondiendo a un proyecto determinado. A pesar de ser tan conocidas, es tan poca la información que disponemos que de alguna incluso se duda que hubiera existido realmente.

Pero regresemos a la pregunta inicial: ¿Por qué son siete? Pues por la sencilla razón de que en la Grecia antigua se tenía una especial predilección por el número siete, y eso se puede ver en su aplicación en otras listas tan conocidas como la de los Siete Sabios de Grecia, las siete estrellas que forman el cúmulo estelar de las Pléyades o, ya de forma un poco más tardía, las siete colinas de Roma. Sin embargo, no siempre figuraron en la lista las Maravillas que hoy conocemos; es de suponer que, en una época en la que había tantos portentos arquitectónicos, habría discrepancias a la hora de decidir si merecían ser incluidas en la lista de las siete grandes Maravillas.

A partir de las conquistas de Alejandro Magno en el siglo IV a. C., el mundo helenístico empezó a cobrar predominancia, sobre todo en el área del Mediterráneo oriental. Tanto Alejandro como los reyes que le sucedieron, también de origen griego, llevaron su cultura a territorios tan dispares como Egipto, Siria o Asia Menor. La lengua griega se convirtió en idioma de referencia tanto en el gobierno como en el comercio, al igual que el arte, la filosofía, las matemáticas y las leyes. En este contexto surgió el afán de los griegos por crear listas como la que nos ocupa, que en un principio no se refería a siete maravillas, sino a siete cosas que cualquier viajero debería ver. No se trataba simplemente de monumentos bonitos, sino de construcciones que merecía la pena ir a ver. En una época en la que los viajes eran bastante más largos y duros que hoy en día, esta lista de Siete Maravillas se convirtió en un buen incentivo para hacer turismo.

Con el paso del tiempo, la lista de las Siete Maravillas sufrió diversas modificaciones que tienen mucho que ver con el contexto en el que se discutían. Los romanos, grandes admiradores de la cultura griega, deploraban que no se incluyera en la lista ni uno solo de sus monumentos, que consideraban igual de dignos de ser vistos. Por eso en ciertas listas encontramos el Coliseo y el Mausoleo de Adriano, ambos sitos en Roma, como parte de las Siete Maravillas. Más adelante, durante la Edad Media, y en pleno auge del cristianismo, se trató de incluir en la lista el Templo de Salomón e incluso el Arca de Noé. Sería en el Renacimiento, con el resurgir del interés por la cultura helenística, cuando el pintor Heemskerck realizó la famosa serie de siete estampas de las Siete Maravillas que él consideraba canónicas, y que pasarían a la posteridad así establecidas.


El Coloso de Rodas





Esta gran estatua fue forjada en el año 292 a. C. y se encontraba en la isla griega de Rodas. Tanto la pintura de Heemskerck como representaciones posteriores muestran una enorme efigie del dios Helios a horcajadas, con los pies apoyados en cada uno de los extremos de la bocana del puerto de Rodas. Sin embargo, es imposible que el coloso tuviese esta forma, ya que se habría hundido en el agua. Se dice que medía aproximadamente unos 70 codos de altura (unos 30 metros) y que estaba hecho con placas de bronce puestas sobre un armazón de hierro.

Pese a que su apariencia real no concordaba con la imagen que ha llegado hasta nosotros, sabemos que el Coloso existió porque nos han quedado testimonios de gente que tuvo el privilegio de verlo. Es el caso de Plinio el Viejo y algunos apuntes en ciertas crónicas bizantinas. El Coloso de Rodas es una de las Maravillas que siempre ha aparecido en todas las listas, lo que nos lleva a pensar que realmente fue un monumento digno de ver.

Sin embargo, no duró mucho en pie. La zona donde se construyó se caracteriza por ser muy sísmica, ya que se cruzan varias fallas. Un terremoto ocurrido en el año 226 a. C. derribó la estatua y allí se quedó tumbada durante casi mil años, hasta que ya en el siglo VII los musulmanes atacaron la isla de Rodas y se llevaron el bronce con el que la habían construido.


El Mausoleo de Halicarnaso





Una de las maravillas más longevas de esta lista, aunque no ha llegado hasta nuestros días salvo por algunos restos y el grupo escultórico que se situaba en la parte más alta del edificio. Fue un monumento funerario suntuoso construido entre el 353 y el 350 a. C. en Halicarnaso (actualmente Bodrum, Turquía) para albergar el cuerpo de Mausolo, un sátrapa del imperio persa. El monumento fue un encargo de la hermana y esposa de Mausolo, Artemisia II de Caria, cuyo dolor por la muerte de su marido fue legendario.

El Mausoleo medía 45 metros de alto, tenía un cuerpo macizo en la parte inferior y, sobre él, una especie de templo con una columnata rematada por relieves. Sobre la columnata se construyó una cubierta a cuatro aguas en la que se colocó una escultura de una cuádriga triunfal. De este magnífico conjunto arquitectónico no quedan más que unas pocas ruinas, ya que fue destruido en su práctica totalidad por un terremoto en 1404, tras haber soportado invasiones y la destrucción de la ciudad por Alejandro Magno, los bárbaros y los árabes. Las piedras que se desprendieron del Mausoleo fueron reutilizadas para la construcción de casas y la reparación del castillo de San Pedro por la Orden de los Caballeros de San Juan.

A esta Maravilla se le debe también el nombre de "mausoleo", que hoy en día seguimos utilizando para referirnos a una tumba de cierto porte o, como mínimo, un monumento funerario.


El Faro de Alejandría





Fue una torre construida en el siglo III a. C. en la isla de Pharos en Alejandría, Egipto, para servir como punto de referencia del puerto y como faro para guiar a los navegantes. La torre tenía una altura de al menos 100 metros, aunque se estima que en total pudo haber alcanzado los 130 metros aproximadamente, convirtiéndose en una de las estructuras fabricadas por el hombre más grandes durante muchos siglos.

Construido por el arquitecto Sóstrato de Cnido, el faro consistía en una gran torre sobre la que se dispuso una enorme hoguera nocturna para marcar la posición de la ciudad a los navegantes, dado que la costa en la zona del delta del Nilo era muy baja y carecía de referencias para la navegación marítima. Para su construcción se utilizaron grandes bloques de vidrio colocados en los cimientos para evitar la erosión y aumentar la resistencia contra la fuerza del mar. El edificio, erigido sobre una plataforma de base cuadrada, tenía forma octogonal y estaba construido con bloques de mármol ensamblados con plomo fundido. En lo más alto, un gran espejo de bronce reflejaba la luz del sol durante el día y por la noche proyectaba la luminosidad de la hoguera a una distancia de hasta cincuenta kilómetros.

Fue una de las maravillas más longevas, pues logró sobrevivir intacto durante un milenio. Sin embargo, sufrió daños muy severos por la acción de dos terremotos ocurridos en 1303 y 1323, que lo destruyeron por completo. En 1480, el sultán de Egipto Qaitbey dio orden de que se emplearan los bloques de piedra para construir un fuerte en el mismo emplazamiento del faro, cuyos cimientos todavía se conservan bajo dicho fuerte.


La Gran Pirámide de Giza





Conocida también como la Pirámide de Keops, ostenta un doble honor, pues no solo es la Maravilla más antigua de la lista, sino que también es la única que se mantiene en pie a día de hoy. A pesar de que le falta el revestimiento original y el piramidión, la mayor de las pirámides de Egipto se ha conservado muy bien. Fue terminada alrededor del año 2570 a. C., aunque sus obras se iniciaron unos veinte años atrás. Está situada a las afueras de El Cairo y fue ordenada construir por el faraón Keops, perteneciente a la cuarta dinastía del Antiguo Egipto. Durante 3.800 años fue considerado el edificio más alto del mundo, hasta que fue superada en el siglo XIV por el chapitel de la catedral de Lincoln, en Inglaterra.

La Gran Pirámide fue elevada en la sección noreste de la meseta de Giza, un lugar privilegiado para poder ser vista desde el Nilo. Para su construcción se necesitaron alrededor de 2,3 millones de bloques de piedra con un peso que oscilaba entre las dos y las sesenta toneladas. El revestimiento original estaba formado por 27.000 bloques de piedra caliza, pero un terremoto en el siglo XIV desprendió casi toda la piedra, que posteriormente se utilizaría para edificar viviendas en El Cairo.

La pirámide se compone de tres cámaras: dos situadas en el interior (Cámara del Rey y Cámara de la Reina) y una situada en el subsuelo (cámara subterránea). A estas cámaras se accedía desde el lado norte por un pasaje descendente que comunicaba con dos pasadizos, uno ascendente, que conducía a la Gran Galería, y otro descendente, que llegaba hasta la cámara subterránea.


Los Jardines Colgantes de Babilonia





Babilonia fue una de las ciudades más importantes del mundo antiguo. Situada a orillas del Éufrates, era la Babel bíblica y también fue la ciudad donde murió Alejandro Magno, pese a que en el 323 a. C. ya era una ciudad decadente. De Babilonia nos ha llegado la supuesta existencia de una Maravilla, y digo supuesta porque la veracidad de los Jardines Colgantes ha sido puesta en duda por diversos expertos. No obstante, la tradición nos dice que en el siglo VI a. C., durante el mandato de Nabucodonosor II, se construyó un magnífico complejo ajardinado rodeado de palmeras y todo tipo de árboles frutales como regalo para su esposa Amytis, para que tuviera un recuerdo de su tierra natal.

Los Jardines Colgantes, según se cree, estaban junto al palacio real, situados cerca del río para que todo el que quisiera pudiera contemplarlos, aunque su acceso estaba vetado para el pueblo llano. Estaba construido en un sistema de terrazas abovedadas que parecían superponerse, dando la sensación de que los jardines estaban en el aire. En la terraza superior había un depósito de agua que se derramaba entre las terrazas inferiores como si fueran arroyos y regaba todas las plantas y árboles que allí crecían.

Hoy en día contamos con vestigios de muros de unos 25 metros, un canal de irrigación y algunos arcos abovedados, pero no se sabe si pertenecieron a esta Maravilla del mundo antiguo.


El Templo de Artemisa en Éfeso






Ubicado en la ciudad de Éfeso, en la actual Turquía, se construyó como monumento dedicado a Artemisa, la diosa de la caza. Estaba situado a las afueras de la antigua polis y se levantó en el siglo VI a. C.. Según se ha podido saber, medía aproximadamente unos 115 metros de largo por 55 metros de ancho, y tenía una columnata de 127 columnas de 18 metros de alto cada una. Su construcción duró la friolera de 120 años, y durante ese tiempo tuvo que sortear diversos intentos de destrucción. En pocas palabras, era un templo colosal, mucho más grande que el Partenón de Atenas.

El templo, como era habitual en la cultura griega, no se construyó como lugar de culto, sino como santuario donde depositar ofrendas votivas a la diosa, cuya efigie se habría albergado en su interior. De dicha efigie no tenemos más que algunos grabados de copias romanas del original griego, pero se cree que podría haber medido unos dos metros y estar esculpida en madera de vid, recubierta de plata y oro. Entre otras riquezas, el templo guardaba esculturas, pinturas, columnas de oro y plata, y todo tipo de bienes y joyas que muchos reyes, mercaderes y viajeros pagaban como tributo a la diosa.

El Templo de Artemisa fue destruido en un incendio provocado por Eróstrato en el año 356 a. C. Según su testimonio, arrancado bajo tortura, este pastor efesio no tenía más motivo para incendiar el templo que el de ganar gloria y fama a cualquier precio. Al descubrirse la intención, los efesios prohibieron bajo pena de muerte que el nombre del incendiario quedase registrado para la posteridad, pero no se pudo impedir que tanto el nombre como la acción pasaran a la Historia. De Eróstrato nos ha quedado también el término erostratismo, recogido en la RAE, que significa "Manía que lleva a cometer actos delictivos para conseguir renombre".


La Estatua de Zeus en Olimpia





La estatua de Zeus en Olimpia fue una escultura crisoelenfatina atribuida al famoso escultor Fidias, creador entre otras cosas de la también célebre estatua de Atenea en el Partenón. En el caso de la estatua de Zeus, no hay mucho acuerdo sobre cuándo fue esculpida. Tradicionalmente se cree que pudo haber sido levantada en el año 430 a. C., pero algunos expertos opinan que pudo haber sido hecha antes incluso que la estatua de Atenea, es decir, antes del año 438 a. C.

En cualquier caso, no cabe duda de que era una estatua colosal. Medía aproximadamente unos doce metros de alto, ocupando la totalidad del ancho del pasillo del templo destinado a albergarla. La estatua representaba al dios Zeus en posición sedente con el torso desnudo y el manto entre las piernas, la cabeza coronada de olivo y la mirada baja, en gesto paternal. En la mano derecha sostenía una Niké y en la izquierda portaba un cetro rematado por un águila. El trono, según se dice, debió de ser una obra de arte, hecho a base de marfil, ébano, oro y piedras preciosas, y con relieves donde se representaban escenas mitológicas.

Cuenta una leyenda que el emperador Calígula dio órdenes de que se trasladara la estatua de Zeus a Roma y que se le cortara la cabeza al dios para poner una de Calígula en su lugar. Cuando los soldados romanos se dispusieron a cumplir la orden, se dice que oyeron las carcajadas del dios Zeus, lo que les asustó muchísimo y les hizo salir despavoridos. Al margen de esta leyenda, lo cierto es que la estatua de Zeus acabó saliendo de Olimpia y fue trasladada a Constantinopla por orden del emperador Teodosio II, pues quería utilizarla para decorar el palacio de uno de sus eunucos. Aquí es donde se le pierde la pista a la estatua. Se cree que pudo haber sido destruida por un incendio o despedazada para aprovechar el marfil y el oro de los que estaba hecha.


Hemos llegado al final de este pequeño viaje por el mundo antiguo a través de los monumentos que, gracias a la imaginación y entusiasmo de un pintor, llegaron hasta nosotros y nos hicieron imaginar el esplendor de épocas pasadas. Hace unos cuantos años, siguiendo la tendencia de elaborar listas, se sugirió realizar una lista con las Nuevas Siete Maravillas del Mundo, incluyendo en ella monumentos que destacaban por su magnificencia y que todos, actualmente, sí podemos ver y visitar. La lista definitiva quedó fijada en el año 2007 y se incluyó a la Pirámide de Giza como "maravilla honoraria" por ser la única del mundo antiguo que ha llegado hasta nosotros. Y aunque muchas maravillas se han quedado fuera de la nueva lista, todo esto nos da una muestra de que la idea de las Siete Maravillas aún perdura después de tantos años.