jueves, 16 de noviembre de 2017

Vagando por el Arte: La Condesa de Chinchón


La Condesa de Chinchón es, posiblemente, uno de los cuadros más bellos y delicados de Goya. Pintado en el año 1800, este óleo sobre lienzo pertenecería a la época de madurez pictórica de Goya, etapa muy relevante en la carrera del pintor aragonés en la que se pueden encontrar otros cuadros magistrales como La Duquesa de Alba con vestido blanco, Jovellanos, La familia de Carlos IV o las famosas Majas. En comparación con estos retratos, el lienzo que nos ocupa destaca por su sobriedad y sencillez, pero también por el cariño que destila en cada una de sus pinceladas.




El retrato de doña María Teresa de Borbón y Vallabriga, condesa de Chinchón y marquesa de Boadilla del Monte fue pintado cuando la retratada contaba veinte años. Su padre, el infante don Luis de Borbón, hermano de Carlos III, fue un gran amigo y protector de Goya. Una vida azarosa le llevó a que tanto a él como a sus hijos se les prohibiera vivir en la corte, llevar el apellido Borbón y aspirar a ocupar el trono de España. El rey Carlos IV, al suceder a su padre, intentó reunir de nuevo a la familia, por lo que propuso que su prima María Teresa contrajera matrimonio con don Manuel Godoy, Primer Ministro y Príncipe de la Paz, el hombre más importante del reino. Era, como tantos otros, un matrimonio por intereses políticos, pero para María Teresa suponía la recuperación de aquello que se le había arrebatado a su familia injustamente.

El retrato de doña María Teresa capta con sutileza el alma de la condesa, su timidez, su recato y su dulzura. La condesa posa para el pintor sentada en una butaca en posición central ante un fondo negro, lo que hace destacar el blanco de su vestido y la palidez de su piel. Doña Teresa mira hacia su izquierda mientras muestra un atisbo sonrisa, acaso porque le faltaban varios dientes. La luz invade la escena de izquierda a derecha, resaltando la luminosidad de la figura y tocando aquellos puntos que Goya quería resaltar, como su rostro, su vientre abultado por el embarazo de su única hija, sus brazos (la propia condesa estaba muy orgullosa de ellos), el pecho, el cuello y algunos pliegues del vestido.

El cuadro se realizó de forma muy rápida. Un estudio detallado demuestra que Goya trabajó prácticamente al toque del pincel, sin apenas vacilar. La definición de los rasgos del rostro de doña Teresa es casi nula, pero al alejarnos del cuadro para observarlo mejor vemos que se forma una imagen orgánica y muy exacta de la condesa. Los trazos y pinceladas son los justos para precisar los detalles, luces, volúmenes y sombras; sirva como ejemplo la delicada gasa del vestido, pintada mediante pequeños puntos, rápidos y ligeros.

Para romper el contraste entre el blanco y el negro, Goya introdujo pequeñas notas de color en algunas partes del atuendo de la condesa que quería resaltar. La toca o gorrito que luce en la cabeza destaca por esas cintas de color azul y por el ramillete de flores y espigas verdes, símbolo de la fecundidad. Más toques de color los encontramos en la pulsera que adorna su brazo, en los anillos que lleva en los dedos (uno de ellos, el más grande, con un retrato de Godoy), en las mangas y en el borde inferior del vestido.

Sin embargo, es la historia que hay detrás del cuadro lo que le da verdadera identidad y hace que el espectador se conmueva al verlo. Si por algo destaca este retrato por encima de otros realizados por Goya es por la inmensa sensación de ternura que destila en cada una de sus pinceladas, que no es sino la ternura que el propio pintor sentía hacia la condesa tanto por conocerla desde que era una niña como por la situación tan dura que estaba viviendo entonces.

Casada sin amor, por intereses políticos y familiares, con Manuel Godoy, doña María Teresa de Borbón debió de pensar durante toda su vida que su matrimonio fue una terrible equivocación. Como la gran mayoría de los hombres de la época, Manuel Godoy sostuvo amores con varias amantes entre las que supuestamente estaba la propia reina de España, María Luisa de Parma. Una de las mujeres con las que Godoy mantuvo una relación más larga fue Pepita Tudó, que fue su amante oficial durante muchos años y con la que tuvo dos hijos. Pero los reyes, que toleraban y amparaban la relación de su protegido con la Tudó, consideraron que un hombre de su posición debía contraer matrimonio con una mujer de mayor categoría. Y la elegida fue, por desgracia para ella, doña Teresa de Borbón y Vallabriga.

No fue feliz en su matrimonio la condesa de Chinchón. Para Godoy nunca fue más que un fastidio o, en todo caso, una de las tantas propiedades que le obsequiaban los reyes por sus servicios. Nunca sintió la menor atracción por ella, pero eso no justifica las graves faltas de respeto que le mostraba a diario. Según contaba el embajador alemán, Godoy, tras cobrar la dote de cinco millones de reales por su matrimonio con María Teresa, volvió a llevar a Pepita Tudó a vivir a su casa y la hizo ocupar el lugar preferente, junto a él, en sus actos públicos y privados. El propio escritor Gaspar Melchor de Jovellanos comentaba que sintió vergüenza ajena cuando un día, almorzando en casa de Godoy, se encontró sentado a la mesa con la esposa y la amante de éste cuando aún no había transcurrido ni un mes desde la boda.

Las desavenencias en el seno del matrimonio comenzaron nada más celebrarse, puesto que Godoy no se recató de reanudar de inmediato su relación amorosa con la Tudó, y en el propio hogar conyugal, para mayor escarnio. Solo los convencionalismos de la época permiten entender, que no justificar, esta situación de trío forzoso. Los aduladores del poderoso valido rendían pleitesía a la amante antes que a la esposa, y ésta tuvo que aprender a tragar el dolor y la humillación. Por eso Goya la pinta con esa expresión infeliz y apesadumbrada, portando el anillo con el retrato de su marido, como si quisiera dejar constancia de su presencia y de su derecho de propiedad sobre doña María Teresa. Pues eso fue la condesa de Chinchón para Godoy: una propiedad, una condecoración más en su ya muy adornada pechera. Doña Teresa de Borbón salió de España al ser desterrado su marido y se supone que no volvieron a vivir juntos; murió en París en 1828 con la misma tristeza con la que había vivido.

El Estado español adquirió este cuadro en el año 2000 por derecho de tanteo a los herederos de la condesa, a cuya familia ha pertenecido desde que se pintó. A día de hoy se puede contemplar en el Museo del Prado en Madrid, junto con otras obras de Goya.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Anécdotas políticas


¡Hola a todos!

Si seguís aunque solo sea un poco las noticias de los medios de comunicación, sabréis que ahora mismo España está pasando por una crisis política debido a la cuestión de la independencia de Cataluña. Sin entrar en debates interminables (mi opinión al respecto ya se sabe en diversos foros de opinión y me ha valido una sarta de insultos a cual más florido), últimamente se respira en el ambiente una tensión tal que se podría cortar con un cuchillo. Ahora mismo, el país se encuentra dividido y temo que esto pueda ir a más si la cosa se complica.

La política no es un tema fácil de abordar porque levanta más de una ampolla. Sin embargo, creo que también puede dar lugar a muchos momentos de buen humor. Aunque los políticos son personas que por lo general gozan de bastante impopularidad, hay que reconocer que a veces nos dejan muy buenas frases o anécdotas capaces de sacarnos una sonrisa.

Y este es precisamente el tema del post de hoy. He querido huir de polémicas y he recopilado una serie de personajes que han tenido una gran relevancia en el ámbito de la política o que han hecho referencia a algún hecho político de su época. Espero que os guste!



FILIPO II DE MACEDONIA (382 – 336 a.C.)

A Filipo, rey de Macedonia y padre del célebre Alejandro Magno, le dijeron que uno de sus vasallos se pasaba el día hablando mal de él y le recomendaron que lo desterrara a modo de castigo. Pero Filipo se negó y, cuando le preguntaron por qué, respondió:

—Porque cuanto más se aleje de donde yo esté, más serán los que le escuchen.



DIÓGENES (412 – 323 a.C.)

Diógenes, el famoso filósofo griego del siglo IV a.C., dedicó toda su vida a predicar el desprecio por las cosas de este mundo. Él mismo actuaba en consecuencia, pues por posesiones no tenía más que un palo, una escudilla, una cuchara, unas alforjas y un tonel que siempre llevaba a cuestas y que le servía para dormir.

Un día, se dice que tuvo una inesperada entrevista con Alejandro Magno, quien empezó la conversación así:

—Yo soy Alejandro Magno.

—Y yo, Diógenes el cínico —respondió el filósofo.

—¿De qué modo podría servirte?

Y Diógenes contestó:

—Puedes apartarte para no quitarme la luz del sol.

Y el general se quedó tan sorprendido por esta respuesta que se apartó mientras decía:

—Si yo no fuera Alejandro, querría ser Diógenes.



PIRRO (318 – 272 a.C.)

Pirro fue rey del Epiro en el siglo IV a.C. y se hizo muy famoso tanto por su valor como por el dominio de la táctica militar. Venció en casi todas las batallas en las que participó, pero siempre a costa de terribles bajas en su propio ejército. En la batalla de Heraclea, Pirro empleó los elefantes contra los romanos, pero tanto entonces como en la batalla de Ausculum eso le supuso al rey unas pérdidas tan grandes que se dice que pronunció la siguiente frase:

—Otra victoria como esta y estoy perdido.



ANÍBAL (247 – 182 a.C.)

A pesar de las muchas victorias que tanto Aníbal como Escipión le habían dado a sus respectivas patrias, Cartago y Roma, ambos terminaron sus días en el destierro. Se dice que en cierta ocasión se entrevistaron en la corte del rey Antíoco de Siria, donde Aníbal se había refugiado. Ambos hablaron de las victorias que habían obtenido y, por curiosidad, Escipión le preguntó:

—¿Cuál crees que es el mejor general del mundo?

—Alejandro —respondió Aníbal sin dudarlo.

—¿Y después de éste?

—Pirro —dijo el cartaginés.

—¿Y el tercero?

—Yo —replicó Aníbal.

Escipión se echó a reír y le preguntó:

—¿Y qué dirías si me hubieses vencido en Zama?

—Entonces —contestó Aníbal sin vacilar— me tendría yo por el primero de todos.



AUGUSTO (63 a.C. – 14 d.C.)

Octavio Augusto, primer emperador de Roma, murió a los setenta y seis años de edad en Nola, cuando volvía a Roma desde Nápoles. Antes de morir, pidió a sus amigos un espejo y mandó que le peinaran y perfumaran. Luego, se volvió hacia ellos y les dijo:

—¿Creéis que he representado bien la comedia de la vida? Si os ha gustado, aplaudid al autor.



VESPASIANO (9 – 79)

El emperador Vespasiano era un hombre austero y de modesto origen al que no le gustaban la pompa cortesana ni los aduladores. Pero ocurrió que el Senado, por razones políticas, decidió darle a Vespasiano el rango de dios. A Vespasiano no le quedó más remedio que aceptarlo, pero cada vez que sus cortesanos le felicitaban, decía con sarcasmo:

—Me parece que ya voy notando que, poco a poco, dejo de ser un hombre y me convierto en deidad.



RAMIRO II EL MONJE (fallecido en 1157)

Al morir Alfonso I el Batallador sin herederos, las Cortes de Aragón le entregaron la corona a su hermano Ramiro, a pesar de que era monje. Este hecho provocó bastante disconformidad entre la nobleza aragonesa, que no se recató en negarle ayuda a Ramiro cuando se declaró la guerra entre Aragón y Navarra. Para vengarse de sus magnates, Ramiro convocó Cortes en Huesca y anunció que deseaba fundir una campana tan grande que habría de oírse en todo su reino. Los nobles juzgaron que, como rey que antes había sido fraile, era lo mejor que podía hacer. Lo que no sabían es que ellos iban a ser el bronce que daría forma a la campana de Ramiro. El día señalado, el rey mandó comparecer a los nobles uno a uno y, a medida que entraban, el verdugo les iba cortando la cabeza. Luego fueron colocadas en una bóveda en forma de campana y en el centro, a modo de badajo, estaba la cabeza del magnate más importante del reino y principal instigador de la rebelión.


LADY GODIVA (S. XI)

Cuenta la leyenda que esta famosa dama inglesa estaba casada con Leofric, conde Mercia y gobernador de la ciudad de Coventry. Este hombre exigía a sus vasallos unos impuestos tan elevados que las gentes de Coventry se morían de hambre. Su esposa Godiva, conmovida por el sufrimiento de sus vasallos, intercedió por ellos ante su marido y le pidió que rebajara los impuestos, a lo que Leofric contestó:

—Libraré a mis súbditos de todos los impuestos si tú atraviesas la ciudad a caballo, un día de mercado, completamente desnuda.

Ni corta ni perezosa, lady Godiva aceptó el reto. El día en que iba a salir, montada ya a caballo y cubierta tan solo por su larguísima cabellera rubia, las gentes de Coventry se quedaron en sus casas y cerraron puertas y ventanas para no mirarla, como muestra de respeto a la bondadosa dama.



ALFONSO X EL SABIO (1221 – 1284)

Alfonso X, además de poeta, era aficionado a la astronomía. Llamó a Toledo a los eruditos más reconocidos de la época, ya fuesen cristianos, judíos o musulmanes. De una de sus muchas conferencias salieron las famosas Tablas Alfonsíes, que sustituyeron a las Tablas de Tolomeo. Y se hizo famosa la frase del rey cuando, mientras comentaba el orden de las esferas, dijo:

—Si yo hubiese estado al lado de Dios cuando creó el universo, le habría dado algún valioso consejo.



CARLOS VII EL BIENSERVIDO (1403 – 1461)

Carlos VII, aquel a quien ayudó Juana de Arco en su guerra contra los ingleses, era un rey pródigo al que le encantaba organizar fastuosos banquetes en la corte. Entre sus muchos cortesanos, la mayoría aduladores, había alguno que era capaz de decirle la verdad. Y esto fue lo que le ocurrió con Jean Poton de Xaintrailles, con el que mantuvo el siguiente diálogo durante una fiesta:

—¿Qué os parece? ¿No es magnífico?

—¡Soberbio! —respondió Xaintrailles—. No se puede perder un reino de una manera más divertida.



FERNANDO EL CATÓLICO (1452 – 1516)

Fernando II de Aragón, llamado el Católico, fue uno de los diplomáticos más brillantes de su época, si entendemos como diplomacia el arte de elaborar los más bellos engaños. Sus principales víctimas fueron los reyes de Francia, especialmente Luis XII, con quien Fernando no tuvo el menor reparo de quebrantar todas las promesas que le había hecho en materia de política. Un día, un cortesano llegado de París le dijo al rey que Luis XII le acusaba de haberle engañado dos veces. Y Fernando, sin pelos en la lengua, replicó:

—¡Miente! No le he engañado dos veces, le he engañado diez.



TOMÁS MORO (1478 – 1535)

Hombre prudente y sabio como pocos, Tomás Moro le dijo una vez a un noble que acababa de ser nombrado consejero de Enrique VIII:

—Habéis entrado al servicio del príncipe más sabio, noble y liberal. Si queréis seguir mi humilde consejo, cuando tengáis que dar a su majestad el vuestro, decidle siempre lo que debería hacer pero nunca lo que es capaz de hacer. Así seréis un buen servidor y un valioso consejero. Porque si el león supiera la fuerza que tiene, nadie podría dominarle.



FELIPE II (1527 – 1598)

Algunos caballeros de la corte de Felipe II acudieron a él para quejarse de que mucha “gente común” se daba el tratamiento de Don y Doña, algo que solo estaba destinado a personajes de las más altas esferas. Los caballeros le pidieron al rey que impusiese multas y castigos a quienes se atrevieran a darse aquel tratamiento. Pero Felipe II, bien motejado como “el Rey Prudente”, respondió:

—Esto es irremediable y así me parece dexallo, y que cada uno tome de la vanidad lo que quisiere.



LUIS XIV (1638 – 1715)

Cuando Luis XIII de Francia murió, su hijo, el que con el tiempo sería conocido como el Rey Sol, solo tenía tres años. En su lecho de muerte, el rey pidió que le trajeran a su hijo y, quizá porque ya andaba mermado de facultades, se olvidó de su nombre y le preguntó:

—¿Cómo te llamas?

Y el niño respondió:

—Luis XIV, papá.



FRANCISCO DE QUEVEDO (1580 – 1645)

En la época de Felipe IV, la monarquía española perdió Flandes, Portugal y Jamaica, y esto sin contar las posesiones que los franceses le quitaron en Europa. A pesar de todo, a Felipe IV se le conocía como Felipe el Grande. Esta expresión llegó a oídos de Quevedo que, con su cáustico humor, dijo:

—Sí que es grande, pero a la manera de los pozos, que son más grandes cuanta más tierra se les quita.



IEYASU TOKUGAWA (1543 – 1616)

El fundador de la dinastía Tokugawa sabía dar a sus leales grandes ejemplos de talento político. Durante la batalla de Sekigahara, Ieyasu se alzó contra el gobierno del hijo de Hideyoshi Toyotomi y se lanzó a la batalla con la cabeza descubierta, obviando la protección del casco. Cuando la batalla terminó y el nuevo shogun se proclamó vencedor, Ieyasu llamó a su escudero y le pidió que le trajera el casco. Se lo puso y dijo:

—Después de la victoria es cuando conviene resguardarse.



VOLTAIRE (1694 – 1778)

Viendo que la religión perdía fuerza en la Francia de su tiempo, decía Voltaire:

—Esto es lamentable. ¿De qué nos vamos a burlar?

Una persona que estaba con él trató de consolarle diciéndole que no le costaría hallar otros motivos para burlarse, a lo que Voltaire respondió:

—Querido señor, fuera de la Iglesia no hay salvación.



CARLOS IV DE BORBÓN (1748 – 1819)

Era un hombre de una ingenuidad escalofriante. Un día, siendo todavía príncipe heredero, se suscitó en la cámara real una discusión acerca de la fidelidad conyugal, y el joven Carlos arguyó:

—Nosotros tenemos en ese caso más suerte que los demás mortales, porque es difícil si no imposible que nuestras mujeres encuentren a nadie que sea superior a nosotros en categoría con quien engañarnos.

Y el rey Carlos III, mirando con gesto triste y burlón a quien inevitablemente habría de sucederle, suspiró:

—¡Qué tonto eres, hijo mío!



ABRAHAM LINCOLN (1809 – 1865)

Abraham Lincoln supo definir de manera certera los límites del engaño tanto en la vida corriente como en la política:

—Puedes engañar por algún tiempo a todo el mundo. Puedes engañar durante todo el tiempo a algunas personas. Pero no puedes engañar a todo el mundo durante todo el tiempo.



FRANCISCO JAVIER CASTAÑOS (1756 – 1852)

Después de la batalla de Bailén, ganada por los españoles a pesar de que sus tropas eran inferiores en número y en calidad, el general Dupont, que mandaba las tropas napoleónicas, se presentó ante el general Castaños y le tendió humildemente su espada diciendo:

—Os entrego esta espada, vencedora en cien batallas.

—Pues esta —replicó Castaños— es la primera que yo gano.

Y, con gesto caballeroso, le devolvió la espada.



FERNANDO VII (1784 – 1833)

Un cortesano se acercó a Fernando VII para pedirle que le diera una colocación digna de su categoría. El rey prometió procurarle un empleo, y al día siguiente lo llamó para informarle de que había dado con el adecuado para él.

—Voy a hacerte canónigo de la catedral de Murcia.

El cortesano, contrariado, replicó:

—Pero majestad, eso es imposible. Soy casado y tengo ocho hijos.

Y el rey contestó:

—¡Bah! Si te andas con esos escrúpulos, nunca encontrarás empleo.



MADAME DE STÄEL (1766-1817)

La baronesa de Stäel hablaba de política en una reunión en la que se encontraba Napoleón Bonaparte, entonces general del ejército. Cuando el futuro emperador de Francia comentó que no entendía por qué una mujer se metía en asuntos políticos, la baronesa le contestó:

—Veréis, señor, en un país donde se decapita a las mujeres, es lógico que las que aún quedamos nos preguntemos por qué.



BENJAMIN CONSTANT (1767-1830)

El escritor y político se sintió atraído por los principios de la Revolución francesa y trabajó en su favor sin caer nunca en ningún extremismo. Sin embargo, cuando le advirtieron que su nombre figuraba en una lista de personas a las que iban a deportar, Constant escribió al rey Luis XVIII una carta de justificación tan convincente  que el mismo rey tachó su nombre de la lista de proscritos.

—Tu carta era una maravilla —le dijo un amigo—. Ha convencido al rey.

—Creo que sí —aseveró Constant—. Estaba bien escrita. Casi me convenció a mí también.



ISABEL II DE BORBÓN (1830 – 1904)

Isabel II y su segunda nuera, la austríaca María Cristina de Habsburgo, solían discutir a menudo hasta por los temas más triviales, como la comida. Isabel, reina castiza donde las haya, adoraba comer arroz con pollo, cocido madrileño y bacalao con tomate, algo que su hija política detestaba.

—Es una porquería —dijo en cierta ocasión María Cristina cuando en casa de su suegra le sirvieron uno de estos platos.

—La porquería —respondió entonces Isabel— son esas coles podridas que comen en tu tierra.



JOSÉ OSORIO Y SILVA, MARQUÉS DE ALCAÑICES (1825 – 1909)

En los comienzos de la Restauración, don Pepe Alcañices, duque de Sesto, fue nombrado alcalde de Madrid. A él se debe la instalación de los primeros urinarios públicos que hubo en la capital. Al mismo tiempo, dictó un bando imponiendo una multa de dos reales a quien fuera descubierto orinando en público. Un periódico de la época publicó esta cuarteta: Dos reales por mear, ¡Dios mío, qué caro es esto! ¿Qué cobrará por cagar el señor duque de Sesto?



MAXIMILIANO I DE MÉXICO (1832 – 1867)

El 19 de junio de 1867 fueron ejecutados en el cerro de las Campanas de la ciudad de Querétaro, en México, el emperador Maximiliano I y dos de sus ayudantes, el mariscal del ejército Miguel Marimón y el indio Tomás Mejía, cuya lealtad al emperador le llevó a rechazar la huida para morir junto a él. Estando ya en el cerro, rodeados de soldados, se oyó un toque de corneta y Maximiliano preguntó:

—¿Es ésta la señal de la ejecución?

Y Mejía respondió:

—No lo sé, majestad. Es la primera vez que me ejecutan.



ANTONIO CÁNOVAS DEL CASTILLO (1828 – 1897)

Era un hombre de gran ingenio y talento, pero también podía ser bastante displicente cuando quería. Durante una fiesta en palacio, Cánovas se comportó de forma un tanto maleducada con un aristócrata. Éste, ofendido, le advirtió que tuviera cuidado, puesto que era un Grande de España. A lo que Cánovas replicó:

—Y yo soy quien los hace.



PRÁXEDES MATEO SAGASTA (1825 – 1903)

En agosto de 1883, dos regimientos de Badajoz, uno de La Rioja y otro de La Seo de Urgel se sublevaron con la intención de proclamar la república. Un secretario corrió a despertar a Sagasta a las cuatro de la mañana para comunicarle las graves noticias, a lo que el jefe de estado dijo, rascándose la barba:

—Pero, hombre, ¡a estas horas!



SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL (1852 – 1934)

En uno de sus gobiernos, Segismundo Moret le ofreció a Santiago Ramón y Cajal la oportunidad de formar parte del gobierno como su Ministro de Instrucción Pública. Y don Santiago, poco amigo de los honores, exclamó enfadado:

—¿Ministro yo? Mire, don Segismundo, tengo mucho trabajo. No salgo de aquí, no voy siquiera al café. Le aseguro que no me queda tiempo para perderlo en tonterías. 


¡Y hasta aquí por hoy! ¿Cuál os ha gustado más? ¿Tenéis una anécdota política que queráis compartir aquí? Ponedla en los comentarios y hacédmela saber!

Hasta pronto!

miércoles, 1 de noviembre de 2017

La Barbie del mes: Princesa de Dinamarca


¡Hola a todos!

Casi se me pasa subir hoy la entrada. He estado tan ocupada con el trabajo que casi no me había dado cuenta de que hoy estamos a día 1 y toca subir entrada. La verdad es que esta época siempre me despista un poco; el cambio de clima y de horario siempre me afecta y me descoloca, pero por suerte no tardo mucho en recobrar el ritmo habitual.

Entramos de lleno en el otoño, un otoño raro y demasiado caluroso para mi gusto. Echo de menos la lluvia y el aire cada vez más fresco, lo que es el típico otoño de mi tierra. Ahora más que nunca es muy necesaria la lluvia para que ayude a apagar los rescoldos de los últimos incendios que han azotado mi amada Galicia hasta hace muy poco.

Mientras tanto, empezamos el penúltimo mes del año con la Barbie correspondiente. Espero que os guste!


Princesa de Dinamarca




El paisaje es exuberante, salvaje como los vikingos, los navegantes y guerreros que en una época gobernaron las tierras danesas. Una bella y joven mujer va galopando a caballo, sintiendo la brisa marina que acaricia su frente y su cabello dorado. Sus hermosos ojos azules brillan de alegría al llegar a su magnífico castillo. Encantadora como siempre, Barbie Princesa de la corte Danesa gobierna con orgullo. Luce un bello vestido largo decorado con encaje y un moño dorado. Su brillante cabello lo lleva recogido. Luce también unos elegantes aretes, una gargantilla dorada y una corona real.

Poco más que añadir a la descripción que la caja de Mattel hace sobre esta muñeca, pues ya está todo dicho. De todas las princesas que forman parte de este calendario, puede que esta sea la más parecida a la típica Barbie de toda la vida, con su pelo rubio y su rostro característico. No obstante, me gustan mucho su vestido de color azul celeste y su elaborado peinado. Y, aunque no estaría desesperada por incluirla dentro de mi colección, me parece una muñeca muy bonita.


Y hasta aquí por hoy! Nos vemos muy pronto!