lunes, 19 de noviembre de 2018

13 frases para ofender a los ofendiditos


¡Hola a todos!

 Estaba yo hoy revisando las noticias de mi muro en Facebook cuando encontré algo que me llamó la atención, lo suficiente como para dedicarle un espacio en mi blog. Estoy convencida de que todos vosotros, tanto los que me seguís como los que me leéis de vez en cuando o por pura casualidad, conocéis a Cabronazi, esa página de Facebook que se creó en 2015 y que ha conseguido reunir la nada desdeñable cantidad de 13 millones de seguidores con la sencilla táctica de robar contenido ajeno y publicarlo en sus diversas redes sociales sin citar la autoría de dichas publicaciones.

Pues el caso es que estaba desayunando tan tranquilamente en mi casa mientras me ponía al día con la actualidad, cuando de pronto di con un artículo de Cabronazi que me pareció curioso. No sé si fue el título tan pretencioso del artículo o la foto de Arturo Pérez-Reverte que traía adjunta lo que me hizo pinchar el enlace para ver de qué se trataba; de Cabronazi se puede esperar de todo. Y he aquí que encontré un artículo donde el autor (no sé si es hombre o mujer) nos trae trece frases que no deberíamos decir si nos consideramos personas inteligentes. Resulta un poco irónico que una página llamada Cabronazi se dedique a dar consejos sobre cómo ser más inteligentes, dado que lo que ellos publican es básicamente basura. Pero también soy de las que piensa que nunca se le debe negar una oportunidad a nadie, y menos cuando te ponen de cebo una foto de Pérez-Reverte, así que me decidí. Trinqué el artículo y me leí los trece puntos, uno por uno.

Y esto fue lo que encontré: la filosofía de lo políticamente correcto. Un manual perfecto para tratar con ofendiditos de piel fina a los que cualquier cosa les hace echarse a llorar.

Pero, ¿qué es un ofendidito? El ofendidito es, a mi juicio, un miembro de esa nueva secta internauta que se dedica en cuerpo y alma a tratar de erradicar todo aquello que pueda ser ofensivo para alguien. Tarea bastante ardua, sobre todo si tenemos en cuenta que somos más de seis mil millones de seres humanos en la Tierra y que lo que no ofende a unos sí puede ofender a otros. Y no, no estoy cargando las tintas contra las personas que luchan para hacer de este mundo un lugar mejor para todos tratando de quitar las lacras que durante siglos nos han afectado. Mis quejas van contra aquellos que protestan por TODO, absolutamente TODO, hasta por las tonterías más grandes. La capacidad de un ofendidito para escandalizarse se sale de las gráficas, y son famosos por hacer una guerra de todo cuanto se les pone a tiro, hasta de las cosas más triviales

A tal punto han llegado las cosas que tenemos que emplear un lenguaje especial cada vez que nos dirijamos a un ofendidito. Porque claro, uno no puede acercarse a uno de estos Copitos de Nieve y decirle "Hola, ¿qué tal estás?" sin más, sin vaselina ni nada. ¡Que eso es ofensivo! Y vosotros diréis: ¿Pero en qué he podido yo ofender a esta persona, si solo la he saludado? Pues lo has hecho, y en Cabronazi lo saben mejor que tú. Por eso, en su infinita sabiduría, han reunido para nosotros estas trece frases que, según ellos, una persona que se considere inteligente no debería decir nunca para no herir sensibilidades.

¿Creéis que exagero? Seguid leyendo.



1. Pareces cansado: Esta es una de las frases que más podemos escuchar en nuestro día a día… y deberíamos ir con cuidado. Diciendo esto, estamos mandando el siguiente mensaje: tienes un aspecto tremendamente lamentable. ¿Solución? Preguntar directamente por cómo está la persona.

Empezamos fuerte con la primera frase de la lista. Al parecer, al iluminado que ha escrito este artículo le da la impresión de que si le decimos a alguien que parece estar cansado, lo que en realidad estamos insinuando es que nos da la impresión de que tiene un aspecto deplorable. Es decir, que si nos consideramos inteligentes no podemos decirle esa barbaridad a una persona porque es como si la estuviéramos insultando. Es curioso que en ningún caso se plantee la posibilidad de que una persona pueda estar demostrando sincera preocupación al hacer esa pregunta si su amigo o pariente está demasiado pálido, ojeroso y demacrado, pero veréis que esto va a ser habitual en las siguientes citas.



2. Siempre o nunca: No podemos vivir una vida sin ningún tipo de gris. Todo tiene matices y es importante saber vivir con ellos. No tenemos que ser tan planos y debemos tomar nuestras decisiones en base a la probabilidad, en cualquier caso.

Vaya, ahora parece que las personas que se consideren inteligentes tampoco pueden decir siempre o nunca, porque esas palabras son tan definitivas y contundentes que las nuevas generaciones no serían capaces de soportar la intensidad que comportan. Supongo que el autor del artículo se refiere al empleo que se hace de ellas en frases tales como “Siempre te querré” o “Nunca volveré a confiar en ti”, por poner dos ejemplos de los más utilizados en el día a día. Estoy de acuerdo en que actuar de acuerdo al significado de siempre y nunca puede ser demasiado rígido, pero me llama la atención el hecho de que el autor del artículo parece obviar el significado metafórico que encierran estos dos adverbios. Es como si creyera de verdad que cuando una persona utiliza esas palabras en una frase, lo está haciendo con toda la intención de cumplir lo que dice. No se plantea que pueda ser una hipérbole (si esa persona me está leyendo, hipérbole es sinónimo de exageración) o que, simplemente, son palabras que suele utilizar en su habla habitual y no se plantea darles un significado mayor.



3. Como dije antes: Indirectamente, lo que le estás diciendo al interlocutor es que no está atento y que, de forma constante, le has de estar repitiendo cosas que ya le has dicho. Quizá eres tú el que no está transmitiendo correctamente el mensaje.

Otra tontería más para el saco, y una nueva (mal)intención del autor de interpretar como le da la gana una frase que puede utilizarse en cualquier discurso o explicación y que sirve de enlace para un punto que se ha tratado con anterioridad. Una vez más, no se le adjudica más que un significado a esta locución, y me atrevo a decir que el autor incluso la ha escrito poniéndole un soniquete sarcástico para que suene borde y maleducado porque, obviamente, no cabe otra interpretación posible para esta frase.



4. Buena suerte: Decirle esto a alguien podría malinterpretarse. De forma indirecta, lo que estás diciendo es que la otra persona no tiene suficientes cualidades por sí misma y tendrá que depender de la suerte para poder tener éxito en su empresa.

Vaya, no sabía que ahora es de personas poco inteligentes desearle buena suerte a una persona. Lo que el autor nos dice es que con esa frase tan simple, lo que estamos insinuando es que consideramos a nuestro interlocutor un zoquete del tamaño de una catedral, puesto que solo con mucha suerte conseguirá llevar a cabo lo que se proponga.

Pero vamos a ver, ¿tan difícil es no buscarle los tres pies al gato y pensar que una persona puede desearnos buena suerte porque de verdad quiere que tengamos buena suerte en la vida? De verdad, qué cansancio de gente…



5. Lo que tú quieras: Esto denota una clara falta de interés que no nos conviene en absoluto. Deberíamos ser capaces siempre de dar nuestra opinión sincera, aunque nos cueste un mayor esfuerzo.

No, querido. Lo que esto denota son ganas de no seguir discutiendo con la otra persona, sobre todo si es tan cabezota que se empecina en no atender a razones ni escuchar lo que el otro le tiene que decir. Sería como tú dices en el caso de que se pronuncie en tono neutro y desapasionado, como si esa persona cediera ante los deseos de otra. O igual es porque no tiene un plan mejor y prefiere que la otra persona lleve la voz cantante, ¿se te había ocurrido pensar eso?



6. Has perdido muchísimo peso: Esto podría parecer un cumplido, pero lo que estamos diciendo, en realidad, es que la otra persona antes no estaba bien, según tu criterio, y podría sentirse juzgada. Es mejor, simplemente, comentar que la otra persona tiene un buen aspecto.

De acuerdo, pero con matices. Según el autor de esta sentencia, decirle a una persona que ha perdido mucho peso es juzgarla a la baja, insinuando que antes estaba mal y que ahora, bajo nuestro punto de vista, está bien. Lo que no aclara es que si a una persona que está demasiado delgada o demasiado gorda le decimos que tiene muy buen aspecto, también le estamos juzgando según nuestro criterio de belleza. ¿Si una chica es anoréxica, le vas a decir que tiene muy buen aspecto? ¿Y si padece obesidad mórbida? Igual debería aplicarse el cuento de la frase anterior y dar su opinión sincera, aunque le cueste un mayor esfuerzo.



7. Eras demasiado bueno/a para esa persona: Estamos tocando el tema de las relaciones interpersonales y eso puede resultar muy delicado. Si lo que hacemos es hacer una valoración de este estilo, lo que estamos diciendo es que el interlocutor podría haber tenido mal gusto a la hora de escoger… optemos por algo del estilo “¡Él/ella se lo pierde!”

Vaya, resulta que ahora tampoco se puede decir esta frase (más bien es un cliché sociológico) ni siquiera en el caso de que estés intentando consolar a una persona que ha sufrido una ruptura. Una vez más (y no será la última), el autor se empeña en tomarse las cosas a la tremenda y tirar por el camino que no es. Es como si quisiera malinterpretar la frase a propósito, como si todo le ofendiera.

Por cierto, la frase que da como opción es todavía peor, sobre todo si queremos ser puntillosos y le respondemos que la otra persona sabe perfectamente lo que se pierde porque fue la que decidió cortar la relación. Y si lo hizo, será por algo, ¿no?



8. Estás muy bien para tu edad: No partamos de la premisa de que hay una “edad mala”. Es mejor destacar los aspectos positivos y ya está, no unir estos a otras características que nadie puede escoger.

Perdona, pero nadie está partiendo de esa premisa que dices. Lo que se quiere decir con esta frase es que, por lo general, a ciertas edades se notan más los defectos y el desgaste del tiempo en el aspecto físico de una persona. Pero no creo que nadie lo diga para insultar o para faltar al respeto. Es otra fórmula de cortesía para decir, de manera global, que esa persona tiene un aspecto juvenil a pesar de haber cumplido ya los 75 años, porque la juventud se sigue viendo como sinónimo de belleza y lozanía. Según el criterio de este autor (y dado que cada uno tiene sus propios criterios de belleza con respecto a los demás), tal vez sería más adecuado agasajar a esa persona con un cumplido como “¡Caramba, qué cartucheras más bonitas y bien trabajadas que tienes! No las tenías así hace diez años; se nota que te has empleado a fondo para que aumenten. ¡Ole tú y ole tu chocho!”.



9. Eso no es justo: A la hora de opinar de forma negativa sobre algo, no apeles a conceptos abstractos y grandilocuentes como la “justicia”. Limítate a dar tu opinión y a que sean tus argumentos los que ganen o no la conversación.

O, lo que es lo mismo, si dices que algo “no es justo” es como si tuvieras un berrinche de niño pequeño y ése fuera tu único argumento para defenderte. ¿De verdad hay que sacar esta expresión del vocabulario solo porque, según tu criterio personal, te suena banal? Estoy segura de que hay otros contextos en los que se puede utilizar el “no es justo” con toda tranquilidad y sin miedo a parecer un infante caprichoso, como opinar que en un concurso de talentos en el que se presentan niños de diversas edades, ganen por defecto los niños más pequeños porque si no se les rompe la ilusión y lloran. Como los ofendiditos.



10. Voy a hacer una pregunta absurda: Aquí lo que estás reflejando es pura inseguridad. No le sirvamos en bandeja a la otra persona tener unos prejuicios sobre lo que vamos a decir, porque esto puede condicionar su respuesta, y no necesariamente para bien.

Sí, podría ser inseguridad, pero el mostrarse inseguro también es de personas inteligentes. De hecho, solo los necios están seguros de todo, hasta de lo que no saben. Si una persona dice “voy a hacer una pregunta absurda”, lo que en realidad está diciendo es que ha hecho esa misma pregunta otras veces y la gente se ha reído de ella o la ha tildado de simplona. A pesar del miedo que siente a que vuelvan a tacharla de simple y vacía, su curiosidad puede más y se arriesga a hacer la pregunta para obtener la máxima información posible. ¿Eso es de personas poco inteligentes?



11. Lo intentaré: Dar esta respuesta es hacer gala de una inseguridad absoluta. Puede que no consigas tu objetivo, pero es mejor dejar clara la forma en la que lo intentarás que no destacar el hecho de que ves poco probable el éxito.

Madre mía, faltaba que dijera lo de “Hazlo o no lo hagas, pero no lo intentes” y habría redondeado la frase. Para el señor, señora o señore (que ya no sé qué género hay que utilizar, carajo) que ha escrito esto, la frase “lo intentaré” no es una señal de prudencia, sino de inseguridad. Una vez más (¿cuántas van?), entiende esta frase en el contexto que le da la gana y no se plantea la posibilidad de que se pueda aplicar a otras situaciones. Como ya he dicho antes (sí, es una referencia al punto 3. Badum tss!), una persona puede simplemente ser prudente al decir la frase “lo intentaré”, y no porque no confíe en sus propias habilidades para llevar a cabo una empresa, sino porque quizá no sabe cómo se van a desarrollar las cosas y prefiere no arriesgarse con un rotundo “lo conseguiré”.



12. No es mi culpa: No hay forma de decir esta frase y que no se genere una tensión innecesaria. No partas de la premisa de que la gente te va a señalar como el culpable de lo que sea que haya ocurrido. Tú mismo te estás poniendo entre la espada y la pared.

También se podría ver como una manera de echar balones fuera o, lo que es lo mismo, escurrir el bulto para descargar las culpas en otra persona. ¿Por qué no explicas los diferentes contextos y después vemos si se puede aplicar la frase o no? Porque sigo sin ver qué tiene esto de poco inteligente.



13. Así es como se ha hecho siempre: Los seres humanos deberíamos aspirar a la evolución. Si algo se ha hecho siempre de una forma, no debemos estar cerrados a que, quizás, se pueda hacer mejor de otra. Las cosas cambian demasiado rápido como para estar anclados al pasado.

La única en la que estoy de acuerdo, por increíble que parezca. Esta es la única frase que, bajo mi punto de vista, deberíamos tener más cuidado de decir. Eso sí, sin desdeñar la experiencia de los que nos han precedido y que ya están de vuelta cuando nosotros todavía vamos para allá. La evolución no consiste solo en avanzar hacia delante, sino en mirar hacia atrás y aprender del pasado todo lo bueno y lo malo, y luego actuar en consecuencia. Eso sería lo más inteligente que uno puede hacer.


Y hasta aquí por hoy, lectores. Sé que esta no suele ser la tónica habitual en mi blog, pero la verdad es que me ha tocado bastante la moral leer ese artículo, quizá porque ya estoy hasta las narices de ver cómo esta sociedad se hipersensibiliza a pasos agigantados, hasta el punto de que no se puede decir la frase más sencilla sin temor a ofender los sentimientos de los Copitos de Nieve más cercanos.

Nos vemos en la próxima. ¡Hasta pronto!

sábado, 10 de noviembre de 2018

Memorias de la XXIII EstelCon


¡Hola a todos!

Hoy va a ser un post un poco diferente a lo habitual. Como ya sabéis, sobre todo si os habéis pasado por aquí alguna que otra vez o tenéis la costumbre de leerme, las cosas que suelo colgar en este pequeño y humilde espacio son de temática friki cuando algo me apasiona mucho, histórica cuando mi vena académica sale a relucir y artística cuando me dejo llevar por mi imaginación. Pero hoy va a ser algo más íntimo, algo más ligado a mi corazón y al de todos aquellos con quienes compartí cuatro días que se convirtieron en el bálsamo que mi espíritu necesitaba. Por lo general, los seres humanos dedicamos un tiempo muy largo a buscar momentos y sensaciones que nos llenen de paz, de vida, de luz, de calor... pero a veces solo son necesarios cuatro días para vivir esa experiencia en toda su plenitud. Yo lo he vivido así.

Pero pongámonos en situación. Embalse de Benagéber, Comunidad Valenciana, año 2018. En un albergue medio oculto entre pinos y montañas se iba a celebrar la XXIII Mereth Aderthad, es decir, la fiesta de la reunión, un acontecimiento que todo amante de la obra de J. R. R. Tolkien espera con fervor durante todo un año. Ciento cincuenta personas venidas de todas partes de España se iban a encontrar (y reencontrar) en este albergue al cual muchas manos se prestaron para adornarlo para la ocasión con estandartes, música, baile, canciones y, sobre todo, muchísima ilusión. Al poner los pies allí volví a sentir una emoción conocida que he experimentado, por desgracia, pocas veces en la vida. Allí estábamos todos, un año más. Rostros conocidos se mezclaban con caras que todavía no me resultaban familiares, pero todos teníamos algo en común: el deseo de reunirnos para conmemorar la obra del Profesor, honrarla y mostrársela en todo su esplendor a quienes querían acercarse a ella.

Para este artículo, he decidido estructurarlo en cuatro apartados, tal como hizo Tolkien en el prólogo de La Comunidad del Anillo, no solo porque me parece una manera de rendirle homenaje, sino también porque creo que solo así podré abarcar en su totalidad todo lo que quiero expresar.


*De los amigos antiguos y los nuevos

Empezamos por lo que yo considero que es una de las mejores partes de una EstelCon, que es el reencuentro con aquellos amigos a los que hace mucho tiempo que no vemos. A pesar de que vivimos en una época hiperconectada en la que saber cómo se encuentran nuestros amigos está solo a un clic de distancia, no hay nada comparable a volver a ver a esas personas cara a cara y darles un fuerte abrazo cargado de sentimientos. Sentir la calidez de su corazón y mirar por fin esos ojos reales, brillantes, reflejo de mil emociones que llegaban al alma. "Aquí estoy", decían sin necesidad de usar palabras; no se necesitan cuando el corazón habla.

Pero una EstelCon también es el lugar donde se pueden hacer nuevos amigos y, con un poco de voluntad, es muy posible que la forja de esas nuevas amistades dure mucho tiempo, cuando no toda la vida. Los lazos de la amistad son como una buena espada: requieren mucho trabajo y es necesario poner mucho empeño, pero si todo sale bien el resultado es inmejorable. Y puedo decir que este año mi experiencia ha sido de lo más positiva, algo por lo que siempre estaré agradecida. En esta EstelCon he tenido la oportunidad de conocer a personas que me han acogido, me han hecho reír, me han escuchado, me han dado ánimos y me han hecho partícipe de sus planes y actividades. Gente a la que no conocía de nada, pero que me ha abierto los ojos a nuevas realidades y a un mundo infinito de fantasía donde todo es posible.

No sé si es necesario que pase un tiempo prudente para llamar "amigo" a alguien; hoy en día tendemos a banalizar palabras tan hermosas como amistad, amor o compañerismo. No sé si cuatro días al lado de una persona son suficientes como para considerarla amiga, pero tal vez mi corazón estaba presto para hacerlo y quería que aquellas personas que conocí allí tuvieran un lugar en él. Todas se lo han ganado, en mayor o menor medida. Todas esas personas ya forman parte de mí de una manera u otra, y lo que le han aportado a mi vida nadie me lo quitará jamás, ni yo lo olvidaré mientras tenga memoria. En el momento de la despedida hubo muchos abrazos y lágrimas pero, sobre todo, la promesa de volver a vernos pronto. Y sé que esa promesa se cumplirá. Tan cierto como que el sol sale todas las mañanas, el reencuentro con los amigos nuevos y viejos se llevará a cabo nuevamente, y volveremos a experimentar ese calor en el corazón que es como el fuego del hogar, agradable y reconfortante.


*Del valor que se oculta dentro de uno mismo

Hay una frase muy acertada que dice que el miedo es la emoción más difícil de dominar. Si sentimos dolor, lo podemos aliviar llorando; si sentimos rabia, la reducimos gritando. Pero el miedo nos invade silenciosamente y ataca nuestro corazón sin que seamos conscientes de ello ni sepamos qué hacer para evitarlo. Es muy normal tener miedo, y más si eres una persona con tendencia a la timidez, a esconderse cuando hay mucha gente mirando y no sabes qué decir mientras bajas la vista, esperando que el suelo o tus pies te den una respuesta que nunca llegará.

Pero el miedo tiene algo bueno y es que, cuando corres hacia él, huye despavorido. El miedo a mezclarme entre desconocidos y a no encajar entre ellos surgió con bastante fuerza en mi primera EstelCon, allá por 2016, y fue la gran culpable de que me acobardara y me hiciera retroceder a la hora de apuntarme a actividades que me llamaban mucho la atención pero que temía no saber realizar y acabara molestando a los demás por ello. Este año no fue así; no dejé que fuera así. Al saber más o menos en qué consistía una EstelCon, pude enfocar la elección de actividades de la manera que mejor se ajustaba a mí, y me alegra poder decir que he participado en más de las que esperaba; algunas de ellas no entraban en mis planes iniciales, pero no lamento haberme metido en ellas, pues me lo he pasado muy bien y he aprendido que el miedo puede ser un poderoso enemigo que nos evita disfrutar de la vida en su máximo esplendor.


*De los bailes, canciones, lecturas y actividades

En los cuatro días que dura una EstelCon hay tiempo para hacer muchas cosas con amigos y compañeros de fortuna. La obra de Tolkien ha dado origen a estudios, ensayos, conferencias y debates muy interesantes que aportan un mayor conocimiento a quienes intentamos saber más y ahondar en el legado del Profesor. Siempre es un verdadero placer asistir a una de las charlas que se dan en una Mereth Aderthad, pues es una oportunidad magnífica para aprender muchas cosas que no sabíamos (o para iniciar debates sobre los Elfos comeflores, por qué no).

Pero no todo iba a ser academicismo y erudición acerca del universo Tolkien, pues también hubo espacio para juegos y actividades relacionadas que hicieron las delicias de muchos de nosotros y nos ayudaron a embebernos del espíritu de la Tierra Media. Talleres como el de elaboración de remedios naturales, el diseño de laberintos o el de un cuaderno de viajes, dedicados a aquellos cuyas manos son incapaces de estarse quietas y quieren hacer algo bello y productivo (es inevitable acordarse de Sam Gamyi, el hobbit que encontraba la felicidad más grande en las cosas sencillas de la vida). Clases de baile al aire libre que pusieron a prueba nuestra agilidad de pies y capacidad para aprender tres pasos diferentes sin pisar al compañero de al lado. Canciones y musicales creados para alegrar el ánimo o enriquecer el espíritu de los atentos espectadores, dando lugar a momentos emotivos y cómicos a partes iguales. Alguien dijo una vez que no hay música más bella que la risa que sale del corazón, y por eso puedo afirmar que en esta EstelCon no ha habido música más hermosa y sincera que la que nació de todos nosotros (con permiso de Eru y los Áinur, claro está).

Quisiera dedicar aquí unas palabras especiales para el juego de rol en vivo, ya que esta fue mi primera incursión en este mundo del que tantas veces había oído hablar y por el que sentía una gran curiosidad, pero que por miedo o desgana había dejado relegado a un segundo plano. Pese a que temblaba como una hoja cuando llegó el momento de empezar el juego, a los pocos minutos ya me sentía tan relajada que pude disfrutar de dos cortísimas horas de juego rodeada de gente increíble e implicada. Cabe destacar el final inesperado de la partida que, unido al buen humor general, arrancó auténticas carcajadas y puso el broche de oro a una tarde magnífica.

Y, como no podía ser menos en la celebración de uno de los escritores más grandes que jamás han existido, también ha habido momentos para la lectura de fragmentos, poemas y cuentos tolkienianos. Reunidos al estilo de una corte señorial en torno a nuestro maestro de ceremonias, unos pocos elegidos tuvimos el honor de llevar a cabo una pequeña representación que espero haya deleitado a nuestros oyentes. He disfrutado mucho leyendo ante todos los presentes y, pese a lo nerviosa que estaba, no me arrepiento de haberme apuntado a la actividad. Creo que ese fue uno de los primeros momentos en los que la magia, la verdadera magia, hizo su aparición y nos acompañó hasta el final de esos cuatro días inolvidables.


*De las risas y las lágrimas

Pero todas las cosas deben llegar a su fin, y el fin de la Mereth Aderthad llegó más pronto de lo que todos queríamos. Después de disfrutar de la cena de gala, con sus brindis cargados de sentimiento y sus canciones que llegaban al alma, llegó el temido momento: el de la despedida. Tras realizar la entrega de premios y homenajear al smial organizador de la mereth, todos los presentes pusimos toda nuestra atención a la lectura final, que no es otra que la marcha de Frodo, Bilbo, Gandalf y Galadriel en un barco rumbo a las Tierras Imperecederas. Un cierre perfecto para una grandísima historia, pero que no deja de ser un tanto agridulce porque Frodo, a pesar de haber llevado a cabo una de las pruebas más difíciles que le pueden tocar a una persona, se ve incapaz de disfrutar de las dádivas del héroe y sufre durante años las secuelas de haber llevado colgada al cuello la más pesada de las cargas. Solo hay un lugar donde por fin podrá alcanzar la tan ansiada paz de espíritu, pero para eso es necesario que deje atrás todo cuanto amaba y tome rumbo al Oeste.

Siempre me ha producido una tremenda congoja esa parte de El Retorno del Rey, pues comparto la tristeza de Sam ante la pérdida inevitable de su amo, amigo y compañero. Pero a pesar de las amargas lágrimas, que son las mismas que cayeron de nuestros ojos en medio de la lectura, nos queda el consuelo de que el tiempo vivido ha sido pleno y nuestras experiencias, vívidas en nuestra memoria, permanecerán en nuestro interior hasta que nos llegue el momento de partir. Risas y lágrimas entremezcladas. La amargura de la despedida unida a la sonrisa de la esperanza y a la promesa de volver a vernos en un futuro no muy lejano. Como bien decía Gandalf, no todas las lágrimas son malas. Ésa fue su última lección, y puede que la más sabia y verdadera.

Y así fue como terminó uno de los períodos más felices de mi vida, corto e intenso a partes iguales. El camino de vuelta a casa, marcado por ese silencio solemne en el que se entremezclan el cansancio y la pena, no fue tan amargo para mí como la primera vez, quizá porque tuve la oportunidad de compartirlo con tres personas a las que quiero muchísimo. Volvíamos otra vez a la vida cotidiana, con su ritmo ajetreado y las obligaciones que todos tenemos que cumplir, pero regresábamos con el espíritu renovado y la mente clara. No son muchas las veces que me ha tocado vivir una experiencia tan enriquecedora como lo fue esta EstelCon, pero creo que todos regresamos a casa con el mismo pensamiento en la cabeza: El haber sido partícipes de algo tan grande como es la celebración de la amistad que, ojalá, dure por muchos, muchos años.

Gracias de corazón a todos los que lo habéis hecho posible.

martes, 6 de noviembre de 2018

La leyenda del mes: ¿Por qué es salada el agua de mar?


¡Hola a todos!

Sí, sé que este mes empezó hace seis días y yo no he subido la entrada correspondiente, pero tengo una buena excusa y es que me he tomado unos días libres en el trabajo para ir a la Estelcon que se ha celebrado este año en Benagéber, y de la que he vuelto este mismo lunes. Decir que ha sido una experiencia maravillosa es quedarse corta, pero puede que os cuente un poco más en los próximos días. Han pasado tantas cosas que siento la necesidad de compartirlo con todos vosotros con la esperanza de pasaros un trocito de la felicidad que todavía me embarga.

Pero vayamos por partes, porque no se puede empezar el mes sin la entrada correspondiente del calendario bloguero. Así que para hoy os he traído otra nueva leyenda gallega, que espero que os guste mucho.


¿Por qué es salada el agua de mar?




Dice la Biblia que en el principio Dios creó los cielos y la tierra, pero después hizo que las aguas se juntaran en un lado y que en el otro quedara la parte seca. Pero las aguas eran todas dulces en general, tanto las de los ríos y fuentes como las de los mares, aunque después de un tiempo las aguas del mar se volvieron saladas, y hay quien dice que fue por esto que voy a contaros.

Casi desde el comienzo del mundo, los hombres empezaron a vagar por la tierra en busca de alimento, ya fueran frutas, cereales, carne o pescado. Obligados por la necesidad, poco a poco aprendieron a cocinar sus alimentos, y después a construir embarcaciones para navegar por el mar y carros para trasladarse de un lugar a otro, y después a intercambiar objetos y alimentos y a comerciar unos con otros.

Una vez, un hombre que navegaba en su barco fue a parar cierto día a una isla que tenía unos montecillos de lo que parecía ser arena muy blanca, y descubrió que aquella arena era muy buena para conservar la carne sin que se pudriera. Era sal. Entonces, aquel hombre empezó a llevar cargamentos de sal y la vendía, y gracias a eso se convirtió en un mercader rico y próspero.

En uno de sus viajes, el mercader llegó a un pueblo marinero de Galicia, donde conoció a una joven muy sencilla y hermosa, hija de un marinero pescador. El mercader se enamoró de la muchacha y, como ella no le era indiferente, los dos se casaron poco tiempo después. Pero sucedió que el mercader tuvo que hacerse a la mar otra vez, y se despidió de su mujer con estas palabras:

—Olaya, yo he de irme para hacer otro viaje. Tú no puedes venir conmigo en el barco pero, ¿me esperarás hasta mi regreso?

—Yo soy tu esposa —respondió ella—, y te aguardaré y rogaré siempre al mar para que tenga compasión de nosotros y te deje volver sano y salvo.

Pero mientras el mercader se hallaba ausente, un poderoso señor que vivía en un castillo próximo al puerto de los pescadores sintió en su espíritu ambicioso el ansia de poseer a aquella mujer, a la fiel Olaya, e hizo todo lo posible por engatusarla con halagos y obsequios. Pero todo fue en balde porque Olaya, fiel a su esposo, rechazó enojada y ofendida las pretensiones del señor.

Pero la negativa de Olaya encendió más aún las ansias del señor, que se creía dueño de todo lo que abarcaban sus territorios; y una noche, con la ayuda de sus criados, asaltó la casa de Olaya que, a pesar de sus desesperados esfuerzos, fue rendida por la fuerza. Cuando el mercader regresó a su hogar al cabo de un tiempo, supo todo lo que le había ocurrido a su esposa. Hizo todo lo posible por recuperarla, por arrancarla de los brazos del señor, pero al ser el señor también la justicia del pueblo, se vio obligado a regresar al mar con el corazón destrozado.

Pasaron dos o tres años; el mercader consiguió amasar una buena fortuna y concibió la idea de reunir gentes armadas para asaltar el castillo del pérfido señor que le había robado a su esposa, pero cuando llegó a la tierra de su amada descubrió que el castillo había desaparecido y que las olas batían sobre las piedras que habían pertenecido a los muros derribados, esparcidos entre la arena. El mercader corrió entonces a la casa de su suegro, y allí encontró a su querida Olaya, que salió corriendo a recibirle entre risas y lágrimas.

—¡Olaya! ¡Eres tú! —exclamó el mercader.

—¡Sí, amor mío: yo, esperándote siempre!

—Pero, ¿cómo ha sido? ¿Qué es lo que ha pasado?

—Un día —dijo entonces su esposa—, el mar se embraveció y grandes oleadas rompían contra los muros del castillo. El mar batía furioso y las aguas llegaban hasta lo más alto de las torres, invadiéndolo todo. Los muros temblaron y se derrumbaron sobre las mismas aguas que los azotaban. El señor rugía enloquecido, daba órdenes, corría de un lado para otro, denostando y blasfemando, y en un momento de su cólera cayó al mar, y con él, otros de sus criados. Todos se ahogaron. Solamente yo y alguna de las sirvientas que se habían portado bien conmigo durante mi cautiverio nos salvamos de milagro. Después de que murieran los crueles servidores y su amo, el mar se calmó y yo pude volver a la casa de mi padre.

—Pues si el mar te ha salvado —dijo entonces el mercader—, yo le soy deudor de este gran bien que me ha hecho y tengo que demostrarle mi agradecimiento.

Y, dirigiéndose a las aguas, exclamó:

—¡Oh, mar! Tú, que me has ayudado siempre en mis empresas, me has hecho también el mejor servicio de mi vida devolviéndome a mi esposa, a mi querida Olaya, que un infame señor me había arrebatado. Tú has derribado con su castillo su orgullo, su ambición y su poder; tú has hecho justicia, haciéndole pagar con la vida su crueldad. ¡Oh, mar! Toda la gente admira tu grandeza, tu riqueza y tu poder. En adelante, si quieres venir conmigo, todos admirarán también el sabor de tus aguas.

Y parece ser que el mar quedó complacido por sus palabras pues, según se dice, siguió al mercader en su siguiente viaje a la isla de la sal y la invadió, sumergiéndola, haciéndola desaparecer en las profundidades, y desde entonces el mar es siempre salado.

Después, el mercader, ya rico y viendo desaparecer su isla, volvió a la tierra de su esposa y vivió dichoso con ella hasta que murió de viejo.