viernes, 17 de enero de 2014

Los programas de nuestra vida


Cuando vuelvo la vista atrás, me gusta recordar aquellas cosas que me hacían feliz simplemente por el hecho de que me permitían pasar un tiempo muy entretenido con mi familia. Aunque a veces se tacha a los de mi generación como “Generación de los Televisivos”, lo cierto es que creo que no es para tanto. En mi opinión, se ve mucho más la televisión ahora que antes. Y otra cosa: los programas que emiten ahora en prime-time no son, ni de lejos, tan entrañables como los de antes, porque están pensados para un público adulto, en vez de dedicarlos a toda la familia.

Por eso hoy quiero dedicar este ranking a seis programas que a mí me marcaron para toda la vida y que no olvidaré fácilmente, ya sea por sus presentadores, por el contenido que ofrecían o por las pegadizas melodías y expresiones que cuajaron en toda una generación.

Preparad palomitas, sentaos tranquilamente y disfrutad: Este es el TOP 6 de los programas más memorables de nuestra infancia y juventud.



6) Furor




Si nos paramos a pensarlo bien, Furor era un programa sin sentido. Es decir, la mayoría de los programas nocturnos de los 90 tenían una finalidad, un objetivo claro, por decirlo de algún modo. Pero Furor fue distinto: no era un concurso, ni un programa de reencuentros, ni algo que estuviera pensado para entretener con fines culturales. No había premios en metálico ni bonificaciones para los ganadores. Era simplemente un programa en el que se reclutaba a personajes famosos de la televisión o el teatro para cantar canciones en versión karaoke.

Lo que Furor añadía como novedad era la lucha amistosa entre hombres y mujeres, cosa que siempre gusta a la juventud (la batalla de sexos sigue y seguirá siendo un tema recurrente). Los invitados eran separados en dos grupos, por un lado las chicas y por el otro los chicos; del mismo modo, el público también estaba debidamente separado. Alonso Caparrós, el encargado de conducir el programa, anunciaba las pruebas de canto y, dependiendo de la habilidad en la ejecución de cada concursante, otorgaba minipuntos y puntos al grupo de los chicos o de las chicas.

Pero si por algo será recordado Furor es por sus melodías y consignas pegadizas. Porque soy testigo de que aún hoy en día se siguen cantando los slogans de Furor. Cuando sucede algo que nos conmueve, canturreamos “¡Qué bo-ni-to, qué bo-ni-to!”. Cuando alguien dice la palabra popurrí, todos gritamos “¡Po-pu-rrí, popurrí!”. Ya sé que es imposible reproducir aquí el tono de los canturreos, pero todos tenéis en mente las cancioncillas, ¿a que sí?

Por eso, aunque el programa no durara mucho y no tuviera mucho sentido, yo lo coloco aquí porque a todos se nos ha quedado dentro un trocito de Furor, y creo que eso es bueno.


5) El Gran Juego de la Oca




El memorable y adictivo Juego de la Oca, pasión de infantes y entretenimiento de adultos, es un programa que todos hemos visto alguna que otra vez. Fue emitido en Antena 3 entre 1993 y 1995, y nuevamente en Telecinco en 1998, y presentado, entre otros, por Emilio Aragón, uno de los personajes más queridos de la televisión.

La mecánica del juego es bien sencilla y conocida por todos. Se trata de una reproducción a tamaño real (y un poco más letal) del archifamoso juego de la oca que todos teníamos en casa, en la parte de atrás del parchís. Había cuatro concursantes, cada uno vestido de un color, que tiraban los dados y se movían por el gigantesco tablero con el objetivo de llegar a la meta. Lo que le añadía más gracia al asunto es que en cada casilla había una prueba que superar, y la gran mayoría de estas pruebas eran auténticos desafíos para la integridad del concursante, pues era frecuente que éste acabara magullado o lesionado.

Recuerdo que ya en el patio del recreo, los niños nos reuníamos por manadas para jugar al Juego de la Oca, que todos habíamos visto la noche anterior en la tele. Las baldosas del patio eran las casillas, y pintábamos algunas con tizas de colores para indicar que eran las de las pruebas especiales. Hasta ese punto llegaba la locura colectiva por el Juego de la Oca. Los más pequeños también disponíamos de la versión infantil que venía en los Bollicaos y que amenizó gran parte de nuestras tardes lluviosas.


4) ¿Qué Apostamos?




Cómo olvidar este memorable programa, precursor del Show de los Récords Guiness, en el que los espectadores éramos testigos de auténticas proezas, ya fueran de carácter atlético o simples talentos desarrollados al máximo. Estaba presentado por una pareja con gran química en pantalla: Ana García Obregón y Ramón García. Se emitió en Televisión Española en el año 1993 y duró hasta el año 2000, lo que no está nada mal.

El funcionamiento del programa era muy sencillo. Había cuatro pruebas, y cada una de ellas tenía que ser valorada según su dificultad. Los invitados que se sentaban en el gran sillón principal tenían que apostar una cantidad de dinero que oscilaba entre las 100.000 y las 500.000 pesetas a que lo conseguían o no. En caso de ganar, lo recaudado se destinaba al ganador de la prueba, pero si el invitado perdía, se ganaba papeletas para meterse en la ducha al final del programa, donde compartía remojón con uno de los presentadores.

Siempre recordaré ¿Qué Apostamos? como uno de los programas más esperados para verlo por televisión. Al menos, así era en mi casa. Nos gustaba a todos, sin excepción. A veces también hacíamos nuestras propias apuestas por los concursantes que más nos gustaban. Y, por supuesto, era obligado meterse con los vestidos hiperescotados de Ana Obregón y desear que acabara en la ducha.


3) Sorpresa ¡Sorpresa!




¡Acompáñameeee! ¡Déjate llevaaaar! ¿A que todos estáis cantando la famosa tonadilla de Sorpresa ¡Sorpresa!? No es de extrañar, porque este programa dejó una huella imborrable en quienes lo vimos allá por el año 1996. A lo largo de sus dos memorables temporadas ha tenido varios presentadores, pero la más recordada por todos es Isabel Gemio, cuya andadura mediática empezó precisamente con este programa.

Sorpresa ¡Sorpresa! fue un programa realmente inolvidable. Consistía en atender las peticiones de familiares y amigos de personas anónimas para recibir una sorpresa en riguroso directo. Dichas sorpresas podían ser conocer a un personaje famoso (nacional o internacional) o reencontrarse con familiares a los que hacían muchos años que no veían, lo que nos dejó momentos realmente emotivos y que nos llevaban al borde de las lágrimas. Mención aparte recibe la famosa leyenda urbana de Ricky Martin, el perro y el bote de mermelada, que al final (y dejémoslo claro de una vez por todas) NO SUCEDIÓ NUNCA, pero que contribuyó a acrecentar su popularidad.

Los programas del formato que presentó Sorpresa ¡Sorpresa! siguen siendo bastante populares. Aunque se encubren con otros nombres (Hay una Carta para TiHay una Cosa que te Quiero Decir, etc.), la base siempre es la misma: el reencuentro entre familiares con desavenencias o que buscan un acercamiento. Esto demuestra que la influencia de Sorpresa ¡Sorpresa! todavía no ha pasado y me parece que no pasará nunca.


2) El Informal




¡Buuuf! Reconozco que aquí lo he tenido bastante difícil para seleccionar al número 2 de mi lista, porque tanto este como el programa al que le he entregado la corona son muy especiales por la gran influencia que han tenido en mí.

El Informal fue algo más que un programa. Fue un estilo de vida. Fue una nueva manera de hacer humor. Fue lo más de lo más entre los adolescentes. El Informal puede jactarse de ser uno de los pocos programas de Telecinco que valía la pena, de la época en que todavía no se había pervertido y sacaba programas de calidad. Empezó a emitirse en el año 1998 y siguió hasta el año 2002, momento en que fue cancelado debido a una espectacular bajada de audiencia provocada por el auge de los reality shows y los programas del corazón.

Cuando hablo del Informal, indefectiblemente se me dibuja una sonrisa en la cara al recordar. Javier Capitán y Florentino Fernández amenizaban nuestras cenas dando las noticias en clave de humor. Recuerdo con especial cariño los graciosísimos doblajes de películas que hacían, parodiando a Charlton Heston, a Bette Davis, a Michael Landon... Había también espacios para las entrevistas que hacían los reporteros Felisuco e Inma del Moral, más tarde sustituida por Patricia Conde. Pero si hay algo que me encantaba del Informal eran sus parodias de canciones famosas (risas garantizadas con Me quiero reír y Pelo Patrás). La cantidad de expresiones que hicieron famosas son incontables, y yo todavía sigo diciendo algunas a día de hoy.

En fin, ¿para qué seguir redundando en lo mismo? Era un programa genial, un hito en mi adolescencia y lamenté mucho que lo hubieran quitado.


1) La Noche de los Castillos





¡Oh, sí! ¡Nivel de nostalgia al máximo! La Noche de los Castillos fue un corto pero intenso programa que se emitió en la Primera allá por el año 1995, y fue el gran culpable de acrecentar hasta tal punto mi amor por los castillos que me lanzó a estudiar Historia. Estaba presentado por Luis Fernando Alvés (con su sempiterna bufanda blanca) y por tres azafatas que acompañaban a los equipos de concursantes. Fue el gran proyecto de la Primera, que se gastaba cifras astronómicas en representar todo un ambiente medieval en varios castillos de España, como el de Loarre, el de Coca o el de Manzanares el Real. Pero el coste que le suponía a la cadena fue inversamente proporcional a su éxito de audiencias, ya que apenas cosechó buenos resultados y, tras 15 programas, fue cancelado.

Y me parece una lástima porque el programa molaba un montón. Tres equipos emprendían una carrera contrarreloj para entrar en un castillo, rescatar de su cautiverio a la hija del rey Folof (un brillante Anthony Quinn) y entregársela a cambio de una recompensa en metálico. En la primera fase, los equipos tenían que intentar llegar los primeros al castillo en un todoterreno, buscando durante el trayecto unos discos que luego podrían servirles de ayuda. El equipo que ganaba la carrera era el que tenía que buscar a la princesa dentro del castillo, para lo cual debían recaudar la mayor cantidad posible de oro, que se fundiría para crear una llave y abrir así la celda de la princesa. La cosa funcionaba un poco como un juego de rol, en el que todos los integrantes del castillo ejecutaban su papel a la perfección y trataban de ayudar a los concursantes. Por el medio también aparecía Torque, el malo, que venía precedido de una música bastante épica que anunciaba su llegada media hora antes de que apareciera, XD. En la tercera fase tenían que subir una especie de torreón para entregar a la princesa y llevarse el premio.

No tengo palabras para describir lo mucho que me gustaba este programa. No paraba de sonreír y emocionarme cada vez que veía las andanzas de aquellos rescatadores de princesas tan peculiares. Cada viernes noche se convertía para mí en una aventura fantástica, porque luego no paraba de soñar, de imaginarme que yo podría ser una de esos rescatadores, o una princesa en apuros (aunque creo recordar que a la princesa Laura no la habían rescatado y moría de un flechazo. Jo...). Y repito que, si estudié Historia, creo que fue en gran parte por la influencia que este programa tuvo en mí. Nunca podré olvidarme de La Noche de los Castillos; es algo que llevaré en el corazón durante toda mi vida.


Y hasta aquí mi lista de programas nostálgicos. Espero que os haya gustado y que os hayáis transportado de nuevo a aquellos años en los que la televisión parecía tener más calidad que ahora.

martes, 7 de enero de 2014

Navidades, una mala época para el ateísmo


Una de las preguntas a las que siempre me tengo que enfrentar desde que anuncié mi ateísmo es la siguiente: "Si eres atea, ¿por qué celebras la Navidad? Los ateos no creéis ni en Dios ni en Jesús, así que deberíais quedaros en casa encerrados o ir a trabajar mientras los demás estamos de fiesta".

Buen punto, estoy de acuerdo. Ahora voy a aclarar unas cuántas cosas para que todos aquellos creyentes, los que se consideran creyentes (que son muchos más) y los que pasan de las religiones pero se apuntan a un bombardeo (que son muchísimos más) entiendan el punto de vista de los que, como yo, decidimos no creer.

Empezamos por lo más obvio: Los ateos no celebramos la Navidad. Y no me vale decir que antes de que hubiera Navidad se celebraba la fiesta pagana de Saturnalia, porque era una festividad dedicada a Saturno, un dios romano. Difícilmente se puede festejar algo si no crees en una deidad pero te inclinas por otra; es una bofetada en toda la cara del Ateísmo. Desde aquí dejo claro que yo no he celebrado la Navidad porque va en contra de mi forma de pensar. No creo que exista Dios, así que no tengo nada que celebrar para honrarle, y la Navidad no es la excepción.

Sin embargo, parece que España se desboca cuando llega la Navidad. Mucha gente pierde el control cuando les digo que soy atea. Esto es verídico: me miran casi como si acabara de anunciar que soy el Anticristo. ¿Que no celebras la Navidad? ¡Blasfemia! ¡Abominación! ¡Esta tía es de Marte! ¡Es una comunista! 

Pero yo tengo la conciencia muy tranquila, porque sé que al menos mis convicciones son firmes, mientras que las suyas (las de la mayoría de gente que me he topado, vamos) son falsas y dudo que agradaran a Dios, si es que finalmente existe.

Para empezar, la Navidad se ha convertido en la antítesis de lo que realmente era. Si repasamos la entrañable imagen del nacimiento de Jesús, vemos que sucede de la forma más humilde. Un pobre carpintero lleva a su jovencísima esposa a un sucio establo para que dé a luz al que será el Mesías, el futuro rey del mundo. Esa es la escena que debería servir de base a todos los que se dicen cristianos para celebrar la Natividad: es su fiesta más importante, porque se celebra el cumpleaños de su Salvador.

Ahora veamos lo que tenemos a día de hoy. Durante las fiestas de Navidad, empieza la locura consumista. Padres que se gastan un dineral en múltiples regalos para los niños, abuelos que se dejan la pensión del mes en comprar manjares obscenamente caros para agasajar a su familia desunida por discordias varias, un aluvión de gente joven que se deja la pasta en "autoregalos" tan humildes como un Smartphone, un Ipad, una Play Station 4... ¡Ah, sí! Y todos ellos creen en Dios y en Jesús.

Por favor, no hagáis que me carcajee.

La mayoría de la gente no celebra la Navidad, porque para ellos el cristianismo es algo secundario. Puedo contar con los dedos de una sola mano a las personas que celebran de verdad la Navidad, y ésas personas son las que tienen todo mi respeto porque actúan acorde a sus creencias. En otras palabras, saben lo que están celebrando y son felices en esta época.

Pero los demás mienten al decir que celebran la Navidad. Lo único que les gusta de esa fecha es que les dan vacaciones y les hacen regalos. No asisten a la Misa del Gallo, no se creen los villancicos que cantan en plena borrachera navideña y no honran el verdadero espíritu navideño. Es decir, que no son consecuentes con sus palabras. Sin embargo, son los primeros en señalarme como transgresora, como diferente al resto del mundo. Pues yo dudo mucho que su manera de actuar sea la más coherente.

Vale, admito que no todo tiene que ser consumismo en Navidad. De hecho, una de las cosas más bonitas que ofrece es la reunión familiar. Es muy bonito ver a las familias reencontrándose con parientes a los que hace mucho tiempo que no ven, que vuelven a casa precisamente para pasar esas fechas con sus seres queridos. También es un buen momento para tratar de limar asperezas, hacer un acercamiento a familiares con los que apenas hablamos y pasar un buen momento en familia. Teniendo en cuenta que en mi familia la única realmente cristiana es mi abuela y los demás pasan de todo... ¿tengo yo que quedarme sola en casa porque soy atea? Pues yo creo que no, la verdad. Lo que yo celebro es la alegría de vernos a todos reunidos, la dicha de estar vivos y disfrutando. Eso es lo que hago.

¿Que los ateos nos aprovechamos de una fiesta religiosa? Sí, igual que los demás.

Uno de mis parientes se ha convertido hace poco al Islam y rechazó airado una loncha de jamón que mi abuelo le ofreció... sin darse cuenta de que sus parientes musulmanes comían del animal que consideran impuro (por separado y sin que el que estaba al lado se enterara, eso sí. Que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda). También recuerdo que, hablando con varias personas, se producía indefectiblemente el siguiente diálogo:

-Yo: Oye, ¿tú celebras la Navidad?
-Él/Ella: Sí, claro. Como todo el mundo. ¿Tú no?
-Yo: Es que yo soy atea y no creo en Dios.
-Él/Ella: Pero eso da igual, ¿no? El caso es celebrarlo con la familia.
-Yo: ¿Pero eso no te parece una contradicción? ¿Tú crees en Dios?
-Él/Ella: ¡Qué va! Pero es que nos reunimos todos para cenar porque si no mis padres se ponen como locos y nos montan un escándalo. Y yo hago lo que sea con tal de no discutir con ellos.

Más contradicciones. La Navidad no debería celebrarse porque sí ni porque se considere una obligación, sino por verdadera devoción. Y siento decir que apenas veo devoción en la gente que celebra la Navidad con el entusiasmo más visible. Veo consumismo y ganas de parranda, y ese no es el verdadero significado de la Navidad. Al menos, yo sí conozco su verdadero significado y, sin compartirlo, decido permanecer al lado de mi familia, a la que adoro, para pasar con ellos estas fechas. No pido regalos (aunque los he tenido) ni me parece que la fiesta carece de gracia sin dichos obsequios; eso es para los que creen en la felicidad terrenal. Yo he sido feliz estando con mi familia, hablando un poco de todo, recordando tiempos pasados y escuchando esas historias que nunca me canso de volver a oír.

Y, aun siendo atea, me da la sensación de que he experimentado el verdadero significado de la Navidad. 


jueves, 2 de enero de 2014

La Kimmidoll del mes: Ayana, la Vitalidad


¡Hola a todos, y bienvenidos al nuevo año!

Después de unos días de diversión, entretenimiento y comilonas, toca intentar recuperarse un poco para superar la cuesta de enero sin demasiadas dificultades. El año pasado dediqué un post a poner mis buenos propósitos para el año que entraba, pero este año voy a hacer algo diferente. No porque no tenga propósitos para tratar de cumplir este año, sino porque puede hacerse un poco pesado; además, algunos de esos propósitos son los mismos y sería repetirme.

En vez de eso, y como voy a dejaros mis experiencias navideñas para cuando acaben las vacaciones, hoy os voy a dedicar la Kimmidoll del mes. Ya sabéis que soy completamente fan de las monísimas Kimmidolls. Me gustan no solo por lo bonitas que son, sino porque también vienen con una tarjeta en la que describen su "espíritu" o "esencia", que es el elemento que representan. ¡Espero que lleguen a gustaros tanto como a mí, ^^*!



Ayana "Vitalidad"




"Mi esencia es rica y profunda. Explorando y abrazando la riqueza y diversidad de la vida, descubres la profundidad. Haz que tu afán por explorar nuevos lugares, gentes y diferentes modos de vida enriquezca y te traiga color y dimensión en todos los pasos de tu vida".

La esencia de Ayana destaca la fortaleza, el empuje y la energía de una persona. Responde al afán por explorar el mundo y descubrir nuevos caminos que permitan mejorar nuestra calidad de vida y lograr el éxito gracias a la constancia y vivacidad por las cosas que nos rodean.