miércoles, 19 de septiembre de 2018

Dos clásicos diferentes


¡Hola a todos!

Si hay algo que me apasiona en esta vida es leer. Sí, ya sé que a estas alturas de la vida (con las coñas, llevamos ya seis años con el blog, que se dice pronto) deciros que soy una ávida lectora es como repetir una historia contada ya millones de veces. Sin embargo, hace poco ha surgido en mi círculo familiar el tema de la lectura, coincidiendo con el inicio del nuevo curso escolar para uno de mis primos.

Durante el debate, mi posición estuvo desde el primer momento a favor del fomento de la lectura, por razones más que obvias. Al igual que el deporte es el ejercicio del cuerpo, la lectura es el ejercicio de la mente, y creo que cultivar el hábito de leer un poco todos los días es algo que se tendría que inculcar a las nuevas generaciones desde temprana edad. La lectura acabará por mostrarle al niño infinitos mundos llenos de historias y posibilidades, y con el tiempo querrá descubrirlos todos. Empezará con los cuentos, seguirá con las novelas juveniles de aventuras, tal vez probará con la fantasía o el romance, se atreverá con la novela negra, la de terror, la humorística... y llegará un punto en el que, como miles de personas antes que él, querrá echar un vistazo a los clásicos literarios de siempre, aquellos que han marcado un hito en la historia de la literatura y que son considerados por muchos como libros que todos debemos leer al menos una vez en nuestras vidas.

Pero entonces surge la contrapartida del debate: No se puede obligar a un niño a leer lo que no quiere ni meterle los clásicos por la fuerza, ya que entonces obtendríamos un resultado negativo. Obligar a alguien a hacer lo que no quiere es suficiente para hacer que lo relacione como algo negativo y no quiera hacerlo nunca más, y en el caso de la lectura no podría estar más de acuerdo. Yo misma siento un cierto rencor hacia el Quijote después de que mi señor padre me aburriera durante mis años de infancia con párrafos inacabables de la obra cumbre de Cervantes.

Sin embargo, una mala experiencia no debería apartarnos de la buena literatura ni reducir a bobadas aquellas obras que, por pereza o desgana nuestra, merecen una oportunidad de ser leídas. Cierto es que a veces la profundidad de la pieza literaria puede disuadir al lector, sobre todo si está poco acostumbrado a la lectura, pero en esas ocasiones basta con cambiar el formato de la novela para darle un mayor atractivo, y para esto no hace falta faltar al argumento original ni destrozar su esencia. Yo misma he podido comprobarlo este verano con estos dos clásicos que aprovecho para recomendaros si queréis leer buena literatura de una manera diferente.



Carmen, Prosper Mérimée





España, siglo XIX. Un viajero francés llega a Andalucía para conocer a fondo el país y embeberse de su cultura. Pero a quien conoce es a José Lizarrabengoa, un exmilitar de origen navarro que comparte con él su terrible historia: la de su amor por Carmen, una hermosa gitana con un poder de seducción tal que lo apartó del Ejército y lo arrastró al delito, convirtiéndolo en un bandido. Ciego de amor por Carmen y, a la vez, devorado por los celos que sus devaneos con otros hombres le provocan, José llega a cometer todo tipo de tropelías, robos y asesinatos con tal de retener a Carmen a su lado un poco más, culminando su estela de crímenes con el peor de los asesinatos, el último que habría querido llevar a cabo.

Con el transcurso del tiempo, el personaje de Carmen se ha convertido en un mito, un icono representativo de la mujer fatal por excelencia. Se tiende a reducir Carmen a la ópera de Bizet, y eso es casi como desestimar el interés que tienen tanto este personaje como la obra que lo hizo inmortal. Creada por Prosper Mérimée en el año 1845, Carmen es algo más que una novela corta ambientada en la España romántica (y bastante idealizada) del exotismo andaluz y el bandolerismo; es, en esencia, un estudio sobre los gitanos y sobre una España desaparecida con el interesante enfoque de un literato, arqueólogo y etnólogo francés que viajó a esta tierra y quedó prendado de su belleza y sus costumbres. Aunque a día de hoy algunos apartados pueden considerarse ofensivos por racistas, pero hay que tener en cuenta que eran otros tiempos y que la intención de Mérimée era la de recrear España y sus costumbres desde su propia percepción. Fascinado por la cultura gitana, no es de extrañar que Mérimée hubiera escogido a una gitana para ser la heroína de la novela que le granjearía la inmortalidad.

Carmen es una heroína tan sólida, tan profunda y representativa, que llegará a convertirse en el arquetipo de la mujer fatal, llegando a inundar por completo el relato aun cuando no está presente. Para hacer más patente la peligrosidad que encierra esta fascinante mujer, Mérimée la describe como una criatura de una belleza sobrenatural, casi satánica. «Has topado con el diablo, sí, con el diablo», le dice a don José, su celoso amante. El atractivo de Carmen reside en su inmenso poder de seducción, al que ningún hombre parece poder resistirse. Con una simple mirada de soslayo, cautiva a cada hombre que se le pone a tiro y teje a su alrededor una telaraña que lo atrapa y lo envuelve hasta que éste pierde por completo su voluntad y se rinde ante ella. Carmen es la tentación hecha carne, y cruzarse con ella es muy peligroso no solo por el poder de atracción que tiene, sino también porque ella misma es consciente del influjo que tiene sobre los hombres. Es múltiple, inalcanzable y víctima mortal de las mañas que ha aplicado con el hombre que no debía. Pero pese a conocer qué destino le aguarda, Carmen sigue siendo Carmen hasta el final. «Puesto que eres mi rom, tienes derecho a matar a tu romí; pero Carmen será siempre libre».

Hay muchas ediciones de esta magnífica novela corta, pero la que más me ha gustado ha sido esta que os muestro hoy, ilustrada por el francés Benjamin Lacombe. El estilo oscuro de este ilustrador me ha resultado fascinante desde la primera vez que lo vi, y cuando tuve la oportunidad de hacerme con esta obra dibujada por él no pude resistirme. Lacombe toma el personaje de Carmen y le da forma como solo él sabe hacerlo. A nuestros ojos la pinta como una mujer de grandes ojos negros y mirada penetrante, quasi metamorfoseada en una araña que teje sus redes alrededor de don José. Su mantilla negra hace las veces de red o de telaraña con la que envuelve a sus amantes, y es frecuente encontrarla dibujada con varias piernas y patas de araña, como si así el ilustrador quisiera remarcar su aura maléfica y antinatural, la de una viuda negra o una mantis religiosa que devora al macho tras la cópula.



La Letra Escarlata, Nathaniel Hawthorne





Un terrible escándalo sacude la tranquilidad de una pequeña comunidad puritana del siglo XVII: una mujer casada ha tenido una hija de otro hombre mientras su marido estaba ausente. Hester Prynne, la adúltera, es obligada por sus vecinos a llevar una letra «A» escarlata sobre el pecho para que no pueda esconder su pecado. A pesar de que se le ordena repetidas veces revelar el nombre del padre de su hija, Hester se niega y trata de vivir con dignidad en una sociedad injusta e hipócrita.

Cuando pensamos en La Letra Escarlata, la mayoría de nosotros tenemos en mente la película de los 90 protagonizada por Demi Moore y Gary Oldman. Pero una cosa es la adaptación cinematográfica al estilo hollywoodiense, y otra muy distinta es la novela original. Publicada en 1850 por el escritor Nathaniel Hawthorne, La Letra Escarlata se convirtió muy pronto en uno de los primeros best seller de Estados Unidos, a pesar de que el autor tuvo sus problemas con la población de Salem, que se sintió insultada por su descripción en el prefacio. La mayoría de los críticos alabaron la novela y la detallada descripción psicológica de sus personajes, pero los líderes religiosos la condenaron repetidamente por su temática poco apropiada y porque Hawthorne hizo que Hester Prynne, la adúltera, dejara de ser una malvada pecadora y pasó a convertirla en una mujer fuerte por la que el lector sentía compasión ante el injusto trato que se le dispensa.

La Letra Escarlata no es un romance, como se dice en la portada de la primera edición, o no es un romance al uso. A pesar de que Hester se ha entregado por amor a otro hombre y ha tenido una hija con él, no es el amor el tema principal de la novela, sino la culpa y el cargo de conciencia. La trama gira alrededor de tres personajes: La propia Hester Prynne; Roger Chillingworth, nombre tras el que se oculta el vengativo esposo de Hester; y el reverendo Arthur Dimmesdale, quien fue el amante de Hester y el padre de su hija Pearl, como iremos descubriendo a lo largo de la novela. El peso de la culpa por el pecado cometido cae como una losa sobre Hester y Dimmesdale, pero es este último el que se deja arrastrar hacia la más absoluta desesperación, quizá porque Hester no puede ni quiere esconder su mancha, mientras que él se empecina en cargar con ese peso por miedo, vergüenza y penitencia.

De todas las ediciones de La Letra Escarlata que habría podido encontrar, la que hoy os recomiendo se sale un poco de lo habitual, pero considero que se trata de una adaptación muy buena tanto si os gusta la buena literatura como el formato cómic. Norma Editorial nos ofrece esta novela convertida en un manga gracias a la colaboración entre la mangaka SunNeko Lee (quien ya adaptó otros clásicos de la colección como Los Miserables y Jane Eyre) y la filóloga Crystal S. Chan, encargada de adaptar la novela respetando la esencia de la obra original y dándole un toque especial para ganarse el gusto de las audiencias más jóvenes. Ha sido esta una lectura de lo más interesante para mí, pues la calidad de la adaptación sumada al exquisito dibujo de Lee y la fidelidad que guarda con el contexto de la obra me han hecho olvidarme de que estaba ante un manga, y me ha enseñado a disfrutar de un clásico literario de una manera que jamás sospeché que podía hacerse. Es una forma muy buena de disfrutar de una maravillosa novela pero con un nuevo enfoque que no resta nada de calidad a la obra original.


¡Y hasta aquí por hoy! Espero que os haya gustado esta entrada. Si queréis hacer algún aporte o hacerme alguna recomendación, ya sabéis que tenéis abajo los comentarios para dejar vuestras impresiones.

¡Hasta pronto!

domingo, 9 de septiembre de 2018

El Rincón del Lector XI: Elantris


¡Hola a todos!

Y aquí seguimos, empapándonos de lectura fantástica para alimentar el cuerpo y el espíritu. Por si no os acordáis, os dije hace un par de meses más o menos que durante mis vacaciones había comprado dos libros muy importantes para mí; de Nuncanoche ya conocéis mi opinión, pues os he dejado la reseña correspondiente en este mismo blog, pero todavía me quedaba pendiente de leer la otra novela que compré: Elantris, de Brandon Sanderson. Considerada una de las mejores novelas de fantasía de los últimos diez años, la magnífica opera prima de un autor novel que supo hacerse un nombre y un lugar de honor en el panteón de escritores de fantasía, Elantris tenía que caer en mis manos de una manera u otra. Y aquí la tenéis. Poneos cómodos y acompañadme a una ciudad poblada por dioses, donde la magia inunda cada piedra que pavimenta sus calles y concede asombrosos poderes a sus gloriosos habitantes. Acompañadme a una ciudad en la que la sabiduría, la gloria y la eternidad se desvanecieron hace diez años, convirtiéndola en un conjunto de ruinas mugrientas por donde vagan cadáveres andantes atormentados por un dolor que no tiene fin. Acompañadme a Elantris.


Título: Elantris

Autor: Brandon Sanderson

Editorial: Ediciones B – Nova

Nº de páginas: 794 págs.

Año: 2006

Sinopsis: Bienvenidos a la ciudad de Elantris, la poderosa y bella capital de Arelon llamada la «ciudad de los dioses». Antaño famosa sede de inmortales, lugar repleto de poderosa magia, Elantris ha caído en desgracia. Ahora solo acoge a los nuevos «muertos en vida», postrados en una insufrible «no-vida» tras una misteriosa y terrible transformación. Un matrimonio de Estado destinado a unir los reinos de Arelon y Teod se frustra, ya que el novio, Raoden, el príncipe de Arelon, sufre inesperadamente la Transformación, se convierte en un «muerto en vida» y debe refugiarse en Elantris. Su reciente esposa, la princesa Sarene de Teod, creyéndolo muerto, se ve obligada a incorporarse a la vida de Arelon y su nueva capital, Kae. Mientras, el embajador y alto sacerdote de otro reino vecino, Fjorden, usará su habilidad política para intentar dominar Arelon y Teod con el propósito de someterlos a su emperador y su dios.


RESEÑA (sin spoilers)

Si os digo la verdad, nunca había oído hablar de Brandon Sanderson hasta hace relativamente poco. Desde que George R. R. Martin puso de moda el género grimdark con su laureada (y a veces sobrevalorada) Canción de Hielo y Fuego, para mí fue habitual encontrar en las librerías montones y montones de novelas ambientadas en reinos de corte medieval donde la sangre, las vísceras, el sexo salvaje y la oscuridad eran el pan nuestro de cada día. Y no me parece mal, pues son temas inherentes al género humano y mucho más realistas que la fantasía Disney por la que otros autores optan, sobre todo los que escriben fantasía para niños o preadolescentes. A día de hoy, la palabra grimdark se asocia con fantasía para adultos y, como ya he dicho, por mí está bien.

Sin embargo, dicen que lo bueno, si breve, dos veces bueno, y esto es precisamente lo que no se aplica a la publicación de novelas de fantasía para adultos. Como pasa con la mayoría de las modas, basta con que salga un libro sobre determinado tema y se acabe popularizando y convirtiendo en un fenómeno de masas, para que acto seguido surja una horda de escritores que van a enfocar sus historias en el mismo sentido. Esto hace que el panorama literario se vuelva tedioso, pues al final casi se nos obliga a consumir libros que tienen temáticas muy parecidas en las que la violencia cobra un papel protagónico y le hace preguntarse a uno si será verdad que el ser humano es un cabrón sanguinario por naturaleza y es imposible que surjan aspectos de su carácter como la bondad, la abnegación y el sentido de la amistad. Por eso creo que Sanderson ha acertado al no dejarse llevar por las modas y seguir su instinto, ofreciéndonos una historia de fantasía para adultos clásica, con sus momentos de maldad y violencia, pero sin eclipsar a los de generosidad y optimismo.

La historia que nos ocupa gira en torno a la ciudad de Elantris, antaño una urbe poblada por criaturas más parecidas a dioses que a seres humanos, capaces de hacer magia poderosísima y realizar prodigios asombrosos. Sin embargo, en el momento en que da comienzo la historia, se nos dice que esa época de esplendor y gloria terminó misteriosamente hace diez años, y que aquellas deidades de poderes sobrenaturales se han convertido de la noche a la mañana en una raza de zombies agonizantes, comidos por la mugre y poseídos por un dolor que nunca merma y que acaba volviéndolos locos. A esta ciudad es a donde será arrojado el príncipe Raoden de Arelon en cuanto se descubre que lo ha alcanzado la Shaod, la Transformación. Su vida cambia por completo en cuestión de horas y se verá obligado a tratar de sobrevivir lo mejor que pueda en ese lugar maldito y odiado por todos.

Al otro lado de las murallas de Elantris, la princesa Sarene de Teod llega a Arelon justo para enterarse de que Raoden, su prometido, ha “fallecido” y que la boda no puede celebrarse. Con todo, tiene el deber de incorporarse a la corte arelena y ejercer su papel como nueva hija del rey, aunque su inteligencia y su interés por los movimientos políticos de su nuevo reino pronto le harán ganarse un lugar de respeto entre la nobleza. Al mismo tiempo, un alto sacerdote fjordell llamado Hrathen llega a Arelon con una misión muy específica: conseguir que el reino de Arelon se someta de buen grado ante su pontífice y su dios, Jaddeth. El imperio de Fjorden, famoso por su amplio territorio y su afán de dominación, tiene en mente la anexión de los reinos de Arelon y Teod, y Hrathen pretende conseguírselos a su emperador a través de la conversión de sus gobernantes a la religión que profesa, el Shu-Dereth.

Tenemos, por tanto, tres puntos de vista sobre la misma historia llevados de la mano de tres personajes: Raoden, Sarene y Hrathen. Raoden nos ofrece la visión interior de Elantris y nos ayuda a profundizar en la miseria de sus habitantes, su dolor y desgracia. Por lo contrario, con Hrathen tendremos la visión de Elantris como una especie de amenaza a sus planes de sometimiento, ya que la antaño maravillosa urbe es un bastión al que muchos siguen temiendo y casi venerando, aunque sus motivos para hacerlo hayan cambiado en los últimos diez años. El punto de vista de Sarene está más enfocado a las luchas políticas en la corte de Arelon, y su principal rival será el sacerdote fjordell, con quien ha iniciado una batalla silenciosa en la que cada uno busca sus apoyos y trata de adelantarse a los movimientos del otro. Pero, sin lugar a dudas, la gran protagonista de este libro es la propia ciudad de Elantris, un lugar fascinante y lleno de misterios alrededor del cual gira toda la acción.

Al parecer, cuando Sanderson concibió la idea de Elantris como ciudad, pretendía crear algo original y distinto a todo lo que se había visto anteriormente; sin embargo, muchos lectores (y yo me incluyo entre ellos) han creído ver un cierto parecido con las antiguas polis griegas. El propio Sanderson reconoce que sí, se parece un poco a Grecia, pero que no se hizo con esa intención. No obstante, esa imagen de una ciudad que parecía hecha de pura luz, donde el arte y la sabiduría eran tesoros más valiosos que el oro o la plata, pero que ahora ha quedado reducida casi a escombros, evoca a la perfección una especie de Atenas o una Olimpia derruida. Desde el principio se nos ofrece la resolución de un misterio para el que no parece haber respuesta posible: ¿Qué ocurrió en Elantris hace diez años? ¿Cómo es posible que una ciudad plena de luz y magia se convirtiera en una ruina de un día para otro? ¿Por qué los elantrinos, esos seres equiparables a dioses hechos carne, se transformaron en cadáveres devorados por el dolor y la amargura? Hay respuestas para todos esos interrogantes, pero el misterio nos acompañará a lo largo de toda la novela y creará en nosotros una especie de tensión que me parece muy bien llevada y resuelta al final.

El resto del mundo es un poco difícil de dilucidar, ya que la marcada presencia de Elantris eclipsa, a mi parecer, los reinos circundantes a Arelon. Tenemos por un lado el reino de Teod, hogar de Sarene, que simplemente aparece descrito como un territorio que posee una fuerza naval insuperable y que basa su riqueza en el establecimiento de tratados comerciales muy ventajosos. Al este de Arelon tendremos la antigua república de Duladel (¿quizás el norte de África o Próximo Oriente?) y Jindo, un lugar que me ha traído reminiscencias de Asia, sobre todo por las rutas comerciales por donde pasan seda y especias como bienes más preciados y el dominio de ciertas artes marciales. Y, por último, tendremos el imperio de Fjorden, gobernado con mano de hierro por una especie de papa-emperador conocido como el Wyrn, cuyo afán de dominación invocando el nombre de su dios le ha llevado a hacerse con más de medio mundo y amenaza con tragarse también Arelon y Teod, los últimos reinos que resisten su envite.

Como podéis ver, a la novela no le falta detalle. Si tuviera que ponerle una pega a la ambientación, diría que la cultura de algunos lugares me parece, si no mal construida, sí un poco simple. En el reino de Arelon no parece haber fiestas populares ni entretenimientos, no hay canciones ni destaca precisamente por ser la cuna del arte, la filosofía o las ciencias. Es un reino estándar con una cultura estándar basada en que los nobles ganan o pierden su título en función de su patrimonio, y en que todas las mujeres son meros objetos decorativos sin voz ni voto y que solo piensan en vestidos y amores cortesanos. Las únicas sociedades que me parecen mejor construidas son las de Duladel y Fjorden, pues de la primera tenemos referencias gracias a menciones de otros personajes que nos dibujan una antigua república llena de vida, color y música, y de la segunda sabemos gracias a Hrathen que es una sociedad edificada entorno al culto casi fanático al dios Jaddeth, por lo que la religión rige todos los aspectos de sus gentes.

En lo que respecta a los personajes, diré que los hay de lo más variados. De todos ellos, el trío de protagonistas recibe una mayor atención y descripción, aunque no todos se han ganado mi simpatía por igual. El príncipe Raoden es un personaje que destaca, sobre todo, por ser un incorregible optimista. Su ingenio, su carisma y su capacidad extraordinaria para ver un rayo de esperanza hasta en la más honda de las miserias, le llevan a recorrer uno de los caminos más difíciles de la historia, pero también el más edificante. Sarene es el paradigma de la princesa que se sale de la norma establecida; inteligente, activa y nada superficial, será una pieza indispensable en el juego político que se ha iniciado en la corte de Arelon. La estropea, bajo mi punto de vista, un excesivo complejo de superioridad que la lleva a querer tener razón en todo y a hacer que paguen justos por pecadores en determinadas situaciones. Y por último tenemos a Hrathen, el que para mí es el mejor personaje de toda la novela. Resulta curiosa la evolución de este sacerdote, que empieza siendo un hombre severo, rígido y profundamente convencido de sus creencias, para acabar cuestionándose a sí mismo y la licitud de las creencias por las que se ha enfrentado a toda una nación. Es uno de los personajes con mayor desarrollo de la novela y, en mi opinión, uno de los más atractivos de todo el plantel.

En cuanto a los personajes secundarios, como siempre, los hay para todos los gustos. Me han gustado mucho aquellos que forman parte de la sociedad de Elantris, como Galladon y Karata. Entre la nobleza arelena también hay personajes que atraerán nuestras simpatías, por no hablar de Kiin, el tío de Sarene, y su peculiar familia. Sin embargo, he tenido mis más y mis menos con los personajes secundarios, ya que muchos de ellos tienden a responder al modelo de buenos muy buenos y malos muy malos, y eso es algo que suele decepcionarme. Además, algunas de las cosas que hacen me han dejado completamente estupefacta, ya que eran cosas que no esperaba que esos personajes fueran capaces de hacer, y la manera en que las hacen es simplona en el mejor de los casos y una completa estupidez en el peor.

Sin embargo, todo eso queda eclipsado cuando toca enfrentarse a uno de los mayores atractivos de esta novela, que no es otra cosa que el sistema de magia. Sanderson, gran defensor de poner normas al uso de la magia, demuestra que se pueden crear sistemas mágicos llenos de coherencia sin perder ni un ápice del sentido de la maravilla. La magia “porque sí” no existe en Elantris: aquí hay normas, poderes que existen por una razón y unas pautas para extraer de ellos el máximo potencial. La AonDor elantrina, agostada también por la maldición que afecta a todos los habitantes de la ciudad, está aguardando a ser despertada de nuevo. Se trata de un sistema de magia que consiste en escribir caracteres de luz que, bien realizados, son capaces de obrar auténticos milagros; en cambio, el más pequeño error puede conducir a un completo desastre; todo depende de la habilidad de su ejecutor, entrenado a conciencia durante mucho tiempo en este tipo de magia. Sin lugar a dudas, la magia y sus reglas son lo que más vida le da a esta novela y creo que es lo que la ha hecho tan memorable.

Para ir terminando, diré que si tuviera que recomendar Elantris, lo haría con mucho gusto y convencida de que al lector potencial le gustará. Si ya estáis cansados de tanto grimdark y queréis volver a las raíces, a la fantasía clásica, éste libro no os va a decepcionar. La falta de sangre y vísceras ha sido suplida por ternura y amistad, y creo que eso está bien. Y si le sumamos el hecho de que es una novela autoconclusiva y no es necesario esperar meses o años a que salga una siguiente parte, me parece que no tenéis excusa para darle una oportunidad.


sábado, 1 de septiembre de 2018

La leyenda del mes: El Puente del Pasatiempo


¡Hola a todos!

Sí, ya sé que ha pasado otro mes y no he publicado nada en el blog. ¿Mi excusa? Pues que, como todo el mundo sabe, en agosto todo el mundo se va de vacaciones y España cierra hasta el mes siguiente. Yo he tenido que seguir trabajando, claro, pero me he dado unas pequeñas "vacaciones" del blog para dedicarme a otras cosas. Sé que mucha gente ahora mismo estará lamentando el final del verano y sentirá pena por tener que empezar de nuevo el curso o la típica rutina que ya no abandonará hasta el año que viene. Pero qué queréis que os diga, a mí me parece bien que el verano se haya acabado. He pasado unas semanas de mucho agobio y tengo ganas de volver a mi rutina habitual, a la tranquilidad del día a día. Espero que dentro de poco todo vuelva a la normalidad y pueda tener un pequeño descanso, porque os juro que este verano no he parado y me ha costado mucho seguir el ritmo.

Pero vamos a lo que vamos, que toca presentar ya la leyenda de este mes. Espero poder actualizar un poco más seguido a partir de ahora, así que no me perdáis de vista, ¿vale?


El Puente del Pasatiempo




La muerte del rey Enrique IV dio comienzo a una guerra entre las dos aspirantes al trono: la hermana menor del rey, doña Isabel, y su única hija, doña Juana, a la que los detractores del rey habían motejado como La Beltraneja por creerla hija en realidad de don Beltrán de la Cueva, el valido favorito del rey. La nobleza castellana quedó dividida en dos. En Castilla vencieron pronto los que apoyaban la causa de doña Isabel, pero en Galicia tenían más fuerza los que defendían a doña Juana; eran, principalmente, el conde de Lemos, el conde de Soutomaior y el mariscal Pedro Pardo de Cela. Partidario de doña Isabel fue el señor don Diego de Andrade y algunos amigos suyos.

Aun después de que doña Isabel se hiciera con el trono, estos nobles gallegos seguían sin acatar la autoridad de los Reyes Católicos, de modo que se envió una fuerza de trescientos jinetes para acompañar a un bachiller y al nuevo gobernador de Galicia, con la orden de hacer justicia; aquella justicia que, a decir del propio cronista de los reyes, rayaba en la crueldad más ruin. Al conde de Soutomaior lo mataron mientras dormía, mientras que el de Lemos murió de viejo. Pero quedaba todavía el mariscal Pardo de Cela que, parapetado en su fortaleza de A Frouseira, seguía ofreciendo resistencia. Sin embargo, aprovechando un descuido del mariscal, los jinetes enviados por los reyes se hicieron con la plaza y arrestaron a Pardo de Cela junto con sus partidarios. Acusado de traición y bandidaje, Pardo de Cela fue juzgado y condenado a morir en garrote.

Cuando doña Isabel de Castro, esposa del mariscal, supo de la triste noticia de la prisión, decidió presentarse ante la reina, que entonces se encontraba en Valladolid, para pedirle clemencia por su esposo. Pero el obispo de Mondoñedo, que odiaba al mariscal porque este no había querido entregarle algunos bienes de su mujer ni quiso tampoco dejar de cobrar las rentas que le fueron concedidas por el rey Enrique en aquel obispado, hizo todo cuanto estuvo en su mano para que no se le otorgase el perdón real a Pardo de Cela. La muerte del mariscal le corría prisa y, por si la señora doña Isabel de Castro llegaba con la gracia concedida por la reina, adelantó el suplicio.

Pero el día señalado para la ejecución llegaron noticias de que doña Isabel venía con el indulto real y cabalgaba apresuradamente hacia Mondoñedo. Entonces, el obispo ideó un medio para evitar que el perdón llegara a tiempo: envió a la entrada de la ciudad a algunos de sus canónicos, que detuvieron a la pobre mujer, entreteniéndola con mil habladurías. La atribulada señora quería seguir adelante, pero ellos le aseguraron que nada tenía que recelar, y siguieron su conversación. Entretanto, el mariscal Pardo de Cela y su hijo fueron decapitados.

Consumada la ejecución, las campanas de la ciudad tocaron a muerto. Y fue entonces cuando doña Isabel, horrorizada, se dio cuenta de lo que acababa de pasar y consiguió entrar por fin en la villa. Demasiado tarde, por desgracia.

Y desde entonces, los vecinos de Mondoñedo llaman a aquel lugar donde tuvieron entretenida a doña Isabel de Castro “A Ponte do Pasatempo”.