sábado, 1 de septiembre de 2018

La leyenda del mes: El Puente del Pasatiempo


¡Hola a todos!

Sí, ya sé que ha pasado otro mes y no he publicado nada en el blog. ¿Mi excusa? Pues que, como todo el mundo sabe, en agosto todo el mundo se va de vacaciones y España cierra hasta el mes siguiente. Yo he tenido que seguir trabajando, claro, pero me he dado unas pequeñas "vacaciones" del blog para dedicarme a otras cosas. Sé que mucha gente ahora mismo estará lamentando el final del verano y sentirá pena por tener que empezar de nuevo el curso o la típica rutina que ya no abandonará hasta el año que viene. Pero qué queréis que os diga, a mí me parece bien que el verano se haya acabado. He pasado unas semanas de mucho agobio y tengo ganas de volver a mi rutina habitual, a la tranquilidad del día a día. Espero que dentro de poco todo vuelva a la normalidad y pueda tener un pequeño descanso, porque os juro que este verano no he parado y me ha costado mucho seguir el ritmo.

Pero vamos a lo que vamos, que toca presentar ya la leyenda de este mes. Espero poder actualizar un poco más seguido a partir de ahora, así que no me perdáis de vista, ¿vale?


El Puente del Pasatiempo




La muerte del rey Enrique IV dio comienzo a una guerra entre las dos aspirantes al trono: la hermana menor del rey, doña Isabel, y su única hija, doña Juana, a la que los detractores del rey habían motejado como La Beltraneja por creerla hija en realidad de don Beltrán de la Cueva, el valido favorito del rey. La nobleza castellana quedó dividida en dos. En Castilla vencieron pronto los que apoyaban la causa de doña Isabel, pero en Galicia tenían más fuerza los que defendían a doña Juana; eran, principalmente, el conde de Lemos, el conde de Soutomaior y el mariscal Pedro Pardo de Cela. Partidario de doña Isabel fue el señor don Diego de Andrade y algunos amigos suyos.

Aun después de que doña Isabel se hiciera con el trono, estos nobles gallegos seguían sin acatar la autoridad de los Reyes Católicos, de modo que se envió una fuerza de trescientos jinetes para acompañar a un bachiller y al nuevo gobernador de Galicia, con la orden de hacer justicia; aquella justicia que, a decir del propio cronista de los reyes, rayaba en la crueldad más ruin. Al conde de Soutomaior lo mataron mientras dormía, mientras que el de Lemos murió de viejo. Pero quedaba todavía el mariscal Pardo de Cela que, parapetado en su fortaleza de A Frouseira, seguía ofreciendo resistencia. Sin embargo, aprovechando un descuido del mariscal, los jinetes enviados por los reyes se hicieron con la plaza y arrestaron a Pardo de Cela junto con sus partidarios. Acusado de traición y bandidaje, Pardo de Cela fue juzgado y condenado a morir en garrote.

Cuando doña Isabel de Castro, esposa del mariscal, supo de la triste noticia de la prisión, decidió presentarse ante la reina, que entonces se encontraba en Valladolid, para pedirle clemencia por su esposo. Pero el obispo de Mondoñedo, que odiaba al mariscal porque este no había querido entregarle algunos bienes de su mujer ni quiso tampoco dejar de cobrar las rentas que le fueron concedidas por el rey Enrique en aquel obispado, hizo todo cuanto estuvo en su mano para que no se le otorgase el perdón real a Pardo de Cela. La muerte del mariscal le corría prisa y, por si la señora doña Isabel de Castro llegaba con la gracia concedida por la reina, adelantó el suplicio.

Pero el día señalado para la ejecución llegaron noticias de que doña Isabel venía con el indulto real y cabalgaba apresuradamente hacia Mondoñedo. Entonces, el obispo ideó un medio para evitar que el perdón llegara a tiempo: envió a la entrada de la ciudad a algunos de sus canónicos, que detuvieron a la pobre mujer, entreteniéndola con mil habladurías. La atribulada señora quería seguir adelante, pero ellos le aseguraron que nada tenía que recelar, y siguieron su conversación. Entretanto, el mariscal Pardo de Cela y su hijo fueron decapitados.

Consumada la ejecución, las campanas de la ciudad tocaron a muerto. Y fue entonces cuando doña Isabel, horrorizada, se dio cuenta de lo que acababa de pasar y consiguió entrar por fin en la villa. Demasiado tarde, por desgracia.

Y desde entonces, los vecinos de Mondoñedo llaman a aquel lugar donde tuvieron entretenida a doña Isabel de Castro “A Ponte do Pasatempo”.

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