jueves, 26 de octubre de 2017

Crónica Negra de España, segunda parte


¡Hola a todos!

Pues aquí estamos con la prometida segunda parte de la crónica más negra de España, aunque no están todos los más importantes y conocidos. Supongo que, de alguna manera, me he dejado llevar por mis preferencias y he puesto solo los que a mí me han marcado más o los que me han parecido más llamativos por los motivos que fuesen. También he puesto pocos crímenes que hubieran ocurrido en fechas más contemporáneas, como podrían ser los estremecedores casos de José Bretón y del parricida de Moraña, que no figuran en esta lista.

Como en la parte anterior, advierto que la lectura de estos crímenes puede herir sensibilidades o resultar perturbadora. He procurado suavizar las partes más escabrosas y no ahondar en lo gore, ya que no hay necesidad: los crímenes son tan terribles que sobran las palabras.

Sin más dilación, podéis seguir leyendo:


Los marqueses de Urquijo




Otro de los crímenes más sonados de la crónica negra española, que habría de ocupar la primera página de todos los periódicos del país durante bastante tiempo. A pesar de que el crimen de los marqueses de Urquijo quedó cerrado oficialmente y se detuvo al presunto culpable del doble asesinato, aún a día de hoy quedan demasiados puntos oscuros que no se han podido esclarecer y que dan a entender que el crimen no ha quedado resuelto.

El matrimonio de los Urquijo llamaba la atención por lo dispar de los cónyuges. Manuel de la Sierra era un hombre educado y amable de cara a la sociedad, pero en su hogar se comportaba como un tirano clasista y tacaño que agobiaba a sus hijos escatimándoles dinero en sus gastos. Marieta Urquijo, por lo contrario, destacaba por su timidez y su devoción religiosa. Se había casado con Manuel en 1954 y el matrimonio tenía dos hijos: Miriam y Juan Manuel, conocidos en la alta sociedad como “los pobres” a causa de la tacañería de su padre.

Sin embargo, el nombre de los Urquijo empezaría a hacerse más conocido a raíz de lo ocurrido el 1 de agosto de 1980. Aquella noche, los marqueses de Urquijo fueron tiroteados de muerte en su chalet de Somosaguas. No fue un robo. No sonaron las alarmas. Nadie vio ni oyó nada.

El principal sospechoso y único condenado por el crimen fue Rafael Escobedo Alday, ex marido de Miriam de la Sierra, que fue detenido el 8 de abril de 1981 a pesar de que las pruebas en su contra eran bastante endebles. Al parecer, se encontraron unos casquillos en la escena del crimen que parecían coincidir con otros hallados en la propiedad del padre de Rafael Escobedo. Dichos casquillos desaparecerían poco después, lo que complicaría el desarrollo del juicio. El arma del crimen tampoco fue encontrada, aunque se decía que podía tratarse de una Star calibre 22 Long Rifle, un modelo exclusivo del que se habían hecho menos de treinta ejemplares.

A pesar de que siempre defendió su inocencia y que las pruebas en su contra eran insuficientes para condenarlo, Rafael Escobedo fue condenado a 53 años de prisión. No llegaría a cumplir ni diez años, pues Rafael se suicidó en presidio ahorcándose con una sábana. No obstante, hay quien considera que este suicidio no fue tal y que alguien se encargó de eliminar a Rafi Escobedo porque sabía la verdad de la muerte de los marqueses de Urquijo. Sea como sea, el caso ya ha prescrito y es muy probable que nunca lleguemos a saber la verdadera historia.


El asesino del parking




En enero de 2003, el elegante barrio barcelonés del Putxet vivió varios días de horror al haberse descubierto en el aparcamiento de la urbanización los cadáveres de dos mujeres residentes de la zona. No existía ningún tipo de conexión entre las dos mujeres, ni había un motivo aparente que explicara su muerte. Lo único que las unía era la brutal violencia que el asesino había descargado sobre ellas a la hora de matarlas.

El primer crimen se cometió el 11 de enero y la víctima fue María Àngels Ribot, de 49 años, que fue hallada muerta en el hueco de la escalera del aparcamiento como consecuencia de varias puñaladas. Todo apuntaba a que el motivo del asalto había sido el robo, ya que el asesino había vaciado el bolso de la mujer y se había llevado las tarjetas de crédito, aunque había obviado otros objetos de valor, como el reloj de la víctima. La mujer había opuesto resistencia, como se podía comprobar por los múltiples cortes de sus manos, pero al final murió a consecuencia de un fuerte golpe en la cabeza. Como no parecía haber ningún otro motivo oculto, se pensó que tal vez había sido un atraco que había acabado de la peor de las maneras. Por eso sorprendió tanto lo que ocurrió tan solo once días después.

El 22 de enero, el barrio del Putxet quedó perplejo al saber que se había vuelto a cometer otro crimen muy similar casi en el mismo sitio. La víctima esta vez fue Maite de Diego, de 46 años, que fue asaltada en el aparcamiento y arrastrada al rellano de las escaleras, donde el asesino la esposó, le cubrió la cabeza con una bolsa de plástico y la mató a martillazos, con un ensañamiento indescriptible. El estado de la mujer era tan espantoso que su marido huyó despavorido al ver el cadáver y solo reconoció a su esposa por la ropa que llevaba; de todos modos, no hubiera podido distinguir los rasgos de su mujer, ya que su cara estaba completamente desfigurada por los golpes.

A pesar de que no parecía haber ningún motivo aparente que explicara los asesinatos, había demasiadas coincidencias entre los dos crímenes e incluso entre las víctimas. Ambos asesinatos se habían producido prácticamente en el mismo lugar y las mujeres habían sido sorprendidas en el aparcamiento y arrastradas al hueco de la escalera. La escena del segundo crimen parecía un calco de la primera, pues había elementos que se repetían en una y otra. Además, tanto María Àngels como Maite eran casi de la misma edad y hasta tenían un cierto parecido físico, lo que en un principio llevó a los investigadores a sospechar que el asesino se había equivocado de víctima la primera vez que había matado.

El doble crimen del Putxet generó una enorme alarma social y psicosis en el barrio, y tanto los usuarios del aparcamiento como los vecinos reclamaron más medidas de seguridad. La Policía estaba segura de que estaba persiguiendo a un posible asesino en serie, por lo que se impuso el secreto de sumario y se realizó una exhaustiva investigación para dar con el autor de los atroces crímenes. Días después detiene a Juan José Pérez Rangel, de 24 años, residente en el barrio de la Mina de Sant Adrià del Besòs, que durante un tiempo tuvo alquilada una plaza de aparcamiento para dos motocicletas en el Putxet. Se supo que había sido él porque había extraído 300 euros de un cajero utilizando la tarjeta de crédito de una de las víctimas y se había hallado una huella de su mano en una de las bolsas de plástico que había empleado en los crímenes. Pero lo que de verdad sorprende fue el móvil que le llevó a matar.

Rangel era un joven que aspiraba a llevar una vida de lujo en un barrio tan distinguido como el Putxet. Aquel lugar representaba todo lo que no llegaría a conseguir nunca: una casa magnífica, un coche de alta gama, un trabajo bien remunerado y una mujer rubia y guapa con la que tener una relación. Durante meses, Rangel intentó vincularse de alguna manera al Putxet, pero con sus escasos ingresos solo pudo permitirse alquilar una plaza de aparcamiento. Mientras tanto, su odio hacia los habitantes del Putxet crecía conforme pasaban los días. Odiaba sobre todo a aquellas mujeres rubias y guapas, como lo eran María Àngels Ribot y Maite de Diego, que parecían tratarle con desprecio y no se dignaban siquiera a dedicarle una segunda mirada. Ese odio sería el que le llevaría a matar con un sadismo inimaginable a dos mujeres que ni siquiera sabían de su existencia.


Las niñas de Alcàsser




Si hay un caso impactante, mediático y terrible en la historia criminal española, ése es el caso de las niñas de Alcàsser. Un triple crimen en el que hay secuestro, violaciones, torturas, asesinatos y multitud de puntos oscuros que no se han podido esclarecer y que han alentado todo tipo de teorías de la conspiración al insinuar que podría haber personajes muy importantes involucrados en el caso.

Miriam, Toñi y Desirée, tres chicas de Alcàsser de catorce y quince años, desaparecieron sin dejar rastro el 13 de noviembre de 1992 cuando salieron de marcha a una discoteca en la vecina localidad de Picassent, donde se iba a celebrar una fiesta. Dos meses y medio después, dos apicultores encontraron los cuerpos de las chicas semienterrados en una fosa, apilados uno encima del otro y cubiertos con una alfombra. Pero lo verdaderamente crudo empieza a partir de ahora, cuando se realizan los primeros exámenes de los cadáveres.

Tras el reconocimiento forense, quedó confirmado que las chicas habían sufrido torturas durante varias horas. Habían sido violadas repetidas veces por diferentes personas, golpeadas con saña (a una de ellas le rompieron los dientes) e incluso sodomizadas con palos. Se llegó al extremo de que a una de las chicas le amputaron un pezón con unos alicates. Finalmente, tras horas de aguantar un suplicio tras otro, las chicas fueron asesinadas de un disparo en la cabeza. Los medios de comunicación iban ofreciendo los detalles del crimen a medida que recibían nueva información, lo que removió las entrañas de toda la sociedad española.

Las investigaciones policiales apuntaron a que el triple crimen había sido cometido por dos delincuentes comunes: Antonio Anglés y Miguel Ricart. El primero, considerado el autor material de los hechos, consiguió escapar de las fuerzas de seguridad en cuanto supo que le estaban buscando, y todavía hoy sigue en paradero desconocido. Por otro lado, Miguel Ricart fue condenado a 170 años de prisión, de los que solo cumplió veintiuno.

La verdadera polémica surgiría a partir de los extraños resultados de las autopsias de los cuerpos de las chicas. Se realizaron varios análisis de ADN que hicieron levantar sospechas acerca de la participación de terceras personas en la tortura, violación y asesinato de las chicas. Se llegó a pensar que ni Anglés ni Ricart habían cometido el crimen, sino que habían actuado siguiendo las órdenes de una banda organizada que raptaba a jovencitas para montar orgías de sexo, drogas y sangre o para la producción de películas snuff. Se barajó la posibilidad incluso de que hubiera personajes políticos y empresarios importantes relacionados con el triple crimen; estas declaraciones se realizaron en el programa de televisión Esta noche cruzamos el Mississippi, y le valieron a los productores una serie de denuncias por calumnias, ya que durante esas declaraciones se dieron nombres y apellidos de presuntos culpables sin aportar ni una sola prueba. Otra imagen deplorable fue la que ofreció el programa De tú a tú, presentado por entonces por Nieves Herrero, que llegó a trasladar su plató a Alcàsser para grabar el velatorio de las niñas y así conseguir más audiencia, al más puro estilo de la telebasura actual.

A pesar del alto despliegue de investigación, de las numerosas aperturas del sumario y de todos los análisis llevados a cabo, a día de hoy seguimos sin saber con exactitud quiénes mataron a las niñas de Alcàsser. De aquel crimen queda una gran herida que tal vez nunca se pueda cerrar y que sigue doliendo cada vez que el tema sale a la luz.


El crimen de Cuenca




El crimen de Cuenca, también llamado Caso Grimaldos, pasaría a la Historia como uno de los errores judiciales más graves jamás cometidos por las autoridades judiciales y policiales. Un crimen que nunca ocurrió y por el que dos hombres tuvieron que pagar un precio tan exorbitado como injusto.

José María Grimaldos, un pastor conquense natural de Tresjuncos, trabajaba en la finca del alcalde de Osa de la Vega. A causa de su pobre entendimiento, José María era objeto de burlas por parte de León Sánchez, el mayoral de la finca, y de Gregorio Valero, el guarda. El 20 de agosto de 1910, José María vendió unas ovejas de su propiedad y desapareció sin dejar rastro. Varias semanas después de su desaparición, empezaron a correr rumores de que a José María lo habían matado para arrebatarle el dinero que había obtenido con la venta de las ovejas. Los familiares del pastor, al tener conocimiento de las burlas que recibía, decidieron presentar una denuncia en el juzgado de Belmonte (Cuenca). Acusaron a León y a Gregorio de haberlo matado, por lo que fueron detenidos y llevados a juicio. Sin embargo, la falta de pruebas obligó al juez a ponerlos en libertad y la causa fue sobreseída.

Pero al cabo de un par de años, en 1913, la familia de Grimaldos pidió que se reabriera el caso coincidiendo con la llegada del nuevo juez Emilio Isasa Echenique. Nuevamente se volvió a denunciar a León y a Gregorio, que fueron detenidos y llevados a prisión, donde les aguardaba un largo y penoso calvario.

Para hacer que los acusados confesaran el crimen, la Guardia Civil empleó diversos métodos de tortura capaces de helar la sangre del más valiente. Separados el uno del otro en diferentes celdas, se les privaba de agua y se les alimentaba solo a base de bacalao sin desalar. Durante los interminables interrogatorios sufrieron palizas, les colgaron en vilo por los genitales y les extrajeron dientes y uñas con unas tenazas de herrar. Fue tal el sufrimiento que tuvieron que soportar que terminaron por confesar, destrozados y culpándose el uno al otro, que habían matado a Grimaldos, descuartizado su cuerpo y arrojado los trozos a los cerdos para que no quedaran pruebas. A pesar de las numerosas contradicciones y detalles sin resolver que plagaban el sumario, el juicio de los acusados se solventó en apenas siete horas. Fueron acusados por unanimidad de haber cometido el asesinato de Grimaldos y, aunque consiguieron evitar la pena de muerte, fueron a la cárcel hasta el año 1925, cuando un decreto de indulto les permitió regresar con sus familias.

Pero lo verdaderamente sorprendente vendría en 1926, cuando el cura de Tresjuncos (principal instigador de la culpabilidad de los acusados) recibió una carta del cura del pueblo de Mira pidiéndole la partida de bautismo de José María Grimaldos, puesto que la necesitaba para poder contraer matrimonio. El cura de Tresjuncos, impactado por esta noticia, decidió ocultar la carta y no responder al párroco. Impaciente por el retraso de su matrimonio, Grimaldos fue él mismo al pueblo para pedir la partida bautismal sin sospechar el revuelo que se iba a armar cuando la gente le vio y le reconoció. La noticia de que el muerto en realidad estaba vivo corrió como la pólvora y no tardó en llegar a la prensa. Más sorprendente fue que el propio Grimaldos afirmó que se había marchado del pueblo por propia voluntad y que no tenía conocimiento alguno del caso en el que estaba implicado como supuesta víctima.

Tras la identificación de Grimaldos, el asunto pasó a manos del Tribunal Supremo, que no tardó en revisar la condena impuesta a los dos reos. En dicha orden se reconoce que la confesión de León y Gregorio carecía de validez al haber sido obtenida bajo tortura. Se declaró nula la sentencia al confirmarse que no había habido delito alguno, tras lo cual León y Gregorio quedaron en libertad. En cuanto a los responsables de su encierro, Emilio Isasa fue hallado muerto en su casa a los pocos días de conocerse la sentencia rectificativa, posiblemente por suicidio. También se suicidó el cura de Tresjuncos, cuyo cuerpo fue hallado ahogado en una tinaja de vino. El resto de acusados fueron llevados a juicio y, a pesar de su culpabilidad, todos ellos quedaron absueltos.


La Dulce Neus




El caso de la Dulce Neus fue uno de los más conocidos y mediáticos que ha habido en España. Aunque el crimen no tiene el componente de brutalidad de otros que hemos visto, sorprende la sangre fría de los asesinos, puesto que eran menores de edad, y de su madre, auténtica instigadora del asesinato.

El ambiente familiar en el domicilio de Juan Vila y Neus Soldevilla, vecinos de Montmeló (Barcelona), era de continuas peleas. Los enfrentamientos entre el cabeza de familia con su mujer y sus hijos eran constantes y éstos ya estaban hartos de sus gritos y de tener que someterse a la voluntad de aquel tirano. Por eso, no es de extrañar que los seis hermanos desarrollaran un vínculo afectivo muy fuerte hacia su madre en tanto que crecía su hostilidad hacia su padre.

Sin embargo, no todo era blanco y negro en el hogar. Juan Vila era un hombre de carácter brusco y autoritario que no vaciló en sacar a sus hijos de la escuela y ponerlos a trabajar a la edad de ocho años. Y Neus, a la que por su voz tenue y pausada habían motejado “la Dulce Neus”, gastaba en cosas superfluas el escaso dinero que su marido le daba para la manutención de sus hijos. Asimismo, empezó a enredarse con otros hombres, algunos de ellos casados, y a meterse en negocios un poco turbios a espaldas de su marido para ganar algún dinero.

Las cosas en el seno familiar iban a peor. Unos contratiempos en el negocio obligaron a Juan a deshacer su empresa, lo que estuvo a punto de llevarlo a la ruina. En medio de una depresión, se dedicó a atiborrarse de tranquilizantes y a beber sin control alguno, desquitándose con su mujer y sus hijos, a los que insultaba y golpeaba con frecuencia. Por estos tiempos, en el año 1981, Neus había contraído bastantes deudas tras pedir varios préstamos que no había reembolsado, por lo que su situación era crítica. Hizo partícipes de sus preocupaciones a sus hijos y poco a poco les convenció de que el culpable de todas sus desgracias era su padre y que la familia estaría mucho mejor sin él. A partir de aquel momento, Juan Vila tuvo los días contados.

El 28 de junio de 1981, tras haber dejado a su marido durmiendo en la habitación, Neus reunió a sus hijos y les entregó una pistola de 9 mm, diciéndoles que había llegado el momento. Dado que Neus no quería utilizar el arma, los hijos tuvieron que decidir cuál de ellos apretaría el gatillo para matar a su padre. La elegida fue Marisol, que solo tenía 14 años y nunca había disparado un arma; sus propios hermanos tuvieron que enseñarle a sujetar la pistola para que no se le levantara con el retroceso. Neus ordenó a la criada que se llevara a las niñas pequeñas para que no vieran lo que iba a ocurrir y se llevó al resto de sus hijos al dormitorio principal, donde Juan Vila dormía plácidamente. Allí, Marisol disparó a su padre a quemarropa en la nuca y lo mató al instante.

Durante un tiempo, Neus consiguió engañar a todo el mundo contando una historia acerca de unos encapuchados que habían entrado en la casa con la intención de matar a su marido. Sin embargo, a los pocos meses la criada se derrumbó y confesó a la Policía todo lo que sabía. Tras el juicio, la Dulce Neus fue condenada por parricidio con alevosía y premeditación a 28 años de cárcel; sus hijos mayores fueron condenados a 12 y 10 años, pero Marisol no fue procesada por ser menor de edad. Inés Carazo, la criada, fue absuelta del delito de complicidad, pero fue condenada a seis meses de arresto por omisión del deber de denuncia.


¡Y nada más, amigos! Con este post damos por terminado el mes del terror en la Biblioteca. ¡Hasta el mes que viene!

viernes, 20 de octubre de 2017

Crónica Negra de España, primera parte


¡Hola a todos!

Seguimos un día más con el mes del terror en la Biblioteca, que ha pasado demasiado rápido para mi gusto. Mi escasez de tiempo libre se ha notado, ya que no he subido tantas cosas como me hubiera gustado, pero espero poder compensaros con el post que os traigo hoy. He tenido que elegir entre dos temas que me parecían bastante interesantes: el mundo del crimen y el ocultismo. En un principio tenía pensado recopilar una serie de objetos malditos y hacer una lista con los más conocidos, ahondando en las leyendas que les rodean. Pero después de hacer una consulta en Facebook, he optado por el tema del crimen, ya que supone hacer un viaje por la Historia más tétrica, oscura y bestial de España.

Hoy vamos a hacer un repaso a la crónica negra de mi país a través de sus crímenes más conocidos y perturbadores. En esta lista se recogen asesinatos de personajes muy influyentes, matanzas indiscriminadas, atentados contra la propia familia, crímenes sin resolver, violaciones, torturas y terror, mucho terror. He buscado información de casos antiguos y nuevos y he tratado de resumirla de tal modo que pudiera recoger la mayor cantidad de datos en unos pocos párrafos, pero aun así me ha salido tan larga que he decidido partir la lista por la mitad y ofreceros hoy la primera parte, dejando la segunda para dentro de unos días.

Me gustaría advertir que, a partir de aquí, voy a hablar de temas bastante serios y que algunas de las cosas que voy a comentar pueden herir la sensibilidad del lector, de modo que recomiendo seguir leyendo con prudencia o dejarlo en este punto si uno no es capaz de soportar el horror que está por descubrir.

Si habéis decidido seguir leyendo, adelante.


La masacre de Puerto Hurraco




La masacre de Puerto Hurraco fue un asesinato masivo ocurrido en 1990 en un pequeño municipio de Badajoz (Extremadura, España), en el que dos hermanos de la familia Izquierdo la emprendieron a tiros contra los miembros de la familia Cabanillas, con los que tenían, según ellos, varias cuentas pendientes.

La historia de rivalidad entre estas dos familias se remonta a 1967, año en el que tuvieron varias rencillas por la venta de unas tierras y por el amor no correspondido entre Amadeo Cabanillas y Luciana Izquierdo; este rechazo amoroso provocó la primera muerte en el seno de esta familia, ya que Amadeo Cabanillas fue asesinado a manos de Jerónimo Izquierdo, quien ingresó en prisión por este crimen. Nada más cumplir su condena, Jerónimo regresó a Puerto Hurraco con la idea de vengar la muerte de su anciana madre, fallecida en un incendio en su propia casa y que, según los Izquierdo, había sido provocado por los Cabanillas. Aunque la investigación policial no halló culpables, Jerónimo atacó a uno de los Cabanillas con un cuchillo y lo hirió de gravedad, aunque el hombre finalmente logró sobrevivir. Por este hecho, Jerónimo Izquierdo sería internado en un psiquiátrico, muriendo allí al cabo de nueve días.

Pero la masacre que haría tristemente inmortal el nombre del municipio quedaría a manos de los hermanos Emilio y Antonio Izquierdo, quienes el 26 de agosto de 1990 salieron de su casa vestidos de cazadores y armados con escopetas de postas del calibre 12, se escondieron al anochecer en un callejón de Puerto Hurraco para después salir y disparar en una plaza contra los miembros de la familia Cabanillas. Aunque buscaban al supuesto culpable del incendio en el que había fallecido su madre, los Izquierdo vaciaron varios cartuchos contra cualquiera que se les cruzara en el camino, dejando un total de nueve muertos entre los que se encontraban dos niñas. A tal punto llegó su ceguera que incluso dispararon contra una unidad de la Guardia Civil que había acudido al lugar del suceso, alertada por los vecinos.

Tras el tiroteo, los Izquierdo huyeron a la sierra, donde fueron encontrados al cabo de nueve horas. Ninguno de los dos mostró el menor arrepentimiento por lo que habían hecho, y aseguraron que, de no haberlos capturado, habrían vuelto para provocar una nueva masacre. Finalmente, fueron llevados a juicio y condenados a pasar 684 años de cárcel y a pagar una indemnización a la familia Cabanillas. Las hermanas Ángela y Luciana Izquierdo, al principio acusadas de ser las principales instigadoras del crimen, fueron recluidas en un centro psiquiátrico, donde pasaron el resto de su vida. En el año 2006, Emilio Izquierdo falleció en su celda por causas naturales, posiblemente por un problema de corazón. Tres años y medio después, su hermano Antonio se suicidó en prisión ahorcándose con sábanas anudadas tras enterarse que aquel mismo día tendría que haber salido de prisión, pero que se había prolongado su condena a cinco años más por la aplicación de la Doctrina Parot.


La matanza de Los Galindos




Uno de los grandes misterios sin resolver de la crónica negra de España, un quíntuple crimen cometido en 1975 en el cortijo sevillano de Los Galindos que provocó un gran impacto en la época no solo por la crueldad que se empleó en la matanza de aquellas cinco personas, sino también porque nunca se pudo conocer la identidad de los que perpetraron los asesinatos.

Todo empezó el 22 de julio de 1975, cuando un mandadero de Los Galindos dio la voz de alarma al grito de “¡El cobertizo está ardiendo y hay sangre!”. Una vez apagado el incendio, los miembros de la Guardia Civil hallaron un reguero de sangre que los condujo hasta el interior de la casa del capataz Manuel Zapata, donde encontraron a su esposa muerta, con la cabeza aplastada a golpes, entre dos camas metálicas. Tres horas después, se encontraron entre los rescoldos del pajar dos cuerpos más, el del tractorista y el de su esposa embarazada, que habían sido mutilados y calcinados. Y antes de que acabara aquella terrible jornada, unas manchas rojas en el camino les condujeron al lugar donde reposaba el cadáver de un peón, muerto de un disparo a quemarropa en el pecho. Los rumores de que el culpable había sido el capataz se propagaron como la pólvora, pero esta teoría quedó completamente invalidada cuando tres días después se encontró el cadáver de Manuel Zapata junto a un árbol. Tenía la cabeza destrozada y posiblemente lo habían arrastrado hasta aquel lugar para despistar a los investigadores.

La primera fase de la investigación fue un despropósito inconcebible incluso para la época, motivada por la torpeza de los agentes, al no preservar la escena del crimen y evitar que se contaminara. Entre otras cosas, se permitió que vecinos y curiosos se pasearan por el lugar a sus anchas, se movieron los cadáveres de sitio y se llegó a limpiar el escenario del crimen cuando se supo que iba a llegar la TVE. Para cuando se quiso hacer una investigación más exhaustiva, no quedaba ya ni una sola huella intacta, lo que probablemente contribuyó a que los culpables no fueran encontrados jamás.

En cuanto al móvil de los asesinatos, se cree que pudo haber sido un motivo pasional. La versión oficial de los hechos señala al tractorista José González como el autor material de los hechos. Según la misma, una pelea con el capataz, que no le había permitido cortejar a su hija tiempo atrás, le llevó a matarlo con una pieza de hierro de una empacadora y a hacerle lo mismo a su esposa. Un peón que pasaba por allí vio lo sucedido y fue despachado de un tiro. Más tarde, José González habría ido a buscar a su esposa y, tras discutir con ella, la habría matado, habría arrojado su cuerpo al almiar y le habría prendido fuego. La muerte del tractorista podría haber sido accidental o un suicidio.

La familia del presunto culpable vivió un calvario de ocho años, que concluyó cuando el forense Luis Frontela exhumó los restos y dictaminó que al tractorista lo habían matado de un golpe en la cabeza y que habían intentado descuartizarlo antes de arrojar su cadáver al fuego. Asimismo, aclaró que posiblemente hubiera más de un culpable. Se barajaron varios nombres, incluso el de los propios dueños de la finca, pero nunca se llegó a una conclusión fiable. Tampoco el verdadero móvil quedó aclarado, pues se cree que podría haber sido por dinero o por un asunto de drogas.

Sea como fuere, el caso nunca se pudo resolver. Se dice que personajes influyentes contribuyeron a parar la investigación para evitar molestias o que se hurgara demasiado en asuntos que no convenía que salieran a la luz. Los errores cometidos durante la investigación tampoco ayudaron a que la verdad prevaleciese. En 1988, el caso quedó cerrado definitivamente y en 1995 prescribía. El sumario, que constaba de unos 1.300 folios, se perdió de principio a fin por no haber sido conservado en las condiciones que debería. De aquel dramático suceso solo nos queda la frase “Aquí mataron a cinco”, que estuvo pintada en uno de los muros del cortijo durante muchos años, cruel recordatorio del crimen que no se pudo o no se quiso resolver.


El Mataviejas




El Mataviejas es el apodo con el que se conoce popularmente a José Antonio Rodríguez Vega, que pasaría a la historia negra de España como uno de los asesinos en serie más fríos y repugnantes que jamás ha habido, no solo por su modus operandi, sino también porque sus víctimas preferidas eran ancianas indefensas que nada podían hacer contra él.

Conocido en su juventud como “el violador de la moto”, Vega se valía de su atractivo físico y de su encanto para salir bien parado de todas las situaciones. Como ya ocurrió en su día con asesinos como Ted Bundy o Richard Ramírez, a pesar de la bestialidad que mostraban al cometer sus crímenes, la gente que les rodeaba tendía a minimizar sus actos, encandiladas por el enorme carisma que sabían destilar estos monstruos. Y lo mismo sucedió con Vega. A pesar de que fue condenado a 27 años de cárcel por haber cometido diversos abusos y violaciones, muchas de sus víctimas decidieron perdonarle; esto, unido a su buen comportamiento en prisión, contribuyó a que se acortara su condena a ocho años.

Apenas un año después de haber salido de la cárcel, Vega volvió a las andadas. Sin embargo, en vez de ir a por mujeres jóvenes, escogió como víctimas a ancianas a las que observaba durante días para cerciorarse de que vivían solas. Una vez se aseguraba de que no hallaría resistencia, buscaba la manera de introducirse en sus casas para abusar de ellas y después matarlas.

El primer asesinato tuvo lugar en agosto de 1987. La víctima, una mujer de 82 años llamada Margarita González, fue hallada muerta en su domicilio. Vega la había estrangulado y había hecho que se tragara su propia dentadura postiza. Ese mismo año mató a más mujeres de edades que oscilaban entre los 60 y los 90 años, de ahí que se le pusiera el apodo de “El Mataviejas”. Sin embargo, como ocurre con todos los asesinos en serie, Vega empezó a refinar sus métodos de matar para adecuarlos al cumplimiento de sus fantasías, y esto fue lo que le ocurrió a Julia Paz, a la que violó repetidas veces hasta provocarle la muerte. Cuando la Policía registró la casa de la víctima, hallaron su cuerpo desnudo y con señales de haber sufrido diversas agresiones sexuales.

Después de este terrible asesinato, el Mataviejas acabó con la vida de unas diez mujeres más cuyas identidades permanecen en el anonimato a petición de sus familias. Sin embargo, Vega cometió un descuido en su último asesinato al dejarse una tarjeta de contacto en el domicilio de la víctima, lo que ayudó a la Policía a encontrarle y arrestarle en mayo de 1988.

El juicio contra el Mataviejas comenzó tres años después de su arresto. Aunque cuando fue arrestado confesó la verdad sobre sus crímenes, cuando empezó el juicio decidió cambiar su versión de los hechos y se declaró inocente, aunque de nada le serviría. En el juicio se supo que su manera de acceder a las viviendas de las ancianas era hacerse pasar por electricista o albañil y, con la excusa de hacer alguna reparación, se ganaba la confianza de las señoras y éstas le dejaban entrar en sus casas. Una vez allí, Vega abusaba de ellas, las mataba y después robaba algunas de sus pertenencias a modo de trofeo. Tras hacérsele diversas pruebas médicas, los expertos psicólogos dictaminaron que era un psicópata que no podía quedar en libertad.

José Antonio Rodríguez Vega fue hallado culpable y condenado a pasar 432 años en prisión por dieciséis delitos de asesinato. Pero la sociedad española solo respiró tranquila cuando años después, en 2002, se supo que dos presos habían asesinado a puñaladas al Mataviejas. Al parecer, los reclusos del penal donde estaba recluido le tenían una tremenda ojeriza a Vega por incumplir dos leyes de la cárcel: la de ser un violador y la de trabajar como chivato para los funcionarios de prisión. Al ser llevado por la Policía, uno de los asesinos exclamó “¡He matado al Mataviejas!”, frase que fue recibida con una salva de aplausos por los que presenciaron su arresto, lo que da fe de la repulsión que la gente sentía hacia Vega.

El Mataviejas fue enterrado en una fosa común en octubre de 2002. Nadie reclamó su cuerpo y a su entierro solo asistieron los dos hombres que se encargaron de darle sepultura.


El exorcismo de Almansa




Este ha sido, posiblemente, uno de los casos más brutales, abominables y terribles que han acontecido en la historia criminal española. Resulta difícil imaginar un crimen más salvaje y absurdo que el de Rosa Fernández Gonzálvez, una niña de 11 años que fue asesinada por su propia madre en medio de un ritual de sanación.

Los hechos se produjeron durante la madrugada del 18 de septiembre de 1990 en el pueblo albaceteño de Almansa. Este municipio, que bien podría ser conocido por su maravillosa artesanía zapatera, era más famoso por ser la cuna de numerosos curanderos y espiritistas que decían sanar en nombre de Dios y de Santa Lucía, cuyas estampillas atiborraban las casas de estos sanadores. Rosa Gonzálvez era una de las sanadoras más famosas de Almansa, a cuyo hogar acudían todos los días un sinnúmero de “enfermos” a los que curaba con la imposición de manos. Estas visitas le proporcionaban pingües beneficios, hasta el punto de que su marido, Jesús Fernández, pudo permitirse el lujo de dejar su trabajo y ejercer como secretario de su mujer.

Todo comenzó tres días antes, cuando Rosa Gonzálvez, María de los Ángeles Rodríguez y su hermana Mercedes salieron juntas a cenar. Al día siguiente, Rosa quedó con María de los Ángeles para exorcizarle un mal espíritu a su amiga y a los hijos de ésta, a los que metía los dedos en la boca para hacerles vomitar. Al día siguiente vuelve a realizarse otro ritual en el que estas dos mujeres se comportan como locas y se revuelven en medio de una violencia histérica pasmosa y difícil de imaginar. Tras la sesión, Rosa y María de los Ángeles se encerraron en el dormitorio del matrimonio; a medianoche, Mercedes regresó a la casa de la sanadora y fue invitada a unirse al ritual que desembocaría del modo más dramático que se pueda imaginar.

En la madrugada del día 18, Jesús halló a su esposa y a las hermanas Rodríguez totalmente desnudas y cubiertas de excrementos y bilis. A golpes, las mujeres obligan a Jesús a que despierte a la pequeña Rosi y la lleve a la habitación; incomprensiblemente, el hombre no tuvo valor para negarse y obedeció las órdenes de las mujeres. Una vez en poder de las mujeres, Rosi es desnudada y metida en la cama, pero al cabo de un rato su madre la obliga a tumbarse en el frío suelo, lo que la hace tiritar. Esto fue suficiente para que su madre pensara que un espíritu maligno se había apoderado de su cuerpo.

Mientras tanto, el ritual proseguía. Rosa y María de los Ángeles atacaron a Mercedes dándole patadas en la vagina y metiéndole los dedos en la boca hasta hacerla sangrar, señal que les indicaba que los malos espíritus habían sido expulsados. Es imposible describir el miedo que debió pasar la pequeña al presenciar semejante espectáculo de violencia y superstición, sin sospechar que estaba viviendo los últimos minutos de su corta vida. Aprovechando que Jesús había salido de la casa, las tres mujeres llevaron a la niña de vuelta a su cuarto y siguieron con sus rezos y jaculatorias, hasta que Rosa tuvo la fatal ocurrencia de decir que su hija estaba embarazada del Diablo.

Fue el principio del fin. Las tres enajenadas cayeron sobre la niña y, mientras las dos hermanas la sujetaban, Rosa le abrió las piernas,  introdujo sus manos en la vagina de su hija y empezó a arrancarle los ovarios, los intestinos, el útero… hasta eviscerar por completo a la pequeña, que murió de un shock provocado por el indescriptible dolor que sufrió en el proceso. Aun después de muerta, las enloquecidas mujeres siguieron sacándole las vísceras mientras gritaban que aquello era un nido de demonios.

A la mañana siguiente, Jesús y su cuñada Ana Gonzálvez consiguieron entrar en la habitación, quedando horrorizados ante la escena. Las mujeres atacaron a Ana e intentaron arrancarle los ojos para, según ellas, hacer que la niña reviviera. Cuando se empezaron a dar cuenta de lo que habían hecho, Rosa y María de los Ángeles intentaron darse a la fuga pero fueron capturadas por la Policía; Mercedes fue arrestada en el mismo lugar de los hechos.

En 1992, el Tribunal de Albacete dictó sentencia sobre las tres mujeres, que quedaron absueltas bajo la eximente de haber padecido un trastorno mental transitorio. Una sentencia que causó una comprensible indignación en Almansa y en toda la sociedad española, considerando, con toda la razón del mundo, que no se le había hecho justicia a la pequeña e inocente Rosi.


El parricida de Santomera




Hasta ahora hemos visto crímenes y asesinos cuyos nombres han perdurado en la memoria colectiva de España y que a día de hoy siguen siendo sinónimo de sangre y terror. Otros de los casos que figurarán en la segunda parte de esta lista también pueden presumir de tener nombre propio, pero no es así con el que nos ocupa. Si le preguntáramos a alguien al azar quién fue el parricida de Santomera, pocos sabrían responder correctamente. Pero si, unido a la pregunta, le mostráramos el vídeo en el que aparece la víctima llorando y pidiendo ayuda para que la protegieran de su hijo, estoy segura de que todos reconocerían el caso al instante.

Ángelo Carotenuto era un joven que, según contaba su propia madre, “era bueno pero lo que tomaba lo hacía malo”. El joven padecía una esquizofrenia paranoide que, unido al excesivo consumo de cocaína y drogas de diseño desde su adolescencia, hacía que se volviera extremadamente violento e incontrolable. Divorciado de su mujer, con la que tenía una hija, no soportaba que ésta hubiera buscado refugio con su propia madre, Teresa Macanás, que sería la víctima principal de la furia descontrolada de su hijo.




A pesar de que Teresa insistía en que Ángelo, en el fondo, era un buen hombre, es difícil creerlo sabiendo lo que sucedía en aquella casa. Teresa narró su terrible experiencia ante las cámaras de TVE para el programa “Gente”, donde contó que su hijo se volvía loco cuando no se tomaba la medicación y la emprendía a golpes con ella a la vez que le exigía que le diera dinero. La desdichada mujer llegó a advertir que algo gordo iba a pasar en su casa, dando a entender que sabía que su hijo era muy capaz de matarla llegado el caso. Su testimonio ante las cámaras era una petición de ayuda desesperada. Quería que se internara a su hijo y que la ayudaran a escapar de aquel infierno en el que vivía.

Dos años después de estas palabras, Teresa denunció a su hijo, que fue condenado por un delito de agresiones en el seno de la familia, siendo por ello recluido durante un año en un centro de salud mental. Tras su puesta en libertad, Ángelo regresó a casa de su madre, a la que propinó una brutal paliza que a punto estuvo de llevarla a la tumba, lo que le valió otros siete meses de reclusión y una orden de alejamiento de su madre durante un año y medio. Pero esta orden de alejamiento no se cumplió por dos razones: porque los problemas mentales de Ángelo le impedían comprender que debía obedecer dicha orden y porque su propia madre no soportaba ver a su hijo tirado por la calle y lo acogía de nuevo en su casa.

La tragedia se desencadenaría una noche de agosto del año 2007. Teresa se encontraba fregando los platos en el restaurante que ella misma le había regalado a su hijo para que se ganara la vida, cuando Ángelo apareció detrás de ella armado con un cuchillo. Habían tenido una terrible pelea debido a que Teresa, harta de que Ángelo le pidiera dinero para gastárselo en drogas y alcohol, decidió dejar de dárselo. Esto enfureció tanto a su hijo que tramó un plan para matar a su madre. Fue así como Ángelo apuñaló a Teresa en el costado hasta veinticuatro veces para después, una vez muerta, decapitar su cadáver. No contento con esto, Ángelo envolvió la cabeza en trapos de cocina y salió con ella a la calle ante el estupor de todos los vecinos. Quienes se cruzaron con él pudieron ver cómo le daba besos a la cabeza de su madre y hablaba con ella diciéndole cosas tales como “Mamá, ahora ya estás callada, así estás mucho mejor, y así no vamos a discutir más. Te quiero mucho, mamá. No te preocupes por nada”.

Esta terrible historia acabó cuando Ángelo depositó la cabeza de su madre en un muro, momento en que fue atrapado por la Policía. El juicio se llevó a cabo un tiempo después y, tras llegar a un acuerdo con la fiscalía, se decidió solicitar el internamiento de Ángelo en un centro de salud mental durante al menos veinte años, condena que hasta el momento se ha cumplido en su totalidad, y terminando así con lo que se podría llamar una crónica de una muerte anunciada.


Hasta aquí la primera parte de esta lista de crímenes. Espero subir la segunda parte dentro de poco. ¡Nos vemos!

martes, 10 de octubre de 2017

Midori, la niña de las camelias


¡Hola a todos!

Seguimos adelante con el mes del terror y ya que hemos empezado hablando de un asesino que fue capaz de sumir al estado de Illinois en una pesadilla, hoy vamos a comentar una película capaz asimismo de crear pesadillas al más pintado. Hay muchas, muchísimas películas de terror que se han hecho muy populares, han creado escuela y cuentan con hordas de fans acérrimos que las ponen en lo más alto del pedestal; películas tales como la saga de Viernes 13, La Matanza de Texas, El Resplandor o Pesadilla en Elm Street por mencionar solo las que están consideradas como clásicas dentro del género.

La película que hoy os traigo tiene origen japonés, país que nos ha legado grandes historias de terror como Ringu o La Maldición, cada una con su correspondiente remake estadounidense, y que todos conocemos más o menos aunque no las hayamos visto. Sin embargo, el género de terror animado no es tan conocido en Occidente (o, al menos, a mí me ha dado esa impresión), y la verdad es que nos estamos perdiendo grandes historias de terror por no saber siquiera ni que existen.

Este es el caso de la película que nos ocupa. Midori, la niña de las camelias está basada en una historia oral popular originaria entre las Eras Meiji y Showa, aunque es más conocida la versión manga publicada por Suehiro Maruo en 1984 y por su adaptación fílmica en 1992, dirigida y producida por Hiroshi Harada. La historia gira alrededor de Midori, una niña a la que le toca vivir una existencia de sufrimiento y torturas de la que es incapaz de escapar. A pesar de que se trata de una película de animación, se pueden ver escenas muy fuertes de tipo gore que pueden herir la sensibilidad de los espectadores, por lo que no es recomendable para personas con el estómago delicado o poco tolerantes para soportar el sufrimiento ajeno. Más que de terror, deberíamos decir que se trata de una película del género underground, bastante grotesca y difícil de entender en determinadas ocasiones.

Algo que llama la atención es que, dada la crudeza del argumento, ninguna productora aceptó la realización íntegra de la obra, por lo que el propio Harada se encargó de hacer él solo casi todo el trabajo, realizando los fotogramas uno a uno hasta dibujar unos cinco mil planos. Esto explica la baja calidad de la animación de la película, que queda muy por debajo de otras películas animadas de la época, pero teniendo en cuenta que el trabajo se realizó en cinco años y de manera prácticamente amateur, tenemos que apreciarla por cómo es.

Desde su estreno, la película provocó una gran polémica. Se dice que la versión original duraba entre 52 y 54 minutos, y el día del estreno fue también el único día que se emitió completa. Las autoridades japonesas quisieron censurar gran parte del contenido de la película, cosa que hizo enfadar a Harada, que reaccionó prohibiendo que se volviera a proyectar la película tanto en su versión completa como en la versión censurada. En años posteriores, Harada fue cediendo terreno y consintió que se editara una versión de 48 minutos, que es la que podemos ver actualmente. Se desconoce qué pasó con los seis minutos originales perdidos.

Pero pasemos a desgranar el argumento. Advierto que a partir de aquí va a haber grandes SPOILERS de absolutamente toda la película, por lo que no quiero recriminaciones ni protestas. Si queréis ver la película, os aconsejo que le deis un visionado y vengáis aquí a terminar de leer este artículo; si no tenéis ganas de sufrir con ella y preferís saber qué os habéis perdido, seguid leyendo.




Midori es una chiquilla de doce años que vive sola con su madre ya que, a raíz de la enfermedad de ésta, su padre las abandonó hace tiempo. Como son muy pobres, Midori ha tenido que dejar la escuela para ponerse a trabajar vendiendo camelias por la calle. Sin embargo, en el momento en que empieza esta historia, Midori se lamenta porque el día ha terminado y no ha conseguido vender ni una sola flor. Un caballero que pasa por la calle, compadecido, le compra todas las flores y le da una dirección para que le busque en caso de que tenga problemas o quiera mejorar su vida.

Al llegar a casa, Midori corre junto a su madre encamada y le cuenta, ilusionada, la gran oferta que le ha hecho el caballero desconocido. Pero entonces se da cuenta de que algo no va bien; su madre no responde, no se mueve y está demasiado pálida y demacrada para lo que es habitual. Midori levanta el futón y descubre, horrorizada, que su madre ha muerto y las ratas están devorando su cadáver.

Como no conoce a nadie y no tiene ningún otro lugar a donde ir, Midori recoge sus cosas y se dirige al lugar que le ha indicado el caballero desconocido, que resulta ser un circo de fenómenos en el que hay un tragasables, un hombre de cuello retorcido, un hombre sin brazos, un hombre-gusano, una chica tragafuegos y una mujer devoradora de serpientes. Estos personajes son monstruosos en todo el sentido de la palabra, ya que son grotescos por fuera y absolutamente malvados por dentro. Y lo primero que se les ocurre hacer al ver a Midori es violarla entre todos a modo de bienvenida. Así empieza el calvario de la pequeña Midori, un infierno del que no podrá escapar y que la destrozará por dentro cada día un poco más.

Empieza ahora el primer acto o primera canción, titulada "Paciencia y Sumisión". Nada más comenzar, vemos a Midori despertando y siendo testigo de cómo los fenómenos del circo practican sexo entre ellos sin ningún pudor, llegando incluso a sugerirle a Midori que se una a ellos. La niña, asqueada, escapa del lugar pero no se marcha demasiado lejos, ya que en un pequeño templo hay unos perritos que han perdido a su madre, por lo que Midori decide ocuparse de ellos. Esta escena es muy tierna, ya que por fin vemos a Midori sonriendo feliz mientras alimenta y juega con los cachorros, comportándose como cualquier otra niña en la misma situación. Pero nada más marcharse, aparece la chica tragafuegos, que parece odiar a Midori aunque no sabemos por qué. Y es aquí donde presenciamos una de las escenas más fuertes de la película, ya que la chica tragafuegos mata a los perritos estrellándolos contra el suelo o aplastándoles los sesos de un pisotón. Lo peor vendrá después cuando, reunidos todos los miembros del circo a la hora de cenar, la chica tragafuegos les dice que la carne que están saboreando es carne de perro, regodeándose especialmente al decírselo a Midori. La niña comprende que la chica ha matado a sus queridos cachorros y se los ha dado de comer, por lo que empieza a gritar y llorar con desconsuelo.



Midori y los fenómenos

La vida de Midori transcurre entre abusos y horrores que la llenan de aflicción, como las constantes violaciones a las que la somete el hombre sin brazos o el descubrimiento de que la chica tragafuegos en realidad es un chico, que disfruta al mostrarle su pene sin ningún pudor. En cierta ocasión, Midori tiene una pesadilla en la que se ve a sí misma con el cuerpo retorciéndose de una manera antinatural mientras una oruga se le mete en el oído. En el sueño tiene visiones de su padre, que está medio oculto entre las sombras y parece sordo ante las súplicas de su hija. Midori le grita pidiendo auxilio sin poder moverse, pero tiene que ver cómo los fenómenos del circo se burlan de ella y le dicen que nunca podrá escapar de ellos. Este sueño se ha interpretado de varias maneras, pero básicamente hace referencia a lo sola que está Midori en el mundo, sin padres, atrapada en un lugar del que no puede escapar y la impotencia que sufre por no poder ser feliz. Tras una imagen de Midori observando cómo se aleja un tren con destino a Tokyo, lugar al que ella desea regresar, termina esta primera canción.

Comienza ahora la segunda canción, titulada "Un enano emerge de la oscuridad". Debido a los problemas económicos por los que está pasando el circo, el dueño (que es el mismo hombre que le compró todas las camelias a Midori y le dijo que fuera a verle) contrata a un mago enano llamado Masamitsu, cuyos trucos se están haciendo bastante famosos y atraen a mucha gente. Entre sus maravillosos trucos, el más popular es el que hace al introducirse en una botella de cristal. Este truco causa la admiración del resto de fenómenos, pero entusiasma especialmente a Midori, que aplaude y sonríe ante el espectáculo. Masamitsu inicia entonces un acercamiento a Midori, dándole un beso en la mejilla y pidiéndole otro a cambio, algo que ella le concede de buen grado; con el paso de los días, ambos inician una relación de amor que entraría dentro de los límites de la pedofilia, ya que Midori no es más que una niña de doce años, mientras que Masamitsu parece rondar los cuarenta años o más. Sin embargo, Masamitsu es la única persona hasta el momento que ha tratado a Midori con cariño y consideración, lo que ha provocado que Midori se aferre a él como su única esperanza de ser feliz.

Los trucos de Masamitsu, tal como se esperaba, causan furor entre el público y hacen aumentar la afluencia de visitantes al circo, con la consiguiente mejora de los beneficios. El director, al darse cuenta de que sus ingresos están creciendo gracias a Masamitsu, lo trata mejor que al resto de fenómenos. Y como Masamitsu siente predilección por Midori, ella también se beneficia de ese mejor trato, llegando así a alcanzar una suerte de felicidad. La relación entre ellos se hace cada vez más fuerte, y Midori llega a imaginarse como esposa de Masamitsu. Pero los fenómenos no están por la labor de portarse bien con Midori, ya que la consideran su juguete, y vuelven a fastidiarla y a hacerle daño; pero entonces aparece Masamitsu haciendo gala de sus poderes para rescatar a Midori y decirle que se tome la tarde libre y salga a divertirse un poco. Midori acepta y se va al pueblo a comprar unos caramelos, que come sentada en unas escaleras. Entonces aparece el hombre sin brazos para disculparse con ella por lo ocurrido anteriormente, añadiendo que se ha enamorado de ella. Masamitsu oye sus palabras y decide vengarse de él creando una ilusión en la que el hombre sin brazos se hunde en un pozo de arenas movedizas que se le meten en la boca y lo ahogan. Más tarde, los fenómenos encuentran el cadáver del hombre sin brazos con la boca llena de lodo, pero no logran hallar una explicación para su muerte; solo Midori se da cuenta de que fue Masamitsu quien le mató utilizando sus poderes mágicos.



Masamitsu furioso

La historia prosigue y vemos cómo un hombre que trabaja para unos estudios de cine se acerca a Midori para hacerle una propuesta: quiere convertirla en la protagonista de su nueva película después de verla actuar en el escenario del circo. Midori se queda asombrada ante tal oferta, y empieza a imaginarse la maravillosa vida de lujos y bienestar que va a llevar si acepta. Pero Masamitsu le arrebata la tarjeta de presentación del cineasta y la rompe en mil pedazos, prohibiéndole a Midori que acepte el trabajo. Midori se enfada con él y se niega a acompañarle para hacer su número, por lo que el mago la encierra en la botella de cristal y se va solo a hacer el espectáculo. Pero algo ocurre, pues no puede concentrarse y no consigue realizar sus trucos de magia, provocando los insultos de los espectadores. En un arranque de ira, Masamitsu vuelve a utilizar sus poderes para hacer que los cuerpos de los espectadores se retuerzan en posiciones grotescas, se deformen o exploten esparciendo las tripas por todas partes, lo que causa el terror de la gente y la admiración de los fenómenos. Tras este suceso, el director del circo se preocupa por las denuncias que los espectadores van a ponerle al circo, por lo que decide que se marcharán a otro lugar. Sin embargo, Masamitsu le dice al director que él no les acompañará. Sale al patio para buscar a Midori, que está rezando bajo un árbol y la pareja se reconcilia, dando por finalizado el segundo acto.

Llegamos por fin al tercer acto o canción final, titulada "Bajo la flor de cerezo", que comienza con Masamitsu indicándole a Midori que camine por un lugar parecido a dos paredes demasiado juntas. Al llegar al final del camino, Midori reconoce las calles de Tokyo, su hogar, y vuelve a su casa justo para encontrarse con su madre y su padre, con los que come con gran alegría. Pero toda esta escena no es más que un sueño que Masamitsu le ha inducido a Midori, quizá a modo de consuelo por no poder darle la vida que la niña querría tener en realidad. Tras esto, descubrimos que el dueño del circo ha huido con todo el dinero recaudado y ha dejado a los fenómenos en la estacada, por lo que todos deciden seguir con sus vidas en otra parte. Midori se despide cordialmente de los fenómenos y se marcha con Masamitsu a la parada del autobús que les llevará a su próximo destino. Como todavía queda tiempo para que llegue el autobús, Masamitsu le pide a Midori que espere en la parada mientras él va al pueblo más cercano a comprar comida. Pero la fatalidad hace que Masamitsu sea asesinado de una puñalada por un ladrón que se encontraba en un lugar cercano a la tienda donde fue a comprar. Mientras tanto, el autobús se marcha y Midori se preocupa ante la tardanza de Masamitsu, de modo que corre a buscarle. Pero el lugar en el que le busca está en ruinas y las calles parecen un laberinto que se repite una y otra vez, devolviéndola siempre al mismo lugar... hasta que finalmente ve a todos los integrantes del circo, incluido a Masamitsu, mirándola y riéndose cruelmente de ella. La cordura de Midori se rompe por completo cuando, al coger un palo para golpear a sus torturadores, se da cuenta de que son ilusiones a las que no puede dañar pero que éstas sí que pueden hacerle daño a ella con sus burlas. Midori se quiebra ante la felicidad perdida y desaparece en un fondo blanco mientras emite unos gritos capaces de helar la sangre.

Y así termina la película, con una serie de imágenes terroríficas mientras oímos la voz de Midori recitando un poema en el que se deja entrever que es probable que ella hubiera muerto.


¡Y hasta aquí por hoy, lectores! ¡Nos vemos muy pronto con cosas nuevas!

miércoles, 4 de octubre de 2017

Pogo, el Payaso Asesino


¡Hola a todos!

¡Y empieza el mes del terror en la Biblioteca de Laura! ¿Pensabais que no iba a haber mes del terror este año? A juzgar por mi escasa actividad en el blog, yo también lo pensaría. Pero estáis de suerte, mis queridos lectores, porque últimamente me encuentro con ganas de buscar cosas relacionadas con el terror, lo escabroso, lo perturbador. He navegado un poco por la red estos días y he encontrado cosas que me parecen dignas de compartir en este blog, pero eso lo iréis viendo en los próximos días.

Este año voy a empezar el mes del terror con una biografía. Si habéis leído el título, ya os estaréis haciendo una idea de por dónde van los tiros. Con el actual remake de It, estoy segura de que muchos habréis visto la nueva película basada en la novela homónima de Stephen King. Pero tal vez algunos no sepáis que King se inspiró en un asesino en serie real para crear al payaso Pennywise. Hoy os traigo la biografía y carrera criminal de ese hombre, de ese monstruo que sirvió de inspiración para otro monstruo que se convertiría en el paradigma de la maldad absoluta.

Seguid leyendo y disfrutad!





El nacimiento de un monstruo

John Wayne Gacy nació el 17 de marzo de 1942 en Chicago, Illinois. Aunque de niño estuvo muy unido a su madre y a sus dos hermanas, la relación que tenía con su padre, un hombre machista, alcohólico y maltratador que golpeaba con frecuencia a su mujer y a sus hijos, nunca fue buena. Además de los constantes desprecios y maltratos de su padre, a los 6 años Gacy sufrió abusos sexuales por parte de un hombre cercano a la familia, lo que le pudo haber marcado de por vida. A todo esto hay que añadir que a los 11 años sufrió un accidente al golpearse en la cabeza con un columpio, lo que le provocó un coágulo en el cerebro que pasó desapercibido para todos hasta que cumplió los 16 años, momento en el que empezó a sufrir mareos y desmayos.

A pesar de haber cambiado hasta cuatro veces de universidad y de no haber logrado graduarse nunca, Gacy consiguió salir adelante trabajando en Las Vegas y en diferentes lugares de Illinois. Empezó a estudiar Ciencias Empresariales, inició una exitosa carrera como vendedor de zapatos y se casó por primera vez. Sin embargo, a mediados de los años sesenta empezarían los problemas para el matrimonio debido a las tendencias homosexuales de Gacy, que este trataba de reprimir a toda costa sin conseguirlo. Pero la ruptura definitiva del matrimonio vendría a raíz de la detención de Gacy en 1968 bajo la acusación de haber violado y sodomizado a un chico de 15 años. A pesar de que fue sentenciado a pasar 10 años en prisión, Gacy solo permaneció encerrado dieciséis meses; obtuvo la libertad condicional en junio de 1970 debido a su buen comportamiento, lo que llevó a las autoridades a pensar que empezaba a mostrar signos de adaptación y reinserción.

Sin embargo, por aquel entonces nadie tenía el modo de saber lo que iba a ocurrir poco tiempo después. Hasta ahora, los hechos aquí relatados no son nada en comparación con lo que pasaría cuando Gacy liberó toda su furia homicida. Un monstruo acababa de salir de la cárcel y el terror no había hecho más que empezar.



El payaso asesino

Tras salir de la cárcel, Gacy se mudó a la localidad de Summerdale Avenue, donde esperaba rehacer su vida. En los meses siguientes, se hizo muy conocido en la comunidad debido a su fama de hombre amable y ejemplar. Se afilió al partido demócrata y comenzó a involucrarse activamente en temas políticos, lo que le llevaría incluso a conocer a la futura Primera Dama, Rosalynn Carter.

Pero lo que verdaderamente engrandeció el nombre de John Gacy fue su intensa participación en asociaciones caritativas y benéficas. Aunque la mayor parte de su tiempo lo dedicaba a su segunda esposa y a la empresa de contratistas y albañilería que él mismo había montado, en cuanto tenía ocasión se volcaba por completo en los demás. Organizaba fiestas y barbacoas a las que invitaba a todos sus vecinos y amenizaba las tardes de los niños que estaban ingresados en el hospital. Los vecinos le conocían por ser uno de los hombres más amables y bonachones que jamás habían conocido, y los niños le conocían por el nombre de Pogo, apodo que se había puesto el propio Gacy cuando se disfrazaba de payaso para divertir a los pequeños hijos de sus vecinos.

Entramos aquí en la parte más macabra de la vida de John Wayne Gacy: su alter ego, Pogo. En el mundo hay miles de personas que le tienen un pánico irracional a los payasos, miedo que recibe el nombre de coulrofobia cuando ese terror es bastante serio. Pero aunque no padezcamos de coulrofobia, es un hecho innegable que la figura del payaso genera un terror muy difícil de explicar. ¿Qué podría ser más simpático que un payaso que hace cabriolas y trucos para divertir a los demás? Tal vez sean su nariz roja, su pelo de colores y su rostro, maquillado de manera casi grotesca, lo que nos hace sentir aprensión hacia el payaso, pues ataviado de esa guisa se convierte en una parodia esperpéntica de un ser humano que a algunos les mueve a risa, pero a muchos otros les provoca una extraña desazón.

Pogo es, precisamente, la culminación de ese temor hacia la figura del payaso. El personaje alegre, gracioso y bonachón que aparece en escena maquillado y enmascarado para divertir a los niños también oculta un lado cruel, salvaje y despiadado con aquellos a quienes se supone que debe divertir. Pogo es la cara amable y divertida de Gacy, un disfraz bajo el que se esconde el asesino de adolescentes que dejó tras de sí un reguero de sangre y muerte en la pacífica comunidad de Summerdale Avenue. Por eso, no sorprende que el propio Stephen King se inspirara en él para crear al célebre Pennywise, el monstruo maligno que adoptaba la forma de un payaso para aterrorizar al grupo de los Perdedores en la conocidísima novela It (Eso).

Como todos los asesinos en serie, Gacy tenía su propio modus operandi a la hora de secuestrar y matar a sus víctimas, método que fue refinando y perfeccionando durante seis angustiosos años. Sus objetivos eran siempre adolescentes, chicos cuyas edades oscilaban entre los catorce y los veinte años, a los que no le costaba nada captar para que subieran a su coche o acudieran a su empresa de albañilería con la promesa de ofrecerles un trabajo. La mayoría de los chicos le conocían por sus shows de payaso y se fiaban de él, creyéndole una buena persona que solo quería ayudarlos, por lo que no tardaban en aceptar sus propuestas. Pero en cuanto Gacy les tenía a su merced, empezaba para ellos la verdadera pesadilla.

El primero fue Timothy McCoy, un chaval de quince años que desapareció misteriosamente en 1972 y nunca más se volvió a saber de él. Y tras él fueron los demás, sumando un total de 33 víctimas cuyos cuerpos se hallaron enterrados en el sótano de Gacy o tirados en el cercano río Des Plaines. Ante esta oleada de desapariciones, la gente de Chicago estaba cada vez más asustada. La policía tenía serias dificultades para investigar el caso debido a la carencia casi total de pruebas y de un sospechoso; y es que nadie sospechaba que Gacy, el que todos consideraban como el vecino perfecto, era quien había llevado a cabo los secuestros y posteriores asesinatos.

Sabemos de las atrocidades que Gacy cometió contra sus víctimas porque, contra todo pronóstico, una de ellas sobrevivió. Jeffrey Rignall, un chico que acostumbraba a salir a tomar unas copas a alguno de los bares del lugar, fue abordado una noche por Gacy, quien se ofreció a llevarle en su coche al lugar que él le indicara. El chico aceptó y subió al vehículo, y casi al momento Gacy se abalanzó sobre él y le puso en la cara un pañuelo impregnado de cloroformo. Cuando Rignall despertó, se encontró con una escena dantesca: Gacy, desnudo ante él, le iba mostrando diversos objetos de tortura sexual y le describía cómo se utilizaban y cuánto dolor le iban a provocar. Uno tras otro, Gacy probó todos los objetos con el chico mientras se regodeaba en su sufrimiento. Al acabar la interminable sesión de tortura, Gacy solía rematar a sus víctimas estrangulándolas. Sin embargo, la voluntad de Rignall por sobrevivir era tan fuerte que ni siquiera Gacy pudo doblegarla; el chico despertó bajo una estatua del Lincoln Park en Chicago, herido, con el hígado destrozado por el cloroformo, traumatizado… pero vivo. Sin embargo, aunque parezca mentira, nadie creyó a Rignall cuando denunció a su agresor y señaló su foto en una rueda de reconocimiento.

Durante los meses siguientes, más chicos siguieron desapareciendo sin que nadie pudiera hacer nada para atrapar a su secuestrador. Gacy seguía entreteniendo a los niños de su barrio haciendo del payaso Pogo, asegurándose así de que no se le relacionara con los crímenes que iba cometiendo año tras año. Sin embargo, no fueron pocos los vecinos que empezaron a notar un extraño olor que parecía proceder de la casa de Gacy. Este olor era tan fuerte que pronto se convirtió en la comidilla del barrio, aunque Gacy siempre le quitó importancia al asunto diciendo que era un problema de humedades o tal vez un nido de ratas muertas. Ningún vecino fue capaz de identificar el tufo de los restos humanos que Gacy tenía enterrados en el sótano de su casa. Por eso, nadie llegó a sospechar el acontecimiento que iba a romper la paz que reinaba en Summerdale Avenue.






Juicio y ejecución

En diciembre de 1978, la madre del joven de quince años Robert Piest empezó a impacientarse al ver que su hijo tardaba demasiado en volver a casa. El chico estaba buscando trabajo para ganar algún dinero extra y le había contado a su madre que un tal Gacy le había ofrecido un puesto de trabajo como albañil. La desaparición de Robert quedó puesta en conocimiento de la policía, que empezó a investigar a Gacy, descubriendo así su historial delictivo como pederasta y abusador. Aunque Gacy negó cualquier relación con Piest, la policía consiguió una orden de registro de su domicilio, donde se encontró el mayor arsenal de instrumentos de tortura jamás visto. Ante la evidencia, Gacy no tuvo más remedio que confesar que había matado a 33 individuos, indicando a la policía los lugares donde los había enterrado.

Los medios de comunicación rugieron de indignación en cuanto el caso del Payaso Asesino salió a la luz, más todavía cuando se filtró la foto que Gacy se había hecho con Rosalynn Carter. Las familias de Summerdale Avenue se quedaron horrorizadas al reconocer al payaso que había hecho reír a sus hijos y lo cerca que habían estado del peligro.

Durante el juicio, celebrado el 6 de febrero de 1980, Gacy se declaró inocente y alegó problemas de orden mental. Pero tras hacerle los pertinentes estudios se declaró que esa afirmación era falsa: Gacy era completamente consciente de lo que hacía en el momento de torturar y asesinar a sus víctimas. Además, él mismo se contradecía cada vez que contaba la historia, pues unas veces aseguraba que él no había asesinado a los chicos y al día siguiente era capaz de contar detalles muy específicos de los asesinatos, detalles que solo podía conocer su asesino.

John Wayne Gacy fue hallado culpable y fue sentenciado a 21 cadenas perpetuas y 12 penas de muerte. Fue ejecutado por inyección letal el 10 de mayo de 1994, sin haberse arrepentido de los crímenes que había cometido. Sus últimas palabras fueron "Matarme no compensará la pérdida de los otros. El Estado me está asesinando. ¡Besadme el culo!".

domingo, 1 de octubre de 2017

La Barbie del mes: Princesa del Imperio Azteca


¡Hola a todos!

Y bienvenidos al otoño, si se le puede llamar así a esta ola de calor que estamos sufriendo en mi pueblo (por ola de calor, hablamos de 22º por la noche, que para un gallego ya es bastante sofoco, XD). Otoño es una de mis estaciones favoritas porque es la antesala del invierno. La gente vuelve a sus tareas habituales, se impone una sana rutina, empieza a hacer fresquito y salen a la venta las típicas colecciones por fascículos que todos empezamos pero nunca conseguimos acabar.

En mi caso, sigo haciendo lo mismo de siempre. Eso sí, echo de menos tener unos días de vacaciones para quitarme de encima el estrés y dedicarme a mis cosas. Me gustaría mucho poder dedicarle más horas a mis historias y sacar tiempo para poder hacer mil tareas en un día, como en aquellos tiempos en los que podía escribir por la mañana, dibujar un par de horas, salir a dar un paseo, quedar con mis amigas y ver anime por la noche. Ahora, como mucho, solo puedo hacer una de estas cosas en mi escaso tiempo libre.

Pero, lejos de lamentarme, voy a empezar el mes con entusiasmo y a darlo todo en la medida de mis posibilidades. Y, para empezar con el pie derecho, os dejo aquí a la correspondiente Barbie que encabeza este mes:


Princesa del Imperio Azteca




Durante el siglo XV y el primer cuarto del siglo XVI, el poderoso imperio azteca dominó cultural y políticamente la parte central y sur de México. Una bella chica de cabello negro largo y ojos cafés intensos vive en el palacio real en Tenochtitlán, la capital del imperio. Le encanta caminar por la exuberante campiña verde donde viven muchos lindos animales, incluyendo jaguares, colibríes, águilas y guajolotes. A veces se queda en el palacio a jugar patolli, un juego de mesa similar al backgammon.

Ojalá hubiera podido conseguir esta muñeca, en serio. Me parece una de las más bonitas de la colección. No solo sus rasgos son armoniosos y delicados; el traje y el tocado de plumas contribuyen a hacer de esta Barbie una de las mejores y más hermosas que he visto nunca. Si algún día tengo la inmensa suerte de obtener esta Barbie, se convertirá en una de mis favoritas y ocupará un lugar de honor entre mis otras muñecas.