sábado, 16 de marzo de 2019

Dreshkahud


Se escuchan unos extraños sonidos de fondo, unos susurros inconexos que flotan en el aire y se adentran en lo más profundo del corredor. No me agrada la idea de tener que moverme en esta oscuridad a tientas, sin tener ni siquiera una linterna para iluminarme. Hamilton cree que la luz alertaría de nuestra presencia a quien quiera que se esconda al final de este pasillo y ha insistido en que caminemos a oscuras, por lo menos el trecho que nos queda. Cuando lleguemos, me temo que no necesitaremos linterna alguna.

De los diez expedicionarios que iniciamos este viaje a los infiernos solo quedamos dos. Todos los demás han desaparecido repentinamente sin explicación alguna entre las sombras que nos rodean. Hace dos días desapareció nuestra médium, y Hamilton ni siquiera insinuó la posibilidad de dejar la expedición para ir a buscarla. ¿Para qué perder el tiempo buscando a los que ya están perdidos? Espero y deseo que mis compañeros estén en un lugar mejor, lejos de los males que nos acechan a mi preceptor y a mí.

Creo que falta poco para llegar. En estos momentos, Hamilton duerme mientras yo monto guardia. Los susurros siguen escuchándose, pero una parte de mí lo agradece; un silencio absoluto sería devastador para mis nervios, que ya están destrozados. ¿Quién me mandaría a mí meterme en este embrollo? Hamilton se opuso desde el principio a que yo formara parte de la expedición; dijo que era demasiado peligroso y que no consentiría que le sucediera algo a su “querida niña”. Así es como me llamaba cuando era pequeña y como ha seguido llamándome toda la vida. Las viejas costumbres.

Reconozco que yo tengo la culpa de esta situación. Yo fui la que aceptó este caso. Yo fui la que arrastré conmigo a Hamilton y a los demás para que me ayudaran a investigar lo que ocurría en los sótanos de la mansión de los McDowell. ¿Y cómo no hacerlo? Teléfonos que sonaban estando descolgados, aguas negras lloviendo de los techos de cada habitación, pesadillas que enloquecían a los miembros de la familia… Demasiado atractivo para Sophia Rothschild, descendiente de una estirpe de parapsicólogos de renombre. Veremos de cuánto me sirve ahora el prestigio que me legaron mis ancestros.

Acabo de oír algo. Ha sido ahora, de repente. Un sonido extraño, una especie de gemido largo y aislado, ha roto por un instante la monotonía de los susurros, que siguen rumiando en la oscuridad. Quizá debería despertar a Hamilton y decirle… ¿Decirle, qué? Sabe de sobra que cualquier ruido que oigamos no será preludio de algo bueno, precisamente. Pero siento curiosidad por saber qué clase de criatura ha emitido semejante alarido. Aquí abajo hay algo que no quiere ser descubierto y se está librando de los intrusos uno a uno. Y si no hago algo, Hamilton y yo seremos los siguientes. Está decidido: tengo que seguir adelante. No sé cuánta cinta me queda en esta grabadora, pero no dejaré de grabar hasta que encuentre el origen de esta pesadilla. Voy a seguir.

El pasillo no es tan largo como pensaba. Ya estoy viendo una pequeña luz al final del túnel, y los susurros se están convirtiendo en algo parecido a una salmodia. ¿Son rezos? ¿Hay alguien rezando? La atmósfera se vuelve pesada por momentos, como si el aire fuera más denso a medida que me acerco. Voy a continuar, y no me importa lo que me pase a partir de ahora. He seguido la luz y creo que he encontrado algo. ¿Una puerta? No, parece más bien un agujero mal tapado con maderos podridos. La luz que veía es la que se cuela entre las rendijas. Ahora se ve con más nitidez y no es solo una luz, sino varias. Luces de mil colores que ascienden dibujando formas de caleidoscopio. Los susurros suenan cada vez más fuerte, se meten en mis oídos y en mi cabeza empieza a formarse un nombre que no logro identificar, pero que me aterroriza.

Otra vez ese aullido espeluznante. Dios, me va a reventar los tímpanos… Esos chillidos me taladran la cabeza, me destrozan por dentro… pero tengo que ver qué clase de criatura los profiere. Si consiguiera arrancar uno de estos tablones, creo que podría tener una mejor visión. Noto que la madera cede. Sí, lo he logrado.

Dios santo, no sé cómo describir lo que estoy viendo. Esto es… inimaginable. Bajo el ventanuco se abre una sima inmensa cuyo final no alcanzo a distinguir. Hay grandes plataformas dispersas aquí y allá, como si hubieran sido talladas en la roca viva. En una de estas plataformas, la más cercana, se está llevando a cabo lo que parece ser un extraño culto. Los orantes son criaturas que podrían ser humanas, salvo que no lo son. Se parecen a nosotros, pero cada una de ellas parece tener dos o tres pares de brazos y piernas, la piel negruzca recubierta de escamas y pequeños cuernos saliendo de sus cabezas. Se inclinan todos a una al ritmo de su oración, mirando hacia un vórtice abierto en uno de los pilares de roca. De ahí procede un zumbido que se prolonga en el tiempo y el espacio, pero no tengo ni idea qué es lo que lo produce.

Los orantes siguen cantando y rezando, cada vez más rápido. Y entonces vuelvo a oír el alarido que sentí antes, solo que esta vez es tan intenso que creo que me va a estallar la cabeza. No sé si la grabadora podrá registrar este sonido anormal, pues no pertenece a nada que la Tierra haya visto nacer. Ahora, ahora empiezo a ver algo. Del vórtice empiezan a brotar luces parpadeantes, y el agujero escupe un conglomerado de esferas iridiscentes que flotan por los aires, a lo largo y ancho de esta sima inexpugnable. En el interior de cada esfera hay cinco orbes más pequeños, cada uno de un color; no me lleva más que unos instantes comprender que esos orbes son ojos que lo miran, lo escrutan, lo analizan todo.

Pero esto no se ha terminado todavía. Con un extraño exabrupto, del pilar de roca surge una criatura. Sí, una criatura inmensa está saliendo del vórtice. Se libera, viene hacia aquí. Es abominable, indescriptible… Solo puedo decir que parece una masa palpitante recubierta de pequeños apéndices que se retuercen de manera grotesca. Un bulto que babea, roe y aúlla ante sus fieles. Las esferas que flotan están unidas a su cuerpo mediante una serie de finos tentáculos, como si se tratara de un manojo de globos. No sé qué clase de criatura es esta, pero algo me dice que se la debe temer, que es algo con un poder tan grande que excede toda comprensión, y que su maldad, la auténtica maldad, no tiene fin en él. Y entonces, de repente, mi cabeza se despeja y escucho con toda claridad el nombre de este monstruoso y abominable ser.

Dreshkahud.

Sus esferas se han detenido frente al vano tras el que me escondo. Me ve. Me observa. Está leyendo dentro de mi cabeza. Su nombre… Dreshkahud… Dios mío… Dreshkahud…

[Fin de la transmisión]