miércoles, 22 de mayo de 2019

El juego llega a su fin. Impresiones sobre el final de Juego de Tronos


Bueno, pues ya está. Se acabó lo que se daba.

Juego de Tronos ha llegado a su fin el 19 de mayo de 2019, tras ocho temporadas de duración y calidad irregulares, y cuya finale ha mantenido expectante a más de medio mundo con la promesa de ofrecer el broche de oro definitivo a la serie más adorada del momento. Opiniones ha habido para todos los gustos, desde aquellos que están encantadísimos con el final hasta aquellos que lo desdeñan de plano. Las discusiones en redes sociales entre los fans de uno y otro bando han sido legendarias y podrían dar para un spin off en el caso de que Weiss y Benniof quieran aprovechar el tirón de la saga (algo que, por otra parte, me parece que podrían hacer si deciden adaptar la historia de la dinastía Targaryen o la del origen de los Caminantes Blancos, como creo que será).

Se ha terminado la que ha sido considerada la mejor serie de la historia de la televisión. La serie perfecta, según muchos, aunque tengo mis dudas al respecto. Si habéis sido seguidores de la serie, os habréis dado cuenta de que Juego de Tronos ha ido experimentando un bajón considerable a partir de la cuarta temporada. No es esta una afirmación sin fundamento, ya que habría que estar muy ciego para no ver las inmensas incoherencias que empiezan a surgir tanto en el plantel de personajes como en el orden de acontecimientos. Deus ex Machina por doquier, personajes que no se comportan como se esperaría de ellos, arcos argumentales mal cerrados (y eso cuando se cierran), repeticiones de actos pasados para dar golpes de efecto que quedan sosos y descafeinados, y un montón de recursos que no ayudan a levantar las temporadas que van de la cuarta a la octava. Salvo honrosas excepciones como la Batalla de los Bastardos o la explosión del Septo de Baelor, Juego de Tronos ha sido un aburrimiento desde la mitad de su vida hasta el final. Con el tiempo, ha acabado convirtiéndose en una serie que veía más por inercia que por verdadero gusto, pues no me emocionaba o me parecía demasiado exagerada en algunas cosas.

Quizá por eso su final me haya dejado indiferente. Al contrario que muchos fans, yo no me coloco ni en el bando de los defensores ni en el de los detractores, sino en un punto intermedio. No me ha parecido un mal final porque ya me esperaba que fuese más o menos así, y tampoco me parece un buen final porque va a juego con el resto de la temporada: parece haber sido hecho a toda prisa y sin ganas. Y qué queréis que os diga, pero esto me parece una lástima viniendo de la que he considerado como una de mis series preferidas durante años.

El objetivo de este artículo será el de dejar mi opinión acerca del final de Juego de Tronos, las impresiones que me ha dejado y lo que pienso que podría haber sido. Y ya que mi amiga y compañera bloguera Estelwen Ancálimë ha hecho las reseñas de todos los capítulos de la temporada final, con su permiso yo me encargaré de dejar mi impresión sobre el cierre. Por supuesto, este post irá cargadito de SPOILERS, así que no recomiendo leerlo si todavía no habéis visto el capítulo… aunque a estas alturas me extraña que alguien no lo haya visto. ¿Listos? Vamos allá.




El capítulo empieza donde lo dejamos, con un plano de Tyrion recorriendo las ruinas de la antaño próspera Desembarco del Rey. La capital de los Siete Reinos ha quedado reducida a escombros después de que a Daenerys le entrara un parraque y decidiera prenderle fuego, a pesar del detalle importante de que la guardia de la ciudad ya se había rendido y que la urbe estaba llena de gente inocente que, tras la conquista, habría sido el pueblo al que Daenerys tendría que gobernar. Pero gracias a un inexplicable acceso de locura Targaryen que nunca antes le había dado, ahora Daenerys se ha convertido en la reina de las cenizas: una soberana sin ciudad, sin pueblo y sin el apoyo de los lores de Poniente. En pocas palabras, se ha convertido en aquello que siempre había jurado destruir (¿he oído por ahí La Venganza de los Sith?).

Tras hacer alarde de su poderío ante los dothraki y los Inmaculados, Tyrion se acerca a ella para decirle que igual se ha pasado un poco con lo de arrasar toda la ciudad y que no quiere seguir siendo su Mano, a lo que Daenerys responde dando orden de que sea arrestado. Estamos aquí ante una Daenerys que jamás hemos visto antes en toda la serie. La muchacha ingenua y desvalida que aprende a base de errores y pérdidas a ser una líder de ejércitos y un símbolo de libertad y esperanza para muchas personas, se ha convertido por arte de birlibirloque en una psicótica que ve traiciones por todas partes, una lunática que se cree investida del poder de decidir qué es lo correcto y qué no lo es, y a la que no le importa masacrar a un pueblo inocente con tal de sentarse en el Trono de Hierro, un trono que mucho no le debía importar cuando tardó siete temporadas en viajar a Poniente para reclamarlo.




Pero seguimos, que hay para rato. Jon va a visitar a Tyrion y éste se sincera respecto a sus sentimientos por Daenerys. Se siente hundido y traicionado por la reina a la que ofreció sus consejos y confiesa que apenas la reconoce, que no es la persona a la que él sirvió con devoción y esperanza. Pero la perla viene cuando, apelando a lo que es correcto o no, le insinúa a Jon que mate a Daenerys. Antes hemos hablado de que nadie tiene derecho a decidir lo que está bien y lo que no, ¿verdad? Pues parece ser que eso no se le aplica a Tyrion. Pero claro, es que Daenerys es una loca asesina de niños, así que eso tiene justificación. Jon, por descontado, no quiere mancharse las manos con la sangre de su tía/amante, a pesar de que todos sabemos que ya no la ama (qué poco les dura el amor a los personajes de esta serie, pardiez), pero Tyrion deja plantada la semilla de la confusión y la cosa llega un poco hasta aquí.

Pasamos a la sala del trono, donde Daenerys se acerca a su ansiado premio y lo contempla con ojos emocionados. Y justo cuando está a punto de sentarse en el trono, llega Jon y se produce entre ellos el momento que lo decidirá todo. Jon trata de hacerla entrar en razón y le dice que no puede decidir sobre los destinos de la gente, puesto que nadie tiene ese poder de discernimiento. Pero Daenerys no atiende a razones y trata de acercarse a Jon, tentándole con la posibilidad de que la apoye y que gobiernen juntos los Siete Reinos (¿he oído por ahí El Imperio Contraataca?). Pero Jon, siguiendo el consejo de Tyrion, la apuñala y la mata. Daenerys muere sin un quejido, y Drogon aparece solo para fundir el Trono de Hierro y llevarse el cadáver de su madre a un lugar muy lejano. Nunca sabremos por qué no calcina a Jon, al que tiene a tiro de piedra, pues allí no hay nadie más que hubiera podido matar a Daenerys y él lo sabe, pero a estas alturas de la serie ya no importa mucho. El caso es chapar como sea e irse a casa.



Algo parecido ha quedado, sí...

Tras una elipsis temporal que solo podemos intuir por lo mucho que le ha crecido la barba a Tyrion, se acerca el momento de decidir qué hacer con él y Jon (que no está presente). Aunque se les ofrece a los Inmaculados la posibilidad de fundar su propia ciudad, Gusano Gris solo quiere ver sangre y pide que se mate a los traidores (qué manía con querer matar a todo el mundo, joder), pero resulta que esa clase de decisiones debe tomarlas el Rey. Y aquí llegamos a la parte que todos estábamos esperando: Averiguar quién será el próximo rey de los Siete Reinos. En un concilio en el que se han reunido todos los lores de Poniente (¡hombre, pero si ahí están también Edmure Tully, Robert Arryn y el nuevo dorniense, al que no conocemos ni nos importa!), se procede a decidir quién será el nuevo rey. A pesar de la trascendencia del momento, hay oportunidad de introducir un alivio cómico en la forma en la que Sansa hace callar a su tío Edmure y el descojone general que provoca el intento de Sam de instaurar una democracia moderna. Al final, se opta por la alternativa de que sea este consejo de lores el que elija a los nuevos reyes en el futuro.

Pero, ¿quién va a ser el rey por ahora? Pues nada más y nada menos que… redoble de tambores… ¡¡BRAN STARK!! ¡Sí, amigos! Tras un discurso en el que Tyrion suelta la mayor chorrada de la historia (Lo que une a un pueblo con su gobernante son las historias. Claro que sí, hombre. Deja que lo apunte en mi máquina de escribir invisible), todos aceptan de manera unánime que Bran sea el nuevo rey, a pesar del inconveniente de que tras muchas vicisitudes más allá del Muro no tiene ni idea de cómo gobernar los Siete Reinos, pero esto no tiene la menor importancia; ya he dicho que ahora se trata de acabar como sea y ponerle cierre al asunto, aunque sea de la manera más chapucera imaginable. ¿Y queréis saber lo mejor? Bran acepta y admite que todo lo que ha pasado hasta ahora tenía que ocurrir para llegar a ese momento. O sea, que Bran sabía que Arya mataría al Rey de la Noche, sabía quién moriría en el proceso, sabía que Daenerys arrasaría Desembarco del Rey… y no hizo nada para evitarlo. ¿Os dais cuenta del tamaño y las implicaciones de esta afirmación?

Recapacitemos. A lo largo de la temporada, personajes como Sansa, Varys o Sam han insistido por activa y por pasiva que Daenerys está pirada y que su llegada a Poniente no traerá más que problemas y desgracias. ¿Argumentos? Pues que utiliza a sus dragones para quemar a sus enemigos y que tiene delirios de grandeza, signos obvios de locura incipiente (nótese el sarcasmo, por favor). Todo cuanto estos personajes dicen redunda en la intención de que veamos a Daenerys como la villana, quizá para que no nos dé tanta pena cuando muera. En la otra cara de la moneda tenemos a Bran, el personaje más inútil por excelencia de toda la serie, que gracias a sus visiones es capaz no solo de conocer hechos pasados sino también de predecir acontecimientos futuros. Este poder visionario lo tiene tan desarrollado que sabe no solo lo que va a ocurrir, sino qué pasos serán necesarios para que tales acontecimientos se produzcan. Es decir, que podría cambiar el futuro si quisiera… pero no lo hace. En lugar de evitar la muerte de inocentes y la destrucción de una gran ciudad, prefiere dejar que todo fluya para llegar al momento en el que los lores del reino lo coronen rey. ¿Esto es propio de un personaje bueno? ¿En qué se diferencia de Daenerys, en que no mató personalmente a los inocentes? Es mucho peor, puesto que podría haber evitado muchas pérdidas y prefirió no hacerlo. Yo no sé vosotros, pero a mí esto me pone los pelos de punta. Bran nunca ha sido tan frío y manipulador, y no tiene motivos para serlo. Y todavía me asombra más que el fandom lo acepte así porque sí, al igual que acepta el brusco cambio de personalidad de Daenerys. Pero entonces, ¿por qué lo que ha hecho Daenerys es peor que lo que ha hecho Bran? ¿Por qué a una se la condena y al otro se lo nombra rey de Poniente?



Cuando un niñato manipulador se porta peor que Hitler
pero le hace creer a todos que tú eres la mala de la película.

En fin, whatever, ya he dicho que lo único que ahora importa es acabar como sea e irnos todos a casa. Tras una rápida reflexión, todos los lores acaban votando a Bran como rey de los Siete Reinos. Ah, perdón, de los Seis Reinos, que Sansa sigue con eso de que quiere la independencia de Invernalia y no le cede el reino a su hermano. Eso es otra cosa que no entiendo. ¿A qué viene el imperioso deseo de Sansa por ser reina, algo que ni su propio padre quería? No se conforma con ser Señora de Invernalia y Guardiana del Norte, no: ella quiere ser reina y gobernar su propio reino. A ver si lo que le jodía de Daenerys es que ella no le iba a dar la independencia y eso con Bran no le va a pasar. Si no, no me explico a qué vienen tantas ganas de llevar corona. Y me extraña también la reacción de Yara Greyjoy, líder de la región más independentista de todo Poniente, que no dice ni una sola palabra al respecto y jura lealtad al nuevo rey sin ningún problema.

Y mientras Bran y Sansa son reyes, ¿qué pasa con los otros Stark? Pues Arya descubre de repente que no puede quedarse en el norte (no sé muy bien por qué, ya que su gran sueño siempre fue volver a casa) y decide convertirse en exploradora de otros mundos (algo que tampoco comprendo, pues nunca fue su deseo y no tiene ni pajolera idea de navegación). Aquí haré una mención especial a los que criticaban a aquellos que queríamos un final feliz para Arya y Gendry. Para vosotros, un final Disney sería que Arya y Gendry se hubiesen casado y hubiesen sido felices para siempre, ¿verdad? Pues ahí tenéis a Arya convertida en Dora la Exploradora, a la que solo le falta un mono para completar el conjunto. ¿Os gusta más esa versión Disney? 

En cuanto a Jon, pues pasa algo extraño. Tras haber matado a Daenerys, los Inmaculados, con Gusano Gris a la cabeza, piden que sea ejecutado como castigo. Pero como Jon no puede morir así como así, los lores del reino no lo permiten y a cambio les ofrecen a los Inmaculados que se le conmute la pena de muerte por una especie de cadena perpetua en el Muro. Varias cosas. Primero: ¿Quiénes son los Inmaculados para hacerle exigencias a la nobleza de Poniente, lugar donde ellos ni pinchan ni cortan y menos aún ahora que su reina ha muerto? Segundo: ¿Por qué mandan a Jon con la Guardia de la Noche… si ahora mismo la Guardia de la Noche ni existe, ni es necesaria? Y tercero: ¿No nos hemos parado a pensar que, condena de por vida o no, en cuanto los Inmaculados se larguen a Naath, Jon Nieve podría irse del Muro cuando le diera la gana? Pero no, claro, porque es un hombre de honor y cumple todos los juramentos que hace. Y como no sabemos muy bien qué hacer con él, y dado que no quiere ser rey, mejor lo mandamos al norte para que vigile una muralla abandonada y se divierta el resto de su vida viendo cómo se cubre de escarcha. ¿Y para esto hacía falta toda la trama de que él era hijo de Lyanna Stark y Rhaegar Targaryen? ¿Por qué se le ha dado tanto bombo a que él era el heredero legítimo si al final no va a reinar?

Me quedan unas palabras para Tyrion y los demás. Tyrion acaba siendo Mano del Rey otra vez y se dispone a gobernar con su grupo de consejeros, entre los que está Ser Davos como Gran Almirante (me parece bien), Ser Bronn como  Consejero de la Moneda (what?) y Sam Tarly como Gran Maestre (¿pero qué cojones…?). A ver, a ver, a ver… Puedo entender que se nombre Gran Almirante a Ser Davos porque es un hombre que ha navegado durante años y conoce el oficio, pero no entiendo por qué se nombra Consejero de la Moneda a Bronn, que toda su vida ha sido un mercenario y un fullero de narices, y si está donde está ha sido gracias a la violencia y la extorsión. Y en cuanto a Sam… Pensaba que sería el nuevo señor de Colina Cuerno, pero es que además tiene a Elí y dos hijos a su cargo, y se supone que los Maestres juran voto de castidad para entregarse al bien común. ¿Se han cambiado las reglas en Antigua y yo no me he enterado o qué? Y falta Brienne de Tarth, nombrada Lady Comandante porque… porque algo habrá que hacer con ella, ¿no? ¿O es que también han cambiado las reglas de nombramiento de Comandantes y ahora las mujeres pueden acceder a tal puesto mágicamente? Yo es que ya no entiendo nada.

En fin, esta serie se ha terminado y mi crítica también. La verdad, no comprendo cómo hemos llegado a este punto. No entiendo cómo una serie que empezó tan bien, siendo fiel a los libros, con una ambientación tan conseguida y unas tramas tan bien llevadas, se haya convertido en un conglomerado de incoherencias que poco o nada tienen que ver con el espíritu inicial de la serie. Supongo que el éxito y la fama han tenido mucho que ver, junto con la dificultad añadida de que todavía faltan dos tomos de la saga literaria que no han visto la luz, lo que ha llevado a inventarse más de media trama. Pero nada de eso justifica el tremendo bajón de calidad que ha experimentado ni las incoherencias con que nos han bombardeado, sumado a un final que pretende ser agridulce pero que a mí me resulta completamente insatisfactorio porque no tiene el menor sentido.



Bend the knee, bitches. I'm your fucking King!

Y esta ha sido mi opinión. ¿Qué os ha parecido? ¿Estáis de acuerdo conmigo o discrepáis completamente? ¿Os gustaría añadir algún comentario? Abajo tenéis la oportunidad de dejarme vuestras impresiones.

Nos vemos!

sábado, 16 de marzo de 2019

Dreshkahud


Se escuchan unos extraños sonidos de fondo, unos susurros inconexos que flotan en el aire y se adentran en lo más profundo del corredor. No me agrada la idea de tener que moverme en esta oscuridad a tientas, sin tener ni siquiera una linterna para iluminarme. Hamilton cree que la luz alertaría de nuestra presencia a quien quiera que se esconda al final de este pasillo y ha insistido en que caminemos a oscuras, por lo menos el trecho que nos queda. Cuando lleguemos, me temo que no necesitaremos linterna alguna.

De los diez expedicionarios que iniciamos este viaje a los infiernos solo quedamos dos. Todos los demás han desaparecido repentinamente sin explicación alguna entre las sombras que nos rodean. Hace dos días desapareció nuestra médium, y Hamilton ni siquiera insinuó la posibilidad de dejar la expedición para ir a buscarla. ¿Para qué perder el tiempo buscando a los que ya están perdidos? Espero y deseo que mis compañeros estén en un lugar mejor, lejos de los males que nos acechan a mi preceptor y a mí.

Creo que falta poco para llegar. En estos momentos, Hamilton duerme mientras yo monto guardia. Los susurros siguen escuchándose, pero una parte de mí lo agradece; un silencio absoluto sería devastador para mis nervios, que ya están destrozados. ¿Quién me mandaría a mí meterme en este embrollo? Hamilton se opuso desde el principio a que yo formara parte de la expedición; dijo que era demasiado peligroso y que no consentiría que le sucediera algo a su “querida niña”. Así es como me llamaba cuando era pequeña y como ha seguido llamándome toda la vida. Las viejas costumbres.

Reconozco que yo tengo la culpa de esta situación. Yo fui la que aceptó este caso. Yo fui la que arrastré conmigo a Hamilton y a los demás para que me ayudaran a investigar lo que ocurría en los sótanos de la mansión de los McDowell. ¿Y cómo no hacerlo? Teléfonos que sonaban estando descolgados, aguas negras lloviendo de los techos de cada habitación, pesadillas que enloquecían a los miembros de la familia… Demasiado atractivo para Sophia Rothschild, descendiente de una estirpe de parapsicólogos de renombre. Veremos de cuánto me sirve ahora el prestigio que me legaron mis ancestros.

Acabo de oír algo. Ha sido ahora, de repente. Un sonido extraño, una especie de gemido largo y aislado, ha roto por un instante la monotonía de los susurros, que siguen rumiando en la oscuridad. Quizá debería despertar a Hamilton y decirle… ¿Decirle, qué? Sabe de sobra que cualquier ruido que oigamos no será preludio de algo bueno, precisamente. Pero siento curiosidad por saber qué clase de criatura ha emitido semejante alarido. Aquí abajo hay algo que no quiere ser descubierto y se está librando de los intrusos uno a uno. Y si no hago algo, Hamilton y yo seremos los siguientes. Está decidido: tengo que seguir adelante. No sé cuánta cinta me queda en esta grabadora, pero no dejaré de grabar hasta que encuentre el origen de esta pesadilla. Voy a seguir.

El pasillo no es tan largo como pensaba. Ya estoy viendo una pequeña luz al final del túnel, y los susurros se están convirtiendo en algo parecido a una salmodia. ¿Son rezos? ¿Hay alguien rezando? La atmósfera se vuelve pesada por momentos, como si el aire fuera más denso a medida que me acerco. Voy a continuar, y no me importa lo que me pase a partir de ahora. He seguido la luz y creo que he encontrado algo. ¿Una puerta? No, parece más bien un agujero mal tapado con maderos podridos. La luz que veía es la que se cuela entre las rendijas. Ahora se ve con más nitidez y no es solo una luz, sino varias. Luces de mil colores que ascienden dibujando formas de caleidoscopio. Los susurros suenan cada vez más fuerte, se meten en mis oídos y en mi cabeza empieza a formarse un nombre que no logro identificar, pero que me aterroriza.

Otra vez ese aullido espeluznante. Dios, me va a reventar los tímpanos… Esos chillidos me taladran la cabeza, me destrozan por dentro… pero tengo que ver qué clase de criatura los profiere. Si consiguiera arrancar uno de estos tablones, creo que podría tener una mejor visión. Noto que la madera cede. Sí, lo he logrado.

Dios santo, no sé cómo describir lo que estoy viendo. Esto es… inimaginable. Bajo el ventanuco se abre una sima inmensa cuyo final no alcanzo a distinguir. Hay grandes plataformas dispersas aquí y allá, como si hubieran sido talladas en la roca viva. En una de estas plataformas, la más cercana, se está llevando a cabo lo que parece ser un extraño culto. Los orantes son criaturas que podrían ser humanas, salvo que no lo son. Se parecen a nosotros, pero cada una de ellas parece tener dos o tres pares de brazos y piernas, la piel negruzca recubierta de escamas y pequeños cuernos saliendo de sus cabezas. Se inclinan todos a una al ritmo de su oración, mirando hacia un vórtice abierto en uno de los pilares de roca. De ahí procede un zumbido que se prolonga en el tiempo y el espacio, pero no tengo ni idea qué es lo que lo produce.

Los orantes siguen cantando y rezando, cada vez más rápido. Y entonces vuelvo a oír el alarido que sentí antes, solo que esta vez es tan intenso que creo que me va a estallar la cabeza. No sé si la grabadora podrá registrar este sonido anormal, pues no pertenece a nada que la Tierra haya visto nacer. Ahora, ahora empiezo a ver algo. Del vórtice empiezan a brotar luces parpadeantes, y el agujero escupe un conglomerado de esferas iridiscentes que flotan por los aires, a lo largo y ancho de esta sima inexpugnable. En el interior de cada esfera hay cinco orbes más pequeños, cada uno de un color; no me lleva más que unos instantes comprender que esos orbes son ojos que lo miran, lo escrutan, lo analizan todo.

Pero esto no se ha terminado todavía. Con un extraño exabrupto, del pilar de roca surge una criatura. Sí, una criatura inmensa está saliendo del vórtice. Se libera, viene hacia aquí. Es abominable, indescriptible… Solo puedo decir que parece una masa palpitante recubierta de pequeños apéndices que se retuercen de manera grotesca. Un bulto que babea, roe y aúlla ante sus fieles. Las esferas que flotan están unidas a su cuerpo mediante una serie de finos tentáculos, como si se tratara de un manojo de globos. No sé qué clase de criatura es esta, pero algo me dice que se la debe temer, que es algo con un poder tan grande que excede toda comprensión, y que su maldad, la auténtica maldad, no tiene fin en él. Y entonces, de repente, mi cabeza se despeja y escucho con toda claridad el nombre de este monstruoso y abominable ser.

Dreshkahud.

Sus esferas se han detenido frente al vano tras el que me escondo. Me ve. Me observa. Está leyendo dentro de mi cabeza. Su nombre… Dreshkahud… Dios mío… Dreshkahud…

[Fin de la transmisión]

domingo, 24 de febrero de 2019

El lay de Toldryt


El guerrero afligido aguarda de pie, ajeno a la algarabía que se vive en los salones del rey. Su espíritu desearía empuñar y blandir una espada; su sentido común le obliga a permanecer quieto y en silencio. El cadáver de su rey yace a sus pies con la cabeza cercenada, mutilada con saña por obra de aquel jefe bárbaro que ahora se sienta en el trono de los heordas. En sus manos todavía lleva la espada con la que le ha dado muerte, y la sangre gotea en el suelo. Sangre en los salones del rey Giselher, que ahora son de Wulfer, señor de los sekas.

Pocos creyeron a aquel joven caudillo que anunció el ataque inminente de los guerreros del Oeste. Graznaban los cuervos y se levantaban extraños vientos que arrastraban los ecos de una batalla que cayó sobre nosotros con la fuerza del rayo. El rey llamó a las armas, y mis camaradas cogieron los escudos, se ciñeron las espadas, tomaron la primera línea de combate y se dirigieron a las puertas para defender la plaza con sus vidas. Pero el enemigo era fuerte, y su cólera infundió miedo donde antes solo había valor. La ira le dio nuevos bríos, y así fue como caímos todos. Uno a uno, el señor de los sekas decapitó a los guardias del rey, y después hizo lo mismo con el propio rey ante los ojos de sus últimos seguidores.

Yo quiero decir sobre mí que hasta no hace mucho he sido de los guerreros de Giselher uno de los más estimados. Toldryt es mi nombre. Por largos años luché al lado del rey, hasta que ahora Wulfer, un hombre diestro en el manejo de las armas, al más grande de los heordas mató. Ahora es suyo todo lo que le perteneció a Giselher, todo aquello que llega hasta donde alcanza la vista, hasta el último árbol, hasta la última piedra. Hasta la última vida.

Imagino que por las mentes de mis compañeros de hombro cruza la misma pregunta: ¿Qué será de nosotros ahora? No hay nada que nos una a este rey que nos observa con una sonrisa burlona. Envanecido, ebrio de gloria, Wulfer anuncia los cambios que va a imponer en sus territorios recién conquistados, pero yo solo escucho el canto que relata el fin de mi pueblo. Los sekas invadirán esta tierra, se propagarán como una enfermedad y se dedicarán a destruir cada uno de los pilares sobre los que se alzaba. Los hombres serán asesinados; las mujeres, sometidas. Después de la sangre vendrá la ruptura: Destruir las estatuas de nuestros dioses y sustituirlas por los suyos, cambiar nuestras leyes, erradicar nuestras tradiciones. Extranjerizar a los heordas y convertirlos en intrusos en su propio país. Ése será nuestro destino.

Wulfer se regodea ante nosotros. En una mano sostiene un puñado de monedas de oro que muestra a los rehenes. Ofrece honores, fama y fortuna a los que hinquen la rodilla ante él. En la otra mano, su espada señala la cabeza del rey; no hace falta ser muy listo para entender lo que significa. Desesperados, mis compañeros caen de rodillas y aceptan una moneda. Yo soy el último, pero mis piernas se niegan a doblarse. Me quedo rígido, mirando a la cara a Wulfer, incapaz de inclinarme ante él. Pronto, mi renuencia le pone nervioso, más aún cuando empiezan a oírse cuchicheos a su alrededor. La punta de su espada se posa entonces en mi garganta. «Elige», ordena Wulfer. «Oro o sangre». Y así es como tomo mi decisión.

El tiempo se para y siento cómo pierdo el control de mis actos. Mi cuerpo se mueve solo, se derrumba hacia delante y el filo se clava en mi carne hasta que la atraviesa por completo. ¡Oh, dolor! Ahora sí me fallan las rodillas y caigo como un fardo inútil ante el rey bárbaro, que me mira asqueado y se aparta para que mi sangre no roce sus pies. Sin embargo, sonrío satisfecho mientras mis ojos se cierran y dejo que mi espíritu se vaya y cabalgue junto al de mi verdadero señor, rumbo a la morada de nuestros padres.