miércoles, 26 de abril de 2023

Mi boda íntima

 

¡Hola a todos!

Como algunos ya saben, dentro de poco me voy a casar. Es un momento muy emocionante para mi prometido y para mí, porque este acto, por nimio que parezca, simboliza algo tan importante como la unión de dos personas que se aman y quieren estar juntas de todas las maneras posibles. Como dijo Beethoven en una de sus cartas a su Amada Inmortal: 'Siempre tuyo. Siempre mía. Siempre nuestros'. Ese es el sentimiento que ambos compartimos el uno por el otro, así que era cuestión de tiempo que ambos decidiésemos dar el siguiente paso en la vida.

La pedida de mano fue uno de los momentos más especiales que he vivido nunca y, tras las oportunas llamadas a nuestras familias para darles la buena noticia, dimos por inaugurada la temporada de preparativos para la boda. Pero ahí también empezaron los quebraderos de cabeza.

Debo admitir que me planté ante la idea de preparar mi boda con el ego inflado y con ínfulas de wedding planner. La gran culpa de esto la tienen todos esos programas sobre bodas que me he tragado con el paso de los años, como ¡Sí, quiero ese vestido! y Mi boda perfecta. Estos programas mostraban a novias sonrientes e ilusionadas escogiendo sus vestidos de ensueño o dejándose llevar por el arte y experiencia de David Tutera para que les organizara una boda increíble. Y, quieras o no, una va pillando ideas de aquí y de allá, se fija en esto, le gusta lo otro... hasta que te haces una idea de qué quieres para tu propia boda. Y ya cuando hice el curso de floristería, con todos esos ramos de novia, pues fue el remate final.

Sin embargo, cuanto más pensaba en todos los detalles que quería incluir en mi boda, más triste me ponía. Sé de buena tinta que muchas novias esperan este momento con gran ilusión y se lo pasan de maravilla haciéndose cargo de todo, pero a mí sólo me provocaba una mezcla de estrés y pereza que, si no le ponía freno, acabaría desembocando en ataques de pánico. Las dificultades empezaron desde el principio: cuántos invitados íbamos a tener, dónde íbamos a celebrar la boda, cuánto dinero pensábamos invertir, el vestido de novia, el traje del novio, las flores, la música, los detalles, tener contento a todo el mundo... Y si algo me ha enseñado esta experiencia es que nunca, jamás vas a contentar a todo el mundo.

Confieso que nuestra primera idea era la más sencilla de todas: una boda íntima, tan íntima que incluso se la podría calificar de privada. Solos mi prometido y yo, con dos amigos como testigos, en el registro civil. Luego, una comida deliciosa, pasarlo bien el resto del día y listo. Como vivimos en Madrid y nuestras familias residen en Galicia y en Extremadura respectivamente, se nos complicaba bastante juntar a toda la gente que queríamos, de modo que nos ofrecimos a montar dos pequeñas fiestas cuando fuésemos a visitarles, y así sería más cómodo para todos y nadie, salvo nosotros, tendría que hacer demasiado gasto.

Desde el principio, esta idea fue vista con escepticismo por algunas personas, debido quizá a que no es lo que se suele hacer y es algo que se sale de lo tradicional. A veces cuesta romper las costumbres, y las bodas tienen una parafernalia tan arraigada que resulta difícil de entender que se vaya a celebrar un enlace sin la presencia de las familias. Empezaron a darse otras alternativas que suponían más gasto, más estrés y más problemas añadidos, hasta que al final nos dimos cuenta de que nos estábamos desviando de nuestro deseo por tratar de complacer a los demás. Así que tomamos el toro por los cuernos y decidimos atajar la situación: la boda se haría en la más estricta intimidad, tal como nosotros queríamos.

Pero, ¿por qué elegir tener una boda tan pequeña? Pues os he mencionado un par de motivos, pero voy a desgranároslos un poco más para que podáis entenderme. Y ojo, que no estoy criticando a aquellos que decidieron liarse la manta a la cabeza y montar una gran celebración para el día de su boda. Pensad que cada pareja es distinta, todos tenemos nuestros propios gustos y, al final, lo que cuenta es que los novios estén contentos en su gran día. Y, quién sabe, igual os doy algunas buenas razones para que escojáis celebrar una boda íntima si estáis pensando en casaros y, como yo, queréis evitaros preocupaciones y, de paso, ahorraros un dinerillo.




Es más barata

Las bodas son caras, eso lo sabe todo el mundo. Lo que muchos igual no saben es que pueden ser más caras de lo que habían pensado. En España depende mucho de la comunidad en la que se va a celebrar, pero las cifras suelen rondar los 20.000 euros, lo cual es una barbaridad para una fiesta de un día. Nosotros no tenemos esa cantidad exorbitante de dinero, y una de nuestras ideas inamovibles es que la boda queríamos pagarla nosotros y evitar pedirle dinero a la familia, así que la opción de la boda sencilla se empezaba a poner cada vez más atractiva. No va a ser una ceremonia religiosa, sino civil, así que hemos decidido celebrarla en el registro civil de nuestra ciudad, que además es gratuito (en el ayuntamiento tendríamos que pagar), y así redujimos los costes de la ceremonia al mínimo. Una boda civil es tan válida como una boda en una catedral, con trescientos invitados y un banquete enorme, y para nosotros fue la mejor opción desde el principio.


Puedes elegir dónde invertir más dinero

Esto viene relacionado con el punto anterior. Cuando digo que las bodas son caras, me refiero a que todo, absolutamente todo, va a ser caro. Da igual que sea la reserva del restaurante o el tocado para el pelo: en cuanto le pones la etiqueta "de boda", automáticamente va a doblar o incluso triplicar su precio. Lo vi cuando hice el curso de floristería y preparábamos ramos de novia. Esos ramos, que normalmente podrían costar unos cuarenta euros, si eran de novia podía salirles por más de cien, y sólo añadiéndole dos o tres detalles, como hacerlo un poco más bonito, ponerle un lazo y un alfiler. Y ejemplos así hay miles, como sabe cualquiera que haya consultado el precio del cubierto en el restaurante donde quiere celebrar su boda.

Mi novio y yo tuvimos muy claro desde el comienzo que no queríamos gastar demasiado. Y, dado que somos gallega y extremeño, y nuestras familias son más de disfrutar de una buena comida, pues tomamos la decisión de que, si teníamos que invertir dinero, sería en los banquetes. Mi vestido lo compré en una página de ropa en internet, al igual que los zapatos y el tocado que voy a llevar; seré yo misma quien se maquille (aunque del peinado se encargará una peluquera, eso sí) y se arregle el gran día; mi ramo de flores y el prendedor para mi novio serán un regalo de nuestros testigos; es bastante probable que no tengamos fotógrafo, porque lo que cobran es excesivo para nuestro presupuesto; y así podría seguir durante un buen rato. Al final, nos quedó claro que la comida con nuestras familias era más importante, así que ahí es donde pusimos la mayor parte de nuestro presupuesto, creo que con bastante acierto.


Dificultades para reunir a la familia

El problema que se nos presentó desde el principio fue el de reunir a nuestras familias para el evento. Teníamos tres lugares posibles donde celebrar el enlace: en Madrid, que es donde residimos mi prometido y yo; en Galicia, que es la tierra que me vio nacer; o en Badajoz, hogar de la familia de mi novio y donde está la mayoría de sus muchos parientes. Pero está el problema de las distancias, y es que más de 600 kilómetros me separan de los míos, y otros 400 kilómetros de la familia de mi novio; y no digamos ya la enorme distancia que hay entre el norte de Galicia y la propia Badajoz. Es mucho trayecto para recorrer en carretera, y el transporte por tren también se complica bastante (la red ferroviaria en España no es de las mejores, precisamente). Por supuesto, el viaje en avión supondría muchos más gastos, y algunos de nuestros parientes son mayores o tienen problemas de salud, y no estaban para un viaje tan ajetreado.

La idea principal y más cómoda para todos era celebrarlo en Madrid, no sólo porque aquí estamos los dos empadronados, sino porque además era más fácil para el papeleo y otros trámites importantes. Con todo, el problema de poder juntarlos a todos seguía ahí y, aunque algunos parientes no tenían demasiado problema en desplazarse, había muchos que sí los tenían y se les complicaba demasiado el viaje. Mi novio y yo decidimos que, en vez de celebrar una boda en la que uno de los dos echase de menos a un pariente que no había podido venir, era mejor que no viniese nadie de ninguna de las dos familias. La boda sería sencilla, tan sencilla que sólo estarían los dos testigos que nosotros quisiéramos, y cuando volviéramos a nuestros hogares para visitarles, lo celebraríamos con ellos. Al final, tantas vueltas para volver a la idea que teníamos al principio.


No me gustan las multitudes

Quienes me conocen, saben que soy una persona bastante tímida. Bueno, muchos dirán que no, pero eso es porque ya saben que, en la intimidad y con la gente que me quiere, tiendo a mostrarme abierta, sonriente y divertida. Pero esto no me pasa con los desconocidos, con quienes suelo ser muy reservada. La timidez es una maldición que pocos comprenden, pero los introvertidos nos entendemos entre nosotros, y sabemos lo mal que se pasa cuando tenemos que estar rodeados por una cantidad ingente de personas de las que apenas sabemos nada y que se empeñan en pegarse a nosotros y obligarnos a hacer cosas como hablar en público, bailar y posar para hacer fotos.

No me gustan los grandes espacios llenos de gente. Las multitudes me agobian y me hacen querer salir de ahí y buscar un rincón apartado en el que poder respirar. Es como si me ahogara sólo de ver tanta gente, y eso es lo que quería evitar en mi boda. Cuando barajamos la opción de traer a los parientes más allegados, mi cifra no llegaba a veinte personas, que es más que suficiente para mí. Pero por la parte de mi novio la cosa se complicaba, pues pertenece a una familia muy numerosa y había muchos parientes a los que había que invitar sí o sí. Sus hermanas me hablaron de sus bodas de doscientos cincuenta invitados y yo empecé a sentir mareos, así que le pedí que no fueran más de treinta personas. Como esto vino a raíz de los problemas para viajar de algunos de nuestros potenciales invitados, pues decidimos reducirla al máximo: sin invitados.

Ojo, que esto se limita al día de la boda. En las respectivas celebraciones, estaremos con nuestras familias en un ambiente más relajado y alegre.


No me gusta ser la protagonista

Sí, ya lo sé. Sé que la novia es la gran protagonista de su boda y que toda la celebración suele girar en torno a ella. Es la que va mejor vestida, la mejor peinada y maquillada, toda la atención está puesta en ella, hay reglas especiales para no opacarla... Todo está pensado para complacer y agasajar a la novia, y sé que diréis que estoy loca, pero esto a mí me parece de un egoísmo flipante. Igual soy yo la única que piensa así, pero poneos por un instante en mi lugar. ¿Por qué es la novia la única protagonista? ¿Qué pasa, que el novio no se casa también? ¿Él no importa? ¿Sólo hace falta que esté presente, diga 'sí, quiero' y luego que cierre el pico el resto del día y procure no dejar quedar mal a su reciente esposa? Pues a mí esto no me gusta, la verdad. El novio es tan importante como la novia, y esto se lo hice saber a mi prometido desde el primer momento. Le he implicado en todas las cosas que concernían a la boda, le pedí su opinión para todo, le pregunté si había algo que quisiera hacer y que le hiciera especial ilusión... La boda no sólo es el día de la novia, sino también el del novio, y tiene derecho a lucir bien, destacar y tener toda la atención.

De todas formas, nunca he sido una persona a la que le gustara destacar. Puede que esto se deba a mi tendencia a la introversión, pero estoy más tranquila en un ambiente pequeño en el que se me tenga en cuenta, pero que no me estén mirando todo el tiempo, ni me exijan a hacer cosas que no quiero. Y también quería que mi novio fuese protagonista de su día especial, por supuesto. Después de preguntarle su parecer, me dijo que no quería algo grande, sino sencillo y muy personal. Algo sólo nuestro. La respuesta estaba clara: una boda íntima. Solos él y yo.


Es más fácil de organizar

Parece mentira que algo tan sencillo, en apariencia, como una boda, pueda convertirse en una pesadilla a la hora de organizarla. Yo pensaba, ingenua de mí, que con mirar un par de sitios donde comer, buscar un vestido no muy caro y mandar las invitaciones, ya estaba todo listo, pero resulta que hay que tener en cuenta infinidad de detalles en los que yo ni siquiera había pensado. Están el vestido y los zapatos, claro, pero también hay que mirar de comprar el velo, las joyas, las flores, la decoración para el lugar de la ceremonia y el ramo (y los ramos para la madre y la suegra, cuidado), mirar en tropecientos restaurantes que puedan acogernos a todos y no pasarse en el precio, el fotógrafo, la música (no es lo mismo poner un DJ que una orquesta), la tarta, los detalles de regalo para los invitados... Era un follón enorme, y sólo de pensar en ello me ponía mucho más nerviosa. Ahora entiendo por qué hay tantas noviazillas por ahí: son mujeres agobiadas por los preparativos de la boda, lo que las vuelve más peligrosas, exigentes e insoportables. Y como yo no quería ser una noviazilla, me fui a lo que me daba más facilidades para organizarme, que es, una vez más, la boda íntima.

Creedme, si tendéis a poneros nerviosos por todo, esta opción puede ahorraros muchos quebraderos de cabeza.


Sólo nosotros dos

Y por último, y más importante que todo lo anterior, está el hecho de que el tema principal de nuestra boda era 'Sólo nosotros dos'. Lo sacamos de la canción Just the Two of Us, de Grover Washington Jr., que a ambos nos encanta, y que se convertirá en una de nuestras canciones para bailar como pareja casada. Y es que gran parte de nuestra historia juntos tiene que ver con el hecho de ser sólo nosotros dos.

Cuando empezamos a salir, mi novio y yo vivíamos separados por motivos de trabajo y sólo podíamos hablar una vez al día por teléfono, que coincidía cuando salíamos de trabajar. Cuando tuve la oportunidad, me mudé con él a Madrid y empezamos una nueva vida juntos, los dos solos. Y justo cuando aún estábamos dando los primeros pasos, nos cayó la pandemia con todo el peso, obligándonos a estar encerrados en casa. Esto, lejos de ponernos nerviosos, nos ayudó mucho porque forzó nuestra convivencia (antes, mi prometido trabajaba fuera de casa y venía muy tarde, así que casi no nos veíamos) y nos enseñó a vivir juntos como pareja. Salimos del encierro como si no lo hubiéramos notado, más fuertes y seguros que nunca, porque sabíamos que siempre nos tendríamos el uno al otro. Siendo así las cosas, ¿cómo no íbamos a elegir ese tema para nosotros? Nos caía como anillo al dedo.

Y es por esa razón que la boda íntima era algo esencial para los dos, porque aunaba todo cuanto éramos y significábamos el uno para el otro.


jueves, 13 de abril de 2023

Palacios para todas las estaciones

 

¡Hola a todos!

Empezaremos esta entrada con una pregunta: ¿A quién no le gustaría vivir en un palacio? Cuando pensamos en un palacio, a nuestra mente vienen imágenes que parecen sacadas de cuento: amplios salones, muebles dorados, sillones forrados de seda y terciopelo, cuadros inmensos, lámparas de ensueño, música de violín y clavicordio en cada habitación... Y esto no se aleja mucho de la realidad, sobre todo de la realidad dieciochesca. La época de los grandes palacios, esos que tanto han marcado nuestro imaginario, fue el siglo XVIII, y el primero que nos viene a la cabeza es el Palacio de Versalles, ¿a que sí? No es casualidad: el Palacio de Versalles es uno de los complejos arquitectónicos monárquicos más importantes de Europa, y durante años fue copiado hasta la saciedad por los miembros de la monarquía borbónica.

Pero la belleza no se limita solo a Versalles, y hay otros palacios que también merecen nuestra atención por los hermosos tesoros que guardan en su interior. En España, la llegada de los Borbones en 1700 trajo multitud de cambios en varios ámbitos y, cómo no, las residencias reales también sufrieron cambios significativos que las diferenciaban de las pertenecientes a la dinastía anterior, los Austrias. En la época, era costumbre que la corte real fuese itinerante, es decir, que los reyes no vivían todo el año en el mismo sitio, sino que se trasladaban a otras casas y palacios de su propiedad situadas en lugares más idóneos según la época del año en que se encontraban.

El motivo de esta entrada es hablaros de algunas de estas residencias palaciegas en España, más concretamente en Madrid y alrededores, ya que es donde más tiempo pasaron los monarcas, sobre todo a raíz de que se estableciera la capital en la Villa de Madrid en 1561, estando Felipe II en el trono de las Españas. Hoy vamos a hacer un recorrido de un año por los Reales Sitios de la Corona española. Acompañadme en este viaje a través de las cuatro estaciones y os hablaré un poco de cómo eran los palacios donde los reyes pasaban sus días.


PRIMAVERA

Palacio Real de Aranjuez




Al sur de la capital, entre el valle del Tajo y la desembocadura del Jarama, se sitúa la ciudad de Aranjuez, lugar donde podemos encontrar uno de los Reales Sitios más bonitos de Madrid. El Palacio de Aranjuez es, sin lugar a dudas, la principal atracción del conjunto monumental de la villa, y es visita obligada para todo amante de los palacios.

En el siglo XIV, la Orden de Santiago construye ahí una casa hospital, y son los Reyes Católicos en el siglo XV los que lo convierten en Palacio Real, y a partir de entonces será utilizado como residencia de primavera por todos los reyes de España hasta Isabel II. El rey Felipe II le dio el aspecto actual, que es de estilo herreriano y que recuerda mucho al Escorial. Sin embargo, serán Carlos III y Fernando VI quienes mandarán hacer las principales ampliaciones en un estilo más barroco, muy del gusto del siglo XVIII.

El Palacio de Aranjuez es hermoso y está lleno de sorpresas, como el pequeño despacho abovedado descubierto hace relativamente poco en la Sala de Alabarderos, el suelo original del salón comedor, las paredes revestidas de seda del Tocador de la Reina o el cuadro de un paisaje realizado con diminutas teselas. Sin embargo, destacaría por encima de todo la belleza de la Sala de la Alhambra (que en su día fue sala de fumadores), el impresionante Oratorio del Rey y la Sala de Porcelana, cuyas paredes y techos están revestidos de más de dos mil placas de porcelana finamente labradas. La lámpara de esta sala es espectacular, pues representa una palmera arrancada, y las raíces son los diferentes brazos de la lámpara. También podemos encontrar aquí parte de la colección de relojes de Carlos IV (a quien le apasionaban estos artefactos), tres magníficos pianos (uno de ellos tocado por el maestro Joaquín Rodrigo) y el carruaje de la reina Isabel II, además de los trajes que los reyes eméritos Juan Carlos I y Sofía usaron en su proclamación como Reyes de España, así como los vestidos de novia de la reina Sofía, la reina Letizia y las infantas Elena y Cristina.

Fuera ya del palacio, es imprescindible visitar los jardines que lo circundan. Se les conoce como Jardines de la Isla, y son tan bonitos que se dice que inspiraron al maestro Joaquín Rodrigo para componer su famoso Concierto de Aranjuez. Los jardines se crearon en el siglo XVIII y están sembrados de fuentes, cascadas y esculturas que representan a varios personajes de la mitología grecorromana. Su diseño recuerda mucho a los jardines palaciegos franceses, algo que no sorprende dado que la monarquía borbónica procede de Francia. Ya fuera del recinto, se puede visitar la Casa del Labrador y el Museo de Falúas Reales, donde se conservan las barcazas o falúas que los reyes usaban en sus paseos de recreo por el río Tajo o el Retiro.


VERANO

Palacio de Riofrío




Dejamos Madrid por el momento y nos dirigimos a la cercana Segovia, lugar donde se encuentra este pequeño palacio escondido entre más de seiscientas hectáreas de bosque. El edificio destaca por su unidad de estilo y su aspecto lineal y armonioso; pero, a pesar de la singularidad y belleza del entorno, fue un palacio sin huéspedes durante más de cien años, lo que lo convierte en el palacio más desconocido de esta lista, y por eso es fácil que pase desapercibido.

En el año 1751, la reina viuda Isabel de Farnesio impulsó en Riofrío la construcción de su propio señorío con la intención de dejárselo a su hijo, el infante don Luis, como lugar de retiro. Se encargó el proyecto al arquitecto italiano Virgilio Ravaglio, pero la temprana muerte de este artista hizo que otros tuvieran que encargarse de su diseño y construcción. El resultado fue este palacio de líneas sencillas y elegantes, de un estilo muy italiano. Aunque la idea principal era construir todo un complejo palaciego con casas de oficios, caballerizas, iglesias y un teatro, el ascenso al trono de Carlos III, hijo primogénito de Isabel de Farnesio, hizo que la reina viuda volviese a la corte y que no llegara a habitar este sitio, que durante muchos años sería utilizado como pabellón de caza. Habría que esperar al siglo XIX a que dos reyes tomaran Riofrío como residencia personal. El primero fue don Francisco de Asís de Borbón, esposo de la reina Isabel II, que lo usó como lugar de retiro para alejarse de las burlas y ninguneos que sufría en la capital española; y el segundo sería el rey Alfonso XII, que utilizó el palacio durante su periodo de luto por la muerte de su primera esposa, la reina María de las Mercedes.

El Palacio de Riofrío es, quizá, la residencia real menos fastuosa de todas las que componen los Reales Sitios, pero no por eso es menos bonita. Es un palacio en donde se respira una atmósfera muy hogareña. Cuando uno pasea por sus salones, ve cómo era la vida diaria de la realeza borbónica, muy lejos de la vida oficial, con toda su pompa y protocolo. En este sentido, es un palacio profundamente anticortesano. De entre sus pocos salones, destacan el Salón del Billar, la Sala de Servicio al Comedor con su montaplatos original, el Dormitorio de Francisco de Asís y el magnífico Oratorio, en donde además de recuperarse el altar que estaba oculto, se restituyó el reclinatorio del rey con la pieza de terciopelo bordada en plata y con las armas reales, y una colección de 149 cuadros pintados por Giovanni del Cinque en los que se relata la historia de la Pasión de Cristo, y que es posiblemente la mayor colección pictórica completa sobre la vida de Cristo que existe en toda Europa.

En la parte inferior de este palacio se encuentra el Museo de la Caza, que consta de una serie de dioramas donde se muestran cerca de doscientos ejemplares disecados de la fauna ibérica.


Palacio de la Granja de San Ildefonso




A once kilómetros de la localidad de San Ildefonso, a los pies de la Sierra de Guadarrama, se alza el complejo palaciego de la Granja de San Ildefonso. Felipe V, prendado de la belleza del lugar, mandó construir aquí un palacio y unos jardines adornados con esculturas y fuentes que le recordaban su infancia en la corte francesa de su abuelo, el rey Luis XIV. Fue su gran obra personal, y durante su largo reinado se ocupó de las sucesivas ampliaciones. Encargó las obras del palacio a Teodoro Ardemans y las de los jardines a René Carlier, quienes en poco tiempo terminaron el conjunto. Aquí fue donde Felipe V anunció en 1724 que abdicaría en su hijo Luis, pero a la temprana muerte de este se vio obligado a volver al trono. El Real Sitio de San Ildefonso tuvo que adaptarse a este cambio, pues había pasado de ser un lugar de recreo a convertirse en la residencia predilecta del monarca, sobre todo en los meses de verano.

El palacio de la Granja constituye una maravilla para la vista y es un magnífico ejemplo de la pompa y boato cortesanos de los primeros Borbones. Sus jardines enmarcan un edificio de estilo italiano con fachada de piedra rosa, granito y mármol de Carrara. La decoración del interior del palacio es de estilo barroco, con estatuas y techos abovedados pintados con frescos alegóricos. La sala más importante de este palacio es el Dormitorio de Sus Majestades, decorado con colgaduras de damasco ricamente bordadas, pero no son menos hermosos el Gabinete de la Reina, la Galería de Retratos, el Salón de Lacas o el Gabinete de Espejos.

Las salas de la planta baja del palacio albergan la colección de esculturas de la reina Cristina de Suecia, que fue adquirida por Felipe V y su esposa. Hay dos salas dedicadas a los cuatro continentes que se conocían por entonces, marcadas por los propios reyes con sus respectivos símbolos (el aspa de Borgoña de Felipe V y la flor de lis de Isabel de Farnesio). La Sala de Mármoles está decorada con una curiosa mezcla de mármol, bronce y espejos; el estuco blanco con bordes dorados cubre la bóveda donde se representa el rapto de Europa.

Además de recorrer las dependencias reales, no se pueden dejar de visitar el Museo de Tapices y la Capilla Real o Colegiata, construida por Ardemans y redecorada por el maestro Sabatini durante el reinado de Carlos III. Y, por supuesto, es imprescindible la visita a los jardines aledaños al palacio, en donde todos los veranos se hacen en sus fuentes los juegos acuáticos que tanto embelesaban a Felipe V.


OTOÑO

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial




Considerado la octava maravilla del mundo, el Monasterio de San Lorenzo se construyó entre 1563 y 1584 por decisión de Felipe II para ser panteón de los reyes españoles y albergar la Biblioteca, el Convento, el Seminario (hoy transformado en Colegio) y los Cuartos Reales. Agrupando en un edificio varias funciones, San Lorenzo el Real nace como un monasterio de monjes de la orden de San Jerónimo, cuya iglesia sirviese como panteón del Emperador Carlos V y de su mujer, Isabel de Portugal, así como de su hijo Felipe II, sus familiares y sucesores, y donde los frailes orasen ininterrumpidamente por la salvación de las personas reales. Asimismo, cuenta con un palacio para alojar al rey, como patrono de la fundación, y a su séquito. El Colegio y el Seminario completan la función religiosa del Monasterio, y la Biblioteca se establece para estos tres centros. Este esquema se mantiene, en cierto modo, en la actualidad. La figura de Carlos V es decisiva en la fundación de este Real Sitio por lo mucho que influyó en el espíritu de su hijo, por el ejemplo de sus últimos años pasados entre los monjes jerónimos de Yuste y por la necesidad de dotarle de una digna sepultura.

Todo lo que se diga sobre el Monasterio del Escorial es quedarse corto. Es un auténtico deleite para los sentidos y cuenta con multitud de rincones tan bellos como curiosos. Son realmente impresionantes la Basílica, que marca el eje principal del monasterio y es uno de los ejemplos arquitectónicos más notables del Renacimiento español; el claustro principal, en donde encontraremos una nave decorada con un magnífico fresco titulado La Gloria de la Casa de Austria; el Panteón de Infantes y el Panteón de Reyes, donde están sepultados los miembros de la familia real española. Es sorprendente la Real Biblioteca, fundada por Felipe II como centro del saber científico y humanístico del Renacimiento, con obras manuscritas e impresas de diferentes épocas, lenguas y culturas, y que fue puesta por el propio rey a disposición de cualquiera que necesitara consultar esos libros para sus estudios e investigaciones.

En el Monasterio también se construyeron las estancias palaciegas, y podemos encontrar las habitaciones en las que vivieron los Austrias y los Borbones respectivamente. El palacio de los Austrias está enclavado a ambos lados de la cabecera de la Basílica. Cuenta con el Cuarto del Rey y el Cuarto de la Reina, distribuidos de manera simétrica. Las estancias utilizadas por los Borbones durante el otoño, época en la que solían ir al Escorial, están vestidas con una fantástica colección de tapices, mobiliario y otras artes decorativas de los siglos XVIII y XIX.


Casita del Príncipe




La Casita del Príncipe, o Casita de Abajo, es otra de las residencias de la familia real española, aunque suele pasar desapercibida para la mayoría de los visitantes. Fue construida en la villa de El Escorial entre 1771 y 1775 a partir de un diseño de Juan de Villanueva, uno de los arquitectos más importantes del neoclasicismo español. El motivo de su construcción obedece a fines recreativos, pues fue utilizada en diversas ocasiones por Carlos IV, por entonces Príncipe de Asturias. No muy lejos de su enclave se encuentra la Casita del Infante, o Casita de Arriba, destinada al Infante Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III y hermano de Carlos IV, aunque su valor histórico y artístico es inferior.

La Casita del Príncipe es como un pequeño lugar de ensueño. Está rodeada por dos jardines comunicados entre sí por dos pórticos de columnas toscanas, y cuenta con fuentes, cascadas, estanques, paseos y setos de boj, muy del gusto de la época. A esto se añade la existencia de un extenso parque a su alrededor, poblado por especies autóctonas, como el roble y la encina; alóctonas, como la secuoya y el pinsapo; y otros árboles típicos de jardines.

El interior de la Casita guarda una relevante decoración dieciochesca, que recuerda mucho a un pequeño Palacio de Versalles o un Petit Trianon. Cuenta con decoraciones neoclásicas de Ferroni, de estilo pompeyano y etrusco, sedas, tapicerías, mobiliario, lámparas y relojes. Además, alberga una valiosa colección de pinturas auténticas, entre las que destacan las realizadas por Luca Giordano, de estilo muy exuberante. En esta Casita, el Príncipe de Asturias y su esposa, María Luisa de Parma, buscaban escapar del protocolo cortesano y pasaban las horas solos o con sus amigos jugando, tocando instrumentos musicales o disfrutando de pequeñas representaciones teatrales. El hecho de que en la Casita no haya un cuarto destinado a dormitorio demuestra que su uso se limitaba a disfrutar de la casa durante el día, ya que por la noche se retiraban a dormir a sus estancias en el Monasterio del Escorial.


INVIERNO

Palacio Real del Pardo



El Palacio Real de El Pardo es un edificio vinculado estrechamente a la historia de España. Mandado construir por orden de Carlos V en el siglo XVI, fue mandado ampliar en el XVIII por Carlos III. Sus orígenes como cazadero real están vinculados al monte de El Pardo, un espacio natural de gran valor y considerado como el bosque mediterráneo más importante de la Comunidad de Madrid. Aunque durante mucho tiempo fue la residencia invernal de los Borbones, desde 1983 fue la residencia oficial de los Jefes de Estado extranjeros, e incluso el dictador Francisco Franco llegó a vivir aquí.

Felipe II terminó la obra del palacio que había iniciado su padre, introduciendo por primera vez las techumbres de pizarra a la flamenca, con altos caballetes y chapiteles, y decorando su interior con importantes frescos y una galería de retratos donde había obras realizadas por el mismo Tiziano. Felipe III se encargó de reedificar el palacio tras su destrucción en un incendio, pero Felipe V alteró completamente la distribución del interior para albergar a toda la corte. Será Carlos III el que le encargue a Sabatini la ampliación de este palacio con un patio igual al que ya existía y con un paso para las carrozas, además de decorar las habitaciones del Príncipe de Asturias con varias series de tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara, entre los que se encuentran obras de Ramón Bayeu, José del Castillo y Francisco de Goya. En este palacio, entre otros habitantes, estuvo el rey consorte Francisco de Asís de Borbón durante su primera separación de su esposa, la reina Isabel II; fue aquí también donde Alfonso XII pasó su luna de miel con su amada esposa María de las Mercedes, y donde se retiró a finales de 1885 para mejorar su salud, cosa que no sucedería. También se alojó aquí la futura reina Victoria Eugenia de Battenberg días antes de su boda con Alfonso XIII.

El palacio presenta, en su apariencia exterior, la doble herencia que recibió del viejo alcázar de los Austrias y las sucesivas reformas llevadas a cabo por los Borbones. La planta triangular, el foso, los torreones en las esquinas, las puertas y ventanas enmarcadas con piedra labrada, los techos de pizarra y los emplomados nos hablan de su etapa Austria. Pero las torres achatadas, las mansardas y el enfoscado color crema, así como la fachada obra de Sabatini, son fruto de su época Borbónica.

Entre las muchas cosas hermosas que alberga el Palacio de El Pardo, destacan varias de sus salas, como el Aposento de la Reina, en cuyos techos están representadas varias escenas de la vida de José, hijo de Jacob; la iglesia, con su inmensa bóveda central (donde se casaría años más tarde Carmen Martínez Bordiú, nieta de Franco); el Teatro de la Corte, de los pocos que se conservan en España con esas características; el Comedor del Rey, que se convertiría en Salón de Embajadores en el siglo XIX y luego en despacho oficial de Franco, y a su alrededor estancias como el Oratorio, la Sala del Café y la Sala de Aparadores.

En el recinto palacio de El Pardo también hay otros lugares hermosos que se pueden visitar, como la Casita del Príncipe (ojo, no es la misma que la de El Escorial), la Sala Histórica de la Guardia Real, el Convento de los Padres Capuchinos, la Quinta del Duque del Arco y el propio Monte de El Pardo.


Palacio Real de Madrid




Y terminamos con el Palacio Real, el más grande de Europa occidental y también uno de los más grandes del mundo. Es, además, de las pocas residencias oficiales de Jefe de Estado que está abierta al público, ya que, aunque los Reyes de España realizan aquí actos oficiales, su residencia habitual es el Palacio de la Zarzuela.

El Palacio Real, tal como lo podemos ver, data del siglo XVIII. Fue construido sobre los restos del antiguo Alcázar de Madrid, que Felipe II convirtió en residencia oficial de los Reyes de España desde 1561. Pero este Alcázar quedó completamente destruido a raíz de un incendio ocurrido en la Nochebuena de 1734, por lo que el Palacio como tal se construyó en época de Felipe V, y se hizo al estilo francés versallesco. Arquitectos italianos como Filippo Juvara y Juan Bautista Sachetti dieron forma a este colosal palacio, aunque otros distinguidos arquitectos participaron, como Ventura Rodríguez, de quien es la Real Capilla, o Francesco Sabatini, que se encargó de la conclusión del edificio y de la magnífica escalinata que recibe al visitante. Las obras del Palacio Real terminaron en época de Carlos III, primer monarca que habitó de forma continua este palacio.

De las más de tres mil habitaciones de las que consta el Palacio Real, el visitante solo podrá ver once, en donde está concentrado todo el esplendor de los primeros Borbones. Los impresionantes frescos de Giaquinto y Tiepolo transmiten el espíritu del Barroco, tan abigarrado y extravagante, y que contrasta con la sobriedad de la que hacían gala los Austrias. Son absolutamente arrebatadoras las Estancias del Rey, decoradas por el artista del estuco Gasparini, con sus paredes y muebles forrados de seda bordada, los grandes espejos, las magníficas lámparas y el mosaico del suelo, que ya habla de un estilo cercano al Rococó. Tampoco nos debemos perder el Salón del Trono, conocido también como Sala de Embajadores, donde se respira el lujo y la belleza, desde el mobiliario hasta la gran pintura de la bóveda; las consolas, los espejos de la Granja, los relojes y las excepcionales arañas de cristal tallado dan al salón la prestancia regia que requiere esta sala. Otra sala que tampoco debemos ignorar es el Salón de Porcelanas, una pequeña habitación totalmente revestida de placas de porcelana atornilladas una por una. La Capilla Real, de arquitectura y materiales muy refinados, es un festival de mármoles negros, estucos dorados, pinturas de Mengs y esculturas de gran belleza, todo bajo una cúpula en la que Giaquinto pintó la coronación de la Virgen; mención aparte para el espectacular órgano de 1778, construido por el mallorquín Jorge Bosch, organero de Su Majestad.

Es imposible hablar de toda la belleza que se ha concentrado en el Palacio Real de Madrid, pues es algo que todos deberíamos ver alguna vez para deleitarnos con su esplendor. Desde la Sala de Alabarderos hasta las Cocinas, pasando por la Armería Real, todo es de una maravilla difícil de describir. Solo puedo decir que tenéis que verlo por vosotros mismos, y que la fantasía de cada uno se deje llevar por donde quiera.