jueves, 13 de abril de 2023

Palacios para todas las estaciones

 

¡Hola a todos!

Empezaremos esta entrada con una pregunta: ¿A quién no le gustaría vivir en un palacio? Cuando pensamos en un palacio, a nuestra mente vienen imágenes que parecen sacadas de cuento: amplios salones, muebles dorados, sillones forrados de seda y terciopelo, cuadros inmensos, lámparas de ensueño, música de violín y clavicordio en cada habitación... Y esto no se aleja mucho de la realidad, sobre todo de la realidad dieciochesca. La época de los grandes palacios, esos que tanto han marcado nuestro imaginario, fue el siglo XVIII, y el primero que nos viene a la cabeza es el Palacio de Versalles, ¿a que sí? No es casualidad: el Palacio de Versalles es uno de los complejos arquitectónicos monárquicos más importantes de Europa, y durante años fue copiado hasta la saciedad por los miembros de la monarquía borbónica.

Pero la belleza no se limita solo a Versalles, y hay otros palacios que también merecen nuestra atención por los hermosos tesoros que guardan en su interior. En España, la llegada de los Borbones en 1700 trajo multitud de cambios en varios ámbitos y, cómo no, las residencias reales también sufrieron cambios significativos que las diferenciaban de las pertenecientes a la dinastía anterior, los Austrias. En la época, era costumbre que la corte real fuese itinerante, es decir, que los reyes no vivían todo el año en el mismo sitio, sino que se trasladaban a otras casas y palacios de su propiedad situadas en lugares más idóneos según la época del año en que se encontraban.

El motivo de esta entrada es hablaros de algunas de estas residencias palaciegas en España, más concretamente en Madrid y alrededores, ya que es donde más tiempo pasaron los monarcas, sobre todo a raíz de que se estableciera la capital en la Villa de Madrid en 1561, estando Felipe II en el trono de las Españas. Hoy vamos a hacer un recorrido de un año por los Reales Sitios de la Corona española. Acompañadme en este viaje a través de las cuatro estaciones y os hablaré un poco de cómo eran los palacios donde los reyes pasaban sus días.


PRIMAVERA

Palacio Real de Aranjuez




Al sur de la capital, entre el valle del Tajo y la desembocadura del Jarama, se sitúa la ciudad de Aranjuez, lugar donde podemos encontrar uno de los Reales Sitios más bonitos de Madrid. El Palacio de Aranjuez es, sin lugar a dudas, la principal atracción del conjunto monumental de la villa, y es visita obligada para todo amante de los palacios.

En el siglo XIV, la Orden de Santiago construye ahí una casa hospital, y son los Reyes Católicos en el siglo XV los que lo convierten en Palacio Real, y a partir de entonces será utilizado como residencia de primavera por todos los reyes de España hasta Isabel II. El rey Felipe II le dio el aspecto actual, que es de estilo herreriano y que recuerda mucho al Escorial. Sin embargo, serán Carlos III y Fernando VI quienes mandarán hacer las principales ampliaciones en un estilo más barroco, muy del gusto del siglo XVIII.

El Palacio de Aranjuez es hermoso y está lleno de sorpresas, como el pequeño despacho abovedado descubierto hace relativamente poco en la Sala de Alabarderos, el suelo original del salón comedor, las paredes revestidas de seda del Tocador de la Reina o el cuadro de un paisaje realizado con diminutas teselas. Sin embargo, destacaría por encima de todo la belleza de la Sala de la Alhambra (que en su día fue sala de fumadores), el impresionante Oratorio del Rey y la Sala de Porcelana, cuyas paredes y techos están revestidos de más de dos mil placas de porcelana finamente labradas. La lámpara de esta sala es espectacular, pues representa una palmera arrancada, y las raíces son los diferentes brazos de la lámpara. También podemos encontrar aquí parte de la colección de relojes de Carlos IV (a quien le apasionaban estos artefactos), tres magníficos pianos (uno de ellos tocado por el maestro Joaquín Rodrigo) y el carruaje de la reina Isabel II, además de los trajes que los reyes eméritos Juan Carlos I y Sofía usaron en su proclamación como Reyes de España, así como los vestidos de novia de la reina Sofía, la reina Letizia y las infantas Elena y Cristina.

Fuera ya del palacio, es imprescindible visitar los jardines que lo circundan. Se les conoce como Jardines de la Isla, y son tan bonitos que se dice que inspiraron al maestro Joaquín Rodrigo para componer su famoso Concierto de Aranjuez. Los jardines se crearon en el siglo XVIII y están sembrados de fuentes, cascadas y esculturas que representan a varios personajes de la mitología grecorromana. Su diseño recuerda mucho a los jardines palaciegos franceses, algo que no sorprende dado que la monarquía borbónica procede de Francia. Ya fuera del recinto, se puede visitar la Casa del Labrador y el Museo de Falúas Reales, donde se conservan las barcazas o falúas que los reyes usaban en sus paseos de recreo por el río Tajo o el Retiro.


VERANO

Palacio de Riofrío




Dejamos Madrid por el momento y nos dirigimos a la cercana Segovia, lugar donde se encuentra este pequeño palacio escondido entre más de seiscientas hectáreas de bosque. El edificio destaca por su unidad de estilo y su aspecto lineal y armonioso; pero, a pesar de la singularidad y belleza del entorno, fue un palacio sin huéspedes durante más de cien años, lo que lo convierte en el palacio más desconocido de esta lista, y por eso es fácil que pase desapercibido.

En el año 1751, la reina viuda Isabel de Farnesio impulsó en Riofrío la construcción de su propio señorío con la intención de dejárselo a su hijo, el infante don Luis, como lugar de retiro. Se encargó el proyecto al arquitecto italiano Virgilio Ravaglio, pero la temprana muerte de este artista hizo que otros tuvieran que encargarse de su diseño y construcción. El resultado fue este palacio de líneas sencillas y elegantes, de un estilo muy italiano. Aunque la idea principal era construir todo un complejo palaciego con casas de oficios, caballerizas, iglesias y un teatro, el ascenso al trono de Carlos III, hijo primogénito de Isabel de Farnesio, hizo que la reina viuda volviese a la corte y que no llegara a habitar este sitio, que durante muchos años sería utilizado como pabellón de caza. Habría que esperar al siglo XIX a que dos reyes tomaran Riofrío como residencia personal. El primero fue don Francisco de Asís de Borbón, esposo de la reina Isabel II, que lo usó como lugar de retiro para alejarse de las burlas y ninguneos que sufría en la capital española; y el segundo sería el rey Alfonso XII, que utilizó el palacio durante su periodo de luto por la muerte de su primera esposa, la reina María de las Mercedes.

El Palacio de Riofrío es, quizá, la residencia real menos fastuosa de todas las que componen los Reales Sitios, pero no por eso es menos bonita. Es un palacio en donde se respira una atmósfera muy hogareña. Cuando uno pasea por sus salones, ve cómo era la vida diaria de la realeza borbónica, muy lejos de la vida oficial, con toda su pompa y protocolo. En este sentido, es un palacio profundamente anticortesano. De entre sus pocos salones, destacan el Salón del Billar, la Sala de Servicio al Comedor con su montaplatos original, el Dormitorio de Francisco de Asís y el magnífico Oratorio, en donde además de recuperarse el altar que estaba oculto, se restituyó el reclinatorio del rey con la pieza de terciopelo bordada en plata y con las armas reales, y una colección de 149 cuadros pintados por Giovanni del Cinque en los que se relata la historia de la Pasión de Cristo, y que es posiblemente la mayor colección pictórica completa sobre la vida de Cristo que existe en toda Europa.

En la parte inferior de este palacio se encuentra el Museo de la Caza, que consta de una serie de dioramas donde se muestran cerca de doscientos ejemplares disecados de la fauna ibérica.


Palacio de la Granja de San Ildefonso




A once kilómetros de la localidad de San Ildefonso, a los pies de la Sierra de Guadarrama, se alza el complejo palaciego de la Granja de San Ildefonso. Felipe V, prendado de la belleza del lugar, mandó construir aquí un palacio y unos jardines adornados con esculturas y fuentes que le recordaban su infancia en la corte francesa de su abuelo, el rey Luis XIV. Fue su gran obra personal, y durante su largo reinado se ocupó de las sucesivas ampliaciones. Encargó las obras del palacio a Teodoro Ardemans y las de los jardines a René Carlier, quienes en poco tiempo terminaron el conjunto. Aquí fue donde Felipe V anunció en 1724 que abdicaría en su hijo Luis, pero a la temprana muerte de este se vio obligado a volver al trono. El Real Sitio de San Ildefonso tuvo que adaptarse a este cambio, pues había pasado de ser un lugar de recreo a convertirse en la residencia predilecta del monarca, sobre todo en los meses de verano.

El palacio de la Granja constituye una maravilla para la vista y es un magnífico ejemplo de la pompa y boato cortesanos de los primeros Borbones. Sus jardines enmarcan un edificio de estilo italiano con fachada de piedra rosa, granito y mármol de Carrara. La decoración del interior del palacio es de estilo barroco, con estatuas y techos abovedados pintados con frescos alegóricos. La sala más importante de este palacio es el Dormitorio de Sus Majestades, decorado con colgaduras de damasco ricamente bordadas, pero no son menos hermosos el Gabinete de la Reina, la Galería de Retratos, el Salón de Lacas o el Gabinete de Espejos.

Las salas de la planta baja del palacio albergan la colección de esculturas de la reina Cristina de Suecia, que fue adquirida por Felipe V y su esposa. Hay dos salas dedicadas a los cuatro continentes que se conocían por entonces, marcadas por los propios reyes con sus respectivos símbolos (el aspa de Borgoña de Felipe V y la flor de lis de Isabel de Farnesio). La Sala de Mármoles está decorada con una curiosa mezcla de mármol, bronce y espejos; el estuco blanco con bordes dorados cubre la bóveda donde se representa el rapto de Europa.

Además de recorrer las dependencias reales, no se pueden dejar de visitar el Museo de Tapices y la Capilla Real o Colegiata, construida por Ardemans y redecorada por el maestro Sabatini durante el reinado de Carlos III. Y, por supuesto, es imprescindible la visita a los jardines aledaños al palacio, en donde todos los veranos se hacen en sus fuentes los juegos acuáticos que tanto embelesaban a Felipe V.


OTOÑO

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial




Considerado la octava maravilla del mundo, el Monasterio de San Lorenzo se construyó entre 1563 y 1584 por decisión de Felipe II para ser panteón de los reyes españoles y albergar la Biblioteca, el Convento, el Seminario (hoy transformado en Colegio) y los Cuartos Reales. Agrupando en un edificio varias funciones, San Lorenzo el Real nace como un monasterio de monjes de la orden de San Jerónimo, cuya iglesia sirviese como panteón del Emperador Carlos V y de su mujer, Isabel de Portugal, así como de su hijo Felipe II, sus familiares y sucesores, y donde los frailes orasen ininterrumpidamente por la salvación de las personas reales. Asimismo, cuenta con un palacio para alojar al rey, como patrono de la fundación, y a su séquito. El Colegio y el Seminario completan la función religiosa del Monasterio, y la Biblioteca se establece para estos tres centros. Este esquema se mantiene, en cierto modo, en la actualidad. La figura de Carlos V es decisiva en la fundación de este Real Sitio por lo mucho que influyó en el espíritu de su hijo, por el ejemplo de sus últimos años pasados entre los monjes jerónimos de Yuste y por la necesidad de dotarle de una digna sepultura.

Todo lo que se diga sobre el Monasterio del Escorial es quedarse corto. Es un auténtico deleite para los sentidos y cuenta con multitud de rincones tan bellos como curiosos. Son realmente impresionantes la Basílica, que marca el eje principal del monasterio y es uno de los ejemplos arquitectónicos más notables del Renacimiento español; el claustro principal, en donde encontraremos una nave decorada con un magnífico fresco titulado La Gloria de la Casa de Austria; el Panteón de Infantes y el Panteón de Reyes, donde están sepultados los miembros de la familia real española. Es sorprendente la Real Biblioteca, fundada por Felipe II como centro del saber científico y humanístico del Renacimiento, con obras manuscritas e impresas de diferentes épocas, lenguas y culturas, y que fue puesta por el propio rey a disposición de cualquiera que necesitara consultar esos libros para sus estudios e investigaciones.

En el Monasterio también se construyeron las estancias palaciegas, y podemos encontrar las habitaciones en las que vivieron los Austrias y los Borbones respectivamente. El palacio de los Austrias está enclavado a ambos lados de la cabecera de la Basílica. Cuenta con el Cuarto del Rey y el Cuarto de la Reina, distribuidos de manera simétrica. Las estancias utilizadas por los Borbones durante el otoño, época en la que solían ir al Escorial, están vestidas con una fantástica colección de tapices, mobiliario y otras artes decorativas de los siglos XVIII y XIX.


Casita del Príncipe




La Casita del Príncipe, o Casita de Abajo, es otra de las residencias de la familia real española, aunque suele pasar desapercibida para la mayoría de los visitantes. Fue construida en la villa de El Escorial entre 1771 y 1775 a partir de un diseño de Juan de Villanueva, uno de los arquitectos más importantes del neoclasicismo español. El motivo de su construcción obedece a fines recreativos, pues fue utilizada en diversas ocasiones por Carlos IV, por entonces Príncipe de Asturias. No muy lejos de su enclave se encuentra la Casita del Infante, o Casita de Arriba, destinada al Infante Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III y hermano de Carlos IV, aunque su valor histórico y artístico es inferior.

La Casita del Príncipe es como un pequeño lugar de ensueño. Está rodeada por dos jardines comunicados entre sí por dos pórticos de columnas toscanas, y cuenta con fuentes, cascadas, estanques, paseos y setos de boj, muy del gusto de la época. A esto se añade la existencia de un extenso parque a su alrededor, poblado por especies autóctonas, como el roble y la encina; alóctonas, como la secuoya y el pinsapo; y otros árboles típicos de jardines.

El interior de la Casita guarda una relevante decoración dieciochesca, que recuerda mucho a un pequeño Palacio de Versalles o un Petit Trianon. Cuenta con decoraciones neoclásicas de Ferroni, de estilo pompeyano y etrusco, sedas, tapicerías, mobiliario, lámparas y relojes. Además, alberga una valiosa colección de pinturas auténticas, entre las que destacan las realizadas por Luca Giordano, de estilo muy exuberante. En esta Casita, el Príncipe de Asturias y su esposa, María Luisa de Parma, buscaban escapar del protocolo cortesano y pasaban las horas solos o con sus amigos jugando, tocando instrumentos musicales o disfrutando de pequeñas representaciones teatrales. El hecho de que en la Casita no haya un cuarto destinado a dormitorio demuestra que su uso se limitaba a disfrutar de la casa durante el día, ya que por la noche se retiraban a dormir a sus estancias en el Monasterio del Escorial.


INVIERNO

Palacio Real del Pardo



El Palacio Real de El Pardo es un edificio vinculado estrechamente a la historia de España. Mandado construir por orden de Carlos V en el siglo XVI, fue mandado ampliar en el XVIII por Carlos III. Sus orígenes como cazadero real están vinculados al monte de El Pardo, un espacio natural de gran valor y considerado como el bosque mediterráneo más importante de la Comunidad de Madrid. Aunque durante mucho tiempo fue la residencia invernal de los Borbones, desde 1983 fue la residencia oficial de los Jefes de Estado extranjeros, e incluso el dictador Francisco Franco llegó a vivir aquí.

Felipe II terminó la obra del palacio que había iniciado su padre, introduciendo por primera vez las techumbres de pizarra a la flamenca, con altos caballetes y chapiteles, y decorando su interior con importantes frescos y una galería de retratos donde había obras realizadas por el mismo Tiziano. Felipe III se encargó de reedificar el palacio tras su destrucción en un incendio, pero Felipe V alteró completamente la distribución del interior para albergar a toda la corte. Será Carlos III el que le encargue a Sabatini la ampliación de este palacio con un patio igual al que ya existía y con un paso para las carrozas, además de decorar las habitaciones del Príncipe de Asturias con varias series de tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara, entre los que se encuentran obras de Ramón Bayeu, José del Castillo y Francisco de Goya. En este palacio, entre otros habitantes, estuvo el rey consorte Francisco de Asís de Borbón durante su primera separación de su esposa, la reina Isabel II; fue aquí también donde Alfonso XII pasó su luna de miel con su amada esposa María de las Mercedes, y donde se retiró a finales de 1885 para mejorar su salud, cosa que no sucedería. También se alojó aquí la futura reina Victoria Eugenia de Battenberg días antes de su boda con Alfonso XIII.

El palacio presenta, en su apariencia exterior, la doble herencia que recibió del viejo alcázar de los Austrias y las sucesivas reformas llevadas a cabo por los Borbones. La planta triangular, el foso, los torreones en las esquinas, las puertas y ventanas enmarcadas con piedra labrada, los techos de pizarra y los emplomados nos hablan de su etapa Austria. Pero las torres achatadas, las mansardas y el enfoscado color crema, así como la fachada obra de Sabatini, son fruto de su época Borbónica.

Entre las muchas cosas hermosas que alberga el Palacio de El Pardo, destacan varias de sus salas, como el Aposento de la Reina, en cuyos techos están representadas varias escenas de la vida de José, hijo de Jacob; la iglesia, con su inmensa bóveda central (donde se casaría años más tarde Carmen Martínez Bordiú, nieta de Franco); el Teatro de la Corte, de los pocos que se conservan en España con esas características; el Comedor del Rey, que se convertiría en Salón de Embajadores en el siglo XIX y luego en despacho oficial de Franco, y a su alrededor estancias como el Oratorio, la Sala del Café y la Sala de Aparadores.

En el recinto palacio de El Pardo también hay otros lugares hermosos que se pueden visitar, como la Casita del Príncipe (ojo, no es la misma que la de El Escorial), la Sala Histórica de la Guardia Real, el Convento de los Padres Capuchinos, la Quinta del Duque del Arco y el propio Monte de El Pardo.


Palacio Real de Madrid




Y terminamos con el Palacio Real, el más grande de Europa occidental y también uno de los más grandes del mundo. Es, además, de las pocas residencias oficiales de Jefe de Estado que está abierta al público, ya que, aunque los Reyes de España realizan aquí actos oficiales, su residencia habitual es el Palacio de la Zarzuela.

El Palacio Real, tal como lo podemos ver, data del siglo XVIII. Fue construido sobre los restos del antiguo Alcázar de Madrid, que Felipe II convirtió en residencia oficial de los Reyes de España desde 1561. Pero este Alcázar quedó completamente destruido a raíz de un incendio ocurrido en la Nochebuena de 1734, por lo que el Palacio como tal se construyó en época de Felipe V, y se hizo al estilo francés versallesco. Arquitectos italianos como Filippo Juvara y Juan Bautista Sachetti dieron forma a este colosal palacio, aunque otros distinguidos arquitectos participaron, como Ventura Rodríguez, de quien es la Real Capilla, o Francesco Sabatini, que se encargó de la conclusión del edificio y de la magnífica escalinata que recibe al visitante. Las obras del Palacio Real terminaron en época de Carlos III, primer monarca que habitó de forma continua este palacio.

De las más de tres mil habitaciones de las que consta el Palacio Real, el visitante solo podrá ver once, en donde está concentrado todo el esplendor de los primeros Borbones. Los impresionantes frescos de Giaquinto y Tiepolo transmiten el espíritu del Barroco, tan abigarrado y extravagante, y que contrasta con la sobriedad de la que hacían gala los Austrias. Son absolutamente arrebatadoras las Estancias del Rey, decoradas por el artista del estuco Gasparini, con sus paredes y muebles forrados de seda bordada, los grandes espejos, las magníficas lámparas y el mosaico del suelo, que ya habla de un estilo cercano al Rococó. Tampoco nos debemos perder el Salón del Trono, conocido también como Sala de Embajadores, donde se respira el lujo y la belleza, desde el mobiliario hasta la gran pintura de la bóveda; las consolas, los espejos de la Granja, los relojes y las excepcionales arañas de cristal tallado dan al salón la prestancia regia que requiere esta sala. Otra sala que tampoco debemos ignorar es el Salón de Porcelanas, una pequeña habitación totalmente revestida de placas de porcelana atornilladas una por una. La Capilla Real, de arquitectura y materiales muy refinados, es un festival de mármoles negros, estucos dorados, pinturas de Mengs y esculturas de gran belleza, todo bajo una cúpula en la que Giaquinto pintó la coronación de la Virgen; mención aparte para el espectacular órgano de 1778, construido por el mallorquín Jorge Bosch, organero de Su Majestad.

Es imposible hablar de toda la belleza que se ha concentrado en el Palacio Real de Madrid, pues es algo que todos deberíamos ver alguna vez para deleitarnos con su esplendor. Desde la Sala de Alabarderos hasta las Cocinas, pasando por la Armería Real, todo es de una maravilla difícil de describir. Solo puedo decir que tenéis que verlo por vosotros mismos, y que la fantasía de cada uno se deje llevar por donde quiera.


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