miércoles, 19 de septiembre de 2018

Dos clásicos diferentes


¡Hola a todos!

Si hay algo que me apasiona en esta vida es leer. Sí, ya sé que a estas alturas de la vida (con las coñas, llevamos ya seis años con el blog, que se dice pronto) deciros que soy una ávida lectora es como repetir una historia contada ya millones de veces. Sin embargo, hace poco ha surgido en mi círculo familiar el tema de la lectura, coincidiendo con el inicio del nuevo curso escolar para uno de mis primos.

Durante el debate, mi posición estuvo desde el primer momento a favor del fomento de la lectura, por razones más que obvias. Al igual que el deporte es el ejercicio del cuerpo, la lectura es el ejercicio de la mente, y creo que cultivar el hábito de leer un poco todos los días es algo que se tendría que inculcar a las nuevas generaciones desde temprana edad. La lectura acabará por mostrarle al niño infinitos mundos llenos de historias y posibilidades, y con el tiempo querrá descubrirlos todos. Empezará con los cuentos, seguirá con las novelas juveniles de aventuras, tal vez probará con la fantasía o el romance, se atreverá con la novela negra, la de terror, la humorística... y llegará un punto en el que, como miles de personas antes que él, querrá echar un vistazo a los clásicos literarios de siempre, aquellos que han marcado un hito en la historia de la literatura y que son considerados por muchos como libros que todos debemos leer al menos una vez en nuestras vidas.

Pero entonces surge la contrapartida del debate: No se puede obligar a un niño a leer lo que no quiere ni meterle los clásicos por la fuerza, ya que entonces obtendríamos un resultado negativo. Obligar a alguien a hacer lo que no quiere es suficiente para hacer que lo relacione como algo negativo y no quiera hacerlo nunca más, y en el caso de la lectura no podría estar más de acuerdo. Yo misma siento un cierto rencor hacia el Quijote después de que mi señor padre me aburriera durante mis años de infancia con párrafos inacabables de la obra cumbre de Cervantes.

Sin embargo, una mala experiencia no debería apartarnos de la buena literatura ni reducir a bobadas aquellas obras que, por pereza o desgana nuestra, merecen una oportunidad de ser leídas. Cierto es que a veces la profundidad de la pieza literaria puede disuadir al lector, sobre todo si está poco acostumbrado a la lectura, pero en esas ocasiones basta con cambiar el formato de la novela para darle un mayor atractivo, y para esto no hace falta faltar al argumento original ni destrozar su esencia. Yo misma he podido comprobarlo este verano con estos dos clásicos que aprovecho para recomendaros si queréis leer buena literatura de una manera diferente.



Carmen, Prosper Mérimée





España, siglo XIX. Un viajero francés llega a Andalucía para conocer a fondo el país y embeberse de su cultura. Pero a quien conoce es a José Lizarrabengoa, un exmilitar de origen navarro que comparte con él su terrible historia: la de su amor por Carmen, una hermosa gitana con un poder de seducción tal que lo apartó del Ejército y lo arrastró al delito, convirtiéndolo en un bandido. Ciego de amor por Carmen y, a la vez, devorado por los celos que sus devaneos con otros hombres le provocan, José llega a cometer todo tipo de tropelías, robos y asesinatos con tal de retener a Carmen a su lado un poco más, culminando su estela de crímenes con el peor de los asesinatos, el último que habría querido llevar a cabo.

Con el transcurso del tiempo, el personaje de Carmen se ha convertido en un mito, un icono representativo de la mujer fatal por excelencia. Se tiende a reducir Carmen a la ópera de Bizet, y eso es casi como desestimar el interés que tienen tanto este personaje como la obra que lo hizo inmortal. Creada por Prosper Mérimée en el año 1845, Carmen es algo más que una novela corta ambientada en la España romántica (y bastante idealizada) del exotismo andaluz y el bandolerismo; es, en esencia, un estudio sobre los gitanos y sobre una España desaparecida con el interesante enfoque de un literato, arqueólogo y etnólogo francés que viajó a esta tierra y quedó prendado de su belleza y sus costumbres. Aunque a día de hoy algunos apartados pueden considerarse ofensivos por racistas, pero hay que tener en cuenta que eran otros tiempos y que la intención de Mérimée era la de recrear España y sus costumbres desde su propia percepción. Fascinado por la cultura gitana, no es de extrañar que Mérimée hubiera escogido a una gitana para ser la heroína de la novela que le granjearía la inmortalidad.

Carmen es una heroína tan sólida, tan profunda y representativa, que llegará a convertirse en el arquetipo de la mujer fatal, llegando a inundar por completo el relato aun cuando no está presente. Para hacer más patente la peligrosidad que encierra esta fascinante mujer, Mérimée la describe como una criatura de una belleza sobrenatural, casi satánica. «Has topado con el diablo, sí, con el diablo», le dice a don José, su celoso amante. El atractivo de Carmen reside en su inmenso poder de seducción, al que ningún hombre parece poder resistirse. Con una simple mirada de soslayo, cautiva a cada hombre que se le pone a tiro y teje a su alrededor una telaraña que lo atrapa y lo envuelve hasta que éste pierde por completo su voluntad y se rinde ante ella. Carmen es la tentación hecha carne, y cruzarse con ella es muy peligroso no solo por el poder de atracción que tiene, sino también porque ella misma es consciente del influjo que tiene sobre los hombres. Es múltiple, inalcanzable y víctima mortal de las mañas que ha aplicado con el hombre que no debía. Pero pese a conocer qué destino le aguarda, Carmen sigue siendo Carmen hasta el final. «Puesto que eres mi rom, tienes derecho a matar a tu romí; pero Carmen será siempre libre».

Hay muchas ediciones de esta magnífica novela corta, pero la que más me ha gustado ha sido esta que os muestro hoy, ilustrada por el francés Benjamin Lacombe. El estilo oscuro de este ilustrador me ha resultado fascinante desde la primera vez que lo vi, y cuando tuve la oportunidad de hacerme con esta obra dibujada por él no pude resistirme. Lacombe toma el personaje de Carmen y le da forma como solo él sabe hacerlo. A nuestros ojos la pinta como una mujer de grandes ojos negros y mirada penetrante, quasi metamorfoseada en una araña que teje sus redes alrededor de don José. Su mantilla negra hace las veces de red o de telaraña con la que envuelve a sus amantes, y es frecuente encontrarla dibujada con varias piernas y patas de araña, como si así el ilustrador quisiera remarcar su aura maléfica y antinatural, la de una viuda negra o una mantis religiosa que devora al macho tras la cópula.



La Letra Escarlata, Nathaniel Hawthorne





Un terrible escándalo sacude la tranquilidad de una pequeña comunidad puritana del siglo XVII: una mujer casada ha tenido una hija de otro hombre mientras su marido estaba ausente. Hester Prynne, la adúltera, es obligada por sus vecinos a llevar una letra «A» escarlata sobre el pecho para que no pueda esconder su pecado. A pesar de que se le ordena repetidas veces revelar el nombre del padre de su hija, Hester se niega y trata de vivir con dignidad en una sociedad injusta e hipócrita.

Cuando pensamos en La Letra Escarlata, la mayoría de nosotros tenemos en mente la película de los 90 protagonizada por Demi Moore y Gary Oldman. Pero una cosa es la adaptación cinematográfica al estilo hollywoodiense, y otra muy distinta es la novela original. Publicada en 1850 por el escritor Nathaniel Hawthorne, La Letra Escarlata se convirtió muy pronto en uno de los primeros best seller de Estados Unidos, a pesar de que el autor tuvo sus problemas con la población de Salem, que se sintió insultada por su descripción en el prefacio. La mayoría de los críticos alabaron la novela y la detallada descripción psicológica de sus personajes, pero los líderes religiosos la condenaron repetidamente por su temática poco apropiada y porque Hawthorne hizo que Hester Prynne, la adúltera, dejara de ser una malvada pecadora y pasó a convertirla en una mujer fuerte por la que el lector sentía compasión ante el injusto trato que se le dispensa.

La Letra Escarlata no es un romance, como se dice en la portada de la primera edición, o no es un romance al uso. A pesar de que Hester se ha entregado por amor a otro hombre y ha tenido una hija con él, no es el amor el tema principal de la novela, sino la culpa y el cargo de conciencia. La trama gira alrededor de tres personajes: La propia Hester Prynne; Roger Chillingworth, nombre tras el que se oculta el vengativo esposo de Hester; y el reverendo Arthur Dimmesdale, quien fue el amante de Hester y el padre de su hija Pearl, como iremos descubriendo a lo largo de la novela. El peso de la culpa por el pecado cometido cae como una losa sobre Hester y Dimmesdale, pero es este último el que se deja arrastrar hacia la más absoluta desesperación, quizá porque Hester no puede ni quiere esconder su mancha, mientras que él se empecina en cargar con ese peso por miedo, vergüenza y penitencia.

De todas las ediciones de La Letra Escarlata que habría podido encontrar, la que hoy os recomiendo se sale un poco de lo habitual, pero considero que se trata de una adaptación muy buena tanto si os gusta la buena literatura como el formato cómic. Norma Editorial nos ofrece esta novela convertida en un manga gracias a la colaboración entre la mangaka SunNeko Lee (quien ya adaptó otros clásicos de la colección como Los Miserables y Jane Eyre) y la filóloga Crystal S. Chan, encargada de adaptar la novela respetando la esencia de la obra original y dándole un toque especial para ganarse el gusto de las audiencias más jóvenes. Ha sido esta una lectura de lo más interesante para mí, pues la calidad de la adaptación sumada al exquisito dibujo de Lee y la fidelidad que guarda con el contexto de la obra me han hecho olvidarme de que estaba ante un manga, y me ha enseñado a disfrutar de un clásico literario de una manera que jamás sospeché que podía hacerse. Es una forma muy buena de disfrutar de una maravillosa novela pero con un nuevo enfoque que no resta nada de calidad a la obra original.


¡Y hasta aquí por hoy! Espero que os haya gustado esta entrada. Si queréis hacer algún aporte o hacerme alguna recomendación, ya sabéis que tenéis abajo los comentarios para dejar vuestras impresiones.

¡Hasta pronto!

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