miércoles, 1 de octubre de 2025

Octubre de Misterios: El caso de Leo Frank



Leo Max Frank nació el 17 de abril de 1884 en Cuero, Texas, en el seno de una familia judía de ascendencia alemana. Sin embargo, a muy temprana edad su familia se mudó a Brooklyn, en la ciudad de Nueva York, y se graduó en Ingeniería Mecánica en la Universidad de Cornell en 1906. Durante un tiempo vivió en Alemania para trabajar como aprendiz del famoso fabricante de lápices Eberhard Faber. Más tarde, después de trabajar en varias empresas, fue contratado para dirigir la fábrica de lápices National Pencil Company en Atlanta, Georgia. En 1910 se casó con Lucille Selig, hija de una prominente familia de industriales, y se involucró de forma muy activa en la comunidad judía de la ciudad, siendo elegido presidente de la B’nai B’rith local, una especie de organización de carácter filantrópico.

A pesar de su matrimonio feliz y su éxito en los negocios, Leo Frank y su esposa sufrieron algunas dificultades relacionadas con su entorno y la religión que profesaban. La población de Atlanta había experimentado un enorme crecimiento a finales del siglo XIX y principios del XX, y empezaba a haber bastante tensión social. De ser una pequeña ciudad de poco más de veinte mil habitantes en 1870 había pasado a tener más de ciento cincuenta mil en 1910, y este crecimiento desbordante continuaría sin cesar en los años siguientes, con más de cinco mil personas entrando a la ciudad cada año. Muchas personas abandonaron el campo para mudarse a las ciudades, a menudo viviendo en casas total o parcialmente deterioradas. Las condiciones de empleo en la ciudad incluían el trabajo infantil, una semana laboral de 66 horas, salarios bajos y lugares de trabajo que no contaban con las condiciones de seguridad deseables. Asimismo, Georgia era el único estado en los Estados Unidos que todavía permitía que los niños de diez años trabajaran en jornadas de once horas al día, aunque un proyecto de ley en 1913 había obligado a subir la edad hasta los catorce años. También había sectores más tradicionales y paternalistas que veían el trabajo en las fábricas como algo degradante para las mujeres porque eran centros de trabajo mixtos, por lo que se los veía como pozos de corrupción moral y depravación. Todo esto creó bastantes problemas sociales en una ciudad que había superado a sus instituciones muy rápido y que no había desarrollado los mecanismos necesarios para lidiar con su condición de crisol de culturas. Gran parte de esta tensión se dirigió hacia la próspera comunidad judía, y en particular hacia el recurso de mano de obra infantil en las fábricas dirigidas por empresarios judíos. El propio Leo Frank estuvo implicado en esta práctica; la fábrica en la que trabajaba como supervisor contrataba a cientos de niños y adolescentes para trabajar en la producción de lápices.

La vida de Leo Frank dio un giro dramático a finales de la primavera de 1913. El 26 de abril, alrededor de mediodía, Mary Phagan, una empleada de la fábrica de 13 años, llegó a la fábrica para cobrar su último sueldo. La habían despedido de la fábrica cinco días antes debido a la escasez de materias primas y a que ya no se requerían tanto sus servicios en la fábrica. Aquel día se reunió con Leo Frank en su oficina y él le abonó su finiquito, que ascendía a 1,20 dólares. Cuando aquella noche no regresó a casa, la familia se preocupó por su tardanza y empezó a buscarla, pero Mary parecía haberse desvanecido. Lo que le ocurrió sigue sin estar claro a día de hoy.



Mary Phagan nació el 1 de julio de 1899 en una familia de agricultores de buena posición económica de Georgia. Su padre falleció antes de su nacimiento. Su madre, Frances Phagan, se trasladó con ella a Marietta, y en 1907 se mudaron a East Point, donde Frances abrió una pensión familiar para ganarse la vida. A los diez años, Mary dejó la escuela para empezar a trabajar a tiempo parcial en una fábrica textil. En 1912, después de que su madre se volviera a casar con John William Coleman, la familia se mudó a la ciudad de Atlanta. Esa misma primavera, Mary consiguió un empleo en la fábrica de lápices de Leo Frank, donde ganaba doce centavos a la hora trabajando en una máquina moleteadora e insertando gomas de borrar en los lápices. El día que fue a pedir su último salario fue también el último día de su vida.

Poco después de estar con Frank, Mary Phagan fue agredida sexualmente dentro de la fábrica y después asesinada. En la madrugada del día siguiente, su cuerpo fue encontrado en el sótano de la fábrica por Newt Lee, el vigilante de la fábrica, que hacía su ronda nocturna. Después de salir del baño, descubrió el cuerpo de Mary tendido en la parte trasera del sótano, cerca del incinerador, y llamó a la Policía. El vestido de la niña estaba subido hasta la cintura, y una tira de su combinación había sido rasgada para atársela al cuello. Tenía la cara ennegrecida y cubierta de arañazos, y su cabeza presentaba cortes y magulladuras. La cuerda que se encontró alrededor de su cuello se había utilizado para estrangularla con fuerza. Todavía tenía puesta la ropa interior, pero manchada de sangre y despedazada. En su piel se hallaron restos de ceniza y tierra del suelo, lo que inicialmente hizo parecer a los oficiales que ella y su atacante habían peleado en el sótano. Una rampa de servicio en la parte trasera del sótano conducía a una puerta corredera que daba a un callejón; la Policía encontró la puerta forzada para poder abrirla sin necesidad de desbloquearla. Un examen posterior reveló huellas dactilares con sangre en la puerta, así como un tubo metálico que parecía haber sido utilizado como palanca. Algunas pruebas en la escena del crimen fueron manejadas de forma inadecuada y extremadamente superficial por los investigadores, como un sendero de tierra que salía del ascensor por el que la Policía creía que Mary había sido arrastrada, que estaba muy pisoteado pero cuyas huellas nunca fueron identificadas.

Al mismo tiempo, se descubrieron dos notas en un montón de basura que, más tarde, se sabría que habían sido manipuladas por el propio asesino para desviar la atención, pero que en aquel momento se atribuyeron a Phagan. La primera nota decía: 

Mamá, el negro que contrataron aquí lo hizo, fui a… y él me empujó por ese agujero, un negro alto y delgado, era un negro alto y delgado, escribo mientras…

La segunda decía lo siguiente:

Él dijo “haz como si lo hubiera hecho la Bruja Nocturna”, pero ese negro alto y delgado lo compró (?) él mismo.

En cuestión de horas, se inició una investigación durante la cual se barajaron varios sospechosos. Uno de ellos fue el propio Newt Lee, el vigilante, pues un rastro que conducía al ascensor sugería que había movido el cuerpo de Mary previamente. Las notas también ayudaron a incriminarle, al igual que su aparente familiaridad con el asunto, ya que afirmó que la niña era blanca cuando la Policía, debido a la oscuridad del sótano y a la suciedad que cubría el rostro de Phagan, inicialmente pensó que era negra. También se arrestó a Arthur Mullinax, un conductor de tranvía de veinticuatro años que conocía a Mary Phagan y a quien se le veía a menudo hablando y coqueteando con ella. Sin embargo, los oficiales no encontraron pruebas suficientes para considerarlos culpables.

Tras el hallazgo del cuerpo, la Policía llamó a Leo Frank sin prisas la mañana del 27 de abril. Al enterarse de lo sucedido, Frank accedió rápidamente a acompañarlos y a colaborar en todo lo que quisieran. Parecía estar extremadamente nervioso, tembloroso y pálido; le temblaba la voz, se frotaba las manos sin parar y hacía preguntas antes incluso de que los oficiales pudieran responder. No recordaba el nombre de Mary Phagan y necesitó comprobar su nómina para cerciorarse de quién era. En este punto, Frank no estaba considerado como sospechoso ni le arrestaron por el momento; esto ocurriría tres días después, cuando fue acusado formalmente del asesinato de Mary Phagan. Aunque no tenía marcas de cortes o heridas de lucha en su cuerpo, ni manchas de sangre en su ropa, dos detectives encontraron una camisa sucia, supuestamente suya, en el fondo del incinerador; al parecer, alguien había tenido la intención de tapar el sistema de ventilación. A esto se sumaba el comportamiento nervioso de Frank el día que se descubrió el cadáver de Phagan, lo que sirvió para que el detective de policía John Black, que estaba convencido de su culpabilidad, le hiciera arrestar.



La investigación posterior no estuvo exenta de problemas y controversias. Algunos de los testigos fueron intimidados e incluso torturados por las fuerzas policiales, que estaban convencidas de la culpabilidad de Leo Frank, la última persona en ver con vida a Mary Phagan. Gran parte de las evidencias que tenían en su contra se basaban en el testimonio de James Conley, un conserje afroamericano que había trabajado en la fábrica. Conley presentó cuatro declaraciones juradas, y cada una de ellas contradecía elementos de sus declaraciones anteriores. Esto tendría que haber bastado para dudar de su testimonio pero, si se quitaban las contradicciones, la línea esencial era que Frank había asesinado a Mary Phagan y luego había convencido a Conley para que encubriera el crimen. En realidad, había pruebas considerables que sugerían que el propio Conley había cometido el crimen, como el descubrimiento de una camisa de su propiedad que parecía tener manchas de sangre, pero que Conley afirmó que eran de óxido.

Los tiempos tampoco coincidían. Aunque se estableció que Frank había asesinado a Phagan en el piso de arriba y que luego había arrastrado su cuerpo hasta el sótano, estaba claro que había muerto poco después de cobrar su finiquito. Los movimientos de Frank después de la marcha de Phagan fueron atestiguados por otras personas durante casi todo el tiempo, pero hay un período de dieciocho minutos durante los cuales se le pierde de vista. Con todo, resultaba bastante improbable que fuese el asesino de Mary Phagan. Además, a pesar de las declaraciones de Conley, la mayoría de las pruebas circunstanciales que se recogieron favorecían la inocencia de Frank.

Sin embargo, los grandes prejuicios que dominaban cada vez más a la sociedad estadounidense en esos tiempos, en especial el racismo y el antisemitismo, empezaron a hacerse oír cada vez con más fuerza. A esto contribuyeron también los medios de comunicación, especialmente aquellos dirigidos por el magnate de prensa William Randolph Hearst y por un popular político supremacista blanco llamado Thomas Watson. Estos dos individuos se dedicaron a exacerbar las tensiones sociales ya existentes en Atlanta y Georgia, y al hacerlo sesgaron profundamente el procesamiento del caso y la recolección de pruebas. A Leo Frank se le tenía ojeriza por ser un norteño que había contratado a cientos de adolescentes que tenían que trabajar largas horas para su supervisor judío.



El sentimiento antisemita se recrudeció cuando el caso de Leo Frank llegó a juicio, en particular conceptos erróneos dentro de la sociedad en general sobre la circuncisión y otras prácticas asociadas al Judaísmo. A esto se sumó el testimonio de varias empleadas de la fábrica, quienes ofrecieron unas opiniones muy desfavorables sobre el carácter de Frank con el fin de desprestigiar su persona, aunque también es justo decir que hubo otras muchas que salieron en su defensa. Ninguno de estos testimonios era una prueba sólida, pero la fiscalía tampoco las necesitaba. Desde el principio, parecía que la intención era inculpar a Frank por el crimen a toda costa. Por eso se dejaron de lado las contradicciones de la declaración de Conley argumentando que, como era afroamericano, no tenía la inteligencia suficiente para inventar una historia tan elaborada. A todo esto, se presentaron testigos que declararon haberse encontrado con Frank en las horas cercanas a la muerte de Mary Phagan, y diciendo que parecía hallarse bastante nervioso, como si algo muy grave le tuviera preocupado. Muchos notaron que esta actitud era muy rara en Frank, pues se le tenía por un hombre de talante tranquilo, y también sirvió para incrementar su culpabilidad, a pesar de que era una prueba circunstancial y muy poco creíble. Después de sólo dos horas de deliberación, el jurado declaró culpable a Leo Frank el 25 de agosto de 1913, siendo condenado a morir en la horca.

Sin embargo, este no fue el final del caso. La noticia del crimen de Mary Phagan traspasó fronteras y se hizo muy popular, y fue la opinión pública la que finalmente tendría la última palabra. Aunque la sentencia fue apelada, el tribunal desestimó dicha apelación basándose en meros tecnicismos en las pruebas. En un peculiar desarrollo de los acontecimientos, el propio abogado de Conley, William Smith, también empezó a afirmar públicamente su creencia de que Frank era inocente, lo que iba en contra del testimonio de su cliente. Pero esto no sirvió para inclinar la balanza a favor de Frank, pues el abogado fue acallado por la opinión pública y ridiculizado en los periódicos locales, terminando con su expulsión de Georgia.

En junio de 1915, poco antes de que se programara la ejecución de Leo Frank, el gobernador de Georgia John Slaton le conmutó la pena por cadena perpetua después de revisar la evidencia. Slaton estaba muy preocupado por los problemas en la forma en que se había llevado el caso y las pruebas que señalaban a Conley como el verdadero culpable del asesinato de Phagan. Cuando se tuvo noticia de la conmutación, una turba furiosa se reunió frente a la casa del gobernador en un esfuerzo por hacerle cambiar su decisión; tal era la animosidad que había crecido en torno a la figura de Leo Frank. Slaton declaró la ley marcial en un intento por restaurar la ley y el orden, pero ni aun así se pudo evitar la tragedia.



Frank estaba encerrado en la Penitenciaría Estatal de Midgeville, donde había sufrido el ataque de un compañero de celda, que le había atacado con un cuchillo en la garganta al saber que le iban a conmutar la pena; Frank se salvó de milagro porque otros dos reclusos tenían formación médica y le atendieron rápidamente mientras venían los servicios de urgencias de la prisión. Frank fue sometido a una cirugía de emergencia que le salvó la vida. Pero, incluso entonces, el clamor popular por la cabeza de Frank continuó, encabezado en gran medida por Watson en las páginas de su periódico. Esta escalada de violencia culminó con una muchedumbre que se hacía llamar los Caballeros de Mary Phagan asaltando la prisión de Midgeville y secuestrando a Frank con la intención de impartir justicia por su propia mano.

Después de secuestrar a Frank, fue llevado hasta Marietta, la ciudad natal de Mary Phagan. Allí, Frank fue esposado, le ataron las piernas a la altura de los tobillos y lo colgaron de la rama de un árbol el 17 de agosto de 1915. Como acto simbólico, fue linchado de tal manera que su cadáver quedó mirando hacia la antigua casa de los Phagan. Fue enterrado en las semanas siguientes en Nueva York, en el cementerio Mount Carmel de Queens. Su linchamiento, que fue sólo uno de casi dos docenas de asesinatos similares en Georgia ese mismo año, fue condenado en los medios de comunicación internacionales, que denunciaron los motivos antisemitas de la condena de Frank y la brutalidad de su asesinato. Sin embargo, en los Estados Unidos, y muy particularmente en los estados del sur, el caso de Leo Frank sirvió para incrementar la xenofobia y el antisemitismo presentes en la sociedad. Los Caballeros de Mary Phagan fueron un componente clave en el resurgimiento y expansión masiva del Ku Klux Klan a finales de la década de 1910 y en 1920. Entre estos caballeros se encontraban el ex gobernador de Georgia Joseph Mackey Brown, el juez Newton Morris y el ex alcalde de Marietta, Eugene Herbert Clay; también estaban presentes el famoso abogado John Tucker Dorsey, el sheriff de la ciudad William Frey, abogados e incluso médicos.

Al final, la verdad salió a la luz en gran medida. En 1982, casi setenta años después del asesinato de Mary Phagan, Alonzo Mann, entonces un hombre mayor, pero que había sido un joven empleado de oficina en 1913, se presentó con un nuevo testimonio. Él afirmó haber visto a Jim Conley, el conserje cuyas declaraciones habían sido cruciales para la condena de Frank, arrastrando el cadáver de Mary Phagan hacia el sótano de la fábrica el día que fue asesinada. Aunque este testimonio se consideró insuficiente y se presentó demasiado tiempo después del caso para condenar al ya fallecido Conley, se consideró lo suficientemente significativo como para realizar una nueva investigación en el caso de Leo Frank. Esta iniciativa fue planteada por la Liga Antidifamación y, aunque en un inicio fue rechazada, finalmente, en 1986, el estado de Georgia indultó en forma póstuma a Leo Frank, aunque nunca fue absuelto oficialmente del cargo de homicidio.




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