viernes, 6 de abril de 2018

Las hadas de Cottingley


¡Hola a todos!

Christopher Moore, en su novela Aleta, pone en boca de uno de sus personajes la siguiente frase: “La ciencia que no conoces parece magia”. Esta sentencia, tan simple y a la vez tan evocadora, encierra en su interior una verdad que todos conocemos pero que pocas veces exteriorizamos, y es que el ser humano tiende a creer en las artes ocultas o en entidades mágicas cuando se enfrenta a fenómenos que es incapaz de explicar… hasta que la ciencia empieza a investigar y ofrece una explicación plausible, lo que destruye por completo la imaginación de esa persona. En pocas palabras, podríamos decir que la ciencia es la muerte de la magia.

No me voy a parar a enumerar todas las ventajas que la ciencia nos ha dado a lo largo de los siglos porque no acabaría hoy, pero baste decir que, desde que el hombre es hombre siempre ha buscado respuestas para explicar hechos cotidianos y cuestiones de índole espiritual. ¿Qué es la lluvia y por qué cae sobre la tierra? ¿Los relámpagos que atravesaban el cielo eran obra de un dios furioso y vengativo o había otra explicación? ¿Había criaturas mágicas ocultas en los árboles, en los arroyos o incluso en lo más profundo del océano?

Hoy en día conocemos la respuesta de casi todas las preguntas que otros se han formulado antes que nosotros, pero hay quienes afirman que todavía no lo conocemos todo, y una de esas cosas atañe a la existencia de las hadas.



Hadas tomando un baño de sol

Las hadas, esos seres fantásticos e inmortales que viven en un plano astral diferente al nuestro y que utilizan la magia para intervenir en los asuntos de los mortales, han formado parte de todas las culturas humanas bajo diferentes nombres y apariencias. Dotadas de grandes poderes, se creía que determinaban el destino y tenían visión profética. Se las consideraba las protectoras de la naturaleza, de los bosques y praderas, de las flores y jardines, de los ríos y los mares. La tradición popular pinta a las hadas como criaturas femeninas de gran belleza y naturaleza dual, capaces de ser muy bondadosas y muy crueles, pero conservando la ingenuidad y la inocencia propia de los niños; quizá sea por eso que solo puede verlas alguien que todavía conserve el corazón puro de un infante.

No obstante, por mucho que nos guste la idea de que su existencia sea verídica, para la mayoría de la gente es evidente que las hadas no son reales. Son seres imaginarios creados para alegrar y hacer soñar a los niños, pero una vez éstos lleguen a la edad adulta los olvidarán y se darán cuenta de que eran pura fantasía. Imaginaos entonces el estupor que se generó en toda Inglaterra cuando, a principios del siglo XX, dos niñas no solo se atrevieron a afirmar que habían conocido y jugado con hadas, sino que además las habían fotografiado.

Elsie Wright y Frances Griffith eran dos primas que vivían en Cottingley, cerca de Bradford (Inglaterra). Elsie era por entonces una muchacha de dieciséis años con un gran talento para el dibujo y la pintura, especialmente paisajes y retratos utilizando la técnica de la acuarela. Frances había nacido en Sudáfrica y era hija de un sargento mayor, pero se fue a pasar las vacaciones con sus tíos y su prima a Cottingley a los diez años.

La residencia de los Wright estaba establecida en plena naturaleza, al lado de un bosquecillo por el que discurría un plácido riachuelo; un marco óptimo para los amantes de la fantasía. Una tarde de julio de 1917, las niñas pidieron permiso al señor Wright para llevar su cámara fotográfica al arroyo; tras mucho insistir, el señor Wright aceptó y les dio algunos consejos sobre su funcionamiento. Las niñas se marcharon muy contentas y no tardaron más de una hora en regresar con la cámara intacta, pero con unas extrañas impresiones en las placas. Cuando Arthur Wright reveló las placas en su laboratorio casero, se llevó una sorpresa al ver una foto de Frances rodeada de extrañas manchas blancas. Le preguntó a Elsie si sabía qué podía ser eso, y su hija respondió que eran sus amigas las hadas. Como es natural, al oír tal ocurrencia, el señor Wright se rió y guardó la foto en un cajón, pensando que quizá esas manchas eran hojas caídas o papeles arrastrados por el viento.



Frances y las hadas

Unas semanas después, en agosto, las niñas volvieron a salir a jugar al bosquecillo con la cámara, y una vez más volvieron con otra fotografía. Esta vez, quien posaba para la cámara era Elsie, quien le tendía la mano a lo que parecía ser un pequeño gnomo saltarín. Pensando que las niñas querían gastarle una broma pesada, el señor Wright les prohibió que volvieran a coger la cámara. Pero su esposa, Polly Wright, que sentía un gran interés por el ocultismo y había tenido varias experiencias de proyección astral y recuerdos de vidas pasadas, creía que las niñas decían la verdad. Fue ella la que hizo público el asunto en 1919, cuando asistió a una reunión de la Sociedad Teosófica de Bradford. Allí, Polly habló sobre la existencia de hadas en Cottingley y afirmó que su hija y su sobrina las habían fotografiado. La noticia corrió como la pólvora hasta que llegó a oídos del teosofista Edward Gardner.

Interesado por el curioso fenómeno, Gardner pidió que se le mandaran las fotografías para poder verificar si eran hadas auténticas o una falsificación. Como las imágenes estaba un tanto desvaídas y poco definidas, Gardner encomendó que se hicieran mejores revelados, tras lo cual afirmó que las hadas, sin asomo alguno de error, eran reales. Lo mismo creyó Arthur Conan Doyle, autor de las novelas de Sherlock Holmes, el otro gran implicado en el caso de las hadas de Cottingley. A raíz de la muerte de su hijo mayor en la guerra, Doyle empezó a obsesionarse con el espiritismo y el más allá; por eso, no debe extrañarnos su entusiasmo al descubrir que había pruebas fotográficas de la existencia de hadas, ya que venía a corroborar sus creencias más acérrimas.



Elsie y el gnomo

El caso de las hadas de Cottingley fue uno de los más polémicos de la época e hizo correr ríos de tinta. No fueron pocos los periódicos y revistas que publicaron artículos ilustrados con las fotografías que Elsie y Frances habían sacado junto al arroyo. Algunos medios fueron muy agresivos con las niñas (se llegó a romper su anonimato y a publicar la dirección de su casa) y con el propio Conan Doyle, tachándolos de farsantes y de haber falsificado las fotografías. Sin embargo, ninguno de estos ataques consiguió mermar el entusiasmo general de la gente. Los periodistas acudían en tropel a la residencia de los Wright para entrevistarles, y no eran pocos los curiosos que se acercaban al arroyo armados con cazamariposas con la intención de capturar un hada. La invasión de fincas y terrenos privados provocó numerosos disturbios y tensiones, y una y otra vez volvía a surgir la pregunta: ¿Eran reales las hadas o todo había sido un montaje?

Para acallar los rumores maledicentes, se decidió entregarle a cada niña una cámara para que volvieran a fotografiar a las hadas. Para que no se sintieran presionadas, Gardner les dio una serie de recomendaciones acerca de su uso y la iluminación que requerían, asegurándoles que si no conseguían sacar ninguna foto no tenían por qué preocuparse. El mal clima dificultó un poco las cosas a Elsie y Frances, pero al fin consiguieron sacar tres fotografías más que fueron enviadas a Londres. Al verlas, Gardner se puso eufórico y le mandó un telegrama a Conan Doyle, que en esos momentos se encontraba en Australia, para darle la feliz noticia. El escritor se contagió del entusiasmo de su colega y publicó un nuevo artículo con las fotografías más recientes. Describía otros avistamientos de hadas y sirvió de base para su posterior libro The coming of the fairies, publicado en 1922.



Tercera y cuarta fotografías


Las reacciones ante las nuevas fotografías fueron, como antes, muy variadas. Las críticas más comunes eran que las hadas de Cottingley eran muy parecidas a las que salían en las ilustraciones de los cuentos infantiles y que tenían peinados siguiendo la moda parisina del momento. Con todo, las fotografías fueron consideradas como genuinas. En 1921 se hizo una última expedición a Cottingley. Se pretendía entregarles nuevo material fotográfico a las niñas para que volvieran a sacar fotos. Pero tanto Elsie como Frances, agobiadas por la prensa sensacionalista, estaban cansadas del asunto de las hadas y declinaron la oferta. Sin embargo, el tema de las hadas siguió candente durante mucho tiempo, y ni Elsie ni Frances pudieron escapar nunca de él.

A día de hoy, resulta insólito que tanta gente se dejara engañar por dos niñas y una cámara. Y es que cualquiera que vea estas polémicas fotos se dará cuenta al instante de que son un fraude. En las imágenes e impresiones que han llegado a nuestros días, las hadas se ven planas, con una iluminación que no encaja con el resto de la fotografía. Las figuras de las hadas son estáticas y, como apuntaban muchos críticos, lucen vestidos y peinados de estilo parisino de principios del siglo XX. La prueba que hundió definitivamente la creencia en las hadas de Cottingley fue el descubrimiento, en 1978, de unas ilustraciones idénticas a las hadas en un libro infantil titulado Princess Mary’s Gift Book, publicado en 1915. Estas ilustraciones mostraban a unas ninfas bailando en las mismas posiciones que lucen las hadas de Cottingley en las fotografías. Eso sí, en las ilustraciones las ninfas no tienen alas, aunque estos añadidos bien pudo haberlos hecho la propia Elsie Wright, dada su habilidad con los pinceles.



Comparación de las hadas de Cottingley
con las ilustraciones del libro Princess Mary's Gift Book

Años después, en 1981, en una entrevista realizada para la revista The Unexplained, las primas declararon que las fotografías eran un montaje. Elsie dijo que habían recortado las figuras en papel, las habían clavado al suelo con alfileres de sombrero y se habían fotografiado junto a ellas como si fueran hadas de verdad. Sin embargo, Frances siguió manteniendo hasta el final de sus días que tanto ella como su prima Elsie habían visto a las hadas durante aquella hermosa tarde de verano de 1917.

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