jueves, 1 de marzo de 2018

La leyenda del mes: El monte Medulio


¡Hola a todos!

¡Bienvenidos a marzo, mi mes del año favorito porque yo nací en él! De hecho, dentro de poco va a ser mi cumpleaños y también tendréis entrada nueva, así que estad atentos por si queréis leerla, ^^*

Estos días han sido muy fríos por donde yo vivo, pues la Bestia del Este ha llegado a Galicia y ha dejado huella de su paso. Cabe destacar que en mi ciudad ha provocado más de una exclamación de sorpresa, pues el otro día nevó por primera vez en más de treinta años, lo que no es poco decir cuando se vive al pie del mar, donde no suele nevar. Eso sí, la nieve duró poco y no tardó en dejarnos, aunque nos ha dejado bonitos y blancos recuerdos.

Para empezar marzo como manda la ley, os voy a dejar a continuación la leyenda que toca este mes. He elegido esta por ser una de mis favoritas cuando era pequeña y porque parece ser que tiene visos de verdad, aunque ya sabéis que a veces la leyenda y la historia tienden a confundirse.

Espero que os guste!


El monte Medulio




Cuando los romanos invadieron la Península conquistando el sur y el este, no tardaron en fijar su atención en el noroeste de la Iberia, donde sabían que abundaban minas de los metales que más ambicionaban: cobre, hierro y, sobre todo, el oro, aquel valioso metal amarillo con el que los nativos fabricaban joyas tan hermosas y preciadas como las torques, que muchos personajes de alto rango lucían alrededor del cuello.

Los romanos se encaminaron sin dudarlo al noroeste, pensando que no sería difícil para las bien entrenadas legiones penetrar en la Gallaecia; no tardarían mucho en darse cuenta de su error. Aunque tanto lusitanos como galaicos eran pueblos poco guerreros, puesto que sus vidas se centraban en la agricultura y el pastoreo, ante la llegada del invasor mostraron un tesón y una fuerza impropias de unas gentes a las que se creía débiles y apocadas. Usando como armas sus herramientas o sus aperos de labranza, cada lusitano y cada galaico le plantaba cara a Roma con el valor de aquel que defiende lo que sabe que le pertenece por derecho. Y aunque aquellas “armas” nada podían hacer contra las tropas romanas, no fueron pocas las ocasiones en las que hicieron retroceder espantados a los legionarios romanos. Hasta las mujeres lucharon al lado de los hombres, negándose a guarecerse del peligro, para pelear por lo que era suyo.

Dada la imposibilidad de entrar en esa tierra por la fuerza, los romanos decidieron recurrir a la astucia y el engaño. Tal como hiciera Galba al ordenar la matanza de cientos de lusitanos a los que había convocado para firmar una paz fingida, en la Gallaecia se utilizaron procedimientos similares para avanzar por aquellas tierras y llegar al monte Medulio, donde habían hallado refugio grupos numerosos de guerrilleros galaicos.

No fue fácil para Cayo Furnio y Publio Carisio cercar el monte Medulio y reducir a los insurgentes. Los galaicos conocían bien su tierra y, aunque hostigados por un enemigo más numeroso, recurrían a la guerra de guerrillas para causar grandes daños a los romanos. Ambos bandos pelearon con fiereza. Las flechas cruzaban el aire de parte a parte, y desde lo alto del monte rodaban grandes piedras para aplastar a los soldados que trataban de ganar terreno. Los galaicos se negaban a rendirse, pero pronto se dieron cuenta de que sus esfuerzos eran inútiles, puesto que por cada romano que mataban, aparecían cuatro más para continuar la lucha, mientras que sus propias fuerzas eran cada vez más escasas y no disponían de recursos suficientes para permanecer mucho tiempo sitiados.

Era inútil seguir luchando. Los romanos acabarían llegando a lo alto del monte, pasarían por la espada a los hombres y se llevarían como esclavas a las mujeres y a los niños. Sabiendo que su derrota era inminente, los galaicos tomaron una decisión radical e inamovible. Una noche, los romanos oyeron una gran algazara procedente de lo alto del monte Medulio. Al principio se asustaron, pero una música ensordecedora de tambores y los alaridos de los galaicos les convenció de que estaban celebrando una de sus extrañas festividades alrededor de una gran hoguera, por lo que no le dieron la menor importancia. Pero a la mañana siguiente, el silencio les hizo ver que algo no iba bien.

Los romanos ascendieron por la ladera del monte Medulio con cautela, temblando ante la posibilidad de sufrir una emboscada. Pero no hallaron resistencia alguna. Cuando llegaron a la cumbre, la escena que contemplaron les pareció tan espeluznante como desoladora. Todos los galaicos, hombres y mujeres, niños y ancianos, estaban muertos alrededor de los rescoldos de una gran hoguera. Allí se había celebrado una gran fiesta, la última de aquel pueblo. Después de danzar frenéticamente alrededor del fuego y de prepararse para su último viaje, los galaicos se suicidaron a fuego, espada y veneno en medio de un frenesí de música y comida. No quedó alma con vida en el monte Medulio, pues prefirieron morir libres antes que dejarse dominar por el enemigo invasor.

A día de hoy no se sabe qué monte era este ni dónde está situado, y ni siquiera los cronistas de la época como Dión Casio, Floro o Livio indican la situación concreta del monte Medulio. Pero de lo que no se puede dudar es que éste fue un triunfo teñido de amargura para Roma, puesto que en el monte Medulio no solo sucumbió un pueblo entero, sino que Roma también perdió allí lo mejor de sus huestes.

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