octubre 13, 2025

Octubre de Misterios: La masacre de Hinterkaifeck

 


En 1922, sucedió uno de los hechos más extraños y escalofriantes de la historia de Alemania en un lugar tranquilo, en una sencilla granja, en el seno de una familia que, si bien no era muy querida, no destacaba por causar conflictos en su comunidad. De un día para otro, todos los miembros de esta familia fueron asesinados. A pesar de que el caso se ha estudiado hasta el día de hoy, no se ha podido dar ni con la más pequeña pista que pudiera señalar a un culpable con nombre y apellidos. De hecho, son más las cosas que han quedado sin explicación que las que la tuvieron.

Entre las ciudades bávaras de Ingolstadt y Schrobenhausen, situada a unos setenta kilómetros de Múnich, estaba la pequeña granja de los Gruber. Hay que aclarar que el nombre de Hinterkaifeck no era el nombre oficial ningún pueblo, ni el nombre de la granja, sino que fue un término utilizado para describir la situación de la granja, que estaba detrás del pueblo de Kaifeck oculta tras un denso bosque. De hecho, el prefijo hinter significa detrás en alemán. 

La granja no era muy distinta de otras que había por el país. La vida en el campo de la Alemania de la posguerra no era fácil pero, de algún modo, los Gruber consiguieron llevar una vida bastante próspera. La granja estaba dividida en dos secciones: la vivienda principal y el granero, separados por una pared divisoria. El granero, que también hacía las funciones de establo, estaba conectado a la casa principal, de modo que se podía acceder a él sin necesidad de salir al exterior. En cuanto a la vivienda, constaba de una planta y tenía un ático que abarcaba las dos secciones de la granja, lo que significaba que cualquiera que estuviera allí arriba podía moverse por todo el edificio.

La familia estaba compuesta por Andreas Gruber, de sesenta y tres años; su esposa Cäzilia, de setenta y dos; su hija viuda Viktoria, de treinta y cinco años, y sus hijos pequeños Cäzilia y Josef, de siete y dos años respectivamente. También formaba parte del núcleo familiar Maria Baumgartner, de cuarenta y cuatro años, quien acababa de ser contratada como ama de llaves. Aunque la vida en la granja parecía estable y tranquila, la familia Gruber tenía una historia oscura y sórdida que pudo haberla llevado a la muerte.

Para los vecinos de Kaifeck no era ningún secreto que Andreas había violado repetidamente a su hija desde que ésta tenía dieciséis años. En 1914, Viktoria había intentado escapar de las garras de su padre casándose con un tal Karl Gabriel. Pero dada la insistencia de Andreas en que la pareja viviese con ellos en la misma granja, es de suponer que Viktoria no pudo huir de él. En agosto de 1914, Karl se alistó en el ejército, y en diciembre llegó la noticia de que había desaparecido en combate y se le daba por muerto. En enero de 1915, Viktoria dio a luz a su hija Cäzilia. Aunque su difunto marido era oficialmente el padre, fue Andreas el que se ocupó de la niña en todos los sentidos como su tutor legal. En mayo de ese mismo año, una criada sorprendió a Andreas abusando de Viktoria y acudió horrorizada a la Policía para denunciar los hechos. Padre e hija fueron acusados de incesto y tuvieron que permanecer un tiempo en prisión. El escándalo fue de tal calibre que los vecinos los empezaron a ver como parias y renunciaron a tener contacto con ellos.



Andreas no pareció aprender nada de su experiencia en la cárcel, pues volvió a perseguir a Viktoria en cuanto fue puesto en libertad. La joven trató de escapar de su vida como esclava sexual de su padre iniciando un romance clandestino con Lorenz Schlittenbauer, un rico granjero de un pueblo vecino. Cuando la esposa de Schlittenbauer murió en 1918, el hombre le propuso matrimonio a Viktoria, que aceptó sin pensárselo dos veces. Sin embargo, había un obstáculo fatal para su boda: la presencia de Andreas Gruber. Schlittenbauer sospechaba, no sin motivos, que Gruber seguía abusando de su hija. Cuando Viktoria anunció que estaba embarazada, Schlittenbauer negó que el niño fuera suyo y se lo atribuyó a Andreas. Los dos hombres tuvieron una acalorada discusión sobre la paternidad del niño que se zanjó cuando Gruber amenazó a Schlittenbauer con una guadaña. El patriarca se opuso a la boda y expulsó de allí a Schlittenbauer, quien se fue sin mirar atrás. Viktoria volvió a quedarse atrapada con su agresor.

Después de que Viktoria diese a luz a su hijo Josef en 1919, los Gruber insistieron en que Schlittenbauer reconociera la paternidad del niño y se encargara de pagar la manutención, pero él se negó. En septiembre, Schlittenbauer acudió a la Policía para hacer una declaración en la que afirmaba que Andreas Gruber era el padre de Josef. Una vez más, Gruber fue arrestado y llevado a prisión, de donde no salió hasta que Schlittenbauer retiró su declaración. No está del todo claro por qué retiró la denuncia, aunque él dijo más tarde que lo hizo porque los Gruber le pagaron; no obstante, cuando hizo esta aclaración, los Gruber ya no estaban vivos para confirmar o desmentir la historia. Schlittebauer pronto encontró otra mujer con la que casarse y se desligó de los Gruber. La vida de la familia volvió a su rutina de siempre.

Pocos días antes de los homicidios, las cosas se pusieron más extrañas. Andreas encontró un periódico en la casa, uno que la familia nunca había leído ni traído. Descubrió también que la cerradura del cobertizo había sido forzada. Pero lo más extraño fue que encontró dos huellas que iban desde el bosque cercano hasta la casa, pero no en dirección contraria. Varios días antes, Viktoria había sido encontrada por una vecina llorando a mares porque se había asustado al ver a un hombre ataviado con un abrigo militar. También había desaparecido un juego de llaves de la granja. ¿Podría ser que un intruso hubiese entrado en la casa? Si era así, ¿por qué no había robado nada? Aquella noche, la familia creyó oír pasos en el ático. Creyeron que alguien, no sabían si un extraño o un fantasma, les estaba persiguiendo. En cualquier caso, no reportó ninguno de estos sucesos a la Policía.

El 31 de marzo de 1922, llegó a la casa Maria Baumgartner, su nueva ama de llaves. La anterior criada de los Gruber se había marchado el pasado agosto, y hay quienes creen que lo hizo por el miedo que sintió al oír pisadas en el ático y notar una presencia extraña en la casa, pero es posible que tuviera otras razones para marcharse. A Maria la acompañaba su hermana Franziska, que se quedó una hora con ella para ayudarla a instalarse antes de regresar a su pueblo.



A la mañana siguiente, llamó la atención que la pequeña Cäzilia no hubiese ido al colegio, pues no era habitual en ella faltar a clase. Su profesora, aunque extrañada, consideró que no era algo tan grave como para preocuparse en exceso y lo dejó pasar. Lo mismo hicieron dos vendedores de café que pasaron por la propiedad de los Gruber para entregar un pedido. Encontraron todas las puertas cerradas y con señales de que no había nadie en casa, pero como no vieron nada sospechoso se fueron sin sentir ninguna preocupación especial. Esa noche, Michel Plockl pasó por las cercanías de la granja de camino a su casa. Observó que salía humo de la chimenea y había un extraño olor a tela quemada flotando en el aire. Vio una figura que merodeaba por el patio y ésta le apuntó a los ojos con una linterna, algo que asustó a Plockl y le hizo irse a toda prisa.

El 4 de abril, Albert Hofner fue a la granja. Algunos días atrás, Andreas Gruber había acordado con él para que fuese a su propiedad para reparar un motor de una maquinaria agrícola. Al acercarse a la propiedad. Hofner oyó ladrar al perro de los Gruber, que estaba atado en la parte de atrás del granero. Por lo demás, todo estaba en silencio. Nadie respondió a su llamada a la puerta principal. A lo lejos, vio a un hombre en los campos y supuso que era Andreas Gruber. Hofner pasó las siguientes horas trabajando en la reparación del motor y, al momento de irse, se dio cuenta de que el perro estaba muy alterado y, además, tenía un extraño corte en la cara. Volvió a llamar a la puerta principal, sin éxito. De regreso a su casa, se encontró con Schlittenbauer y le comentó la extraña ausencia de los Gruber, de los que no había podido encontrar ni rastro.

Llegados a este punto, es posible que pueda sorprender la aparente indiferencia que los vecinos del pueblo mostraban por la ausencia de los Gruber. Es probable que el hecho de vivir en una comarca tranquila donde nunca pasaba nada no les hiciera pensar en una posible desgracia, así como el hecho de que los Gruber no eran muy apreciados por los vecinos de la zona y, por lo tanto, preferían mantenerse desvinculados de sus asuntos. Sin embargo, Schlittenbauer no se quedó de brazos cruzados. Como si intuyera que algo malo había sucedido, decidió ir a la granja de los Gruber acompañado por sus dos hijos. El encontrar la propiedad completamente cerrada y sin luz hizo saltar todas las alarmas. Llegó a pensar que Andreas Gruber se había ahorcado, e hizo partícipe de sus temores a otros dos vecinos. Cuando regresaron a la granja, se dieron cuenta de que la puerta del granero no estaba cerrada y entraron.

El espectáculo era dantesco, peor que un suicidio. El granero se había convertido en un matadero humano. Los cuerpos de Andreas Gruber, Viktoria y las dos Cäzilias yacían tendidos en el suelo, parcialmente cubiertos con paja y una puerta vieja. Todos tenían el cráneo abierto, como si hubieran sido atacados con un arma pesada, como un pico o una azuela. La pequeña Cäzilia era la que presentaba un peor aspecto, con mechones de su propio cabello en sus manos, por lo que se cree que había sobrevivido al ataque durante algunas horas, sufriendo un dolor inimaginable. En el interior de la vivienda tampoco quedaba nadie con vida. El pequeño Josef fue encontrado en su cuna, donde alguien lo había matado a golpes. El cuerpo mutilado de la criada, Maria Baumgartner, fue hallado en su habitación. Su maleta todavía estaba sin deshacer, lo que sugería que la habían matado poco después de su llegada. La casa no había sido saqueada. El dinero y las joyas estaban en su sitio. Curiosamente, lo único que faltaba era el contenido de la cartera de Viktoria, que fue encontrada vacía sobre su cama.

Se encontraron restos de carne de animal en la vivienda, lo que indicaba que el asesino o asesinos se habían quedado allí durante un par de días con total tranquilidad para comer e incluso cuidar de los animales, pues estos no estaban desatendidos. En el ático se encontraron restos de comida y desechos humanos, lo que sugiere que el intruso había permanecido allí unos cuantos días. Había tejas sueltas en el techo que le habrían permitido espiar el patio de la granja y así controlar quién entraba y salía de casa. Además, una de las camas parecía haber sido usada hacía poco tiempo. Se cree que Andreas, Viktoria y las dos Cäzilias fueron atraídos al granero, donde fueron asesinados uno por uno. Luego, el asesino o asesinos mataron a la criada y al pequeño Josef.



Los agentes de Policía llegaron al lugar tan pronto como recibieron la noticia de lo sucedido, y unas horas más tarde llegó otro equipo de agentes de Múnich. La noticia del terrible asesinato de los Gruber se extendió rápidamente por la comunidad, lo que provocó que una multitud de vecinos se congregara en Kaifeck. Estos morbosos curiosos pisotearon a su antojo la escena del crimen, pulularon por la propiedad sin el menor reparo, contaminando y destruyendo pruebas a su paso e incluso comiendo aperitivos en la cocina.

Hay que decir a favor de la Policía que hizo todo lo posible por resolver el caso con lo poco que tenían para trabajar. A la escasez de pruebas había que sumarle la falta de un motivo, la ausencia del arma homicida o un testigo que pudiera saber algo al respecto. Desde el principio, este crimen parecía destinado a no ser resuelto. Fue tanta la desesperación que sentían las autoridades que mandaron decapitar los cadáveres y enviaron las cabezas a Múnich para que fuesen revisadas por un clarividente, con la esperanza de que pudiera darles alguna orientación espiritual, pero no se obtuvo ningún resultado positivo. Las cabezas fueron enviadas a Núremberg donde, en un último acto de violencia, fueron destruidas por los bombardeos aliados en 1944.

Los investigadores del caso empezaron a barajar varios nombres de sospechosos de haber llevado a cabo el crimen. El nombre que resonó con más fuerza fue el de Lorenz Schlittenbauer, antiguo amante de Viktoria, posible padre del pequeño Josef y con antecedentes de llevarse mal con Andreas Gruber. Su talante frío y tranquilo al saber de la matanza, así como su actitud de parecer saber en todo momento qué hacer y dónde estaban las cosas de la casa, le convirtieron en un sospechoso obvio. Tampoco ayudaba el hecho de que, mientras uno de los vecinos iba a llamar a la Policía para avisar del crimen, él se dedicó a darle de comer a los cerdos, como si no tuviera nada mejor que hacer. Sin embargo, su culpabilidad nunca se pudo demostrar. Tanto los vecinos como los investigadores le tenían por un hombre amable y gentil, incapaz de cometer unos asesinatos tan depravados y estremecedores. No había pruebas sólidas en su contra. No se podía demostrar que hubiera pasado allí varios días sin que nadie en su propia casa notara su ausencia, de modo que fue descartado como sospechoso.

Otro nombre que se tuvo en cuenta, por curioso que pueda parecer, fue el de Karl Gabriel, el marido de Viktoria Gruber. Aunque Gabriel supuestamente había muerto en las trincheras francesas en 1914, su cuerpo nunca había sido encontrado y no se le había dado un entierro apropiado. Por esta razón, se especuló que pudo haber regresado para buscar a su esposa y, al saber de su implicación sentimental con Schlittenbauer, podría haber cometido los asesinatos en el marco de un crimen pasional. Esta teoría fue alimentada décadas después por los informes de dos personas que afirmaban haber conocido a un soldado ruso después de la II Guerra Mundial que afirmaba haber sido el asesino de Hinterkaifeck. Sin embargo, algunos compañeros de trinchera de Gabriel afirmaron que le habían visto morir en la guerra y dichos informes fueron creídos por la Policía.

El resto de sospechosos se alejaban cada vez más del crimen por la absoluta falta de pruebas. Se pensó que pudo haberlo hecho un tal Josef Bärtl, un loco que había escapado de un manicomio, e incluso se tuvo en cuenta la posibilidad de que estuvieran implicados algunos extremistas políticos que habrían utilizado la granja de los Gruber como escondite o punto de reunión. Ninguna de estas teorías dio sus frutos y el culpable nunca fue atrapado.

Los cuerpos de los Gruber y Maria Baumgartner fueron enterrados en una ceremonia a la que acudieron más de tres mil personas. Los hermanos de Andreas Gruber se enzarzaron en una desagradable batalla judicial con los familiares supervivientes de Karl Gabriel por la propiedad de la granja. Para resumir el largo proceso judicial, si la pequeña Cäzilia hubiera fallecido después de su madre, el siguiente heredero sería el abuelo paterno de la niña. Pero como no se podía saber en qué orden habían muerto, la disputa tuvo que resolverse de otra manera. Al final, los Gabriel se quedaron con la granja a cambio de un acuerdo económico con los Gruber.

Al año siguiente, los Gabriel mandaron demoler la granja de Hinterkaifeck. Mientras se llevaba a cabo la demolición, se encontró el arma homicida, que resultó ser una especie de azada casera que pertenecía al propio Andreas Gruber y que estaba escondida en un falso suelo cerca de la chimenea de la casa. Por muy prometedor que pudiera parecer este hallazgo, lo cierto es que no sirvió de nada porque no arrojó ninguna otra pista sobre la identidad y el paradero del asesino. La Policía siguió recogiendo testimonios hasta 1985, año en que se dio por cerrado el caso. Hasta el día de hoy, seguimos sin saber absolutamente nada. ¿Fue un robo que salió mal? ¿El asesino o asesinos conocía a las víctimas y tenía algo contra ellas? ¿Por qué no se llevaron nada de valor? ¿Y por qué se quedaron varios días en la granja después de cometer los asesinatos? Son preguntas que nadie podrá responder jamás. La masacre de Hinterkaifeck parece destinada a seguir siendo no sólo el asesinato más espeluznante de Alemania, sino también el más desconcertante.




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