Una de las más bellas leyendas
medievales de amor es, sin duda, la de Tristán e Isolda. Una historia de
engaños, mentiras y traiciones cuyo desenlace provocaba una gran inquietud a su
auditorio, que veía cómo se iban encadenando los acontecimientos que precipitaban
sin remedio a sus protagonistas hacia un trágico desenlace.
La historia la compuso en el
siglo XII un poeta francés desconocido, cuyo texto se ha perdido, y sirvió de
base a dos recensiones, la del poeta anglonormando Tomás de Inglaterra (finales
del siglo XII) y la del franconormando Berol. También contamos con información
sobre esta pareja en el Lai de la Madreselva ,
compuesto por María de Francia, y el Tristán
ministril de Gerbert de Montreuil. Existen además dos versiones alemanas de
los siglos XII y XIII, y otros textos menores que han permitido a los eruditos
reconstruir los detalles cuando las fuentes principales tienen lagunas o
discrepancias. Es probable, sin embargo, que el origen de la leyenda sea
anterior al siglo XII, porque el ambiente que retrata parece el de las luchas
de los habitantes de Bretaña y las islas británicas contra los piratas
escandinavos que devastaban periódicamente sus costas en busca de botín o de
tributos.
Tristán e Isolda
Los orígenes de la leyenda son
algo turbios, pues no se sabe si pudo haber una “protoleyenda” que hubiese
llegado a oídos de los poetas franceses, historia que luego reelaboraron y
dotaron de un contexto bien establecido. Los escenarios por los que se mueven
los personajes son bien conocidos: Escocia, Cornualles, Irlanda, la Bretaña
continental… Se cree que la leyenda pudo haber surgido en Escocia y emigrar
hacia el sur, a Cornualles, donde transcurre gran parte de la acción, y que desde
allí llegase a Gales. En todos estos territorios se irían añadiendo nuevos elementos
fruto de una rica tradición folklórica, por lo que establecer un único origen
parece ser una idea un tanto imprudente.
La onomástica procede también de
diferentes lenguas célticas. El nombre del héroe, Tristán, denota quizá origen
escocés (entre los pictos, que vivieron en Escocia antes que los celtas,
figuraba el nombre de Drustan); pero los hechos que narra la leyenda ocurren
exclusivamente en Cornualles, Irlanda y Bretaña, es decir, en aquellas partes
de las islas británicas y del continente europeo que, además de Escocia,
seguían habitadas por grupos célticos, incluso después de que los germanos
invadieran Francia y el resto de Gran Bretaña. En el caso de Isolda, el nombre
podría proceder de Essylt, citada en una leyenda galesa como una de las tres
mujeres infieles de la isla de Inglaterra. Se advierte, sin embargo, que las
características físicas de Isolda (teóricamente, irlandesa en el poema) no
corresponden al tipo celta, sino al escandinavo, así como escandinavo es el
nombre de su padre, Gormond.
Así pues, el núcleo original de
la leyenda sería el de los amores de un guerrero céltico y una princesa
escandinava, esto es, pertenecientes a dos estirpes enemigas, tema que siempre
ha tenido enorme éxito literario. Tristán e Isolda acabarían formando parte de
la legendaria «galería de enamorados» de la Edad Media, donde se encuentran
parejas tan memorables como Dido y Eneas, Píramo y Tisbe, Troilo y Crésida,
Paris y Helena, Jasón y Medea, y Lanzarote y Ginebra. Precisamente estas
famosas parejas no se mostraban como ejemplos a seguir para los aquejados del
mal de amores, ya que ninguna de ellas tiene un final feliz y muestran
claramente los peligros que entrañaba el dejarse llevar por la folie o locura de amor.
Por esto mismo, en su época el Tristán no fue considerada una novela
“ejemplar”, un modelo de comportamiento amoroso o social. Los adúlteros
enamorados eran despreciados porque subordinan su vida al amor o, mejor dicho,
a satisfacer ese amor, abandonando por ello y sin remordimiento alguno sus
deberes en la corte. Esto, junto con algunas escenas crudas y violentas, hizo
que la leyenda fuese duramente atacada por parte de los autores más moralistas.
Sin embargo, ninguna de esas críticas empañó la belleza que contenía la
historia, esa belleza que supo cautivar al público y hacerle empatizar con los
jóvenes amantes.
En la versión más conocida de la
trama, Tristán es un noble bretón cuyos padres han muerto poco después de que
viera la luz. Por ello, lo cría un famoso caballero, Governal, que lo adiestra
en todas las artes propias de la vida de las armas y de la corte. Este detalle
es en cierto modo interesante, porque no se encuentra en todas las novelas
medievales un paladín que responda mejor que Tristán al ideal del caballero
perfecto: no sólo supera a todos en equitación y esgrima (base lógica de la
educación caballeresca), sino que también sobresale como músico, formidable
jugador de ajedrez y, sobre todo, magnífico conocedor de todas las reglas de la
caza, pasatiempo favorito de los reyes y nobles medievales. Este retrato
refleja los ideales del siglo XII, época en que se escribió la leyenda, y no
necesariamente los de las centurias precedentes, en las cuales nació y se
transmitió de padres a hijos, con la consiguiente alteración de distintos pormenores.
Cierto día, terminada ya su
educación, unos piratas secuestran al joven y lo llevan a Cornualles, donde sus
nobles maneras hacen que lo reconozca el rey Marco, el cual no es otro que su
tío, hermano de su madre, la reina Blancaflor. Tristán, admitido en la corte,
acaba siendo nombrado heredero de Marco, que carece de hijos. En aquel período,
Cornualles tenía que pagar un tributo anual de muchachos y doncellas a un
gigante, el Morholt. El valeroso Tristán no soporta, como puede suponerse,
tamaño oprobio y parte para acabar con el opresor.
Llegados a este punto, se habrá
notado cierta semejanza con el mito de Teseo, semejanza que no es casual.
Leyendas por el estilo se encuentran en todos los pueblos marinos: dragones, monstruos
y personajes análogos que exigen jóvenes y muchachas simbolizan a los piratas
o, si se quiere, pueblos enemigos procedentes del mar, que se apoderan de todos
los objetos de valor, ganado y personas, que venden como esclavos. Suponiendo
que los piratas que exigían el tributo fuesen vikingos, como parece probable,
la leyenda habría de situarse en el siglo IX, cuando las islas británicas
fueron gravemente saqueadas por aquellos audaces y peligrosos navegantes.
Por consiguiente, Tristán va a
enfrentarse con el Morholt. Lo encuentra y mata a costa de un tremendo combate
en el que resulta malherido. Agotado por el esfuerzo y la pérdida de sangre, se
arrastra hasta una barca, en la que se desvanece, y la embarcación, flotando a
la deriva, llega a la costa irlandesa, donde lo recogen y lo curan la reina y
su hija, la princesa Isolda, una doncella de bellísima cabellera áurea. La
reina es hermana del Morholt, pero ignora que Tristán ha matado al gigante.
Un día, cuando el héroe se ha
recobrado de sus heridas, Isolda descubre que la espada de Tristán tiene una
muesca que corresponde exactamente al fragmento de hierro que se ha encontrado
en el cráneo del Morholt. Comprende la verdad y concibe un odio feroz hacia el
extranjero; sólo la intervención de su madre estorba su venganza y permite que
Tristán regrese a Cornualles. Este episodio estriba en el notorio concepto
caballeresco de que el huésped es sagrado y que una terrible maldición caerá
sobre el anfitrión que ose hacerle daño.
De vuelta a la corte de
Cornualles, Marco recibe a Tristán con alegría y decide que ha llegado el
momento de nombrarle heredero del trono, pero como los barones presionan al rey
para que contraiga matrimonio, éste decide que sólo se casará con la doncella a
quien pertenezca el cabello rubio que una golondrina ha traído en el pico.
Tristán es enviado a ir en busca de la dueña del cabello, pero una tempestad
fortísima lo lleva a las costas de Irlanda. Allí Tristán debe combatir contra
un dragón que aterroriza al país. Sin embargo, no sale indemne del combate, ya que
la lengua del dragón le envenena.
Una vez recuperado de sus
heridas, Tristán descubre que el cabello que llevaba la golondrina pertenece a
la bella princesa Isolda, y es por ello que pide al rey de Irlanda la mano de
Isolda para Marco. El rey consiente en la boda y Tristán se embarca con la
princesa. La madre de Isolda, enterada de que la joven se opone al matrimonio,
esconde en su equipaje un filtro de amor destinado a Marco y a su hija para que
se amen. Pero Isolda, constante en su propósito de venganza, creyendo que es un
veneno, decide administrárselo a Tristán y apurarlo ella misma para evitar sus
nupcias con el odiado enemigo.
Así nace entre los dos una pasión
irresistible que, con todo, no destruye su respectivo sentido del deber en lo
que concierne al rey Marco, víctima inocente de la intriga. Por lo tanto,
Tristán lleva a Isolda a Cornualles y la joven contrae matrimonio con Marco.
Pero la situación se hace pronto insoportable para los tres, y Tristán rapta a
Isolda. Los dos viven escondidos en una cabaña en el bosque cierto tiempo,
esquivando la persecución del rey, el cual da muestras de gran astucia en su
búsqueda. Por fin, los encuentra dormidos en un bosque, pero los perdona
generosamente.
La bondad de Marco impresiona
mucho a los enamorados: Isolda vuelve junto a su esposo y Tristán se dirige a
su Bretaña natal, donde, para olvidar a su amada, contrae matrimonio con la
hija del duque, la cual, por casualidades de la vida, se llama también Isolda, la de las Blancas Manos, y es casi igual
que ella físicamente. Sin embargo, este es un matrimonio desgraciado para
ambos, ya que Tristán, a quien ahoga el peso de su amor por Isolda la Rubia, se
ve incapaz de consumar su matrimonio con la otra Isolda, a la que miente
diciéndole que una herida de guerra le provoca un dolor tan fuerte que le
incapacita para cumplir con sus deberes conyugales.
Pasan así algunos años, en
aparente tranquilidad; pero cuando, herido por un arma envenenada, Tristán se
cree a punto de morir, se enciende su antigua pasión y pide que un barco vaya
en busca de Isolda la Rubia, para que ésta acoja su último suspiro. Y ruega al
piloto que, al regresar, ice una vela blanca si Isolda está a bordo, y una
negra si no está. Una vez más vemos aquí un paralelismo con el mito de Teseo, cuyo
padre, el rey Egeo, también pidió que se izara una vela blanca si volvía sano y
salvo o una negra en el caso de que su hijo hubiera muerto víctima del
Minotauro.
Cuando se avista la nave,
Tristán, que agoniza, no tiene vigor para ir hasta la ventana y ruega a Isolda
la de las Blancas Manos que le diga el color de la vela. La vela es alba, pero
su mujer, consumida por los celos, responde que su color es negro y Tristán fallece
desesperado. Isolda la Rubia, al ver el cadáver, no contiene su dolor y muere
sobre él: así los que estuvieron separados en la vida se encuentran al fin
unidos en la muerte. Son sepultados en tumbas contiguas, en las que se plantan
dos ramas de madreselva. Al crecer, los arbustos se inclinan uno hacia el otro
y se unen enlazando tan estrechamente sus ramas que nadie las puede separar,
símbolo de un amor que ni siquiera la muerte apaga.
La leyenda de Tristán e Isolda
tuvo enorme difusión en el siglo XIII e inspiró narraciones parecidas. Pero,
bajo la influencia de los poetas provenzales, el amor se convirtió incluso
entre los del norte y los italianos en algo fastidioso, amanerado y falso tanto
por la exageración de los sentimientos como por el carácter abstracto de los
personajes, mientras la sinceridad, honradez y alteza espiritual de los
protagonistas de Tristán e Isolda hace de ésta una obra única e inolvidable. La
leyenda de los dos amantes infelices fue resucitada, en el siglo XIX, por el Romanticismo.
Notable es la elaboración musical que de ella hizo Richard Wagner (1813-1883).
En el Tristán, representado por
primera vez en 1865, el gran compositor alemán supo traducir el núcleo
dramático de los acontecimientos en páginas de memorable lirismo.
Nunca es una historia que me haya gustado mucho. Sobre todo porque mete el factor del flitro de amor, quitándole el libre albedrío a sus personajes. Tampoco me caen especialmente bien ninguno de sus protagonistas.
ResponderEliminarSin duda, si de amores literarios medievales se trata, prefiero a Tirante el Blanco y a Carmesina, o al Cid y a Doña Jimena. Si de amores históricos hablamos, mis favoritos son Eloísa y Abelardo, o Victoria y Alberto (aunque con estos dos ya nos vamos al siglo XIX) :-)
Pues no te creas. En una de las versiones de la historia, no me acuerdo si era la de Tomás de Inglaterra o la de Berol, Tristán e Isolda saben que están enamorados por culpa del filtro de amor. Sin embargo, el efecto del filtro no dura para siempre, pues creo que sólo duraba un año más o menos, y los dos siguieron sintiendo amor el uno por el otro.
EliminarConfieso que no he leído Tirante el Blanco; sé que hay una película pero tengo entendido que es una caca descomunal y no tengo ganas de verla. En cuanto al amor del Cid y doña Jimena... pues sí, podría ser que se quisieran. Lo que pasa es que el Cantar de Mio Cid no habla mucho sobre Jimena, lo justo para decir que le es fiel y obediente a su marido cuando este dispone alguna cosa. A mí un amor medieval de leyenda que siempre me ha llamado la atención, a pesar de la escasa mención que hay en el cantar correspondiente, es el de Roldán y Alda. Y en cuanto a amores históricos, el que más me ha conmovido es el de Lucrecia Borgia y Alfonso de Aragón... aunque el final es tan trágico como el de las canciones.
Otras, sí, Lucrecia y Alfonso... otro ejemplo histórico de star-crossed lovers. Me dio muchísima pena su historia :-(
EliminarPues a mí fue una de las leyendas que más me gustó cuando me la contaron. Yo siempre entendí que el filtro de amor fue nada más que un catalizador, que liberó las inhibiciones y les permitió amarse o darse cuenta de que se querían más rápido. Mi abuela, que era la que me contaba leyendas decía que era como tomarse una copa jajaja, liberaba al cerebro de las ataduras de la moral y si después de consumar, cuando la líbido y el alcohol salían de la ecuación, si seguían juntos es que era amor de verdad y no un calentón.
ResponderEliminarSin que tenga mucho que ver creo que el nombre de Isolda/Isolde es precioso. Y voy a ponerme a bichear a Roldán y Alda, que me pilla de nuevas.
¡Un saludo!
También es una de mis favoritas, más que la de Lanzarote y Ginebra. De hecho, me parece mucho mejor personaje Isolda que la reina Ginebra, y eso que las dos son infieles a sus maridos. No sé por qué, pero siempre he visto a Isolda más humana y la comprendía mejor, mientras que Ginebra me parecía una calentorra caprichosa. Puede que tu abuela tuviera razón en lo del filtro de amor; al menos, es una buena interpretación de los actos que llevaron a cabo después los dos amantes. Y siguieron juntos después del "calentón", así que lo suyo sí que debía ser amor verdadero ^^*
EliminarLa historia de amor de Roldán y Alda no es de las más conocidas, pero a mí me parece muy bonita. Para no alargarme mucho con el comentario, dejaré que busques por tu cuenta, jeje!
Un saludo!