viernes, 24 de abril de 2015

Reflexiones de una escritora desvelada


Una cosa que me pasa muy a menudo es que mi cerebro suele ir por cuenta propia en los momentos en los que más necesito de sus servicios. Dicen los científicos que el cerebro es el órgano más complejo del cuerpo humano; una máquina que no para de trabajar en ningún momento, ni siquiera cuando dormimos, y que es capaz de controlar todos nuestros movimientos, sensaciones y necesidades con una facilidad pasmosa. Así, una de las cosas que es capaz de hacer esta maravilla de la evolución es potenciar la creatividad cuando experimenta cansancio.

Yo no sé si a todos los escritores del mundo les pasa esto, pero a mí ya me tienen frita los arranques de creatividad que experimenta mi cerebro cuando lo someto a un trabajo intensivo. ¿Recordáis que os dije que este año iba a estar muy, pero que muy ocupada con los trabajos del máster? Bien, pues mi cerebro también lo sabe y se ha portado en consecuencia. Después de obligarlo a leer temas interminables, a buscar y analizar información incomprensible y a funcionar para sacar adelante trabajos de dudosa calidad, pues resulta que ha dicho "hasta aquí hemos llegado" y ha decidido funcionar por su cuenta. Esto quiere decir que, a un paso de los exámenes finales y con cuatro trabajos pendientes de hacer y entregar, mi cerebro ha tenido un arrebato de inspiración literaria.

Escribir es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. Para mí, la sensación de estar dando vida a una serie de personajes que se mueven por un mundo que yo he creado de la nada, es algo maravilloso y especial. Gracias a la escritura, he podido dar forma a unas sensaciones muy vagas que planeaban por mi cabeza sin orden ni concierto. Cierto que mi carrera literaria no puede describirse como demasiado prolífica si tenemos en cuenta que sólo he publicado una novela, he escrito otras dos que aún no han visto la luz y algunos relatos cortos que todos los que me seguís por aquí habéis leído (o eso espero). Ya he dicho otras veces que, si pudiera, me gustaría vivir escribiendo, aunque la profesión de escritor sea a veces tan ingrata, sobre todo en esos momentos en los que se debe luchar ante la falta de inspiración.

Sin embargo, nada de eso tiene importancia cuando el cerebro está ocupado estudiando y decide, en el mejor momento, que ha llegado la hora de la creatividad. Generalmente viene acompañado de un estado de euforia que hace que todo a tu alrededor se vuelva de color de rosa, transportándote a un mundo imaginario donde vive el hombre mágico en la casa de gominola, en la calle de la piruleta, y que, en principio, no tiene consecuencias dañinas a largo plazo, aunque puede hacer que te olvides de todo lo que hay a tu alrededor para obligarte a escribir todo lo que te pasa por la cabeza. Y eso por no hablar de esa capacidad que tiene el cerebro para pasar de todo lo que tenga que ver con estudiar, pues está claro que un máster no es tan importante como ponerte a escribir a las cuatro de la mañana la cultura de un reino que tú te has inventado.

Ante una situación así, sólo caben dos posibilidades:

1) Hacer uso de tu fuerza de voluntad y recuperar el control: Parece muy fácil, pero os asombraría saber lo difícil que es ordenarle a tu cerebro que deje de pensar en lo que no debe y se ponga a currar de una vez en lo verdaderamente importante. Esto, evidentemente, sería lo aconsejable, ya que hay cosas en la vida que no se pueden obviar por mucho que no nos guste hacerlas. Si tienes un deber, tienes que cumplirlo antes o después. Postergar el momento no te ayudará y, a la larga, lamentarás el tiempo que has perdido enredándote con otras cosas que podrían haber esperado. Por eso, tenemos que ser responsables, aceptar que tenemos un deber que cumplir y hacer acopio de todas nuestras fuerzas para centrarnos y acabar lo antes posible. Es la solución más aconsejable.

2) Dejarte llevar: El espíritu está presto, pero la carne es débil. La tentación puede conmigo y no puedo resistirme. Me llama con su canto de sirena y me habla de las mil maravillas que me esperan en mis reinos de tinta y papel, reinos que yo he creado de la nada y que aguardan mi regreso para que siga dándoles forma, vida, música y color. Los personajes parecen cobrar vida cuando estudio sus personalidades y busco la manera de encauzarles en una aventura en la que se desenvolverán de una manera u otra, dependiendo del carácter que yo les haya otorgado. Volver a ellos es como reencontrarme con unos amigos muy queridos. Son míos porque yo los he creado. Mis amigos, mis hijos, mis compañeros de fatigas. Están ahí y no puedo descuidar sus vidas o su mundo. Me necesitan para salir adelante, aunque su destino no sea el que ellos esperan encontrar.

Por eso, si alguna vez sentís que vuestro cerebro tiene ganas de tomar el control de la situación cuando deberíais estar estudiando o haciendo vuestro trabajo... hacedme caso y escuchadle. Aunque luego os caiga una nota baja o una bronca, nada de eso tiene importancia si se compara con la maravillosa experiencia que supone volver a un mundo inventado en el que todo depende de los deseos de tu corazón, donde la gente que allí habita ansía que escribas su historia y donde puedes hallar la paz que no encontrarás en tu propio mundo, loco y avasallador, donde todos corren en dirección a ninguna parte y donde el pensamiento creativo es un sueño sólo al alcance de unos pocos.

4 comentarios:

  1. Tienes mucha razón. A mí me ha pasado incluso de dejar la historia, o las ideas, para más adelante (por ejemplo cuando se te ocurre una buena historia justo antes de dormir) y, a la mañana siguiente, papel en mano (o word, depende como lo mires), la historia ha perdido su chispa.
    La verdad es que lo que cuentas no es nada nuevo: todo escritor odia a las musas por ser tan puñeteras.
    Saludos!

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    1. Si es que no se puede una despistar con las ideas creativas, está claro. Vienen a ti en cualquier momento y se iluminan ante tus ojos como si fueran faros incandescentes, llamando tu atención. Y lo peor es que no puedes resistirte, porque es superior a ti. Si a mí me viene una idea al irme a la cama, te juro que yo no pego ojo hasta que no la escriba. Ya la trabajaré en otro momento si puedo, pero primero hay que escribirla y luego ya se verá. Por eso, tengo por costumbre llevar conmigo una libretita en el bolso, por si de repente viniera a visitarme una musa a deshora.

      Un beso!

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  2. Lo malo de las Musas es que suelen pillarnos trabajando... :-P
    O en la ducha. A mí me pasa mucho en la ducha. Es estar bajo el agua y empiezan a ocurrírseme ideas, escenas y frases geniales. Luego me mato a secarme a toda prisa para poder salir y anotarlas antes de que se me olviden XDD

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    1. ¡Anda, pues sí que es curioso! No sabía que la ducha pudiera ser una fuente de inspiración, pero está muy bien XD! Vas a tener que llevarte libreta y bolígrafo al baño para apuntar cualquier cosa que se te ocurra, jajaja! Mi inspiración viene de una manera más común, que suele ser escuchando música. Aunque te confieso una cosa: El argumento de mi primera novela surgió mientras estaba estudiando para un examen de Historia de Roma. ¡Los estudios sirven para algo!

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