lunes, 14 de octubre de 2024

Andréi Chikatilo, el Carnicero de Rostov

 

El siguiente artículo incluye información y descripciones violentas y/o explícitas que pueden dañar la sensibilidad del lector. Se solicita discreción.


"Lo que hice no fue por placer sexual. En realidad, me trajo paz mental".

Andréi Chikatilo, el Carnicero de Rostov



Andréi Románovich Chikatilo vino al mundo el 16 de octubre de 1936 en Yáblochnoye, una pequeña aldea situada en la actual Ucrania pero que por entonces pertenecía a la Unión Soviética. El lugar contaba con un clima templado y una tierra fértil, lo que había atraído a multitud de campesinos que se habían instalado allí con la esperanza de llevar una vida próspera. Pero para los años 30, el gobierno comunista empezó a solicitar ayuda agraria para alimentar a las poblaciones de Moscú, San Petersburgo y otras grandes ciudades de la Rusia central. Se vaciaron los graneros y mataderos de Yáblochnoye y otras pequeñas poblaciones, y la hambruna se instaló en aquellas aldeas antaño prósperas. Tal fue la desesperación, que muchos campesinos tuvieron que recurrir al canibalismo para sobrevivir.

La familia de Andréi era humilde. Su padre, Roman Chikatilo, era un simple campesino sin tierras, pero también era un hombre inteligente, y supo salir adelante y conseguir un trabajo en una granja colectiva. Sin embargo, la invasión de las tropas nazis obligó a Roman a alistarse en las filas del Ejército Rojo e ir al frente. Poco duraría su estadía en el ejército: al poco de comenzar la ofensiva, fue capturado por los nazis y enviado a un campo de concentración. En este ambiente de hambre, guerra y muerte creció Andréi Chikatilo, a quien su madre le contó en varias ocasiones una terrible historia que le marcaría de por vida: entre 1933 y 1934, afirmaba, varios vecinos hambrientos habían secuestrado a un hermano mayor de Andréi llamado Stepán para devorarlo. Aunque este hecho nunca pudo ser corroborado, los relatos de canibalismo en la Rusia rural de la época son muy abundantes, por lo que podría tener visos de ser cierto.

El reclutamiento orientado a la doctrina del comunismo empezaba desde la primera infancia, en las escuelas. Así que, como todo niño de su generación, Andréi Chikatilo debía asistir a ella. Sus profesores le recordaban como un niño sumamente inteligente y aplicado, pero también muy introvertido. No tenía amigos y sentía vergüenza por todo, hasta por pedir permiso para ir al retrete. Su miopía le hacía sentir un gran complejo de inferioridad, y a los doce años todavía se orinaba en la cama. Aquella extrema timidez pronto le trajo problemas con sus compañeros, que empezaron a molestarlo y a burlarse de él. Esto hizo nacer en Chikatilo ciertos rasgos propios de una personalidad paranoica; vivía en constante ansiedad porque pensaba que todos se burlaban de él. También le causó muchos problemas a la hora de socializar con mujeres, lo que no haría sino agravarse a medida que crecía. A pesar de todo, consiguió mantener una relación sentimental con una chica del pueblo durante su adolescencia, pero su impotencia sexual destruyó dicha relación.

En vez de afrontar sus problemas, Chikatilo decidió centrar su atención en otras cosas y convertirse en el perfecto ciudadano comunista. Sirvió en el Ejército durante tres años y se enfocó con devoción en sus estudios. Su intención era licenciarse en Derecho, pero no consiguió pasar el examen de acceso a la universidad de Moscú. Decepcionado, puso todo su empeño en prepararse de manera profesional, y así pudo obtener tres títulos: Ingeniería, Marxismo-Leninismo y Lengua y Literatura Rusa.

Pero sus problemas de eyaculación precoz no dejaron de perseguirle y atormentarle en cada momento de su vida. En cierta ocasión, mientras estaba en el Ejército, Chikatilo abrazó con tanta fuerza a una chica que ésta le pidió que la soltara; al hacerlo, Chikatilo se dio cuenta de que había eyaculado, y la razón que le había hecho alcanzar el orgasmo no era otra que el goce que le había producido que la chica se resistiera. Su timidez le imposibilitó abordar a otras mujeres, pues sabía que no podría consumar la relación de una manera normal. A pesar de todo, en 1963 consiguió encontrar una esposa y, tras muchos esfuerzos, logró alcanzar en contadísimas ocasiones la suficiente erección como para embarazarla dos veces. Para aliviarse, se masturbaba a menudo, incluso en su trabajo. Sentía una creciente atracción por las muchachas menores de doce años, y se colaba en los dormitorios del colegio donde trabajaba para verlas en ropa interior, mientras se masturbaba con una mano en los bolsillos. Pero lo verdaderamente alarmante sucedió cuando Chikatilo tocó las partes íntimas de una alumna y cuando encerró a otra y la golpeó con una regla hasta que eyaculó en sus pantalones, lo que obligó al colegio a tomar medidas al respecto. Fue despedido en 1974, pero su expediente estaba impoluto; es casi seguro que la dirección del colegio hizo esto para evitar un escándalo con las autoridades soviéticas, de ahí que no figure ninguna denuncia formal.


Primeros asesinatos

En 1978, Chikatilo y su familia se mudaron a Shajty y él nuevamente se empleó como maestro, a pesar de su total falta de método y vocación educativa. Su único deseo era seguir autocomplaciéndose utilizando a niños y niñas para saciar sus instintos. Entre los muchos abusos que llevó a cabo y que pasaron desapercibidos, hubo uno que trascendió. Una noche, entró en las habitaciones de unos chicos que dormían en el colegio y se acercó a un chico de quince años que dormía plácidamente. Cuando el chico despertó, descubrió a Chikatilo practicándole una felación, lo que le hizo huir del lugar. Una vez más, Chikatilo fue señalado y acusado, pero el colegio hizo oídos sordos. Con todo, Chikatilo se dio cuenta de que tendría que ser más cuidadoso si quería evitarse problemas. Es justamente en este punto donde empieza el terror.

Chikatilo compró una pequeña cabaña situada a las afueras de Shajty. Su intención era llevar a ese lugar a chicas jóvenes para abusar sexualmente de ellas, ya fuesen prostitutas o vagabundas que estuviesen dispuestas a hacer cualquier cosa por recibir un poco de comida. Pero el 22 de diciembre de 1978, Chikatilo se topó con Yelena Zakotnova, una niña de nueve años que estaba sola en la parada del autobús. A diferencia de lo que le ocurría con los adultos, Chikatilo podía mostrarse muy abierto y afable con los niños. Por eso, no tardó en convencer a la pequeña para llevársela a la cabaña. Allí intentó violarla pero, al no poder alcanzar una erección, sacó una navaja y apuñaló a la niña varias veces en el abdomen, momento en el que por fin pudo eyacular. A continuación, estranguló a la niña y arrojó su cadáver al río Grushevka. Chikatilo había consumado su primer asesinato.

Dos días después, se encontró el cuerpo de Yelena bajo un puente y empezaron las investigaciones. Y, aunque se hallaron varias pruebas que relacionaban a Chikatilo con la niña, como rastros de sangre encontrados en la valla de su cabaña, la mochila de la niña en la orilla del río y el testimonio de varios vecinos que le habían visto con Zakotnova en la parada del autobús, los investigadores no le consideraron siquiera sospechoso debido a que el perfil que daba no correspondía con el de un asesino. Fue a Aledsandr Karvchenko, un trabajador de veinticinco años que ya había estado en la cárcel por la violación y asesinato de una adolescente, al que arrestaron por este crimen. Un registro en la casa de Karvchenko reveló manchas de sangre en la ropa de su esposa, cuyo grupo sanguíneo coincidía con el de Zakotnova. Karvchenko sería juzgado y posteriormente ejecutado por el crimen de Zakotnova, a pesar de no estar implicado.

Pasarían tres años antes de que Chikatilo volviese a matar. En 1981, la reputación como profesor de Chikatilo era pésima, tanto entre los alumnos como entre sus colegas, lo que obligó a la directiva a solicitar su renuncia. En marzo de ese mismo año, Chikatilo encontró otro trabajo como funcionario de abastecimiento de una fábrica, un empleo muy por debajo de sus posibilidades, pero que le permitía recorrer buena parte de la región, proporcionándole así la fachada perfecta para cometer sus crímenes. Entre su equipaje se podía encontrar una soga, varios cuchillos y un tarro de vaselina. A sus víctimas las elegía entre las personas que encontraba en las distintas estaciones de tren o autobús, fijándose siempre en menores de edad que viajaban sin compañía. En septiembre de 1981 abordó a su segunda víctima, una joven prostituta llamada Larisa Tkachenko. Chikatilo la convenció para ir con él al bosque para tener relaciones sexuales, pero, como tantas otras veces, falló en el intento. Larisa se rio de él y Chikatilo, furioso, estranguló a la chica y eyaculó sobre su cadáver, mordió su garganta salvajemente, le cortó los senos y se comió los pezones.

La tercera víctima de Chikatilo fue Lyuba Byruk, a quien raptó en un pueblo y acuchilló hasta cuarenta veces hasta provocarle la muerte. Le mutiló los ojos, algo que se volvería común en sus asesinatos posteriores. Aquel mismo año, Chikatilo asesinó a tres personas más, entre ellas a su primera víctima masculina, el niño Oleg Podzhiváev. Su cuerpo nunca fue encontrado, pero Chikatilo reconoció su asesinato, así como el haberle arrancado los genitales. El modus operandi era siempre el mismo: sus víctimas eran encontradas en zonas boscosas o cubiertas de maleza con claros signos de violencia y sadismo. Las apuñalaba en distintas partes del cuerpo, incluyendo la cabeza, llegando a encontrarse entre treinta y cincuenta puñaladas en cada víctima; el hecho de que en sus asesinatos más recientes se encontrasen puñaladas en zonas no vitales demuestra que Chikatilo quería prolongar el sufrimiento de sus víctimas el máximo tiempo posible. Mordía con fuerza garganta, glúteos, piernas y brazos. El que apuñalara los ojos de las víctimas parece ser tanto su firma de asesino como una referencia a una antigua leyenda rusa que dice que los ojos de los muertos retienen la última imagen que ven antes de morir, siendo en este caso el rostro de su asesino. Durante el forcejeo, Chikatilo alcanzaba el orgasmo en varias ocasiones, pero también profanaba los cadáveres y les extirpaba varias partes del cuerpo, como los pechos, los intestinos o el útero.

Llegados a 1984, Chikatilo llevaba un total de veinticuatro muertes en su haber.


Arresto

En 1982, los crímenes cometidos por Chikatilo ya tenían a la policía en estado de alerta. Pero la búsqueda del asesino se complicaba por la gran cantidad de sospechosos que había, así como la falta de una pista medianamente sólida. Para las autoridades soviéticas, estos hechos constituían un escándalo inconcebible. Era vergonzoso tener que admitir la posibilidad de que existiese un asesino en serie en su territorio, pues se veía como un fenómeno propio de Estados Unidos, el régimen capitalista y el decadente mundo occidental. Fue por ello que se guardó silencio sobre este caso durante muchos años, y ni siquiera apareció en los periódicos de la época.

El desconocimiento y la falta de precedentes de un crimen tan atroz llevó a los investigadores a barajar diversas opciones. En un principio, se creyó que eran dos asesinos, quizá fugados de algún manicomio, que se dividían a la hora de cometer los crímenes, siendo uno el que mataba y el otro el que violaba y profanaba los cadáveres. También se llegó a pensar que el asesino era un homosexual reprimido, lo que llevó la investigación por derroteros que no condujeron a ninguna parte. En 1983, el experimentado investigador Viktor Burakov fue puesto al cargo de la investigación y no tardó en encontrar similitudes en todos los asesinatos. Se mandaron a analizar las muestras de semen encontradas en los cuerpos y todas resultaron ser del grupo AB, lo que confirmaba que se trataba de un único asesino. Ante la complejidad del caso, Burakov solicitó la ayuda del psiquiatra Alexander Bukhanovsky para que creara un perfil del asesino, que resultó ser acertado en todos y cada uno de los puntos que describían a Chikatilo.

En 1984, Chikatilo fue detenido en el mercado de Rostov porque se le habían detectado características similares al sospechoso que buscaban, aunque no tenían más prueba que esa. Al hacérsele un análisis de sangre, esta resultó ser de tipo A, lo que hizo que fuese puesto en libertad sin cargos. Este error en el análisis nunca quedó del todo bien explicado, pero la responsable del cuerpo de médicos forenses de la Rusia Soviética afirmaría desde entonces que había descubierto un nuevo fenómeno muy raro: un hombre con un grupo sanguíneo de un tipo y otro grupo sanguíneo diferente en el semen. Por eso, Chikatilo no fue relacionado desde el principio con los crímenes, ni siquiera siete meses después, cuando volvió a ser detenido por comportamiento impropio en la estación de autobuses de Rostov. A pesar de que entre sus pertenencias habían hallado la cuerda y el cuchillo y en su expediente se le señalaba como posible sospechoso del asesinato de Yelena Zakotnova, el juez simpatizó con él y lo liberó antes de tiempo.


Captura y confesión

El haber descartado a Chikatilo como sospechoso de los asesinatos hizo que este caso se convirtiese en una pesadilla para la policía soviética. No sólo tenían que pasar turnos de hasta quince horas en diferentes estaciones de tren para abordar a posibles sospechosos, sino que no tenían más pistas y los cadáveres, mientras tanto, se iban acumulando. Chikatilo estaba al tanto de las investigaciones y caminaba un paso por delante de la policía, matando en diferentes sitios con el objeto de despistarles todavía más.

En 1990, el sargento Ígor Rybakov fue elegido para formar parte del equipo de investigación. Se le había asignado la vigilancia de la pequeña estación de Donlesjoz y allí, entre la neblina y la fría llovizna, vio salir del bosque a un hombre con traje y corbata. Mientras observaba cómo éste se lavaba las manos en una fuente, Rybakov advirtió que tenía un dedo vendado y una mancha de sangre en la mejilla. Rybakov no tenía motivos suficientes para arrestar a Chikatilo, pero sí le pidió la documentación y registró el incidente. Al día siguiente, se encontró el cadáver de Svetlana Korostik en esa misma zona. El culpable tenía que haber pasado por aquella estación, y no podía ser otro que el sospechoso del informe de Rybakov. Chikatilo fue arrestado el 20 de noviembre, sospechoso de haber asesinado a treinta y seis personas, todos ellos mujeres y niños. Su esperma, aunque no su sangre, sí era del grupo AB.

En los interrogatorios, Chikatilo se mostró reacio a colaborar. Al principio, defendió su inocencia con ahínco, declarando que no había cometido ningún delito y que estaba siendo objeto de una absurda persecución por parte de la policía. La negativa de Chikatilo a colaborar empezó a poner nerviosa a la policía, sabedora de que el tiempo corría en su contra, pues sólo podían retenerle diez días. Pero entonces, Chikatilo fue sometido a otro tipo de interrogatorio que resultó decisivo para la resolución de este caso. El psiquiatra Bukhanovsky fue llevado ante él para que le hiciera confesar, aunque el psiquiatra señaló que sólo se limitaría a conversar con él, ya que no tenía potestad para inculpar al acusado. Bukhanovsky empezó a hablar con Chikatilo y le leyó palabra por palabra el perfil psicológico que había elaborado sobre él seis años antes. Chikatilo, incapaz de soportar los detalles de sus espantosos crímenes, se quebró y lo confesó todo: él era el asesino y sus víctimas no habían sido treinta y seis, sino cincuenta y dos. Días después, él mismo guiaría a los investigadores a los distintos lugares donde se hallaban los cadáveres que todavía no se habían descubierto con la esperanza de que se le concedieran ciertos privilegios, como el anonimato y el ser considerado un enfermo mental.


Juicio y ejecución

Pese a todas las precauciones tomadas, pronto se supo que el Carnicero de Rostov había sido atrapado. En 1991, fue internado en el Instituto Serbsky, en donde fue sometido a distintas evaluaciones psiquiátricas que dictaminarían si sus crímenes eran fruto de una enfermedad mental. Los profesionales decretaron que Chikatilo no padecía enfermedad alguna; bajo su punto de vista, era un sádico prudente que comprendía el alcance de sus acciones y que sus actos estaban premeditados. El punto más oscuro era su tendencia al canibalismo; Chikatilo nunca quiso ahondar en ese aspecto, e incluso llegó a negarlo en numerosas ocasiones, pero muy posiblemente la traumática historia de su hermano mayor Stepán hiciese mella en él y le obsesionara durante décadas.

El juicio comenzó el 14 de abril de 1992. El salón estaba atestado de fotógrafos y reporteros de distintos medios de comunicación internacionales. La expectación era grande, pues nadie sabía qué aspecto tenía el asesino, y el hecho de que hubiese una jaula vacía a un lado de la tribuna del juez lo hacía todo aún más intrigante. La entrada de Chikatilo, que llegó escoltado por dos guardias, estuvo a punto de provocar un tumulto entre los desconsolados familiares de las víctimas. La jaula serviría para mantener a Chikatilo a salvo de una turba que suplicaba al jurado que les permitiera lincharlo. El comportamiento de Chikatilo tampoco le ayudaría a provocar simpatía alguna, ya que se reía como un loco, gritaba de repente y mostraba un rostro desencajado, muy diferente a su forma de comportarse en el Instituto Serbsky, donde se había mostrado educado y dispuesto a colaborar. En una ocasión, sacó una revista pornográfica y la exhibió ante las cámaras. Incluso llegó a bajarse los pantalones y menear su pene ante las autoridades.

Pero ninguno de sus ardides e intentos de desviar la atención sirvieron para nada. Como le tenía pánico a la pena de muerte, es muy posible que hubiese montado todo aquel circo para ser declarado enfermo mental, pero lo único que consiguió fue caldear los ánimos tanto de los familiares de las víctimas como del propio juez, quien llegó al extremo de saltarse el procedimiento y afirmar que se le estaba juzgando como asesino en serie, cuando hasta el momento las pruebas era puramente circunstanciales. Por todos estos problemas, el juicio se retrasó una semana más.

A su regreso, Chikatilo apareció con un aspecto más demacrado. Dejó de lado sus locuras y narró de forma monótona todos sus crímenes. A veces daba la impresión de estar distraído o sedado, pero también se sabe que sufrió los golpes de los propios guardias de la prisión, quienes le llevaban a un calabozo y se cebaban a porrazos con él. Tan pronto aceptaba su culpabilidad como se declaraba inocente, y en último momento llegó a confesar que había cometido más de setenta asesinatos. Las autoridades ya habían tenido suficiente e hicieron lo posible por acelerar el juicio.

El 15 de octubre de 1992, Chikatilo fue declarado culpable de haber cometido cincuenta y tres asesinatos agravados y condenado a la pena de muerte. Los aplausos y llantos de los familiares de las víctimas acallaron los gritos e insultos que profirió Chikatilo al conocer su sentencia. Fue llevado a una sala aislada de la prisión de Rostov del Don, donde fue ejecutado el 14 de febrero de 1994 de un tiro en la cabeza, tal como era el procedimiento aún en la Rusia postsoviética. Fue sepultado en una tumba sin marcar.

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