martes, 1 de octubre de 2024

Jeffrey Dahmer, el Carnicero de Milwaukee

 

El siguiente artículo incluye información y descripciones violentas y/o explícitas que pueden dañar la sensibilidad del lector. Se solicita discreción.


"Si Jeffrey Dahmer no es considerado como un enajenado mental,

entonces no sé quién más podría serlo".

John Wayne Gacy, el "Payaso Asesino"




Jeffrey Lionel Dahmer nació el 21 de mayo de 1960 en Milwaukee, Wisconsin, siendo el primero de los dos hijos del matrimonio formado por Lionel Herbert Dahmer y su esposa Joyce Annette, ambos de ascendencia norteuropea. Después de cambiar varias veces de residencia, en 1967 la familia se mudó a Bath, Ohio, en donde finalmente se estableció. Es difícil categorizar cómo fue la infancia de Jeffrey Dahmer, ya que las fuentes no se ponen de acuerdo en ello. Algunas fuentes aseguran que Jeffrey fue privado de la atención de sus padres desde que era prácticamente un bebé; otras, en cambio, sugieren que Dahmer fue muy querido y mimado por ambos padres. Sin embargo, sabemos que los estudios universitarios de Lionel le mantenían lejos del hogar por muchas horas, y Joyce, que padecía hipocondría y depresión, pasaba mucho tiempo en la cama y exigía atención a todas horas, por lo que podemos casi asegurar que Jeffrey no recibió demasiada atención por parte de sus progenitores.

Con todo, Jeffrey demostró ser un niño enérgico, inteligente y alegre. Desde una edad temprana, empezó a sentir interés por los animales, comenzando por pequeños insectos que conservaba en frascos de formol y con los que le gustaba experimentar. Poco a poco, su interés apuntó hacia animales más grandes, tales como ardillas, tamias, gatos, mapaches y perros. Sin embargo, a diferencia de otros asesinos seriales en su infancia, Jeffrey no torturaba a los animales, sino que se limitaba a recolectar esqueletos de animales ya muertos. En cierta ocasión, su padre extrajo de debajo de la casa un montón de huesos de animales, y el sonido que estos hacían fascinó al joven Jeffrey de tal manera que derivó en obsesión. Gracias a un pequeño juego de química que su padre le había regalado, Jeffrey experimentaba con estos huesos, los blanqueaba y luego los escondía en el bosque cercano a su casa. Disfrutaba diseccionando animales muertos, y esta afición ocupó gran parte de su infancia y adolescencia. Su obsesión se volvió peligrosa cuando Dahmer decapitó el cadáver de un perro antes de clavar el cuerpo en un árbol y empalar el cráneo del animal en el bosque. Fue también la época en la que Dahmer empezó a preguntarse cómo era un ser humano por dentro.

Durante la pubertad, Dahmer descubrió que era homosexual, algo que le incomodaba y que procuraba mantener en secreto, sobre todo porque en sus fantasías se imaginaba abriendo el torso de un joven de su edad, completamente sometido a él, y observando sus órganos internos. A los quince años era ya un alcohólico consumado, llegando a beber whisky en clase. Su talante poco comunicativo y solitario le convirtió en una especie de paria, pero aún así lograba que algún grupo de chicos le hiciera caso. Dahmer solía hacer payasadas para hacer reír a estos chicos, que consistían en bailar y simular ataques epilépticos, o fingir que tenía retraso mental. A menudo los chicos le invitaban a beber alcohol después de sus espectáculos, hasta que su grotesco sentido del humor les aburrió.

Cuando Dahmer cumplió los dieciocho años, su familia atravesó por una grave crisis. Tras muchos problemas en su matrimonio, Lionel y Joyce Dahmer decidieron divorciarse de manera amistosa. Lionel abandonó el hogar en 1978 y se trasladó temporalmente a un motel, mientras que Joyce se fue con el hermano pequeño de Jeffrey a vivir con unos parientes en Chippewa Falls, Wisconsin. Jeffrey se quedó completamente solo.


Vida desordenada y primer crimen

Dahmer cometió su primer asesinato en 1978, tres semanas después de graduarse. El 15 de junio, mientras conducía, un autoestopista llamó su atención. Se trataba de Steven Hicks, un joven de diecinueve años que hacía autostop con el objetivo de ir a un concierto de rock en Chippewa Lake Park. Hacía tanto calor aquel verano que Hicks se había quitado la camiseta, y el atractivo pecho desnudo del joven había excitado a Dahmer, quien lo recogió en su coche. Sin embargo, como Hicks empezó a hablar de chicas, Dahmer se dio cuenta de que no podría hacerle proposiciones sexuales sin ser rechazado de plano. A pesar de todo, le convenció para ir ambos a su casa a beber cerveza y fumar marihuana.

Tras varias horas de hablar, beber y escuchar música, Hicks anunció que deseaba marcharse. Dahmer intentó disuadirlo, pero Hicks estaba decidido a seguir su camino. Fue entonces cuando las cosas se salieron de control y se enredaron a golpes. Dahmer cogió una mancuerna de 4,5 kilos y golpeó con ella a Hicks en la cabeza hasta dejarlo sin sentido. Posteriormente, con la misma barra de la mancuerna, presionó el cuello de Hicks hasta que éste dejó de respirar. A continuación, desvistió el cadáver del joven y lo violó durante varios días, hasta que decidió deshacerse del cuerpo. Descuartizó el cadáver y guardó los restos en bolsas de basura. Su intención era llevarlos al bosque y esparcirlos por allí, pero estuvo a punto de ser descubierto por una patrulla de policía, de modo que regresó con las bolsas a su casa y concibió otra idea para deshacerse de aquellos restos. Diseccionó el cuerpo de Hicks en el sótano y enterró los restos en una tumba poco profunda en su patio trasero. Varias semanas después, desenterró dichos restos y separó la carne de los huesos para disolverla en ácido y tirar la solución por el retrete. Por último, trituró los huesos con un mazo y los esparció por el bosque que había detrás de su casa.

Pocas semanas después del asesinato de Hicks, el padre de Dahmer y su nueva prometida le hicieron una visita. Lionel decidió matricular a su hijo en la Universidad Estatal de Ohio, pero los problemas de Jeffrey con el alcohol le llevaron a suspender casi todas sus asignaturas y se fue de allí después de tan sólo un semestre. Al año siguiente, su padre le convence para entrar en el Ejército pero, tras dos años en Alemania, es dado de baja y regresa a Milwaukee. Su experiencia en el Ejército no había sido buena, pues su tendencia a emborracharse no dejaba de meterle en problemas, y este fue uno de los motivos por los que fue expulsado. Bebía en gran parte para embotar sus fantasías sexuales y porque se sentía terriblemente solo.

En 1981, Dahmer se marchó a Miami Beach, Florida, porque se sentía incapaz de enfrentarse a su padre, a quien sabía que le había fallado, pero su estancia allí tampoco prosperó y tuvo que volver a Ohio. Ese mismo año, fue arrestado por embriaguez y conducta escandalosa, pero esto no hizo que Jeffrey cejara en su excesivo consumo del alcohol. Su padre trató de desintoxicarlo, pero sin éxito. Finalmente, Lionel y su nueva esposa enviaron a Dahmer a vivir con su abuela a West Allis, Wisconsin. La razón es que su abuela era el único miembro de la familia por el que Jeffrey mostraba algo de respeto.

Al principio, la convivencia con su abuela fue bastante buena. Ambos congeniaban relativamente bien, y Jeffrey pronto empezó a comportarse de manera más adecuada. Ayudaba a su abuela con las tareas domésticas, la acompañaba a la iglesia, buscaba trabajo de manera más activa y acataba la mayoría de las normas de la casa, pero no dejó de beber y fumar marihuana. En 1982 encontró un empleo en el Centro de Plasma Sanguíneo de Milwaukee, pero ese mismo año también fue detenido por exhibicionismo cuando se bajó los pantalones delante de varias personas en un parque de atracciones, completamente embriagado. Tres años después, encontró otro trabajo como mezclador de chocolate en la fábrica Ambrosia. Era un trabajo más estable y parecía que Dahmer podría volver a encauzar su vida, pero en 1986 vuelve a ser arrestado por conducta lasciva tras haberse masturbado delante de dos chicos de doce años a orillas de un río. Dahmer reconoció que lo había hecho en varias ocasiones y que no podía evitarlo.

A finales de 1985, Dahmer empezó a frecuentar saunas para homosexuales, en donde los clientes mantenían relaciones sexuales de forma rápida y ocasional. Pero Dahmer drogaba a sus parejas y abusaba de ellas cuando estaban inconscientes, repitiendo una y otra vez la fantasía sexual que tanto le gustaba. Este comportamiento le valió la expulsión del local de sauna, ya que uno de sus compañeros sexuales estuvo en coma diez días después de haber sido drogado por Dahmer. No se levantaron cargos en su contra porque la mayoría de los clientes que acudían a las saunas y que habían compartido cama con Dahmer no querían que se expusiera su vida sexual.


Asesinatos posteriores

A finales de noviembre de 1987, Dahmer conoció a Steven Tuomi, un joven de veinticinco años, en un bar. Ambos pasaron la noche en el hotel Ambassador de Milwaukee, donde Dahmer había alquilado una habitación. A la mañana siguiente, Tuomi estaba muerto. Tenía el pecho aplastado y el cuerpo repleto de moretones azules y negros. Además, le salía sangre por la comisura de los labios y tanto los puños como los brazos de Dahmer estaban también amoratados. Sin embargo, éste no recordaba haber matado a Tuomi. Su intención habría sido drogarlo y explorar su cuerpo mientras estaba inconsciente, pero algo se le salió de control y el resultado fue el asesinato del joven. Para deshacerse del cuerpo, Dahmer compró una gran maleta y llevó el cadáver a casa de su abuela. Dejó el cuerpo en el sótano, donde seguiría abusando de él durante varios días, hasta que lo desmembró y fue destruyendo los trozos poco a poco, excepto la cabeza, ya que quiso conservarla como trofeo. La intención de Dahmer era descarnar por completo la cabeza y utilizar la calavera como estímulo para la masturbación. Pero los químicos empleados para el proceso de limpieza y blanqueamiento hicieron que el cráneo se volviese demasiado débil, así que Dahmer terminó pulverizándolo y deshaciéndose de él.

Tras el asesinato de Tuomi, Dahmer empezó a buscar otras víctimas. La mayoría pululaban por los bares de ambiente que él mismo frecuentaba, y Dahmer los convencía para que le acompañaran a casa de su abuela, donde les drogaba con triazolam o temazepan antes de mantener relaciones sexuales con ellos. Una vez que dejaba a su víctima inconsciente gracias a los somníferos, la mataba por estrangulamiento. Esto fue lo que le ocurrió a James Doxtator, un prostituto nativo americano de catorce años que fue sedado, violado y asesinado por Dahmer de la misma manera que Steven Tuomi. En marzo de 1988, Richard Guerrero, de veinticinco años, correría la misma suerte.

La licenciosa vida de Dahmer estaba incomodando a su abuela. Traía constantemente a hombres a la casa, con los que se encerraba en el sótano para emborracharse y mantener relaciones sexuales, además de resultarle insoportable el mal olor que emanaba tanto del sótano como del garaje. Cansada de la situación, habló con Lionel para que se llevara a Jeffrey a otro lugar. En septiembre de 1988, Dahmer se trasladó a un pequeño apartamento, pero no estaría allí por mucho tiempo: a las veinticuatro horas de establecerse, ya había vuelto a meterse en problemas, esta vez por ofrecerle dinero a un chico de trece años para que se dejara tomar unas fotografías eróticas. Por fortuna, el muchacho logró escapar del lugar. Al día siguiente, Dahmer fue arrestado por la policía en su lugar de trabajo, en la fábrica de chocolate. Su padre le puso un abogado, quien pidió que Jeffrey fuese sometido a una evaluación psicológica que reveló que albergaba profundos sentimientos de alienación. Una segunda evaluación reveló que Dahmer era un individuo impulsivo, desconfiado y consternado por su falta de logros en la vida. Un estudio que se le realizó en 1987 le diagnosticó trastorno esquizoide de la personalidad. Dahmer se declaró culpable de los cargos y fue puesto en libertad condicional, momento que Dahmer aprovechó para regresar a casa de su abuela.

Dos meses después de la sentencia por agresión sexual, Dahmer mató a su quinta víctima, un aspirante a modelo mestizo llamado Anthony Sears. Le conoció en un bar gay y siguió con él prácticamente el mismo patrón que con sus anteriores víctimas. Sin embargo, con Sears hizo una pequeña excepción. Después de decapitarlo, desollarlo y descuartizarlo, decidió conservar su cabeza y sus genitales en acetona a modo de trofeo, ya que Sears le había parecido excepcionalmente atractivo. Cuando al año siguiente se mudó a una nueva dirección, llevó ambas partes del cuerpo consigo.

En mayo de 1989, Dahmer fue condenado a cinco años de libertad condicional y a uno de reclusión en un centro penitenciario, pero con permiso para trabajar. Consiguió ciertas ventajas judiciales porque se mostró arrepentido por su comportamiento, aceptó someterse a terapia psicológica y afirmó que quería encarrilar su vida. Se mudó a un apartamento que estaba muy cerca de su trabajo, amueblado y con casi todos los gastos pagados. Sería precisamente aquí donde perfeccionaría su forma de matar y la elevaría al extremo de lo grotesco.

Jeffrey Dahmer mató a diecisiete jóvenes entre 1978 y 1991. De estas víctimas, doce fueron asesinadas en su nuevo apartamento. Otras tres víctimas fueron asesinadas y desmembradas en la casa de su abuela en West Allis, su primera víctima en su casa de Ohio y la segunda en el hotel Ambassador de Milwaukee. Catorce de las víctimas de Dahmer pertenecían a minorías étnicas y nueve de ellas eran negras, pero esto no significaba nada para Dahmer. Lo que él buscaba en sus víctimas era cierta fisonomía que le resultara atractiva, dato que ha sido respaldado por un estudio de especialistas forenses.

La mayoría de las víctimas de Dahmer fueron asesinadas por estrangulamiento después de haber sido drogadas con sedantes, aunque su primera víctima fue asesinada por una combinación de apaleamiento y estrangulamiento, y la segunda fue golpeada hasta la muerte. Después de matar a la víctima, abusaba sexualmente del cadáver y le hacía fotografías en diversas posturas. A continuación, los abría en canal y se excitaba con el calor que emanaba de las entrañas, procediendo a masturbarse. Todo el proceso de apertura del cadáver y abuso posterior también quedaba documentado en sus fotografías, que guardaba en un álbum. Conservó algunos cráneos y genitales masculinos en frascos de formaldehído. En el caso de Ernest Miller, lo despellejó y devoró sus bíceps porque quería probar el canibalismo. Para disimular el espantoso hedor que emanaban las partes de cadáveres que guardaba en su casa, compró un bidón y lo llenó de ácido con el objetivo de disolver los restos y tirarlos por el retrete. Lo más terrible vendría cuando, viendo que sus asesinatos se le hacían rutinarios, decidió experimentar con sus víctimas para crear a un esclavo sexual perfecto: alguien completamente sumiso de quien poder abusar siempre que quisiera y con la seguridad de que nunca lo abandonaría. Para conseguir esto, empezó a practicar agujeros en el cráneo con un taladro a sus víctimas estando vivas y les inyectó ácido clorhídrico y agua hirviendo en los lóbulos frontales. Sólo una de sus víctimas consiguió sobrevivir más de dos horas a esta sesión de trepanaciones; las demás murieron entre atroces tormentos.

El sadismo de Dahmer llegó también a tal extremo que llamaba a los familiares de sus víctimas para decirles que sus hijos estaban muertos. Conseguía los números en las notas de prensa de los periódicos que informaban sobre la desaparición de los jóvenes.


Arresto y condena

En mayo de 1991, una llamada al 911 alertó a la policía de la presencia de un chico que vagaba por la calle completamente desnudo, herido y desorientado. Cuando los policías le encontraron, se dieron cuenta de que apenas se tenía en pie y era incapaz de hilar palabra. Jeffrey Dahmer, que se encontraba cerca del lugar, se acercó e informó a los policías de que el chico era su huésped y que simplemente estaba borracho. Los policías acompañaron a Dahmer hasta el apartamento 213 para certificar si era cierto que se conocían. Al llegar, el chico se sentó en un sofá por propia voluntad, y en ese mismo lugar estaba su ropa perfectamente ordenada. Dahmer le hizo ver a los policías que eran una pareja y estos le creyeron, así que abandonaron el lugar sin pedir ninguna documentación. De haber hecho este trámite, se hubieran dado cuenta de que la víctima, Konerak Sinthasomphone, tenía catorce años y que Dahmer había mentido sobre su edad y relación. Tampoco revisaron los documentos de Dahmer y no se les ocurrió hacer un registro del apartamento. Hubieran descubierto las calaveras que Dahmer conservaba y el cadáver de Tony Hughes, que llevaba tres días descomponiéndose debajo de su cama. Para colmo, Sinthasomphone era hermano del chico que fue abusado por Jeffrey Dahmer en 1988. Esta grave negligencia policial fue muy criticada por los medios y la opinión pública.

Las últimas semanas en las que Dahmer estuvo en libertad muestran la profunda decadencia a la que había llegado su vida. Fue despedido de su empleo en la fábrica de chocolate por ausentarse y llegar casi todos los días tarde, acudía con poca frecuencia a las sesiones de terapia con la psicóloga, perdió peso, bebía demasiado y temía que lo desalojaran porque no tenía dinero para pagar el alquiler.

El 22 de julio de 1991, todo acabó para él. Fue la segunda vez que se le escapó una víctima, pero esta vez no tuvo la misma suerte que antes. Tracy Edwards logró salir esposado del apartamento de Dahmer y, en esta ocasión, los policías sí entraron en la vivienda. Lo que descubrieron allí consta en el informe policial: decenas de fotografías de cadáveres, manchas de sangre en las paredes, restos de huesos humanos, varios cráneos barnizados y una cabeza fresca en la nevera. Se hallaron también herramientas como cuchillos, sierras y martillos, así como fotografías del proceso de desmembramiento de los cuerpos. Dahmer fue inmediatamente arrestado. Días después de lo ocurrido, los vecinos del Carnicero de Milwaukee dispararon a las puertas de su casa como muestra de repulsa por sus crímenes.

El arresto y encarcelamiento de Dahmer fue muy mediático y llamó la atención de gran parte de la población estadounidense. En la cárcel se había reservado todo un ala para alojarle y cuando fue llevado a juicio los otros presidiarios se asomaban a las puertas de sus celdas para verle pasar. Le observaban con una mezcla de curiosidad, miedo y respeto. Dado el gran riesgo que corría de ser atacado por los otros reclusos, la policía se encargó de que fuera fuertemente custodiado, por lo menos hasta después del proceso judicial. En las calles, las opiniones hacia Dahmer estaban divididas: por un lado, se organizaron manifestaciones en apoyo a los familiares de las víctimas y acusando la negligencia de la policía por su abierto racismo, declarando que, si Dahmer hubiese sido negro y sus víctimas blancas, habría sido detenido mucho antes; por otro lado, hubo quien sintió admiración e incluso amor desesperado por Dahmer; no fueron pocas las mujeres enamoradas que le enviaron cartas a Jeffrey Dahmer durante su estancia en prisión, junto con su dinero y otros regalos.

Durante el juicio, Jeffrey Dahmer se declararía culpable de todos los crímenes que se le imputaban, pero alegó enajenación mental, por lo que el juicio se centró en determinar si el acusado acabaría en prisión o internado en un asilo para enfermos mentales. El proceso comenzó en enero de 1992. Algunos de los momentos más desgarradores del juicio fueron las declaraciones de Dahmer frente a los familiares de las víctimas, que tuvieron que escuchar con todo detalle cómo sus hijos y hermanos fueron asesinados. Dahmer no ocultó ni omitió ningún detalle, lo que causó una gran incomodidad en los familiares de las víctimas y en los otros miembros del jurado. Finalmente, el jurado lo declaró mentalmente sano y, como consecuencia, fue sentenciado a quince cadenas perpetuas consecutivas.

Fue enviado al Columbia Correctional Institute en Portage, Wisconsin, donde fue entrevistado por el perito en perfiles criminales del FBI, Robert K. Ressler. El experto coincidía en que Dahmer debía permanecer encerrado por el resto de sus días, pero opinaba que era mejor internarle en un hospital psiquiátrico antes que en una cárcel común, puesto que era un enfermo mental aunque a veces racionalizara su conducta o aparentara estar en su sano juicio. No se hizo caso de la opinión de Ressler, de modo que Dahmer pasaría gran parte de su condena en el correccional de Columbia, pero aislado en un ala aparte por su propia seguridad.

Al poco tiempo, Dahmer pidió permiso para poder compartir espacio con otros internos, algo muy arriesgado por su parte, ya que muchos presos lo querían ver muerto, sobre todo los afroamericanos. El grotesco sentido del humor de Dahmer, que se divertía moldeando su comida en forma de partes del cuerpo humanas, tuvo la virtud de caldear los ánimos más de lo que ya estaban. Sobrevivió a un ataque con navaja en agosto de 1994, pero en noviembre de ese mismo año no tuvo tanta suerte. Christopher Scarver, un preso que sufría de esquizofrenia, lo atacó con una barra de metal, golpeándolo dos veces en la cabeza; Dahmer murió de camino al hospital a la edad de treinta y cuatro años, asesinado por la misma arma que él había utilizado años atrás para matar a Steven Hicks. Su cerebro fue conservado y utilizado para hacer experimentos, pero finalmente fue entregado a su padre, quien decidió cremarlo.


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