martes, 10 de enero de 2017

Perros humanizados. Cuando el amor se convierte en maltrato


Un dicho popular señala que el perro es el mejor amigo del hombre, y este hecho ha quedado demostrado muchas veces al comprobar la lealtad y fidelidad que los perros muestran hacia sus amos. Casi desde el principio de los tiempos, el hombre vio en el perro a un compañero al que podía adiestrar y domesticar para que contribuyera a construir un sistema económico que se fue haciendo cada vez más complejo. El perro jamás habría existido como especie sin la intervención del hombre, por lo que la relación entre ambos no solo es deseable, sino también necesaria.

Al principio, el perro era un animal que se entrenaba para trabajar. Era el guardián de la propiedad del hombre y su familia, le ayudaba durante la caza y se encargaba de controlar los rebaños con gran eficiencia. En los últimos años y debido en su totalidad a la mecanización de la mayoría de los sectores productivos, el uso del perro como compañero de trabajo ha quedado relegado a tareas muy específicas, como es el caso de los perros policía, los perros lazarillo o los que ayudan en las tareas de salvamento. Esto ha contribuido a que la gran mayoría de los perros hayan visto sus funciones reducidas a la de ser meros animales de compañía que no hacen trabajo alguno porque ya no es necesario. Y esto no estaría mal si no fuera porque atenta directamente contra la esencia del perro: su naturaleza gregaria y su necesidad de encontrar su sitio en la manada a través de una labor con la que pueda contribuir a su supervivencia.



¿Caminar? No, mi chiquitín pasea en cochecito de bebé


En la actualidad, las mascotas ocupan un gran espacio entre los seres humanos y a ellos se les dedica gran parte de nuestros esfuerzos por garantizar su salud y bienestar. A día de hoy no es raro encontrar a personas que consideren a su perro o a su gato como un hijo o, cuando menos, un miembro más de la familia. El amor por los animales llega al extremo de que las personas los tratan como si fueran seres humanos, y esto se ve no solo en las exageradas muestras de cariño que les hacen, sino también en la existencia de restaurantes de lujo para perros, fiestas de cumpleaños, clubes, tiendas de ropa y otros establecimientos dedicados a convertir a nuestras mascotas en seres humanos de cuatro patas.

Dicen que el camino hacia el Infierno está sembrado de buenas intenciones, y esto no es de ahora. En El rey Lear, Shakespeare pone en boca del personaje del Bufón una alusión al amor torpe que una persona puede sentir hacia un animal al hablar de un caballerizo tramposo que, para evitar que los caballos que vendía se atiborraran de heno, lo untaba con mantequilla, sabor que, al parecer, desagrada profundamente a los caballos. Como, de hecho, amaba a sus caballos, era un malvado de buena voluntad; hacía daño queriendo hacer el bien. Y este ejemplo me sirve para ilustrar el comportamiento que cientos de personas tienen en la actualidad con sus mascotas, especialmente con los perros, pues su amor por ellos es tan grande que les hacen daño pensando que les están haciendo bien. El amor y el cariño que sienten hacia sus mascotas es sincero, pero esto no significa que sea un buen trato; todo lo contrario, ya que humanizar a los animales contribuye a que éstos pierdan su identidad y se sientan frustrados, nerviosos e inseguros.

Pero ¿cómo se comporta un perro humanizado? Cuando vemos un perro, su pequeño tamaño infunde en nosotros el pensamiento de estar ante un ser humano en miniatura que necesita ser cuidado y protegido hasta el extremo. Las personas cometemos el error de pensar que lo que es bueno para nosotros también es bueno para nuestras mascotas, y nada más lejos de la realidad. De hecho, lo que hacemos es justo lo contrario. Ahí están los perros con sobrepeso o con problemas de estómago por ingerir demasiada comida o alimentos que no son recomendables para su salud. Ahí están los perros disfrazados con abrigos, chaquetones, gorras, gafas de sol, trajes, collares y zapatos que no necesitan, convertidos en muñecos para deleite de sus amos humanos. Ahí están los perros que son paseados en brazos, metidos en grandes bolsos o, peor todavía, en cochecitos de bebé, y cuya actitud al menor acercamiento suele ser agresiva y nada amistosa. Esto es lo que día tras día le estamos haciendo a nuestros perros: en vez de adiestrarlos como los perros que son, los manipulamos para someterlos a nuestros gustos y necesidades.

Hablo de los perros, pero también hay casos de gatos que se ven obligados a ir contra natura por exigencias de sus amos. Gatos a los que se les agujerean las orejas para ponerles pendientes o a los que les amputan las uñas para que no arañen los muebles, ignorando que esa es la manera que tiene el gato no solo de trepar, andar y cazar, sino también de comunicar a los suyos su sexo, edad y disponibilidad para procrear.



¡Ayy, mi niño es tan guapo que se me saltan las lágrimas!


No existe término medio en nuestra sociedad extremista: O no llegamos o nos pasamos siete pueblos. Existen estudios de psicoterapia médica centrados en las razones por las que una persona mima y sobreprotege a una mascota. Con frecuencia se trata de personas con carencias afectivas, un exceso de soledad o dificultad para establecer relaciones sociales, que vuelcan su frustración en su mascota y la colman de las atenciones que ellos querrían recibir. Pero también está el caso de las personas que tan solo ven en el animal un complemento que está de moda, y la gran variedad de razas caninas y felinas es un reflejo de cómo manejamos al animal a nuestro antojo, creando tamaños mini para facilitar nuestra movilidad o razas sin pelo para que no ensucien la casa. Nos negamos a aceptar al animal como lo que es y lo convertimos en el espejo donde reflejamos todas nuestras carencias y frivolidades.

Hace poco he sido testigo de una enorme contradicción en la cadena de televisión española Cuatro. En este canal se solían emitir hasta no hace mucho los programas El encantador de perros, presentado por César Millán, y Malas Pulgas, presentado a su vez por Borja Capponi. Ambos programas compartían el mismo formato, que consistía en que una familia afirmaba tener problemas con su perro, que se había vuelto miedoso, agresivo o tenía comportamientos para los que no había explicación, por lo que pedían ayuda al entrenador; éste, después de una breve entrevista con los dueños y de un análisis de la situación, se daba cuenta de que el problema no lo tenía el perro, sino la actitud de unos dueños que no sabían comprender las necesidades del animal y, por lo tanto, no actuaban como líderes de manada. En el 99% de los casos se demostraba que el perro no era agresivo ni nervioso por naturaleza, sino que estaba confuso porque no recibía las directrices que necesitaba para ser un perro feliz y equilibrado.



O sea, mi perrito en miniatura es tan trendy como yo


Como digo, estos programas eran la respuesta a un problema que es muy común hoy en día, y tanto el contenido como la manera de mostrarlo eran muy instructivos y enviaban al espectador un mensaje muy claro: No se debe humanizar a nuestras mascotas. ¡Pero cuál no sería mi sorpresa al descubrir hace unas cuantas semanas que en el mismo canal se había estrenado un programa llamado Amores Perros, cuyo contenido era todo lo contrario de lo que tan bien nos habían enseñado los entrenadores Millán y Capponi! Un programa de tipo reality en el que los protagonistas eran perros ultramimados y sobreprotegidos por unos amos cuyo comportamiento y forma de hablar solo se podría justificar si tuviesen una grave deficiencia mental, y cuya mayor preocupación era buscarle una pareja canina a su mascota.

Juro que nunca me he sentido tan asqueada tras ver un programa protagonizado por animales. Todas las aberraciones que se le pueden hacer a un perro aparecían aquí multiplicadas por diez. A mí se me caía el alma a los pies al ver a un pobre chihuahua gordo como una croqueta, vestido con un jersey y obligado a pasear en cochecito de bebé, porque a sus estúpidas dueñas (madre e hija, para más inri) les parecía que su “niño” iba a sufrir lo indecible si ponía sus patitas en el suelo. ¿¿Y si se escapaba y lo atropellaba un coche?? ¿¿Y si lo atacaba un perro grande y malvado?? Creo que lo que más asco me dio fue ver los lagrimones de estas dos impresentables cuando vieron a su perro correteando por primera vez por el campo, mientras ellas sufrían esos típicos amagos de infarto tan propios del pijerío más ignorante que uno se pueda imaginar.

Hablo de estas dos, pero es que el resto de participantes del programa también eran para hartarse de llorar. Dueños que se enorgullecían de gastar obscenas cantidades de dinero en trajecitos y disfraces para perros, que les celebraban fiestas de cumpleaños con tarta y todo, y que no se recataban en afirmar que querían más a sus perros que a sus propios hijos. Y todo esto en el mismo canal donde estas prácticas se denunciaban y se trataba de concienciar a la gente. Un maravilloso ejemplo por parte de la cadena Cuatro de lo que es dar una de cal y otra de arena.

Si queréis mi opinión, creo que no se puede ser más hipócrita ni rastrero. Hipócrita porque parece que nos quieran tomar a los espectadores por tontos mostrándonos que los perros humanizados pueden ser reeducados, pero si no queremos no pasa nada porque siempre se les puede dedicar un reality. Y rastrero porque se está vendiendo el maltrato a los animales como algo curioso y divertido. No os equivoquéis: el exceso de cariño y cuidados ha hecho que muchos perros estén empezando a desarrollar problemas psicológicos que antes no tenían, y esto es igual que decir que sus dueños los están maltratando. A día de hoy, un perro callejero se comporta mejor y es más equilibrado que uno que vive en una casa, lo que dice mucho acerca de nuestras lamentables dotes para comprender y entrenar a un animal.



¡Cómo habrá podido vivir sin ropa y complementos hasta ahora!


El ser humano ha fracasado a la hora de evolucionar. Estamos tan enfocados en ser profesionales y no estar atados a una familia que queremos llenar ese vacío con animales a los que no sabemos oír ni comprender. La deshumanización de la sociedad ha traído como consecuencia la humanización de los animales. Queremos perros enormes para tenerlos metidos en una casa pequeña donde no pueden correr ni hacer ejercicio. Queremos gatos gordos porque su cuerpo redondo y esponjoso nos parece adorable. Queremos a nuestras mascotas para convertirlas en los hijos que nunca tendremos, o para que sustituyan a los seres queridos que ya nos han dejado. Queremos transformarlos en pequeñas versiones de nosotros mismos y les hacemos aquello que nosotros jamás habríamos permitido que nos hicieran. Queremos besarlos, hablarles como si fueran niños pequeños, perfumarlos y maquillarlos. Queremos moldearlos para que se ajusten a nuestro modo de vida.

Desde aquí me gustaría mandar un mensaje a todos los dueños de mascotas para invitarles a la reflexión. Pensad en lo que les estáis haciendo a vuestros animales con ese comportamiento tan absurdo. ¿Para qué necesita zapatos un perro? ¿Qué favor le hacemos llevándole a una peluquería para que le pinten las uñas o le ricen el pelo del rabo? ¿Qué creéis que pasará si le dais trozos de chocolate o le dejáis comer de vuestro plato? Meditadlo durante el tiempo que haga falta y replanteaos las cosas. Nunca es tarde para darse cuenta de nuestros errores y tratar de arreglar la situación. Si vuestro perro se porta mal en casa, muestra un comportamiento atípico, está nervioso, ladra sin parar o es muy agresivo, pensad si la culpa no será vuestra por haber favorecido ese comportamiento. Si cambiáis vuestro punto de vista, haréis que vuestra mascota sea inmensamente feliz. Pero si lo único que os importa es comprarle trajecitos para ponérselos y sacarle fotos, entonces mejor compraos un muñeco.

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