jueves, 13 de abril de 2023

Palacios para todas las estaciones

 

¡Hola a todos!

Empezaremos esta entrada con una pregunta: ¿A quién no le gustaría vivir en un palacio? Cuando pensamos en un palacio, a nuestra mente vienen imágenes que parecen sacadas de cuento: amplios salones, muebles dorados, sillones forrados de seda y terciopelo, cuadros inmensos, lámparas de ensueño, música de violín y clavicordio en cada habitación... Y esto no se aleja mucho de la realidad, sobre todo de la realidad dieciochesca. La época de los grandes palacios, esos que tanto han marcado nuestro imaginario, fue el siglo XVIII, y el primero que nos viene a la cabeza es el Palacio de Versalles, ¿a que sí? No es casualidad: el Palacio de Versalles es uno de los complejos arquitectónicos monárquicos más importantes de Europa, y durante años fue copiado hasta la saciedad por los miembros de la monarquía borbónica.

Pero la belleza no se limita solo a Versalles, y hay otros palacios que también merecen nuestra atención por los hermosos tesoros que guardan en su interior. En España, la llegada de los Borbones en 1700 trajo multitud de cambios en varios ámbitos y, cómo no, las residencias reales también sufrieron cambios significativos que las diferenciaban de las pertenecientes a la dinastía anterior, los Austrias. En la época, era costumbre que la corte real fuese itinerante, es decir, que los reyes no vivían todo el año en el mismo sitio, sino que se trasladaban a otras casas y palacios de su propiedad situadas en lugares más idóneos según la época del año en que se encontraban.

El motivo de esta entrada es hablaros de algunas de estas residencias palaciegas en España, más concretamente en Madrid y alrededores, ya que es donde más tiempo pasaron los monarcas, sobre todo a raíz de que se estableciera la capital en la Villa de Madrid en 1561, estando Felipe II en el trono de las Españas. Hoy vamos a hacer un recorrido de un año por los Reales Sitios de la Corona española. Acompañadme en este viaje a través de las cuatro estaciones y os hablaré un poco de cómo eran los palacios donde los reyes pasaban sus días.


PRIMAVERA

Palacio Real de Aranjuez




Al sur de la capital, entre el valle del Tajo y la desembocadura del Jarama, se sitúa la ciudad de Aranjuez, lugar donde podemos encontrar uno de los Reales Sitios más bonitos de Madrid. El Palacio de Aranjuez es, sin lugar a dudas, la principal atracción del conjunto monumental de la villa, y es visita obligada para todo amante de los palacios.

En el siglo XIV, la Orden de Santiago construye ahí una casa hospital, y son los Reyes Católicos en el siglo XV los que lo convierten en Palacio Real, y a partir de entonces será utilizado como residencia de primavera por todos los reyes de España hasta Isabel II. El rey Felipe II le dio el aspecto actual, que es de estilo herreriano y que recuerda mucho al Escorial. Sin embargo, serán Carlos III y Fernando VI quienes mandarán hacer las principales ampliaciones en un estilo más barroco, muy del gusto del siglo XVIII.

El Palacio de Aranjuez es hermoso y está lleno de sorpresas, como el pequeño despacho abovedado descubierto hace relativamente poco en la Sala de Alabarderos, el suelo original del salón comedor, las paredes revestidas de seda del Tocador de la Reina o el cuadro de un paisaje realizado con diminutas teselas. Sin embargo, destacaría por encima de todo la belleza de la Sala de la Alhambra (que en su día fue sala de fumadores), el impresionante Oratorio del Rey y la Sala de Porcelana, cuyas paredes y techos están revestidos de más de dos mil placas de porcelana finamente labradas. La lámpara de esta sala es espectacular, pues representa una palmera arrancada, y las raíces son los diferentes brazos de la lámpara. También podemos encontrar aquí parte de la colección de relojes de Carlos IV (a quien le apasionaban estos artefactos), tres magníficos pianos (uno de ellos tocado por el maestro Joaquín Rodrigo) y el carruaje de la reina Isabel II, además de los trajes que los reyes eméritos Juan Carlos I y Sofía usaron en su proclamación como Reyes de España, así como los vestidos de novia de la reina Sofía, la reina Letizia y las infantas Elena y Cristina.

Fuera ya del palacio, es imprescindible visitar los jardines que lo circundan. Se les conoce como Jardines de la Isla, y son tan bonitos que se dice que inspiraron al maestro Joaquín Rodrigo para componer su famoso Concierto de Aranjuez. Los jardines se crearon en el siglo XVIII y están sembrados de fuentes, cascadas y esculturas que representan a varios personajes de la mitología grecorromana. Su diseño recuerda mucho a los jardines palaciegos franceses, algo que no sorprende dado que la monarquía borbónica procede de Francia. Ya fuera del recinto, se puede visitar la Casa del Labrador y el Museo de Falúas Reales, donde se conservan las barcazas o falúas que los reyes usaban en sus paseos de recreo por el río Tajo o el Retiro.


VERANO

Palacio de Riofrío




Dejamos Madrid por el momento y nos dirigimos a la cercana Segovia, lugar donde se encuentra este pequeño palacio escondido entre más de seiscientas hectáreas de bosque. El edificio destaca por su unidad de estilo y su aspecto lineal y armonioso; pero, a pesar de la singularidad y belleza del entorno, fue un palacio sin huéspedes durante más de cien años, lo que lo convierte en el palacio más desconocido de esta lista, y por eso es fácil que pase desapercibido.

En el año 1751, la reina viuda Isabel de Farnesio impulsó en Riofrío la construcción de su propio señorío con la intención de dejárselo a su hijo, el infante don Luis, como lugar de retiro. Se encargó el proyecto al arquitecto italiano Virgilio Ravaglio, pero la temprana muerte de este artista hizo que otros tuvieran que encargarse de su diseño y construcción. El resultado fue este palacio de líneas sencillas y elegantes, de un estilo muy italiano. Aunque la idea principal era construir todo un complejo palaciego con casas de oficios, caballerizas, iglesias y un teatro, el ascenso al trono de Carlos III, hijo primogénito de Isabel de Farnesio, hizo que la reina viuda volviese a la corte y que no llegara a habitar este sitio, que durante muchos años sería utilizado como pabellón de caza. Habría que esperar al siglo XIX a que dos reyes tomaran Riofrío como residencia personal. El primero fue don Francisco de Asís de Borbón, esposo de la reina Isabel II, que lo usó como lugar de retiro para alejarse de las burlas y ninguneos que sufría en la capital española; y el segundo sería el rey Alfonso XII, que utilizó el palacio durante su periodo de luto por la muerte de su primera esposa, la reina María de las Mercedes.

El Palacio de Riofrío es, quizá, la residencia real menos fastuosa de todas las que componen los Reales Sitios, pero no por eso es menos bonita. Es un palacio en donde se respira una atmósfera muy hogareña. Cuando uno pasea por sus salones, ve cómo era la vida diaria de la realeza borbónica, muy lejos de la vida oficial, con toda su pompa y protocolo. En este sentido, es un palacio profundamente anticortesano. De entre sus pocos salones, destacan el Salón del Billar, la Sala de Servicio al Comedor con su montaplatos original, el Dormitorio de Francisco de Asís y el magnífico Oratorio, en donde además de recuperarse el altar que estaba oculto, se restituyó el reclinatorio del rey con la pieza de terciopelo bordada en plata y con las armas reales, y una colección de 149 cuadros pintados por Giovanni del Cinque en los que se relata la historia de la Pasión de Cristo, y que es posiblemente la mayor colección pictórica completa sobre la vida de Cristo que existe en toda Europa.

En la parte inferior de este palacio se encuentra el Museo de la Caza, que consta de una serie de dioramas donde se muestran cerca de doscientos ejemplares disecados de la fauna ibérica.


Palacio de la Granja de San Ildefonso




A once kilómetros de la localidad de San Ildefonso, a los pies de la Sierra de Guadarrama, se alza el complejo palaciego de la Granja de San Ildefonso. Felipe V, prendado de la belleza del lugar, mandó construir aquí un palacio y unos jardines adornados con esculturas y fuentes que le recordaban su infancia en la corte francesa de su abuelo, el rey Luis XIV. Fue su gran obra personal, y durante su largo reinado se ocupó de las sucesivas ampliaciones. Encargó las obras del palacio a Teodoro Ardemans y las de los jardines a René Carlier, quienes en poco tiempo terminaron el conjunto. Aquí fue donde Felipe V anunció en 1724 que abdicaría en su hijo Luis, pero a la temprana muerte de este se vio obligado a volver al trono. El Real Sitio de San Ildefonso tuvo que adaptarse a este cambio, pues había pasado de ser un lugar de recreo a convertirse en la residencia predilecta del monarca, sobre todo en los meses de verano.

El palacio de la Granja constituye una maravilla para la vista y es un magnífico ejemplo de la pompa y boato cortesanos de los primeros Borbones. Sus jardines enmarcan un edificio de estilo italiano con fachada de piedra rosa, granito y mármol de Carrara. La decoración del interior del palacio es de estilo barroco, con estatuas y techos abovedados pintados con frescos alegóricos. La sala más importante de este palacio es el Dormitorio de Sus Majestades, decorado con colgaduras de damasco ricamente bordadas, pero no son menos hermosos el Gabinete de la Reina, la Galería de Retratos, el Salón de Lacas o el Gabinete de Espejos.

Las salas de la planta baja del palacio albergan la colección de esculturas de la reina Cristina de Suecia, que fue adquirida por Felipe V y su esposa. Hay dos salas dedicadas a los cuatro continentes que se conocían por entonces, marcadas por los propios reyes con sus respectivos símbolos (el aspa de Borgoña de Felipe V y la flor de lis de Isabel de Farnesio). La Sala de Mármoles está decorada con una curiosa mezcla de mármol, bronce y espejos; el estuco blanco con bordes dorados cubre la bóveda donde se representa el rapto de Europa.

Además de recorrer las dependencias reales, no se pueden dejar de visitar el Museo de Tapices y la Capilla Real o Colegiata, construida por Ardemans y redecorada por el maestro Sabatini durante el reinado de Carlos III. Y, por supuesto, es imprescindible la visita a los jardines aledaños al palacio, en donde todos los veranos se hacen en sus fuentes los juegos acuáticos que tanto embelesaban a Felipe V.


OTOÑO

Monasterio de San Lorenzo de El Escorial




Considerado la octava maravilla del mundo, el Monasterio de San Lorenzo se construyó entre 1563 y 1584 por decisión de Felipe II para ser panteón de los reyes españoles y albergar la Biblioteca, el Convento, el Seminario (hoy transformado en Colegio) y los Cuartos Reales. Agrupando en un edificio varias funciones, San Lorenzo el Real nace como un monasterio de monjes de la orden de San Jerónimo, cuya iglesia sirviese como panteón del Emperador Carlos V y de su mujer, Isabel de Portugal, así como de su hijo Felipe II, sus familiares y sucesores, y donde los frailes orasen ininterrumpidamente por la salvación de las personas reales. Asimismo, cuenta con un palacio para alojar al rey, como patrono de la fundación, y a su séquito. El Colegio y el Seminario completan la función religiosa del Monasterio, y la Biblioteca se establece para estos tres centros. Este esquema se mantiene, en cierto modo, en la actualidad. La figura de Carlos V es decisiva en la fundación de este Real Sitio por lo mucho que influyó en el espíritu de su hijo, por el ejemplo de sus últimos años pasados entre los monjes jerónimos de Yuste y por la necesidad de dotarle de una digna sepultura.

Todo lo que se diga sobre el Monasterio del Escorial es quedarse corto. Es un auténtico deleite para los sentidos y cuenta con multitud de rincones tan bellos como curiosos. Son realmente impresionantes la Basílica, que marca el eje principal del monasterio y es uno de los ejemplos arquitectónicos más notables del Renacimiento español; el claustro principal, en donde encontraremos una nave decorada con un magnífico fresco titulado La Gloria de la Casa de Austria; el Panteón de Infantes y el Panteón de Reyes, donde están sepultados los miembros de la familia real española. Es sorprendente la Real Biblioteca, fundada por Felipe II como centro del saber científico y humanístico del Renacimiento, con obras manuscritas e impresas de diferentes épocas, lenguas y culturas, y que fue puesta por el propio rey a disposición de cualquiera que necesitara consultar esos libros para sus estudios e investigaciones.

En el Monasterio también se construyeron las estancias palaciegas, y podemos encontrar las habitaciones en las que vivieron los Austrias y los Borbones respectivamente. El palacio de los Austrias está enclavado a ambos lados de la cabecera de la Basílica. Cuenta con el Cuarto del Rey y el Cuarto de la Reina, distribuidos de manera simétrica. Las estancias utilizadas por los Borbones durante el otoño, época en la que solían ir al Escorial, están vestidas con una fantástica colección de tapices, mobiliario y otras artes decorativas de los siglos XVIII y XIX.


Casita del Príncipe




La Casita del Príncipe, o Casita de Abajo, es otra de las residencias de la familia real española, aunque suele pasar desapercibida para la mayoría de los visitantes. Fue construida en la villa de El Escorial entre 1771 y 1775 a partir de un diseño de Juan de Villanueva, uno de los arquitectos más importantes del neoclasicismo español. El motivo de su construcción obedece a fines recreativos, pues fue utilizada en diversas ocasiones por Carlos IV, por entonces Príncipe de Asturias. No muy lejos de su enclave se encuentra la Casita del Infante, o Casita de Arriba, destinada al Infante Gabriel de Borbón, hijo de Carlos III y hermano de Carlos IV, aunque su valor histórico y artístico es inferior.

La Casita del Príncipe es como un pequeño lugar de ensueño. Está rodeada por dos jardines comunicados entre sí por dos pórticos de columnas toscanas, y cuenta con fuentes, cascadas, estanques, paseos y setos de boj, muy del gusto de la época. A esto se añade la existencia de un extenso parque a su alrededor, poblado por especies autóctonas, como el roble y la encina; alóctonas, como la secuoya y el pinsapo; y otros árboles típicos de jardines.

El interior de la Casita guarda una relevante decoración dieciochesca, que recuerda mucho a un pequeño Palacio de Versalles o un Petit Trianon. Cuenta con decoraciones neoclásicas de Ferroni, de estilo pompeyano y etrusco, sedas, tapicerías, mobiliario, lámparas y relojes. Además, alberga una valiosa colección de pinturas auténticas, entre las que destacan las realizadas por Luca Giordano, de estilo muy exuberante. En esta Casita, el Príncipe de Asturias y su esposa, María Luisa de Parma, buscaban escapar del protocolo cortesano y pasaban las horas solos o con sus amigos jugando, tocando instrumentos musicales o disfrutando de pequeñas representaciones teatrales. El hecho de que en la Casita no haya un cuarto destinado a dormitorio demuestra que su uso se limitaba a disfrutar de la casa durante el día, ya que por la noche se retiraban a dormir a sus estancias en el Monasterio del Escorial.


INVIERNO

Palacio Real del Pardo



El Palacio Real de El Pardo es un edificio vinculado estrechamente a la historia de España. Mandado construir por orden de Carlos V en el siglo XVI, fue mandado ampliar en el XVIII por Carlos III. Sus orígenes como cazadero real están vinculados al monte de El Pardo, un espacio natural de gran valor y considerado como el bosque mediterráneo más importante de la Comunidad de Madrid. Aunque durante mucho tiempo fue la residencia invernal de los Borbones, desde 1983 fue la residencia oficial de los Jefes de Estado extranjeros, e incluso el dictador Francisco Franco llegó a vivir aquí.

Felipe II terminó la obra del palacio que había iniciado su padre, introduciendo por primera vez las techumbres de pizarra a la flamenca, con altos caballetes y chapiteles, y decorando su interior con importantes frescos y una galería de retratos donde había obras realizadas por el mismo Tiziano. Felipe III se encargó de reedificar el palacio tras su destrucción en un incendio, pero Felipe V alteró completamente la distribución del interior para albergar a toda la corte. Será Carlos III el que le encargue a Sabatini la ampliación de este palacio con un patio igual al que ya existía y con un paso para las carrozas, además de decorar las habitaciones del Príncipe de Asturias con varias series de tapices de la Real Fábrica de Santa Bárbara, entre los que se encuentran obras de Ramón Bayeu, José del Castillo y Francisco de Goya. En este palacio, entre otros habitantes, estuvo el rey consorte Francisco de Asís de Borbón durante su primera separación de su esposa, la reina Isabel II; fue aquí también donde Alfonso XII pasó su luna de miel con su amada esposa María de las Mercedes, y donde se retiró a finales de 1885 para mejorar su salud, cosa que no sucedería. También se alojó aquí la futura reina Victoria Eugenia de Battenberg días antes de su boda con Alfonso XIII.

El palacio presenta, en su apariencia exterior, la doble herencia que recibió del viejo alcázar de los Austrias y las sucesivas reformas llevadas a cabo por los Borbones. La planta triangular, el foso, los torreones en las esquinas, las puertas y ventanas enmarcadas con piedra labrada, los techos de pizarra y los emplomados nos hablan de su etapa Austria. Pero las torres achatadas, las mansardas y el enfoscado color crema, así como la fachada obra de Sabatini, son fruto de su época Borbónica.

Entre las muchas cosas hermosas que alberga el Palacio de El Pardo, destacan varias de sus salas, como el Aposento de la Reina, en cuyos techos están representadas varias escenas de la vida de José, hijo de Jacob; la iglesia, con su inmensa bóveda central (donde se casaría años más tarde Carmen Martínez Bordiú, nieta de Franco); el Teatro de la Corte, de los pocos que se conservan en España con esas características; el Comedor del Rey, que se convertiría en Salón de Embajadores en el siglo XIX y luego en despacho oficial de Franco, y a su alrededor estancias como el Oratorio, la Sala del Café y la Sala de Aparadores.

En el recinto palacio de El Pardo también hay otros lugares hermosos que se pueden visitar, como la Casita del Príncipe (ojo, no es la misma que la de El Escorial), la Sala Histórica de la Guardia Real, el Convento de los Padres Capuchinos, la Quinta del Duque del Arco y el propio Monte de El Pardo.


Palacio Real de Madrid




Y terminamos con el Palacio Real, el más grande de Europa occidental y también uno de los más grandes del mundo. Es, además, de las pocas residencias oficiales de Jefe de Estado que está abierta al público, ya que, aunque los Reyes de España realizan aquí actos oficiales, su residencia habitual es el Palacio de la Zarzuela.

El Palacio Real, tal como lo podemos ver, data del siglo XVIII. Fue construido sobre los restos del antiguo Alcázar de Madrid, que Felipe II convirtió en residencia oficial de los Reyes de España desde 1561. Pero este Alcázar quedó completamente destruido a raíz de un incendio ocurrido en la Nochebuena de 1734, por lo que el Palacio como tal se construyó en época de Felipe V, y se hizo al estilo francés versallesco. Arquitectos italianos como Filippo Juvara y Juan Bautista Sachetti dieron forma a este colosal palacio, aunque otros distinguidos arquitectos participaron, como Ventura Rodríguez, de quien es la Real Capilla, o Francesco Sabatini, que se encargó de la conclusión del edificio y de la magnífica escalinata que recibe al visitante. Las obras del Palacio Real terminaron en época de Carlos III, primer monarca que habitó de forma continua este palacio.

De las más de tres mil habitaciones de las que consta el Palacio Real, el visitante solo podrá ver once, en donde está concentrado todo el esplendor de los primeros Borbones. Los impresionantes frescos de Giaquinto y Tiepolo transmiten el espíritu del Barroco, tan abigarrado y extravagante, y que contrasta con la sobriedad de la que hacían gala los Austrias. Son absolutamente arrebatadoras las Estancias del Rey, decoradas por el artista del estuco Gasparini, con sus paredes y muebles forrados de seda bordada, los grandes espejos, las magníficas lámparas y el mosaico del suelo, que ya habla de un estilo cercano al Rococó. Tampoco nos debemos perder el Salón del Trono, conocido también como Sala de Embajadores, donde se respira el lujo y la belleza, desde el mobiliario hasta la gran pintura de la bóveda; las consolas, los espejos de la Granja, los relojes y las excepcionales arañas de cristal tallado dan al salón la prestancia regia que requiere esta sala. Otra sala que tampoco debemos ignorar es el Salón de Porcelanas, una pequeña habitación totalmente revestida de placas de porcelana atornilladas una por una. La Capilla Real, de arquitectura y materiales muy refinados, es un festival de mármoles negros, estucos dorados, pinturas de Mengs y esculturas de gran belleza, todo bajo una cúpula en la que Giaquinto pintó la coronación de la Virgen; mención aparte para el espectacular órgano de 1778, construido por el mallorquín Jorge Bosch, organero de Su Majestad.

Es imposible hablar de toda la belleza que se ha concentrado en el Palacio Real de Madrid, pues es algo que todos deberíamos ver alguna vez para deleitarnos con su esplendor. Desde la Sala de Alabarderos hasta las Cocinas, pasando por la Armería Real, todo es de una maravilla difícil de describir. Solo puedo decir que tenéis que verlo por vosotros mismos, y que la fantasía de cada uno se deje llevar por donde quiera.


martes, 28 de marzo de 2023

Samantha Jones, la soltera sin complejos

 

Samantha Jones



Samantha Jones es una atractiva mujer de más de cuarenta años, dueña de una empresa de relaciones públicas y paradigma de la mujer completamente independiente, tanto a nivel económico como sentimental, pues no soporta las ataduras de ninguna clase. Dentro del grupo de amigas, es la más liberada y la que más disfruta del sexo sin compromiso.


Biografía

Es muy poco lo que se sabe de la juventud de Samantha. Lo que sí sabemos es que procede de una familia de clase trabajadora y que pasó parte de su adolescencia vendiendo barritas de chocolate en Dairy Queen para ganar algo de dinero. No suele hablar de su familia, pero en cierto momento se da a entender que podría tener al menos dos hermanos, ya que menciona que, a su edad, su madre ya tenía tres hijos y un marido borracho. Más adelante, Samantha cuenta que estuvo en algunas fiestas en Studio 54 durante su época de apogeo, lo que implica que ya vivía en Nueva York a mediados o a finales de los años setenta.

Samantha fue la primera amiga que conoció a Carrie alrededor del año 1986 ó 1987, mientras trabajaba en un bar como camarera. En una ocasión ha mencionado que abortó voluntariamente dos veces, una de ellas mientras estaba en la universidad. También fue la más joven de los cuatro personajes principales en perder la virginidad. Aunque nunca comenta la edad exacta que tenía cuando ocurrió esto, nos dice que mantuvo relaciones sexuales con un chico de trece años simplemente porque su casa tenía piscina, y da a entender que esta no fue su primera relación sexual.

Con el tiempo, la situación de Samantha cambió y prosperó, pues llegó a convertirse en la jefa de su propia empresa de relaciones públicas. Gana mucho dinero y lleva una vida de lujo en el Upper East Side, pero acaba mudándose a un caro apartamento en el Distrito de la Carne, situado al oeste de Manhattan. La mudanza sucedió a raíz de que uno de los visitantes nocturnos de Samantha dejó entrar a un atracador que atacó a una de sus vecinas, por lo que el resto de vecinos le exigieron que se marchara.

Durante años, se dedicó por completo a su carrera profesional y consiguió que su empresa de relaciones públicas se hiciese muy conocida. Llegó incluso a organizar eventos para su amiga Carrie cuando ésta empezó a ser reconocida como escritora. Hacia el final de la serie, se le detecta un cáncer de mama y tiene que recibir tratamiento de quimioterapia, tras el cual consigue recuperarse y salir adelante.

Samantha, al igual que Carrie, disfruta mucho saliendo de fiesta por las noches y adora estar en el centro de los grupos más selectos y sofisticados, y se indigna cuando no se le permite acceder a lugares exclusivos. Pasa gran parte de su tiempo libre cuidándose y mimándose en casa, ya sea con baños relajantes, haciéndose la depilación, aplicándose tratamientos faciales e incluso masturbándose con su amplia colección de vibradores. Alguna que otra vez ha fumado hierba y ha probado el éxtasis, pero no es consumidora habitual ni tiene problemas de drogadicción.


Personalidad

Si de algo podemos estar seguros respecto a Samantha Jones es que es la más franca, divertida y liberada de las cuatro amigas. Si Miranda ofrecía el punto feminista y Charlotte aportaba el toque conservador de las relaciones, Samantha nos muestra la versión más pura de la mujer totalmente liberada, y no solo respecto al sexo, sino a todos los aspectos de la vida. Soltera empedernida y sin el menor deseo de tener hijos, Samantha se dedica por completo a sí misma y no le rinde cuentas a nadie. Si acierta en sus decisiones, lo disfruta; si se equivoca, no responsabiliza a nadie de sus errores. Es dueña de su vida y, sobre todo, de su sexualidad. Por eso es la que tiene más relaciones sexuales de las cuatro amigas, y la que tiene más experiencias que contar. Apuesta por la equidad sexual y está completamente a favor de la liberación femenina. Ella misma no teme probarlo todo, motivo por el cuál se autodenomina ‘multisexual’.

La personalidad de Samantha, como cabe esperar, es abierta y directa. Pase lo que pase, ella siempre dice lo que piensa, y es tan franca que no le importa cómo se lo tomen los demás, así suene hiriente o grosero. Es una persona que siempre tiene algo que decir de casi todo, y lo suelta sin más, tal como se le viene a la boca. Por eso, cuando habla sobre sexo es considerada demasiado explícita, pues no se apega a las reglas sociales ni del buen gusto; esto se debe precisamente a ese rasgo tan abierto de su personalidad. No obstante, la falta de complejos de Samantha no se queda solo en el ámbito íntimo y personal, sino que lo extrapola a otros aspectos. Ella siempre dirá lo que piensa, pase lo que pase, y no permitirá que nadie la pisotee ni que hable a sus espaldas. Es la primera en confrontar a quien la reta, demostrando que en ella no tienen el menor efecto las sonrisitas falsas ni la gélida cortesía.

La seguridad en sí misma que tiene Samantha se puede ver en multitud de ocasiones a lo largo de la serie. Posee tal confianza en sus encantos personales que brilla con luz propia, a veces opacando a sus tres amigas. Es demandante, terca y autosuficiente. No tiene el menor interés en lo que la gente piense de ella y actúa siempre según su criterio o como le convenga. Tampoco se deja amedrentar por las habladurías ni permite que nadie le diga lo que debería hacer en su vida privada. Y, del mismo modo que no consiente que nadie la juzgue, ella no juzga a nadie. Es muy memorable ese momento en el que Carrie le confiesa que está teniendo un romance con Big a pesar de que ambos tienen pareja, y Samantha se limita a apoyarla sin darle un sermón sobre el buen comportamiento, puesto que ese no es su estilo.

En lo tocante a la amistad, hay que decir que Samantha es una de las mejores amigas que una mujer podría tener. Pase lo que pase, sea la situación que sea, Samantha siempre pondrá a sus amigas por delante de todo, y solo ante ellas muestra su lado más dulce y tierno. Puesto que cree firmemente que una mujer no necesita a un hombre para ser feliz, Samantha puede permitirse darle prioridad a sus amigas, a las que aconseja y defiende sin dudarlo, aunque el tema no sea de su agrado. Recordemos aquella vez en la que Charlotte se enfadó con Laney cuando se enteró de que quería ponerle a su futura hija el nombre que Charlotte había elegido para la suya; aunque a Samantha le repelen los niños y esos asuntos le parecen de lo más infantiles, no vaciló en defender a Charlotte.

Pero aunque Samantha siempre sabe qué decir, es buena consejera y es una gran amiga en la que se puede confiar, también adolece de cierto egoísmo, debido quizá a que no tiene a nadie que dependa de ella y solo se enfoca en sí misma y en sus necesidades. Samantha hace lo que quiere y cuando quiere, y su único objetivo es complacerse a sí misma, algo de lo que le gusta presumir con frecuencia. Valora mucho su profesión y gana bastante dinero, con el cual se puede permitir todo tipo de lujos y caprichos. También le da muchísima importancia a la imagen, a la que le dedica gran parte de su tiempo. Es presumida y vanidosa, y cree que no hay mujer más guapa y sexy que ella en todo Nueva York. Siempre viste de manera espectacular y luce ropa y joyas de grandes marcas, aunque invierte mucho más dinero en tratamientos antienvejecimiento, como infiltraciones de bótox, peelings faciales e incluso cirugía estética; de hecho, es en una consulta para una operación de aumento de pecho cuando se le descubre un cáncer de mama. A diferencia de lo que muchos piensen, a Samantha sí le da vergüenza envejecer, por lo menos durante gran parte de la serie. Es la mayor del grupo de amigas, a las que les saca mínimo diez años, pero nunca dice su edad e incluso le molesta que la consideren una cuarentona. Será más adelante, a medida que se va encontrado a sí misma, cuando por fin asuma su edad y se sienta orgullosa de ello.

Hemos dicho que Samantha puede ser una persona muy egoísta. Muchos ven este aspecto como algo positivo en ella, pero eso no es cierto, sobre todo si tenemos en cuenta que no teme hacer daño a otras personas solo por obtener lo que quiere. Sucede, por ejemplo, cuando se ofrece a recolectar alimentos para los pobres de una iglesia solo porque el monje que organiza la colecta le parece atractivo y se lo quiere llevar a la cama; al no conseguirlo, pierde todo interés en ayudar a los pobres. Otro tanto sucede con los problemas que la asaltan cada vez que se acuesta con hombres casados; a Samantha no le importa que detrás de su ligue haya una esposa dolida y humillada, puesto que ella solo piensa en su placer y considera que no hace nada que un hombre no haya hecho miles de veces. Samantha también muestra un alto sentido del derecho que no le corresponde, por mucho daño que otros le hayan hecho o muy fabulosa que se crea, como cuando llama a Richard, a quien ella dejó, y le dice que va a ocupar su casa en los Hamptons durante todo el fin de semana para dar una fiesta porque él le fue infiel en su día y cree que ella merece una compensación (y no olvidemos que se dedicó a empapelar el barrio donde vivía Richard con panfletos en los que lo acusaba de infiel, solo para humillarle).

En cuanto a sus relaciones sentimentales, es un poco complicado en el caso de Samantha, ya que su gran amor es el sexo, mucho sexo. Se ha acostado con todo tipo de hombres, cada uno más peculiar que el anterior, pero nunca les tiene cerca demasiado tiempo ni tampoco tiene el menor interés en seguir viéndoles, pues se aburre de ellos. Rara vez sale dos o tres veces con el mismo hombre, pero tiene algunas relaciones “serias” a lo largo de la serie.

Su primer gran amor fue James Goodwin, al que Samantha conoció en un bar de jazz. Inusualmente para ella, no tuvo relaciones sexuales con él de buenas a primeras, sino que sigue el ejemplo de Charlotte porque cree que es un hombre con el cuál podría incluso llegar a casarse. Y es que James se desvive por Samantha: la cuida, la trata con gran cariño y solo busca su bienestar. Después de confesar que está enamorada de él, ambos se acuestan juntos y así es como Samantha descubre que James está muy poco dotado, hasta el punto de que acaba frustrada porque no siente el menor placer físico con él. Aunque al principio trata de superarlo, Samantha acaba rompiendo con él durante una sesión de terapia de pareja, pues ya no puede ocultarlo más, a lo que James le responde airado que tal vez su vagina sea demasiado grande. En un episodio posterior, Samantha tiene la oportunidad de estar en la cama con un hombre que está demasiado dotado, pero al comprobar que es demasiado para ella, le ruega que no la penetre; más adelante, en ese mismo episodio, mientras las chicas cantan la canción The Way We Were, Samantha lloriquea diciendo que echa de menos a James.

Otra de las relaciones de Samantha, y tal vez la más curiosa e inesperada, fue la que mantuvo con María Diega Reyes, una artista que en esos momentos estaba exponiendo su obra en la galería donde trabajaba Charlotte. Entre las muchas cosas con las que Samantha ha experimentado están la bisexualidad y el lesbianismo. Cuando conoce a María, Samantha descubre que la atrae mucho, hasta el punto de que inicia una relación estable con ella, a pesar de la comprensible estupefacción de sus amigas. Al principio, Samantha no estaba demasiado interesada en tener una relación, pero como María no quería que fuesen solo amigas, Samantha se decidió y le dio una oportunidad. Con María, descubre muchas cosas sobre su propia feminidad y sexualidad, pero cuando el sexo empieza a escasear por la tendencia de María a hablar continuamente y expresar sentimientos, Samantha se siente frustrada y empieza a echar en falta sus encuentros con hombres. El pasado heterosexual de Samantha también afecta a la relación, pues María se siente incómoda con él, y esto al final acabará desgastando la relación hasta su total ruptura.

El siguiente en la lista fue Richard Wright, un magnate hotelero de quien Samantha, muy a su pesar, se enamora perdidamente. Richard se presenta como la versión masculina de Samantha: seguro de sí mismo, goza de mucho éxito profesional, le gusta acostarse con cualquier persona que le atraiga y no le interesan las relaciones. Samantha se comporta con Richard como una novia celosa y posesiva debido a que no sabe cómo gestionar sus sentimientos, y menos con un hombre que es como ella. Consigue que Richard le prometa que ambos tendrán una relación monógama, pero en cierto momento, y tras muchas sospechas, Samantha le descubre engañándola con otra chica. A pesar de darle una segunda oportunidad, Samantha toma la dura decisión de romper con Richard definitivamente cuando se da cuenta de que no confía en él y eso afecta a su estabilidad emocional. En la última temporada, se encuentra con Richard en una fiesta con su nuevo novio y se va con él para mantener relaciones sexuales, pero este encuentro no la complace en lo más mínimo y no vuelve a saber nada más de él.

Y por último está Smith Jerrod, un joven camarero de 28 años y aspirante a actor muy guapo al que Samantha en un principio ve como una aventura más. Con Smith practica un sexo salvaje y aventurero, algo fuera de lo común, que Samantha encuentra refrescante y excitante. No le gusta saber nada personal sobre él, como que es un alcohólico en recuperación, pero se da cuenta de que disfruta tanto de su tiempo con él que terminan siendo pareja. Al ver que tiene dificultades para abrirse camino en el mundo del modelaje y el cine, Samantha le echa una mano con su agencia de relaciones públicas. De hecho, es ella quien le pone el nombre artístico de Smith Jerrod, ya que su verdadero nombre era Jerry. A Samantha le encanta que Smith no se vea cohibido por su éxito profesional y, gracias a su ayuda, se convierte rápidamente en toda una celebridad y consigue un papel en una película de Gus Van Sant. El cariño sincero que Smith le profesa a Samantha tiene la mala fortuna de inquietarla, poco acostumbrada como está a ese tipo de muestras de afecto. El gran problema de Samantha con Smith es ella misma y la diferencia de edad, lo que la lleva a serle infiel con Richard. Es el propio Smith quien, sin forzarla ni recriminarle nada, deja que Samantha vuelva con él tras darse cuenta de su error y de que su amor por ella es sincero. El amor de Smith por Samantha es tan fuerte que incluso la acompaña y apoya a lo largo de toda su lucha contra el cáncer, rapándose él mismo su propio pelo y negándose a tener sexo con otras mujeres durante la pérdida de libido de Samantha por la quimioterapia, a pesar de que ella le anime a verse con otras. Para Samantha, Smith significa más que cualquier otro hombre que jamás haya conocido.

lunes, 13 de marzo de 2023

Charlotte York, la princesa de Park Avenue

 

Charlotte York



Charlotte York es una hermosa mujer de clase alta de treinta y un años. Empieza siendo marchante de arte, pero acaba dejando su trabajo soñado para dedicarse a ser madre y ama de casa. Es la más recatada de las cuatro amigas, y es la que ofrece el punto de vista más conservador y tradicional de las relaciones amorosas, pero también es la que conoce las mejores estrategias para conocer a hombres aptos para el matrimonio.


Biografía

Charlotte procede de una familia rica protestante de Connecticut. Sus padres son el doctor Stephen Foster York y Sandra Whitehead “Muffin” York. También tiene un hermano llamado Wesley al que le tiene un gran cariño, a pesar de que tienen caracteres muy diferentes. Desde niña, Charlotte fue educada para convertirse en una mujer elegante en todos los aspectos de su vida. Viste bien, le da mucha importancia a las apariencias y trata de ser una mujer deseable para aquellos hombres que le interesan, que son los que tienen un mayor poder adquisitivo.

Charlotte estudió en el Smith College, donde se licenció en Historia del Arte y obtuvo la especialidad en Finanzas. Durante su etapa universitaria, vivió en la Haven-Wesley House y fue miembro de los College Republicans y de la hermandad Kappa Kappa Gamma (aunque en la vida real, en el Smith College no hay hermandades). Como el Smith College se encuentra en Massachusetts, es posible que se trasladase allí para estudiar y después se mudara a Nueva York para trabajar. Conoció a Carrie en Nueva York en 1987, cuando las dos viajaban de madrugada en el metro y un borracho pervertido exhibió ante ellas sus partes íntimas.

A lo largo de la serie, se nos dice que Charlotte disfrutó de mucha fama social en su juventud, pues fue la reina del baile, animadora del equipo universitario, capitana de atletismo, modelo adolescente y amazona. En ocasiones se la describe como una WASP (White, Anglo-Saxon and Protestant), identidad con la que se sentía cómoda hasta su conversión al judaísmo.

Al principio, Charlotte trabaja como marchante de arte en una galería del Soho. Adora su trabajo y sueña con tener su propia galería de arte en el futuro. Sin embargo, poco a poco empieza a cambiar de opinión y toma un camino más tradicional, que es el deseo de casarse, tener hijos y dedicarse por completo a su familia, algo que le acarreó las críticas de sus amigas, sobre todo de Miranda.

El otro gran sueño de Charlotte es encontrar a su príncipe azul, a su caballero de brillante armadura. Para ella, el amor es tanto un cuento de fantasía como un juego de estrategia en el que es vital seguir las reglas si una mujer quiere garantizarse al mejor partido. Al proceder de una familia acomodada, sus estándares son muy elevados y no está dispuesta a conformarse con cualquier cosa.

En cuanto a su vida personal, Charlotte disfruta haciendo magdalenas y decorando su casa, actividades que se le dan de maravilla. Suele salir a correr, jugar al tenis y es una fan apasionada de las películas de Elizabeth Taylor, a quien tiene como modelo a imitar.


Personalidad

Charlotte está considerada como la más anticuada de las cuatro amigas debido a su manera de pensar un tanto chapada a la antigua, por no decir arcaica. Ella es de las que cree en la teoría de que el amor verdadero lo puede todo y en la existencia de las almas gemelas. Esto le ha valido el apodo de “la Pollyanna de Park Avenue”, término acuñado por la propia Carrie. Su concepción de las relaciones de pareja es más sentimental que sexual; tiene unos ideales muy románticos acerca de lo que es la pareja, pero eso no quiere decir que desdeñe el sexo o le provoque repugnancia, sino todo lo contrario. Charlotte disfruta de una moderada vida sexual, aunque el hecho de probar cosas nuevas a veces la pone un poco nerviosa.

Para Charlotte, todo lo que respecta al amor, al sexo y a las citas tiene que regirse por unas reglas muy estrictas. Ella es de las que cree que para poder olvidarse de un ex es necesario que pase al menos la mitad de tiempo que se invirtió en la relación, tras lo cual una ya está preparada para salir con otros hombres. Presenta una actitud muy directa sobre las relaciones, viéndolas casi como una especie de partida de ajedrez en la que cada quien debe hacer los mejores movimientos. Charlotte nunca se acostará con un hombre antes de la tercera cita, ni le hará una felación si llevan saliendo menos de tres meses. Y así como ella se esfuerza por ser la mujer con la que cualquier hombre querría casarse, busca lo mismo en los hombres con quienes sale.

Al haber sido criada en una buena familia, Charlotte tiene unos estándares bastante altos para sus potenciales parejas. Quiere que su hombre perfecto sea guapo, bien educado, de familia distinguida, con un buen trabajo y abierto a la idea de casarse y formar una familia. Su idea de un matrimonio perfecto le viene desde la infancia, de cuando se sentaba a leer la revista Casa y Jardín llevando el collar de perlas de su madre, imaginándose que algún día sería una de esas amas de casa tan elegantes y felices al lado de sus maridos.

La personalidad tan romántica y optimista de Charlotte suele provocar sonrisas a sus amigas, más mundanas que ella. Sin embargo, a veces sienten envidia de Charlotte y admiración por su manera de ver el amor y la vida; de hecho, la propia Carrie le llega a dedicar su libro a Charlotte por esta misma razón. Además de optimista, Charlotte también es muy ansiosa. Preocupada como está por mostrar una imagen elegante y perfecta, a menudo se pone nerviosa cuando trata de asegurarse de que las cosas salgan bien. Suele chocar a menudo con Samantha porque ambas tienen maneras completamente diferentes de ver la vida y, aunque a veces se han faltado al respeto la una a la otra, siempre han sabido resolver sus diferencias. Tiene también un lado muy cariñoso y solidario, pues siempre está ahí para ayudar a sus amigas cuando la necesitan.

Su fuerte creencia en el romanticismo la ha llevado a cometer algunas locuras, como el no mantener relaciones sexuales con su prometido Trey hasta una noche antes de la boda, con consecuencias que no esperaba. También puede mostrarse muy agresiva cuando alguien hace daño a sus amigas, como sucedió cuando Big dejó a Carrie plantada en el altar o cuando un hombre insultó a Miranda llamándola ‘culo gordo’. A pesar de su apariencia frágil, Charlotte es muy fuerte y tiene un gran afán de superación.

Entre las parejas que ha tenido Charlotte, destacan principalmente dos: Trey y Harry. Charlotte conoció a Trey McDougal, un joven y apuesto cirujano cardíaco, de pura casualidad, cuando ella escapaba de una cita horrible y estuvo a punto de ser atropellada por el taxi en el que viajaba Trey; cuando Trey salió para socorrerla, el flechazo entre los dos fue inmediato. Para Charlotte, Trey es el candidato ideal para ser el marido perfecto, ya que reúne todas las condiciones que busca en un hombre. Trey desciende de una familia escocesa de rancio abolengo, y su madre Bunny actúa como la matriarca de la familia. El carácter dominante de Bunny choca con el de Charlotte, quien no está acostumbrada a tantas faltas de respeto y cortesía (Bunny llega a entrar en su apartamento a cualquier hora del día y sin pedir permiso), y esto a la larga le provoca bastantes preocupaciones. Pero los mayores problemas de Charlotte y Trey surgirán a raíz de su apresurado matrimonio. El primero es la impotencia sexual de Trey, provocada por su incapacidad de ver a Charlotte como pareja sexual. La falta de sexo entre ambos llevará a la primera separación de la pareja, que termina cuando Trey empieza a sentir deseo por Charlotte, trata sus problemas de impotencia y empiezan a tener sexo de manera regular. Nuevamente juntos, tratan de reiniciar su relación, pero Charlotte empieza a insistir en la idea de tener hijos. Al ver que llevan tiempo intentándolo y no consigue quedarse embarazada, se hace unos estudios y descubre que tiene problemas de fertilidad. Charlotte trata por todos los medios de tener un hijo, ya sea recurriendo a la fecundación in vitro o proponiéndole a Trey la adopción. Pero Trey, tras aceptar en un principio, se rinde ante las dificultades y renuncia a seguir intentándolo. Poco tiempo después, y tras darse cuenta de las enormes diferencias que hay entre ellos, Charlotte y Trey deciden divorciarse de mutuo acuerdo.

Y es durante los trámites de divorcio cuando Charlotte conoce a Harry Goldenblatt, que será su abogado durante el caso. Al principio, a Charlotte no le gusta nada de Harry, ya que es todo lo contrario a lo que le gusta en un hombre: es bajo, calvo, más bien feo, tiene la espalda peluda, suda mucho y come con la boca abierta. Sin embargo, acaba acostándose con él en un impulso, y con Harry disfruta del mejor sexo que ha tenido en su vida. Empiezan a verse de manera regular y, aunque Charlotte se empecina en que su relación sea de solo sexo, al final acaba enamorándose de Harry. Pero se interpone entre ambos su religión, ya que Harry es judío y no puede casarse ni formar una familia con alguien que no sea judío. Es entonces cuando Charlotte, por amor, se convierte al judaísmo. Sus ganas de querer controlarlo todo la llevan a arruinar su relación con Harry, al que llega a decirle, en un arrebato de ira, que le da vergüenza que la vean con él. Tras varias semanas separados, ambos vuelven a verse en un encuentro de solteros en una sinagoga y Charlotte admite ante él sus errores, le pide perdón y le suplica una segunda oportunidad. Harry se emociona tanto que le pide matrimonio allí mismo, y ella acepta. Charlotte y Harry se casan en una ceremonia judía tradicional y exploran la posibilidad de tener hijos. Tras muchos intentos, Charlotte consigue quedarse embarazada, pero aborta muy pronto, lo que la deja completamente destrozada. Finalmente, hacia el final de la serie, los aprueban como padres adoptivos de una niña china a la que llamarán Lily.

Resulta muy interesante el arco de evolución de Charlotte. Pasa de ser una princesita caprichosa y exigente a amar sin límites a un hombre que es todo lo contrario de lo que a ella le parecía atractivo. Esto nos habla de una Charlotte que aprende a las malas a dejar de lado la superficialidad. Su matrimonio con Trey, basado más en el atractivo que en intereses comunes, le trajo muchos disgustos y la hizo sentirse incapacitada para el amor. Pero con Harry aprende cómo se siente al amar por primera vez en toda su vida, mirando más allá del aspecto físico, al corazón de la otra persona. Es muy divertido verla tratando de adaptarse a la convivencia con Harry en su precioso apartamento de Park Avenue, ya que Harry tiene la costumbre de ir desnudo por la casa y sentarse en los sillones a pelo, así como dejar las bolsitas de té esparcidas por todas partes; tras unos pequeños ajustes, ambos quedan contentos y aprenden a convivir juntos, a quererse y a respetarse mutuamente.

Otro elemento vital en el desarrollo de la personalidad de Charlotte es su incapacidad para tener hijos. De las cuatro amigas, es la que tiene el instinto maternal más desarrollado, la única que ansía ser madre por encima de todo… y es precisamente la única que no puede conseguirlo a menos que ocurra un milagro. Por eso se siente tan dolida cuando Miranda se queda embarazada por accidente, porque ve lo injusto de su situación y le parece horrible que otra quiera deshacerse de lo que a ella le encantaría tener. Esta carencia de hijos es lo que hace madurar a Charlotte definitivamente, haciéndole ver que todo lo bueno se hace esperar y que no tener lo que tanto ansiaba no quita que pueda ser feliz con lo que ya tiene en su vida.

domingo, 5 de marzo de 2023

Miranda Hobbes, la feminista cínica


 Miranda Hobbes



Miranda Hobbes es una feroz abogada de treinta y dos años que vive una vida tan ajetreada como satisfactoria, pues le encanta su trabajo y disfruta de las ventajas que le dan su soltería y su éxito profesional. Dentro del grupo de amigas, es la más cínica en cuestiones sentimentales, pero también suele ser la voz de la razón, motivo por el cual es una de las mejores amigas de Carrie, a quien suele recurrir a menudo cuando tiene dudas.


Biografía

Miranda nació y se crio en Filadelfia con su madre y sus dos hermanas. En la serie se nos dice que fue a la Universidad de Harvard, donde se licenció en Derecho en el año 1990. Debido a su carácter competitivo y su afán de perfeccionismo, no resulta extraño que se licenciara como una de las mejores estudiantes de su promoción. Guarda muy buenos recuerdos de su etapa universitaria, de la que conserva camisetas de la universidad y una taza donde suele beber su café matutino.

Dado que la universidad de Harvard se encuentra en Massachussets, a tres horas de Nueva York, que hubiera conocido a Carrie parece haber sido cuestión de suerte. En cierto momento, se nos dice que Carrie conoció a Miranda al encontrarla llorando en los probadores de unos grandes almacenes, posiblemente debido a su cuerpo desgarbado y poco femenino. A pesar de sus diferencias, no tardaron en hacerse buenas amigas, y Miranda llegó a ser uno de los mayores apoyos en Carrie en todas las decisiones de su vida.

Miranda acabó mudándose a Nueva York y empezó a trabajar en un bufete de abogados, llegando a ser de las más fuertes y competitivas a pesar del exacerbado machismo que todavía imperaba en dicho sector en los años 90. El éxito de Miranda queda fuera de toda duda cuando vemos que es la primera que consigue comprarse un apartamento magnífico en el corazón de Manhattan sin la ayuda financiera de nadie. Además, puede permitirse contratar a una asistenta para que le mantenga limpia la casa. 

Miranda adora el deporte, ya sea verlo o practicarlo, y es una gran fan del béisbol, en especial de los Yankees de Nueva York. En casa, sin embargo, su pasatiempo favorito es ver telenovelas junto a su gato Gordi mientras come comida china.

En cuanto a sus relaciones, Miranda siempre ha sido partidaria de no atarse demasiado a ningún hombre. Ha tenido muchas parejas sexuales (ella misma ha contado cuarenta y dos), por lo que se la podría considerar promiscua, pero no llega a los niveles de su amiga Samantha.


Personalidad

En las primeras temporadas, la imagen de Miranda es muy masculina. A diferencia de sus amigas, ella lleva el pelo corto, viste trajes de corte recto y no usa mucho color en sus atuendos, lo que casa con su carácter perfeccionista y con la imagen profesional que quiere dar. Miranda vive por y para su trabajo, llegando a trabajar hasta cincuenta horas a la semana para obtener la confianza de los socios y recibir los mejores casos, lo que a la larga le otorgará más prestigio dentro del bufete.

El problema viene cuando la rigidez de Miranda choca de frente con el acercamiento de los demás. Al trabajar en un entorno tan competitivo, es común que Miranda se tome las relaciones amorosas como un juego de poder en el que ella quiere llevar siempre la voz cantante o, por lo menos, estar al mismo nivel que el hombre. Esto la convierte en una mujer muy intransigente con la sensibilidad o defectos de sus parejas. Por ejemplo, se mostró muy molesta cuando una de sus parejas, un hombre criado en una familia muy puritana, se duchaba justo después de tener sexo; y le sucedió lo mismo con otro hombre, de quien no dejaba de quejarse porque él se empeñaba en hablar durante el acto sexual.

Pese a todo, Miranda es honesta, audaz, inteligente y no tiene miedo a decir lo que piensa, aunque a veces se muestra muy hiriente en sus palabras. Es muy famoso su estallido de furia contra Carrie cuando esta le confiesa que está volviendo a ver a Big, con quien ya había tenido muchos problemas. Tampoco se recató en alzar la voz contra sus amigas porque habían llegado a un punto en el que solo hablaban de hombres. Esto nos dice mucho acerca de su personalidad feminista. Firme defensora de la mujer en puestos de poder, Miranda demuestra día a día que puede lograr por sí misma todo lo que se proponga, aunque para ello tenga que luchar contra todo el sistema. La mayor fortaleza de Miranda se convierte así en su peor debilidad, porque sus elevadas exigencias la vuelven demasiado inflexible con sus seres queridos. Logra el éxito profesional que tanto persigue, pero a cambio se ve obligada a renunciar a los sentimientos. Ella misma se da cuenta de que tiene debilidades, pero no se atreve a confesarlas para no parecer vulnerable ante los demás. 

A primera vista, y a pesar de sus muchas parejas sexuales, se podría pensar que Miranda es la que menos éxito en el amor tendrá. Tiene un humor mordaz, pero en el fondo es la más insegura de las cuatro: sus amigas son mucho más guapas, tienen más estilo, visten mejor que ella… y ella es desgarbada, tiene un cuerpo poco femenino y no le presta mucha atención a detalles como sus uñas o su pelo. Durante una temporada ha tenido que llevar aparato en los dientes, lo que le causaba una gran vergüenza y la hacía mostrarse muy susceptible, pues pensaba que todo el mundo la miraba y se reía de ella. Ocurrió otro tanto cuando se quedó embarazada y engordó, lo que la hizo sentir muy insegura.

En cuanto a sus principales parejas en la serie, aquellas con las que ha tenido una relación más larga, destacamos a tres. El primero fue Skipper Johnston, un diseñador de páginas web de veintisiete años al que conoce a través de Carrie. Miranda empieza a salir con él de manera esporádica, pero le considera demasiado joven, sensible e inmaduro, y le molesta su visión romántica de la vida, puesto que choca con su cinismo. Aunque mantiene una relación sexual intermitente con Skipper, en realidad Miranda no desea atarse a él, mientras que Skipper sí está terriblemente enamorado de ella, hasta el punto de considerarla la mujer perfecta. La ruptura entre ambos viene dada precisamente por esta desavenencia. En cierto momento, Skipper decide empezar a salir con otra chica, lo que lleva a Miranda a llamarle para disfrutar con él de sexo sin compromiso; Skipper, creyendo que Miranda quiere estar con él para toda la vida, llega incluso a cortar con su chica en medio del acto sexual. Pero, al darse cuenta de que Miranda no quiere nada serio, desaparece de escena y no volveremos a saber nada de él.

Otra de las relaciones largas de Miranda, ya casi al final de la serie, fue la que mantuvo con el doctor Robert Leeds. Robert es un exitoso médico deportivo de los New York Knicks, a quien Miranda conoce mientras le entrevista con otros miembros de la junta de inquilinos de su edificio para ocupar un apartamento vacante. A la llegada de Robert, Miranda se queda prendada de él. Con el tiempo, los dos comienzan una corta pero ardiente relación romántica (el afán de Miranda por experimentar una relación interracial se debe a su obsesión fanática por una serie de la BBC titulada Jules y Mimi). Pero a pesar de la chispa que hay entre ambos, Miranda no puede controlar su anhelo por Steve. Finalmente, en la fiesta del primer cumpleaños de su hijo, Miranda le confiesa su amor a Steve, dando por terminada su relación con Robert.

Y así, llegamos a Steve Brady, el gran amor de Miranda. Steve y Miranda se conocieron en el bar donde trabajaba él. Aunque Miranda simplemente ve a Steve como un rollo de una noche después de conocerse, Steve percibe una fuerte conexión y le pide que se vuelvan a ver. Miranda se niega al principio, pero se convierten en pareja después de que ella se dé cuenta de la fuerte atracción que siente por él. La diferencia económica de la pareja crea tensiones en su relación y acaban rompiendo. Sin embargo, mantienen una relación amistosa, que a menudo desemboca en una relación sexual entre ambos. Después de que Steve pierda uno de sus testículos a causa del cáncer, Miranda se compadece y acaba acostándose con él, cosa que provoca su embarazo. Al principio piensa en abortar para evitar que Steve se entere de que está embarazada. Sin embargo, en la clínica cambia de opinión y decide quedarse con el bebé. Fiel a su idea de tener compromiso cero, Miranda le dice a Steve que ella asumirá toda la responsabilidad, incluida la crianza del niño y todos los gastos relacionados, pero que Steve puede "visitarles" cuando quiera. Miranda da a luz a Brady Hobbes (un homenaje a sus respectivos apellidos), y ambos intentan criarlo juntos como pareja platónica. Con el tiempo, Miranda acaba dándose cuenta de que quiere a Steve, pero cuando intenta confesarle lo que siente por él, descubre que está saliendo con otra mujer, Debbie. Finalmente, en la primera fiesta de cumpleaños de Brady, Miranda acaba confesando su amor por Steve y, para su alegría y sorpresa, Steve admite que él también ama a Miranda. Se besan y, a las tres semanas, vuelven a estar juntos; permanecen juntos durante el resto de la serie, acaban casándose y comprando una casa adosada en Brooklyn para su creciente familia.

El arco de Miranda es uno de los que muestra una mayor evolución, pues acaba convirtiéndose en todo aquello que tanto la repelía al comienzo de la serie. De dura abogada soltera, pasa a ser madre y tener que compaginar su soltería con su carrera profesional y la crianza de un hijo. Es muy interesante ver la evolución de Miranda en este aspecto, que no es sino la evolución del propio personaje. Aunque lucha con uñas y dientes por llevar siempre la vida que quiere, se da cuenta de que los cambios ocurren y tiene que adaptarse lo mejor que pueda. Y así, con el tiempo, comprende que su vida, aunque no es exactamente como se la había imaginado, es maravillosa.


lunes, 27 de febrero de 2023

Carrie Bradshaw, la escritora cosmopolita

 

¡Hola a todos!

No cabe duda de que Sexo en Nueva York marcó un antes y un después dentro de la ficción televisiva. La serie terminó en el año 2004 tras seis exitosas temporadas, pero casi dos décadas más tarde resulta inevitable no disfrutar con los capítulos de una serie que acabó convirtiéndose en un icono de la televisión de los 90 y principios de los 2000. Es una de las series más famosas de todos los tiempos, principalmente gracias a su habilidad para conjugar la personalidad de cuatro mujeres muy diferentes que, salvando las distancias, servían como espejo en el que la mujer de los 90 podía reflejarse. Si a esto le añadimos el toque cómico y un vestuario que causó las delicias de cientos de mujeres, tenemos los elementos necesarios para disfrutar de lo lindo con una serie que no solo servía para evadirse, sino que también nos invitaba a reflexionar sobre situaciones cotidianas que todos hemos vivido alguna vez.

Hablar de Sexo en Nueva York implica hablar necesariamente de cuatro mujeres, sin las cuales esta serie no existiría. Carrie, Miranda, Charlotte y Samantha forman parte ya del imaginario público. Todos conocemos sus rostros, su personalidad, su manera de actuar, su estilo... Son parte de la cultura popular, y fueron concebidas como tropos de la mujer treintañera de finales del siglo XX, con personalidades en las que podíamos vernos reflejadas o con comportamientos que nosotras mismas podíamos tener. En esta serie de cuatro posts, voy a ir desgranando una por una a estas cuatro mujeres basándome sobre todo en la serie televisiva (voy a obviar detalles de las películas y la nueva serie porque no las he visto). Todas tienen sus más y sus menos, pero todas son inolvidables.

Espero que os guste.


Carrie Bradshaw




Caroline Marie Bradshaw, más conocida como Carrie, es una escritora treintañera afincada en Nueva York que trabaja como columnista para el periódico The New York Star. Su chispa y su gran sentido de la moda le han granjeado mucha popularidad y la han llevado a convertirse en uno de los iconos de la ciudad de Nueva York. Su columna, titulada precisamente Sexo en Nueva York, es un compendio de sus aventuras sexuales y las de sus amigas, que son fuente de inspiración constante para todo tipo de situaciones.


Biografía

Poco se sabe de la vida de Carrie antes de llegar a Nueva York, ya que suele ser bastante reacia a hablar de su pasado. Desde muy temprana edad, sufrió el drama del abandono cuando su padre se fue de casa, dejándola sola con su madre y su hermana menor Dorrit; por aquel entonces, Carrie solo tenía cinco años. Fue al instituto, donde empezó a tener relaciones amorosas con varios chicos, aunque Carrie menciona a dos como aquellos que supusieron un cambio en su vida: un chico llamado Jeremy, del que estuvo muy encaprichada; y Seth Bateman, con quien perdió la virginidad en 9º grado.

Tras la muerte de su madre, Carrie decidió dejar atrás su hogar y se mudó a Nueva York en el año 1986, con tan solo veinte años, aunque es posible que sus ganas de ir a Nueva York empezasen antes, alrededor de los diecisiete o dieciocho años. Es bastante probable que llegase a la gran ciudad con lo puesto, sin trabajo y sin ahorros, ya que en cierto momento de la serie, su amigo Stanford comenta que cuando él la conoció, Carrie viajaba en el metro y llevaba zuecos (en el original, Candie's). Como tenía cierta experiencia escribiendo para varias revistas, acabó encontrando un empleo como columnista en un pequeño periódico, aunque la fama le vendría unos años más tarde. A finales de los 80 tuvo un encuentro casual con un caramero del restaurante The Saloon del que quedó embarazada; pero como apenas sabía nada del chico y no se sentía preparada para ser madre, se sometió a un aborto.

Carrie vive en Manhattan, en un pequeño apartamento de renta controlada situado en el Upper East Side, en la 73 entre Park y Madison. Gran amante de las fiestas, sale muchas noches a la semana y se la suele ver en distintos locales de moda. Es fumadora social y a menudo disfruta de cócteles, siendo su favorito el Cosmopolitan (que se popularizó gracias a la serie). Ha tenido varias parejas de corta duración, la mayoría de ellas encuentros de una sola noche o de pocas semanas. Pero aunque disfruta plenamente de su soltería, en el fondo Carrie es una chica bastante romántica y chapada a la antigua. Su mayor sueño es encontrar a un hombre del que enamorarse perdidamente, a pesar de que a menudo se plantea si ella es el tipo de mujer que se casa y forma una familia.

Carrie escribe una columna semanal para el diario The New York Star. La columna se centra en las aventuras sentimentales propias y las de sus tres amigas Charlotte, Miranda y Samantha, aunque también se inspira en otros amigos para relatar algunas anécdotas. Su columna es tan popular que le ha dado mucha fama en la ciudad; es bastante habitual que la gente la reconozca por la calle y se refieran a ella como un auténtico icono de Nueva York. Más adelante, Carrie comienza a escribir de manera independiente algunos artículos para la revista Vogue. En cierto momento en la serie, surge la posibilidad de que su columna sea adaptada para el guion de una película (que protagonizaría Matthew McConaughey en la ficción); más adelante, dos editoras deciden reunir algunos de sus mejores artículos y los recopilan en un libro que se convierte en todo un best-seller.


Personalidad

De las cuatro chicas del grupo, es posible que Carrie sea la más icónica y conocida. Adora la moda, escribe estupendamente sobre sexo y amor, y quiere a sus amigas por encima de todo. Se podría decir de ella que es alegre, ingeniosa, observadora, abierta a vivir nuevas experiencias y a escuchar todo lo que le tienen que decir. Sus amigos suelen confiar en ella para contarle sus problemas y pedirle consejo, demostrando así lo mucho que valoran su opinión.

Por otra parte, Carrie tiene un carácter que puede resultar difícil de agradar. La forma en que trata a sus amigas y sus parejas, o su tendencia al egocentrismo son defectos que todos podemos señalar, pero que también contribuyen a darle un aire más humano. Las voces en off de la serie nos dan su punto de vista directo, de manera que el espectador pueda comprender lo que pasa por su mente y el por qué de las decisiones que toma, pero, con todo, hay muchos momentos en los que cuesta entenderla.

Empecemos hablando de la moda: una de las cosas que más fascina de Carrie es su sentido de la moda. Hablamos de una mujer que tiene un guardarropa lleno de vestidos de diseñador y un centenar de zapatos a 450 dólares el par, como mínimo. A pesar de que no deja de ser una escritora con ingresos más bien modestos, es una auténtica fanática de las compras, las marcas y los desfiles de moda. Su obsesión por las compras le ha acarreado a menudo problemas financieros, como el exceder más de una vez el límite de la tarjeta de crédito, por lo que podemos decir que es bastante irresponsable cuando se trata de administrar su dinero. Es muy conocido el gran problema que tuvo cuando se vio obligada a tener que comprar su apartamento, y se dio cuenta de que no tenía ningún ahorro porque a lo largo de su vida se había gastado la friolera de 40.000 dólares solo en zapatos. 

Por otra parte, una faceta de Carrie que gusta poco es su particular concepto de la amistad. Cierto que siempre está ahí para escuchar a sus amigas, apoyarlas y acompañarlas en los momentos más duros o importantes de sus vidas, pero hay ocasiones en las que Carrie se olvida un poco del significado de la palabra ‘amistad’. Son varias las veces en las que es capaz de dejar plantadas a sus amigas porque está con un hombre o porque recibe una llamada, dejándolas colgadas y sin dar explicaciones, y mucho menos disculparse. Se inventa cualquier excusa, pone ojitos de cordero degollado y sus amigas acaban por perdonarla.

Además de cambiar a sus amigas por hombres cuando le conviene más el plan, Carrie tiende a hacer que todo el universo gire a su alrededor. Si alguna de sus amigas comenta que tiene problemas y que no sabe qué va a hacer para solucionarlos, Carrie rápidamente consigue que la conversación vuelva a centrarse en ella, ya sea contando algo que le ha pasado o enseñando su nuevo bolsito para que opinen de él. Esto nos hace pensar que, en realidad, los problemas de sus amigas no le importan tanto como nos quiere hacer creer, o que necesita desesperadamente ser el centro de atención. Además, suele hacer oídos sordos a los consejos de sus amigas, y si se da la casualidad de que dos de ellas le dan consejos que se contraponen, siempre opta por el que peor resultado le da. También exige mucho de sus amigas mientras que ella no ofrece nada a cambio; sirvan como ejemplos cuando le recriminó a Samantha que no ayudara a Miranda a cuidar de su hijo cuando la propia Carrie tampoco lo hacía, o cuando cargó contra Charlotte porque no le ofreció dinero para pagar sus deudas.

Sin embargo, lo que ningún espectador le ha podido perdonar nunca fue que estigmatizara a Samantha por pillarla practicándole sexo oral a un repartidor de correos en su oficina. Para ser una columnista de sexo, Carrie tiene un pensamiento bastante cerrado. Su manera de llevar el asunto, que para cualquier otra persona habría quedado en una mera anécdota un poco incómoda, es juzgar a Samantha por hacer cosas que ella nunca haría porque le parecen de mal gusto, pero que no dejan de ser la elección de Samantha y su manera de vivir su sexualidad. Y no es esta la única vez que Carrie mostró su lado más retrógrado en lo que a sexo se refiere. En cierta ocasión, tuvo la oportunidad de salir con un joven bisexual llamado Sean, y a Carrie no parecía entrarle en la cabeza que una persona pudiese sentirse atraída por ambos sexos, llegando a cuestionar al chico y decir de él que en realidad era un gay reprimido. Cierto es que la serie tiene más de veinte años y ciertas opiniones que había entonces hoy no las compartimos, pero resulta extraño que esto le ocurra a Carrie, precisamente porque ella escribe sobre sexo y tendría que ser más abierta a la existencia de este tipo de inclinaciones sexuales.

En cuanto a sus affairs con los hombres, Carrie sobresale por ser la que tiene las relaciones más accidentadas y llenas de altibajos, quizá porque tiene la fea costumbre de tratar a los hombres como pañuelos de usar y tirar o de intentar cambiarlos para que sean como ella quiere. ¿Y qué sucede si estos no pasan por el aro? Pues que Carrie les da un ultimátum que ellos aceptan a regañadientes o lo rechazan y se alejan de ella, dejándola triste, desconsolada y preguntándose qué ha hecho mal.

Veamos a algunas de sus parejas. De todas las relaciones serias que ha tenido Carrie a lo largo de la serie, es posible que la que más le haya marcado fuese la que mantuvo con Mr. Big, apodo tras el que se esconde John James Preston, un gran empresario neoyorquino. Se conocieron de manera casual, tras tropezar en una calle de Manhattan, y desde entonces Carrie no se lo puede sacar de la cabeza. Tras varios encuentros en fiestas y eventos, empiezan una relación que tendrá muchas idas y venidas, tanto por las inseguridades de Carrie como por la falta de compromiso de Big. Y es que da la sensación de que siempre están en lugares equivocados de la relación. A pesar de ser mayor que Carrie, Big es muy inmaduro, ama demasiado su soltería y detesta que traten de atarle, aunque no se da cuenta de que él mismo está haciendo que los demás se aten a él. Y Carrie, en su afán de exigir demasiado de los demás, se empeña en pedirle cosas que sabe que no está dispuesto a dar o se permite ejercer con él su faceta de salvadora de almas. La dependencia emocional entre ambos es tan grande que han llegado incluso a ser infieles a sus respectivas parejas por estar juntos, aun a sabiendas de que eso les haría daño a todos. A pesar de todo, son incapaces de vivir el uno sin el otro porque, en realidad, son tal para cual.

La segunda relación más larga de Carrie fue con Aidan Shaw, un guapo diseñador de muebles, dulce y sincero. Para muchos, Aidan era el novio perfecto para Carrie. Es tan atento, amable y servicial que la propia Carrie duda ante tanta perfección, pero finalmente acepta salir con él. Su relación se va al traste cuando Carrie le pone los cuernos con Big, que en esos momentos estaba casado con su segunda esposa Natasha, y se lo confiesa el día en que ambos tienen que ir a una boda, a pocos minutos de salir. Meses después, vuelve a reencontrarse con Aidan y le pide una segunda oportunidad. Aidan acepta y vuelven a salir, y esta vez las cosas avanzan más rápido, pues llegan a vivir juntos una temporada; además, Aidan compra el apartamento de al lado para reformarlo y agrandar el que ya tienen, tras lo cual le pide matrimonio a Carrie. En principio, ella acepta la propuesta, pero a los pocos días empieza a sentirse agobiada por la perspectiva de la boda y porque se da cuenta de que Aidan solo quiere casarse con ella porque sigue sin fiarse de que no vuelva a serle infiel. Tras esta segunda ruptura, Aidan se marcha y lo último que sabemos de él es que se casa con una mujer llamada Kathy, con quien tendrá tres hijos.

Le toca el turno ahora a Jack Berger, personaje que aparece y desaparece en muy poco tiempo. Se podría decir que Berger es la contraparte intelectual de Carrie. Es un novelista con un sentido del humor bastante sarcástico. La relación entre ellos dos está basada en bromas ingeniosas, pensamientos comunes, cierta atracción y honestidad. Sin embargo, se enturbiará por culpa de las inseguridades profesionales de Berger. Mientras que Carrie empieza a descollar y triunfar como escritora, él se ve cada vez más hundido y no es capaz de salir a flote. Escribe cada vez menos y se enfurece cuando Carrie le hace preguntas sobre sus proyectos. La realidad es que Berger no soporta que su novia tenga más éxito que él, y esto a la larga acabará desgastando la relación, hasta el punto de que Carrie no verá otra solución más que cortar. Sin embargo, Berger se le adelanta y protagoniza la que está considerada como una de las rupturas más miserables de toda la serie: corta con ella a través de un post-it.

Y, por último, tenemos a Aleksandr Petrovsky, un artista ruso de mediana edad. Su relación empieza muy bien, pero con él Carrie empieza a tener varias crisis de edad, debido a que Aleksandr tiene ya una hija de veinte años y se niega a tener más hijos, lo que hace que Carrie se plantee ciertas cuestiones sobre la maternidad. Finalmente, decide darle una oportunidad a su relación, a pesar del hecho cada vez más notable de que Petrovsky no está tan comprometido emocionalmente como ella. Es muy egotista y vive para su trabajo, algo que ya le acarreó problemas en su anterior matrimonio, que terminó en divorcio. En cierto momento, convence a Carrie de que se vaya a vivir con él a París. Sin embargo, la ilusión de Carrie se viene abajo a los pocos días de estar en la capital francesa, ya que no habla el idioma, está sola todo el día y se da cuenta de que para Petrovsky siempre será algo secundario en su vida. Al final, deja a Petrovsky y se reencuentra con Big, con quien volverá de manera definitiva.


domingo, 30 de octubre de 2022

'Las ratas', un cuento para Halloween

 

¡Hola a todos!

Qué poco falta para que se termine el año, ¿verdad? Muchas cosas han pasado este 2022, que no será recordado como uno de los mejores años de mi vida, pero tampoco de los peores. Mi vida no tiene sobresaltos inesperados, mis seres queridos se encuentran bastante bien y, en general, me puedo considerar una persona feliz. Quizá haga un pequeño repaso de este año más adelante, ya que el tema que me trae aquí es otro.

Hoy, mirando cositas en Instagram, di con la cuenta de una chica que, en sus stories, había subido un dibujo de Occimorons con el siguiente mensaje:

Este Halloween no participemos en actividades que tengan psiquiátricos como escenario para recrear historias de miedo usando a personas con problemas de salud mental. Es estigmatizante y una falta de respeto.

Y yo pregunto: ¿Estigmatizante, por qué? ¿Una falta de respeto, por qué? Si hay algo a lo que el ser humano teme por encima de todas las cosas es la enfermedad mental, ya sea propia o la de otro. De hecho, las grandes historias de terror tienen como gran protagonista la enfermedad mental. No estaríamos hablando de Misery de no ser por la psicótica enfermera Annie Wilkes, ni recordaríamos El Resplandor de no ser por Jack Torrance y sus visiones, que recuerdan mucho a la esquizofrenia paranoide. No habríamos sabido del asesino Ted Bundy, que fue diagnosticado como un psicópata maníaco-depresivo. O tampoco de John Forbes Nash, brillante matemático que padecía un trastorno mental que le hacía romper con la realidad y tener delirios de persecución.

¿Quiero decir con esto que la enfermedad mental es algo terrible que siempre termina en crimen? Desde luego que no; de hecho, con el debido tratamiento, una persona con una enfermedad mental puede llevar una vida perfectamente normal. No todos los esquizofrénicos se están preparando para atacarte porque se lo ordenan las voces de su cabeza, y no todos los psicópatas acaban convirtiéndose en asesinos seriales. Pero hay que reconocer que la enfermedad mental causa un pavor difícil de describir, porque el ser humano es incapaz de comprenderla, tanto si la padece él como si la padece otro. Tememos lo que no conocemos, y si se trata de algo que puede llegar a convertirse en potencialmente peligroso, más miedo nos causará. Pero de ahí a decir que es una falta de respeto o que estigmatiza a quien la padece, hay un abismo muy grande.

Sinceramente, a mí esto de proponer que se quite el tema del psiquiátrico del mundo del terror me parece que es otra de tantas imposiciones que se quieren hacer desde ciertos sectores progresistas. Y como a mí no me gustan las imposiciones, y menos aún cuando tocan mi creatividad, pues he decidido pasar de todo y traeros este cuento que he escrito para celebrar el mes de Halloween. Me haría muy feliz que lo leyerais y comentarais lo que más os gusta y lo que no os ha gustado tanto; eso sí, os pediría que no lo reproduzcáis a menos que me citéis como autora y pongáis un enlace a este blog, que es donde procede.

¡Hasta pronto!



LAS RATAS


¡Es cierto! ¡Todo lo que les he dicho es completamente cierto! Sí, sé lo que están pensando: que soy una persona de mente inestable, con paranoia y alucinaciones. Conozco lo que dicen esos informes que tienen ustedes ahí delante, y les puedo asegurar que todo lo que dicen es verdad. Pero también es verdad, y quiero que me escuchen bien, que todo aquello con lo que sueño se hace realidad.

Esto es difícil de explicar. Mi madre sabría decírselo mejor, pero la pobre ya no está en este mundo. Mi madre, bendita sea, también tenía lo mismo que yo. Ella decía que era un don, un regalo de Dios… pero yo creo que es una maldición. Tiene que serlo. Yo… Mis sueños no deberían hacerse realidad. Si al menos fuesen buenos sueños… Pero lo que yo tengo son pesadillas. Cosas espantosas pasan por mi cabeza, toman forma en mis sueños y cobran vida al despertar. Son productos de mi imaginación exaltada, lo sé, pero eso no los hace menos reales. Están vivos… y vienen a por mí.

Primero vinieron las serpientes. Odio las serpientes, las detesto. Son falsas y traicioneras, y se arrastran de una manera horrible. Las detesto tanto que procuro no pensar en ellas, pero a veces mis pensamientos me traicionan y sueño con ellas. Entonces es cuando se convierten en seres de carne y hueso y reptan hacia mí para atacarme con sus colmillos afilados. ¡No traten de negarlo! ¿Qué saben ustedes de lo que yo veo? Si estuvieran en mi lugar, ustedes también lo verían, pero prefieren fiarse de lo que dicen esos informes, ¿verdad? Los médicos les han contado que esas serpientes no eran más que mis sábanas hechas jirones, pero eran serpientes antes de que yo las matara estrangulándolas.

Sucedió lo mismo con las arañas. Aquella noche soñé con arañas negras y peludas que trepaban por mis piernas y se metían entre mi ropa. ¡Oh, qué asco sentí al verlas! Me causaron tanta repulsa que quería aplastarlas bajo mi zapato, estrujarlas hasta que dejaran de moverse. Y eso hice: las maté una por una, y sus restos se convirtieron en pelusas. Sí, esas mismas pelusas de las que seguramente les han hablado los médicos que me atienden. Durante días estuvieron tratando de convencerme de que había estado pisoteando pelusas. Siguieron sin creerme. No entendían que se habían convertido en pelusas después de que yo las matara. Para ellos fue muy fácil limpiar el estropicio después de que yo hubiera hecho el trabajo sucio. Solo tuvieron que recoger pelusas en vez de cadáveres de araña machacados. 

¿Y ahora qué? ¿Qué les han dicho de mí después de lo ocurrido? Que soy un lunático, un demente y un asesino. Pero les vuelvo a decir que yo sé lo que vi. ¡Y lo que vi fueron ratas! ¡Horribles, apestosas ratas! ¡Las odio con todo mi ser! Las serpientes me causan desagrado y por las arañas no siento más que asco, pero las ratas… ¡Oh, las ratas en verdad sacan lo peor de mí! Son asquerosas, repulsivas, con esos dientecillos que lo muerden todo. ¡Ojalá desapareciesen todas las ratas del mundo! De todos modos, ¿para qué sirven? Son una plaga, y las plagas hay que destruirlas. Ratas… ¡Ratas! Aquella noche soñé con ellas, y fue la peor pesadilla que tuve en muchos años. Cuando las vi trepando por mis piernas, supe que era cuestión de tiempo que se convirtieran en criaturas de carne y hueso. Tenía que matarlas, ¿no pueden entenderlo? ¿Qué hubieran hecho ustedes en mi lugar? Estoy seguro de que harían lo mismo que yo: aplastarlas a martillazos si fuese necesario.

A nosotros no se nos permite tener martillos, pero el ingenio del ser humano es brillante cuando se trata de su propia supervivencia. Las ratas aparecieron ante mí a la hora de comer, cuando todos los internos estábamos reunidos en el comedor principal. Aparecieron en la mesa para devorar todo lo que allí hubiera y para morderme las manos, y yo hice lo normal: defenderme. Agarré el tenedor y lo clavé una, y otra, y otra vez en todos y cada uno de esos repugnantes roedores, hasta que todos murieron desangrados. ¿Cómo iba a saber yo que las ratas se iban a transformar en las manos de los enfermos que residen aquí? ¡Yo no tenía manera de saberlo y además tenía que defenderme! Ustedes me entienden, ¿verdad que sí? Ahora es cuando me dirán que me comprenden perfectamente, que lo mismo hubieran hecho ustedes en mi situación. Eran las ratas o yo; no tenía otra alternativa. Yo no quería hacerle daño a nadie. Soy un buen hombre, lo juro. ¡Lo juro! ¡No quería hacerle daño a nadie! Pero las manos mutiladas… Tantos gritos, tanta sangre derramada…

Que Dios me ayude y me salve. El Infierno me aguarda y será una habitación llena de ratas.


viernes, 2 de septiembre de 2022

Callaos la puta boca

 

Antes de empezar esta entrada, me gustaría lanzar una pregunta al aire: ¿Yo le debo algo a alguien?

Lo digo porque ayer me metí en un grupo en Facebook donde se discutía acerca de los cambios raciales incluidos en la serie La Casa del Dragón, que se emite actualmente en la plataforma HBO. El tema del debate surgía a colación de unas declaraciones del actor Steve Toussaint, quien interpreta a Corlys Velaryon en la serie, y que afirmaba que la oleada de críticas que recibía su personaje se debía a que los espectadores racistas no soportaban ver a un negro interpretando a un personaje rico y noble, y que hubieran preferido verlo como pirata y malhechor. Mi intervención se limitaba a señalar que tal cosa no era cierta: que si los fans criticábamos su elección para tal papel se debía más bien a que no encaja con la imagen que se nos hizo ver sobre los oriundos de Valyria, que suelen ser descritos como de piel pálida, cabellos de color blanco o platino, belleza fuera de lo común y ojos de color lila, índigo o violeta.

Adivinad qué: No tardó en asaltarme el típico defensor de lo políticamente correcto para señalar mi racismo y, de paso, animar a otros a que se unieran a la fiesta. El resultado fue que una horda de guerreros de la justicia social se lanzaron a por mí a insultarme, a tergiversar mis palabras, a burlarse de mí y a ridiculizarme por el simple hecho de haber expresado mi opinión y haber argumentado. Sus ataques pueden resumirse en una frase tan simplista, tan absoluta y tan radical como la que sigue: Si no te gusta el personaje porque es negro, es que eres racista.

Confieso que el insulto me dolió y me hizo sentir molesta. Y no soy la mejor persona del mundo cuando me cabreo, ya que suelo decir cosas de las que quizás después me arrepienta. No quería contestar en caliente porque me conozco y sé que podría estallar, pero eso no significa que sus comentarios no me afecten, sobre todo cuando provienen de personas que no me conocen y que, no obstante, se atreven a juzgarme basándose en su propia ideología para ello. Porque sí, amigos, los progres se valen de su ideología para normalizar cosas estúpidas que ellos ven correctas porque se adapta a su manera de ver el mundo como un lugar bonito, justo e inclusivo para todos. Excepto para los que no piensan igual que ellos, claro.

De primeras, que a mí me moleste una mala adaptación que hicieron de un personaje no me convierte en una mala persona. En el fondo no deja de ser una estupidez, pero esta gente, con argumentos ladinos y tendenciosos, descontextualizan la situación y le dan un matiz negativo que nada tiene que ver. Da igual el tema del que se trate: ellos siempre verán tu crítica como un ataque a la raza o al género, y como son guerreros de la justicia, su deber es señalarte como racista, machista, fascista o lo que sea, solo porque no piensas igual que ellos y te niegas a pasar por el aro que ellos cruzaron alegremente. Es muy común que se pongan a la defensiva y hagan comparaciones con cosas que no son equiparables, buscando la manera de dejarte en ridículo y hacerte callar.

No es la primera vez que ocurre esto. Esta dinámica de aceptar sin rechistar la cuota de inclusividad que ofrecen las nuevas series y películas que salen actualmente lleva unos cuantos años dándose en nuestra sociedad. Pasó algo así cuando se estrenó en teatros la última obra del universo de Harry Potter, titulada Harry Potter y el Legado Maldito, en donde la actriz que interpretaba a Hermione Granger era de raza negra, lo cual la alejaba muchísimo de la imagen cinematográfica que todos teníamos de ella. No fueron pocos los fans que se quejaron de esto y, aunque es bien cierto que cada persona es un mundo y que nunca llueve a gusto de todos, debo reconocer que sus críticas tenían cierta base.

Cuando un escritor concibe una historia, su imaginación dibuja todo tipo de lugares, nombres y escenarios que le van a dar vida y riqueza a lo que quiere contar. Por eso, cuanto más fantástico es el mundo, más curiosos son los parajes por donde van los personajes y más rarezas encontramos. Mundos donde existen los dragones, los ángeles, las sirenas y los elfos; lugares encantados donde las ciudades se construyen en los aires o en el fondo del mar, o incluso en el espacio exterior. Y razas de todo tipo, cada una con sus características definitorias, su historia y sus peculiaridades.

En el mundo creado por George R. R. Martin hay una gran variedad racial, muchas veces dependiendo del lugar de procedencia del personaje. Es más probable que encontremos personas de raza negra en Astapor o en las Islas del Verano antes que en Poniente, donde predominan las personas de raza blanca. Otro tanto ocurre con Valyria y sus habitantes, pues el propio Martin les describió de una forma un tanto similar a los Altos Elfos de Tolkien, con esa majestuosidad y ese aspecto físico fuera de lo común. Y sí, es muy probable que Martin los dibujase blancos en su fantasía. Aunque hace poco declaró en una entrevista que le parecía interesante la idea de haber hecho negros a los valyrios, afirmó que tal idea se le había ocurrido demasiado tarde. En otras palabras, que en su momento se decantó por hacer blancos a los valyrios y no solo eso, sino que también los volvió celosos de la pureza de su sangre, llegando a recurrir al incesto en numerosas ocasiones por su obsesión con mantener pura su sangre valyria. El lore está ya terminado; las características de las diferentes razas ya están establecidas. Entonces, ¿por qué cambiar ahora e introducir a un actor negro cuyo aspecto no encaja con el personaje que interpreta?

La respuesta está clara: agenda política. Las productoras cinematográficas y las diferentes plataformas de televisión están muy puestas en los temas que saben que les van a garantizar más apoyo y subvenciones por parte de los Gobiernos, y da la casualidad de que todo el movimiento progresista es de lo más generoso en ese aspecto. Cuando no es el feminismo el que pide más visibilidad, es el movimiento LGBTIQ+; y cuando este tema ya está muy gastado, le toca el turno de reivindicación al Black Lives Matter. Con el objetivo de alcanzar una mayor visibilización, las productoras deben cumplir una serie de cuotas en pantalla, que pasan por poner a más personajes femeninos inteligentes (cosa que consiguen haciendo que los personajes masculinos sean bobos), a personajes con género fluido o no binario, relaciones homosexuales metidas con calzador y, por supuesto, actores de raza negra interpretando a personajes que fueron concebidos como de raza blanca. Excusas para justificar esto tienen muchas: que si estos cambios no afectan a la trama, que si no se menciona en ninguna parte del material original, que si no te gustan los cambios es porque tienes problemas con ese grupo desfavorecido... Da igual que los cambios choquen con la coherencia de la trama o el lore establecido, o incluso con el propio legendarium del autor. Lo único que les importa es cumplir las cuotas establecidas y cobrar la sustanciosa subvención.

No hace falta más que echar un vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta de que estamos rodeados de agenda política inclusiva. La polémica saltó en su día por la pésima representación del que será el live action de La Sirenita de Disney (también conocida como La Sinegrita), pues el personaje de Ariel pasó de ser una adolescente blanca y pelirroja a una mujer de raza negra que no se parece en nada al entrañable personaje animado. Pasó tres cuartos de lo mismo con la última adaptación de Netflix de Ana Bolena, en la que la segunda esposa de Enrique VIII no solo es interpretada por una mujer negra, sino que además es víctima del patriarcado opresor (y así, de paso, cumplimos la cuota feminista). También se repite la historia en la muy reciente Los Anillos de Poder, creada por Amazon Prime Video, con la inclusión de un elfo de raza negra cuando en el lore original de Tolkien se les describe como criaturas de piel pálida y casi resplandeciente.

Pero, ¿cuál es el problema que los fans tenemos con estas adaptaciones? ¿Será verdad que nos importa más el color de la piel que la trama que subyace en la película? Yo diría que no, y es fácil de demostrar. Para empezar, porque cuando un fan se mete de lleno en el lore de una saga, trata de aprender lo más posible de ella, embeberse de esa cultura fantástica y reconocer a los personajes por sus rasgos físicos. Por eso, cuando distintos artistas dibujan al mismo personaje, cada uno con su estilo, seguimos reconociendo al personaje, porque tiene una serie de rasgos y características que le hacen único.

El problema principal es que los guionistas se saltan una norma y luego no la justifican. Cambian la raza o el sexo de un personaje pero no se molestan en explicar el por qué de ese cambio y las alteraciones que provocará en la trama principal; a cambio, te pondrán delante una lista donde expondrán punto por punto por qué te tiene que gustar su serie o película de turno. ¿Y por qué me tendría que gustar? Mis gustos son muy personales y algo puede gustarme por una cosa o disgustarme por otra, y eso puede ser todo lo arbitrario que yo quiera. El diseño de un personaje es muy importante, llegando en ocasiones a ser indispensable para el éxito de una serie o película. Pero las productoras saben que hay muchos estúpidos que defienden a capa y espada la inclusión y que van a ver sus series y películas. A Netflix, Disney, Amazon y HBO les importa una mierda la inclusión, el feminismo o las cuestiones de género. Lo único que les importa es el dinero, y saben que la inclusión forzada se lo está dando. Y digo más: les importa un carajo el material que están adaptando porque no le tienen el menor respeto. En el fondo, desprecian dichas obras, y la única razón por la que las quieren es porque sienten que es su deber corregirlas. Tolkien, Martin y muchos otros cometieron el gravísimo error de contar su propia historia sin prever las reacciones del BLM, el feminismo y el movimiento LGBTIQ; por eso ahora hay que llenar sus historias de mujeres superpoderosas que no quieren ser salvadas por hombres, de personajes que sufren ansiedad si no les hablan en género neutro, o inclusión de razas sin venir a cuento aunque eso destruya parte de los pilares de la trama. Por eso las productoras toman el discurso progre y se aferran a él, lo hacen suyo y lo utilizan para atacar al que se queja de esto. En el fondo, lo que quieren es que nos sintamos culpables por rechazar los cambios. Reducen el argumento al mínimo absurdo y recurren a la vieja confiable: no te gusta porque eres racista/machista/fascista.

Así me ha sucedido a mí en estos últimos dos días. Después de mi comentario y de abrir debate con otro usuario, me encontré de pronto con una avalancha de wokes que me asaltaron con insultos e intentos de ridiculizarme. Que por qué le daba tanta importancia a la piel y no a los ojos de los valyrios. Que por qué criticaba el cambio de raza si hasta el propio Martin lo aprobaba. Que si lo mío es racismo encubierto. Que si sabes que es un mundo ficticio, ¿no? Que si no veas la serie y ya. Que si eres una racista de mierda. Que si tú eres fea y gorda pero te disfrazas de personajes delgados y atractivos y los demás no nos quejamos. Que te calles la boca de una vez.

A esto hemos llegado con la dictadura progre, lo que no deja de ser curioso. Son los adalides de la justicia social, los guerreros de la tolerancia, expertos en dar voz a todo el mundo... pero cuando difieres de sus opiniones, son los primeros en ridiculizarte, humillarte y cancelarte. Los más atrevidos disfrutan insultando y poniendo fotos tuyas para que todos puedan verte y ponerte cara. Eso es lo que me han hecho a mí. Esos valientes defensores de la justicia han ido todos a una contra mí sin aportar el menor argumento coherente, con el único objetivo de rebajarme y hacerme callar porque mis palabras les molestaban. Porque mi opinión no les gustaba.

¿Queréis saber lo peor? Que esto no se reduce solo a un grupo de imbéciles que pululan por Facebook. Las propias estrellas del celuloide se están metiendo en estos jardines y ahora son los primeros en proclamarse abanderados de las grandes causas y mandar callar a aquellos que no compartan su visión sesgada de la realidad. Le pasó a J.K. Rowling cuando dijo sin tapujos que estaba muy contenta con la versión negra de Hermione dado que ella nunca había dicho de qué raza era la joven bruja... para que tres doritos después vinieran los fans a señalarle algunos párrafos escritos por ella misma en la que habla de la palidez del cutis de Hermione. Le pasó también a Ewan McGreggor con el feminismo en la infumable película Aves de Presa, y ahora ha vuelto a pasar con Morfydd Clark, actriz que interpreta a la versión empoderada de Galadriel en Los Anillos de Poder, que publicó unas stories en Instagram instando a la gente que se queja de la raza de sus compañeros de reparto a que se larguen de su página, que se vayan de internet y que se callen la puta boca (sic).

Todo esto me demuestra, una vez más, que tanto HBO como otras plataformas se están dando cuenta de que a muchos fans no les gustan los cambios que les están imponiendo, y por ello han elaborado un arma contra el fandom disidente, que consiste en echarle la culpa de que no estén satisfechos con los cambios. Se llegó a tal extremo de cinismo que la propia Disney advirtió a Moses Ingram, actriz que interpreta a Reva Sevander en la serie Obi-Wan Kenobi, de que seguramente recibiría muchos ataques de fanáticos en redes sociales por ser de raza negra, cuando cualquiera que conozca un mínimo del lore de Star Wars sabe que esto es absurdo, ya que la Galaxia siempre se ha mostrado como un lugar donde tienen cabida todo tipo de razas, tanto humanas como de otros planetas. Esto me parece de un descaro increíble, y más todavía porque se nota que la campaña de marketing está enfocada a echarle la culpa a otros de lo malo que pase. Cuando el producto no gusta, se culpa al fandom que protesta, se le acusa de todo lo imaginable y así es como se lavan las manos.

Y cuidado, que esto no tiene nada que ver con el acoso que los actores reciben en redes sociales por parte de los sectores más radicales del fandom, que los hay. No defiendo ni defenderé JAMÁS que a un actor negro se le insulte y denigre por su raza. Por muy poco que me guste su elección para el papel, eso no tiene nada que ver con su talento para la interpretación ni mucho menos con su color de piel. Por eso no defiendo que a Halle Bailey se la haya insultado, o que Steve Toussaint reciba ataques racistas. Sus argumentos para defenderse no son los acertados, ya que proyecta el odio de unos pocos a todo el fandom disidente, y eso tampoco está bien. Los fans tenemos el mismo derecho a opinar que el resto del mundo, así nuestras opiniones resulten impopulares para el sector progre. Lo que las productoras parecen no entender es que los fans no somos sus hormigas, que tenemos pensamiento y gustos propios y que podemos elegir qué consumir y cómo nos gusta consumirlo. Y eso no nos convierte en malas personas.

Llevo ya una temporada en la que estoy más que harta de los progres. Entre Juego de Tronos, la película de Lightyear, la Casa del Dragón y ahora la reciente Los Anillos de Poder, me siento agotada física y mentalmente. Estoy harta de sus argumentos estúpidos, de que me insulten por querer explicar mi punto de vista, de ser demonizada por pedir criterio y coherencia. Quiero que me dejen en paz, que me dejen opinar y que aprendan a tener respeto hacia los demás. Me he estado planteando hacerme una cura de redes sociales apartándome una temporada, sobre todo por mi salud mental. He llegado incluso a pensar en autocensurarme y a evitar dar mi opinión para evitar ataques como el que he recibido estos días, pero eso me repugna y me parece que es como darles la razón. Pero aunque no me faltan ganas, no seré como ellos y no oirán de mí la frase que pone título a este artículo. No les mandaré callar.

Porque yo sí sé mostrar respeto hacia los demás aunque sus opiniones no coincidan con las mías.