El Realismo surge como movimiento cultural en la segunda mitad del siglo XIX en toda Europa, naciendo como un cambio radical contra la estética romántica imperante, lo que conlleva un cambio igualmente radical de la postura del autor frente a su obra. Los realistas, al contrario que los autores románticos, pensaban que no debían mostrar su intimidad, sino mirar hacia la realidad que los rodeaba objetivamente. Había que mostrar la realidad tal como era, sin artificios, con la máxima exactitud en sus detalles, sin inventar nada que no fuera o que no pudiera ser real. No es de extrañar, por tanto, que el género preferido para poner por escrito estas cuestiones fuese la novela, que generalmente trataba sobre temas contemporáneos.
El Realismo aparece en España a partir de 1868 con la publicación de La fontana de oro, de Benito Pérez Galdós, pero no será hasta los años 90 que veamos una evolución hacia un Realismo más puro, más enfocado a mostrar la realidad de la manera más objetiva posible, sin rechazar ningún aspecto de ella. Es en este período donde hemos de englobar a Leopoldo Alas “Clarín” y su obra magna, La Regenta.
Leopoldo Enrique García-Alas y Ureña viene al mundo en 1852 en Zamora, a donde se había trasladado la familia desde Oviedo al recibir su padre, Genaro García-Alas, el cargo de Gobernador Civil. Sin embargo, en la casa se hablaba muchas veces de Asturias y su madre, Leocadia, con cierta nostalgia, contaba cuentos y relatos de aquella tierra de sus antepasados. Esto habría de influir en gran medida en el joven Leopoldo, quien siempre pareció sentirse más asturiano que zamorano. Es célebre su frase “Me nacieron en Zamora”, lo que da a entender que su corazón no estaba en tierras de Castilla.
A los siete años entró a estudiar en un colegio de jesuitas, donde supo adaptarse a las normas y a la disciplina de tal forma que a los pocos meses ya se le tenía por un alumno modelo. En 1865 se traslada a Oviedo para estudiar el Bachillerato, matriculándose en las asignaturas de Latín, Aritmética y Doctrina Cristiana. Pasó en Madrid casi siete años, de 1871 a 1878, estudiando la carrera de Derecho, en la que se doctoró. En 1883 regresó a Asturias para ocupar la cátedra de Derecho Romano en la Universidad de Oviedo; cinco años después, obtendría también la cátedra de Derecho Natural.
En la capital encontró Clarín un ambiente muy distinto que le cambió la personalidad. Las tertulias, la Universidad, el Ateneo y el naturalismo de la escritura de Zola, calaron en el joven Alas. Era un hombre culto, con espíritu crítico en una sociedad poco acostumbrada a los análisis sociales de sus artículos y novelas, lo que le proporcionó una audiencia abundante y al mismo tiempo una enorme cantidad de detractores.
Los años madrileños fueron muy provechosos en cuanto que comenzó a escribir artículos periodísticos sobre filosofía, religión, política y literatura. Esto nos habla de un Clarín dedicado a explorar las cuestiones sociopolíticas de su época, algo que sus profesores valoraban mucho. En aquella época se encontraba en auge el krausismo, una doctrina idealista importada de Alemania que, entre otras cuestiones, defendía la tolerancia académica y la libertad de cátedra frente al dogmatismo. La gran aportación de pedagogos como Julián Sanz del Río o Francisco Giner de los Ríos fue reformar la filosofía y la enseñanza en la España del último tercio del siglo XIX. El krausismo influyó en Clarín porque avivó en él una innata inclinación idealista, orientando su vida intelectual hacia la búsqueda de un sentido espiritual y metafísico de la existencia. Curiosamente, en La Regenta hará una fuerte crítica y parodia del krausismo.
Para entender a Clarín en cuanto a lo literario, conviene recordar que el interés intelectual, crítico, da un sentido especial a sus obras; a ello se suman otros elementos de la filosofía de la época, en especial de la corriente positivista, del Realismo y del Naturalismo. La corriente positivista del Realismo y el Naturalismo le proporcionó una manera de poner entre paréntesis ciertas parcelas del mundo y de examinar al ser humano de su tiempo. Las mencionadas corrientes filosófico-literarias le sirvieron de instrumento para la creación literaria; instrumento que, con la excepción de Galdós, supo utilizar en nuestra lengua mejor que nadie. El tono moralista de Alas aparece reforzado por su desengaño ante la sociedad de su época. Sus artículos periodísticos y su crítica en general llamaron la atención sobre la problemática del país; sus extraordinarias novelas dramatizaron la situación de una nación cuya vida política y social vivía momentos contradictorios de apatía y confusión.
Durante los ratos libres que le permite la Universidad, Clarín escribía artículos para diversos periódicos. Pero será a los treinta y un años cuando escriba La Regenta, considerada su obra maestra. La novela no estuvo exenta de polémica, pues en ella Clarín se despachaba a gusto y ponía por escrito las grandes miserias humanas de las que se hacía gala en una ciudad de provincias como lo era Oviedo, en la que se basó para crear su legendaria Vetusta. Desde el peón más humilde al más alto miembro del clero, nadie escapa a la acerada crítica del escritor. Por tanto, no es de extrañar que, ya en su época se considerase su lectura poco menos que peligrosa, y llevase al obispo Ramón Martínez Vigil a publicar una pastoral en su contra.
En 1892, Clarín pasa por una crisis religiosa y de personalidad en que trata de encontrar a su yo y a Dios. Durante los últimos años de su vida, recibe gran cantidad de ofertas para colaboraciones, así como peticiones de autorización para traducir su obra en nuevas ediciones. En 1900, la Casa Maucci de Barcelona le encarga la traducción de la novela de Émile Zola Trabajo, tarea que le desgastará la salud tanto por la magnitud del trabajo como por el esfuerzo depositado en él. Murió en 1901 de tuberculosis intestinal, enfermedad que llevaba años arrastrando, a la edad de cuarenta y nueve años. Su féretro fue velado en el claustro de la universidad, a donde acudieron profesores, amigos y familiares del escritor. Al día siguiente, fue enterrado en el cementerio de El Salvador, en Oviedo.
La Regenta (1884-1885)
Comienza la novela presentándonos la heroica ciudad de Vetusta y a sus gentes a través de la visión de don Fermín de Pas, Magistral de la catedral y Provisor en la diócesis, quien se deleita observando lo que acontece en la ciudad desde lo alto del campanario. En la sacristía de la catedral se murmura, no sin maledicencia, que doña Ana Ozores, la Regenta, fue vista junto al confesionario de don Fermín, esperando en vano a recibir el sacramento, puesto que el Magistral, pese a haberla visto, decidió no atenderla. Sin embargo, no le quedará más remedio que empezar a tratar con ella. Don Cayetano Ripamilán, el anciano arcipreste, está cediendo a sus hijas de confesión a aquellos canónigos que le simpatizan, y pretende dejar a la Regenta, que es su penitente predilecta, en manos del Magistral. En el Paseo del Espolón tiene lugar su primer encuentro, del que Fermín queda impresionado ante la belleza de la Regenta.
En la soledad de su habitación, Ana trata de hacer examen de conciencia y rememora algunos acontecimientos de su triste infancia. Nació del matrimonio impulsivo entre don Carlos Ozores y una modista italiana, que murió al dar a luz a Ana. Don Carlos, un librepensador que se dedica a leer y a planear revoluciones, se ve obligado a emigrar y deja a Anita en manos de un aya malvada que odia a la niña y la maltrata. A los diez años, Ana se escapa con un niño llamado Germán; los dos toman prestada una barca y se quedan dormidos mientras se cuentan cuentos. Al día siguiente, son encontrados e interrogados por lo sucedido. Pero lo que no pasó de ser una chiquillada, fue convertido, por pura maldad del aya, en un escándalo sexual del que hace partícipe a las tías solteras de Ana, que viven en Vetusta y reniegan de su hermano.
Tras morir el padre de Ana, las tías al fin deciden acoger a su sobrina en Vetusta. Pero Ana desprecia Vetusta y a los vetustenses, a los que considera aburridos, hipócritas y fatuos, sintiéndose juzgada a todas horas por ellos. Y lo cierto es que razón no le falta. Todo lo que dice o hace está sometido al severo escrutinio de la sociedad vetustense, que se erige en todo momento como garante de la decencia y las buenas costumbres. Por eso, la crítica hacia Ana es feroz cuando se descubre su afición a la escritura, pues era algo impensable que una Ozores fuese una “literata”. Obligada a casarse para salir del caserón y escapar de sus tías, Ana se decanta por don Víctor Quintanar, un magistrado aspirante a ser el Regente de la Audiencia de Vetusta, treinta años mayor que ella, pero al que al menos aprecia.
Los primeros quince capítulos de la novela transcurren a lo largo de tres días, en los que Clarín retrata con minuciosa precisión la vida en Vetusta, una ciudad de provincias, y aprovecha para criticar con ironía todos los estratos sociales: la aristocracia decadente, el clero corrupto, las damas hipócritas y los partidos políticos inútiles. Todo ello configura una atmósfera social asfixiante y opresiva a la que Ana Ozores se enfrenta a diario, incluso en su propia casa: El matrimonio de Ana es un fracaso a todos los niveles, puesto que carece de amor y a menudo se apodera de ella la frustración de no haber sido madre. Y es que Víctor Quintanar es un completo inútil a todos los niveles. El autor nos lo presenta como un viejo más interesado en la caza y el teatro calderoniano que en las inquietudes de su esposa, a la que no comprende en absoluto y a la que prefiere ignorar, de modo que Ana se siente completamente sola.
La alta sociedad de Vetusta pronto se hace eco del chisme del momento, que es que Ana pasará a ser hija de confesión del Magistral. Pero hay otro rumor circulando que resulta más atractivo por lo escandaloso, y es que don Álvaro Mesía, presidente del Casino de Vetusta y jefe del Partido Liberal Dinástico, está interesado en la Regenta y planea unirla a su muy larga lista de conquistas amorosas. Será Visitación, amiga de Álvaro, quien anime al tenorio a conquistar a Ana, a quien, por celos, desea ver moralmente caída porque ella misma cayó en las garras de Mesía en su juventud; de ahí su intención en favorecer los planes de quien fue su amante. Y Álvaro, a quien le importa su fama de conquistador y la opinión de los demás, se tomará el asunto como un reto personal. Lo más curioso es que Ana, de alguna forma, es consciente de que Mesía está intentando seducirla, y ella, que siente un fuerte deseo hacia él, se debate constantemente entre dejarse vencer por la pasión y resistir el cortejo, refugiándose para ello en la Iglesia y en la figura del Magistral.
La primera confesión de la Regenta con don Fermín se convierte en la comidilla de toda Vetusta, pues ha durado más de dos horas. Los rumores llegan hasta doña Paula, la ambiciosa madre de don Fermín, cuya obsesión por hacerse con el dominio de Vetusta a través de su hijo, a quien domina por completo, la lleva a ver a la Regenta como una mala mujer que podría apartar a Fermín de ella y arrebatarle el influjo que tiene sobre él. Sin embargo, tanto Ana como Fermín han tenido una experiencia más que grata, pues los dos se entienden a la perfección. Ana siente que puede desnudar su alma con el Magistral y se deja endulzar los oídos por sus sabias palabras; y don Fermín empieza a sentirse atraído por la Regenta y está ansioso por seguir cultivando la relación con su nueva penitente. Empezarán a coincidir en las tertulias de la Marquesa de Vegallana, y De Pas pronto se dará cuenta de que Álvaro Mesía está rondando a la Regenta. Entre ambos hombres inicia un duelo silencioso por la posesión física y espiritual de Ana que cada uno está convencido de ganar.
El día de Todos los Santos, Ana tiene un breve encuentro con Mesía, que la saluda paseando a caballo. Este acontecimiento trae como consecuencia el que Ana se anime a ir al teatro con don Víctor para ver una representación de Don Juan Tenorio. Ana se ve a sí misma reflejada en doña Inés, con su alma dividida entre don Juan, a quien ella relaciona con don Álvaro Mesía, y la disciplina religiosa, personificada por la figura de don Fermín. El drama romántico ejerce tal impacto sobre la Regenta que esa noche tiene un sueño muy agitado con Mesía. Avergonzada, a la mañana siguiente trata de evitar una cita con el Magistral, mintiéndole y excusándose con una jaqueca. No contento con este pretexto, De Pas visitará a Ana en su casa, la noche de Difuntos, pálido y nervioso, pues su pasión por la Regenta empieza a ser notable. Por fin, conseguirá su propósito de poder tener alguna conversación con Ana fuera del confesionario, llevándola a la casa de la beata doña Petronila.
Sobrevendrá entonces la grave enfermedad nerviosa de Ana. Durante su enfermedad, Ana tiene sueños atroces, visiones identificables, tal vez, con las del Infierno. Al mismo tiempo, se siente muy presionada por De Pas, al que ansía demostrarle su completa entrega y fidelidad. En su etapa de convalecencia, abandonada y muy deprimida, busca consuelo en la lectura de Santa Teresa y siente un nuevo arrebato religioso que la acerca todavía más al Magistral. Por otro lado, Mesía se enfurece al ver que sus planes de conquista no marchan como él quiere. Se vale de su amistad con don Víctor para visitar a la Regenta, pero ésta se comporta de manera distante con él. Más adelante, en el mes de julio, cuando está a punto de marcharse de Vetusta para iniciar su veraneo, va a despedirse de Quintanar y se emociona al ver a Ana. En tanto, ha participado activamente en la conjura contra don Fermín, responsabilizando a éste de la exacerbación religiosa de Ana. La Regenta le recibe con evidente frialdad, al considerar que Mesía nunca podría rivalizar con Cristo, que es lo que representa para ella don Fermín.
Ana se encuentra dividida entre el amor que le inspira don Álvaro y la lealtad que siente que le debe a don Fermín. Por mucho que intenta resistir el deseo y ver a Mesía como un demonio tentador, no puede evitar sentir celos cuando Visita le habla de los amoríos veraniegos de don Álvaro. Al mismo tiempo, su familiaridad con el Magistral es tan grande que los rumores sobre los dos vuelven a inundar las calles de Vetusta. El propio De Pas se da cuenta de que está completamente enamorado de la Regenta. El que Ana se dirija a él llamándole “hermano querido” le produce gran emoción, por más que trate de ocultarse a sí mismo ese sentimiento. Sin embargo, se ve frenado por el fuerte dominio que sobre él ejerce su madre y por la sotana que viste, que le impide satisfacer sus deseos amorosos; sólo conseguirá desfogar la sensualidad que le atormenta con su criada Teresina.
Se produce entonces la muerte de Rosa Carraspique, una muchacha a la que el Magistral había educado para que profesara en un convento. Las malas condiciones del claustro provocaron que Rosita enfermase de tuberculosis, y su muerte hace que toda Vetusta se resienta contra el Magistral, pues él sabía que el lugar no era adecuado para la frágil salud de la muchacha. Asimismo, le aterra la idea de que Santos Barinaga, a quien De Pas y su madre arruinaron, esté a punto de morir y rechace los Sacramentos. En casa de doña Petronila, De Pas le confiesa a Ana que toda Vetusta considera que él y don Álvaro Mesía son rivales.
Como una forma de acercarse todavía más a la Regenta, don Álvaro cultiva su amistad con Quintanar, quien no sospecha de sus intenciones. Y aunque Ana sigue resuelta a resistir la tentación, la atracción que le produce Mesía puede más y anula el influjo que De Pas tiene sobre ella. Una noche, cuando trata de buscar a su marido, ve a Quintanar en la cama declamando unos versos de Calderón y se siente frustrada. En su habitación, sufre una nueva crisis y se recrudece la tentación personificada en Mesía. Llega incluso a azotarse con unos zorros de limpieza, a manera de blandas y ridículas disciplinas, y acaba arrojándose al lecho como una bacante.
Se va a celebrar un baile en el Casino con motivo del lunes de Carnaval y se rumorea que la Regenta acudirá. De Pas le da permiso a Ana para asistir al baile, sin sospechar lo que ocurrirá allí. En medio del baile, Ana baila con Mesía y es tan abrumadora su presencia, tan varonil y dominante, que la Regenta se desmaya en sus brazos. Don Álvaro por fin ve una posibilidad de hacer caer a la Regenta, pero decide no apresurar las cosas y, mientras tanto, empieza a trabajar en sí mismo haciendo gimnasia, paseando a caballo y evitando las aventuras fáciles. Pero lo sucedido en el Casino no tarda en llegar a oídos del Magistral quien, dolido, exige explicaciones a Ana sobre lo ocurrido. De Pas no puede ya ocultar su pasión desenfrenada por Ana, y ella lo percibe con horror y asco, pero más adelante le ve como un ser desgraciado, digno de compasión. Piensa huir de los dos, De Pas y Mesía, refugiándose en el hogar y en su marido. Teme que se desmorone su fe.
Cuando el ateo Guimarán está a punto de morir, solicita confesión con el Magistral. Pero el recado que se le envía a éste coincide con la recepción de una carta de Ana. Antes de ir a casa del moribundo, el Magistral va a la de la Regenta, llegando justo a tiempo de confesar a Guimarán, lo que supone un espectacular triunfo al que se suma el que Ana, a título de penitencia y de desagravio frente a los ataques que De Pas ha sufrido, accede a salir en la procesión del Viernes Santo, descalza.
Tras este episodio, Ana sufre una nueva crisis nerviosa. Para reponerse, el médico le prescribe tranquilidad y naturaleza, de modo que Ana y su marido se van al Vivero, una quinta que pertenece a los Marqueses de Vegallana y que se la ceden a tal efecto. Allí, lejos de don Fermín, Ana se entrega a la distracción y empieza a sentirse cada vez más alegre. Su vergüenza durante la procesión del Viernes Santo ha apagado cualquier vestigio de compasión que pudiera sentir por el Magistral, a la vez que su antiguo fervor religioso es sustituido por un vago panteísmo.
Sin embargo, ni siquiera en el Vivero se verá lejos de los dos hombres que tratan de disputársela. Mesía, sabedor de que tiene ventaja sobre De Pas, consigue acercarse a Ana fingiendo un profundo sentimentalismo, que tiene como virtud el que la Regenta le vea como un hombre lleno de amor puro y profundos sentimientos. El Magistral, por el contrario, protagoniza dos vergonzantes episodios en los que se observa su decadencia moral. El primero, cuando tiene un encuentro sexual con Petra, la criada de Ana, en una cabaña; el segundo, cuando estalla una tormenta y De Pas, acuciado por la idea terrible de que Ana pueda estar con Mesía refugiada en la cabaña donde él ha estado con Petra, sale en su busca con Quintanar, enloquecido bajo la lluvia. Sin despedirse de nadie, regresará a Vetusta más avergonzado que nunca. Entretanto, Mesía no pierde el tiempo. Ese mismo día, declara su amor a Ana y, ya en casa de los Vegallana, hará suya a la Regenta.
El día de Navidad, don Álvaro come en casa de los Quintanar. Por las noches, visita a la Regenta invadiendo la propiedad con la complicidad de Petra, cuyo apoyo se ha ganado con favores sexuales. Pero Petra juega a dos bandas; ya que su gran ambición es ver perdida a su ama, se encarga de ir donde el Magistral para contarle que Ana ha cometido adulterio con Mesía. Al tener noticia de esto, De Pas siente que se desploma. Considera que la Regenta es su legítima mujer y siente sed de sangre, viéndose aprisionado por la sotana. Al fin, como un asesino que planea un crimen, se sirve de Petra como cómplice, haciendo que ésta adelante el despertador de don Víctor para que se levante antes y pueda sorprender a Mesía saliendo de la alcoba de Ana.
Cuando Quintanar lo descubre todo, queda paralizado. Llora, se lamenta, se ve como un pobre viejo engañado, sintiendo su deshonra más como padre que como marido. Para disimular, sale a cazar con su amigo Frígilis, a quien le confiesa su aflicción. Su obsesión por el teatro de Calderón le lleva a pensar en la venganza para lavar su deshonra. Durante varias horas, duda entre callar o retar a Mesía a un duelo. Al llegar a su casa, encuentra don Víctor al Magistral, y de los hipócritas consejos de éste deduce que debe desafiar a Mesía.
Descubierto el adulterio, Mesía recibe el aviso de Frígilis, quien le propone que abandone Vetusta para evitar males mayores. Mesía acepta a regañadientes la propuesta, y escribe entonces una carta a Ana justificando, por un viaje electoral, su breve ausencia. Pero el duelo, finalmente, se hace inevitable. Don Víctor, excelente tirador, dispara a Mesía en la pierna, pues su intención no es matarle. Pero Mesía, sintiendo miedo, dispara y la bala alcanza a Quintanar en la vejiga, produciéndole una rápida peritonitis y la muerte.
Ana tardará en enterarse de lo sucedido. Frígilis trata de ocultar la muerte de Quintanar todo lo que puede, pero al final se ve forzado a decírselo, aunque pretende hacerle creer que se ha debido a un accidente de caza. Pasa entonces una semana entre la vida y la muerte. Luego, un mes en cama, seguido de otros dos de convalecencia, con ataques nerviosos constantes. Una carta de Mesía, enviada desde Madrid, hace comprender a Ana cuán miserable era su amante, del que se rumorea que ha reanudado sus relaciones con la esposa de un ministro. Toda la alta sociedad Vetusta se hace eco de lo sucedido, criticando a Ana por su actitud deshonrosa y condenándola al ostracismo absoluto.
La soledad de Ana es prácticamente total. Abandonada por todos y sólo asistida por el médico y acompañada por Frígilis, se resiste a salir de su casa por vergüenza ante las habladurías de la gente y por culpabilidad por la muerte de Quintanar. Su remordimiento la hace renuente a firmar unos documentos que le darían el derecho a recibir la pensión de viudedad, pero Frígilis, sabiendo de su apurada situación económica, falsifica su firma para que Ana pueda cobrar ese dinero. Al final, vuelve a las prácticas religiosas y se acerca al confesionario del Magistral. Sin embargo, la aparición de éste resulta tan terrible y amenazadora que Ana cae desmayada, circunstancia que aprovechará el acólito Celedonio para besarla en la boca.
Análisis literario
La Regenta figura entre una de las mejores obras de las letras españolas del siglo XIX, disputando corona con la Fortunata y Jacinta de Benito Pérez Galdós. Nos encontramos ante una obra magna, una novela que retrata la degeneración moral de su protagonista, suceso terrible del que ella no es del todo culpable, ya que por debilidad de carácter y por intereses ajenos, se ve empujada hacia un abismo sin posibilidad alguna de redención. La novela resulta extraordinaria por el cuidado y detalle con que se presenta la vida de Vetusta y sus diferentes clases sociales; para la descripción del ambiente provinciano y del entramado de la vida colectiva, Clarín se vale del monólogo interior y el estilo indirecto libre, aptos para que la historia parezca contarse por sí misma y para penetrar en el interior de los seres ficticios.
La novela se estructura en dos partes bien diferenciadas. Los primeros quince capítulos se desarrollan en tres días y en ellos se aborda la presentación de los personajes y algunos aspectos que resultarán vitales para la trama. Los otros quince capítulos abarcan un total de tres años, y en ellos se va a desarrollar el conflicto que se empieza a dibujar en la primera parte: las relaciones de Ana con el Magistral, con don Álvaro Mesía y con la propia Vetusta, que es, en definitiva, la causante de su caída en desgracia.
Circulan por la novela más de cien personajes de una riqueza descriptiva impresionante. De todos ellos, Ana es la que recibe mayor atención por ser ella la figura principal alrededor de la que se mueve toda la historia. Es una mujer descrita como de una belleza sorprendente y envidiada, famosa por su intachable moral y sus buenas costumbres. Sin embargo, en realidad es una mujer atormentada por sus propios pensamientos, inadaptada y disconforme con su vida. Es dubitativa y débil; nunca sabe qué quiere decir o hacer, y tiene tantas dudas a la hora de comunicarse, de relacionarse y de defenderse que siempre se deja llevar por las circunstancias. Despliega un amplio abanico de contradicciones porque su propia vida es una contradicción: entre el Magistral y Mesía; entre su marido y los ataques místicos; entre el placer sexual que nunca llega y la envidia que siente incluso hacia su propia criada, más experta que su ama en estas lides. Es una mujer que vive exaltada, presa de constantes crisis nerviosas producto de sus recuerdos: la añoranza de la madre y sus intentos de suplir su ausencia, la maldad y malos tratos del aya, la ausencia del padre, la soledad, la educación despótica a la que estuvo sometida. Su afición a escribir, fruto de sus lecturas de diversos libros religiosos, se ve frustrada por los convencionalismos de una sociedad que veía mal que una mujer escribiera. Recordemos que en la España del siglo XIX, ser mujer y escritora era un auténtico escarnio y una vergüenza para la familia, pues se la consideraba un ser invertido o masculinizado. A Ana se le pone el despreciativo apodo de Jorge Sandio.
La ausencia de la figura materna es muy acusada en Ana Ozores, pues cree que ese hecho la ha marcado para siempre como una figura desgraciada. A su madre, de la cuál no sabemos ni el nombre, se referirán muchas veces los vetustenses como la “bailarina” italiana, insinuando que aquella pobre modista en realidad era una prostituta y, de paso, etiquetando a Ana como proclive a caer en vicios y pecados de los que hay que mantenerla alejada. A sus veintisiete años, Ana Ozores no sabe lo que es el amor ni la intimidad sexual, puesto que su marido es inútil para este caso, lo que la lleva a sufrir constantes ataques de nervios y exaltaciones que la hacen oscilar entre el misticismo y el erotismo.
Es entonces cuando entran en escena los otros dos vértices de este peculiar triángulo amoroso: Álvaro Mesía y Fermín de Pas. De Álvaro Mesía poco se puede decir para definirle, pues es un personaje que, aun siendo mucho más inteligente que los que le rodean, tiene una escasa profundidad psicológica. El autor lo define como lo que es: un simple conquistador, un donjuán despreciable y vulgar. Él es quien domina la esfera política de Vetusta al ser jefe del Partido Liberal y, a la vez, mano derecha del Marqués de Vegallana, que es el jefe del Partido Conservador. Sus relaciones con diversas mujeres de la alta sociedad le han granjeado muchos privilegios, ejerciendo un dominio casi total en la Vetusta más secular y mundana. Álvaro Mesía representa el sexo, la seducción y el adulterio; es un tentador que disfruta del prestigio que le da el ser capaz de conquistar a la mujer que quiera. Por eso la Regenta se le presenta como una manzana prohibida; la fama de “fortaleza inexpugnable” que tiene Ana Ozores le resulta muy atractiva, y está deseando romper sus defensas para unirla a sus innumerables conquistas. No siente el menor cariño por Ana y mucho menos puede ofrecerle la vida que ella quiere. Sólo la utiliza para burlarse de ella.
Fermín de Pas, Magistral de la catedral de Vetusta, se erige como el único personaje que parece comprender los delirios místicos de Ana y también como el único hombre al que Mesía ve como un auténtico rival para sus propósitos. Bajo su inofensiva apariencia clerical se esconde un hombre en extremo ambicioso y autoritario, alguien a quien no se puede querer como amigo y mucho menos como enemigo. Su principal objetivo es dominar la ciudad de Vetusta desde el privilegiado acceso que tiene a las conciencias de sus habitantes. Es un hombre de una cultura extraordinaria, inteligente y manipulador. Su vocación religiosa es irrelevante, pero no puede prescindir de ella porque es, en definitiva, lo que le ha dado todo el poder que tiene. Esta codicia le ha sido inculcada desde muy temprana edad por su madre, doña Paula, personaje fascinante, que tuvo que hacer todo tipo de sacrificios para asegurarse de que su hijo alcanzara todos sus objetivos, que son los de ella. Si el Magistral es fuerte, lo es todavía más doña Paula, pues Fermín se siente abrumado y acobardado ante ella. Cuando empieza a tratar con la Regenta, siente tal afinidad con ella que no puede evitar enamorarse, pero su amor es egoísta, posesivo y dominante. Ve a Ana como si fuese de su propiedad y, ya que no puede tener acceso carnal a ella por la sotana que viste, trata de hacerla suya a través de la religión. Por medio del sacramento de la confesión, Fermín ejerce su dominio sobre Ana, cayendo en la solicitatio ad turpia, es decir, en el aprovechamiento de la confesión para controlar la conciencia, la mentalidad e incluso la sexualidad de su penitente.
Se ha referido muchas veces a Vetusta como representación del opresivo ambiente de una ciudad de provincias del siglo XIX, poblada por una sociedad fuertemente estratificada y dominada por unas élites políticas, religiosas e intelectuales que son inútiles, en cuanto a que no saben resolver los principales problemas de la sociedad. Pero Vetusta no es un reflejo de Oviedo, sino del mundo entero. Vetusta representa a la sociedad global, haciendo especial hincapié en sus miserias. Vetusta podría ser cualquier lugar del mundo, porque la sociedad que describe podemos verla reproducida incluso en nuestros tiempos: debates fútiles, discusiones por cosas que no tienen la menor importancia, la búsqueda de la validación de otras personas, el murmullo, la maledicencia y la envidia hacia los que parecen triunfar. No es casualidad que la novela empiece presentándonos a la heroica ciudad de Vetusta, perezosa y adormilada, inmune al paso del tiempo. Todo es igual, inmutable, insensible a los cambios.
La novela termina dejando al lector una sensación de desesperanza total. En La Regenta, la bondad verdadera brilla por su ausencia, pues hasta los personajes que podríamos catalogar como “buenos” son descritos como seres bobos, ridículos y esperpénticos. Al final, triunfan el mal, la hipocresía y la ambición, el enriquecimiento a través de la manipulación de alguien más débil. Se desfiguran los valores éticos. El vacío moral alcanza a todas las clases sociales, pero es en la alta aristocracia donde se ve mejor reflejada. En casa de los Marqueses de Vegallana se establece un código moral de conducta que no permite la imprudencia de Ana Ozores, no por el adulterio en sí, sino por el escándalo y la implicación sentimental de la Regenta. No hay nadie honrado porque a ninguno de los personajes le importan cosas como la honradez o la moral. Estamos ante un mundo socio-político que corresponde al tono general de hastío y anquilosamiento que vivía España en la época de la Restauración, pero que podría fácilmente ser la de nuestros días.
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