miércoles, 23 de marzo de 2022

Vagando por el Arte: Unos cuantos piquetitos

 

El arte no deja indiferente a nadie. Imaginemos la escena por un momento: Una mañana tranquila en la que hay poco que hacer. Sobre la mesa de la cocina, una taza de café humeante y un periódico. La noticia llama la atención del lector y la imagen que acompaña el texto le produce una tremenda desazón. Ha ocurrido un crimen: un hombre ha matado a su pareja apuñalándola repetidas veces. La morgue dice que la mujer ha muerto desangrada. Las fotografías muestran el cadáver maltrecho de la víctima. Y una pintora de la talla de Frida Kahlo solo encuentra una manera de mostrar toda la violencia que hay en la noticia y en su corazón.




A lo largo de su carrera, Frida Kahlo realizó muchas pinturas con un aire macabro y desgarrador que provocaba un impacto en el espectador. Los expertos están de acuerdo en que la vida privada de la artista tiene su mayor reflejo en su pintura, llegando incluso a opacarla, a invadirla e incluso sobreponerse a ella. En cada cuadro que pintaba, Frida se representaba a sí misma, y cuando no lo hacía, sacaba a la luz una parte de su sufrimiento interno y lo representaba de otra manera, pero siempre con esa referencia a sí misma, a su dolor, a sus pensamientos y a su amargura.

Pese a que el feminismo ha encumbrado a Frida Kahlo como una de las grandes santas y patronas del Feminismo, lo cierto es que no fue tal en el sentido de que ella no se tenía por feminista. Kahlo no pretendió nunca hablar por todas las mujeres, y su lucha por conseguir derechos estaba enmarcada dentro de los parámetros del comunismo, en cuyo partido militó activamente durante muchos años. Sin embargo, obras como Unos cuantos piquetitos (1935) eran las que aportaban su granito de arena a la hora de visualizar a la mujer como víctima normalizada en un escenario donde se acostumbraba a ejercer la violencia sobre el género femenino. Este cuadro, considerado de menor importancia dentro de la extensa obra de Kahlo, supone una apertura a la visión de la mujer como víctima física y tangible.

La inspiración para este cuadro surgió a raíz de una noticia publicada en un periódico: un hombre, que había sido arrestado por matar a su esposa, se excusaba en los juzgados diciendo que tan solo le había dado "unos cuantos piquetitos"; según la Policía, fueron veinte puñaladas. Esta cínica frase impactó tanto a Frida que la pintó en la parte superior del cuadro, en un cartel sostenido por dos palomas que sobrevuelan la escena del crimen. La víctima, con el cuerpo cosido a puñaladas, yace muerta o moribunda sobre un camastro lleno de sangre. Solo lleva puesto un zapato y un pequeño liguero. De pie junto a ella, su marido y verdugo sonríe, orgulloso de haber llevado a cabo su sangrienta hazaña. En su mano derecha empuña aún el cuchillo con el que ha apuñalado a la mujer, mientras que con la otra mano trata de guardar el pañuelo que ha utilizado previamente para limpiarse la sangre, lo que da a entender que es muy posible que saliera impune de su crimen.

La sangre es la protagonista absoluta de este cuadro, apareciendo por toda la escena. Todo está cubierto de sangre, hasta el propio marco del cuadro, rompiendo así una especie de cuarta pared al hacer partícipe de la escena al espectador, pues hay tanta sangre que se desborda, sale del cuadro y llega incluso a él. Para darle mayor dramatismo a una imagen que no necesita más para causar horror, Kahlo llegó al punto de acuchillar repetidas veces el marco de madera, como muestra de esos "piquetitos" de los que hablaba sin pudor el asesino, impasible ante el cuerpo destrozado de su esposa. Todos estos elementos (la frase, la sangre en el marco, las puñaladas) fueron utilizados por Frida Kahlo para darle una mayor fuerza a la imagen que pintó, para llamar la atención del espectador y hacerle partícipe del horroroso crimen que ocurre ante sus ojos pero que no es capaz de denunciar. ¿Nos quedaremos mirando impasibles cómo se produce el asesinato o haremos algo para solucionar el problema?

Frida Kahlo marcó un antes y un después al realizar este cuadro y otros muchos durante su larga trayectoria. Temas como el asesinato de una mujer, la lactancia materna o el aborto eran considerados tabú en el México de los años 30, y Frida no mostró el menor reparo en mostrarlos en su obra pictórica. Quizá por eso el movimiento feminista tomó su figura y la erigió como una matriarca y una luchadora por la causa, pero nada más lejos. De hecho, es la propia Frida Kahlo la que nos dice que esta obra es egoísta, pues también la representa a ella como víctima de la persona a la que convirtió en su mundo entero: el pintor Diego Rivera.

Casados desde 1929, la relación entre Diego y Frida tuvo muchos altibajos que hicieron sufrir terriblemente a la artista mexicana. Cruel, egoísta y un impenitente mujeriego, Diego Rivera no escondió nunca su pasión por otras mujeres. Su gran popularidad le granjeaba toda la atención femenina que deseaba, y se acostó con cuantas quiso durante toda su vida, algo que atormentaba a Frida. Fue tal su falta de respeto que llegó incluso a tener relaciones con la hermana de Frida, Cristina Kahlo. Traicionada por ambas partes, Frida se quiso identificar con la mujer apuñalada. Esa mujer asesinada era ella, asesinada por Diego todos los días con sus desmanes, pero también era la mujer con la que Diego estaba y a la que Frida quería ver muerta para recuperar a su amado.

El óleo fue pintado sobre metal y fue vendido al Museo Dolores Olmedo en 1955, un año después de la muerte de Frida Kahlo.


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