martes, 21 de octubre de 2014

La Doncella en la Prisión







La Doncella en la Prisión


En el correccional de tu ciudad, de cualquier ciudad, hay alguien que aguarda tu visita. Cuando entres, pídele al vigilante que te lleve hasta la Doncella. Él permanecerá tranquilamente sentado en su silla viendo la televisión, pero tú sigue esperando. Al cabo de cinco minutos durante los cuales no debes pronunciar palabra, el vigilante se levantará con un manojo de llaves y te ordenará que le sigas. Caminarás tras él todo el tiempo por corredores que parecen interminables, y es mejor que no te detengas a observar quién está encerrado en cada una de las celdas. Oirás gritos y maldiciones, pero no les prestes atención. Simplemente, sigue caminando.

El vigilante torcerá su curso y bajará por unas escaleras hasta llegar a los sótanos del penal. Al final del corredor hay una celda cerrada con cinco candados. El vigilante se tomará su tiempo para abrirlos en un orden especial. Cuando termine, te permitirá entrar en la celda. Antes de irse, te hará una advertencia: Sólo tienes media hora para hablar con la Doncella; si no sales de la celda antes de que transcurra ese tiempo, te quedarás encerrado para siempre.

La celda donde vive la Doncella es un pozo de moho y humedad en donde el aire está viciado y resulta casi imposible respirar. Hay charcos de agua pútrida en el suelo y restos de comida en los rincones. Apenas hay luz en el tenebroso calabozo, de modo que no se sabe a primera vista si hay alguien. Pero un breve crujido te hiela la sangre. Sabes que no estás solo.

La Doncella aguarda en el extremo más oscuro de la celda. Encadenada al muro, apresada de pies y manos por gruesos grilletes, está de pie de cara a la pared. De su espalda surgen dos inmensas alas que podrían haber sido un regalo de las hadas, pero están rotas e impregnadas de suciedad. Se escucha un rasgueo intermitente viniendo de alguna parte. Podrías pensar que se trata de los pasos apurados de los ratones que roen los restos de comida que hay a los pies de la muchacha, pero no es así. No tardarás en darte cuenta de que es la propia Doncella la que, con sus uñas destrozadas, rasca la superficie del muro mientras salmodia unos versos incomprensibles.

Es imposible no sentir pavor ante tal espectáculo de desgracia y locura. La Doncella rasca la pared incansablemente, como si le fuera la vida en ello. Sus dedos temblorosos están manchados de su propia sangre. El resto de su cuerpo también presenta un estado lamentable, cubierto de llagas sanguinolentas y cortes que nadie sabe cómo se hizo. Al cabo de un rato, la Doncella grita angustiada y cae al suelo llorando y gimiendo como un animal herido.

Sin duda, movido por la compasión, olvidarás tu propio resquemor para acercarte a la Doncella y auxiliarla. Sostenerla entre los brazos es como levantar una pluma, pues es liviana como el aire. La Doncella se convulsiona, presa de un feroz ataque de nervios, y grita sin un momento de descanso. Con paciencia, acariciarás sus largos y sucios cabellos para procurar tranquilizarla. Hablarás con ella, le contarás cosas insustanciales… pero la curiosidad podrá más que tú. En algún momento, no te resistirás a preguntarle los motivos por los que ha sido encerrada de manera tan cruel.

Finalmente, la Doncella dejará de llorar. Se levantará y empezará a buscar algo entre los pliegues de su andrajoso vestido hasta dar con lo que parece ser un resplandor plateado. Cuando fijes tu atención en ese objeto, se te helará la sangre sin poder evitarlo. Porque lo que sostiene la Doncella no es un mágico halo de luna, sino un cuchillo. Con los ojos desorbitados y la boca contraída en un rictus horrible, la Doncella alza el cuchillo y amenaza con clavarlo en tu carne. Pero entonces, de su boca sale un espantoso aullido del que sólo aciertas a entender una frase.

-¿Por qué no puedo morir?

De pronto, la Doncella describe un arco con su mano y hunde el cuchillo en su pierna. Del corte empieza a brotar sangre en cuanto extrae la hoja, pero vuelve a herirse en el vientre, en el estómago, en el corazón… Sus gritos no cesan y tampoco sus actos. Ha perdido el control de sus emociones y es capaz de hacer cualquier cosa en su demencia. Es tu deber huir mientras puedas hacerlo. Sal de la celda y cierra los candados en el mismo orden en que fueron abiertos por el vigilante y huye del correccional.

Pero si la media hora ha pasado y tú sigues en la celda… prepárate para lo peor. Tal vez la Doncella no pueda morir, pero tú sí.


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