La Doncella en la Prisión
En el correccional de tu ciudad,
de cualquier ciudad, hay alguien que aguarda tu visita. Cuando entres, pídele
al vigilante que te lleve hasta la
Doncella. Él permanecerá tranquilamente sentado en su silla
viendo la televisión, pero tú sigue esperando. Al cabo de cinco minutos durante
los cuales no debes pronunciar palabra, el vigilante se levantará con un manojo
de llaves y te ordenará que le sigas. Caminarás tras él todo el tiempo por corredores
que parecen interminables, y es mejor que no te detengas a observar quién está
encerrado en cada una de las celdas. Oirás gritos y maldiciones, pero no les
prestes atención. Simplemente, sigue caminando.
El vigilante torcerá su curso y
bajará por unas escaleras hasta llegar a los sótanos del penal. Al final del
corredor hay una celda cerrada con cinco candados. El vigilante se tomará su
tiempo para abrirlos en un orden especial. Cuando termine, te permitirá entrar
en la celda. Antes de irse, te hará una advertencia: Sólo tienes media hora
para hablar con la Doncella ;
si no sales de la celda antes de que transcurra ese tiempo, te quedarás
encerrado para siempre.
La celda donde vive la Doncella es un pozo de moho
y humedad en donde el aire está viciado y resulta casi imposible respirar. Hay
charcos de agua pútrida en el suelo y restos de comida en los rincones. Apenas
hay luz en el tenebroso calabozo, de modo que no se sabe a primera vista si hay
alguien. Pero un breve crujido te hiela la sangre. Sabes que no estás solo.
Es imposible no sentir pavor ante
tal espectáculo de desgracia y locura. La Doncella rasca la pared incansablemente, como si
le fuera la vida en ello. Sus dedos temblorosos están manchados de su propia
sangre. El resto de su cuerpo también presenta un estado lamentable, cubierto
de llagas sanguinolentas y cortes que nadie sabe cómo se hizo. Al cabo de un
rato, la Doncella
grita angustiada y cae al suelo llorando y gimiendo como un animal herido.
Sin duda, movido por la
compasión, olvidarás tu propio resquemor para acercarte a la Doncella y auxiliarla.
Sostenerla entre los brazos es como levantar una pluma, pues es liviana como el
aire. La Doncella
se convulsiona, presa de un feroz ataque de nervios, y grita sin un momento de
descanso. Con paciencia, acariciarás sus largos y sucios cabellos para procurar
tranquilizarla. Hablarás con ella, le contarás cosas insustanciales… pero la
curiosidad podrá más que tú. En algún momento, no te resistirás a preguntarle los
motivos por los que ha sido encerrada de manera tan cruel.
Finalmente, la Doncella dejará de
llorar. Se levantará y empezará a buscar algo entre los pliegues de su
andrajoso vestido hasta dar con lo que parece ser un resplandor plateado.
Cuando fijes tu atención en ese objeto, se te helará la sangre sin poder
evitarlo. Porque lo que sostiene la
Doncella no es un mágico halo de luna, sino un cuchillo. Con
los ojos desorbitados y la boca contraída en un rictus horrible, la Doncella alza el cuchillo
y amenaza con clavarlo en tu carne. Pero entonces, de su boca sale un espantoso
aullido del que sólo aciertas a entender una frase.
-¿Por qué no puedo morir?
De pronto, la Doncella describe un arco
con su mano y hunde el cuchillo en su pierna. Del corte empieza a brotar sangre
en cuanto extrae la hoja, pero vuelve a herirse en el vientre, en el estómago,
en el corazón… Sus gritos no cesan y tampoco sus actos. Ha perdido el control
de sus emociones y es capaz de hacer cualquier cosa en su demencia. Es tu deber
huir mientras puedas hacerlo. Sal de la celda y cierra los candados en el mismo
orden en que fueron abiertos por el vigilante y huye del correccional.
Pero si la media hora ha pasado y tú sigues en la celda… prepárate para
lo peor. Tal vez la Doncella
no pueda morir, pero tú sí.
No hay comentarios:
Publicar un comentario