martes, 25 de junio de 2013

María Pita, historia de una luchadora

 
 



Mayor Fernández Pita, popularmente conocida como María Pita, es uno de los personajes más singulares de la historia gallega. Y tiene mucho mérito, ya que por su origen parecía destinada a perderse en las brumas de la memoria, si no fuera porque gracias a su arrojo y valor alcanzó notoriedad por su defensa de la ciudad de A Coruña frente a la flota de Francis Drake en 1589.

Frente a antiguas controversias que defendían su condición hidalga, hoy en día queda probada la modestia de sus orígenes. María Pita fue el fruto del matrimonio entre Simón Arnao y María Pita “la vieja”. Se especula que su nacimiento pudo tener lugar entre los años 1556 y 1562, y en su juventud habría ayudado a su madre y a su hermanastra a regentar una pequeña tienda mientras Arnao se encontraba en Castilla. De hecho, el padre sólo volvió a la ciudad tras la muerte de la esposa para reclamar su herencia, de modo que el primer pleito en el que encontramos a la heroína coruñesa fue contra su propio padre.

Por aquel entonces, María Pita ya era viuda de su primer marido, Juan Alonso de Rois, un carnicero con el que tuvo una hija y que era propietario de dos casas en la ciudad y algunas viñas en la comarca, que serían motivo de litigio entre madre e hija más adelante. A los tres años de su muerte, María contrajo nuevas nupcias con el también carnicero Gregorio de Rocamonde, y durante un tiempo se dedicó a trabajar codo con codo con su esposo en el mercado coruñés. Sin embargo, los acontecimientos que habrían de reconocerla como heroína no tardarían en perturbar su vida.

Todo comenzó en el año 1581, cuando el rey de España Felipe II heredó el trono de Portugal y sus colonias en Brasil, África, India y China. Felipe II se convirtió en el monarca más poderoso de su época, dando lugar al dicho de que en su imperio nunca se ponía el sol. Es verdaderamente notable que su lema fuese “El Mundo no es Suficiente”. Llegó a ser dueño de Italia, la costa norte de África, los Países Bajos, las Indias y Filipinas. Una vez derrotados los turcos en la Batalla de Lepanto (1571), sólo se oponían al poder del monarca católico los rebeldes protestantes holandeses y los corsarios ingleses que asaltaban los galeones españoles que venían cargados de oro proveniente de las Indias.

La reina británica Isabel I Tudor siempre había mantenido una postura contraria a España y de apoyo a los focos conflictivos que surgían en Europa. Ya en 1585, la reina, que había favorecido a los rebeldes de los Países Bajos, firmó con ellos un tratado en el que se comprometía a prestarles ayuda militar. En ese mismo año, Felipe II ordenó la captura de todas las naves inglesas ancladas en puertos españoles. El navegante Francis Drake inició una campaña de ataque sistemático a las colonias del área del Caribe, poniendo en entredicho el sistema defensivo español.

Fue entonces cuando se proyectó la construcción de una gran armada que neutralizara el poder de la inglesa y asegurara el traslado de los tercios de Flandes en Inglaterra. El proyecto de la Grande y Felicísima Armada, más conocida como la Armada Invencible, se compuso de 130 buques y unos 30.000 hombres que por entonces seguían sin estar bien aprovisionados para entrar en batalla. Se requería más tiempo y dinero para completar el proyecto bélico de Felipe II. Pero en 1587, la reina escocesa María Estuardo, aliada de Felipe II, fue ejecutada en la Torre de Londres por alta traición. En su testamento, María legó sus derechos al trono inglés al monarca español, hecho que precipitó el plan de invasión.

En 1588, la Invencible salió de Lisboa, bordeando con dificultades la costa hasta la bahía de A Coruña, donde se pertrechó de agua y alimentos. Partiría el 21 de julio rumbo a Inglaterra con el objetivo de invadirla y coronar a Felipe II. Pero la operación fracasó, y la Armada Invencible se vio obligada a bordear la costa británica, castigada por una fuerte tempestad. Los despojos de los barcos llegaron en septiembre de 1588 a las playas coruñesas.

Pese a su triunfo sobre la Armada Invencible, Isabel I no las tenía todas consigo, y al año siguiente decidió destruir en sus bases toda formación de buques españoles. A pretexto de intervenir en el litigio sucesorio de Portugal, ayudando al pretendiente don Antonio, prior de Crato, envió a Coruña al mando de Francis Drake una flota de 120 navíos con 20.000 hombres de desembarco.

Aunque chasqueados en sus designios, puesto que en A Coruña no había tales barcos, los ingleses advirtieron en cambio que la ciudad, mal amurallada y peor guarnecida, era presa fácil. Y resolvieron atacarla. Después de cañonearse intensamente con el fuerte de San Antón, penetraron en el puerto y desembarcaron tropas y artillería. La situación era muy grave, y el marqués de Cerralbo, gobernador de la plaza, hubo de llamar a las armas a todo el vecindario, sin distinción de edades ni de sexos.

El 14 de mayo de 1589, diez días después del desembarco, las minas del enemigo hacían estragos en el baluarte español. Se luchaba ya cuerpo a cuerpo, y el asalto final parecía inminente. Los ingleses colocaron minas y asaltaron la Puerta de Aires, donde se dice que murió Gregorio de Rocamonde.

Fue entonces cuando María Pita acertó a clavar una pica en el pecho del alférez que, bandera en mano, se disponía a coronar el parapeto. María arrebató la bandera al moribundo y la enarboló en ademán victorioso. La leyenda popular cuenta que, bandera en ristre, María Pita alentó a su pueblo diciendo:


-¡Ayudadme a echarlos de aquí! ¡Quien tenga honra, que me siga!


El efecto de aquel gesto iba a ser decisivo para la suerte del combate. Mientras los defensores, enardecidos, multiplicaban su valor, los ingleses, desalentados, sintieron flaquear el suyo. Iniciaron el repliegue y, cuatro días después, desmoralizados y maltrechos, reembarcaron precipitadamente. Pero no acabaron aquí los trabajos de María Pita pues, después de la batalla, se dedicó a curar a los heridos y contribuyó aportando ropa y alimentos para los que habían quedado más maltrechos. Su labor fue, indiscutiblemente, muy importante para todos sus vecinos y el propio rey Felipe II recompensaría el arrojo de María Pita concediéndole el grado y la paga de alférez.

 
 
Estatua de María Pita en A Coruña 
 
 
La nueva etapa en la vida de María Pita iba a resultar difícil por su condición de viuda con una hija a su cargo. Eso explica la rapidez con que contrajo un nuevo matrimonio con el capitán Sancho de Arratia, marino que había llegado a Galicia en 1590 procedente de Sanlúcar con una flota cargada de pertrechos para la Armada. Su unión también fue breve, pues en 1592 se registra la muerte del capitán, con quien tuvo otra hija.

Los años posteriores serían duros para la heroína debido a las querellas a que hubo de enfrentarse, en especial la interpuesta por el capitán Peralta, quien la acusaba de haber intentado asesinarlo durante un asalto a la casa donde se encontraba alojado. Como resultado de dicho proceso, María Pita hubo de pasar unos meses en la cárcel y a punto estuvo de dictarse contra ella una sentencia de destierro.

Aprovechando tal circunstancia, María Pita se dirigió a la Corte en busca del favor real. Tuvo éxito, y ello la llevaría a repetir la experiencia unos años más tarde, en 1606, aunque en medio de unas circunstancias sustancialmente diferentes. Entre ambos viajes a Madrid había contraído un cuarto matrimonio con Gil de Figueroa, escudero de la Real Audiencia de Galicia. Este enlace le acarrearía graves problemas legales con la familia de su marido, que se verían agudizados tras su muerte en 1613.

María Pita pasó los últimos años de su vida litigando para defender los derechos de los hijos habidos de su último matrimonio, Juan y Francisco, mientras las relaciones con el resto de la familia se tornaban conflictivas. Su fallecimiento en Cambre en febrero de 1643 puso fin a una apasionante trayectoria y se abría un nuevo capítulo en su leyenda pues, aunque en su partida de defunción consta que quería ser enterrada en el convento de Santo Domingo de A Coruña, su sepultura no ha sido localizada.
 
 


2 comentarios:

  1. Desde luego, qué cantidad de sinsabores le dio la familia. Mejor hubiera sido para ella permanecer viuda e independiente, me parece a mí. Sobre todo porque en aquellos tiempo, como bien se ha visto ya en tu anterior serie de entradas sobre las esposas Tudor, quedarse embarazada en aquella época era jugar a la ruleta rusa.
    Por lo demás, me encanta su historia. Una muestra más del valor que pueden mostrar las mujeres en batalla y el gran desperdicio que fue mantenerlas encerraditas en casa durante tantos siglos, con la cantidad de cosas buenas que podrían haber hecho si se las hubiera dejado trabajar por el país mano a mano con los hombres. Quizás hoy no estaríamos como estamos :-)

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  2. El problema de las mujeres de la época es que, aunque fueran tan fuertes como María Pita, estaba muy mal visto que no estuvieran casadas. Incluso podía repercutir en el futuro de los hijos de la mujer, porque era vista como una señora de mala vida. Pero es un alivio ver que hay ejemplos de mujeres que demuestran que no hace falta un hombre para salir adelante en la vida. De hecho, a María Pita, los hombres le dieron más disgustos que alegrías.

    Y sí, es indiscutible que las cosas serían muy diferentes hoy en día si se les hubiera dado cancha a las mujeres. Pero luchar contra siglos de represión es muy duro, y es verdaderamente triste que incluso a estas alturas tengamos que demostrar lo que valemos.

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