domingo, 18 de mayo de 2014

Vagando por la Historia: La crisis de los tulipanes


Hacer una disertación sobre la crisis de los tulipanes supone hablar de la primera burbuja financiera de la Historia. En la Holanda del siglo XVII, la crisis de los tulipanes llevó a la bancarrota a muchos inversores, que llegaron a pagar auténticas fortunas por un bulbo de tulipán. Fue el mayor exceso especulativo del que se tiene constancia, y el que marcaría la pauta de todas las burbujas que vendrían después.

La semilla de la locura fue, paradójicamente, una flor. Ogier Ghislaine de Busbecq, embajador de Holanda en Turquía, fue el primero en caer rendido ante la belleza de las llamativas flores que rodeaban su residencia en Constantinopla. Los coloridos tulipanes que poblaban los jardines de la capital turca le gustaron tanto que los convirtió en regalo oficial. Cada vez que Ghislaine de Busbecq regresaba a su ciudad natal, obsequiaba a los personajes más ilustres de la sociedad holandesa con exuberantes ejemplares de tulipán. Esta novedad exótica no tardó en hacerse popular, y se convirtió en moda cuando una de las familias más ricas de la época, los Függer, decidió adornar con tulipanes sus mansiones en Augsburgo.

La belleza del tulipán engatusó no solo a las clases más pudientes de la sociedad, sino a los ciudadanos de la clase media. De pronto, todos querían ser dueños de tulipanes. La pasión por esta flor trascendió a su manifestación física, y no tardó en surgir un intenso mercado financiero basado principalmente en el comercio de bulbos de tulipán.

El comercio de tulipanes tuvo su mayor auge en Ámsterdam, ya que en 1620, la Bolsa de esta ciudad se había convertido en la más dinámica y concurrida de Europa en la época, a pesar de que apenas tenía diez años de existencia. En la Bolsa de Ámsterdam se podían negociar todo tipo de productos, desde acciones de las compañías que comerciaban con América hasta seguros marítimos, pasando por materias primas y por artículos más sofisticados como la seda italiana, especias e incluso esperma de ballena. Es fácil imaginar que, dentro de este contexto, la venta de tulipanes encajaba a la perfección.




No existe una explicación medianamente razonable acerca de la locura que generó el tulipán en la época. Los psicólogos consideran que en torno a esta flor se dan las claves que explicarían la base de la experiencia especulativa, precisamente porque se tenía este producto como algo fácil de conseguir, que no implicaba un gran coste económico y sí traía muchos beneficios. En un bulbo de tulipán se concentraban el azar, la sencillez y la accesibilidad. Cualquier pequeña anomalía (un virus, por ejemplo) podía convertir un simple tulipán en un raro, admirado y cotizado ejemplar. Además, su cultivo era muy sencillo, ya que no necesitaban grandes extensiones de tierra ni cuidados especiales. Y, como colofón, no existía un gremio que controlara las bases y requerimientos del oficio. Todo esto contribuyó a que su precio no fuese excesivamente alto. Las clases medias, a las que les resultaba imposible acceder a la especulación con acciones de la Compañía de las Indias Orientales, vieron en el tulipán su oportunidad de ingresar en el gran mercado especulativo.

Los rumores de que la compra-venta de tulipanes ofrecía un enriquecimiento seguro surcaron Europa en muy poco tiempo. Se hablaba de la revalorización de los bulbos no solo en Holanda, sino también en París o en la Bretaña francesa. La demanda empezó a crecer a un ritmo imparable, pues todo el mundo quería recibir su parte de los beneficios. Esta demanda disparó los precios, así como la posibilidad de ganar más dinero con los tulipanes.

Fue el comienzo de la llamada tulipomanía, y el primer damnificado por sus consecuencias fue el botánico holandés Carolus Clusius, pionero de la horticultura y creador del jardín botánico de Leiden. Este micólogo de gran prestigio fue la primera persona que pagó un precio disparatado por un bulbo de tulipán. Acababa de estallar la locura.



El carro de los locos de Flora

La euforia por los tulipanes fue, en realidad, una derivada más de la boyante situación económica de la Europa Central de la época. El optimismo estaba disparado, pues las condiciones se prestaban a ello: el comercio se hallaba en su máximo apogeo tras la desaparición de la amenaza militar española, la Compañía de las Indias Orientales generaba grandes ingresos con el comercio en las colonias y el precio de las acciones subía como la espuma en la Bolsa. Por supuesto, el coste de la vivienda también estaba por las nubes, pero la demanda no cesaba. Se exigían mansiones cada vez más grandes, así como también tulipanes con los que decorar sus inmensos jardines.

El comercio de bulbos pronto se quedó pequeño para la Bolsa de Ámsterdam, de modo que se organizó de manera diseminada en pequeñas bolsas informales que se improvisaban en tabernas. En ellas se compraban y vendían bulbos y derechos de compra de bulbos para el futuro, al tiempo que se comía y bebía desmedidamente. Este intenso comercio fue el causante de que se dispararan los precios. De repente, un bulbo muy sencillo pasó de costar 20 florines a 225, en una Holanda en la que la media salarial estaba entre los 200 y los 400 florines al año. Otras variedades dispararon su precio hasta los 1.200 florines. La fe ilusa de los holandeses en el precio ascendente de los tulipanes les llevó a otorgar un valor excesivo a un bulbo inútil, que llegó a valorarse en más de 100 toneladas de trigo. Pero el récord del tulipán más caro se lo llevó la variedad Semper Augustus, pues en 1624 un ejemplar de esta flor llegó a superar los 6.000 florines, que era lo mismo que costaba una casa en el centro de la ciudad.

La escalada de precios continuó entre 1636 y 1637. Al mismo tiempo, apareció un mercado de futuros denominado Windhandel (negocio del viento), que consistía en que los vendedores prometían entregar un bulbo de determinado tipo y peso a la primavera siguiente, y los compradores adquirían el derecho a la entrega. Durante el tiempo de espera, ese derecho cambiaba de manos innumerables veces, y cada vez que cambiaba su precio aumentaba. El trapicheo llegó a tal extremo que la mayoría de transacciones se hicieron por bulbos que nunca llegarían a entregarse porque no existían. Eran simples notas de crédito.

Solo los comerciantes más avezados se dieron cuenta del exceso y supieron detectarlo a tiempo. Mientras el pueblo llano se volcaba en la compra o apuestas por los bulbos, los comerciantes dejaron de pagar aquellas cifras exorbitadas y vendieron sus participaciones. La locura se quebró para todos los demás cuando llegó el momento de entregar los tulipanes. El día clave fue el 5 de febrero de 1637. Un rumor demoledor se extendió por el mercado de Haarlem: nadie estaba dispuesto a comprar bulbos de tulipán. Las órdenes de venta corrieron como la pólvora por toda Ámsterdam, los precios cayeron en picado y los propietarios se desesperaron por vender a toda costa. Cuando miles de familias acabaron en la ruina, el Gobierno decidió poner fin al asunto regulando el comercio de tulipanes.


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