A comienzos de 1543, las
sombras de la ejecución de Catalina Howard empezaron a disiparse. El
rey Enrique VIII obtuvo una victoria militar sobre los escoceses,
comenzó a ofrecer fiestas en palacio y, en el plano personal, empezó
a fijarse en cierta dama de la corte llamada Catalina Parr, una viuda
de unos treinta y un años famosa por sus buenas maneras y su
intachable reputación. Sus buenas condiciones la hacían apta para
convertirse en la sexta consorte del rey, pero se trataba de una
unión dispareja. Ella estaba enamorada de otro hombre y se dedicó a
su Dios.
Catalina Parr nació
alrededor de 1512 y era la hija mayor de sir Thomas Parr de Kendal y
de Maud Greene, una heredera de Northamptonshire. Su madre había
sido dama de honor de Catalina de Aragón, y probablemente Catalina
Parr se llamaba así por ella. Aunque recibió una educación
convencional, es de sobra conocida su dedicación al estudio. De
hecho, uno de sus logros más importantes fue el de aprender latín
siendo adulta, una labor extremadamente complicada. El hecho de que
Catalina Parr tuviera el deseo de perfeccionarse, ya que no había
recibido la educación excepcional de una princesa, la hace más
admirable e interesante.
Catalina Parr estuvo
casada dos veces antes de prometerse con Enrique VIII. Su primer
marido fue Edward Borough, con quien se casó en 1529, aunque murió
muy pronto. Como no tenía más opción que volver a casarse,
Catalina contrajo matrimonio con lord Latimer, un grande del norte
que por entonces tenía unos cuarenta años y una salud muy delicada.
Mientras estuvo casada, comenzó a ponerse en contacto con los
aspectos más evangélicos de la religión anglicana, lo que la
favorecería en el futuro a ojos del arzobispo Cranmer.
Pero los intereses de
Catalina Parr también tenían su parte más mundana. Estando todavía
casada con lord Latimer, se enamoró de Thomas Seymour, hermano de la
difunta reina Juana Seymour. Bajo su fachada de mujer prudente y
viuda virtuosa, Catalina Parr ocultaba las mismas pasiones que
cualquier ser humano. Después de estar casada con un hombre débil y
otro hombre veinte años más mayor que ella y además inválido,
estaba dispuesta a usar la gran fortuna que le correspondería para
contraer un último matrimonio conforme a sus propios deseos. Pero no
contaba con ganarse los favores del rey Enrique VIII, quien empezó a
cortejarla abiertamente. Cuando le pidió que se casara con él,
Catalina se encontró dividida entre el amor y el deber. Al final
triunfó el deber.
Catalina Parr nunca fue
descrita por sus contemporáneos como una belleza. Los epítetos más
favorecedores que se le dedican son los de grata, vivaz, amable y
afable. Es posible que su edad y condición influyeran en esa
calificación, ya que no se esperaba que las viudas de treinta años
fueran beldades. Los retratos que nos han llegado de Catalina Parr
muestran un rostro amable, de nariz corta, boca pequeña y frente
ancha. Era muy alta, la más alta de las esposas de Enrique VIII, y
tenía el pelo castaño claro, aunque es posible que utilizara tintes
para aclararlo.
Aunque era de costumbres
sencillas, Catalina Parr disfrutaba de los pequeños placeres de la
vida. Le gustaba bailar y oír música, y tenía su propio conjunto
de violones venecianos. Encargó a varios pintores que hicieran
miniaturas de ella misma y del rey, una de las cuales fue pintada por
la artista Margaret Horenbout. Era una apasionada de la ropa más
fina y, sobre todo, de los zapatos. Le gustaban los galgos y los
loros, mostraba interés por las flores y las hierbas de sus
jardines, y tenía varios bufones enanos a los que protegía. A todo
esto se añade un profundo amor por la literatura y por todas las
ramas del saber, lo que le hizo ganarse la fama de reina erudita.
Al casarse con Enrique
VIII y convertirse en madrastra de sus hijos, Catalina Parr tomó
personalmente las riendas de la educación de los infantes, en
especial la de Isabel y Eduardo. Mostró interés por todos ellos,
incluso por la triste princesa María, quien contribuyó a que
Catalina Parr se esforzara por mejorar sus conocimientos.
En 1544, Enrique tenía
cincuenta y tres años y estaba muy enfermo. Catalina Parr actuaba
con él más como una enfermera que como una compañera de lecho. Ya
había estado casada antes con un hombre inválido, y trasladó esos
conocimientos a los cuidados de su nuevo marido. Por las noches,
Catalina dedicaba largas horas a distraer a Enrique mediante la
lectura y hablando del tema que mejor sabía: la religión. Poco a
poco, Enrique empezó a mejorar, lo suficiente como para embarcarse
en una nueva campaña contra Francia. Antes de irse, nombró regente
a Catalina Parr y le encomendó el cuidado de sus hijos.
"Ser Útil en Todo lo que Hago"
La reina Catalina Parr
era vista por toda la corte como un modelo de piedad excepcional.
Todos los días se reunía con sus damas para leer y discutir pasajes
de la Biblia. Catalina Parr mostraba bastante interés por las ideas
de la Reforma, a pesar del riesgo que corría, porque el propio
Enrique VIII pisaba una línea muy fina entre la ortodoxia católica
y las nuevas ideas protestantes, aplastando a aquellos que se
aferraran demasiado al pasado o a las modernas tendencias luteranas.
Conocemos bien el
pensamiento religioso de Catalina Parr porque, excepcionalmente para
una mujer de su época, y aún más para una reina, era escritora y
además publicó. Su primera obra se tituló Prayers and
Meditations, un libro de oraciones que se hizo muy popular y que
fue publicado en un formato pequeño pensado para que las mujeres
pudieran leer en los oratorios. Es una obra profunda, pero simple y
sincera. El éxito de esta obra llevó a Catalina a escribir un
segundo libro, este más comprometido con las ideas de la Reforma y
con un marcado acento adoctrinador. Sin embargo, tuvo el buen juicio
de no publicar esta obra en vida del rey. The Lamentation of a
Sinner era la prueba de que Catalina Parr se había convertido en
luterana y, por lo tanto, en hereje.
En 1546, la persecución
de los herejes se hizo más intensa, sobre todo para aquellos que
estaban dentro de la corte. Cada comportamiento religioso era
observado al milímetro y, muy pronto, los movimientos de la reina
Catalina Parr empezaron a ser motivo de habladurías. Anne Askew, una
luterana reconocida, fue arrestada y llevada a la Torre, donde la
sometieron a atroces torturas para que revelara los nombres de
grandes damas que eran sospechosas de herejía. En ningún momento
mencionó el nombre de Catalina Parr, aunque no haría falta, porque
la propia reina cometió un descuido que estuvo a punto de costarle
muy caro.
La salud del rey lo
volvía sumamente irritable en esa época y no le agradaba que lo
contradijeran, especialmente una mujer. Quizá de manera un tanto
imprudente, Catalina Parr se dedicó a darle sermones sobre religión
e incluso llegaron a discutir por eso. Los cargos contra la reina
empezaron a acumularse, y pronto comenzó a circular el rumor de que
Catalina iba a ser arrestada. Una noche, un consejero anónimo dejó
caer una copia de los cargos en la cámara de la reina. Cuando
Catalina Parr leyó la carta, se sintió devastada por la revelación
de lo que le aguardaba. Pero no se dejó llevar por el pánico.
Escogió la única salida que tenía abierta como mujer: la
humillación. Si quería librarse de un destino horrible, tendría
que ser muy hábil y astuta. Y lo fue.
En plena noche, se
dirigió a la habitación del rey. Como siempre, la conversación
giró en torno al tema religioso pero, por una vez, Catalina Parr no
sacó ninguna conclusión. Le dijo al rey que sus opiniones no debían
ser tenidas en cuenta porque, después de todo, era una mujer y, como
tal, era débil. Al hablar de religión, su único deseo era
entretener al rey para distraerlo de su dolor. Su intención había
sido la de aprender de él, no la de predicar. El rey la escuchó y,
poco a poco, su resquemor desapareció.
Al día siguiente, una
guardia de cuarenta hombres acudió a los jardines para arrestar a la
reina, pero Enrique VIII, quien no los había avisado de su
reconciliación, los despidió con cajas destempladas. Magnánima por
su victoria, Catalina Parr le suplicó a su esposo que los perdonase.
La vida del matrimonio real siguió un curso normal, aunque no sería
por mucho tiempo. Enrique VIII estaba cada vez más enfermo y sufrió
varias recaídas. El 28 de enero de 1547, a la edad de cincuenta y
seis años, murió.
Aunque su pesar sin duda
era sincero, es imposible no pensar que Catalina Parr por fin veía
el cielo abierto. Después de todo, ahora tenía completa libertad
para casarse con el hombre que quería. Imprudentemente, se
comprometió con Thomas Seymour antes de que pasara un tiempo
prudencial de luto por su difunto marido, lo que provocó un
escándalo en la corte. Sin embargo, la boda tuvo lugar en los
jardines de su mansión de Chelsea; la novia estaba radiante de
felicidad al lado de su nuevo y atractivo esposo. La ardiente pasión
que ambos se manifestaban estaba en boca de todos sus amigos y
familiares, quienes nunca habían visto a Catalina Parr tan feliz. Y
esa felicidad se completó cuando poco tiempo después anunció que
estaba embarazada.
Aunque ahora apenas tenía
relación con sus hijastros, Catalina Parr siguió preocupándose por
ellos e incluso permitió a la princesa Isabel que pasara una
temporada en su casa con ella y su esposo. Sin embargo, Thomas
Seymour empezó a tomarse ciertas libertades con lady Isabel, a la
que robaba besos, le pellizcaba las nalgas y la sorprendía en su
habitación cuando estaba a medio vestir. Para Catalina, que por
entonces estaba embarazada de seis meses, fueron motivos más que
suficientes para discutir con su veleidoso marido y mandar a la
muchacha de vuelta a la corte.
En 1547, Catalina Parr se
retiró al castillo de Sudeley. Desde allí, entabló una larga
correspondencia con Thomas Seymour acerca de su avanzado estado de
gestación. El 30 de agosto se puso de parto y dio a luz a una niña
a la que llamó Mary. Pero, al igual que para otras muchas mujeres de
la época, la maternidad fue la perdición de Catalina Parr. Como
Juana Seymour, cayó enferma de fiebre puerperal y sufrió delirios
durante varios días. Se recobró lo suficiente como para dictar su
testamento, pero el 5 de septiembre murió. Catalina Parr tenía
treinta y seis años. Había sido la consorte del rey Enrique VIII
durante tres años y medio y había estado casada con Thomas Seymour,
su cuarto esposo, quince meses. Fue enterrada con honores de reina,
pero no de la manera que Enrique VIII habría aprobado, porque a
Catalina Parr se le hizo el primer funeral real protestante de
Inglaterra.
Desde luego, las esposas de Enrique VIII coleccionaban desgracias. ¡Pobre mujer! Casada con viejos o enfermos, luego teniendo que casarse con el rey (aunque no sé hasta qué punto podría entenderse que el matrimonio con Enrique era para ella un deber, puesto que podría haberle rechazado, ¿no?), y finalmente cuando se casa con el hombre que verdaderamente ama, descubre que es un pervertido que se dedica a sobar a las jovencitas mientras ella está embarazada... y al final va y muere de fiebres puerperales.
ResponderEliminarTodo eso, sumado a que a pesar de ser una mujer culta e inteligente tuvo que esconder sus ideas y encima humillarse ante el gilipollas de Enrique por haber tenido el atrevimiento de mostrar que era capaz de pensar por sí misma, hace que esta mujer me dé muchísima pena, tanto como Catalina de Aragón.
Menos mal que el tirano de Enrique murió de una vez y no tuvo la oportunidad de seguir haciendo daño.
Bueno, que sepas que me ha encantando esta serie de entradas "tudorianas" que has hecho. Espero que publiques más cosas de este estilo, y más anécdotas históricas, porque me encanta leerlas, sobre todo con ese estilo tan fluido y fácil de leer que tienes ^^
PD: Me has matado con eso de que en aquella época a las mujeres de mi edad ya no se las consideraba beldades, snifff :-(
Aish, que ganicas de que cuelgues un relatito medieval sobre una mujer fuerte. Supongo de que se ha pasado por la cabeza escribirlo, no? Vistas las ultimas entradas...
ResponderEliminarEstelwen: La vida de las mujeres en la época nunca era fácil. Como bien sabes, tenían muy pocas opciones para salir adelante, y el matrimonio era la más viable para la mayoría. Al parecer, para Catalina Parr sí fue un deber casarse con Enrique VIII, porque si el rey te pedía que te casaras con él, tenías que hacerlo y punto; no se le podía decir que no. Además, Catalina Parr tenía la convicción de que Dios se oponía a su voluntad de casarse con Seymour por el momento, y ella lo aceptó al estilo de la Virgen María. Si hubiera dicho "Hágase en mí según Su palabra", habría sido lo mismo. En otra entrada, más adelante, publicaré algunas cartas de las reinas Tudor, que son muy interesantes y además aclaran bastantes dudas.
ResponderEliminarMe alegro de que te hayan gustado mis entradas! Y también me alegro de que te guste mi prosa! A ver si algún día me decido a mandar mis novelas a una editorial buena, me convierto en novelista y a vivir la vida, XD!
Y no te preocupes por lo de los 30 años, mujer! Yo tengo 27 y en esa época ya sería una flor pocha XD!
Narrador: Hola, Narrador! Bienvenido a mi blog y gracias por comentar!
ResponderEliminarPues no es la primera vez que me planteo escribir algún relato, real o inventado, sobre la Edad Media. Pero, como historiadora, me da un poco de miedo. Y es que no quiero meter la pata con detalles que podrían ser incorrectos. Pero todo se andará.
Gracias por tu aporte!
Laura: Gracias por acogerme! ^^
ResponderEliminarEntiendo perfectísimamente esa sensación, que te bloquea hasta el tuétano de los huesos. Ese miedo irracional ha escribir la mayor metedura de pata de todos los tiempos. Una vergüenza para ti, y para tus hijos, nietos... :/
¡Pero luego la gente no sabe tanto de la Edad Media como uno, porque la historiadora eres tú!
Además, siempre puedes hacer como Martin, crearte tu propio Westeros donde el mundo es hostil, violento, y la muerte no vale nada. Si al final del relato se descubre una gran metida de pata, bueno, supongo que no pasará nada, ¡porque al menos la historia ya está escrita! Basta con cambiar lo erróneo...
Pero sí, te entiendo perfectamente. A veces los escritores elevan a la categoría de tesis sus investigaciones documentales ^^
Chao.
Felicitaciones bella dama.... es un relato que impone dedicación y, que sobre todo, lleva a la reflexión, pues la mujer siempre ha sido, es y será el complemento perfecto para explicar la historia.
ResponderEliminarMuchas gracias por tu comentario! Es agradable encontrar gente que aprecia la lectura de entradas históricas. Yo soy de las que opina que la historia sobre las mujeres todavía está en pañales, pero se hará lo que se pueda por sacarla adelante y darle el lugar que merece.
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