Siempre he creído que, la mayoría de las veces, la realidad supera a la ficción. Muchos escritores del género de terror se devanan los sesos tratando de pensar en un buen argumento para sus historias, un argumento que deje a los lectores helados de miedo. Por eso se inventan grandes masacres sangrientas, asesinos en serie despiadados y finales que nos dejan una sensación de frío mortal en la columna. Pero, ¿y si os dijera que las mayores atrocidades han sucedido de verdad y, lo que es peor, podrían volver a suceder si no tenemos cuidado?
Para probar esto, mi mejor argumento es la Historia, donde se guarda de todo. Hoy os traigo las biografías de dos personajes muy conocidos por todos nosotros por su maldad, por sus crímenes y por su adicción a la sangre, no en sentido comestible, sino más bien en un sentido de éxtasis salvaje. Aquí están dos de los peores asesinos que ha visto este mundo, un hombre y una mujer: Vlad III Draculea y Elisabeth Bathory.
Vlad III Draculea
Más de cinco siglos
después de su muerte, la persona del príncipe valaco Vlad III
Tepes, el Empalador, sigue oscurecida por el velo de los mitos. A la
imagen de él que tenemos hoy en día tenemos que deberle mucho al
escritor Bram Stoker cuando publicó en 1897 su novela Drácula.
Fue tal el éxito de esta obra que el famoso conde vampiro acabó
confundiéndose con el Drácula original, el príncipe que en el
siglo XV gobernó con mano de hierro Valaquia, la cuna de la actual
Rumanía.
A inicios del siglo XV,
el voivoda (príncipe) de Valaquia era Mircea el Viejo, abuelo de
Tepes, quien sostenía la independencia de sus territorios
manteniendo un complicado sistema de alianzas con el emperador
Segismundo, al mismo tiempo que pagaba el tributo al Sultán. Pero al
morir Mircea el Viejo en 1418, se produjo el conflicto hereditario
entre su hijo ilegítimo Vlad y su sobrino Dan, del que este último
salió triunfante. Desengañado, Vlad se retiró a Sighisoara, en
Transilvania, donde en 1431 nacería su hijo Vlad. Ese mismo año,
Vlad padre viajó a Nüremberg para ser ordenado caballero de la
Orden del Dragón, una milicia noble creada para hacer frente a los
turcos. Orgulloso del título, a partir de ese momento se hará
llamar Vlad Dracul (Vlad el Dragón). Su hijo pasará entonces a
llamarse Vlad Draculea, hijo de Dracul.
Vlad tuvo dos hermanos,
Mircea y Radu, y la familia permaneció en Sighisoara hasta que en
1436 Vlad Dracul se trasladó a Tirgoviste, convertido por fin en
voivoda de Valaquia. El Emperador había muerto y Vlad Dracul buscó
la neutralidad con los turcos. Para asegurarse su fidelidad, el
Sultán le pidió como rehenes a sus hijos menores, Vlad y Radu.
Ambos estuvieron retenidos siete años en Turquía, y durante ese
tiempo vivieron con el miedo a perder la vida en cualquier momento.
Vlad, muy diestro en el
manejo de las armas, aprendió las tácticas marciales otomanas y
tuvo oportunidad de familiarizarse con un castigo cruel y terrible
que se aplicaba entre los turcos y otros pueblos de Asia: el
empalamiento. Es muy posible que esto le afectara psicológicamente
para toda la vida, y la cosa no mejoró cuando en 1448 fue liberado y
volvió a Valaquia, pues allí le esperaba otra tragedia personal:
los nobles boyardos habían asesinado a golpes a su padre y habían
enterrado vivo a su hermano Mircea.
No obstante, Vlad
consiguió manejarse bien dentro del cambiante panorama político de
la época. Con el apoyo de los turcos, recobró el cargo de su padre,
aunque brevemente, pues el voivoda Vladislav II, con el respaldo de
los húngaros, le expulsó. Eso no fue óbice para que Vlad Draculea
desfalleciera; las crónicas relatan que tres veces conquistó el
principado y tres veces lo perdió. En la última campaña que llevó
a cabo, abandonado por los turcos, realizó un acercamiento a los
húngaros, olvidando el hecho de que en el pasado habían asesinado a
sus parientes. En 1456, aprovechando un descuido de los húngaros,
invadió Valaquia y fue nombrado voivoda.
La tarea prioritaria de
Vlad Draculea fue la de consolidar su posición, y eso implicaba
quebrar el poder político de los nobles boyardos, interesados en
fomentar la discordia civil para proteger sus intereses. Draculea
actuó sin piedad contra ellos y contra cualquiera que amenazara con
quitarle el trono. Tres años después de ser proclamado príncipe
reinante, llevó a cabo la venganza por la muerte de su padre y su
hermano: Invitó a los boyardos a un banquete en su palacio de
Tirgoviste, donde el vino y los manjares corrieron sin freno. Cuando
la fiesta llegó a su máximo apogeo, los soldados de Draculea
irrumpieron en la sala, prendieron a todos cuantos estaban en el
banquete y colocaron sus cuerpos empalados por toda la ciudad. De ahí
vino el apodo que llevaría toda la vida y que daría buena idea de
sus inclinaciones punitivas: Tepes, el Empalador.
Mientras tuvo el poder,
Vlad Tepes democratizó la crueldad. No distinguió entre nobles y
plebeyos a la hora de infundir el terror, y en eso basó su dominio.
Del pavor que provocaba entre sus súbditos nos da una idea esta
anécdota. En cierto lugar donde había un manantial de agua fresca,
puso una copa de oro para que la utilizaran los que acudían a beber,
y nadie se atrevió a robarla mientras él vivió. De su concepción
del valor también se han conservado testimonios. Un relato de la
época cuenta que, tras el ataque a un campamento turco, Vlad pasó
revista a sus tropas. A los que estaban heridos en el pecho y en la
cara les felicitó, pero a los que tenían heridas en la espalda los
empaló. Luego volvió a cargar contra los turcos, pero antes
advirtió así a sus soldados: “Quien tema a la muerte, que no
venga conmigo”.
Los conflictos que
mantuvo con el sultanato estallaron finalmente en un enfrentamiento
abierto. La guerra comenzó en el invierno de 1461, y el primero en
cargar fue Tepes, que se apoderó de algunas fortalezas otomanas a lo
largo del Danubio. En una carta dirigida al rey húngaro Matías
Corvino, afirma que había acabado con las vidas de más de 20.000
personas. La respuesta otomana no se hizo esperar, y un ejército
capitaneado por el propio sultán Mehmed II atacó Valaquia. Vlad
había previsto el ataque y, como no contaba con la ventaja numérica,
se retiró a los bosques cercanos mientras practicaba la táctica de
la tierra quemada para desconcertar a los turcos. Ordenó a la
población abandonar sus aldeas y refugiarse en bosques y montañas
llevando consigo cualquier cosa que pudiera serle útil al enemigo;
todo lo que quedara atrás sería incendiado. Incluso se infiltraron
enfermos contagiosos en los campamentos enemigos para extender
epidemias. Vlad Tepes adoptó la guerra de guerrillas y no dio tregua
a los turcos.
En la noche del 17 de
junio de 1462, Tepes atacó por sorpresa el campamento otomano y
trató de matar al Sultán, pero finalmente no pudo hacerlo. Los
valacos se retiraron después de causar muchas bajas entre las filas
turcas, pero eso no detuvo el avance del Sultán, que llegó a las
puertas de Tirgoviste, la capital del principado. Allí le esperaba
un terrible espectáculo: la macabra escena de un bosque de
empalados. Veinte mil personas (valacos en su mayoría, sajones,
prisioneros turcos…), en algunos casos todavía gimientes, colgaban
de estacas clavadas en la tierra. El Sultán dijo que no podía
combatir al diablo, ni conquistar un país regido por un hombre que
era tan cruel con sus súbditos sin que éstos le abandonasen. Los
turcos, descorazonados, emprendieron poco después la retirada.
Pero la guerra no había
terminado. Finalmente, la poderosa maquinaria de guerra del sultanato
arrinconó a Vlad Tepes. La intercepción de unas cartas hizo
sospechar a los húngaros que pensaba cambiar de bando nuevamente. A
todo esto se debe sumar que el horror que causó entre los suyos
finalmente consiguió aislarle de posibles aliados. Sea como fuere,
el caso es que Vlad acudió a Buda para solicitar ayuda y fue
detenido y recluido en Pest. En esta ciudad estuvo retenido entre
1462 y 1476. Era un rehén, pero sus condiciones de cautiverio no
eran duras. Es más, el rey gustaba de mostrarlo a sus visitas como
una especie de curiosidad. La cambiante política le dio una nueva
oportunidad: a la caída de Constantinopla en 1453, Vlad recibió un
ejército e invadió de nuevo Valaquia, y en 1476 se hizo otra vez
con el título de voivoda. Pero poco habría de durarle la alegría,
pues a finales de año murió cerca de Bucarest. Las fuentes no se
ponen de acuerdo sobre cómo fue su final, pero hay tres
posibilidades: o murió combatiendo, o fue confundido por una unidad
cristiana, o le degollaron unos sicarios. Lo que sí se conoce es lo
que pasó después: Decapitaron su cadáver, enviaron la cabeza a
Estambul y el cuerpo recibió sepultura en el monasterio de Snajov.
Así terminó sus días
Vlad Tepes Draculea. En su haber se cuentan unas 100.000 ejecuciones,
un porcentaje tremendamente alto si tenemos en cuenta que el país
contaba con medio millón de habitantes en aquella época. De su
sevicia nos quedan testimonios realmente estremecedores, y no solo en
tiempos de guerra. A un emisario que no se descubrió ante él le
clavó el sombrero a la cabeza. Tampoco entendía de etnias o razas.
Trató a los gitanos igual que a príncipes: reunió a una de sus
comunidades, asó vivos a dos de sus miembros y al resto les dio a
escoger entre la parrilla o el ejército.
Elisabeth Bathory (1560-1614)
Elisabeth Bathory
descendía de un importante linaje de condes que habían tenido gran
influencia política en la breve Transilvania independiente. Era
condesa, y los suyos pertenecían a uno de los linajes más poderosos
y antiguos de las zonas de Rumania, Hungría y Croacia del siglo XVI.
Pero hay que añadir que en la familia Bathory se hallaban algunos de
los personajes más dantescos que se pueda imaginar. Ella padecía
unas terribles migrañas que desencadenaban accesos de furia
irrefrenable y que la convirtieron en una adicta a las drogas para
paliar sus efectos; su hermano István era un sádico; su tío,
también llamado István, estaba completamente loco; su tía Klara
asesinó a sus cuatro maridos y a varios amantes; su primo Gábor
cometió incesto con su hermana; y varios miembros más de la familia
eran epilépticos.
Elisabeth nació en
Nyrbáthor, en Hungría, alrededor de 1560. Su madre era hermana del
rey de Polonia, Esteban I Bathory. De niña quedó huérfana y fue prometida al conde
Ferencz Nadasdy, con cuya familia se fue a vivir para criarse en el
ambiente del que sería su esposo. Entre sus pasatiempos favoritos
estaban la caza y la hípica y, a medida que fue creciendo, aprendió
a hablar cuatro idiomas, a usar esencias para el cuerpo y a bailar.
Pero también es en esta época cuando se empiezan a ver rasgos en su
carácter que demuestran que algo no iba bien en su cabeza, ya que
tenía por costumbre intentar despeñar a sus primos por la montaña
mientras jugaban con trineos. Cuando cumplió quince años, contrajo
matrimonio con el conde, con quien tuvo cuatro hijos: tres niñas y
un niño.
Pero Elisabeth no estaba
hecha para la maternidad ni para el matrimonio. Apartó de ella a sus
hijos y, cuando su marido falleció de una enfermedad en mitad de la batalla contra los
otomanos, dio rienda suelta a su ferocidad. Para sus desvaríos, se
rodeó de un grupo de engendros que formaban una auténtica corte de
los horrores: una bruja llamada Darvulia (que falleció y fue
sustituida por otra de igual maldad, Ezna), dos sirvientas llamadas
Jó Ilona y Dorko, y un tullido que en principio había sido
contratado para ser el bufón de la corte, Ficzkó. Estos cuatro
desalmados se encargaban de atraer a jóvenes campesinas vírgenes al
castillo condal, encandilándolas con la promesa de un trabajo muy
bien remunerado. Pero una vez allí, las muchachas eran encerradas
para posteriormente ser sometidas a atroces sesiones de tortura que
la diabólica Elisabeth presenciaba con entusiasmo, hasta que ella
misma también decidía participar.
Y es que Elisabeth
Bathory está considerada una de las mujeres más malvadas que ha
habido nunca. Las crónicas nos han dejado ejemplos suficientes de la
personalidad psicopática de esta mujer, quien posiblemente sea la
primera asesina en serie documentada en la Historia. Y todavía es
más revelador que dichas crónicas hayan sido escritas por ella
misma, pues Elisabeth escribió en un diario la identidad de las
muchachas que asesinaba, así como todas las atrocidades que cometía
contra ellas. Su mayor deseo era mantenerse joven y hermosa a
cualquier precio, y concibió la idea de que la sangre de doncella
era el remedio que andaba buscando para conseguir la ansiada juventud
eterna. Aconsejada por la bruja Ezna, comenzó a usar la sangre de
sus víctimas para darse baños, pues pensaba que así sería joven
para siempre.
La leyenda popular afirma que todo comenzó una mañana cualquiera en las habitaciones de la condesa. Una sirvienta, mientras la peinaba, le dio un tirón un poco fuerte, lo que le valió que la Bathory le reventara la nariz de un bofetón (por si esto os parece pasarse de la raya, os diré que el castigo por hacerle daño a una noble era ser llevada al patio de armas y recibir cien bastonazos). Cuando la sangre de la sirvienta salpicó la piel de Elisabeth, ésta creyó que sus arrugas habían disminuido y que su piel recuperaba la lozanía infantil. Fascinada, la condesa pensó que acababa de encontrar el elixir de la eterna juventud, y decidió explotarlo a conciencia. Tras consultar a sus brujas, y con la ayuda del bufón-mayordomo, atraparon a la muchacha, la desnudaron, le hicieron un profundo corte en el cuello y la desangraron en un barreño. Elisabeth se metió dentro y se embadurnó de arriba abajo, y hasta probablemente bebió la sangre, para volver a sentirse joven.
Entre 1604 y 1610, los sirvientes de Elisabeth se dedicaron a proveerla de jóvenes entre 9 y 26 años para sus rituales sangrientos. En un intento por mantener las apariencias, habría convencido al pastor protestante de la región de que las muchachas habían muerto por causas naturales y todas habían recibido cristiana sepultura. Pero cuando la cifra empezó a subir, todo se volvió más sospechoso. Morían demasiadas jóvenes por causas "desconocidas", pero la condesa le amenazó y le obligó a callarse.
Pero hacia 1609, Elisabeth Bathory cometió un error. Como escaseaban las sirvientas en la zona (la mayoría muertas y otras asustadas ante lo que ocurría en el castillo), la condesa empezó a traer a su palacio a muchachas de la nobleza para educarlas. Muchas no tardaron en morir por las mismas "causas desconocidas". Esto no era raro en la época, pues la mortandad era muy elevada entre los jóvenes, pero el número de fallecimientos en el castillo condal era demasiado alto incluso para lo que se consideraba normal. Además, las víctimas ahora pertenecían a la aristocracia, y eso ya eran palabras mayores. Si a esto le añadimos que los cuerpos eran enterrados de manera chapucera en campos cercanos, en silos de grano o, directamente, tirados en el río, pues no tardó en descubrirse que algo ocurría. Se dice que una muchacha logró escapar y tuvo el tiempo suficiente para avisar de lo que estaba pasando, hasta que aquellos monstruos volvieron a capturarla y la mataron utilizando un artilugio de tortura inventado y desarrollado por la propia Elisabeth Bathory: la Doncella de Hierro, un sarcófago que representaba la forma de una mujer y que por dentro tenía pinchos
La leyenda de las desapariciones y de la depravación de Elisabeth
fue finalmente un clamor, y el mismo rey de Hungría, Matías II de
Habsburgo, se vio obligado a intervenir para poner fin al terror. Se
abrió una investigación y fue así como se encontró el cuaderno
donde Elisabeth Bathory había anotado todo lo referente a sus
asesinatos. Una lista que superaba los seiscientos nombres. Se encontraron algunos cuerpos de las víctimas, y todas mostraban evidencias de haber sido torturadas. La mayoría de los cuerpos habían sido agujereados y mutilados.
El rey Matías II tomó
justicia de propia mano. Los sirvientes de la Bathory fueron
ejecutados, pero no sucedió lo mismo con ella, pues su condición de
noble la amparaba (un miembro de la nobleza no podía sufrir tortura
ni ser condenado a muerte). Elisabeth Bathory fue confinada en una
habitación de su castillo, con las ventanas tapiadas y la puerta
clavada. Solo una pequeña rendija, por donde le daban de comer, la
separaba del mundo exterior. En este enclaustramiento sobrevivió
casi cuatro años, hasta que el 21 de agosto de 1614 sus guardianes
hallaron su cadáver. Los habitantes locales se negaron a que su cuerpo fuera enterrado en tierra sagrada, así que fue llevado al norte de Hungría, hogar ancestral de su familia. Todos sus documentos fueron sellados y se prohibió hablar de ella en todo el país.
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