Hoy empezaré por Catalina de Aragón, de la que os dejo fotos, emblemas y, cómo no, su biografía.
Espero que os guste!
Catalina de Aragón nació
en Alcalá de Henares el 15 de diciembre de 1485. Creció feliz en la
corte de Castilla y, como sus hermanas, recibió una educación muy
superior a otras mujeres de su tiempo. Estudió el misal y la Biblia,
a clásicos como Prudencio y Juvenal, a san Ambrosio, san Agustín,
san Gregorio, a Séneca y los historiadores latinos, y llegó a
hablar latín clásico (la lengua de la diplomacia internacional) con
gran fluidez. También adquirió conocimientos de derecho civil y
canónico, así como de heráldica y genealogía. Aparte de los
esfuerzos intelectuales, también se cuidaron sus dotes musicales, el
baile y el dibujo. Y la reina Isabel también inculcó a sus hijas
otra tradición femenina más universal: el dominio de las destrezas
domésticas. Las hijas de la reina aprendieron a hilar, tejer y
hornear pan.
Al igual que el resto de
los hijos de los Reyes Católicos, su destino se dirimió en el
tablero de ajedrez de la política exterior de sus padres. Juan casó
en 1497 con la archiduquesa Margarita de Habsburgo, y parece que tan
a pecho se tomó la vida conyugal que los excesos le llevaron a la
tumba a los seis meses de contraer matrimonio, dejando a su viuda
embarazada de un hijo que no llegó a lograrse. En contrapartida,
Juana se comprometió con Felipe de Habsburgo, hijo y heredero del
emperador Maximiliano, del que se enamoró con tal extravío que fue
apodada por ello como La Loca. En cuanto a Isabel, la mayor de las
hijas de los Reyes Católicos, contrajo matrimonio en 1495 con Juan
II de Portugal y, al repentino fallecimiento de éste, volvió a
casarse con su hermano y sucesor Manuel I. Tan solo tres años
después moría la joven reina portuguesa de sobreparto; en 1500,
Manuel I pidió en matrimonio a su cuñada la infanta María. En
cuanto a Catalina, se perseguía la alianza con Inglaterra y como tal
se la preparó para convertirse en reina en la corte de Saint James
hacia donde partió, en 1501, cuando apenas contaba dieciséis años.
De Catalina se decía que
era muy hermosa. Se la describe por entonces como de piel clara y
mejillas sonrosadas, lo que indicaba un temperamento sereno y alegre.
Además, el cabello de Catalina era rubio y abundante, muy alejado de
la imagen convencional de una española, y sus rasgos eran bonitos y
regulares. Sin embargo, era menuda de estatura, un tanto regordeta y
poseía una voz demasiado grave para una jovencita. En cuanto a su
personalidad, había heredado de su madre la firmeza de carácter, la
capacidad de mando y unos sólidos principios morales y religiosos.
Posiblemente su forma de
ser no era la más adecuada para adaptarse a la corte inglesa. El día
a día de la corte inglesa, refinada y culta, poco o nada tenía en
común con la austera forma de vida castellana. Enrique VII, último
representante de la casa de Lancaster, se había hecho con la Corona
al acabar con la vida de Ricardo III de York en una revuelta. Su
matrimonio con Isabel de York unió las dos dinastías enfrentadas en
la llamada “Guerra de las Dos Rosas” (1455-1485). Pero había
conseguido crear un país próspero que administraba entre el lujo de
la vida cortesana y una cierta ligereza de costumbres, junto con un
notable interés por las letras y las artes. En este mundo había
educado a su hijo y heredero, Arturo, príncipe de Gales y futuro
esposo de Catalina.
La travesía hasta
Plymouth fue terrible. Pero las inclemencias del tiempo y el peligro
de naufragio se vieron compensados por una calurosa bienvenida. Los
ingleses se quedaron maravillados ante aquella hermosa princesa del
sur. Pocos días después, Londres se engalanaba con fastos nupciales
y los flamantes príncipes de Gales se retiraron a sus aposentos
privados en el castillo de Baynard. Lo que ocurrió o no ocurrió
tras esa puerta habría de darle a Catalina muchos quebraderos de
cabeza en el futuro.
El matrimonio duró muy
poco. Cinco meses después de la boda, el débil y enfermizo Arturo
murió a causa de unas fiebres para las que no hubo remedio posible.
Así, de repente, Catalina se encontró viuda y sola en un país
extranjero y una corte que ahora no sabía qué hacer con ella. La
posibilidad de un heredero hubiera cambiado su situación, pero
Catalina afirmó que su difunto esposo no la había conocido
carnalmente y que, por lo tanto, era doncella. Enrique VII, ya
anciano, declaró a su hijo superviviente, Enrique, que acababa de
cumplir los doce años, como heredero de su reino y, con el fin de no
romper la alianza con España ni perder la dote que Catalina había
aportado al matrimonio, se lo prometió con la viuda de su hermano.
Pero había un problema.
En la época, el matrimonio entre personas tan próximas no estaba
bien considerado por la Iglesia. Pero la virginidad de Catalina y la
afirmación del propio Enrique VII, que aclaró que el matrimonio no
se había consumado dada la impotencia del enfermizo Arturo, fueron
los argumentos que convencieron al Papado, que otorgó la dispensa
para que la joven princesa se comprometiera en 1503 con Enrique.
En espera de que el
heredero alcanzara la mayoría de edad, Catalina se retiró al
castillo de Ludlow para guardar luto por su difunto esposo. Los años
pasaron y la frágil y rubia princesa se convirtió en una joven de
carácter demasiado maduro para su edad, muy reprimida por sus duras
disciplinas religiosas. Por otra parte, no perdió su capacidad
intelectual, que fomentó con muchas horas de lectura y aprendizaje.
En esto sí tenía una gran afinidad con Enrique, que protegió todas
las formas de arte, fue un buen músico y un versado teólogo. Entre
ambos se desarrolló una fluida relación intelectual, pero que poco
tenía que ver, al menos por parte de Enrique, con el amor o la
pasión.
En 1509 murió Enrique
VII y su hijo, que aún no tenía dieciocho años, ascendió al
trono. El matrimonio con Catalina no podía retrasarse más, y dos
meses después, volvía a contraer matrimonio y se convertía en
reina de Inglaterra.
"Humilde y Leal"
Catalina estaba
perfectamente preparada para ejercer de reina de Inglaterra,
probablemente más que para ser la esposa de un joven tan sensual y
amante de los placeres como Enrique VIII. Su sentido del deber estaba
por encima de cualquier distracción mundana de las que tanto
disfrutaba el joven rey. Cierto que Enrique VIII admiraba y sentía
afecto sincero por su esposa, pero eso no le impedía buscar el
placer en camas ajenas. Catalina sobrellevaba con dignidad y entereza
los devaneos de su esposo. El matrimonio fue prolífico, pero de los
seis hijos que Catalina dio a luz, solamente uno alcanzó la edad
adulta.
Alrededor de 1513,
Enrique VIII entabló un conflicto armado contra Francia y su
decisión más importante fue designar a la reina Catalina como
regente, papel que desempeñó muy bien dada su gran inteligencia y
sus capacidades diplomáticas. Mientras Enrique batallaba, Catalina
hubo de hacer frente a un conflicto en su propio reino. Los
escoceses, liderados por Jacobo IV, aprovecharon la oportunidad para
atacar la frontera septentrional inglesa. Catalina envió un ejército
al norte que aplastó a los escoceses en Flodden. Incluso envió a
Enrique el abrigo manchado de sangre del mismo Jacobo como prenda de
su victoria.
En 1516, poco tiempo
después de la muerte del que habría sido el heredero de Enrique
VIII, la reina Catalina dio a luz una hija llamada María. Creció
como una niña no demasiado agraciada, pero de buen carácter y
marcada piedad. Fue declarada princesa de Gales en espera de un
vástago varón que sucediera a Enrique VIII. Pero Catalina
engendraba y no paría más que bebés malogrados, al contrario que
Bessie Blount, una amante del rey que le dio un hijo varón saludable
al que bautizaron con el nombre de Enrique Fitzroy.
La cuestión de la
sucesión empezó a invadir la política de la corte inglesa allá
por el año 1521. Catalina no abandonaba la esperanza de concebir un
varón, pero Enrique VIII tenía otro parecer al respecto. Aunque no
fuese más que su heredera temporal, la princesa María le servía
para entablar alianzas matrimoniales con algún soberano extranjero.
Fue así como, tal vez por insinuación de la propia Catalina,
decidió prometerla con su primo hermano Carlos I de España y V de
Alemania, hijo de Juana de Castilla. La joven princesa recibió, por
lo tanto, una buena educación para convertirse en la esposa del
emperador del Sacro Imperio.
Pero de poco sirvió a
Catalina tanto empeño. En 1527, Enrique VIII empezó sus trapicheos
con la Santa Sede para conseguir anular su matrimonio. En algún
momento de ese año, Enrique VIII consultó su Biblia y sus ojos
dieron con el Levítico, donde se dice “que un hombre tome a la
esposa de su hermano es algo impuro, pues ha dejado al descubierto la
desnudez de su hermano. No tendrá hijos”. Aunque la razón de que
los hijos de Catalina y Enrique nacieran muertos se debió,
posiblemente, a una tara genética, Enrique VIII esgrimió el
argumento religioso para declarar que su matrimonio era nulo ante los
ojos de Dios. No lo creía ciertamente, pero era su mejor razón para
liberarse de un matrimonio que ahora le fastidiaba. Y el motivo de su
prisa no era otra que la joven sobrina del duque de Norfolk, Ana
Bolena, una muchacha que estaba al servicio de la reina.
Empezaría así el
calvario de la reina Catalina. Entre 1527 y 1533, fecha en la que se
publicó el divorcio, la vida de Catalina fue una auténtica tortura.
Una vez abierto el proceso, hubo de certificarse si el matrimonio de
Catalina con Arturo se había consumado. Catalina afirmaba
rotundamente que no había sido así, pero Enrique llegó a asegurar
que había oído a su hermano jactarse de haber poseído a la
princesa castellana. En tal caso, el Pontífice se mostraba de
acuerdo con Catalina. El matrimonio era válido, puesto que la
dispensa papal era consecuente con la realidad. Enojado por no poder
obtener lo que deseaba, Enrique VIII se erigió en cabeza de la
Iglesia Anglicana y, en 1533, tras publicarse la sentencia de
divorcio, contrajo matrimonio con Ana Bolena en la abadía de
Westminster.
Además de la
humillación, el divorcio conllevó para Catalina su confinamiento en
el castillo de Kimbolton en compañía de su antiguo séquito y
perpetuamente custodiada por una guarnición militar. No se le
concedió ningún otro rango que el de “princesa real viuda”, e
incluso hubo de entregar con gran dolor las joyas de la reina a su
rival, Ana Bolena. Entre lecturas y plegarias, la vida de Catalina se
extinguió poco a poco. En su testamento, perdona al rey por todo lo
que le ha hecho y le pide que sea un buen padre para su hija María.
Murió el 7 de enero de 1536, sin renunciar jamás a su título de
reina.
Preciosa entrada, Laura. Cómo se nota cuando escribe alguien que tiene pasión por la historia. Además, me ha encantado más si cabe pues soy un enamorado de la Moderna.
ResponderEliminarPobre Catalina, la verdad. No llegó a ser tan desgraciada como su hermana Juana, pero tampoco tuvo una vida feliz. "Los Tudor" no es una serie perfecta, pero dentro de cómo está el nivel general, es superior a todas o casi todas. Lo digo porque la muerte de Catalina me pareció preciosa, de tan solemne y como manierista.
Un beso!
¡Qué triste e injusta fue la vida de la reina Catalina! En todas las películas que he visto, además, la ponen como la buena de la película: la reina grave, sensata y sabia que intenta impedir que su esposo cometa una locura. Por lo menos, es así en "Los Tudor" y en "Las Hermanas Bolena". Suerte que al menos Enrique no tuvo cojones de decapitarla como a las otras porque eso hubiera supuesto la guerra contra España. Aunque fue muy cruel al mantenerla prisonera. Una rehén, diría yo, para mantener a los españoles quietecitos.
ResponderEliminarLo que también es muy injusto es el sambenito que carga su hija, a la que llaman Bloody Mary cuando Elizabeth I fue mil veces más sanguinaria que su hermana. Pero en fin, ya sabemos que si en algo son expertos los ingleses es en difamar a sus propios monarcas; la leyenda de Bloody Mary es tan injusta con la Historia como lo es la falsa imagen de tirano de John I Plantagenet.
Ferdin: Muchas gracias!! A mí la Historia Moderna me da un poco de miedo, más que nada porque abarca un período de tiempo muy amplio, hay muchísimos cambios y a veces es difícil meterse en sus entresijos. Pero hay partes, como las vidas de las seis esposas de Enrique VIII, que iré poniendo por aquí. También me gusta mucho la trama de los Borgia, sobre todo de Lucrecia (lado feminista aflorando, jejeje!!). Si cometo algún error, no dudes en decírmelo, que para eso eres el experto.
ResponderEliminarEstelwen: Es cierto que la vida de Catalina de Aragón fue muy injusta. A mí siempre me ha inspirado simpatía porque, si lees sus cartas dirigidas al rey, ves que quiere que haya un acercamiento, que quiere hacerle entrar en razón, pero Enrique nada de nada. Y si Enrique no la ejecutó fue porque su sobrino era el emperador del Sacro Imperio, aunque no se puede decir que Carlos V hiciera gran cosa por ayudarla. Lo de María Tudor no sabría decirte, porque no he leído mucho al respecto. Pero lo de que llevó a cabo una purga de protestantes parece que sí es cierto, aunque ya te digo que tendría que hacer averiguaciones. Y por cierto, la difamación llega a día de hoy en el cine: Si ves la película "Elizabeth", la de Cate Blanchett, compara lo luminosa que es Inglaterra y lo negra y atrasada que es España. Ja!
Sí que es cierto que Mary Tudor hizo purga de protestantes, desde luego. Pero fue en represalia por la purga aún mayor que se había hecho antes contra los católicos, las cuales continuaron (con mucha más brutalidad e implacabilidad de la que Mary tuvo jamás) cuando Elizabeth llegó al poder. Debemos tener en cuenta además que ambas mujeres acumulaban mucho resentimiento y estaban traumatizadas desde la infancia, que no había sido fácil (a madre de Mary prisionera de por vida y la madre de Elizabeth decapitada tras ser acusada de cometer incesto con su tío).
ResponderEliminarLa historia de los anglicanos contra los católicos viene desde los mismos inicios y se ha mantenido a lo largo de muchos siglos en Inglaterra. Mira si no, por ejemplo, la famosa conspiración de la pólvora de Guy Fawkes, fruto de la brutal represión que sufrían los católicos por parte del rey y del parlamento. Hasta las reformas de la reina Victoria los católicos tenían vedada la participación en el gobierno o en cargos públicos, e incluso Tony Blair, primer ministro británico en la pasada década, tuvo que esperar a dejar la presidencia para convertirse al catolicismo con el fin de no crear un escándalo.