Ana Bolena nació hacia
1500 o 1501 en Blickling, en el condado de Norfolk, en el seno de una
familia que, si bien no era una de las más grandes de la tierra,
tampoco era de baja estofa. Su padre, Thomas Boleyn, se casó con
lady Elizabeth Howard, hija mayor de Thomas Howard, segundo duque de
Norfolk. El carácter y el talento de Thomas Boleyn sin duda
influyeron en la carrera de su hija. Tenía una gran presencia en la
corte de Saint James y era condestable del castillo de Norwich y
sheriff de Kent en 1512. Era un hombre notable que poseía un talento
especial para los idiomas y, por extensión, para la diplomacia.
Fue gracias a ese talento
como consiguió que su hija menor Ana fuera educada en la corte de la
archiduquesa Margarita, regente de Holanda. Allí aprendió a hablar
francés y a desenvolverse en sociedad, demostrando poseer un brillo
particular. Causó una excelente impresión en la corte de la
archiduquesa gracias a su inteligencia y aplicación. Más tarde,
alrededor de 1514, se trasladó a Francia y consiguió integrarse en
la corte de la reina Claudia. Cuando regresó a Inglaterra, unos seis
años después, era más francesa que inglesa. Aprendió el arte de
agradar con su ingenio y sus dotes: conversación sofisticada,
comentarios interesantes y alusiones coquetas. Todo ello contribuyó
a darle una imagen muy atractiva. A su regreso, se empezó a
planificar su matrimonio. Mientras se resolvía el asunto, Ana entró
al servicio de la reina Catalina de Aragón como dama de honor.
El aspecto físico de Ana
Bolena se presta a todo tipo de elucubraciones, no siempre
favorecedoras para ella. Se dice que tenía un bocio que le
desfiguraba el cuello y una gran variedad de lunares y verrugas.
También se dice que tenía seis dedos en una mano y que poseía un
tercer seno. Pero la lógica nos lleva a pensar que una mujer con tal
aspecto nunca habría agradado al rey Enrique VIII. Ana Bolena no era
una gran beldad, pero no carecía de atractivos. Era alta y de
profundos ojos negros, y se dice que su tono de piel también tendía
a ponerse moreno. Su cabello, espeso y brillante, era sumamente
oscuro. Pero aunque su aspecto no coincidiera con el ideal de belleza
de la época, la fascinación sexual que ejercía Ana está puesta
fuera de toda duda.
Entre las propuestas
matrimoniales que recibió, la más interesante es la del joven lord
Percy, heredero de grandes propiedades. Era uno de los partidos más
codiciados de Inglaterra y, lógicamente, Ana alentó esa relación.
Entre ellos creció un amor “secreto” que quedó confirmado por
la promesa de matrimonio o un precontrato. Sin embargo, lord Percy
recibió una severa reprimenda de su padre, que ya lo había
prometido con lady Mary Talbot, y el joven acabó casándose con
ella. Otra relación que se le atribuyó a Ana fue con Thomas Wyatt,
un poeta cortesano. Al parecer, Wyatt se enamoró de Ana y le dedicó
hermosos poemas, pero debemos pensar en esa relación más como un
amor cortesano que real, un simple flirteo sin importancia.
El amor de Enrique VIII
por Ana Bolena empezó probablemente en 1526. De esa pasión nos
quedan las cartas de amor que el rey enviaba a Ana. Cuando ella
abandonó la corte, probablemente para acrecentar su interés, el
tono de las misivas se volvió más ardiente. Enrique VIII firmaba
las cartas como un colegial enamorado: “HR busca a AB y a ninguna
otra”. Ana no contestó a ninguna de las cartas del rey y devolvió
todos los regalos que recibió de él, lo que no hizo sino aumentar
la pasión de Enrique por ella. Pronto empezó a hacerse obvio que
Enrique VIII la estaba cortejando. Pero Ana conocía el destino de
otras damas que, después de haberse entregado con total ligereza al
rey, rápidamente habían sido desechadas por él, y ella no estaba
dispuesta a correr la misma suerte. Le hizo saber a Enrique que se
entregaría totalmente a él no como su amante, sino como su esposa.
En 1527, Enrique VIII
quería separarse de su actual reina. Su motivo principal era la
necesidad de un heredero varón que la infortunada reina Catalina no
había podido darle, pero disfrazó esa razón enarbolando el
argumento religioso: Dios lo había maldecido sin hijos por haberse
casado con la esposa de su hermano, tal como reza el Levítico. Ana
Bolena le ofrecía la esperanza de un futuro donde habría un
príncipe de Gales, un heredero al trono de Inglaterra. Pero la Santa
Sede no veía motivo para apartar a Catalina para sustituirla por lo
que consideraba un capricho del rey inglés. Enrique VIII no se
arredró, y buscó él mismo la forma de conseguir lo que quería. Se
cuenta que Ana Bolena le entregó un libro titulado The Obedience
of a Christian Man, de William Tyndale. En este libro, el autor
afirma que la autoridad eclesiástica de un país debería recaer en
el rey, no en el Papa. Acababa de plantarse la semilla de la que
germinaría la Iglesia Anglicana.
Mientras el rey batallaba
con la Santa Sede y con la propia Catalina de Aragón, Ana Bolena
estaba siendo instruida para ser la consorte de Enrique VIII. En
público se atrevía a desafiar e incluso despreciar a Catalina,
ganándose la desaprobación de muchos. La gente se refería a ella
como “la concubina” o “la mala mujer”, que había aparecido
para humillar a la buena reina Catalina. Son frecuentes sus palabras
altaneras, su temperamento fogoso y su actitud desinhibida y efusiva,
pero su carácter no se moderó a medida que su poder se
incrementaba.
Cuando el Papa dictaminó
que el matrimonio de Enrique con Catalina era válido, el rey de
Inglaterra empezó a considerar buscar otros apoyos. Catalina de
Aragón fue expulsada de la corte y recluida en el castillo de
Kimbolton, y Enrique VIII partió a Francia con Ana Bolena, nombrada
marquesa de Pembroke, para solicitar el apoyo del rey Francisco I,
que aprobaría el nuevo matrimonio de su homólogo inglés. Fue en
Calais donde probablemente Enrique VIII y Ana Bolena consumaron
plenamente su amor, porque ya sabían que era muy posible que
pudieran casarse. Ese deseo se cumplió en 1533, en una rápida
ceremonia secreta.
"La Más Feliz"
La noticia se mantuvo en
secreto por un corto tiempo, hasta que Ana empezó a anunciar que
estaba embarazada. Poco después fue coronada en Westminster con toda
la pompa que exigía el acontecimiento. Fue llevada a Greenwich y
luego a la Torre de Londres por agua, escoltada por cincuenta
barcazas ricamente ataviadas. Ella misma pidió usar la barcaza que
Catalina de Aragón había utilizado en su coronación. Las estancias
de la reina en la corte también sufrieron reformas importantes. Los
antiguos emblemas de Catalina fueron arrancados y sustituidos por los
de Ana. Por todas partes se veían las iniciales H y A entrelazadas.
Era el momento de
apoteosis de Ana Bolena. Había obtenido el rey y la corona que
quería. La promesa de un hijo, posiblemente varón, la encumbraría
hasta lo más alto. Todo parecía indicar que su triunfo era
inminente. Pero entonces sucedió algo que dio al traste con su
alegría. En septiembre de 1533, Ana dio a luz una criatura bella y
sana, y fue anunciado a todo el mundo mediante un documento oficial.
Sin embargo, en la palabra prince hay una “s” añadida a
última hora para convertir al “príncipe” en “princesa”.
Porque el bebé no fue un niño, sino una niña.
El nacimiento de la
futura Isabel I causó una gran conmoción, pero fue considerada como
la única hija legítima de Enrique VIII, desplazando a María y
relegándola a la condición de bastarda. Sin embargo, nada había
cambiado. La necesidad de un heredero seguía siendo tan acuciante
como siempre. Ana amaba a su hija y encargó para ella las telas más
finas y delicadas, pero no trataba igual a María, a quien humillaba
públicamente y no se recataba en despreciar. Además, sentía que
estaba perdiendo el afecto del rey, quien distraía las horas en
compañía de diversas damas de la corte. En 1534 anunció un nuevo
embarazo, pero abortó muy pronto. En 1535, Ana volvió a quedar
embarazada, y en enero de 1536 murió Catalina de Aragón, por lo que
por entonces podía considerarse, como reza su lema personal, la más
feliz.
Sin embargo, el triunfo
de Ana fue efímero. Volvió a sufrir un aborto; el bebé fue
identificado como un varón, lo que la apartó definitivamente del
rey. Enrique VIII decidió que no tendría hijos con ella y, como ya
estaba prendado de la dulce Juana Seymour, se embarcó en un largo
proceso destinado a acabar definitivamente con Ana Bolena. No era
posible recurrir de nuevo a la nulidad matrimonial; se exigía un
nuevo argumento para eliminarla por completo, y ese fue el de la
infidelidad.
El juicio de Ana Bolena
fue una cínica farsa. Solo se proponía un resultado: su muerte. Era
una muerte necesaria para que Enrique pudiera contraer matrimonio con
la inmaculada Juana Seymour, y fue muy diferente de la exhaustiva
investigación que se llevó a cabo con la reina Catalina. Fue
acusada de tratar de matar al rey Enrique y de mantener relaciones
sexuales con una prolija colección de amantes como Francis Weston,
William Brereton, Mark Smeaton, Henry Norris y hasta el propio
hermano de Ana. Aunque esa culpabilidad nunca pudo ser demostrada, la
sentencia fue firme: Los traidores fueron condenados a ser
destripados en vida, colgados y decapitados, aunque después se
conmutó la pena por la de decapitación. La reina y su hermano
debían ser quemados o decapitados, según el deseo del rey.
Tras el juicio, Ana fue
encerrada en la Torre, en las mismas habitaciones que había usado en
su coronación. Cuando se le comunicó que sería decapitada, pidió
que se llamara al verdugo de Calais, ya que era un experto con la
espada. Solicitó una ejecución privada, que le fue concedida para
evitar cualquier escándalo. Ana pronunció un discurso final en el
que se mostraba dispuesta a obedecer la orden del rey, a quien
proclamaba como el más amable y poderoso príncipe que jamás
hubiera existido. Luego, se arrodilló sobre el tajo y el verdugo le
seccionó la cabeza de un solo golpe. Ana Bolena, que había sido
reina durante exactamente mil días, había muerto solo cuatro meses
después que su antecesora.
Nunca me ha caído bien esta mujer. Se merecía lo que le pasó, por guarra y por trepa. Su historia siempre me recuerda a esa famosa frase de Canción de Hielo y Fuego: "En el juego de tronos, o ganas o mueres". Ella perdió y murió, y le estuvo bien empleado. Tendrían que haberla llamado Cersei.
ResponderEliminarEl que me da muchísma pena es su hermano George, al que también ejecutaron de rebote, por culpa de esa falsa acusación de incesto y adulterio. La verdad es que George tenía bastante éxito con las mujeres (no le hacía falta beneficiarse a su hermana), y acabó siendo una víctima inocente de los tejemanejes de su familia. Pobre hombre.
La verdad es que al principio Ana Bolena no cae bien, pero si ves cómo fue su caída, acabas sintiendo algo de compasión. Al fin y al cabo, el delito que la llevó al cadalso fue no parir un niño. Y en cuanto a la acusación sobre su hermano, hecha además por su propia mujer, que alegó "una inapropiada familiaridad", es que me parece muy fuerte. George Boleyn no tenía por qué estar con su hermana, ni se ha probado que la violara antes o que hubiera antecedentes de abusos sexuales, así que hay que achacárselo a la voluntad de Enrique. Casi todos los amantes que le imputó a Ana eran incluso buenos amigos suyos, así que no se entiende que fuera capaz de acusarlos sólo por casarse con Juana Seymour.
ResponderEliminarSupongo que ya sabes que George Martin se basó parcialmente en la Guerra de las Dos Rosas para escribir Juego de Tronos, así que es normal que coja cosas de un lado y de otro para hacer su propia historia. Pero algo me dice que Cersei no va a acabar como Ana Bolena, sino mucho peor.