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"He visto el futuro y es un asesino"
Leonard Cohen, cantautor y poeta canadiense
Robert Andrew Berdella Jr. nació el 31 de enero de 1949 en Cuyahoga Falls, Ohio, siendo el primero de dos hijos de una familia católica con ascendencia italiana. Desde una edad muy temprana, Berdella demostró ser un joven muy inteligente, pero también solitario y asocial. Algunos de sus compañeros se burlaban de él por las grandes gafas que usaba para corregir su miopía y porque tenía un defecto en el habla. También sufría de hipertensión, para lo cual tenía que tomar varios medicamentos. Entre sus pasatiempos favoritos estaba coleccionar monedas y sellos, evitando así participar en actividades físicas, motivo por el cual nunca se caracterizó por tener un cuerpo atlético. Esto habría de marcar su infancia en gran medida, puesto que su padre valoraba demasiado este factor, por lo que lo consideraba un fracasado y le comparaba a la baja con su hermano menor, quien sí era diestro en deportes. Del mismo modo, el padre de Berdella maltrataba física y emocionalmente a sus dos hijos, golpeándolos con una correa de cuero.
Pese a pertenecer a una familia católica, Berdella se alejó poco a poco de la religión, sobre todo cuando descubrió en su adolescencia que era homosexual. Se sentía avergonzado de que le gustaran los hombres y, aunque tardaría años en reconocer sus inclinaciones sexuales, finalmente optó por renegar de la religión. Para contentar a su familia, trató de mantener un noviazgo con una chica pero, obviamente, esta relación no prosperó. La muerte de su padre también le perturbó mucho pues, aunque le maltrataba, Berdella le tenía respeto como figura paterna. Esto explica que, cuando su madre volvió a casarse poco después de enviudar, este hecho provocara un gran rechazo en Berdella. Pocos meses más tarde, sumido en una profunda depresión, fue abusado sexualmente por uno de sus compañeros de trabajo en un restaurante, cuando contaba dieciséis años. Berdella se volvió todavía más retraído de lo que lo había sido en su infancia, y regresó a sus colecciones de sellos y monedas. También empezaría a conocer a otras personas por correspondencia, quienes le enviaban postales de los países exóticos donde vivían. En esta época descubriría también su amor por el cine y la fotografía lo que, sumado a su gran curiosidad hacia las culturas de Oriente, le llevó a abrir en el futuro su propia tienda de rarezas, donde vendía libros de ocultismo, talismanes extraños y cabezas reducidas, entre otras cosas.
Tras graduarse en la escuela, Berdella se mudó a Kansas City para cursar sus estudios universitarios en el Kansas City Art Institute. Aunque se le tenía por un alumno talentoso, su comportamiento le metió en varios problemas. Asistía a clases borracho y drogado, traficaba con estupefacientes y se mostraba displicente ante sus maestros. Fue arrestado a los diecinueve años por tratar de venderle droga a un oficial encubierto, pero le liberaron tras pagar la multa de tres mil dólares. A los pocos días volvería a las andadas y sería encarcelado por posesión de marihuana y LSD. Pero lo más terrorífico sucedió cuando a Berdella se le ocurrió hervir vivo a un pato en presencia de sus compañeros de clase; posteriormente, haría lo mismo con un pollo y mataría a un perro con sedantes, todo ello con la excusa de que se trataba de un proyecto artístico que provocó fuertes críticas y gran repugnancia.
La casa de los horrores
En el año 1969, Berdella tomó la decisión de abandonar sus estudios de arte y encontró trabajo como chef en un restaurante, pudiendo ganar dinero gracias a otra de sus pasiones: la cocina. Consiguió reunir el dinero suficiente para comprar una casa en el barrio de Hyde Park, en el número 4315 de Charlotte Street. Entre 1970 y 1980, su vida transcurrió con aparente normalidad. Colaboró con las autoridades locales para formar una patrulla contra el crimen en el barrio, se convirtió en un chef bastante prestigioso y consiguió montar su propio negocio de curiosidades, al que llamó Bob's Bazaar Bizarre. A los treinta y tres años, tuvo una relación con un veterano de la guerra de Vietnam, pero fue un completo desastre. Cuando se separaron, Berdella empezó a tener trato con prostitutos, delincuentes y drogadictos con los que se involucraba sentimentalmente. Ejercía cierto control sobre ellos al prestarles algo de dinero y permitirles vivir en su casa a cambio de compartir los gastos. Les hablaba sobre enderezar sus vidas y dejar de prostituirse, pero se frustraba cuando estos no hacían caso de sus consejos.
En 1984, Berdella tuvo un problema con Jerry Howell, un chico de diecinueve años con quien había tenido una breve relación sentimental. En cierta ocasión, Howell le había pedido dinero a Berdella para solucionar un problema en el que estaba metido, pero los meses pasaron y no había indicios de que tuviera intención de devolverle el dinero. Esto enfureció de tal modo a Berdella que decidió cobrar la deuda de otra manera. La noche del 4 de julio, Berdella pasó a recoger al joven con el pretexto de tomar unas cervezas juntos. Ya en su casa, Berdella le suministró una bebida con Valium y acepromazina que le hizo perder el conocimiento. Luego, le inyectó un tranquilizante y lo ató a su cama, donde se dedicó a drogarlo, torturarlo y violarlo con diferentes objetos durante las siguientes veintiocho horas. Como estaba a su entera disposición, Berdella se envalentonó y decidió ir más allá: lo colgó del techo por los pies y empezó a hacerle heridas para desangrarlo. Luego, tomó su colección de cuchillos de cocinero y comenzó a cortarlo en pedazos; cuando se le complicó la cosa, Berdella empleó una motosierra. Howell no resistió: comenzó a vomitar por el dolor y murió ahogado en su propio vómito.
Una vez muerto, Berdella trató de reanimarlo en varias ocasiones. Al darse cuenta de que estaba muerto, desmembró el cuerpo en varios trozos con su motosierra, los metió en bolsas de basura y esperó a que el camión recolector se los llevara. A raíz de este hecho, Berdella tomó la decisión de empezar a escribir un diario en el que narraría su escalada criminal. Su intención era describir sus métodos de tortura con todo lujo de detalles y aportar, además, documentos audiovisuales, como grabaciones de videocassette y fotografías que tomaba con su cámara Polaroid. Y pese a que pueda parecer lo contrario, a Berdella no le causaba placer alguno matar a sus víctimas. Lo que él quería era experimentar con ellos, someterlos, y la muerte le arrebataba ese gusto.
Su siguiente víctima fue Robert Sheldon, de veintitrés años, un ex amante de Berdella que había estado en su casa muchas veces. A pesar de que se llevaban bien, Berdella decidió drogarlo y llevarlo a su sala de juegos particular. Como quería experimentar cosas nuevas, esperó a que recobrara la consciencia para inyectarle líquido desatascador en los ojos y así dejarlo ciego. Con una barra de hierro, lo golpeó salvajemente en las manos hasta destrozárselas, no sin antes haberle clavado agujas bajo las uñas y llenarle los oídos de masilla. Cada una de estas espantosas torturas iba siendo minuciosamente apuntada en el cuaderno de Berdella. Después de tres días de horrible suplicio, un hombre llegó a casa de Berdella para realizar unos trabajos y éste no tuvo más opción que asfixiar a su víctima poniéndole una bolsa de plástico en la cabeza, para después descuartizarlo y deshacerse de los restos como la primera vez. Sólo conservó la cabeza, que enterró en su patio.
El 22 de junio de 1985, Berdella secuestró a su amigo Mark Wallace, a quien torturó durante un día entero con pinzas en los pezones, dándole fuertes descargas eléctricas que, literalmente, lo frieron. También le clavó varias agujas en la espalda y lo drogó, pero calculó mal las dosis y lo mató demasiado rápido. De nuevo, lo cortó en pedazos y arrojó sus restos a la basura.
En septiembre, le tocó el turno a James Ferris, otro conocido de Berdella que acudió en su ayuda para pedirle que lo alojara en su casa. Al igual que a los demás, Berdella lo drogó colocando calmantes en su plato de comida, lo llevó a su habitación y lo sometió a violaciones y torturas durante veintisiete horas. Con él también experimentó con las pinzas eléctricas, esta vez en los hombros y en los testículos. Le clavó agujas en la espalda, el cuello y los genitales, además de inyectarle líquido desatascador en las cuerdas vocales. Ferris estaba tan débil que deliró gran parte del tiempo y no manifestó todas las muestras de dolor que Berdella esperaba. Decepcionado, su asesino lo estranguló, lo descuartizó y lo tiró a la basura.
Todd Stoops, un prostituto que había pasado una temporada en casa de Berdella, fue el primero en acudir a la policía para decirle que los hombres reportados como desaparecidos habían estado con el dueño del Bazar. Pero, pese a sus sospechas, fue de nuevo a su casa y esa decisión sería fatal para él. Después de ser sometido con somníferos, fue violado y electrocutado con las pinzas en los párpados. También le inyectó el desatascador en los ojos y en la laringe. La tortura se prolongó a dos semanas, siendo Stoops el que más tiempo aguantó, hasta que en cierto momento Berdella le introdujo el puño en el ano, lo que le produjo un desgarro fatal para él. Su destino fue, nuevamente, el cubo de basura.
El siguiente fue Larry Pearson, otro prostituto que cayó en las garras de Berdella en junio de 1987. A raíz de un comentario que a Berdella no le gustó, lo drogó y lo sometió a las mismas torturas que a los demás. A pesar de las atroces torturas a las que fue sometido, Pearson trató de cooperar con Berdella y mantenerse sumiso en todo momento para ganarse su confianza. Berdella le permitía ver la televisión, dormir a su lado atado con una correa de perro y disminuyó la intensidad de los castigos. Quizá Pearson tuvo la impresión de que, si colaboraba, Berdella le liberaría; pero, tras seis semanas de abusos y humillaciones, no pudo soportarlo más. Durante una sesión de sexo oral, Pearson mordió el miembro de Berdella con tanta fuerza que estuvo a punto de arrancárselo, y éste le atizó en la cara con la rama de un árbol hasta dejarlo inconsciente. Antes de someterse a una cirugía, Berdella volvió a su casa con la excusa de dar de comer y beber a sus perros y aprovechó para matar a Pearson asfixiándolo. Días más tarde, ya en casa, desmembró el cadáver y se deshizo de él, salvo la cabeza, que enterró en el mismo lugar donde estaba el cráneo de Sheldon.
Su última víctima fue Chris Bryson, un prostituto a quien secuestró en marzo de 1988 y trató de realizar con él el mismo modus operandi. Sin embargo, a diferencia de los demás, Bryson sí consiguió ganarse la confianza del Carnicero de Kansas City. Eso no le libró de padecer las más horribles torturas, para goce de su agresor, quien además le mostró las fotografías de las otras víctimas para amedrentarle. Le dijo que, si cooperaba, le perdonaría la vida. Tenía que ser su esclavo sexual, su juguete humano, y como tal debía comportarse. Durante cuatro días, Bryson fue violado y torturado repetidas veces. Como premio por su buen comportamiento, Berdella le ató las manos al frente en vez de en los barrotes de la cama. Aprovechando la ausencia de Berdella mientras iba a trabajar, el chico encontró una caja de cerillas y la utilizó para quitarse las ligaduras. Huyó descolgándose por la ventana del segundo piso, desnudo y partiéndose un pie en la caída, pero vivo.
Corrió gritando en busca de ayuda hasta que fue auxiliado. La policía acudió y Bryson les contó su historia, pero pronto empezaron a dudar de él al darse cuenta de que era prostituto y que había ido por su propia voluntad a la casa del presunto asesino, lo que hizo sospechar a los agentes que se trataba de una disputa entre una pareja homosexual. De todos modos, los agentes fueron a la casa de Berdella y esperaron fuera a que él regresara, puesto que no tenían una orden para registrar la propiedad. Cuando Berdella llegó, lo arrestaron como sospechoso de asalto sexual y le pidieron que firmara una autorización para que se registrara su casa, a lo que él se negó. Pero en cuanto los agentes consiguieron el permiso judicial, pudieron corroborar la versión de Bryson al descubrir varios objetos con los que las víctimas habían sido sodomizadas y torturadas. La cámara de torturas también fue hallada, así como 334 fotografías tomadas con una cámara Polaroid y la libreta donde Berdella lo había registrado todo.
Arresto y juicio
Cuando los investigadores realizaron la prueba del Luminol, una sustancia que reacciona ante los restos de sangre emitiendo un brillo azulado bajo luz ultravioleta, las habitaciones y gran parte de los objetos de Berdella resplandecieron con macabra intensidad. El problema es que había indicios de que allí se había torturado al menos a veinte hombres, pero no había ningún cadáver completo. Al final, se descubrió que muchos de los hombres fotografiados por Berdella estaban vivos. Se realizaron excavaciones en el jardín de Berdella con la esperanza de hallar los cadáveres, pero sólo encontraron el cráneo que pertenecía a Larry Pearson. Con todo, la policía pudo arrestar a Berdella y proceder con la acusación de homicidio.
Berdella se declaró culpable del asesinato de Pearson. Su abogado quería evitar a toda costa la pena capital si se encontraba evidencia de varios crímenes en su contra. Pero el hallazgo del cráneo de Paul Sheldon animó al fiscal a insistir en la pena de muerte, de modo que la defensa propuso un trato: Berdella realizaría una confesión completa de todos sus crímenes y la pena quedaría conmutada por cadena perpetua. La fiscalía aceptó el trato.
Berdella inició su terrible relato el 13 de diciembre; duró tres días y abarcó un informe de más de setecientas páginas. Sin embargo, tras el juicio empezó a quejarse de su condena. Sostenía que se trataba de una persona normal, e incluso bondadosa; para demostrarlo, no se le ocurrió otra cosa mejor que crear un fondo con una suma de 50.000 dólares para las familias de sus víctimas, acto que fue visto como un insulto y una burla. Nunca expresó arrepentimiento por sus actos, ni pidió perdón por los asesinatos porque no veía a sus víctimas como personas, sino como juguetes que podía usar a su antojo.
Finalmente, Robert Berdella fue encerrado en la prisión estatal de Jefferson City, pero sólo cumplió cuatro años de condena. El 8 de octubre de 1992 sufrió un ataque cardíaco que le provocó la muerte. Una de sus últimas quejas fue que sus carceleros no le proporcionaban sus medicamentos para el corazón. Sea esto cierto o no, su muerte no mereció una investigación más profunda. Los restos de sus víctimas nunca pudieron ser encontrados.
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