La saga de los Nibelungos
es un conjunto de leyendas germánicas que alrededor del año 1200
fueron reunidas en un poema épico titulado Los Nibelungos.
Existen dudas acerca del significado de este nombre: Nibelungo
(literalmente, “hijo de las nieblas”) es el nombre de un rey
mítico que habría sido el primer dueño de un tesoro al que se hace
referencia en el poema; pero pronto fueron conocidos por nibelungos
los guerreros del héroe Sigfrido; finalmente, fueron llamados
nibelungos los burgundios que se trasladaron a la corte del rey
Atila. Esta confusión se debe al hecho de que el autor (del que no
conocemos nada en absoluto) introduce un determinado número de
leyendas pertenecientes a distintos pueblos germánicos, al tiempo
que añade elementos míticos extraídos de un antiguo poema
escandinavo, la Edda, que es la fuente más antigua de la
mitología germánica.
En el conjunto de
leyendas, no obstante, podemos reconocer un núcleo histórico: la
destrucción del reino burgundio, acontecida en el año 437 de la era
cristiana y que fue obra del romano Aecio, quien tenía como aliados
a los hunos, que en el poema se nos presentan como únicos actores.
Son también históricos los tres personajes principales: Atila, rey
de los hunos; Gunther (Gundikar), rey de los burgundios; y Teodorico
(Dietrich von Bern), rey de los ostrogodos, que para los latinos pasó
a la historia con el nombre de Teodorico de Verona.
Estos acontecimientos
históricos no son excesivamente antiguos, y menos lo eran aún en el
siglo XIII, cuando fue escrito el poema. Sin embargo, es difícil
hallar algún parecido histórico entre los hechos narrados en el
poema y los acontecimientos que se desarrollaron en la realidad. El
interés de estas leyendas reside en el cuadro psicológico del mundo
germánico que en ellas se ofrece, un mundo dominado esencialmente
por un sentimiento, el honor, que se manifestaba principalmente de
dos maneras: en la fidelidad absoluta, incluso hasta la muerte, al
señor, al amigo o para con la persona con la que por cualquier
motivo se hubiera comprometido; y en el culto implacable a la
venganza, que se ejercía en contra de quien se reconociere culpable
de algún agravio. Su existencia se desarrollaba bajo el signo de un
profundo sentido de un destino ineludible, al que estaban sujetos.
El tema de los Nibelungos
ha ejercido gran influencia en toda la cultura germánica,
especialmente en la reelaboración poético-musical que de él hizo
Richard Wagner (1813-1883). Lo que hoy os traigo es un compendio de
toda la saga, para lo cual he tenido en cuenta el poema del siglo
XIII, del que la obra de Wagner se aparta de forma bastante notable.
El Anillo de los Nibelungos
En tiempos remotos,
reinaba en Burgundia el rey Gunther. Su reino, rico y fértil, estaba
atravesado por el río Rin, que facilitaba el tráfico, uniendo los
pueblos con firmes vínculos. La espléndida ciudad de Worms, donde
Gunther tenía su corte, se miraba en las aguas del Rin. Gunther,
severo y orgulloso, era hijo de Dankrat, y tenía dos hermanos y una
hermana: el gentil príncipe Gernot, el joven Giselher y la
hermosísima Krimilda. Todos ellos eran muy queridos por sus
vasallos, pero de forma especial era muy apreciada Krimilda, cuya
bondad y encanto hicieron famosa la tierra de Worms en los cantos de
los poetas.
Una noche, la princesa
tuvo un sueño revelador: creyó ver dos águilas que, arrojándose
desde lo alto sobre un halcón, lo destrozaban con sus terribles
garras. Krimilda, aterrorizada, contó el sueño a su madre, Ute,
quien le explicó su significado: el halcón era un fuerte y apuesto
caballero al que Krimilda habría de amar, pero las águilas
representaban un peligro mortal que lo amenazaba, y ante el cual
quizá sucumbiría. Una sombra ofuscó el ánimo de la princesa,
pero, con el tiempo y el transcurrir de su vida alegre y serena, se
desvanecieron sus preocupaciones y acabó olvidando el sueño.
Mientras tanto, en la
corte de Xanten, cerca de la desembocadura del Rin, iba creciendo
Sigfrido, único hijo del rey Sigmund y de la reina Siglinda. De él
se narraban historias casi legendarias, y era considerado por todos
el más fuerte caballero de aquellos tiempos. Cuando la fama de la
belleza de Krimilda llegó a oídos de Sigfrido, éste quiso tenerla
por esposa, y, con una escolta de doce caballeros, partió hacia
Worms con la intención de pedir al rey Gunther la mano de su
hermana.
Gunther y su corte vieron
llegar a Sigfrido envuelto en una armadura plateada y una capa blanca
ondeando a su espalda. Mientras les observaban desde lo alto de las
murallas, un vasallo del rey, Hagen de Tronje, reconoció la insignia
y narró una de las leyendas que corrían acerca de la fama de
Sigfrido.
Un día, el héroe,
mientras cabalgaba solo por el bosque, encontró a dos hermanos,
hijos del rey Nibelungo, que disputaban para repartirse la herencia
del padre, que había muerto recientemente: se trataba del fabuloso
tesoro de los nibelungos, el pueblo de las nieblas, un enorme cúmulo
de oro, plata y piedras preciosas. Los hermanos se dirigieron a
Sigfrido para que les ayudase en el reparto. Pero Sigfrido no
consiguió ponerles de acuerdo, y así, en un momento determinado,
los irreconciliables hermanos acudieron a las armas. Sigfrido recogió
la espada Balmung, un arma mágica que formaba parte del tesoro y que
estaba colocada allí cerca, y mató a los dos hermanos.
El héroe podía
considerarse dueño del inmenso tesoro de los nibelungos, pero antes
de conquistarlo tendría que matar al dragón Fafnir, una
horripilante bestia que vigilaba la entrada de la gruta donde el
tesoro estaba escondido. Armado con la espada encantada, Sigfrido
asaltó al monstruo, lo golpeó con fuerza y sintió la lluvia
caliente de su sangre que lo inundaba: una gota de sangre le tocó la
lengua e inmediatamente, por un poder divino, Sigfrido pudo
comprender el lenguaje de los animales. Un jilguero que cantaba cerca
de allí le dijo que si se bañaba en la sangre de Fafnir sería
invulnerable. Sigfrido se quitó las ropas y se bañó en el líquido
rojizo, asegurándose de que la sangre del dragón impregnaba todo su
cuerpo. Tan solo una pequeña zona en su espalda, cubierta con una
hoja de tilo, no tocó la sangre mágica.
Sigfrido matando a Fafnir
Poco después, Sigfrido
tuvo que sostener el asalto del otro guardián del tesoro, el enano
Alberic, que tenía una caperuza que le hacía invisible. El héroe
consiguió coger un extremo de la mágica vestidura y la arrancó del
cuerpo del enano; éste cayó rendido a sus pies y se ofreció para
servirle como esclavo. Desde aquel día, Alberic custodió para
Sigfrido el enorme tesoro de los nibelungos.
Esta fue la historia que
contó Hagen; y, apenas hubo terminado, el rey Gunther y su corte se
dirigieron a acoger a los huéspedes. En Worms se organizaron
torneos, concursos y festejos de todo tipo en honor del héroe, de
quien se iba enamorando secretamente la bella Krimilda. Pero una
mañana llegaron dos mensajeros al reino de los burgundios: traían
la noticia de que dos hermanos, los príncipes Ludegar de Sajonia y
Ludegast de Dinamarca, se habían aliado para hacer la guerra contra
Gunther. Ante aquel anuncio, Sigfrido reclamó para sí el honor de
capitanear contra el ejército enemigo una tropa de mil caballeros.
Gunther, confiando en el valor y en la espada de Sigfrido, le dejó
marchar con gran alegría por su parte. Sigfrido derrotó y trajo
prisioneros a los dos reyes nórdicos, y a su regreso a Worms fue
acogido con indescriptibles manifestaciones de júbilo. Durante días
y días hubo alegría, cantos, danzas y torneos para alegrar a las
gentes que desde todos los puntos del vasto reino afluían a la
capital para rendir honores a Sigfrido.
Un día, Gunther deseó
tomar una esposa a quien sentar dignamente a su lado en el trono de
Burgundia; había oído decir que en el extremo septentrional del
mundo, en una isla inhóspita, vivía la reina Brunilda, señora de
Islandia. Ella desafiaba a cualquiera que pretendiese su mano a
superar tres pruebas y, por lo que se decía, la muerte esperaba al
que resultara vencido. Cuando el rey Gunther confió a Sigfrido su
deseo de conquistar el amor de Brunilda, el héroe recordó un
episodio de su primera juventud relacionado con aquella reina.
En aquella ocasión,
Sigfrido, ávido de gloria y deseando experimentarse en empresas
arriesgadas, pasó por entre unas llamas que rodeaban el lugar donde
Brunilda había sido apresada por el dios Odín. Brunilda era, en
efecto, una valquiria, una de aquellas míticas criaturas que tenían
el privilegio de acompañar junto a los dioses a las almas de los
valerosos guerreros muertos en el campo de batalla, y había sido
castigada por el dios Odín porque, desobedeciendo su decreto, había
prolongado la vida de un héroe destinado a morir. Sigfrido había
liberado a la valquiria, se había enamorado de ella, y, en prenda de
su amor, le había regalado un anillo tomado del tesoro de los
nibelungos. Pero la larga ausencia había debilitado poco a poco su
recuerdo, y ahora Sigfrido amaba a Krimilda. Al conocer los deseos de
Gunther, le aconsejó que no se enfrentara a aquella criatura
semidivina, pero el rey no se dejó convencer; pocos días más
tarde, un pequeño grupo de personas, entre las que se encontraban el
rey y Sigfrido, zarpaba con rumbo a Islandia.
Odín y Brunilda
Las tres pruebas
consistían en un duelo con Brunilda, un concurso de lanzamiento de
una piedra muy pesada y un concurso de salto. Con la ayuda de
Sigfrido, ahora invisible gracias a la capucha del enano Alberic,
Gunther consiguió superar las tres pruebas, y Brunilda tuvo que
aceptar ser su esposa. Mientras la reina se preparaba para partir de
Islandia, Sigfrido, para prevenir eventuales traiciones por parte de
los súbditos de Brunilda, se trasladó al pueblo de las nieblas y
volvió acompañado de mil nibelungos para escoltar al rey Gunther
mientras regresaba a su patria con su futura esposa. Una vez llegados
a Worms, Sigfrido pidió a Gunther, a cambio de sus servicios, la
mano de Krimilda.
Pocos días más tarde,
en la catedral de la ciudad, las dos parejas se unían mediante el
sagrado vínculo. Durante algún tiempo la vida transcurrió
aparentemente feliz para todos, pero Brunilda, que recordaba aún la
promesa de Sigfrido, soportaba de mala gana su unión con Gunther.
Una noche, no pudiendo tolerar las caricias y besos de su esposo,
consiguió rechazarlo con su fuerza sobrehumana, y para humillarle,
le ató. Al día siguiente, Gunther pidió nuevamente ayuda a
Sigfrido, y éste proyectó una estratagema: aquella misma noche el
rey debía decir a Brunilda que se había dejado vencer
voluntariamente, pero que, como había hecho antes en Islandia,
habría sido capaz en cualquier momento de doblegarla a su voluntad.
Entretanto, Sigfrido se habría vuelto nuevamente invisible gracias a
la capucha de Alberic, y entrando en la cámara, ayudaría a Gunther
a someter a la feroz valquiria. Gunther por fin consiguió dominar a
su consorte. Pero en la lucha, Sigfrido se quedó en la mano con el
cinturón y el anillo de Brunilda; se acordó de ello cuando ya se
había alejado de la cámara y no podía restituírselo sin que se
descubriera la intriga. Por eso se quedó con los objetos y, tal vez
con escasa prudencia, se los regaló a Krimilda.
Pasaron los años,
durante los cuales las dos parejas vivieron felices. También
Brunilda parecía ahora enamorada de su esposo, al que consideraba el
más fuerte entre los hombres y el más poderoso entre todos los
reyes. Pero un día tuvo una discusión con Krimilda, quien había
ensalzado la belleza y nobleza de Sigfrido por encima de la de
Gunther. Al término de la disputa, llena de ira, Krimilda reveló a
la reina quién había sido en realidad su vencedor, y, en prueba de
sus palabras, le enseñó el cinturón y el anillo que Sigfrido le
había regalado. Brunilda no pudo contenerse y rompió a llorar ante
todos los burgundios, que empezaron a odiar a Krimilda y a Sigfrido.
El vasallo Hagen aprovechó este suceso para imaginar la manera de
lavar aquella injuria contra el rey; se puso de acuerdo con Brunilda,
cuyo antiguo amor por Sigfrido se había convertido en odio, y
decidió que la única venganza posible sería la muerte del héroe.
Krimilda se enfrenta a Brunilda
Cuando Hagen ultimó los
detalles de su plan, visitó al rey Gunther y se lo expuso. Sus
palabras provocaron sentimientos contradictorios en aquellos que le
oían. Los príncipes Gernot y Giselher defendían a Sigfrido, pero
la mirada de Brunilda revelaba su fría y cruel determinación. El
rey Gunther parecía tranquilo e indiferente, pero también en su
mente empezaba a tomar cuerpo el deseo de vengar la injuria.
Se organizó una cacería
a la que fueron invitados los más ricos feudatarios. Durante días y
días, los cazadores fueron descubriendo las piezas, y por las
noches, alrededor del fuego, se celebraban fiestas y banquetes.
Sigfrido participaba en la caza; corría por los bosques abatiendo a
los animales salvajes con su asta infalible, y no sospechaba que
Hagen le siguiera dondequiera que fuese, esperando tan solo el
momento adecuado para matarle a traición.
Hasta que un día, al
atardecer, los dos llegaron a una fuente; el agua brotaba fresca de
una nítida vena, tentadora. Sigfrido se adelantó para beber,
después de haber dejado en el suelo el asta y la reluciente espada;
mientras bebía a largos tragos, Hagen, a su espalda, cogió la lanza
y se la arrojó con fuerza entre los hombros. La punta hirió justo
donde, años atrás, la hoja de tilo había tapado la única parte de
piel que no había tocado la sangre de Fafnir. Sigfrido sintió que
la lanza le atravesaba el tórax; resbaló en la orilla musgosa,
enrojecida por su sangre, y cayó muerto sobre la hierba.
El dolor de Krimilda al
conocer la noticia fue indescriptible. Cuando vio a los nibelungos
trayendo el cuerpo sin vida de su esposo sobre el escudo, se acordó
del sueño del halcón despedazado por las dos águilas, y comprendió
que Sigfrido había sido víctima de una traición. No creyó las
palabras de Gunther, quien achacaba a la fatalidad la muerte del
héroe, y cuando Hagen entró en la estancia donde estaba expuesto el
cadáver, las heridas se reabrieron inmediatamente y comenzaron a
sangrar; Krimilda comprendió al momento quién había sido el
traidor y en aquel momento mismo supo contra quién debería dirigir
su venganza.
Muerte de Sigfrido
Pasaron los meses; los
nibelungos se marcharon sin haber obtenido de Krimilda el permiso
para vengarse sangrientamente de los burgundios por la muerte de
Sigfrido. Krimilda no había vuelto a hablar con Gunther ni había
visto a Hagen; sin embargo, el proyecto que había maquinado para
cumplir la venganza le imponía que se reconciliara con su hermano,
así que fingió perdonar a su hermano. De ahora en adelante, su vida
estaría dedicada a beneficiar a los pobres, a los que deseaba ayudar
con el tesoro de los nibelungos que había recibido en herencia tras
la muerte de Sigfrido. Su objetivo era ganarse la lealtad y la
simpatía del pueblo y de los feudatarios, con la intención de
incitarles luego a la revuelta contra Gunther. Pero la maniobra no
pasó inadvertida a Hagen, quien, aprovechando un día en que Gunther
había ido de caza, por propia iniciativa sustrajo el tesoro a
Krimilda y lo hizo esconder en un lugar secreto cerca del Rin.
Los años transcurrían y
Krimilda vivía solamente esperando la ocasión para poder vengarse.
Pero estaba sola, desamparada y no tenía posibilidades de procurarse
aliados. Pero en la lejana Panonia, en las riberas del Danubio,
Atila, rey de los hunos, que había llorado durante un año la muerte
de la reina Helga, transcurrido este tiempo había pensado tomar por
esposa a una mujer que por rango no fuera inferior a la esposa
perdida. Habiendo oído hablar de la belleza de Krimilda, envió a
Rudiger, margrave de Bechlarn, como embajador para pedir su mano.
Gunther recibió a la
embajada, oyó su petición y solicitó tres días antes de tomar una
decisión. Él deseaba emparentarse con el potente soberano de
Panonia, pero fue Hagen quien, intuyendo el peligro que podía
significar Krimilda convertida en reina de un pueblo guerrero, le
aconsejó dar largas al asunto. Gunther consideró que Hagen se
encarnizaba demasiado con su hermana, y también por el deseo de no
enemistarse con Atila, al finalizar el tercer día dio su
consentimiento. Krimilda aceptó el matrimonio con la única
finalidad de preparar su venganza. Antes de partir, lloró
intensamente al dejar la tumba de Sigfrido, pero no derramó ni una
sola lágrima cuando despedía a su madre y a sus hermanos.
Krimilda acusa a Hagen
Toda la corte de Atila
salió al encuentro de la reina, incluyendo Teodorico, rey de los
ostrogodos, el más potente de sus feudatarios. Atila, altivo sobre
su caballo blanco, quedó sobrecogido ante la belleza de Krimilda y
depositó a sus pies su corona. Pasaban tranquilos los días en la
corte de los hunos. El rey adoraba a Krimilda y satisfacía todos sus
deseos. De su matrimonio nació un hijo, al que llamaron Ortlieb.
Siete años después,
Krimilda ya se había ganado la simpatía y sumisión de todos los
hunos. Pensó entonces que había llegado el momento oportuno para
dar realidad a sus deseos de venganza. Un día, viendo al rey más
dispuesto a concederle cualquier cosa, le rogó que oyera sus deseos
de volver a ver a sus hermanos. Atila accedió gustosamente, e invitó
a los jefes burgundios. Al recibir la invitación, los jóvenes
príncipes aceptaron sin dudarlo, pero Hagen manifestó sus temores.
Como fue tachado de cobarde, al final decidió partir junto con el
rey Gunther y sus hermanos. En las riberas del Danubio, Hagen
descubrió dos sirenas entre unos cañaverales que le advirtieron de
que la venganza de Krimilda iba a abatirse sobre ellos, y que ninguno
de los burgundios volvería a ver las murallas de Worms.
A pesar de estos malos
presagios, el viaje prosiguió y Gunther, con su séquito, pasó la
frontera de Baviera y penetró en la comarca de Bechlarn. Rudiger, el
margrave, dispuso a los burgundios una alegre acogida. En el tiempo
que pasaron allí, el joven príncipe Giselher se enamoró de Frida,
la hija de Rudiger, y se la pidió a su padre en matrimonio. Se
acordó que, al regreso de Panonia, se celebrarían las nupcias.
Antes de partir, Giselher se volvió para mirar esperanzado a su
prometida, que se despedía de él agitando la mano; nunca más
volvería a verla.
Unos días después, los
burgundios llegaron a la corte de Atila. Desde hacía varias horas,
la reina Krimilda espiaba impaciente desde lo alto de una torre y,
cuando les vio a lo lejos, su alma se llenó de gozo pensando en la
venganza. Krimilda besó y saludó solo a su hermano Giselher, pero
no se dirigió de ninguna manera a aquellos que, directa o
indirectamente, habían participado en la traición y asesinato de
Sigfrido. Pero Atila, que nada sabía, les dispensó una cálida
bienvenida y preparó grandes festejos. Finalmente, llegó la hora.
En el salón mayor del
palacio se celebraba el banquete, en el que participaban los más
importantes señores feudales burgundios y hunos. Atila presentó con
orgullo a su hijo Ortlieb a los huéspedes. Pero, justo en el
instante en que el niño pasaba junto a Hagen, un caballero
ensangrentado hizo aparición para anunciar que los hunos estaban
atacando a los burgundios. Hagen, preso de ira, sacó su espada y de
un golpe decapitó al pequeño príncipe: era la señal de guerra.
Mientras Atila, Krimilda y Teodorico se ponían a salvo, surgieron
duelos por toda la sala. Al final, los burgundios consiguieron
protegerse en el interior del palacio, formando barricadas. Los
hombres de Atila intentaron vencer su oposición, pero después de
varias sanguinarias refriegas fueron rechazados. Atila y Krimilda
juraron salvar la vida de todos los burgundios a cambio de que se les
entregara a Hagen, pero Gunther rechazó con desdén la proposición
de traicionar a uno de sus vasallos.
La sanguinaria lucha duró
días enteros. Krimilda hizo prender fuego al palacio, y muchos
caballeros perecieron, hasta que solamente Gunther y Hagen,
batiéndose como leones, salieron con vida. Finalmente, Teodorico
atacó con sus ostrogodos y pudo vencer a los dos burgundios, sin
fuerzas ya a causa del encierro y de las heridas.
Atados fueron llevados ante Krimilda, que en el acto hizo decapitar a Gunther, reservando para sí la feroz alegría de clavar la espada en el pecho de su odiado Hagen. Todos, perturbados por la horrenda carnicería que había transformado durante días y días el castillo en un mar de sangre, vieron con horror el lastimoso fin de los dos últimos burgundios. Hildebrando, capitán de los ostrogodos, demostró su ira al ver que un valiente guerrero, atado e imposibilitado para defenderse, era degollado por la mano de aquella extranjera cruel y, sacando la espada, golpeó de muerte a Krimilda.
Gunther ordena a Hagen que oculte el tesoro del Rin
En cuanto al tesoro de
los nibelungos, continúa enterrado en algún lugar en el fondo del
Rin, ya que Hagen se llevó a la tumba el secreto de su paradero.
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