jueves, 24 de abril de 2025

Vagando por la Historia: Lucrecia Borgia

 

La familia Borgia se ha convertido en el símbolo por excelencia de la traición, la decadencia, el asesinato, la lujuria carnal y de cualquier forma de vileza que se pueda uno imaginar. La mala reputación de los Borgia en cuanto a depravación casi no tiene precedentes en la Historia. Pero, mientras las historias sobre su infamia persisten hoy en día, hay quienes cuestionan si los Borgia eran realmente culpables de todos los crímenes y bajezas que se les atribuyeron. Durante siglos, su apellido ha estado ligado a palabras como "asesinato", "traición", "incesto" y "veneno", pero de forma muy especial al único miembro femenino de la familia: Lucrecia Borgia.

Pasó a la historia como una arpía, una mala pécora, una bruja que despachaba a sus maridos envenenándolos con polvos que escondía dentro de un anillo. Este siniestro relato empezó a forjarse ya en su época, a raíz de los comentarios de los enemigos políticos de su padre, el papa Alejandro VI. El ataque más brutal lo recibió del cronista Francesco Matarazzo, quien la acusó de ser "la mayor puta de Roma". Lo siguió el político florentino Francesco Guicciardini, que la describió como "la hija incestuosa de Alejandro VI, amante al mismo tiempo de su padre y de sus hermanos". Pero los grandes responsables de que a nosotros llegara esta imagen de una pérfida Lucrecia Borgia fueron los artistas del Romanticismo, en especial Víctor Hugo, Gaetano Donizetti y el pintor Dante Gabriel Rosetti, quien la pintó lavándose las manos después de haber envenenado a su esposo. Pero, ¿qué hay de cierto realmente en esas historias? Lucrecia Borgia ha llegado a nuestros días sepultada bajo la leyenda negra que la convirtió en una mujer cruel y depravada, a la que se le atribuyeron incestos y envenenamientos. La mayoría de las acusaciones vertidas sobre ella parten de las envidias de los enemigos de su familia, y fueron amplificadas por la literatura, la música y el arte a lo largo de los siglos. Es posible que no haya otra mujer más vilipendiada por la Historia.



Lucrecia Borgia nació el 18 de abril de 1480 en la fortaleza de Subiaco, en Roma, y era la única niña de los cuatro hijos habidos entre el cardenal Rodrigo Borgia y su amante Vannozza Cattanei, perteneciente a una familia noble de Mantua. Lucrecia pasó los primeros años de su vida en la casa de su madre, en el barrio romano de Ponte, y parece probable también que se educara en el convento de San Sixto, en la Vía Apia, lugar donde posteriormente buscaría refugio en tiempos de angustia y problemas. A pesar de ser la única hija de Vannozza, tuvo una relación muy distante con su madre; siendo muy pequeña, fue confiada a la tutela de Adriana de Mila, prima carnal de Rodrigo Borgia y viuda de un miembro de la familia Orsini. La figura dominante en la vida de Lucrecia fue, indudablemente, su padre, que amaba con pasión a Lucrecia y a sus hermanos mayores, Juan y César.

La casa de Borgia tiene sus orígenes en España, en el pueblo aragonés de Borja, aunque se establecieron en Xátiva, perteneciente al reino de Valencia, en Gandía y, posteriormente, en la península itálica. Fue allí donde su apellido se italianizó y tomó la grafía con la que pasaría a la Historia: Borgia. En Italia se les miraba con desprecio y desconfianza, refiriéndose a ellos como "catalanes" y "marranos". Tuvieron fama de ser una familia cruel y ambiciosa de poder, pero lo cierto es que no se puede decir que actuaran diferente a otras familias de igual abolengo de la época. Alfonso de Borja se convirtió en papa en el año 1455 bajo el nombre de Calixto III, y su pontificado estuvo marcado por la cruzada llevada a cabo contra los otomanos que, dos años antes, habían tomado Constantinopla. El nepotismo, una costumbre constante durante toda la historia del papado, también fue ejercido por Calixto III, siendo sus sobrinos los principales beneficiados. Uno de ellos, Rodrigo de Borja, se sentaría también en el trono pontificio con el nombre de Alejandro VI. Hombre de gran ambición e inteligencia, no vaciló en utilizar los métodos más cuestionables para favorecer los intereses de su familia, lo que le daría fama de ser uno de los peores papas de la Historia.

Preocupado por guardar, e incluso ampliar, los intereses de su familia en Italia, Rodrigo Borgia trabajó en favor del establecimiento de vínculos dinásticos con las principales familias italianas mirando, sobre todo, por que su familia formara parte del tejido cultural y social que rodeaba a la ciudad en la que la Cristiandad tenía, y sigue teniendo, su centro. Roma, una vez que los Borgia dejaran huella en ella, iba a quedar definitivamente comprometida con esta dinastía. Para ello, no vaciló en utilizar a todos sus hijos, a los que vinculó a grandes familias nobles a través de alianzas matrimoniales. En este entorno, Lucrecia se convertiría en un peón más dentro de las estrategias familiares, utilizada para fortalecer la posición de los Borgia en la esfera política italiana.

Pese a lo poco que sabemos sobre la infancia de Lucrecia, es bastante probable que ésta fuese feliz. Al ser la única niña de la familia, fue bastante mimada por sus padres. Se dice de ella que era muy hermosa, de grandes ojos de color avellana y un cabello rubio muy envidiado en la época. Rodrigo Borgia la adoraba y sentía una gran debilidad por ella, y es muy posible que ella también hiciese todo lo posible por complacerle en todo. Recibió una educación muy superior a la de muchas mujeres de la época, lo que indica que las intenciones de su padre eran prepararla para desempeñar un importante papel político en el futuro. Educada en un ambiente culto, aprendió varios idiomas, incluyendo italiano, valenciano y castellano; fue instruida también en latín y griego, lo que le permitió acceder a una amplia gama de conocimientos clásicos y humanistas. También recibió lecciones de poesía, danza y música, sin descuidar sus habilidades en el bordado y en la pintura de porcelana, artes que reflejaban el refinamiento que se esperaba de una dama de su estatus. El mecenazgo que los Borgia ejercieron sobre los artistas y humanistas de la época también contribuyó a que Lucrecia se viese rodeada desde muy temprana edad de intelectuales y creadores, lo que habría de influir en su desarrollo personal más adelante.



Lucrecia tenía doce años cuando su padre se convirtió en sumo pontífice, en 1492. Tras la designación papal, Alejandro VI trasladó a Lucrecia y a Adriana de Mila al palazzo de Santa Maria in Portico, cerca del Vaticano, cosa que llamó mucho la atención de los cronistas de la época y de otros miembros de la corte papal. El mundo de Lucrecia, hasta entonces estrictamente privado, acaparó la atención de los curiosos. Había crecido en un entorno de poder y dominio sexual masculino, donde las mujeres estaban supeditadas a la voluntad de Rodrigo. Por lo tanto, no resulta extraño que su destino, como el de tantas otras mujeres, fuese ligado al plan dinástico de su padre para la familia e influido por los vaivenes de sus alianzas políticas. Después de concertar para ella dos compromisos que no dieron fruto, la prometió en matrimonio con Giovanni Sforza, conde de Pesaro. La elección de Giovanni Sforza, un príncipe de poca monta, como futuro esposo de Lucrecia era la respuesta de Rodrigo Borgia a la ayuda prestada por el cardenal Ascanio Sforza al darle su voto en la elección papal.

El matrimonio de Lucrecia con Giovanni Sforza se celebró en el Vaticano el 12 de junio de 1493 con la pompa y boato debidos. Sforza tenía veintiséis años y ya era viudo, mientras que Lucrecia sólo tenía trece años y acababa de salir del convento de San Sixto. El papa Alejandro VI no escatimó en gastos para dotar y agasajar a su hija. Después de una grandiosa ceremonia y un opíparo banquete, el papa acompañó a los recién casados a sus habitaciones para ser testigo de la consumación del matrimonio. Era esta una costumbre muy arraigada en la época, sobre todo cuando la novia era doncella y estaba a punto de tener su primera relación sexual. Sin embargo, en ocasiones se realizaba una ceremonia simbólica en la que los novios se abrazaban y besaban, lo que contaba como una especie de consumación. Parece ser que este pudo haber sido el caso de Lucrecia. Generalmente se podía hacer por consideración a la juventud de la novia o bien, lo que parece más probable en este caso, para que el papa Alejandro pudiera disolver el matrimonio de Lucrecia con el argumento de la no consumación en caso de ser necesario.

Después de un largo viaje de novios a través de la costa adriática, Lucrecia se establece en Pesaro con su esposo. A pesar de su juventud y la poca afinidad que tiene con Giovanni, llega a cobrarle cierto afecto. Sus días los pasa acompañada por su gobernanta Adriana de Mila y por Julia Farnesio, nuera de Adriana y, al mismo tiempo, amante del papa Alejandro VI. En 1494, las tropas del rey francés Carlos VIII invadieron Italia. Ludovico Sforza se vio obligado a establecer una alianza con el rey de Francia que se contraponía con la que mantenía con Alejandro VI, poniendo a Giovanni Sforza en una posición sumamente delicada. El papa ordena a su hija que regrese al Vaticano al mismo tiempo que los milaneses se unen al rey de Francia. Como Giovanni se negó a traicionar a su familia por apoyar a los hermanos de Lucrecia, César Borgia le explica a su hermana que es necesario liberarla de su matrimonio con Giovanni, lo que, en otras palabras, significaba que tenía que morir. Lucrecia advirtió a su marido del atentado que se planeaba en su contra, y de este modo Giovanni pudo huir a Milán con vida.

Frustrados por este percance inesperado, los Borgia buscaron una manera alternativa para anular el matrimonio de Lucrecia. El papa Alejandro pidió al cardenal Ascanio Sforza que tratara de convencer a Giovanni de que anulara el matrimonio argumentando la no consumación del matrimonio, lo que pasaba por hacerle admitir su impotencia sexual. Esto desató la ira de los Sforza y la del propio Giovanni, dando comienzo a los rumores maledicentes de la existencia de relaciones incestuosas entre Lucrecia, su padre y su hermano César. Fue Giovanni Sforza quien afirmó, indignado, que si el papa quería arrebatarle a su esposa era para poder acostarse con ella. Es bastante probable que dijese esto movido por la cólera y tal afirmación no fuese cierta, pero la sombra de la sospecha nunca abandonaría a Lucrecia desde entonces. Su relación tan cercana y familiar con su padre y hermanos llamaba demasiado la atención en aquella sociedad acostumbrada al desapego parental. Además, había precedentes de incesto contemporáneos, como el caso del condottiero Giampaolo Baglioni, de quien se decía que solía recibir a sus peticionarios mientras estaba en la cama con su propia hermana. Es posible que esta cruda escena fuese modificada para adaptarla a Lucrecia con su padre y su hermano, y así difundir una pésima imagen de la familia Borgia.

La lucha por conseguir la anulación del matrimonio se saldó de manera favorable para los Borgia, aunque les costaría la cuantiosa dote de treinta y dos mil ducados que Lucrecia había aportado, y que fue a parar a manos de los Sforza. Durante todo este tiempo, Lucrecia permaneció recluida en el convento de San Sixto. Fue llamada para ser examinada ante un tribunal de jueces canónicos en aras de comprobar si su virginidad seguía intacta, cosa que fue confirmada el 12 de diciembre de 1497 y dio pie a seguir adelante con el proceso de anulación matrimonial. Durante su estancia en San Sixto, Lucrecia se enteraba de las noticias del exterior gracias a un mensajero del papa, un joven llamado Pedro Calderón al que apodaban Perotto. Fue él quien le trajo la triste noticia de la muerte en extrañas circunstancias de su hermano Juan, duque de Gandía, cuyo cadáver apareció en el río Tíber con signos de haber sido asesinado. Todavía hoy no hay acuerdo sobre quién fue el autor del crimen. Se cree que pudieron haber sido los Sforza como venganza por haber sido ultrajados por el papa, o tal vez fuese su hermano César quien, celoso de la posición que tenía su hermano mayor y del favor que había recibido de su padre, se había enzarzado en una pelea con él que habría terminado de la peor de las maneras.



Comienza aquí un escándalo sexual en el que Lucrecia se vio envuelta y que todavía no ha quedado esclarecido a día de hoy. Los hechos son los siguientes: Tras la separación de Giovanni Sforza, mientras se estaba planeando el segundo matrimonio de Lucrecia, se cree que pudo haber dado a luz a un niño llamado Giovanni, al que los historiadores bautizaron como Infans Romanus. En 1501, el papa Alejandro emitió dos bulas: en la primera, reconoció al niño como hijo de César Borgia y una mujer desconocida, motivo por el cual el niño fue nombrado duque de Camerino, una de las conquistas de César. En la segunda bula, que se mantuvo en secreto durante muchos años, el papa reconoce al niño como hijo suyo. Sin embargo, en ninguna de las dos bulas se menciona a Lucrecia como madre. El escándalo se saldó con la muerte de Perotto, asesinado a sangre fría por César Borgia ante la impasible mirada de Alejandro VI.

Hasta aquí los hechos, aunque las interpretaciones son mucho más variadas. La hipótesis más difundida es que el niño era fruto de la relación incestuosa entre Lucrecia y su hermano César, y que Perotto, enamorado de la joven, se había atribuido la paternidad del niño para minimizar el escándalo. Por entonces, César era todavía cardenal de la Santa Sede, y según esta teoría Lucrecia estaba muy preocupada por que en Roma se supiera de su estado, más todavía porque, si damos esto por cierto, acababa de afirmar ante un tribunal eclesiástico que era virgen estando embarazada. Una segunda hipótesis atribuye al niño a Lucrecia y a Perotto, quienes habrían visto facilitada su unión gracias al confinamiento de Lucrecia y al privilegiado acceso que Perotto tenía a su cámara privada; esto también explicaría el hecho de que César hubiese acabado con la vida de Perotto. Otra teoría especula que este niño era hijo de Giovanni Sforza, pero como la anulación del matrimonio precisamente estaba fundamentada en la supuesta impotencia de este y en la no consumación, no hubiera sido beneficioso para los Borgia que el niño fuese reconocido como fruto del matrimonio. La cuarta hipótesis baraja la posibilidad de que el Infante Romano fuese hijo de César o de Alejandro con alguna mujer desconocida, siendo Lucrecia quien se encargara de él. Esto explicaría por qué años después Giovanni fue bien recibido en la corte de Ferrara, donde residía Lucrecia, en calidad de hermanastro suyo. A esto se suma que el historial de embarazos difíciles de Lucrecia invita a pensar que, de haber tenido un hijo, éste pudiera haber muerto en el parto o poco antes de nacer.

La reclusión de Lucrecia terminó tras la anulación y después de notificársele que debía volver a Roma para casarse. Su prometido esta vez era Alfonso de Aragón, hijo natural del rey Alfonso II de Nápoles, y duque de Bisceglie. Lucrecia y Alfonso se casaron el 21 de julio de 1498, pero sucedió algo que habría de trascender para los cronistas de la época. Y es que, ya fuera la juventud y belleza de los contrayentes o por la afinidad que ambos sintieron al conocerse, su felicidad hizo que el matrimonio por conveniencia política se convirtiera en una unión por amor. En 1499, Lucrecia quedó embarazada, pero perdió al niño muy pronto. Sin embargo, poco después volvió a quedar encinta y, esta vez sí, dio a luz a un varón sano al que llamaron Rodrigo en honor al papa. La alianza con Nápoles quedó afianzada, al menos por un tiempo, con un segundo matrimonio, esta vez entre Jofré Borgia, cuarto hijo del papa, con Sancha de Aragón, hermana de Alfonso.

En este tiempo, el papa nombró a Lucrecia duquesa de Spoletto, un territorio situado a medio camino entre Roma y el reino de Nápoles. Allí, Lucrecia se ocupó principalmente de llevar los asuntos administrativos y jurídicos, que realiza con bastante acierto según los criterios de la época. Será su labor tan buena, que cuando su padre se ausente de Roma, la dejará a ella a cargo en sustitución. En esta época, se conoce a Lucrecia como la Princesa de las Fortalezas, porque, aparte de Spoletto, le entrega el castillo de Sermonetta, confiscado por Alejandro VI a los Caetani. La presencia de Lucrecia en el Vaticano en calidad de regente de su padre causó verdadero escándalo entre sus coetáneos, quienes no vacilaron en atribuirle la organización de fiestas salvajes y depravadas, todo esto unido a los rumores de incesto y al dudoso origen del pequeño Giovanni Borgia.

Entretanto, César Borgia, liberado por fin de las vestiduras cardenalicias y convertido en todo un líder militar, se pone al servicio del papa para que disponga de él como mejor guste. El recién ascendido al trono Luis XII de Francia, interesado en una liga con el papa, procedió a congraciarse con este otorgándole a César el título de Duque de Valentinois. César establece diversas negociaciones con Luis XII, cuya ambición es apoderarse del ducado de Milán, para lo cual necesita la ayuda de los Estados Pontificios. Para afianzar más el pacto con los Borgia, el rey promueve el matrimonio de César con Carlota de Albret, hermana de Juan III de Albret, rey de Navarra. El papa, entonces, escribió a Lucrecia informándole de que el arreglo matrimonial que tenía para César estaba en conflicto con la alianza que tenían con Nápoles, por lo que los lazos que tenía con Alfonso de Aragón debían romperse. Creyendo que su vida corría peligro, Alfonso huyó dejando atrás a una embarazada Lucrecia, aunque regresó poco tiempo después bajo la promesa papal de que no le ocurriría nada.



Sin embargo, sí ocurrió. En 1500, Alfonso decidió salir a dar un paseo nocturno por la plaza de San Pedro, donde un grupo de hombres le atacaron brutalmente con espadas y cuchillos, dejándolo tan malherido que Lucrecia, al verle, sufrió un desmayo. Por toda Roma se extiende el rumor de que Alfonso ha intentado ser asesinado por los mismos que mataron a Juan Borgia, una cuadrilla enviada por César Borgia. Según dicen ciertas historias, durante su convalecencia, Alfonso habría tratado de matar a César disparándole una flecha, cosa que es bastante inverosímil dado el mal estado en el que se encontraba el joven. Otras teorías apuntan a que fueron los Orsini quienes intentaron matar a Alfonso, dada la alianza de los enemigos de estos, los Colonna, con la familia de Nápoles. Sin embargo, parece bastante más probable la teoría de que fuesen unos sicarios pagados por los franceses para librarse del príncipe napolitano. En cualquier caso, Alfonso sobrevivió milagrosamente al atentado y fue cuidado por Lucrecia y su hermana Sancha durante seis semanas. Lucrecia no se separaba de su lecho en ningún momento, hasta que en cierta ocasión fue engañada por su padre para salir de la habitación, momento que aprovechó un sicario de César para asesinar a Alfonso estrangulándole.

El dolor de Lucrecia fue indescriptible, pero fue obligada a guardárselo para sus adentros. Aunque se le permitió retirarse al castillo de Nepi para que pudiera guardar luto, tanto su padre como su hermano César estaban poco interesados en su pesar. Como miembro de los Borgia, los intereses familiares estaban por encima de sus sentimientos, y pronto volvería a ser utilizada, una vez más, como instrumento político en un nuevo matrimonio.

Un año después de la muerte de Alfonso de Aragón, se piensa en casar a Lucrecia con un vástago de la familia D'Este, duques de Ferrara. El novio, de nombre Alfonso también, no tiene el menor interés en casarse con una mujer sobre la que pesan tantas muertes y escándalos de todo tipo. No obstante, los Borgia les ofrecen una suculenta dote y, finalmente, la familia D'Este acaba consintiendo el enlace. Curiosamente, Lucrecia esta vez sí tomó parte en las decisiones sobre su boda, negociando incluso sobre su propia dote y ganándose la confianza de los D'Este. El matrimonio se pacta por poderes y en 1501 se celebra como tal.

 Lucrecia parte para Ferrara en 1502, escoltada por una delegación enviada por su suegro; nunca más volverá al Vaticano. El viaje será largo y durante el camino Lucrecia irá recibiendo homenajes de sus nuevos súbditos. Ansioso por conocer a su ya esposa, Alfonso D'Este acude a visitarla a mitad de camino, irrumpiendo bruscamente en los aposentos de Lucrecia para ejercer sus derechos maritales. El 2 de febrero, Lucrecia llega a la fortaleza de Ferrara, que se alza sobre el delta del río Po. Su entrada triunfal fue seguida por una curiosa multitud, que conocía tanto su mala fama como los relatos que se difundían sobre su célebre hermosura. Fue Niccolo Cagnolo quien nos dejó una descripción sobre Lucrecia Borgia, destacando su belleza y elegancia, algo que contribuyó a mejorar la reputación de Lucrecia. Por su parte, Lucrecia se presta con gusto a todas las ceremonias que se hacen en su honor mostrando disposición y humildad.

Sin embargo, su mayor rival en Ferrara no será otra que Isabella D'Este, seis años mayor que ella, que hasta entonces había ejercido de primera dama del lugar y que no se fiaba de la recién llegada. Estaba casada con Francesco Gonzaga, marqués de Mantua, y desde el principio trató de hacer valer su superioridad ante Lucrecia. Aunque mantuvieron una larga correspondencia, entre ellas había una fuerte rivalidad por ver quién destacaba por ser la mejor vestida. Ambas mandaban a sus espías para investigarse la una a la otra y no vacilaban en preguntar a las damas de la corte acerca de los vestidos que poseían o los hábitos que realizaban con más frecuencia.



Sea como fuere, la historiografía romántica ha interpretado los años de Lucrecia en Ferrara como un retiro aburguesado que la salva de la influencia y caída de los Borgia. Y lo cierto es que en esta época, Lucrecia consigue llevar una vida pacífica y, en cierto sentido, feliz. Su suegro, el duque Ercole D'Este, queda tan impresionado por sus buenos modales que le toma mucho cariño. Durante su estancia en Ferrara, Lucrecia se convierte en patrona de las artes y se rodea de un pequeño círculo de artistas y poetas entre los que destaca Pietro Bembo, que le dedicó su obra Gliasolani y con quien tendrá una relación de amor platónico. Se dice que tuvo una relación amorosa con su cuñado Francesco Gonzaga, que supuestamente se mantiene hasta que el marqués muere de sífilis. Aunque es posible que esta relación fuese más epistolar que real, puesto que los encuentros entre ambos eran escasos y difíciles, Francesco se mostraba siempre apasionado y afectuoso, deseoso de complacerla.

Los años de Lucrecia en Ferrara podrían resumirse como una época en la que por fin pudo tener cierta autonomía y tranquilidad. Tuvo la oportunidad de ser mecenas de algunos de los más importantes artistas del Renacimiento, como el pintor Tiziano y el poeta Ludovico Ariosto, y destacó también como madre abnegada y como gobernante de Ferrara mientras su marido, ya convertido en duque, estaba ausente por alguna campaña militar. Lucrecia consiguió sobresalir mientras que los demás miembros de su familia fueron cayendo uno tras otro. La muerte de Alejandro VI en 1503 acabó también con el poder de César Borgia, quien murió durante una emboscada en Viana en 1507. La noticia de ambas muertes llenó de profundo desconsuelo a Lucrecia.

Tras haber dado a luz en 1508 al que será el heredero del ducado de Ferrara, Lucrecia hubo de pasar por una serie de embarazos difíciles que no todos llegaron a término. En 1519, con casi cuarenta años, Lucrecia vivió su último embarazo casi como un calvario. Dio a luz una niña que murió al poco de nacer, y Lucrecia pereció de fiebre puerperal diez días después. Fue enterrada en el monasterio del Corpus Domini en Ferrara. Sus súbditos, que lamentaron profundamente su muerte, se referían a ella como "la madre del pueblo".

Y así sería recordada por muchos, pese a lo cual, su nombre caería en una tupida red de exageraciones y mentiras, y sólo en los últimos años ha comenzado a emerger como la figura fascinante que es. El consenso entre los historiadores es que los Borgia no fueron peores ni mejores que otras renombradas familias renacentistas, como los Sforza o los Médici. Hicieron lo que tocaba hacer según las necesidades y costumbres de la época, y sus actos, aunque cuestionables bajo la óptica actual, encajan en el complejo y violento entramado de la Italia de finales del siglo XV y principios del XVI. A día de hoy, son pocos ya los que ven a Lucrecia como una bruja libertina e incestuosa, sino como una verdadera dama del Renacimiento italiano, quizá una de las más ilustres.

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