¡Hola a todos!
Y seguimos con la racha lectora en La Biblioteca de Laura, que estamos que no paramos. Llevaba mucho tiempo queriendo leer el libro que os traigo hoy, pues tiene unas características que lo han convertido en algo muy especial a mis ojos. La primera, porque la temática de este libro se sale de lo que suelen ser mis gustos habituales. La segunda, porque la acción ocurre en Galicia, mi tierra, en un tiempo que no me queda demasiado lejos. Y la tercera, porque el polémico secuestro que ha sufrido este libro durante varios meses acabó por picarme la curiosidad y me hizo prometer que, si algún día se levantaba el secuestro, lo compraría y lo leería. Este no es un libro como otros que he reseñado. Pocas veces encontraremos una historia tan auténtica contada con tanta libertad como ha hecho Nacho Carretero, su autor. Nunca me habría imaginado que un libro sobre el narcotráfico gallego pudiera traer tanta controversia, pero ahora que lo he leído, creo que entiendo por qué muchos han intentado silenciarlo. Por suerte, al final no se han salido con la suya.
Título: Fariña
Autor: Nacho Carretero
Editorial: Libros del K.O.
Nº de páginas: 365 págs.
Año: 2015
Sinopsis: Coca, farlopa, perico, merca, fariña. Nunca Galicia comercializó un producto con tanto éxito. Aunque ahora parezca una pesadilla lejana, en los años 90 el 80 por ciento de la cocaína desembarcaba en Europa por las costas gallegas. Aparte de su privilegiada posición geográfica, Galicia disponía de todos los ingredientes necesarios para convertirse en una «nueva Sicilia»: atraso económico, una centenaria tradición de contrabando por tierra, mar y ría, y un clima de admiración y tolerancia hacia una cultura delictiva heredada de la época de los «inofensivos» y «benefactores» capos del tabaco. Los clanes, poderosos y herméticos, crecieron en un clima de impunidad afianzada gracias a la desidia (cuando no la complicidad) de la clase política y de las fuerzas de seguridad. A través de testimonios directos de capos, pilotos de planeadoras, arrepentidos, jueces, policías, periodistas y madres de toxicómanos, Nacho Carretero retrata con minuciosidad un paisaje criminal con frecuencia infravalorado. En el imaginario popular, ese costumbrismo kitsch de capos con zuecos y relojes de oro ha oscurecido el potencial destructivo de un fenómeno que arrasó el tejido social, productivo y político de Galicia. Fariña incluye, además, un repaso inédito por los clanes que siguen operando hoy en día. Porque en contra de la creencia mediática y popular –tal y como demuestra este libro-, el narcotráfico sigue vivo en Galicia. No se debe olvidar lo que todavía no ha terminado.
RESEÑA (sin spoilers)
Fariña nació para ser un libro controvertido, y de este hecho creo que era muy consciente su propio autor, el coruñés Nacho Carretero. Al principio pasó casi desapercibido para el público, como un libro más de los muchos que podemos encontrar en librerías y bibliotecas. Pero llegó el año 2018 y ese libro empezó a llamar bastante la atención. Puede que se debiera a la serie homónima que la productora española Bambú estaba rodando, o tal vez porque el libro llegó por fin a las manos de alguien a quien no le había hecho gracia que se le mencionara con nombres y apellidos y se contaran algunas de las lindezas que llevó a cabo años atrás. Luego vino la denuncia y, a continuación, el secuestro. La polémica que rodea a Fariña fue tan grande que una juez llegó a ordenar la retirada del libro y la prohibición de venderlo hasta que saliera la sentencia definitiva. Eso fue suficiente para hacer que la gente acudiera en masa a las librerías para comprar el libro antes de que fuera retirado sine die. Una estrategia de marketing cojonuda… salvo que no fue una estrategia, sino la realidad. Es bastante irónico que un libro que trata sobre el contrabando y el narcotráfico ilegal llegara a pasarse de extranjis entre amigos y familiares que lo habían comprado para que otros pudieran leerlo.
Fariña es un libro atípico dentro de los libros que suelo leer. No es un cuento, ni una novela, ni siquiera un libro de relatos. Se podría catalogar este libro como un ensayo acerca del desarrollo e influencia del narcotráfico gallego durante la década de los 80, pero hay mucho más entre sus páginas llenas de historia y verdad. Está narrado con un estilo muy fluido y directo, haciendo que su lectura sea tan adictiva y voraz como la fariña que le da nombre. Nacho Carretero prescinde de los discursos rimbombantes y de las metáforas absurdas y llama a las cosas por su nombre… o más bien deberíamos decir nombres, ya que aquí figuran todos los implicados junto con sus apellidos y apodos, y es extraordinaria la ausencia de pudor a la hora de contar las cosas como realmente fueron. En Fariña encontraremos los puntos de vista de capos, guardias civiles, periodistas, jueces y madres de jóvenes que vivieron muy de cerca el drama de las drogas y el narcotráfico indiscriminado. Carretero les da voz a todos, y por eso su ensayo es tan real y tan estremecedor. Porque todo lo que aquí se cuenta fue verdad.
Galicia, años 80. Mientras en el resto de España se fumaba Celtas o Ducados, el humo que se aspiraba en Galicia provenía de auténtico tabaco rubio americano. En aquella época, era muy habitual pedir un cartón de Winston en un bar o ultramarinos y que te preguntaran si lo querías normal o de batea (es decir, de contrabando). El contrabando de tabaco en las Rías Baixas no solo era algo habitual, sino que dedicarse a él estaba aceptado y hasta bien visto por la sociedad. Una larga tradición de estraperlo que empezó en la Guerra Civil y continuó durante la posguerra, cuando se pasaba a través de la frontera con Portugal aceite, café, harina y medicinas, hizo que la gente hiciera la vista gorda ante el contrabando de tabaco. Así empezó todo lo que vendría después. Muchos de los señores do fume, nombre que recibían los contrabandistas de tabaco, decidieron dar el salto al tráfico de drogas cuando el contrabando dejó de ser un fraude y se convirtió en un delito penado con la cárcel. El narcotráfico no suponía mayor riesgo que el contrabando, con el atractivo añadido de que era más fácil pasar alijos de droga que tabaco y las ganancias eran mucho mayores. Primero vino el hachís; luego, la coca colombiana. Y así se inició una larga lista de clanes gallegos cuya actividad en el narcotráfico a punto estuvo de arrasar las Rías Baixas y convertir la zona en una nueva Sicilia.
Sito Miñanco, Laureano Oubiña, Marcial Dorado, los Charlines... Son algunos de los nombres de narcos más conocidos que encontraremos entre las páginas de este libro, y observar de cerca cómo fue la trayectoria de estos personajes hará que más de uno se lleve las manos a la cabeza, no solo por la tranquilidad con la que dieron el salto del contrabando al narcotráfico, sino también por su absoluta falta de pudor a la hora de exhibir su fortuna y alardear del poder que políticos, guardias civiles, jueces y vecinos les habían puesto en las manos. Estos son los más conocidos, pero no fueron ni son los únicos. Y es que el problema del narcotráfico, por increíble que parezca, está lejos de haberse extinguido.
Fariña nos lleva de vuelta a una época que, por raro que nos parezca, no está tan lejos de nuestros días. Una época de drama social en una Galicia donde al cierre o las reducciones de plantilla en los astilleros se sumaba la reconversión de la pesca, que dejó a una parte de la flota en tierra. El paro afectaba allí al 23% de la población. Jóvenes y mayores pasaban los días deambulando sin tener nada que hacer, un días tras otro. Cuando se habla de la España de los 80, la memoria colectiva suele acordarse más de la Movida madrileña, pero esto es solo la punta del iceberg. En aquellos años, Galicia era una de las comunidades más atrasadas de toda la Península Ibérica, un pedazo de tierra rural e ignorado por todos. Era el caldo de cultivo perfecto para que los antiguos contrabandistas del tabaco probaran suerte con algo más lucrativo. Y así, la cocaína entró por la ría y se metió en Galicia como una enfermedad.
Pero al principio esto no generó la menor importancia. Nacho Carretero cuenta con una lucidez escalofriante la situación de muchas de estas familias gallegas, empobrecidas y acostumbradas al trapicheo, que asumieron este nuevo negocio que generaba riqueza en la región y puestos de trabajo. Y así se fue fraguando una especie de narcocultura y un gran respeto por estas figuras que ayudaban a la comunidad, construían casas a los vecinos (a cambio de permitirles cobijar algo de mercancía) y pagaban facturas de hospitales o los estudios de sus hijos. La gente admiraba a los narcos, y los que más devoción sentían hacia ellos eran los jóvenes. En aquella época, era muy común ver en las Rías Baixas a chicos que pasaban de trabajar en una frutería a conducir un deportivo de 200 caballos. Y esto fue así hasta que la droga empezó a causar estragos entre la juventud. Los capos amasaron inmensas fortunas con la connivencia de la sociedad y de algunas autoridades policiales y políticas que hacían la vista gorda y se llevaban su tajada en billetes o en favores, mientras las drogas extendían su veneno por la sociedad.
Pero, ¿cómo podría haberse evitado? En aquella época, nadie sabía lo que eran las drogas; los chicos simplemente las tomaban y se divertían (por no mencionar que muchos chavales que ayudaban en las descargas cobraban en especie). No se pensaba en las consecuencias porque no había información sobre lo que podía pasar. Estos jóvenes pagaron un precio muy alto por situarse en el momento y en el sitio equivocado. En Galicia todavía se les conoce como la generación perdida. Algunos lograron sobrevivir, pero la mayoría cayeron como moscas por sobredosis, el sida y otras enfermedades que se expandieron rápidamente. A tal extremo se llegó que incluso aumentó la prostitución para costearse el consumo y también los robos, agresiones y conflictos domésticos.
Fue entonces cuando la sociedad dijo basta, y las primeras voces que se levantaron fueron las de las madres. Fueron ellas las que se juntaron para pelear contra los narcos que, con total impunidad, vendían a precio de ganga aquello que estaba matando a sus hijos. Fueron conocidas como las “madres de la droga”, y fueron ellas las que levantaron Galicia e impidieron que se convirtiera en una tierra sin más ley ni justicia que la que imponían los narcos. A pesar de las amenazas y los intentos de asesinato, las madres consiguieron hacerse oír y su discurso logró concienciar a miles de personas acerca de lo que estaba pasando. A partir de entonces, los políticos tuvieron que hacer hueco para ocuparse de lo que estaba pasando en Galicia, y los medios de comunicación empezaron a dedicar portadas de periódicos y aperturas de telediarios al problema del narcotráfico. Dos años después de las primera reuniones y escraches de las madres, el juez Garzón llevaría a cabo la Operación Nécora, el primer gran movimiento del Estado contra los clanes de la droga.
Es difícil hacer un análisis más profundo de Fariña porque no es un libro como tantos otros. Tal vez sea por lo cerca que he estado de ese mundo (aunque, por mi edad, apenas tenga algunos vagos recuerdos, claro está), pero la lectura de Fariña me ha servido para entender cómo ocurrió todo y por qué las cosas fueron como fueron. La forma en que está escrito sumerge al lector en un mundo al que se le ha dado la espalda durante mucho tiempo, y no cae en la trampa de culpabilizar a unos y justificar a otros, sino que deja que seamos nosotros quienes juzguemos lo ocurrido ofreciéndonos la mayor información posible.
Para mí, Fariña ha sido un gran descubrimiento y una ventana al pasado. Y, curiosamente, tuvo un efecto inesperado en mí cuando empecé a comentar párrafos del libro con mi familia y enseguida dio comienzo un debate sobre gente de mi barrio, vecinos míos que también vivieron el drama de la drogadicción en una época en la que era tan fácil conseguirla que asustaba y que, como muchos otros, pasaron a engrosar las listas de la generación perdida. El contrabando y el narcotráfico estaban ahí, y para mí fue pasmoso darme cuenta de que lo había visto con mis propios ojos y me parecía tan normal como ver salir el sol por las mañanas. Quizá por eso Fariña me ha tocado la fibra y me ha dado algo que me ha hecho reflexionar, y esto es mucho más de lo que otros libros más eruditos me han dado jamás.