Nada de esto es culpa tuya; te
doy mi palabra. Quizá llegaste a pensar, como muchos otros antes que tú, que
tener un amo humano fue lo mejor que te pudo haber pasado en la vida. Cuando os
conocisteis, tú eras un cachorro pequeño e indefenso, una bolita de peluche que
agitaba la cola con frenesí y hacía gañidos graciosos que arrancaban una salva
de carcajadas a aquel humano que decidió por cuenta propia adoptarte y darte un
lugar en su casa. Tú supiste portarte como se esperaba de ti, mi pequeño amigo.
Tú recibiste a tu amo todos los días con una alegría difícil de imitar por otro
ser vivo. Ansioso por pasar tiempo con él, le ofrecías tu pelota para que te la
tirara bien lejos y que tú pudieras correr tras ella una y otra vez. Atendías
con mirada despierta a todos los gestos que te hacía tu amo para que te
sentaras o le dieras la pata. E incluso le diste las gracias lamiendo su mano
cuando, en mitad de una tormenta, él permitió que te acurrucaras a su lado cada
vez que un trueno estallaba en el cielo y te asustaba.
Ahora te das cuenta de que no mereció la pena.
El tiempo que pasaste viviendo con ese amo malagradecido, que pasó de pelearse
con sus familiares por sacarte de paseo a bajarte a la calle solo una vez por
semana; que al principio te daba cuatro comidas al día y después llegó a
olvidarse de que tenías hambre; y que dejó de acariciarte el lomo con cariño
cuando se dio cuenta de que tenías pulgas, probablemente porque él no te había desparasitado
en su momento. Ya no eres el cachorrito adorable del que se quedó prendado en
su día. Has crecido y te has convertido en una responsabilidad fastidiosa. Una
bestia grande que necesita comida, baño, ejercicio y cuidados a diario; cuatro
cosas que él no está dispuesto a darte porque es incapaz de sentir el menor
cariño por nadie. Para él has dejado de ser su fiel compañero: ahora eres un
estorbo, una carga de la que no quiere ocuparse.
No es tu culpa que ahora te
encuentres en esta penosa situación. ¿Cómo ibas a sospechar lo que él iba a
hacerte? Te subió a su coche como tantas otras veces y te llevó lejos, a un
lugar que no te resultaba familiar. Luego abrió la puerta del vehículo, te
obligó a bajar y se alejó de allí a toda prisa. Sin mirar atrás. Como si
hubieras dejado de existir. Te dejó solo en medio de la nada, junto a una
carretera en la que corrías peligro de ser atropellado. Te abandonó a tu
suerte, sin comida ni abrigo alguno, sin collares o dispositivos que te
identificaran y que, de paso, pudieran incriminarle a él en cuanto alguien se
diera cuenta de lo que había hecho contigo. Contemplaste el horizonte con una
mezcla de miedo e ignorancia. ¿Adónde se ha ido tu amo? No te molestes en ir
tras él. Tu amo se ha marchado y ha borrado su rastro para que no puedas
seguirlo. No volverá a por ti.
¿Qué va a ser de ti ahora? Estás
solo, famélico, asustado… No percibes olor alguno que te recuerde a tu hogar. Has
caminado tanto que te duelen las patas. En esa eterna carretera no hay más que
coches que pasan a tu lado a toda velocidad y cuyo ruido te asusta y te
desorienta. No hay manos que te acarician ni voces que te hablan con dulzura
cuando te portas bien. Donde antes había calor humano, ahora solo hay una fría
soledad. Despídete para siempre de tu correa de paseo, de tu cama y de tus
juguetes, porque no volverás a verlos nunca más. Posiblemente ahora estén en el
cubo de la basura. Tus días de felicidad se han acabado. Como un mueble
inservible, has sido desechado. El amo te ha expulsado de su casa y no quiere
saber nada de ti. ¿Qué le importa a él lo que te pase? Si un animal salvaje te
atacara, dejándote malherido a los pies de la cuneta, seguiría sin sentir el
menor remordimiento.
Ante semejante injusticia, uno
solo puede preguntarse por qué. ¿Por qué tu amo te ha hecho eso? Tú no eres un
mal perro. Nunca te has portado mal; todo lo contrario, pues pagaste con un
cariño sin límites el gran acto de generosidad que él hizo al adoptarte, al
convertirte en parte de él. ¿Qué ha pasado, entonces? ¿Qué ha cambiado en este
tiempo? ¿Por qué antes jugaba tanto contigo y después te volvió la espalda?
¿Por qué al principio te hablaba con cariño y más tarde te trató con desprecio?
¿Por qué, cuando eras un cachorro, te dijo que te quería y después, ya adulto,
te abandonó sin miramientos? No intentes buscarle explicación, pequeño, porque
no la tiene. Hay amos buenos y amos malos. Y tener un buen amo es cuestión de
suerte, como tantas cosas en esta vida.
El otro día unos humanos te
encontraron vagando por la carretera y te llevaron con ellos, compadecidos.
Como no podían acogerte en su casa, decidieron llevarte a un lugar en el que al
menos tuvieras cama y cobijo. La perrera estaba repleta de otros como tú:
perros que una vez fueron pequeños y graciosos, pero que, cuando crecieron, se
convirtieron en auténticas molestias para unos amos desaprensivos y faltos de
conciencia que no estaban dispuestos a invertir quince años de sus vidas en
cuidar de otro ser vivo que les necesitaba. La mirada de tus nuevos compañeros
de manada es tan triste y vacía como un abismo de oscuridad. Sus aullidos al
atardecer evidencian días, semanas, meses de insoportable melancolía. No hay
alegría entre esas cuatro paredes. Tú intentas adaptarte como puedes. Los
cuidadores te dan de comer, te quitan los parásitos, juegan contigo y hacen lo
que pueden. Pero ellos son pocos y vosotros sois demasiados; no pueden con
todo. Tu única esperanza, te dicen, es que alguien se compadezca de ti y quiera
adoptarte. Si no, es muy posible que la opción de sacrificarte se haga cada vez
más atractiva. Los días y las noches se te hacen eternos mientras esperas con
el corazón en vilo a que un nuevo amo aparezca por la puerta y te saque de esa
jaula… o que tu antiguo amo haya recapacitado y vuelva para enmendar su error.
Y mientras esperas a que otros
decidan tu destino, puedes jugar a imaginar lo que puede suceder. Puede que
mañana sea el día en que alguien descubra que te quiere a su lado, el día en
que un nuevo amo vea en tus ojos tristes al cachorro adorable que una vez
fuiste y al perro fiel, noble y leal que eres hoy. El compañero que siempre ha
querido tener.