Pero hoy no voy a hablar
de temas políticos, primero porque no son mi especialidad, y segundo
porque todos estamos un poco hartos últimamente de la política. No,
hoy me voy a retrotraer hasta mi época favorita, que es la Edad
Media, para hablar un poco sobre la mujer en distintos ámbitos: En
el trabajo, en el poder, en la literatura, en la Iglesia… No
dispongo ahora mismo de toda la bibliografía que desearía tener en
mis manos, pero me esforzaré por dejar datos que podáis contrastar
si os interesa el tema o queréis saber más al respecto.
La condición femenina ha
arrastrado consigo a lo largo de los siglos unas connotaciones muy
negativas, y la Edad Media está concebida en el imaginario popular
como una época en la que las tendencias misóginas estaban a la
orden del día. No se puede desmentir en su totalidad esta
afirmación, pero sí se pueden extraer ejemplos de cómo las mujeres
podían tener notoriedad, y no siempre eran mal vistas.
Visión de la mujer:
La herencia de la
Antigüedad se deja ver en muchos campos, desde el ideológico hasta
el jurídico, sobre todo a partir del siglo XII. En la Edad Media se
aplican muchas ideas misóginas de la Antigüedad y se aumentan, es
decir, que al antifeminismo aristotélico hay que añadirle las
premisas de los Padres de la Iglesia o las de los clérigos
medievales en general. Son los hombres los que elaboran un sistema de
valores de la sociedad y los que tienen palabra sobre la mujer.
En los siglos XI y XII se
produjo un movimiento purificador en el seno de la Iglesia propiciado
por el papa Gregorio VII, que afectó a la mujer de las siguientes
maneras: Al instaurarse el celibato eclesiástico obligatorio, se
consideró a la mujer como fuente de todos los males, y la nueva
definición del matrimonio hará de éste un sacramento indisoluble y
vitalicio.
A partir del siglo XIII
es cuando se elabora el modelo a seguir para la mujer. La Virgen
María es el modelo por excelencia, pero también es el más
inalcanzable, porque ninguna mujer podía aspirar a ser tan pura como
ella. En contraposición, se hallaba la figura de Eva, vista como
pecadora y tentadora. Entre ambas, surgió el modelo de María
Magdalena, como imagen de la mujer arrepentida que puede redimirse
dedicando su vida al Señor.
Fue a finales de la Edad
Media cuando algunas mujeres, como Christine de Pizan con su libro La
ciudad de las damas, hicieron oír su voz. Esta autora se lamenta
de haber nacido mujer porque no acepta los preceptos masculinos de
que la mujer es más estúpida que el varón. En efecto, los hombres
consideraban inferior a la mujer basándose en una supuesta
incapacidad natural de la misma para acceder a la cultura. La mujer
debía estar limitada al espacio doméstico, reservando el público
para los
hombres. Felipe de Novara
llegó a decir: “A la mujer no debe enseñársele a leer ni a
escribir”. Pero a pesar del intento de recluir a la mujer en la
casa y no permitirle el acceso a la educación, no faltaron mujeres
con formación intelectual, como María de Francia, que nos legó sus
maravillosos Lais.
La cuestión sexual fue
la clave de las reglas de comportamiento que los hombres impusieron a
las mujeres. La mujer menstruante era impura, y se decía que podía
estropear la comida o que su mirada volvía opacos los espejos. La
castidad se consideraba la virtud por excelencia, de modo que la
mujer virtuosa tenía que ser modesta, sobria en el vestir,
silenciosa, limitar sus salidas a la calle, comer y beber poco, etc.;
es decir, debía comportarse de modo que no provocase la sexualidad
masculina. También debía ser laboriosa para distraer el ocio, que
podía llevarla a tener malos pensamientos, y el silencio se le
imponía para arrancarle el vicio de hablar demasiado, que
supuestamente era natural en una mujer.
Este silencio se extendió
a otros ámbitos más allá del familiar. A la mujer se le cerraron
las puertas de las universidades y de la Iglesia, que no la
autorizaba para decir misa ni predicar.
Labores:
En la Edad Media, tanto
los hombres como las mujeres tenían que trabajar. Si recurrimos a
los argumentos religiosos, veremos que se consideraba que la mujer
era la causante del trabajo. En el Paraíso, antes de que se
cometiera el pecado original, Adán no trabajaba; se verá obligado a
sudar y esforzarse cuando Dios descubra que, por culpa de Eva, ha
desobedecido Su mandato (“Ganarás el pan con el sudor de tu
frente”, Génesis 3, 19). Esta ideología eclesiástica sobre la
mujer, configurada sobre todo a partir del siglo XI por obra de
Cluny, convive con otra ideología de raíces germánico-indígenas,
que sobrevivirá a nivel popular y agrario: La mujer toma parte
activa en el trabajo y, como procreadora de hijos, proporciona futura
fuerza de trabajo.
Encontramos mujeres en
casi todos los oficios de la industria medieval. Había barberos y
“barberas” que también se dedicaban a practicar sangrías, un
remedio que curaba toda clase de malestares. Las mujeres aprendían
desde muy temprana edad a utilizar la rueca y el huso, a coser y a
bordar. Pero también había herradoras, cerrajeras, joyeras y
orfebres; fabricaban agujas, cuchillos y tijeras.
Hallamos mujeres
ejerciendo de buhoneras, encargadas de los baños públicos,
cerveceras y ropavejeras. También se tienen testimonios de mujeres
que figuran en listas de algunos gremios, sobre todo en el ramo
textil. El trabajo de la seda era casi un monopolio femenino, ya que
se necesitaban manos suaves y dedos delicados para trabajar bien.
Por supuesto, también
trabajaban el agro. En una casa medieval nunca faltaba el trabajo, y
las mujeres arrimaban el hombro tanto como los hombres. No sólo
araban, sembraban y cosechaban en el campo junto a sus esposos o
parientes, sino que también tenían que hacerse cargo de la casa, de
cuidar a los animales y de administrar en la medida de lo posible los
bienes con los que contaba la familia.
Educación:
De acuerdo con los
modelos establecidos, la mujer bien educada tenía que cumplir estos
cuatro objetivos: buenos modales, devoción religiosa, saber hacer
las labores del hogar y, en última instancia, formación
intelectual. A nuestros días han llegado tratados didácticos como
Le menagier de Paris, en el que un hombre mayor instruye a su
joven esposa (sabiendo que él podría morir pronto y ella volverá a
casarse) en las acciones que harán que su próximo marido se sienta
cómodo en su casa. Otros tratados están enfocados hacia la
educación cortesana y las normas del amor cortés.
Para tener una educación
literaria, las mujeres podían instruir a sus hijas en conventos
(principalmente las que pertenecían a la nobleza y la alta
burguesía), ponerlas al servicio de grandes damas, el aprendizaje en
una casa burguesa y la instrucción en colegios elementales para
niñas. Sin embargo, el analfabetismo femenino era muy elevado,
aunque las damas de la nobleza y la burguesía sabían leer y
escribir.
En el siglo IX, Dhuoda
escribió Manual para mi hijo, dedicado a su hijo Guillermo,
el tratado de educación más antiguo que se conserva. En este
tratado, Dhuoda se vale de cuentos, acertijos y consejos para enseñar
a su hijo a comportarse en la corte de un gran señor, lo que
demuestra que, a pesar de que a cierta edad los niños eran separados
de sus madres, éstas seguían ejerciendo influencia como primeras
educadoras.
Matrimonio:
El espacio de la mujer
era la casa. Allí permanecía soltera, casada o viuda. La Iglesia
señalaba que la mejor condición para la mujer era la soltería si
vivía en castidad, pues se mantenía pura. La viudez significaba que
había pasado por la impureza del matrimonio, pero tenía una nueva
oportunidad de ser casta y pura. Las mujeres casadas, que mantenían
relaciones sexuales con sus maridos, no estaban tan bien consideradas
por hallarse impuras.
Pero la Iglesia
comprendía que sin el sexo la especie no continuaba, de modo que
sólo declaró aceptables las relaciones dentro del matrimonio. Sin
embargo, esto no significaba que los hombres no pudieran tener
relaciones fuera. La prostitución estaba bien regulada porque se
trataba de una necesidad masculina y una salvaguardia para las
esposas e hijas decentes, además de que podía evitar el aumento de
las violaciones.
Para una mujer, el
matrimonio significaba un gran cambio. Se marchaba de la casa de su
padre para ir a la de su marido, y también pasaba del dominio del
padre a la subordinación a su marido. No tenía capacidad de
decisión acerca de si quería o no contraer matrimonio, ya que
decidían por ella. El amor no condiciona y precede al matrimonio,
sino que es un precepto moral. El matrimonio era más bien un
contrato, una institución que posteriormente la Iglesia se encargó
de sacralizar para tenerlo bajo control. El amor sólo existía
extraconyugalmente, y no tenía connotaciones positivas por los
efectos que producía: melancolía, ojos hundidos, ojeras… Esto no
quiere decir que no existieran matrimonios por amor, pero
posiblemente se dieran más entre los campesinos y los siervos; la
nobleza y la alta burguesía solía celebrar matrimonios de
conveniencia.
La edad para contraer
matrimonio no es siempre la misma a lo largo de la Edad Media, ni en
todas las áreas europeas. Del siglo V al siglo XII, la edad de la
pareja era bastante similar. En la Baja Edad Media aumenta la
distancia de edad entre los cónyuges, siendo la mujer mucho más
joven que el hombre. La Iglesia fijó la edad de 7 años como mínima
para casar a una niña, aunque a esa edad sólo se celebraban los
esponsales; el casamiento tenía lugar a los 12 años. Los muchachos
podían casarse a partir de los 14.
La dote constituía el
patrimonio de la mujer, y como tal tenía derecho a recibirla de su
padre. Era su aportación a los gastos del matrimonio y debía serle
restituida en caso de anulación del matrimonio por consanguinidad o
incapacidad para tener hijos. También se le devolvía si su marido
fallecía o no sabía administrarla correctamente. La mujer sólo
perdía la dote en caso de adulterio, lo que llevó a algunos maridos
avariciosos a acusar en falso a sus esposas para despojarlas de su
patrimonio.
A la hora de elegir
esposa también se tenía en cuenta la situación social de la
familia, su reputación, sus amistades y la fama de la novia en
cuanto a sus buenas costumbres. En el precioso contrato de dote que
Gunterigo entrega a su esposa Guntroda (fechado en el año 926), éste
se refiere a ella como la más dulce de las mujeres y acepta unirse a
ella para su felicidad, la de sus familias y por consejo de “hombres
buenos”.
La buena esposa tenía
que cumplir cinco obligaciones: honrar a sus suegros, amar al marido,
cuidar de su familia, gobernar la casa y portarse de modo
irreprochable. La maternidad era el fin del matrimonio, pero
constituía un grave peso para la mujer por las molestias y peligros
del embarazo y del parto. Muchas mujeres morían en el parto; otras,
pasaban buena parte de su vida embarazadas. Las capacidades
reproductoras de la mujer se explotaban hasta las últimas
consecuencias, y la esterilidad se consideraba como el peor de los
males.
Situación jurídica:
Frente a sus numerosas
obligaciones, las mujeres apenas gozaban de derechos. Se daban muchas
situaciones de injusticia, pues cuando la mujer trata de defenderse
rara vez tiene a la justicia de su parte. Un ejemplo claro es el
divorcio. Antes de que la Iglesia instituyera el matrimonio
indisoluble, existía el divorcio según los derechos romano y
germánico. Para el hombre resultaba fácil repudiar a la mujer, bien
por adulterio (derecho romano) o por no engendrar hijos (derecho
germánico), pero no era tan sencillo para la mujer, ni siquiera
alegando que su marido era adúltero.
A las mujeres se les
cerraron las puertas del ámbito público, sobre todo dos actividades
fundamentales: la política y la económica. El poder político
estaba prácticamente vedado a la mujer, salvo el poder real. La
actividad económica de las mujeres estaba restringida a determinados
oficios en los que los hombres les permitían intervenir.
Tenían vedado el campo
de las leyes, ya desde el Código Teodosiano (438), que prohibía a
las mujeres actuar como abogados o presentar querellas criminales
ante los tribunales, a no ser que fuera por una injuria cometida
contra su persona.
Tristemente, se han
registrado casos de malos tratos a las mujeres. Las crónicas nos han
dejado la historia del rey visigodo Amalarico (502-531) y su esposa
Clotilde, que terminó con la muerte de ésta a consecuencia de las
brutales palizas que le propinaba. De la reina Urraca I de León
(1080-1126) también se han hallado testimonios del maltrato
psicológico y físico al que la sometía su segundo esposo Alfonso I
el Batallador, del que más tarde se divorciaría a pesar de la feroz
crítica de cronistas como Rodrigo Jiménez de Rada.
Sin embargo, no es sólo
en los estratos más elevados de la sociedad donde encontramos casos
de mujeres que son conscientes de sus derechos y saben hacerlos valer
ante las autoridades pertinentes. Teresa Gómez presenta una querella
en contra de Juan, criado de Juan de Novoa, ante el procurador de la
ciudad de Ourense, y el motivo no es otro que el de denunciar un
intento de violación frustrado gracias a la presencia de testigos
que pasaban cerca del lugar. Elvira Rodríguez, esposa del mercader
ourensano Juan Alfonso de Tenorio, se ve obligada a abandonar el
hogar para acudir al regidor y al juez de Ourense y denunciar ante
ellos los malos tratos a los que la somete su marido. El caso termina
con el regreso de la mujer a su domicilio, con la promesa del marido
de que no volverá a golpearla.
La mujer en el
convento:
El recogimiento en una
institución religiosa estaba reservado a las mujeres solteras cuyo
padre no encontraba marido adecuado para ellas o no tenía suficiente
dote para casarlas. La vocación religiosa no era un requisito
necesario (se dan innumerables casos de niñas que son novicias a los
cuatro años), pero también había mujeres que ingresaban en un
convento por voluntad propia, como ocurría con algunas viudas. Las
clases más elevadas de la sociedad buscaban la colocación de sus
hijas en un monasterio, para lo cual era imprescindible una
aportación económica (IV Concilio de Letrán, 1215).
El convento ofrecía un
retiro espiritual, pero también la posibilidad de ejercer una
profesión. Las monjas se dedicaban al trabajo y la oración,
siguiendo la regla benedictina del ora et labora.
Pero la Regla Benedictina
no estaba adaptada a las necesidades de las monjas, pues los Padres
de la Iglesia sólo tuvieron en cuenta en su momento las necesidades
masculinas. La Regla de San Benito daba indicaciones sobre el vestido
que eran físicamente imposibles para las monjas, sobre todo durante
la menstruación (túnicas de lana ceñidas a la carne). Los abades
podían ejercer el sacerdocio, pero no las abadesas. La regla de
hospitalidad también era un inconveniente, pues sería moralmente
inapropiado que un convento femenino diera cobijo a huéspedes
masculinos.
Los monasterios que se
hallaban en el medio rural tenían grandes propiedades y se
comportaban como cualquier otro señor feudal, con campesinos
dependientes para trabajar sus tierras. El convento era también un
lugar de educación y funcionaba como un internado para niñas de
clases elevadas.
Algunas monjas llegaron a
cursar el Trivium y el Quadrivium. Su formación les
permitía dedicarse a la traducción o a la copia de manuscritos (se
ha hallado en un códice una iluminación realizada por una monja que
ha dejado su nombre).
El silencio era algo
impuesto a las monjas en su forma más literal. La comida en silencio
exigía un lenguaje de signos cuando necesitaban comunicarse. Todos
los días se les proporcionaba lana para hilar, y debían hacerlo en
silencio.
El Amor:
Como objeto literario, la
figura de la mujer aparece tamizada según la idea del hombre, pero
aparece como protagonista en muchas obras literarias. Las cantigas de
Gilhem de Peitieu, noveno duque de Aquitania, tienen una perfección
muy lograda, de lo que se colige que ya existía una tradición
poética anterior.
La fin’amors era
el rito de amor. Había todo un código de refinamiento en el arte de
amar, basado en gran parte en la filosofía platónica y cristiana
medieval. La lírica cortés recoge una tradición amorosa clásica
que ya se había visto con Ovidio en su Ars Amandi, y consiste
en un complejo conjunto de virtudes y cualidades unidas a aspectos
metafísicos que no están al alcance de todos los públicos.
La gran novedad de la
fin’amors es el tema central (el amor) y el personaje
principal (la mujer). En la lírica cortesana, la mujer adquiere un
valor muy destacado como personificación del amor. El poeta dota a
su senhor o midons (referencia al vasallaje, a la
consideración de la mujer como dueña de poder casi feudal sobre el
poeta, su vasallo) de un halo de perfección moral y espiritual que
la aleja del resto de los mortales. Es una mujer de belleza
extraordinaria, de ojos resplandecientes (una referencia al amor que
entra por los ojos) y frecuentemente rodeada de luminosidad. Esta
imagen idealizada pero distante y abstracta de la mujer alcanzará su
máximo esplendor con la Donna Angelicata propia de la poesía
del Dolce Stil Nuovo.
En la lírica cortés, el
poeta siempre se enamora de una mujer casada, ya que se entendía que
el amor no estaba en el matrimonio. Al tratarse de un amor adúltero,
se debe instaurar un secreto de amor. El marido siempre es viejo y
celoso, y se sirve de otros personajes para separar a los dos
enamorados. El poeta pasa por varias etapas en su amor, hasta que
logra el galardón de la dama, y también debe cumplir con unos
requisitos que le hagan merecedor de su favor, que puede ser una
mirada, un saludo o, en algunos casos, la consumación sexual.
Andreas Capellanus ofrece en su Tractatus de Amore (siglo
XIII) todo el código que los trovadores deben seguir a la hora de
cantar y alabar a su dama.
La relación mujer-amante
refleja una relación vasallática señor-siervo. La amada no puede
rechazar el servicio de amor si es puro y mantiene la gentileza de
costumbres; dicha gentileza no depende de la nobleza de sangre, sino
del espíritu, dando a entender que sólo aquellos que posean un
espíritu elevado pueden conocer el amor puro. Es común encontrar
referencias al amor a primera vista o al amor de oídas (amor de
lonh); se produce de manera súbita, pero es firme y duradero.
En imágenes y miniaturas
de la época podemos encontrar toda una simbología dedicada al amor.
El regalo de amor es un objeto que se regala a la persona amada, pero
su significado sobrepasaba los límites físicos, en el sentido de
que iba acompañado de un sentimiento. Aparecen cofres, cinturones,
broches, lazos, espejos (tiene mucha importancia, porque la amada se
refleja en el espejo), peines, e incluso llaves y candados con lemas
de amor. También era frecuente regalar cachorros, pájaros o conejos
a la amada, pues son animales que acariciará y tendrá como
compañía. La idea de “entregar el corazón” surge en esta
época, y existen muchas imágenes de parejas que se intercambian
corazones como signo de amor.
La tradición clásica
influyó en la imaginería del amor al representarlo como un
querubín. El dios Amor provoca el “flechazo” entre los amantes
(en los países del norte de Europa se representa al amor como una
mujer por la confusión de géneros en las palabras). Sin embargo,
los modelos del amor clásico suelen ser desafortunados, como es el
caso de Helena de Troya y Paris, Dido y Eneas, entre otros. En los
Amores de Bayad y Riyad se da la primera aparición de una
celestina.
Los espacios del amor son
recurrentes en la literatura y en las miniaturas. Se suele
representar un castillo habitado por mujeres (la virtud) que sufren
el asedio de numerosos caballeros (el deseo). También era muy
importante el jardín como lugar de encuentro de los amantes, o la
fuente de la juventud, aunque con tintes más carnales.
Bibliografía:
Arias, M.T.; Hildegarda
de Bingen, Historia 16. Nº 243
Bertini, F. (ed.); La
mujer medieval, Alianza, Madrid, 1991
Cazenabe, M. (et al.); El
arte de amar en la Edad Media. José J. de Olañeta, editor.
Barcelona, 2000
Duby, G.; El amor en
la Edad Media y otros ensayos, Alianza Universidad, Madrid, 1990
Duby, G.; El
caballero, la mujer y el cura, Taurus, Madrid, 1999
Narbona, R.; Mujer e
Iglesia en la Edad Media, Historia 16. Nº 167
Pernoud, R.; La mujer
en el tiempo de las catedrales, Andrés Bello, Barcelona, 1999
Vega, E.; La mujer en
la historia, Anaya, 1992
Wade Labarge, M.; La
mujer en la Edad Media, Nerea, San Sebastián, 2003
¡Muy interesante y completo el artículo! Me ha gustado mucho :-)
ResponderEliminarJustamente ayer comentábamos mi marido y yo que la razón por la que la Iglesia siempre ha demonizado tanto el sexo es porque sus portavoces siempre han sido hombres. Si nos fijamos, la inmensa mayoría de las personas que contratan servicios de prostitución, que ver pornografúa extrema, que sufren parafilias extremas como la necrofilia o la pederastia... son hombres, no mujeres. Parece que lo de que los hombres son unos pervertidos es un tópico, pero si se miran las estadísticas resulta que tiene bastante de verdad; por lo tanto, es lógico que a través de sus ojos el sexo se vea como algo sucio y pecaminoso. Creo que si hubieran sido mujeres las teóricas y las doctoras de la Iglesia, el sexo y el amor se habrían visto como algo bueno y santo, que va unido (lo que son en realidad; y de hecho, es la concepción que se tenía en las antiguas sociedades matriarcales, donde las mujeres eran sacerdotisas del culto a la diosa madre).
Espero leer pronto más entradas históricas tuyas, es un tema que a mí también me interesa muchísimo ^^
Me alegro de que te haya gustado! La verdad es que parte de la información la he extraído de los pocos libros que pude encontrar y de mis apuntes y trabajos de la facultad; el resto, de memoria XD.
ResponderEliminarYo creo que uno de los grandes problemas de la Iglesia es que ha perdido puntos porque se ha quedado estancada, pero desde hace mucho tiempo. Si pensamos que gracias a las mujeres el Cristianismo tuvo mucho éxito y repercusión antes de la caída del Imperio Romano, la verdad es que molesta ver la poca repercusión que se les permite tener en su ámbito interno. Y lo de acusar a las mujeres de ser unas tentadoras, pues parece más ver la paja en el ojo ajeno que la viga en el propio. Si un hombre se dedica a ir de picos pardos o a violar a una pobre muchacha, es que es un chico muy fogoso y tiene que tener sus pecadillos. Pero a la mujer hay que controlarla porque vaya usted a saber lo que podría pasar. Y pensar que aún hoy en día hay gente que piensa así!
Gracias por pasarte y comentar! Eres bienvenida aquí!