lunes, 3 de marzo de 2025

Trilogía del Adulterio II. Anna Karenina

 


En la obra de Tolstói se reflejó toda una época de la vida de Rusia, desde la abolición del régimen de servidumbre en 1861 hasta la primera revolución rusa del año 1905. El gran escritor continuó a su manera el proceso de democratización de la literatura, planteó problemas de tal envergadura y supo elevar el realismo psicológico y crítico a alturas tan inusitadas, que, hacia finales del siglo XIX, ya se había convertido en el más célebre representante de las letras rusas de la época. Y es que nadie ha descrito los aspectos eternos del destino del hombre con más veracidad que Tolstói. Los personajes de sus novelas son de un realismo tal que podrían ser personas de carne y hueso. Por tanto, no es de extrañar que a Tolstói se le considere, entre otras cosas, el artista de la realidad.

No se conformó con ser escritor. También fue filósofo, predicador, fundador de una nueva religión y ardiente defensor de los derechos del hombre. Tenía opinión para todo tipo de temas, no reconocía ninguna autoridad y rechazaba cualquier norma establecida de pensamiento. Por eso, en su obra siempre podemos observar una sorprendente dualidad de la que él mismo hacía gala. Por un lado, fustigaba la explotación y la arbitrariedad del régimen capitalista, la contradicción entre el crecimiento de la riqueza, las conquistas de la civilización y el aumento de la pauperización de los trabajadores. Por otro, predicaba la doctrina de la no resistencia al mal mediante la violencia y abrazaba la teoría de que la única cosa capaz de aproximar y conciliar a los hombres es su relación con Dios y su aspiración a Él.

Lev Nikoláievich Tolstói nació en 1828 en Yásnaia Poliana, una aldea rodeada de frondosos bosques de la provincia de Tula, en el seno de una familia aristocrática. El futuro escritor era el cuarto de los cinco hijos del conde Nikolai Illich Tolstói, teniente coronel retirado, y de la princesa María Nikoláievna Volkónskaia, dueña de una considerable fortuna, que aportó al matrimonio, entre otras propiedades, la finca de Yásnaia Poliana. En 1844, comenzó a estudiar Derecho y Lenguas Orientales en la Universidad de Kazán, pero pronto abandonó sus estudios, prefiriendo las distracciones mundanas y la lectura, con Pushkin, Schiller, Stendhal y Jean-Jacques Rousseau como autores de cabecera. Decepcionado del ambiente burocrático que reina en la universidad, regresa a Yásnaia Poliana y pasa gran parte de su tiempo a caballo entre Moscú y San Petersburgo.

A los diecinueve años se convierte en un joven terrateniente con 1.500 hectáreas de tierra y más de trescientos campesinos a sus órdenes. Tolstói decide consagrar todas sus fuerzas a mejorar la vida de sus siervos, ser su bienhechor, educarlos, pero sin comprender del todo las grandes barreras que separaban a los terratenientes de sus propios campesinos. Es por eso que, cuando se topa con la desconfianza y la ingratitud de sus siervos, se siente desmoralizado. Decepcionado de sus planes, Tolstói decide ocuparse plenamente de su educación, ampliando sus conocimientos en todo tipo de artes y ciencias, pero el no tener una ocupación determinada no le satisface. Es por eso que, en 1851, se deja aconsejar por su hermano Nikolái, que sirve como oficial en el ejército del Cáucaso, y se alista como cadete en una brigada de artillería ubicada en una stanitsa a orillas del río Tiérek. En esta época empieza a desarrollar con fervor su actividad literaria.

A finales de 1856, Tolstói abandona el ejército y se traslada a San Petersburgo, entusiasmado por empezar a dedicarse a la escritura y feliz por la calurosa bienvenida que los círculos literarios de la capital le brindan. Realiza varios viajes a París y a Suiza que le abren los ojos a las libertades democrático-burguesas que se dan en Europa, que le resultan hipócritas y sofisticadas. Sin embargo, a su regreso a Rusia la situación de los campesinos siervos le horroriza mucho más que antes. Le obsesiona la idea de las relaciones entre señores y siervos y elabora un proyecto para liberar a los campesinos del régimen de servidumbre, considerando que éste es su deber más sagrado. En 1862, se casa con Sofía Andriéevna Bers, hija de un destacado médico moscovita, que le dará trece hijos al escritor.

Estabilizada su situación material y espiritual mediante el matrimonio, Tolstói se dedica por entero a la escritura. Después de varias vacilaciones, decide escribir una gran epopeya de cuatro tomos a la que titula Guerra y Paz (1864-1869), cuya acción se desarrolla en las primeras campañas rusas contra Napoleón. Es una obra vastísima, detallista y minuciosa, pues todos los elementos están perfectamente documentados. En 1873 comienza a escribir Anna Karenina, su obra más hermosa artísticamente, la novela social más grande de la literatura rusa, que termina en 1877. Pero después de escribir esta obra, empieza Tolstói a sentir una profunda crisis moral motivada por el cambio que se ha operado en él al tratar de aproximarse al pueblo trabajador. Pese a ser un hombre piadoso, arremete innumerables veces contra la Iglesia y, más tarde, contra los ricos, el propio Estado, la ciencia y el arte. Llega incluso a renegar de toda su obra anterior, tal es su desencanto ante la sociedad que le rodea.

En sus últimos años, a instancias de las autoridades eclesiásticas, Tolstói es excomulgado por la Iglesia rusa como heterodoxo. El escritor recrudece sus ataques contra el régimen absolutista del zar, presentándose a modo de abogado de millones de campesinos rusos. Sin embargo, su postura ante la revolución de 1905 es contradictoria, pues comprende que puede resultar favorable a los intereses de los campesinos, pero al mismo tiempo rechaza todo tipo de violencia y afirma que la verdadera reforma social sólo puede lograrse a través del perfeccionamiento moral del individuo.

Repugnado por la contradicción de su vivir cotidiano lleno de lujos mientras predica la sencillez, la austeridad y la vuelta a la naturaleza, Tolstói toma la decisión de huir de su hogar natal para llevar una vida sencilla y humilde en el campo. Pero en la estación de Astápovo enferma de pulmonía y debe ser atendido en la casa del jefe de estación. Tolstói falleció en 1910 a la edad de ochenta y dos años. Desde entonces, el reloj de la estación de Astápovo marca siempre las 6,05 de la mañana, la hora en que el insigne escritor murió. Sus restos mortales fueron enterrados en Yásnaia Polliana, tal como siempre fue su deseo.


Anna Karenina (1878)



La novela comienza presentándonos al príncipe Stepán Arkádich Oblonski, conocido como Stiva, un aristócrata y funcionario de Moscú que le ha sido infiel a su esposa Dolli con la institutriz de sus hijos, lo que ha provocado una grave crisis entre los esposos y en el seno familiar. Para tratar de apaciguar las aguas, Stiva ha enviado una carta a su hermana Anna Arkadievna Karenina para que venga a visitar a sus sobrinos y trate de convencer a Dolli de que le perdone por sus reiteradas infidelidades.

Mientras tanto, el amigo de la infancia de Stiva, Konstantín Dmítrich Levin, llega a Moscú con la firme intención de pedir la mano de la hermana menor de Dolli, la princesa Ekaterina Scherbatskaia, o Kiti, como la conocen todos. Levin es un terrateniente aristocrático apasionado, lleno de inquietudes intelectuales y gran timidez que, a diferencia de sus amigos de Moscú, ha elegido apartarse del mundanal ruido y la superficialidad de la ciudad para vivir en el campo, en una propiedad en la que él mismo trabaja con sus propias manos. Pero su ardiente deseo por obtener el amor de Kiti se ve enturbiado cuando Stiva le dice que podría tener un fuerte rival en el conde Alexiéi Kirílovich Vronsky, capitán de la caballería de la Guardia Imperial y edecán de la corte. Los peores temores de Levin se confirman cuando acude a visitar a Kiti para hacerle la propuesta de matrimonio y ella le rechaza, prefiriendo a Vronsky. Levin, sinceramente desgraciado, se marcha.

Al día siguiente, Stiva y Vronsky se reúnen para ir juntos a la estación de tren para recoger a Anna y a la madre de Vronsky, que han viajado juntas. En el momento en que las miradas de Anna y Vronsky se encuentran, se produce entre ellos una conexión instantánea y arrolladora, marcando el inicio de una atracción que ninguno de los dos podrá frenar. Entonces, sucede una terrible desgracia. Un trabajador ferroviario cae a las vías del tren y muere arrollado por el vagón. Anna interpreta este suceso como un mal presagio, pero queda profundamente admirada cuando Vronsky, haciendo gala de sus buenas intenciones, tiene el arrebato sincero de donar doscientos rublos para la familia del difunto.

En casa de los Oblonski, Anna tiene la oportunidad de hablar con Dolli acerca de las infidelidades de su hermano y, con sus buenas palabras, poco a poco consigue convencer a su cuñada de que le perdone, pues en el fondo ambos se siguen queriendo. Kiti acude a la casa para conocer a Anna, y queda realmente impresionada por su belleza y elegancia. En un arrebato, le propone a Anna que asista a un baile al que ella misma también irá. Como debutante en su primera temporada, Kiti está muy emocionada por este baile, pues cree que el conde Vronsky le propondrá matrimonio al finalizar la velada. Sin embargo, las cosas pasan de una manera completamente distinta pues, para sorpresa de Kiti, Vronsky la ignora y deposita todas sus atenciones en Anna, con quien coquetea sin el menor pudor. Anna se da cuenta de lo incómodo de la situación y toma la decisión de regresar lo antes posible a San Petersburgo. Pero en su mismo tren viaja Vronsky, quien durante un encuentro entre ambos le confiesa su amor. Anna le rechaza, pese a que en el fondo empieza a sentir una fuerte atracción hacia él.



Casada sin amor, por decisión de una tía, con Alexiéi Alexándrovich Karenin, veinte años mayor que ella y que ocupa un alto cargo en un ministerio, Anna lleva una vida cómoda, fácil y superficial dentro de las altas esferas de San Petersburgo: salones, bailes, teatros, carreras de caballos, etc. Respeta a su marido, al que es fiel, y adora a su hijo Seriozha, de siete años, pero no conoce la felicidad. Efectivamente, Karenin es una figura siniestra, una especie de autómata que sólo obedece a rígidos principios establecidos y a móviles de consideración social en un mundo en el que prevalece la mentira, la falsedad, la vanidad y la ambición. Anna, por el contrario, es una mujer distinguida, llena de gracia, de vitalidad y, al mismo tiempo, profunda, sincera, honesta y espontánea, pero Karenin ahoga todo lo que hay en ella de auténticamente hermoso, que es su amor a la vida y su deseo de vivirla en su plenitud. Por eso, Anna no puede ser feliz teniendo al lado a alguien como él. Sin embargo, aunque los encantos de Vronsky empiezan a subyugarla, todavía no se permite hacer ni el más leve acercamiento.

Entretanto, la salud de Kiti se ha visto muy afectada desde el rechazo de Vronsky, por lo que el médico le recomienda pasar una temporada en un balneario hasta que se recupere. Su hermana Dolli descubre que la raíz de la melancolía de Kiti no es tanto el dolor por su decepción amorosa, sino que, en el fondo, ella sentía más apego y afinidad por Levin, al que negó su mano porque se dejó deslumbrar por la juventud, belleza y caballerosidad de Vronsky.

Mientras tanto, en San Petersburgo, Anna comienza a pasar más tiempo en el círculo íntimo de la princesa Betsy Tverskaia, una socialité prima de Vronsky que le ayuda en secreto y ejerce de alcahueta entre ambos. Vronsky continúa persiguiendo a Anna a lo largo de un año, hasta que ella no lo soporta más y sucumbe a la pasión. Pasados los primeros momentos de angustia y autopunición, Anna se siente transformada, y el deseo de amar y ser amada se despierta en ella con toda la vehemencia de su corazón apasionado. Sin embargo, el hecho de ser una mujer con un carácter moral íntegro la pone en un aprieto, pues ella no puede reducir sus sentimientos a un idilio secreto, como hacen otras altas damas de la sociedad. La naturaleza apasionada, honesta y sincera de Anna hace imposible la falsedad y el disimulo, y se entrega profunda y devotamente a Vronsky, sacrificando incluso el inmenso cariño que tiene hacia su hijito Seriozha.

Se va a celebrar una carrera de caballos en la que Vronsky piensa participar. Anna, inmersa en su papel de fiel esposa de Karenin, acude a verlo, pero no puede disimular su amor por él. En medio de la carrera, Vronsky comete una imprudencia que le lleva a caer de su yegua, a la que parte el lomo y se ve obligado a sacrificarla de un disparo. Anna no puede evitar demostrar su angustia ante el accidente, hecho del que Karenin se da cuenta y que aprovecha para reprender a Anna por su comportamiento tan inapropiado. Anna, sumida en un estado de angustia y gran confusión, le confiesa a Karenin la verdad: que está teniendo una aventura con Vronsky y que espera un hijo suyo. Sin embargo, Karenin le pide que rompa la relación que tiene con su amante para evitar más chismes, creyendo así que su matrimonio se preservará.

La tercera parte de la novela comienza con Levin trabajando en su hacienda, un entorno que está íntimamente ligado a sus pensamientos y luchas espirituales. Al igual que Anna, es un personaje que no se subordina a las normas de vida existentes, sino que trata de formar su vida privada con arreglo a sus propios conceptos y criterios. Está convencido de que la honestidad, la sinceridad y la rectitud sólo son patrimonio del hombre que vive en soledad, y que la vida social es convencional, falsa y superficial. Desarrolla diversas ideas relacionadas con la agricultura y la relación entre el trabajador campesino y su tierra y cultura nativas. También reflexiona sobre la situación de los mujíks, que no poseían propiedades, y trata de comprender cómo podría resolver el problema campesino de Rusia.



En cierto momento, Levin visita a Dolli, quien intenta comprender qué ha sucedido entre él y su hermana Kiti. Pero Levin se muestra esquivo, hosco y hasta un tanto distante con Dolli. Ansía olvidarse de todo lo relacionado con Kiti e incluso contempla la posibilidad de casarse con una mujer de clase inferior, como ha hecho su hermano Nikolái. Pero una madrugada, un carruaje pasa por delante de su finca y ve a Kiti asomada a la ventanilla, y comprende que todavía la ama. Mientras tanto, en San Petersburgo, Karenin se niega a separarse de Anna e insiste en que su relación continuará, llegando a amenazarla con quitarle a Seriozha si ella persiste en su romance con Vronsky.

Sin embargo, Anna y Vronsky continúan viéndose, lo que lleva a Karenin a informarse con un abogado para que le hable de la posibilidad de solicitar el divorcio. Pero, aunque la decisión de Karenin parece firme e irrevocable, cambia de parecer cuando se entera de que Anna está al borde de la muerte tras el complicado parto de su hija. Junto a su cama, Karenin perdona a Vronsky quien, avergonzado por la magnanimidad de su rival, intenta sin éxito suicidarse pegándose un tiro en la sien. A medida que Anna se recupera, descubre que no puede soportar vivir con Karenin, a pesar de su perdón y su apego a su hijita Annie. Cuando llega a sus oídos que Vronsky está a punto de irse a un puesto militar en Taskent, se desespera y le suplica que huyan juntos. Incapaz de volver a ser la fiel esposa de Karenin, Anna deja atrás todo lo que ama y estima y se fuga con Vronsky a Europa, dejando en pie la oferta del divorcio.

Mientras tanto, Stiva actúa como casamentero de Levin y organiza para él una reunión con Kiti, que termina con su reconciliación y compromiso. Levin y Kiti se casan y comienzan su vida en el campo pero, aunque la pareja es feliz, los primeros meses de matrimonio son amargos y estresantes para ambos. Levin se siente un poco incómodo por el hecho de que Kiti quiera pasar tanto tiempo con él, pues esto le obliga a dejar a un lado sus obligaciones y le hace sentirse improductivo. Cuando las cosas empiezan a mejorar, Levin recibe noticias de que su hermano Nikolái se está muriendo de tuberculosis. Kiti se ofrece a acompañarle para cuidar de Nikolái en sus últimos momentos y, aunque Levin se niega en un principio, descubre que su esposa se desenvuelve mucho mejor que él en esa situación que le supera, lo que le hace amarla todavía más. Kiti descubre que está embarazada.

En Europa, Anna y Vronsky inician juntos su vida como pareja. Al haber renunciado a todo lo que antes amaba y estimaba, Anna se entrega por completo a su amor por Vronsky y pone en él su alma entera, convirtiéndolo en la única finalidad de su vida. Sin embargo, a Vronsky le ocurre justo lo contrario. Él creía que estar con Anna sería la clave de su felicidad, pero descubre que realmente lo que prevalecía en él era la vanidad del éxito, el triunfo por haber conquistado a una mujer como Anna. La nueva vida que lleva con ella le aburre y no le satisface en absoluto; echa de menos la vida social que le ofrecía la ciudad. Intenta dedicarse a la pintura para entretenerse, pero al carecer de talento no tarda en abandonar esta afición. A su regreso a San Petersburgo, se empiezan a ver las diferencias en el trato de los demás hacia ellos. Mientras que Vronsky puede moverse por sus círculos sociales con total libertad, Anna es rechazada por sus antiguas amigas. Y es que el mundo que la rodea perdona el adulterio, pero siempre que se lleve de una manera discreta y no resulte trascendental. De hecho, en él casi todos son adúlteros y se sabe, pero el caso de Anna es diferente por su fuerte implicación emocional.



Anna siente que está empezando a perder el cariño de Vronsky y no sabe qué hacer. Karenin no sólo no le concede el divorcio, sino que se está dejando aconsejar por la condesa Lydia Ivánovna, una entusiasta de las ideas religiosas y místicas de moda en la alta sociedad. Esta mujer es quien le aconseja que mantenga a Anna alejada de Seriozha y que le diga al niño que su madre está muerta. Sin embargo, Anna acude una noche a visitar a Seriozha por su noveno cumpleaños, pero es descubierta por Karenin y expulsada de la casa. A todo esto se suma que, al no poder divorciarse, tampoco puede casarse con Vronsky y la hija que ha tenido con su amante, según la ley, es hija de Karenin. La sociedad la repudia y le cierra todos los accesos. La desesperación se adueña de ella, padece de insomnio y empieza a tomar opio. Incapaz de soportarlo más, Anna rompe con la sociedad que la ha rechazado y se va a vivir al campo con Vronsky.

La vida de Levin y Kitty, por el contrario, es simple y tranquila. Los Scherbatski y los hijos de Dolli han ido a pasar el verano con ellos, lo que hace que la casa esté llena de gente y provoque a Levin cierto estrés. Cuando Dolli acude a visitar a Anna, que no vive lejos, se sorprende al ver las diferencias entre la vida hogareña aristocrática pero sencilla de los Levin y la propiedad de campo abiertamente lujosa de Vronsky. Le parece que la pareja está derrochando el dinero en ropa lujosa y en la construcción de un hospital en la finca. Además, nota que entre ellos las cosas no van bien. Vronsky le pide a Dolli que interceda por él y le ruegue a Anna que insista en su demanda de divorcio para que ambos puedan casarse, creyendo así que la situación se resolverá. Pero Anna está demasiado nerviosa, celosa de Vronsky y su libertad, y no soporta tener que quedarse recluida en casa mientras él puede salir y divertirse todo lo que quiera. Después de que Anna le escriba a Karenin para que acepte su solicitud de divorcio, la pareja regresa a Moscú.

Durante una visita a Moscú, Levin tiene la oportunidad de conocer a Anna, que ocupa sus días vacíos siendo la patrona de una niña inglesa huérfana. Levin, quien en un inicio siente inquietud por la visita, queda realmente fascinado al conocer a Anna, sorprendido por su belleza, inteligencia, cultura y, al mismo tiempo, por su sencillez y cordialidad. Queda tan marcado por la presencia de Anna que incluso Kiti lo nota y lo acusa de haberse enamorado de ella. Por fortuna, Levin logra tranquilizar el espíritu de su mujer y ambos se reconcilian. Pronto serán padres de un hermoso niño al que llamarán Dmitri, o Mitya, hecho que impacta emocionalmente a Levin y le hace preguntarse acerca del sentido de la vida.




Mientras tanto, se empieza a mascar la desgracia en la vida de Anna. Su relación con Vronsky es cada vez más tirante y sufre un desgaste continuo debido a los celos, los reproches y las discusiones. Además, Anna se ha enterado de que la madre de Vronsky se está haciendo acompañar por la joven y hermosa princesa Sorokina, y cree, no sin fundamento, que pretende casarla con su hijo. Consume opio cada vez con más frecuencia y en mayor cantidad, haciéndose dependiente de este fármaco. Aunque su hermano Stiva sigue intentando que Karenin acepte la demanda de divorcio, Anna pierde por completo la esperanza. Convencida de que Vronsky ya no la ama y que pretende casarse con la princesa Sorokina, discute con él y pierde por completo el control. En su estado de confusión mental, decide que su muerte es la única manera de arreglarlo todo. En simetría consciente con el trabajador ferroviario al que vio morir en su primer encuentro con Vronsky, Anna va a una estación de tren y se arroja a las vías con la intención fatal de que el tren de carga le pase por encima, consumándose así la tragedia.

Dos meses después, estalla una revuelta ortodoxa búlgara contra los turcos y se organiza un ejército para ir al frente, situado en Serbia. Entre los voluntarios rusos se encuentra Vronsky, quien ha decidido, desesperado y en un acto casi suicida, ir a la guerra para luchar por lo que cree que es una causa justa, importándole poco si muere en el proceso. Completamente destrozado por la muerte de Anna, ni siquiera ha tenido fuerzas para reclamar la custodia de su hija, quien ha quedado al cuidado de Karenin. Por otra parte, Levin continúa con sus altibajos emocionales y filosóficos. Durante mucho tiempo ha estado preguntándose qué sentido tiene su vida, pues ni el amor, ni el haber formado una familia le han dado la respuesta que necesitaba. Sólo el trabajo en el campo ha logrado apartarle del suicidio y darle sentido a su existencia. Al hablar con un humilde mujík, éste le dice que los hombres sólo han de vivir para Dios, y esto aclara por fin todas las dudas de Levin. En paz consigo mismo, puede por fin entregarse a la vida que él mismo ha decidido llevar, siempre orientada hacia la justicia y el sentido del bien.


Análisis literario

Cuando uno empieza la lectura de Anna Karenina, es frecuente que se deje engañar por el título y piense que la historia va a girar alrededor de esta mujer. Quizá fuese esta la primera intención de Tolstói, quien, en 1873, escribió una carta a un amigo diciéndole que estaba trabajando en una novela cuya protagonista sería una mujer extraviada perteneciente a la alta sociedad y que, no obstante, no resultase culpable, sino digna de compasión. Bien es cierto que el adulterio es el eje principal alrededor del cual gira la trama de la novela, pero la historia abarca multitud de aspectos sociales, políticos y filosóficos que preocupaban en gran medida al autor, cuyas primeras crisis existenciales empezarían por la época en que empezó a escribir Anna Karenina. Es una obra enorme, compleja y profunda. Está dividida en ocho partes y presenta una narrativa rica y muy detallada. Para construir una obra semejante es necesario poseer una calidad y habilidad narrativas magistrales y una especial sensibilidad ante la existencia humana. El realismo de Tolstói, del que ya había hecho gala en Guerra y Paz, alcanza aquí su máxima expresión y le consagra como uno de los más grandes escritores de todos los tiempos.

La novela comienza con las palabras: “Todas las familias dichosas se parecen, y las desgraciadas lo son cada una a su manera”. Con esta afirmación, Tolstói parece subrayar que su atención va a recaer en las familias infelices, en las circunstancias que las han llevado a esa infelicidad. Por un lado, Anna y Karenin representan un matrimonio de conveniencia en el que no existe el amor entre los esposos y todo se fundamenta en las apariencias. El matrimonio de Stiva y Dolli está en crisis al principio de la novela debido a las reiteradas infidelidades del príncipe, de las que no parece demasiado arrepentido. Tampoco hay felicidad en la familia de Anna y Vronski, que se desmorona incluso antes de llegar a formarse. La familia de Levin y Kiti, en cierto sentido, puede considerarse feliz, quizá porque son menos dependientes el uno del otro y porque, para Levin, la felicidad conyugal no es la meta esencial en su vida, como sí lo es para Anna.

El personaje de Anna es uno de los más atractivos de la novela. Es una mujer llena de encanto, belleza y amor por la vida que acaba convertida en una ruina marcada por el adulterio, los celos y el rencor. El cambio en ella es tan dramático que resulta aterrador, y es imposible para el lector no compadecerse de su triste suerte. Su posición frente a la búsqueda de la felicidad a través del amor, hasta el punto de sacrificar su posición social y todo cuanto antes estimaba, la coloca en un lugar alejado de la aristocracia a la que pertenece, donde ella destaca como un foco de sinceridad en un mar oscuro de hipocresía y falsedad.

Anna elige a Vronsky, desestimando la idea de seguir al lado de un hombre al que no ama, y su marido le niega el divorcio. En la Rusia de 1870, el divorcio existía legalmente, pero pocos se atrevían a solicitarlo debido al estigma y al fuerte rechazo social que tenían que enfrentar quienes lo hacían. La Iglesia Ortodoxa sostenía que el matrimonio era sagrado y eterno; por lo tanto, quienes se atrevían a disolverlo tenían que enfrentarse a una fuerte reprobación social, siendo las mujeres las principales afectadas, aunque no hubiesen sido culpables de la situación. Será la propia Anna quien sufra ese rechazo social en carne propia, mientras observa, frustrada, que a su amante no se le reprocha nada y puede seguir haciendo su vida con total normalidad.

La evolución psicológica de la protagonista tuvo tal repercusión que hoy día se sigue denominando como síndrome de Anna Karenina a la dependencia absoluta de la persona amada, llevando a quien lo padece a sentir unos celos tan extremos que le hacen ver como reales las fantasías que él mismo se ha imaginado. Anna se obsesiona con perder a Vronsky porque, al haberlo perdido todo, no le queda más remedio que aferrarse a ese amor con todas sus fuerzas. Llega incluso a dejar atrás a su hijo para entregarse con devoción al hombre que ha elegido. Anna olvida sus deberes de madre porque, tal como justifica el propio autor, sus sentimientos como madre y mujer enamorada son incompatibles, pues cada uno de los seres que ama más que a sí misma descarta al otro.

Al ver que su amor y su intento de libertad no triunfan, Anna no contempla otra salida más que el suicidio. Aquí se dibuja el tren como símbolo de la fatalidad y de la fuerza arrolladora de la industrialización, pues es en un tren donde por primera vez se ven Anna y Vronsky, y es en un tren también donde ésta encuentra su destino fatal.

El otro personaje trascendental de la novela es Levin, el tímido y espiritual amigo de Stiva. Es casi unánime la opinión de que Tolstói se representó en parte en este personaje, pues en Levin se pueden apreciar algunas de las inquietudes existenciales, filosóficas y religiosas que el escritor tuvo a lo largo de su vida. Al igual que Tolstói, Levin prefiere alejarse de la ruidosa y mundanal ciudad para vivir en el campo. Se siente a menudo solo en un mundo que considera vacío y superficial, hecho que le hace plantearse la vida que le rodea. A pesar de que al principio cree que el amor de Kiti y su matrimonio le traerá paz mental, es realmente el trabajo en el campo y su fe lo que finalmente logra apaciguar su ánimo. Aunque llega a plantearse el suicidio como solución a sus problemas, finalmente no termina llevando a cabo este acto.

Por último, me parece interesante resaltar cómo se trata en la novela el tema del perdón. Si la acción central de la novela es el pecado, entonces el perdón es la potencial resolución. Si Anna es una pecadora, nuestra actitud hacia ella y hacia la novela depende de nuestra capacidad de perdonar. Tolstói establece el perdón como un noble ideal, alejándolo de la virtud cristiana en tanto que lo considera como una supresión total del pecado. Es interesante que el epígrafe de la novela rece: “El premio y el castigo están en mis manos”, pues da a entender que el perdón no será suficiente para borrar el impacto del pecado cometido. ¿Quería decirnos Tolstói que, tal vez, el perdón no es realmente una virtud? Queda esto a juicio del lector. En última instancia, el perdón hacia los actos de Anna puede ser tan importante o más que nuestra identificación con ella.