Se acerca Halloween, la noche de brujas por excelencia en medio mundo, y no van a ser pocos los niños y adultos que se disfracen de brujas, vampiros y fantasmas para celebrar de una manera jocosa la noche más terrorífica del año. La exaltación del más allá y de lo mágico nos parece algo divertido, pero esto no ha sido siempre así. Entre 1692 y 1693, diecinueve personas fueron ahorcadas y una aplastada bajo una montaña de rocas en los juicios por brujería de Salem. Fue uno de los casos de caza de brujas más sonados de la Historia. Casi siempre que se habla de brujería, posesiones y pactos con el Demonio, los juicios de Salem están entre los más destacados, no tanto por la veracidad de las historias que consiguieron acabar con la vida de veinte personas, sino por el terror y la histeria colectivas ante un enemigo que sólo existía en sus cabezas y que acabó por darle triste fama al pueblo de Salem.
Brujas en el viejo continente
En Europa, desde el siglo XIII hasta el XVII, decenas de miles de personas fueron ejecutadas o linchadas por ser presuntas servidoras del Demonio. A cambio de los servicios al Maligno, se suponía que conseguían algún tipo de beneficio, tal como un poder mágico que les permitía tener más salud o riquezas que cualquier otra persona. Y también se creía que ese misterioso poder, llamado maleficio, tenía por objetivo hacer daño, provocar enfermedades y otros males al prójimo. Para todas las religiones, pero especialmente para el Cristianismo, la caza de brujas se convirtió en una obsesión. Y es que a estas personas dotadas de poderes mágicos se les atribuían ritos blasfemos realizados en grupo o aquelarres, así como actos obscenos e inmorales que se alejaban de la piedad de Dios.
Identificar a una bruja tenía un método que, bajo nuestra perspectiva, parece de lo más absurdo y simplista, pero en la época suponía una auténtica ciencia, hasta el punto de que tenía su propio manual: el Malleus Maleficarum, también llamado Martillo de Brujas, escrito por los monjes inquisidores Heinrich Kramer y Jakob Sprenger. Según este libro, las brujas solían ser mujeres de edad mayor que estaban dotadas de una serie de poderes que les habían sido otorgados por el mismo Demonio, tales como causar tormentas, destruir plantaciones e incluso provocar impotencia sexual en los varones. De las brujas también se decía que eran capaces de volar ya que, al no tener alma, su cuerpo era mucho más ligero que el de una persona normal. También se pensaba que podían adquirir diversas formas, o incluso volverse espectros invisibles. Aunque hubo hombres acusados de hechicería, lo cierto es que la mayoría de las acusadas fueron mujeres, y esto tiene su explicación: en la época, se pensaba que la mujer era de talante más débil que el hombre y, por lo tanto, más proclive a ser manipulada y seducida por los influjos demoníacos.
En Europa, por tanto, ya existía toda una tradición en la persecución de brujas, que se dio de forma bastante notable en países como Alemania, Suiza, Inglaterra, Francia o los Países Bajos, es decir, en países que experimentaron grandes reformas religiosas. El calvinismo y el luteranismo abrieron una brecha social que amenazó la hegemonía de la Iglesia Católica entre los siglos XVI y XVII. En este contexto de alta polarización, se desató una auténtica persecución de supuestas brujas, debido a ese ansia de legitimarse ante los feligreses, pues ambas corrientes necesitaban justificar su predominio capturando y ejecutando a los siervos de Satanás en el mundo. Las acusaciones se convirtieron en una herramienta para resolver disputas políticas o rencillas personales. No es casualidad, por tanto, que la mayor caza de brujas se hubiera llevado a cabo en los años de la Reforma y la Contrarreforma hasta que, a partir de 1650, las cazas de brujas empezaron a ir a menos, y ya en 1700 nos encontramos con que prácticamente habían desaparecido del viejo continente.
Pero no así en otros lugares del mundo.
El Diablo llega a Nueva Inglaterra
La colonia de la bahía de Massachussets fue fundada en 1620, consolidándose como tal a lo largo de la década siguiente con la llegada de unos veinte mil inmigrantes, la mayoría procedentes de Inglaterra. Establecieron su colonia en Plymouth y desarrollaron relaciones de amistad con los nativos wampanoag. Los peregrinos se habían marchado voluntariamente de su Inglaterra natal debido a las diferencias de carácter religioso entre los puritanos y la Iglesia anglicana fundada por Enrique VIII. Los puritanos creían que la Iglesia de Inglaterra era demasiado jerárquica y de moral laxa, por lo que decidieron partir rumbo a Nueva Inglaterra en busca de libertad religiosa en la Nueva Jerusalén que pretendían recrear, libre y purificada de los males que aquejaban a la religión anglicana.
Alrededor del año 1692, ya existían fuertes tensiones tanto en la ciudad como en el pueblo de Salem, dos lugares situados a unos treinta kilómetros al norte de Boston, y separadas entre sí por apenas diez kilómetros. Los habitantes de Salem Village estaban resentidos por la mayor riqueza y prosperidad que había en Salem Town, nutrida gracias a la gran actividad comercial de su puerto marítimo, así como por su presunción al pretender controlar los asuntos del pueblo.
El pueblo de Salem, una comunidad de apenas quinientas personas dedicadas en su mayor parte a las labores agrícolas, carecía de gobierno civil propio y estaba bajo la jurisdicción de la ciudad de Salem. En aquella pequeña comunidad, dos familias luchaban por el control del poder político y religioso del pueblo. Por un lado estaba la familia Putnam, que deseaban una mayor independencia respecto a la ciudad de Salem y eran cercanos a las familias campesinas; por el otro, estaban los Porter, conectados con los prósperos comerciantes de Salem Town y partidarios de que se mantuviera el control económico que esta ciudad ejercía sobre el pueblo.
Pero, ¿cómo se aplicaba ese control? Por poner algunos ejemplos, los campesinos de Salem Village no tenían derecho a ponerle precio a sus cultivos, ni tampoco los impuestos que debían abonar, sino que eran los comerciantes de la ciudad los que decidían esos asuntos. En cuestión religiosa, todos los habitantes de Salem Village tenían la obligación de asistir a los servicios religiosos dominicales, pero Salem Town se negó durante muchos años a permitir que el pueblo contara con su propia sala de reuniones para tal efecto, de modo que los aldeanos tenían que viajar a la ciudad todos los domingos, sin importar las inclemencias del tiempo, algo que llegaron a resentir.
Finalmente, el pueblo de Salem pudo contratar a su propio ministro. No tuvieron demasiada suerte con el primero, ya que se marchó en cuanto descubrió que no iban a pagarle. El segundo ministro, George Burroughs, se encontró con el mismo problema y dimitió, pero decidió permanecer en el pueblo. Un tercer ministro también dimitió, y esto contribuyó a empeorar la reputación del pueblo entre los ciudadanos de Salem, quienes pintaban a los aldeanos como contenciosos y mezquinos. Finalmente, en 1689, un hombre llegó para convertirse en el ministro que tanto anhelaban. Se trataba de Samuel Parris, un comerciante al que no le había ido bien ni en sus estudios en el Harvard College, ni en sus negocios. Con veinte años, tuvo que hacerse cargo de la plantación de azúcar que su padre tenía en Barbados; sin embargo, un terrible huracán destruyó sus terrenos y Parris decidió vender una parte y regresar a Boston. Como sus negocios no le rentaban demasiado, parece ser que se hizo ministro como segunda opción profesional, y en Salem Village se le presentó la oportunidad de formar su propia iglesia como reverendo, gracias a la intervención y patrocinio de la poderosa familia Putnam.
Parris resultó ser una elección realmente desafortunada. Era un comerciante fracasado y amargado, resentido con los que triunfaban en el mundo del comercio, que se dedicó a avivar las hostilidades locales. Sus sermones convirtieron las rencillas entre dos pueblos en una auténtica lucha entre las fuerzas del bien y del mal. En la mente de sus seguidores empezó a dibujarse la idea de que Salem Town era un lugar corrupto y pecaminoso que estaba dominado por el Diablo, y amenazaba el bienestar de Salem Village. Si a esto añadimos la llegada a Massachussets de miembros de colonias cristianas minoritarias como los cuáqueros, y los continuos ataques de los indios wanpanoag en represalia contra los colonos por su descontrolado expansionismo en sus tierras, se puede entender el clima de tensión que existía en aquella pequeña localidad.
Fue en medio de estas tensiones, en febrero de 1692, cuando la hija del reverendo, Betty Parris y su prima Abigail Williams, de nueve y once años respectivamente, empezaron a sufrir unos ataques extraños y antinaturales. Se contorsionaban de manera que sus brazos, cuellos y espaldas giraban de formas imposibles. Fueron vistas arrastrándose por el suelo, escondiéndose debajo de los muebles, gritar de dolor, hacer ruidos extraños similares a ladridos y lanzar objetos por los aires. A veces se quedaban muy calladas, como si no pudieran hablar; otras veces, parecía que se ahogaban y se quejaban de que algo invisible las mordía y las pellizcaba. Al poco tiempo, otra niña de unos once años, Ann Putnam, empezó a sufrir el mismo tipo de ataques, y la siguieron Elizabeth Hubbard, luego Mary Walcott, Mercy Lewis y Mary Warren, que mostraban los mismos signos de delirio y posesión. El reverendo Parris hizo que el médico William Griggs examinara a su hija y a su sobrina, pero como éste no encontró nada físico ni tenía explicación para tales desvaríos, decidió que aquello era cosa de brujería. Una de las vecinas de los Parris le recomendó a Tituba, la criada, que hiciera un pastel de brujas con harina y orina de las dos niñas y que se lo diera de comer al perro; si el animal presentaba los mismos síntomas que las niñas, era señal de que estaban embrujadas. Tituba lo hizo, pero lo único que consiguió fue que su amo, el reverendo Parris, se enterara y calificara el acto de blasfemia. Parris, además, presionó mucho a las niñas para que revelasen quién les había lanzado aquel hechizo, y las niñas señalaron a tres mujeres: Tituba, Sarah Good y Sarah Osborne. Y así fue como empezó el frenesí de la caza de brujas en Salem.
Los juicios de Salem
Antes de hablar de los hechos, el juicio y las acusadas, sería interesante detenerse un momento para ahondar en la forma de pensar que imperaba en la rígida y supersticiosa sociedad puritana. Hablamos de una gente que abogaba por una lectura literal de la Biblia y por una estricta adhesión a las Escrituras a la hora de dirigir la propia vida. Los puritanos se oponían a todas las fiestas y a toda forma de entretenimiento por considerarlo cosa mundana y alejada de Dios. Todo lo que no apareciera en la Biblia, o que al menos pudiera justificarse con ella, no era de Dios y, por lo tanto, debía rechazarse. Por todo esto, no puede sorprender que creyeran a pies juntillas en la existencia de las brujas o hechiceras, pues la propia Biblia les exhortaba a buscarlas y matarlas (Éxodo 22:18 "No dejarás con vida a ninguna hechicera"). Lo que estaba escrito en la Biblia era real, pues era la Palabra de Dios.
Los documentos legales y los testimonios de la época establecen que había una serie de ciudadanos que, con todo, no creían en la brujería, pero la mayoría sí lo hacía y estaban convencidos de su existencia. Esto se debe a la imperiosa necesidad del ser humano por dar explicación a lo aparentemente inexplicable. Si una persona piadosa, un niño o una joven novia enfermaban y morían de repente, podía atribuirse a la voluntad divina, pero también podía explicarse fácilmente por la brujería y el influjo del Diablo. Si alguien tenía un desacuerdo con un vecino y luego este vecino enfermaba o sufría una desgracia, se podía acusar al primero de haberle lanzado un hechizo maligno, y esta clase de acusaciones eran tomadas como ciertas, siendo a veces innecesario que se dieran más pruebas para sentenciar al acusado.
En cualquier caso, la conclusión más previsible de una acusación de brujería era la culpabilidad del acusado, pues se entendía que nadie presentaría una acusación tan grave contra otro sin tener una buena razón. Es evidente el enorme peligro que suponía esta creencia, y lo cierto es que dio pie a que los acusadores tuvieran el convencimiento de que el tribunal no necesitaría más pruebas que su propio testimonio, pero hay que decir que los tribunales trataban de sopesar las pruebas objetivas antes de dictar una sentencia condenatoria, aunque pesase más aquel paradigma de "culpable hasta que se demuestre lo contrario". Este fue el caso de los juicios de Salem, en los que más de doscientas personas fueron acusadas de brujería en el pueblo y la ciudad de Salem, en Andover, Ipswich y Topsfield; treinta de ellas fueron declaradas culpables y veinte fueron ejecutadas, la mayoría en la horca.
Todo empezó, como decíamos, cuando las niñas Betty Parris y Abigail Williams acusaron a tres mujeres de ser las culpables de su tormento y delirio.
Tituba fue una esclava traída junto con su marido desde Barbados por Samuel Parris, quien la tenía como criada para que cuidara de sus hijas. La leyenda y la literatura la acabaron convirtiendo en la "bruja negra de Salem", que contaba historias terroríficas a las niñas Parris y les enseñaba rituales de magia vudú; lo más probable, sin embargo, es que fuese de ascendencia arahuaca y que no supiera apenas nada de vudú, pues lo poco que sabemos de ella respecto a la magia tiene referencias europeas, no caribeñas ni africanas. Es posible que las niñas hubiesen puesto en práctica un inofensivo juego de adivinación, como echar una clara de huevo en un vaso con agua para predecir el futuro, y que una de ellas viese algo que le asustó, dando lugar a la primera crisis de pánico de Betty Parris.
Tituba fue la primera en confesar que practicaba brujería, aunque este testimonio le fue arrancado por su amo Samuel Parris a golpes. En sus confesiones, afirmó haber visto al Diablo en el bosque tomando varias formas, como la de un hombre negro, un cerdo y un perro. El Diablo, según dijo, la había encontrado y le había hecho firmar en un libro negro donde reconoció las firmas de Sarah Good y Sarah Osborne, junto con otras siete rúbricas que no logró identificar. Su testimonio resultó tan convincente y aterrador que sembró la semilla del caos en el pueblo de Salem.
La segunda acusada fue Sarah Good, una mujer pobre que se había visto reducida a la indigencia por no haber podido hacer frente a una deuda de su primer marido, lo que la llevó a perder su hogar y tener que mendigar comida, trabajo y refugio a sus vecinos. Los lugareños la describían como una criatura sucia, de mal genio y con tendencia a mantenerse separada del resto de la aldea, algo que era visto con suspicacia en la estricta comunidad puritana. Tenía la mala costumbre de murmurar maldiciones contra los vecinos que no le prestaban su caridad. Samuel Parris se apiadó de ella y la acogió en su casa durante una temporada, pero después la expulsó por "conducta maliciosa" e ingratitud. Es bastante probable que estas rencillas hubieran acabado por condenar a Good a una muerte injusta. Fue acusada de brujería por Betty Parris y Abigail Williams, quienes afirmaron haber sido mordidas, pellizcadas y maltratadas por su malvado influjo. Fue ahorcada en 1692.
La tercera víctima de estos primeros juicios fue Sarah Osborne. A diferencia de las otras dos acusadas, era la viuda de un terrateniente que la había dejado bien situada económicamente. Su difunto marido era hermano de una mujer que se había casado con un miembro de la prominente familia Putnam, y estos reprochaban ciertos aspectos de su actitud. Se cree que, tras la muerte de su marido, se casó con un sirviente y robó la herencia de sus hijos. Además, no había asistido a la iglesia en tres años, alegando una larga enfermedad, y sus litigios legales con los Putnam, a los que había perjudicado financieramente, tampoco la ayudaron. Al igual que las otras dos, fue acusada de provocar pellizcos y pinchazos "como de agujas de tejer" a las niñas afectadas. Sin más pruebas que ese testimonio, Osborne fue detenida y enviada a la cárcel de Boston mientras duraron sus exámenes y juicios. No llegó a ser ejecutada porque, al estar su enfermedad en un estado muy avanzado, murió en prisión antes de que se emitiera la sentencia.
Como practicar la brujería no era sólo un pecado, sino también un delito, los magistrados Jonathan Corwin y John Hathorne celebraron varias audiencias para investigar el caso. Y sucedió que tanto Sarah Osborne como Sarah Good defendieron su inocencia a capa y espada, pero esta última acusó a Osborne de ser una bruja. Tituba hizo lo propio al confesar (recordemos que Parris la golpeó para obligarla a ello) que era una sierva del Diablo, y que las otras dos mujeres también eran brujas a las que se les había encomendado la misión de acabar con los puritanos.
Como cabe imaginar, tal revelación provocó el pánico de toda la aldea de Salem, y los síntomas de las tres primeras niñas empezaron a propagarse entre otras jóvenes del pueblo, al mismo tiempo que otras acusaciones a diversos miembros de la comunidad. Lo curioso es que aquí no se hizo discriminación entre clases a la hora de señalar a alguien como culpable de brujería. Tanto Tituba como Sarah Good y Sarah Osborne eran pobres y/o marginadas sociales (Osborne no era pobre, pero el hecho de no ir a la iglesia y el haber cohabitado con un sirviente antes de casarse le habían hecho perder el respeto de la comunidad), pero ahora no hubo reparos en acusar a miembros de familias respetables o de comportamiento que se tenía por intachable a ojos de todos, lo que sumió al pueblo de Salem en un estupor del que se vieron incapaces de salir, ya fuese por miedo a la brujería o por temor a ser señalado.
En las semanas siguientes, cada vez más y más personas pasaron a engrosar la lista de acusados por brujería. Curiosamente, muchos de los acusados eran enemigos de la familia Putnam, una de las principales acusadoras en muchos casos. En mayo de 1692, el gobernador de la provincia de la bahía de Massachussets Sir William Phips ordenó que se convocara un tribunal en Salem Town para escuchar a los acusados. Pero esto no significa que los acusados tuviesen derecho a un abogado que les aconsejase o preparase su defensa, sino que tendrían que defenderse ellos mismos y demostrar su inocencia. Lo tenían muy complicado, y más todavía si a esto le sumamos que el tribunal aceptó la "evidencia espectral" como prueba concluyente de ser una bruja. En otras palabras, que si una presunta víctima denunciaba haber visto el espectro del acusado atacándola con pellizcos y mordiscos durante un sueño o una visión, el acusado era hallado culpable y condenado por brujería sin más, porque todos sabían que el Diablo le confería a las brujas el poder de convertirse en espectros malignos.
Los juicios de Salem pasaron a convertirse en una auténtica farsa que, de no ser porque muchas personas inocentes fueron ejecutadas, hubieran sido objeto de mofa y censura. No sólo empezaron a volar las acusaciones aleatorias a cualquiera y por las razones más estúpidas, sino que también los acusadores hicieron uso de sus dotes teatrales para dar mayor veracidad a sus palabras. Las niñas empezaron a hacer aspavientos, a convulsionar y gritar de dolor en medio de los juicios, delante de magistrados y jueces. Fingían ataques epilépticos que sólo se detenían cuando quien las tocaba era la bruja en cuestión, y llegaron a imitar los movimientos de manos de las acusadas para dar a entender que ésta las manejaba con hilos invisibles como si fueran marionetas. Pero lejos de frenar estas actuaciones, el tribunal las consideró como una prueba más de la culpabilidad de las brujas. Ante la práctica imposibilidad de defensa y el hecho de que a los acusados se les ofrecía la absolución si testificaban contra otros individuos, hubo acusadas que confesaron ser brujas y señalaron a otras de ser siervas del Diablo. En cambio, los que siguieron confesando su inocencia y se negaron a acusar a otros, sufrieron la pena capital.
Persiste la locura
Ante este panorama, cabe preguntarse si los habitantes de Salem no se daban cuenta de la injusticia que se estaba cometiendo contra sus conciudadanos. Posiblemente muchos así lo sintieran, pero era tal el miedo que reinaba en aquel ambiente que fueron pocas las voces discordantes que se atrevieron a denunciar estos hechos, más que nada porque era muy probable que acabasen siendo acalladas de la peor de las maneras. Esto fue lo que le ocurrió a John Proctor, un rico granjero y tabernero que criticó lo que estaba sucediendo y terminó acusado y ahorcado. También declararon culpable a su mujer, pero su ejecución se aplazó porque estaba embarazada.
Fueron también muy sonados los casos de Rebecca Nurse y Martha Corey. La familia Nurse había estado involucrada en una serie de disputas con la familia Putnam, quien acusó a una anciana Rebecca Nurse de presentarse en forma de espectro para acosar a los miembros de la familia. Rebecca era conocida en todo Salem por su benevolencia y piedad, y porque no había nadie en el pueblo que pudiera decir algo malo de ella. Los propios magistrados manifestaron sus dudas de que Rebecca Nurse fuese una bruja, pero el hecho de que la pequeña Ann Putnam y otras niñas prorrumpieran en ataques en su presencia, sumado al alboroto que se formó cuando se iba a proclamar su inocencia, acabaron por condenar a Nurse a la horca; cinco días después, la seguiría la ya nombrada Sarah Good.
El caso de Martha Corey también provocó sorpresa en la comunidad de Salem, pues también era una mujer de reconocidas virtudes. Al contrario que la mayoría de sus vecinos, Martha nunca había apoyado los juicios de brujas porque no creía que existieran, y además expresaba abiertamente su creencia de que los acusadores estaban mintiendo; al enterarse de esto, Ann Putnam y Mercy Lewis de inmediato la acusaron de brujería. Durante su proceso, Martha Corey nunca dudó que sería exonerada. Instó a los jueces que se guiaran por el sentido común y no creyeran en el testimonio de unos niños histéricos, pero no fue consciente del grado de paranoia del pueblo. En el juicio, las niñas dijeron que estaban siendo controladas por ella y que veían junto a Corey la presencia de un hombre susurrándole al oído y un pájaro amarillo en su mano. Esto fue prueba suficiente para persuadir al jurado de su culpabilidad. Fue ahorcada en 1692 a los setenta y dos años, junto a otras siete personas, incluyendo a Mary Eastie, hermana de Rebecca Nurse.
Su marido, Giles Corey, fue el único que alzó la voz para defender a su esposa, algo que le llevó a ser también acusado de brujería. Pero Giles se negó a someterse a un juicio, por lo que su proceso se agilizó y fue directamente condenado a muerte. La principal razón que le llevó a tomar esta decisión fue que, si alguien que estaba siendo juzgado confesaba su culpabilidad, sus bienes y patrimonio serían confiscados, mientras que si no lo hacía, sus bienes pasarían a sus herederos. Giles Corey fue ejecutado mediante un método conocido como la tortuga, que consistía en colocar al reo acostado entre dos planchas de madera, con la cabeza sobresaliendo, e ir añadiendo rocas hasta provocarle la muerte por aplastamiento. Se dice que, cuando el sheriff le preguntaba cómo iba a rogar, Corey sólo respondió pidiendo más peso. Tras su muerte, sus tierras pasaron a sus hijos en vez de ser arrebatadas por la familia Putnam, que había iniciado la acusación.
Otro de los acusados fue George Burroughs, quien había sido pastor en el pueblo de Salem y que viajó desde Maine, donde vivía, para hacer frente a la acusación de que era el líder de las brujas juzgadas. Tampoco se libró: fue ahorcado junto a otras cuatro personas en agosto de 1692. Antes de su ejecución, se arrodilló para recitar un padrenuestro que casi le valió el indulto, pues se creía que aquellos que tenían pactos con el Diablo no podían rezar. Sin embargo, un ministro congregacional llamado Cotton Mather, que había tenido algunos encontronazos doctrinales con Burroughs y que también estaba presente, aseguró que el condenado no era un ministro ordenado y que a menudo el Diablo se transformaba en un ángel de luz. Con todo, a Cotton Mather hay que reconocerle el haber puesto en duda la validez de las evidencias espectrales, algo que su padre Increase Mather también compartía diciendo que más valía que escapasen diez presuntos brujos que condenar a un inocente.
Curiosamente, una de las personas que se salvó de la horca fue Tituba. A pesar de ser esclava y de haber confesado sus crímenes, Tituba no fue juzgada ni recibió la pena capital, sino que fue encerrada en la cárcel, y más tarde puesta en libertad. Posiblemente se hubiera retractado de su confesión en presidio, lo que le valdría las represalias de Samuel Parris, quien no pagó su fianza y la dejó presa hasta que un año después alguien la compró y se la llevó junto con su marido. A partir de ahí, su rastro se pierde por completo.
Con el tiempo, se empezó a ver que las evidencias espectrales resultaban ser pruebas muy flojas como para condenar a alguien a muerte. De acuerdo al libro bíblico de I Juan 4:1 ("Amados, no creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas son salidos en el mundo"), era posible que hubiera espíritus malignos influenciando a los acusadores para condenar a buenos cristianos. También podría haber tenido mucho que ver el hecho de que intentaran acusar de brujería a la propia mujer del gobernador Phips, lo que le llevó a poner freno a la situación. Con todo, muchos de los acusados confesaron ser brujos con la esperanza de obtener clemencia (Santiago 5:16 "Confiesen sus pecados unos a otros, y oren unos por otros, para que sean sanados"), pero los que no fueron ahorcados o no murieron en presidio, más tarde se retractaron, explicando que sólo habían confesado con ese propósito y no porque fuesen brujos. Cuando esto sucedió, el tribunal se vio en una posición sumamente incómoda. A medida que su afán por condenar chocaba con un creciente coro de oposición a los procedimientos, el gobernador se dio cuenta de que tenía que suspender los juicios y reevaluar la situación.
En mayo de 1693, los juicios de Salem se suspendieron y se concedieron indultos a los acusados que seguían en la cárcel. El triste acontecimiento se saldó con la ejecución de diecinueve personas en la horca, un muerto por aplastamiento, otros muertos en la cárcel a la espera de juicio y más de doscientas personas con su reputación irremediablemente dañada. Los acusadores nunca tuvieron que rendir cuentas porque nadie dudaba de la existencia de las brujas y de su capacidad para hacer daño, ni de Satanás y su capacidad para engañar y destruir. Al final, los acusadores siguieron con sus vidas como si nada hubiera pasado.
Conclusión
Una vez pasó la histeria colectiva y las aguas volvieron a su cauce, uno no puede dejar de preguntarse qué fue de aquellos que consiguieron salvarse de la ejecución. La mayoría, pese a la suspensión de los juicios y a los indultos concedidos, vieron sus reputaciones tan tocadas que no tuvieron otra opción que trasladarse a otro lugar para labrarse una nueva vida, cuando no tener que seguir viviendo con el estigma del suceso. En 1696, tres años después de los últimos juicios, el Tribunal General decretó un día de ayuno y arrepentimiento por los juicios de Salem. Los jueces que habían participado en los procesos se arrepintieron públicamente y pidieron perdón a las familias y a la comunidad. La propia Ann Putnam, que había destacado por acusar a varias mujeres de practicar sobre ella la brujería, se arrepintió y pidió perdón de corazón, asegurando que el Diablo la había movido a acusar a personas inocentes. A partir de 1700, los familiares presentaron peticiones al gobierno de Massachussets para que anularan las condenas y exoneraran a los condenados, pero ni siquiera así se consiguió que los exoneraran a todos. Sería en el año 2022 cuando se aclararían por fin los nombres de todos los condenados.
Los juicios de Salem fue uno de los acontecimientos más infames de la religión y la humanidad, más todavía por la gran cantidad de mitos que se generaron a partir del suceso. Uno de los más persistentes es que en Salem hubo quema de brujas, cuando esto es rotundamente falso: todas las acusadas fueron ahorcadas. También se creía que las ejecuciones se llevaban a cabo en un lugar llamado Gallows Hill, evocando imágenes sobre una sombría caminata de la muerte hacia lo alto de una colina, pero se demostró que las ejecuciones se habían llevado en la parte baja, conocida como Proctor's Ledge. También se ha afirmado que la mayoría de las mujeres condenadas eran pobres y marginadas, pero ya hemos visto que personas de todas las clases sociales fueron acusadas y condenadas, mujeres y hombres (incluso dos perros), por cualquier motivo. No había discriminación. George Burroughs fue condenado porque parecía tener una fuerza antinatural, otra mujer fue condenada porque podía caminar por las polvorientas calles de Salem sin ensuciarse, y Martha Corey fue ejecutada como bruja por negar la existencia de la brujería.
A lo largo de los años, se han desarrollado varias teorías para tratar de explicar qué fue lo que condujo al pueblo de Salem a aquel estado de histeria y temor desaforado por las brujas. Se ha especulado mucho acerca de lo que pudo haber provocado aquellos extraños ataques en la pequeña Betty Parris y su prima Abigail Williams, que fueron los que dieron comienzo a todo el suceso. Se cree que pudo deberse a un consumo accidental de estramonio, una planta extremadamente venenosa, también conocida como datura o planta del diablo. También se ha barajado la posibilidad de que las niñas hubiesen padecido encefalitis letárgica, una forma atípica de encefalitis que se caracteriza por la alta fiebre, cefaleas, dolor de garganta, visión doble, respuestas físicas y mentales retardadas, inversión del sueño, catatonia, fatiga, temblores y psicosis, en casos desafortunados.
Pero la teoría más extendida es la intoxicación por el hongo del cornezuelo del centeno, que contiene alcaloides y dietilamida del ácido lisérgico, más conocido como LSD. Un consumo excesivo y accidental de este hongo podía darse a través del pan, ya que en la época no se conocía el hongo ni el mal que podía provocar. Los efectos del ergotismo o envenenamiento por cornezuelo pueden traducirse en alucinaciones, convulsiones y contracción arterial (el hongo es un potente vasoconstrictor), que puede conducir a la necrosis de los tejidos y la aparición de gangrena. La enfermedad empezaba con un frío intenso que después se convertía en una quemazón aguda. Muchas víctimas lograban sobrevivir, pero quedaban mutiladas, pudiendo llegar a perder todas sus extremidades. A esta enfermedad también se la conocía como "fuego de San Antonio".
Hasta ahora, todas estas teorías podrían explicar los ataques de las dos chiquillas, pero no explican la histeria colectiva que siguió después. Muchos expertos y estudiosos opinan que, si aceptamos que Betty Parris y Abigail Williams pudieron haber sido intoxicadas por cornezuelo, el comportamiento de otras niñas acusadoras tiene más que ver con la imaginación y la mentira que con un hongo venenoso, lo que no deja de ser cierto. En el caso de que Betty Parris y Abigail Williams mintieran, no se conocen los motivos que las llevaron a acusar a tres mujeres inocentes de practicar brujería. Se ha barajado la posibilidad de que las niñas tuvieran acceso a un libro escrito por Cotton Mather en el que relataba la historia de tres niños de una familia de Boston que, debido a sus ataques y convulsiones para los que no había explicación, habían sido "embrujados".
Sea esto verdad o no, tal vez para las niñas no fue más que una travesura que se les escapó de las manos. La causa más probable de la histeria colectiva fue la creencia religiosa en brujas que habían aparecido para lastimar a los puritanos, unida a las tensiones sociales que ya había entre Salem Town y Salem Village. Todo esto provocó que terminaran acusándose unos a otros, lo que demuestra los peligros de las ideologías que necesitan del sesgo de confirmación para prosperar. Los habitantes de Massachussets ya creían en las brujas porque la religión de la América colonial lo fomentaba; no necesitaban cornezuelo ni ninguna otra cosa. Sólo necesitaban la manifestación física de lo que ya sospechaban que era cierto y actuar en consecuencia.