¡Hola a todos!
Como algunos ya saben, dentro de poco me voy a casar. Es un momento muy emocionante para mi prometido y para mí, porque este acto, por nimio que parezca, simboliza algo tan importante como la unión de dos personas que se aman y quieren estar juntas de todas las maneras posibles. Como dijo Beethoven en una de sus cartas a su Amada Inmortal: 'Siempre tuyo. Siempre mía. Siempre nuestros'. Ese es el sentimiento que ambos compartimos el uno por el otro, así que era cuestión de tiempo que ambos decidiésemos dar el siguiente paso en la vida.
La pedida de mano fue uno de los momentos más especiales que he vivido nunca y, tras las oportunas llamadas a nuestras familias para darles la buena noticia, dimos por inaugurada la temporada de preparativos para la boda. Pero ahí también empezaron los quebraderos de cabeza.
Debo admitir que me planté ante la idea de preparar mi boda con el ego inflado y con ínfulas de wedding planner. La gran culpa de esto la tienen todos esos programas sobre bodas que me he tragado con el paso de los años, como ¡Sí, quiero ese vestido! y Mi boda perfecta. Estos programas mostraban a novias sonrientes e ilusionadas escogiendo sus vestidos de ensueño o dejándose llevar por el arte y experiencia de David Tutera para que les organizara una boda increíble. Y, quieras o no, una va pillando ideas de aquí y de allá, se fija en esto, le gusta lo otro... hasta que te haces una idea de qué quieres para tu propia boda. Y ya cuando hice el curso de floristería, con todos esos ramos de novia, pues fue el remate final.
Sin embargo, cuanto más pensaba en todos los detalles que quería incluir en mi boda, más triste me ponía. Sé de buena tinta que muchas novias esperan este momento con gran ilusión y se lo pasan de maravilla haciéndose cargo de todo, pero a mí sólo me provocaba una mezcla de estrés y pereza que, si no le ponía freno, acabaría desembocando en ataques de pánico. Las dificultades empezaron desde el principio: cuántos invitados íbamos a tener, dónde íbamos a celebrar la boda, cuánto dinero pensábamos invertir, el vestido de novia, el traje del novio, las flores, la música, los detalles, tener contento a todo el mundo... Y si algo me ha enseñado esta experiencia es que nunca, jamás vas a contentar a todo el mundo.
Confieso que nuestra primera idea era la más sencilla de todas: una boda íntima, tan íntima que incluso se la podría calificar de privada. Solos mi prometido y yo, con dos amigos como testigos, en el registro civil. Luego, una comida deliciosa, pasarlo bien el resto del día y listo. Como vivimos en Madrid y nuestras familias residen en Galicia y en Extremadura respectivamente, se nos complicaba bastante juntar a toda la gente que queríamos, de modo que nos ofrecimos a montar dos pequeñas fiestas cuando fuésemos a visitarles, y así sería más cómodo para todos y nadie, salvo nosotros, tendría que hacer demasiado gasto.
Desde el principio, esta idea fue vista con escepticismo por algunas personas, debido quizá a que no es lo que se suele hacer y es algo que se sale de lo tradicional. A veces cuesta romper las costumbres, y las bodas tienen una parafernalia tan arraigada que resulta difícil de entender que se vaya a celebrar un enlace sin la presencia de las familias. Empezaron a darse otras alternativas que suponían más gasto, más estrés y más problemas añadidos, hasta que al final nos dimos cuenta de que nos estábamos desviando de nuestro deseo por tratar de complacer a los demás. Así que tomamos el toro por los cuernos y decidimos atajar la situación: la boda se haría en la más estricta intimidad, tal como nosotros queríamos.
Pero, ¿por qué elegir tener una boda tan pequeña? Pues os he mencionado un par de motivos, pero voy a desgranároslos un poco más para que podáis entenderme. Y ojo, que no estoy criticando a aquellos que decidieron liarse la manta a la cabeza y montar una gran celebración para el día de su boda. Pensad que cada pareja es distinta, todos tenemos nuestros propios gustos y, al final, lo que cuenta es que los novios estén contentos en su gran día. Y, quién sabe, igual os doy algunas buenas razones para que escojáis celebrar una boda íntima si estáis pensando en casaros y, como yo, queréis evitaros preocupaciones y, de paso, ahorraros un dinerillo.
Es más barata
Las bodas son caras, eso lo sabe todo el mundo. Lo que muchos igual no saben es que pueden ser más caras de lo que habían pensado. En España depende mucho de la comunidad en la que se va a celebrar, pero las cifras suelen rondar los 20.000 euros, lo cual es una barbaridad para una fiesta de un día. Nosotros no tenemos esa cantidad exorbitante de dinero, y una de nuestras ideas inamovibles es que la boda queríamos pagarla nosotros y evitar pedirle dinero a la familia, así que la opción de la boda sencilla se empezaba a poner cada vez más atractiva. No va a ser una ceremonia religiosa, sino civil, así que hemos decidido celebrarla en el registro civil de nuestra ciudad, que además es gratuito (en el ayuntamiento tendríamos que pagar), y así redujimos los costes de la ceremonia al mínimo. Una boda civil es tan válida como una boda en una catedral, con trescientos invitados y un banquete enorme, y para nosotros fue la mejor opción desde el principio.
Puedes elegir dónde invertir más dinero
Esto viene relacionado con el punto anterior. Cuando digo que las bodas son caras, me refiero a que todo, absolutamente todo, va a ser caro. Da igual que sea la reserva del restaurante o el tocado para el pelo: en cuanto le pones la etiqueta "de boda", automáticamente va a doblar o incluso triplicar su precio. Lo vi cuando hice el curso de floristería y preparábamos ramos de novia. Esos ramos, que normalmente podrían costar unos cuarenta euros, si eran de novia podía salirles por más de cien, y sólo añadiéndole dos o tres detalles, como hacerlo un poco más bonito, ponerle un lazo y un alfiler. Y ejemplos así hay miles, como sabe cualquiera que haya consultado el precio del cubierto en el restaurante donde quiere celebrar su boda.
Mi novio y yo tuvimos muy claro desde el comienzo que no queríamos gastar demasiado. Y, dado que somos gallega y extremeño, y nuestras familias son más de disfrutar de una buena comida, pues tomamos la decisión de que, si teníamos que invertir dinero, sería en los banquetes. Mi vestido lo compré en una página de ropa en internet, al igual que los zapatos y el tocado que voy a llevar; seré yo misma quien se maquille (aunque del peinado se encargará una peluquera, eso sí) y se arregle el gran día; mi ramo de flores y el prendedor para mi novio serán un regalo de nuestros testigos; es bastante probable que no tengamos fotógrafo, porque lo que cobran es excesivo para nuestro presupuesto; y así podría seguir durante un buen rato. Al final, nos quedó claro que la comida con nuestras familias era más importante, así que ahí es donde pusimos la mayor parte de nuestro presupuesto, creo que con bastante acierto.
Dificultades para reunir a la familia
El problema que se nos presentó desde el principio fue el de reunir a nuestras familias para el evento. Teníamos tres lugares posibles donde celebrar el enlace: en Madrid, que es donde residimos mi prometido y yo; en Galicia, que es la tierra que me vio nacer; o en Badajoz, hogar de la familia de mi novio y donde está la mayoría de sus muchos parientes. Pero está el problema de las distancias, y es que más de 600 kilómetros me separan de los míos, y otros 400 kilómetros de la familia de mi novio; y no digamos ya la enorme distancia que hay entre el norte de Galicia y la propia Badajoz. Es mucho trayecto para recorrer en carretera, y el transporte por tren también se complica bastante (la red ferroviaria en España no es de las mejores, precisamente). Por supuesto, el viaje en avión supondría muchos más gastos, y algunos de nuestros parientes son mayores o tienen problemas de salud, y no estaban para un viaje tan ajetreado.
La idea principal y más cómoda para todos era celebrarlo en Madrid, no sólo porque aquí estamos los dos empadronados, sino porque además era más fácil para el papeleo y otros trámites importantes. Con todo, el problema de poder juntarlos a todos seguía ahí y, aunque algunos parientes no tenían demasiado problema en desplazarse, había muchos que sí los tenían y se les complicaba demasiado el viaje. Mi novio y yo decidimos que, en vez de celebrar una boda en la que uno de los dos echase de menos a un pariente que no había podido venir, era mejor que no viniese nadie de ninguna de las dos familias. La boda sería sencilla, tan sencilla que sólo estarían los dos testigos que nosotros quisiéramos, y cuando volviéramos a nuestros hogares para visitarles, lo celebraríamos con ellos. Al final, tantas vueltas para volver a la idea que teníamos al principio.
No me gustan las multitudes
Quienes me conocen, saben que soy una persona bastante tímida. Bueno, muchos dirán que no, pero eso es porque ya saben que, en la intimidad y con la gente que me quiere, tiendo a mostrarme abierta, sonriente y divertida. Pero esto no me pasa con los desconocidos, con quienes suelo ser muy reservada. La timidez es una maldición que pocos comprenden, pero los introvertidos nos entendemos entre nosotros, y sabemos lo mal que se pasa cuando tenemos que estar rodeados por una cantidad ingente de personas de las que apenas sabemos nada y que se empeñan en pegarse a nosotros y obligarnos a hacer cosas como hablar en público, bailar y posar para hacer fotos.
No me gustan los grandes espacios llenos de gente. Las multitudes me agobian y me hacen querer salir de ahí y buscar un rincón apartado en el que poder respirar. Es como si me ahogara sólo de ver tanta gente, y eso es lo que quería evitar en mi boda. Cuando barajamos la opción de traer a los parientes más allegados, mi cifra no llegaba a veinte personas, que es más que suficiente para mí. Pero por la parte de mi novio la cosa se complicaba, pues pertenece a una familia muy numerosa y había muchos parientes a los que había que invitar sí o sí. Sus hermanas me hablaron de sus bodas de doscientos cincuenta invitados y yo empecé a sentir mareos, así que le pedí que no fueran más de treinta personas. Como esto vino a raíz de los problemas para viajar de algunos de nuestros potenciales invitados, pues decidimos reducirla al máximo: sin invitados.
Ojo, que esto se limita al día de la boda. En las respectivas celebraciones, estaremos con nuestras familias en un ambiente más relajado y alegre.
No me gusta ser la protagonista
Sí, ya lo sé. Sé que la novia es la gran protagonista de su boda y que toda la celebración suele girar en torno a ella. Es la que va mejor vestida, la mejor peinada y maquillada, toda la atención está puesta en ella, hay reglas especiales para no opacarla... Todo está pensado para complacer y agasajar a la novia, y sé que diréis que estoy loca, pero esto a mí me parece de un egoísmo flipante. Igual soy yo la única que piensa así, pero poneos por un instante en mi lugar. ¿Por qué es la novia la única protagonista? ¿Qué pasa, que el novio no se casa también? ¿Él no importa? ¿Sólo hace falta que esté presente, diga 'sí, quiero' y luego que cierre el pico el resto del día y procure no dejar quedar mal a su reciente esposa? Pues a mí esto no me gusta, la verdad. El novio es tan importante como la novia, y esto se lo hice saber a mi prometido desde el primer momento. Le he implicado en todas las cosas que concernían a la boda, le pedí su opinión para todo, le pregunté si había algo que quisiera hacer y que le hiciera especial ilusión... La boda no sólo es el día de la novia, sino también el del novio, y tiene derecho a lucir bien, destacar y tener toda la atención.
De todas formas, nunca he sido una persona a la que le gustara destacar. Puede que esto se deba a mi tendencia a la introversión, pero estoy más tranquila en un ambiente pequeño en el que se me tenga en cuenta, pero que no me estén mirando todo el tiempo, ni me exijan a hacer cosas que no quiero. Y también quería que mi novio fuese protagonista de su día especial, por supuesto. Después de preguntarle su parecer, me dijo que no quería algo grande, sino sencillo y muy personal. Algo sólo nuestro. La respuesta estaba clara: una boda íntima. Solos él y yo.
Es más fácil de organizar
Parece mentira que algo tan sencillo, en apariencia, como una boda, pueda convertirse en una pesadilla a la hora de organizarla. Yo pensaba, ingenua de mí, que con mirar un par de sitios donde comer, buscar un vestido no muy caro y mandar las invitaciones, ya estaba todo listo, pero resulta que hay que tener en cuenta infinidad de detalles en los que yo ni siquiera había pensado. Están el vestido y los zapatos, claro, pero también hay que mirar de comprar el velo, las joyas, las flores, la decoración para el lugar de la ceremonia y el ramo (y los ramos para la madre y la suegra, cuidado), mirar en tropecientos restaurantes que puedan acogernos a todos y no pasarse en el precio, el fotógrafo, la música (no es lo mismo poner un DJ que una orquesta), la tarta, los detalles de regalo para los invitados... Era un follón enorme, y sólo de pensar en ello me ponía mucho más nerviosa. Ahora entiendo por qué hay tantas noviazillas por ahí: son mujeres agobiadas por los preparativos de la boda, lo que las vuelve más peligrosas, exigentes e insoportables. Y como yo no quería ser una noviazilla, me fui a lo que me daba más facilidades para organizarme, que es, una vez más, la boda íntima.
Creedme, si tendéis a poneros nerviosos por todo, esta opción puede ahorraros muchos quebraderos de cabeza.
Sólo nosotros dos
Y por último, y más importante que todo lo anterior, está el hecho de que el tema principal de nuestra boda era 'Sólo nosotros dos'. Lo sacamos de la canción Just the Two of Us, de Grover Washington Jr., que a ambos nos encanta, y que se convertirá en una de nuestras canciones para bailar como pareja casada. Y es que gran parte de nuestra historia juntos tiene que ver con el hecho de ser sólo nosotros dos.
Cuando empezamos a salir, mi novio y yo vivíamos separados por motivos de trabajo y sólo podíamos hablar una vez al día por teléfono, que coincidía cuando salíamos de trabajar. Cuando tuve la oportunidad, me mudé con él a Madrid y empezamos una nueva vida juntos, los dos solos. Y justo cuando aún estábamos dando los primeros pasos, nos cayó la pandemia con todo el peso, obligándonos a estar encerrados en casa. Esto, lejos de ponernos nerviosos, nos ayudó mucho porque forzó nuestra convivencia (antes, mi prometido trabajaba fuera de casa y venía muy tarde, así que casi no nos veíamos) y nos enseñó a vivir juntos como pareja. Salimos del encierro como si no lo hubiéramos notado, más fuertes y seguros que nunca, porque sabíamos que siempre nos tendríamos el uno al otro. Siendo así las cosas, ¿cómo no íbamos a elegir ese tema para nosotros? Nos caía como anillo al dedo.
Y es por esa razón que la boda íntima era algo esencial para los dos, porque aunaba todo cuanto éramos y significábamos el uno para el otro.