¡Hola a todos!
Hoy toca hablar de Carmen Mola. ¿Sabéis quién es Carmen Mola? Hasta hace poco, lo único que se sabía de esta misteriosa escritora es que era una mujer oriunda de Madrid, profesora y madre de tres hijos, autora de varias novelas negras de bastante éxito y, recientemente, ganadora del Premio Planeta 2021 con la novela titulada La bestia, un thriller histórico con un trasfondo bastante interesante. Pero en realidad no es la ganadora, sino los ganadores del Premio Planeta. Y es que Carmen Mola, para pasmo de muchos, no era una mujer, sino tres hombres: Jorge Díaz, Agustín Martínez y Antonio Mercero, tres guionistas con cierto bagaje en cine y televisión que decidieron probar suerte en el mundo de la literatura policíaca bajo el pseudónimo de Carmen Mola. De hecho, hasta la entrega del Premio Planeta, nadie sabía que el nombre de Carmen Mola era un pseudónimo, y la polémica quedó servida.
¿Pero por qué causó tanta polémica Carmen Mola? ¿Qué tiene de especial que tres hombres hayan escrito una serie de novelas bajo pseudónimo? Os lo he revelado en la misma pregunta: que eran hombres.
El mundo de las artes, y sobre todo el editorial, es mercantilismo puro y duro. Está todo tan comprado y premeditado que el talento da igual. A estas alturas, no creo que haya muchos que sepan reconocer el talento ni aunque lo tengan delante de sus narices. No son capaces de saber si algo va a vender o no va a vender, si ese libro que han leído gustará o no gustará, si les va a salir rentable apostar por un escritor o no. El premio al mérito ha desaparecido y ha sido sustituido por las modas del momento. Es el problema al que a diario deben enfrentarse miles de escritores noveles, que se curran una historia y dedican meses e incluso años a ponerla por escrito hasta que queda perfecta para que luego vengan unas personas disfrazadas de editores pero con nula preparación y no sepan reconocer ni su valía ni el trabajo que le ha costado llegar hasta ellos. Es lo malo que tiene que tu talento dependa de la visión de otros. Me temo que, a día de hoy, tener talento está infravalorado, pues lo que priman son las modas, el qué se lleva ahora. No importa que tengas una idea genial, rompedora, original o divertida, sino el nombre que va a figurar en la portada. Rizando el rizo, ni siquiera importa de quién sea el nombre, sino que el nombre sea de mujer.
Esto fue lo que pasó con Carmen Mola, autora de la trilogía negra formada por las novelas La novia gitana, La red púrpura y La nena, publicadas las tres en Alfaguara. No he leído las novelas (y ahora mismo no me falta curiosidad), pero he visto reseñas en las que les dan muy buena puntuación, catalogando la historia como una de las mejores de novela negra del panorama literario actual. Es decir, que ha tenido una buena aceptación entre los lectores de este género. En otras palabras: que se consideran como novelas buenas. Quiero que os quedéis con este detalle porque volveré a él más tarde.
No es algo raro que un escritor decida recurrir a un pseudónimo para firmar sus escritos, pero es interesante conocer los motivos que le han llevado a ello. Los tres novelistas, al ser preguntados por qué recurrieron a un pseudónimo, declararon que el hecho de que aparecieran tres nombres en la portada de sus novelas no iba a quedar bien, de modo que decidieron usar un pseudónimo y empezaron a decir nombres al azar, hasta que uno de ellos dijo "Carmen" y otro dijo "mola", saliendo de ahí Carmen Mola. Una explicación sencilla y plausible que, a mi modo de ver, no cuenta toda la verdad.
Vamos a hablar un poquito de Historia. Retrocedamos hasta el siglo XIX, a una época en la que una mujer solo podía aspirar a una cosa en la vida: ser la esposa perfecta. La figura del "ángel del hogar" de la que nos hablaba Virginia Woolf nos hace imaginar a una mujer profundamente sacrificada y abnegada en favor de los demás miembros de su familia, y siendo además educada de modo que no tuviera ni un solo pensamiento propio y que su mayor logro fuese, precisamente, ese sacrificio por el bien de su marido o prole. Era una época en la que la mujer tampoco gozaba de ninguna posibilidad de independencia, puesto que la sociedad le otorgaba el papel de madre y esposa, pero nunca como mujer soltera autosuficiente.
Por supuesto, la educación de las mujeres tampoco brillaba por su magnificencia. En la España decimonónica, la educación en general era bastante deplorable. En 1872, el 91% de las mujeres no sabían leer ni escribir, y su formación universitaria era casi inexistente. Precisamente uno de los argumentos en contra de la educación superior de la mujer era que no era necesario para las tareas domésticas, y que el tiempo dedicado al estudio era tiempo desperdiciado. Más aún, había padres que preferían que sus hijas no supieran leer ni escribir para que no pudieran leer las cartas clandestinas de los enamorados ni contestarlas, lo que nos indica hasta qué punto causaba pavor que una mujer tuviese siquiera un mínimo de instrucción.
La sociedad en general detestaba y rechazaba al tipo de mujer con motivaciones intelectuales. Se la veía como un ser masculinizado o invertido psíquicamente. Se alegaban para ello las propias condiciones físicas de la mujer, como que su cerebro era más pequeño (y, por lo tanto, subdesarrollado) o que debía prohibírsele hacer ejercicio porque eso la volvía inquieta y agresiva. La lectura, en especial de novelas, se veía como afición peligrosa, nociva e incluso pecaminosa para una mujer porque era algo que podía alterarla y apartarla del camino que debía seguir. La figura de la "literata", como se llamaba a la mujer escritora, era motivo de preocupación y burla a partes iguales. Era una mujer antinatural que se empecinaba en luchar contra los dictámenes que le marcaba su propio sexo y pugnaba por meterse donde no la llamaban, esto es, en el mundo reservado al varón. Sin embargo, la crítica encarnecida no era patrimonio exclusivo del hombre, sino que las propias mujeres no aceptaban este tipo de afición tan poco femenina. En aquella época, ser mujer y escritora constituía una verdadera calamidad y una vergüenza para la familia, ya que suponía la soltería definitiva de la literata. Con todo, resulta sorprendente que tantas mujeres se hubieran atrevido a escribir y que muchas incluso fueran publicadas. No obstante, la literatura femenina pronto quedó relegada a un segundo plano por considerarse de menor calidad. Por ello, es lógico que la mayoría de ellas decidieran utilizar un pseudónimo masculino.
Louisa May Alcott, las hermanas Brönte, Cecilia Böhl de Faber, Mary Shelley, George Sand... son solo algunas de esas "literatas" que, movidas por una gran creatividad y un ferviente deseo de plasmar por escrito sus pensamientos e ideas, tuvieron que valerse de nombres masculinos para hacerse oír y respetar por quienes más las desdeñaban. No todas lo hicieron para esconderse (además de escribir, George Sand fumaba en público, se vestía como un hombre y tuvo varias relaciones amorosas y no era un secreto para nadie), pero la mayoría tuvo que ocultarse bajo un nombre masculino para tener siquiera una mínima posibilidad de publicar sus poemas y relatos sin ser censuradas o humilladas por ello. Con el tiempo, se supo ver la gran calidad que tenían sus obras y obtuvieron el reconocimiento que merecían, de tal modo que no resulta extraño encontrar sus novelas o poemarios con su pseudónimo y el nombre real de la autora, en un intento por rendir homenaje a la escritora oculta tras el antifaz.
Han pasado muchos años desde entonces y, poco a poco, las cosas han ido cambiando mucho. A día de hoy, ninguna mujer occidental tiene prohibido publicar y, dependiendo del género literario, hay incluso más autoras que autores (los géneros romántico y de fantasía juvenil están sembrados de mujeres escritoras, por ejemplo). Cierto que los criterios para calificar una novela como buena o mala son bastante difusos, ya que se tiende a publicar de todo, tenga la calidad que tenga. Las editoriales son como cualquier otro negocio, al fin y al cabo, y su meta principal es hacer dinero con lo que saben que va a venderse mucho y bien. Por eso no resulta extraño que, de repente, triunfe una novela de un tema determinado y a partir de ella surjan trescientas novelas más con temáticas muy parecidas, pero esto también se puede aplicar a otros parámetros, como la edad o el sexo del autor. Y es que, por mucho que nos empecinemos en decir lo contrario, a día de hoy es más fácil que te publiquen si eres mujer.
¿En qué me baso para decir esto? No hay más que echar un vistazo a la realidad que nos rodea. Las actuales reivindicaciones feministas, en su eterna pugna por conseguir derechos y hacerse visibles, han llamado la atención de muchas mujeres que se han unido con entusiasmo a la causa, y entre el merchandising temático que compran a diario también se encuentran los libros, sobre todo ensayos o novelas escritas por feministas y para feministas. Teniendo en cuenta que el mayor porcentaje de lectores lo ostentan las mujeres, las editoriales se esfuerzan por darles lo que quieren. Es una cuestión de oferta y demanda: tú me pides y yo te doy. Por eso, las editoriales prefieren publicar una novela escrita por una mujer, porque saben que va a vender más y tendrá una mejor acogida entre sus lectores.
Esto nos lleva a dos conclusiones nada bonitas. La primera de ellas, que los escritores noveles (y no tan noveles) lo tendrán cada vez más crudo para poder acceder al mercado editorial, ya que es posible que rechacen sus manuscritos por haber nacido con el sexo equivocado (entiéndase "equivocado" en términos mercantiles); de ahí que tengan que recurrir a un pseudónimo femenino para poder tener al menos alguna posibilidad más. Y la segunda conclusión, que viene de la mano de la primera, es peor aún: Que, a fin de cuentas, da igual el talento que tengas para la escritura porque no se te va a premiar por ello, sino por lo que tengas entre las piernas. Suena crudo. Suena duro. Pero es así.
Carmen Mola es el ejemplo más sonado porque sus tres artífices ganaron el Premio Planeta, pero no son los únicos: El escritor Sergi Puertas ha declarado hace poco que, después de enviar su último libro de relatos a cientos de editoriales y ser rechazado o no recibir respuesta alguna, decidió crearse un alias femenino y la respuesta positiva fue casi inmediata. Él fue el que afirmó, después de hablar con varios profesionales del mundillo, que todos han llegado a la misma conclusión: que hoy día se da preferencia a las autoras. Es algo que no se dice en voz muy alta, pero que se sabe. Lo sabe Sergi Puertas, Jorge Díaz, Agustín Martínez, Antonio Mercero y muchos más. Todo el mundo lo sabe.
Si os soy sincera, me sorprende que haya estallado tanta polémica por lo de Carmen Mola. Bueno, me sorprende y no me sorprende, porque cuando se trata de feminismo, pocas cosas me sorprenden a estas alturas. Era obvio que tenían que dar la nota de alguna manera. He leído artículos y posts desgarradores en los que se clamaba contra los autores de Carmen Mola tildándolos de mentirosos, usurpadores y farsantes. ¿Cómo se atrevieron a usar un pseudónimo femenino cuando tantas mujeres en el pasado tuvieron que hacer lo contrario para poder publicar? ¿Quiénes se han creído que son, robándole ese puesto a una mujer? Al margen de que el mundo de la literatura no discrimina a la mujer ni es una batalla entre opresores y oprimidos, yo creo que esto debería hacer que las feministas se replantearan dónde están verdaderamente los privilegios. Porque si yo soy un hombre y veo que publican de mejor gana novelas que llevan la firma de una mujer, pues obviamente voy a ponerme un pseudónimo de mujer para poder publicar, porque a fin de cuentas yo también quiero ser escritor y tengo el mismo derecho que los demás a que me publiquen. Igual las feministas deberían replantearse su concepto de lo que es la igualdad, ya que parece que no les queda muy claro.
"No, pero es que se han aprovechado del nombre de una mujer para poder vender más". Pues teniendo en cuenta que vuestra principal protesta es que los hombres lo tienen más fácil para todo porque son hombres, el hecho de que tres escritores hayan usado un nombre femenino para vender más no tiene mucho sentido dentro de vuestro razonamiento. A no ser que reconozcáis que partís de un argumento falso, capcioso y victimista. Que el cuento de la opresión sistemática a la mujer en pleno siglo XXI es más falso que un euro con la cara de Popeye. ¿A que sí? ¿A que van por ahí los tiros? El mundo literario prefiere a la mujer antes que al hombre. De hecho, el mundo de las artes en general le abre más puertas a la mujer que al hombre, e incluso se está legislando para obligar a que se cumplan las malditas cuotas de género y de paridad, que siempre tienen que ser beneficiosas para la mujer, pero que cuando son negativas para el hombre os da exactamente igual.
Para ser sincera, me alegro de que a las feministas esto les haya molestado tanto. Me alegro de verlas rabiar, de verlas llorar como niñas caprichosas y de tratar de reivindicar una lucha personal para saciar sus ansias de que les hagan casito. Me río a carcajadas cuando veo lloriquear a una chica mientras dice que se siente traicionada por haber leído y disfrutado de una lectura durísima escrita por una persona a quien creía mujer, y que ahora que sabe que son tres hombres ya no le gusta la novela. Como si escribir bien tuviera que ver con lo que tienes entre las piernas, chata. Para gente así, tener pene o vagina define si tu estilo de escritura es bueno o malo. Y, por descontado, un hombre no puede escribir sobre mujeres ni sobre sus sentimientos; porque qué sabrá un hombre sobre cómo se sienten las mujeres, si no tiene vagina.
Me río de vosotras. Me río como una loca al ver cómo os han sacado los colores. Y el hecho de que os sintáis traicionadas porque tres hombres hayan usado un pseudónimo femenino para publicar y, para más inri, ganar el Premio Planeta, demuestra que para vosotras lo importante no es la calidad del producto, sino los genitales de la persona que lo ha escrito. Este es el detalle al que me refería anteriormente. Valoráis más un producto si lo ha hecho una mujer que si lo ha hecho un hombre porque no os cabe en la cabeza que un hombre pueda escribir algo reivindicativo y conmovedor. ¿Dónde queda entonces la igualdad por la que supuestamente lucháis? ¿Qué pasaría si ahora todos los escritores decidieran firmar como mujeres? ¿Sabríais distinguir si algo lo ha escrito un hombre o una mujer? Yo creo que os volveríais locas intentándolo, y valdría la pena llevar a cabo el experimento solo para veros echar espumarajos por la boca y culpar al heteropatriarcado por vuestra falta de criterio.
Me río de vosotras. Me río hasta las lágrimas cuando decís que no os parece justo que los tres autores hayan ganado un premio ni que vayan a subir las ventas de sus novelas gracias al morbo y la polémica. ¿Os dais cuenta de lo ridículas que sonáis, de que vuestras palabras os dejan retratadas? No es justo ni injusto: Es lo que es, y punto. Tres hombres escribieron algo que a vosotras os encantó, pero en el momento en que supisteis sus verdaderas identidades os sentisteis "traicionadas". ¡Uf, qué drama! Pero es que además habéis aprovechado para decir que los Premios Planeta son rancios, reaccionarios y que solo se les da a personas ya consagradas, nunca a "personas de a pie". Y además, ¡oh casualidad!, resulta que el premio de este año es mucho más grande que el de otros años. Nada menos que un millón de euros para que se lo repartan esos señoros. ¿Diríais lo mismo si la tal Carmen Mola fuese real? ¿Y si en vez de ser la sencilla profesora que prometía ser fuese miembro de una buena familia burguesa, como Ana María Matute? Guardad un poco de hipocresía para cuando os haga falta.
Me río de vosotras, pero me río por no llorar. Sois feministas y lo que queréis es que hombres y mujeres seamos iguales en derechos, deberes y oportunidades, ¿no es verdad? En vez de estar llorando porque Carmen Mola son tres hombres, deberíais estar celebrando que Carmen Mola sean tres hombres, porque esa revelación ha puesto de manifiesto que existen muchos mitos sociales que se están dando por ciertos cuando no es así. Pero resulta que hay muchas personas (vosotras, sin ir más lejos) que viven de esos mitos sociales, y cuando alguien amenaza con tumbarle el chiringuito que le da paguitas, normal que se cabree. Pero la realidad es la que es. Las mujeres no estamos oprimidas. Las mujeres no lo tenemos complicado para publicar por culpa de un machito opresor. Las obras escritas por mujeres no sufren de prejuicios ni son infravaloradas solo porque su autora tenga útero y ovarios. Las cosas no son como vosotras decís que son, y Carmen Mola os lo ha demostrado de la mejor de las maneras. Os ha dado una buena lección de lo que debería ser la igualdad.
Poco más que añadir a lo que ya he dicho. Ahora que la identidad de Carmen Mola ha salido a la luz, muchas cosas cambiarán. Las librerías feministas han retirado sus novelas de sus expositores haciendo mucho ruido y paripé, para que todos vean lo indignadas que están, y supongo que gran parte de sus lectoras habrán hecho añicos sus carnés de fans y los quemarán en una hoguera junto con los libros que tanto gozaron, pero que ahora son materia podrida salida de la pluma de tres opresores. A estas alturas de la película tampoco importa ya qué criterios ha seguido el Grupo Planeta para darle el premio a la obra de Carmen Mola, pues es más que seguro que se dejaron guiar por el entusiasmo de que fuese una mujer quien había escrito aquella historia tan turbia y desgarradora. Porque si hubieran sabido que la habían escrito tres señores, seguramente ni siquiera pasaría el primer filtro.
Por otra parte, lo que el trío de autores pierde por un lado, lo gana por otro, pues no somos pocos los que, por curiosidad y por darle apoyo a algo que ha sido tan denostado sin pruebas lógicas, quizá le demos una oportunidad a la obra de Carmen, a ver si es verdad que mola tanto como ella.
Gracias por leerme y hasta la próxima!