domingo, 6 de septiembre de 2015

Vagando por la Historia: El naufragio de la Medusa


El arte puede ser un poderoso testigo de la Historia. No siempre ocurre que una pintura logre reflejar en toda su crudeza y gloria un acontecimiento histórico de especial magnitud, pero cuando sucede no cabe duda de que se consigue escandalizar al observador y hacerle partícipe casi directo de un hecho que, de otro modo, quizá nunca hubiera conocido. Se dice que una imagen vale más que mil palabras, y eso mismo debió pensar el pintor Théodore Géricault cuando mostró por primera vez la que sería sin duda su obra maestra: La balsa de la Medusa (1818-1819). Con esta pintura, Géricault rompió todos los esquemas del neoclasicismo al mostrar la muerte y la agonía de los desdichados náufragos de la fragata francesa Medusa. Esta obra conmocionó al público por su patetismo y por el atrevimiento del artista al mostrar cadáveres que estremecían por lo reales que eran. Géricault había investigado a fondo el acontecimiento y lo había plasmado en el lienzo de tal forma que todos debían quedar tan impactados y afectados como había quedado él. Y lo consiguió. Con su cuadro, hizo pasar a la posteridad una tragedia que puso al descubierto el peor rostro del sistema político francés de principios del siglo XIX.

Pero ahondemos en los hechos históricos. El episodio ocurrió durante los primeros años de la Restauración francesa, en el régimen surgido en el año 1815 tras la definitiva derrota de Napoleón y el retorno de la dinastía borbónica. El 17 de junio de 1816, la fragata Medusa había abandonado el puerto francés de Rochefort para navegar rumbo a Senegal. Como ocurriría casi un siglo más tarde con el Titanic, la fragata Medusa tenía fama de ser uno de los buques más modernos y rápidos de la flota francesa. El objetivo del viaje a Senegal era tomar posesión de aquella colonia africana, que Inglaterra había restituido a Francia. Para esta misión se buscó un barco flamante en el que viajaría el nuevo gobernador de Senegal con su familia, el personal administrativo que le acompañaba en su misión y un batallón de infantería de marina.

El mando del buque insignia se le concedió al oficial de marina Hugues de Chaumareys. Un hombre que, tras huir de Napoleón, se hizo capitán de mar y de guerra en los despachos, en los salones y en los bailes de oficiales en el exilio en Inglaterra. Cuando los Borbones derrotaron a Napoleón, recompensaron a Chaumareys nombrándolo capitán y concediéndole el mando de la Medusa. Todo un honor, a pesar de que Chaumareys no había pisado un barco desde hacía más de veinte años.

Las instrucciones eran sencillas. Al llegar a la altura del cabo blanco, debían tomar precauciones. Al salir de Tenerife, el capitán decide navegar a todo trapo, dejando atrás a los barcos que lo acompañaban. La corbeta Echo le sigue a poca distancia, enviándole señales luminosas a modo de advertencia. Todo fue en vano. A pesar de que el agua se ponía cada vez más turbia debido a la cercanía de un banco de arena, la Medusa no disminuyó la velocidad. Desoyendo los consejos de su alférez, Chaumareys siguió adelante. Y así, con seis brazas de profundidad, la fragata encalló en el banco de Anguin. Incomprensiblemente para los tripulantes de la nave, la fragata se quedaba varada a merced del viento y de la fuerza del mar. Se propuso como solución aligerar la nave para permitir que el casco aflorase a la superficie, y lo consiguieron. Pero ocurre que en esas aguas suele predominar un mar de fondo de Poniente. De manera que, cuando la Medusa flotó en superficie, las olas la empujaban hacia el Este. La nave se adentró aún más en el banco de arena, y fue así como empezó la tragedia.



Naufragio de la Medusa


En la cubierta de la Medusa reinaba el desorden y la confusión. Tras los primeros intentos frustrados de desencallar, se produce la entrada del agua en la nave. Entra con fuerza, rompiendo los remaches del navío y destrozando completamente el timón. Ante aquella situación, Chaumareys ordena que la fragata sea abandonada. Ahora faltaba saber quiénes se iban a salvar. Y es que los seis botes salvavidas eran insuficientes para dar cabida a los 400 tripulantes que iban a bordo. En secreto, el capitán Chaumareys y sus oficiales eligen a los privilegiados. A los soldados y a las personas con menos influencia les toca la peor parte. En medio de una gran tensión, el capitán abandona la nave sin dejar de oír los silbidos, gritos y abucheos de su tripulación. Por su negligencia y mediocridad la Medusa había sido condenada, y ahora era el primero en abandonarla. Más tarde, Chaumareys se justificaría alegando que quienes se habían quedado en la nave lo habían hecho por puro pillaje. Es fácil imaginar la indignación que este comentario produjo en su momento.

Pero volvamos a los hechos. A pesar de los desesperados intentos de la tripulación de poner a salvo a la mayor cantidad de gente posible, todavía quedaron 149 personas que no hallaron espacio en los botes salvavidas. Para ellos, la única posibilidad de abandonar la nave estaba en una balsa. Los mástiles de la Medusa fueron cortados para hacer los flancos y parte de la estructura central. Otros materiales, como palos y planchas de madera, completaron el conjunto. A esta endeble balsa se subieron los tripulantes que quedaban. Como únicos víveres llevaban cinco barricas de vino, dos de agua y una caja de galletas empapadas en agua salada. No tenían palo, ni ancla, ni cable, ni sedal, ni carta. Para salvarse, dependían de los botes salvavidas. Estos tendrían que tirar de la improvisada balsa y remolcarla hasta la costa. Pero a las pocas horas se produce la traición. Debido al lastre que suponía la balsa y a la imposibilidad de gobernarla  en aquellas aguas, se cortaron los cabos y la balsa fue dejada a la deriva. Todos los presentes en aquel armazón de palos y planchas de madera no concebían lo que acababa de ocurrirles.

“No podíamos creer que nos hubieran abandonado hasta que dejamos de ver los botes, y entonces caímos en una profunda desesperación”.

La balsa se convirtió entonces en un infierno. Tras unos primeros momentos de abatimiento y desesperación, saltó la chispa de la furia. Primero fue una lucha por el espacio que cada uno ocupaba, pues los bordes de la balsa se hundían en el agua y todos querían situarse en el centro. La primera noche se ahogaron veinte personas, unas porque fueron arrastradas por las olas y otras porque decidieron suicidarse. En la segunda, los supervivientes abrieron un barril de vino y se lo bebieron. Siguió la locura. Enloquecidos por el sufrimiento, se desató una lucha encarnizada por un supuesto motín en la que los que iban armados segaron la vida de 65 de sus compañeros. Uno tuvo que ser rematado con un hacha; a otros se los tuvo que sujetar debajo del agua hasta que se ahogaron. Al amanecer, quedaban 67.


Plano de la balsa


Ahora que la armadía derivaba de un lado a otro delante del viento asomaron los tiburones. El agua se había terminado y también casi toda la comida. El hambre y la sed hicieron estragos. Muchos dieron en beber agua salada y hasta la propia orina. No pasó mucho antes de que un hombre empezara a cortar pedazos de un cadáver. Un momento después, cayeron a docenas, como una jauría de lobos, sobre el cadáver. Pese a la repugnancia que sentían, cortaban la carne en tiras y la dejaban secar al sol antes de comerla.

“Al ver que ese terrible alimento daba fuerzas a quienes usaron de él, se propuso secarlo para que resultara menos desagradable”.

Durante la noche murieron doce personas más. Al cuarto día quedaban 48. Ese día estalló de nuevo el motín en la balsa. Ambos bandos lucharon desesperadamente, y por la mañana sólo quedaban treinta supervivientes, todos ellos heridos. Al sexto día se celebró una asamblea entre los hombres más sanos. Decidieron tirar a los desquiciados y a los moribundos al mar. Eso permitió que los que quedaban, quince en total, pudieran aguantar seis días más bajo un sol inclemente.

Entonces, se produce el milagro. En el horizonte se dibujó la silueta de un barco que acudía hacia ellos. Era un navío de la flotilla que había zarpado junto a la Medusa y que había arribado a su destino en Senegal. Chaumareys, que también había conseguido llegar allí en bote, lo había enviado no tanto para rescatar a los supervivientes, que le importaban bien poco, como para recuperar la caja de caudales de la fragata.

En 1817, dos supervivientes del naufragio publicaron un libro sobre los hechos ocurridos en la balsa. Una obra en la que denunciaban tanto la negligencia y la cobardía del capitán como la atrocidad de los marineros aterrorizados y ebrios. Se desencadenó entonces una fuerte indignación en Francia. Multitud de gacetas, panfletos y grabados ilustraban con todo lujo de detalles el horror por el que habían pasado los náufragos. Aunque se trató de tapar el asunto para evitar la vergüenza que suponía que un alto mando de la Marina hubiese cometido tal negligencia con el buque insignia de la armada francesa, pero no pudieron impedir que el pueblo se posicionara a favor de los desdichados supervivientes. Se llegó a un punto en el que el gobierno francés no pudo permanecer callado por más tiempo. La oposición al régimen liberal borbónico aprovechó el asunto para denunciar la incompetencia de la monarquía restaurada, forzar la dimisión del Ministro de la Marina e instituir un consejo de guerra para Chaumareys, que fue condenado a tres años de presidio.



La balsa de la Medusa, de Géricault


Al igual que muchos de sus contemporáneos, Théodore Géricault no se mantuvo al margen de la tragedia. Ciertamente, el acontecimiento le caló muy hondo y le sirvió de inspiración para crear la que sería su obra maestra, a pesar de que por entonces sólo contaba veintiocho años. Géricault dedicó diez meses a documentarse antes de empezar a elaborar el lienzo. Se entrevistó con los supervivientes y les pidió que les relataran la historia sin omitir ningún detalle, por escabroso que fuera. Encargó a un carpintero que realizara una maqueta de la balsa para observar sus movimientos en el mar. Para reflejar la rigidez de los cadáveres, visitó varios hospitales y la morgue, donde además realizó estudios sobre el color de los miembros amputados. Aunque al principio había pensado en representar una escena de canibalismo, al final desechó la idea y optó por mostrar el momento en el que los escasos supervivientes de la balsa avistan el barco salvador. Para conferirle un mayor realismo, pidió a algunos de los supervivientes que posaran para él. Ocho meses fueron necesarios para realizar el lienzo, que se expuso en el Salón de París en 1819.

La obra provocó auténtico furor, pues aunque llevaba por título Escena de un naufragio, todos reconocieron la tragedia de la Medusa. Fue un cuadro muy criticado por salirse de los esquemas típicos del neoclasicismo, pero no se puede negar que representa una imagen cargada de fuerza y significado, que atrajo todas las miradas y, en definitiva, no dejó indiferente a nadie.

7 comentarios:

  1. Magnífica entrada-dossier sobre una obra capital en la historia del Arte. A mí también me cautivó-aterrorizó hace muchos años, pero tú me has descubierto nuevos temas y aspectos, como siempre, y se nota que te fascina esta historia, me encanta cuando escribes de arte relacionado con la historia ;)

    Un beso!

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    1. ¡Gracias por leerla y comentarla tan pronto! Yo conocí el hecho histórico antes que el cuadro de Géricault. Además, el cuadro que yo vi era un boceto al óleo, y no era exactamente igual que el cuadro, pero también era bastante perturbador. Después vi el lienzo que todos conocemos y me dejó extrañamente fascinada. Me causaba pavor ver las posiciones de los muertos y me imaginaba la desesperación que debieron de haber pasado los náufragos, pero tanto el cuadro como el hecho histórico no dejaba de obsesionarme. Si a ti también te cautivó este tema, supongo que habrás compartido los mismos sentimientos que yo, ^^*.

      Un millón de besos!

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  2. ¡Qué horror! Con las atrocidades que pasaron allí, me soprende que ningún productor haya tenido la idea de convertirla en una película de terror gore "basada en hechos reales" O_o

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    1. Sí, eso es algo que yo también me he preguntado varias veces. No puede ser por lo escabroso del canibalismo, porque una famosa película que trata el mismo tema es "Viven" y nadie se ha escandalizado nunca por eso. Yo no la pondría como gore, aunque sin duda sería mucho más real. Me cuesta imaginar que, en un plazo de trece días, de 147 personas pasaran a quedar sólo 15. Verdaderamente, el ser humano es brutal y primitivo en las situaciones límite.

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  3. Me ha dejado tanto la gistoria como la imagen (he estado por lo menos diez minutos mirándola si salir de mi asombro) con un mal cuerpo,... Qué capitán más cobarde, ¡mira que mandar rescatar la caja de caudales! Me ha recordado un documental que vi cuando tenía doce o trece años y que impactó mucho de un bote que se perdió en el mar en la I Guerra Mundial y de cómo sólo sobrevvivieron dos soldados, también teninedo que recurrir al canibalismo.

    ¡Muy bien contado, eso sí!
    Un besito.
    Nínive.

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    1. Eso es porque tanto la historia como el cuadro son estremecedores. Yo trato de imaginarme cómo lo debieron pasar los náufragos y se me estremece el corazón; me parece increíble a lo que llega una persona por sobrevivir, pero no puedo asegurar que yo no haría lo mismo en esa situación. Y esa historia que cuentas no la conocía, así que voy a investigar un poquito y a ver qué descubro.

      Gracias por pasarte y comentar!
      Un besooo!

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    2. Sé que vi el documental en el Canal Historia y que el último supervivente al que entrevistaron pasaba todos los años un día, el día en el que los rescataron, ayunando en recuerdo de sus compañeros. También me impactó mucho la historia del ballenero Essex, que se dice inspiró a Moby-Dick y que también tiene naufragio, locura y canibalismo con el dato más aterrador, para mí, de que incluso sortearon quién moría para que los demás pudieran comer.

      (entre loe exámenes y el verano en pueblo-sin-intenet voy poco a poco pero estoy leyendo todos los artículos que tienes taggeados como vagando por la historia y estoy encantada de cómo escribes y de lo que vas contando tan sencillo que me lo aprendoo casi sin darme cuenta)

      ¡Un besín!
      Nínive.

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