El arte puede ser un
poderoso testigo de la Historia. No siempre ocurre que una pintura logre
reflejar en toda su crudeza y gloria un acontecimiento histórico de especial
magnitud, pero cuando sucede no cabe duda de que se consigue escandalizar al
observador y hacerle partícipe casi directo de un hecho que, de otro modo,
quizá nunca hubiera conocido. Se dice que una imagen vale más que mil palabras,
y eso mismo debió pensar el pintor Théodore Géricault cuando mostró por primera
vez la que sería sin duda su obra maestra: La
balsa de la Medusa (1818-1819). Con esta pintura, Géricault rompió todos
los esquemas del neoclasicismo al mostrar la muerte y la agonía de los
desdichados náufragos de la fragata francesa Medusa. Esta obra conmocionó al público por su patetismo y por el
atrevimiento del artista al mostrar cadáveres que estremecían por lo reales que
eran. Géricault había investigado a fondo el acontecimiento y lo había plasmado
en el lienzo de tal forma que todos debían quedar tan impactados y afectados
como había quedado él. Y lo consiguió. Con su cuadro, hizo pasar a la
posteridad una tragedia que puso al descubierto el peor rostro del sistema
político francés de principios del siglo XIX.
Pero ahondemos en los
hechos históricos. El episodio ocurrió durante los primeros años de la
Restauración francesa, en el régimen surgido en el año 1815 tras la definitiva
derrota de Napoleón y el retorno de la dinastía borbónica. El 17 de junio de
1816, la fragata Medusa había
abandonado el puerto francés de Rochefort para navegar rumbo a Senegal. Como ocurriría casi
un siglo más tarde con el Titanic, la
fragata Medusa tenía fama de ser uno
de los buques más modernos y rápidos de la flota francesa. El objetivo del
viaje a Senegal era tomar posesión de aquella colonia africana, que Inglaterra
había restituido a Francia. Para esta misión se buscó un barco flamante en el
que viajaría el nuevo gobernador de Senegal con su familia, el personal
administrativo que le acompañaba en su misión y un batallón de infantería de
marina.
El mando del buque
insignia se le concedió al oficial de marina Hugues de Chaumareys. Un hombre
que, tras huir de Napoleón, se hizo capitán de mar y de guerra en los
despachos, en los salones y en los bailes de oficiales en el exilio en
Inglaterra. Cuando los Borbones derrotaron a Napoleón, recompensaron a
Chaumareys nombrándolo capitán y concediéndole el mando de la Medusa. Todo un honor, a pesar de que
Chaumareys no había pisado un barco desde hacía más de veinte años.
Las instrucciones eran
sencillas. Al llegar a la altura del cabo blanco, debían tomar precauciones. Al
salir de Tenerife, el capitán decide navegar a todo trapo, dejando atrás a los
barcos que lo acompañaban. La corbeta Echo
le sigue a poca distancia, enviándole señales luminosas a modo de advertencia.
Todo fue en vano. A pesar de que el agua se ponía cada vez más turbia debido a
la cercanía de un banco de arena, la Medusa
no disminuyó la velocidad. Desoyendo los consejos de su alférez, Chaumareys
siguió adelante. Y así, con seis brazas de profundidad, la fragata encalló en
el banco de Anguin. Incomprensiblemente para los tripulantes de la nave, la
fragata se quedaba varada a merced del viento y de la fuerza del mar. Se
propuso como solución aligerar la nave para permitir que el casco aflorase a la
superficie, y lo consiguieron. Pero ocurre que en esas aguas suele predominar
un mar de fondo de Poniente. De manera que, cuando la Medusa flotó en superficie, las olas la empujaban hacia el Este. La
nave se adentró aún más en el banco de arena, y fue así como empezó la
tragedia.
Naufragio de la Medusa
En la cubierta de la Medusa reinaba el desorden y la
confusión. Tras los primeros intentos frustrados de desencallar, se produce la
entrada del agua en la nave. Entra con fuerza, rompiendo los remaches del navío
y destrozando completamente el timón. Ante aquella situación, Chaumareys ordena
que la fragata sea abandonada. Ahora faltaba saber quiénes se iban a salvar. Y
es que los seis botes salvavidas eran insuficientes para dar cabida a los 400
tripulantes que iban a bordo. En secreto, el capitán Chaumareys y sus oficiales
eligen a los privilegiados. A los soldados y a las personas con menos
influencia les toca la peor parte. En medio de una gran tensión, el capitán
abandona la nave sin dejar de oír los silbidos, gritos y abucheos de su tripulación.
Por su negligencia y mediocridad la Medusa
había sido condenada, y ahora era el primero en abandonarla. Más tarde,
Chaumareys se justificaría alegando que quienes se habían quedado en la nave lo
habían hecho por puro pillaje. Es fácil imaginar la indignación que este
comentario produjo en su momento.
Pero volvamos a los
hechos. A pesar de los desesperados intentos de la tripulación de poner a salvo
a la mayor cantidad de gente posible, todavía quedaron 149 personas que no
hallaron espacio en los botes salvavidas. Para ellos, la única posibilidad de
abandonar la nave estaba en una balsa. Los mástiles de la Medusa fueron cortados para hacer los flancos y parte de la
estructura central. Otros materiales, como palos y planchas de madera,
completaron el conjunto. A esta endeble balsa se subieron los tripulantes que
quedaban. Como únicos víveres llevaban cinco barricas de vino, dos de agua y
una caja de galletas empapadas en agua salada. No tenían palo, ni ancla, ni
cable, ni sedal, ni carta. Para salvarse, dependían de los botes salvavidas.
Estos tendrían que tirar de la improvisada balsa y remolcarla hasta la costa.
Pero a las pocas horas se produce la traición. Debido al lastre que suponía la
balsa y a la imposibilidad de gobernarla
en aquellas aguas, se cortaron los cabos y la balsa fue dejada a la
deriva. Todos los presentes en aquel armazón de palos y planchas de madera no
concebían lo que acababa de ocurrirles.
“No
podíamos creer que nos hubieran abandonado hasta que dejamos de ver los botes,
y entonces caímos en una profunda desesperación”.
La balsa se convirtió
entonces en un infierno. Tras unos primeros momentos de abatimiento y
desesperación, saltó la chispa de la furia. Primero fue una lucha por el
espacio que cada uno ocupaba, pues los bordes de la balsa se hundían en el agua
y todos querían situarse en el centro. La primera noche se ahogaron veinte
personas, unas porque fueron arrastradas por las olas y otras porque decidieron
suicidarse. En la segunda, los supervivientes abrieron un barril de vino y se
lo bebieron. Siguió la locura. Enloquecidos por el sufrimiento, se desató una
lucha encarnizada por un supuesto motín en la que los que iban armados segaron
la vida de 65 de sus compañeros. Uno tuvo que ser rematado con un hacha; a
otros se los tuvo que sujetar debajo del agua hasta que se ahogaron. Al
amanecer, quedaban 67.
Plano de la balsa
Ahora que la armadía
derivaba de un lado a otro delante del viento asomaron los tiburones. El agua
se había terminado y también casi toda la comida. El hambre y la sed hicieron
estragos. Muchos dieron en beber agua salada y hasta la propia orina. No pasó
mucho antes de que un hombre empezara a cortar pedazos de un cadáver. Un
momento después, cayeron a docenas, como una jauría de lobos, sobre el cadáver.
Pese a la repugnancia que sentían, cortaban la carne en tiras y la dejaban
secar al sol antes de comerla.
“Al
ver que ese terrible alimento daba fuerzas a quienes usaron de él, se propuso
secarlo para que resultara menos desagradable”.
Durante la noche
murieron doce personas más. Al cuarto día quedaban 48. Ese día estalló de nuevo
el motín en la balsa. Ambos bandos lucharon desesperadamente, y por la mañana
sólo quedaban treinta supervivientes, todos ellos heridos. Al sexto día se
celebró una asamblea entre los hombres más sanos. Decidieron tirar a los
desquiciados y a los moribundos al mar. Eso permitió que los que quedaban,
quince en total, pudieran aguantar seis días más bajo un sol inclemente.
Entonces, se produce el
milagro. En el horizonte se dibujó la silueta de un barco que acudía hacia
ellos. Era un navío de la flotilla que había zarpado junto a la Medusa y que había arribado a su destino
en Senegal. Chaumareys, que también había conseguido llegar allí en bote, lo
había enviado no tanto para rescatar a los supervivientes, que le importaban
bien poco, como para recuperar la caja de caudales de la fragata.
En 1817, dos
supervivientes del naufragio publicaron un libro sobre los hechos ocurridos en
la balsa. Una obra en la que denunciaban tanto la negligencia y la cobardía del
capitán como la atrocidad de los marineros aterrorizados y ebrios. Se
desencadenó entonces una fuerte indignación en Francia. Multitud de gacetas,
panfletos y grabados ilustraban con todo lujo de detalles el horror por el que
habían pasado los náufragos. Aunque se trató de tapar el asunto para evitar la
vergüenza que suponía que un alto mando de la Marina hubiese cometido tal
negligencia con el buque insignia de la armada francesa, pero no pudieron
impedir que el pueblo se posicionara a favor de los desdichados supervivientes.
Se llegó a un punto en el que el gobierno francés no pudo permanecer callado
por más tiempo. La oposición al régimen liberal borbónico aprovechó el asunto
para denunciar la incompetencia de la monarquía restaurada, forzar la dimisión
del Ministro de la Marina e instituir un consejo de guerra para Chaumareys, que
fue condenado a tres años de presidio.
La balsa de la Medusa, de Géricault
Al igual que muchos de
sus contemporáneos, Théodore Géricault no se mantuvo al margen de la tragedia. Ciertamente,
el acontecimiento le caló muy hondo y le sirvió de inspiración para crear la
que sería su obra maestra, a pesar de que por entonces sólo contaba veintiocho
años. Géricault dedicó diez meses a documentarse antes de empezar a elaborar el
lienzo. Se entrevistó con los supervivientes y les pidió que les relataran la
historia sin omitir ningún detalle, por escabroso que fuera. Encargó a un
carpintero que realizara una maqueta de la balsa para observar sus movimientos
en el mar. Para reflejar la rigidez de los cadáveres, visitó varios hospitales
y la morgue, donde además realizó estudios sobre el color de los miembros
amputados. Aunque al principio había pensado en representar una escena de
canibalismo, al final desechó la idea y optó por mostrar el momento en el que
los escasos supervivientes de la balsa avistan el barco salvador. Para conferirle
un mayor realismo, pidió a algunos de los supervivientes que posaran para él.
Ocho meses fueron necesarios para realizar el lienzo, que se expuso en el Salón
de París en 1819.
La obra provocó
auténtico furor, pues aunque llevaba por título Escena de un naufragio, todos reconocieron la tragedia de la Medusa. Fue un cuadro muy criticado por
salirse de los esquemas típicos del neoclasicismo, pero no se puede negar que
representa una imagen cargada de fuerza y significado, que atrajo todas las miradas
y, en definitiva, no dejó indiferente a nadie.
Magnífica entrada-dossier sobre una obra capital en la historia del Arte. A mí también me cautivó-aterrorizó hace muchos años, pero tú me has descubierto nuevos temas y aspectos, como siempre, y se nota que te fascina esta historia, me encanta cuando escribes de arte relacionado con la historia ;)
ResponderEliminarUn beso!
¡Gracias por leerla y comentarla tan pronto! Yo conocí el hecho histórico antes que el cuadro de Géricault. Además, el cuadro que yo vi era un boceto al óleo, y no era exactamente igual que el cuadro, pero también era bastante perturbador. Después vi el lienzo que todos conocemos y me dejó extrañamente fascinada. Me causaba pavor ver las posiciones de los muertos y me imaginaba la desesperación que debieron de haber pasado los náufragos, pero tanto el cuadro como el hecho histórico no dejaba de obsesionarme. Si a ti también te cautivó este tema, supongo que habrás compartido los mismos sentimientos que yo, ^^*.
EliminarUn millón de besos!
¡Qué horror! Con las atrocidades que pasaron allí, me soprende que ningún productor haya tenido la idea de convertirla en una película de terror gore "basada en hechos reales" O_o
ResponderEliminarSí, eso es algo que yo también me he preguntado varias veces. No puede ser por lo escabroso del canibalismo, porque una famosa película que trata el mismo tema es "Viven" y nadie se ha escandalizado nunca por eso. Yo no la pondría como gore, aunque sin duda sería mucho más real. Me cuesta imaginar que, en un plazo de trece días, de 147 personas pasaran a quedar sólo 15. Verdaderamente, el ser humano es brutal y primitivo en las situaciones límite.
EliminarMe ha dejado tanto la gistoria como la imagen (he estado por lo menos diez minutos mirándola si salir de mi asombro) con un mal cuerpo,... Qué capitán más cobarde, ¡mira que mandar rescatar la caja de caudales! Me ha recordado un documental que vi cuando tenía doce o trece años y que impactó mucho de un bote que se perdió en el mar en la I Guerra Mundial y de cómo sólo sobrevvivieron dos soldados, también teninedo que recurrir al canibalismo.
ResponderEliminar¡Muy bien contado, eso sí!
Un besito.
Nínive.
Eso es porque tanto la historia como el cuadro son estremecedores. Yo trato de imaginarme cómo lo debieron pasar los náufragos y se me estremece el corazón; me parece increíble a lo que llega una persona por sobrevivir, pero no puedo asegurar que yo no haría lo mismo en esa situación. Y esa historia que cuentas no la conocía, así que voy a investigar un poquito y a ver qué descubro.
EliminarGracias por pasarte y comentar!
Un besooo!
Sé que vi el documental en el Canal Historia y que el último supervivente al que entrevistaron pasaba todos los años un día, el día en el que los rescataron, ayunando en recuerdo de sus compañeros. También me impactó mucho la historia del ballenero Essex, que se dice inspiró a Moby-Dick y que también tiene naufragio, locura y canibalismo con el dato más aterrador, para mí, de que incluso sortearon quién moría para que los demás pudieran comer.
Eliminar(entre loe exámenes y el verano en pueblo-sin-intenet voy poco a poco pero estoy leyendo todos los artículos que tienes taggeados como vagando por la historia y estoy encantada de cómo escribes y de lo que vas contando tan sencillo que me lo aprendoo casi sin darme cuenta)
¡Un besín!
Nínive.