A lo largo de la Historia, reyes, reinas y emperadores han acaparado una inmensa cantidad de poder, pero eso en ocasiones ha sido su perdición. Sabemos que muchas de las enfermedades padecidas por los gobernantes o líderes políticos pudieron proceder de razones concernientes a la enorme responsabilidad que tenían en sus manos. Sin embargo, también resultaría interesante acercarse a la figura de aquellos que, haciendo gala de un sinnúmero de excentricidades y conductas estrafalarias, dieron mucho que hablar a la sociedad de su tiempo, que los calificó de estar completamente locos.
La locura es un término que está definido de una forma muy vaga. Consideramos loca a una persona que, a nuestro parecer, ha perdido completamente el juicio y actúa, por lo tanto, de manera disparatada e imprudente. Ya fuese por padecer una enfermedad mental o por poseer un carácter francamente peculiar, los monarcas que encontraréis en esta lista tienen méritos más que suficientes para hacernos admitir que algo no marchaba bien en sus cabezas.
10. Enrique VI de Inglaterra
Enrique VI fue el único hijo de Enrique V y su esposa Catalina de Francia. Nacido en Windsor en 1421, ni siquiera había cumplido los nueve meses de vida cuando las circunstancias le llevaron al trono tras la muerte de su padre. Un Consejo asumió la regencia hasta su mayoría de edad. Según el Tratado de Troyes, Enrique fue proclamado también rey de Francia a la muerte de su abuelo Carlos VI, pero la larga guerra que Inglaterra y Francia llevaban sosteniendo durante años, sumada a las acciones de Juana de Arco, hizo que Inglaterra acabara perdiendo todas sus posesiones francesas excepto Calais.
Lo cierto es que Enrique VI nunca fue un rey muy popular. Agobiado por los conflictos y las feroces tramas políticas y dinásticas que caracterizaban la Inglaterra medieval, Enrique fue creciendo como un hombre retraído y beato. Su impopularidad creció cuando contrajo matrimonio con Margarita de Anjou, que no fue bien aceptada por los ingleses por su origen francés y que, además, ejerció un pernicioso influjo sobre su esposo.
A raíz de la pérdida de Burdeos, Enrique VI empezó a perder la razón. Una crisis nerviosa que duró todo un año fue una de las muchas causas de la Guerra de las Dos Rosas, durante la cual Enrique VI fue depuesto por los miembros de la casa de York. Volvió a recuperar el trono, pero fue destronado de nuevo en 1455 cuando, tras ser derrotadas sus fuerzas por los partidarios de los York, fue encontrado en la tienda de un curtidor, víctima de otra crisis nerviosa. A veces, de tan desorientado como estaba, ni siquiera se daba cuenta de lo que ocurría a su alrededor; ni siquiera fue consciente del nacimiento de su hijo y heredero, el príncipe Eduardo. Como la enfermedad del rey era periódica, Enrique dependía mucho de su esposa Margarita.
Al final, Enrique fue derrotado y encarcelado en la Torre de Londres, donde fue asesinado en 1471, a la vez que su hijo era ahorcado por los York en Tewkesbury, extinguiéndose así la casa de Lancaster.
9. Carlos VI de Francia
Carlos VI nació en 1368 y fue el quinto vástago del rey Carlos V y Juana de Borbón. A la edad de once años fue coronado rey de Francia, pero fue su tío Felipe II el Audaz quien asumió la regencia hasta su mayoría de edad. Fue conocido por su pueblo como El Bienamado, pero cuando el rey cumplió los veinticinco años se le cambió el apodo por el de El Loco, ya que fue a partir de entonces cuando la salud mental de Carlos empezó a verse tocada.
El primer episodio de psicosis se registró en 1392, cuando su amigo Olivier V de Clisson fue víctima de un intento de asesinato. Obsesionado con castigar al culpable, Carlos VI empezó a manifestar de forma confusa su intención de empezar una campaña bélica hasta dar con el sicario. En cierta ocasión, mientras viajaba con su ejército, sufrió un brote psicótico durante el cual mató a varios caballeros y casi asesinó a su propio hermano. Fue reducido por un grupo de soldados, que lo acostaron en el suelo. Carlos se quedó quieto y no reaccionó, cayendo en estado de coma.
A partir de entonces, el rey sufrió episodios frecuentes de enfermedades mentales, que a veces le hacían creer que estaba hecho de cristal y hacía todo lo posible para evitar romperse. Durante un ataque, fue incapaz de recordar su nombre. No sabía que era rey e incluso huyó de su mujer, Isabel de Baviera, completamente aterrorizado. En ataques posteriores, vagaba por su palacio aullando como un lobo, rechazaba que lo bañaran y sufrió todo tipo de alucinaciones.
El estado del rey obligó a que fuera apartado del gobierno, recayendo la regencia en su hermano Luis y en su tío Felipe. A día de hoy, se cree que la locura de Carlos VI (y que probablemente heredó su nieto Enrique VI, del que ya hemos hablado) pudo haber sido en realidad esquizofrenia, porfiria o trastorno bipolar.
8. Joshua Abraham Norton
Aunque nunca ostentó ningún poder real, Joshua A. Norton fue conocido en San Francisco como Su Majestad el Emperador Norton I. De hecho, él mismo se había proclamado Emperador de Estados Unidos y protector de México en 1859. Se cree que nació en Inglaterra en 1819 y que emigró a América tras recibir una sustanciosa herencia de su padre. Sin embargo, las cosas no le fueron bien y eso afectó a su salud mental, y más aún cuando tuvo que declararse en bancarrota. Tras un período lejos de San Francisco, regresó a la ciudad y se autoproclamó Emperador de Estados Unidos. Que un hombre enloquezca y tenga delirios de grandeza no es algo raro. Pero que todo el mundo le dé la razón sí que lo es.
A lo largo de su vida, Norton I lanzó varias proclamas que iban de lo ridículo a lo visionario. De hecho, fue uno de los primeros en pedir que se construyese un puente que atravesara la bahía de San Francisco. Por las tardes paseaba por las calles con dos perros vagabundos y se dedicaba a inspeccionar las alcantarillas y comprobar que los autobuses salían a su hora. Iba a misa todos los domingos, cada vez a una iglesia diferente para no hacer distinciones entre unas y otras. Y en cierta ocasión logró evitar una reyerta interponiéndose entre los enfrentados y rezando el Padrenuestro, tras lo cual la pelea se disolvió.
A pesar de su trastorno mental, fue un hombre bueno y justo. Sus allegados le tenían un profundo respeto y le concedieron todo tipo de honores. Norton I siempre comía en los mejores restaurantes a cuenta de la casa, viajaba gratis en el transporte público. Cuando entraba en el teatro (donde él y sus perros tenían asientos reservados), todos los presentes se levantaban y guardaban silencio hasta que se sentaba. Llegó incluso a tener su propia moneda, con la que podía comprar en cualquier establecimiento. Cuando un policía quiso arrestarle por ser un vagabundo, las protestas públicas lograron liberarle.
Norton I murió de una apoplejía en 1880 tras 21 años de reinado. A su funeral asistieron más de 10.000 personas que le lloraron sinceramente y lamentaron la muerte del mejor Emperador que jamás tendría Estados Unidos.
7. Juana de Castilla
La que años después de su nacimiento sería declarada reina propietaria de las Coronas de Castilla y Aragón, pasó más tiempo encerrada en un convento que gobernando. Apartada del gobierno por su padre y por su hijo Carlos I, la reina Juana hubo de pasarse media vida enclaustrada a causa de una supuesta enfermedad mental que le daría el apodo que la ha hecho inmortal: La Loca.
Como a tantas otras princesas de la época, a Juana se la prometió en matrimonio con Felipe de Habsburgo, hijo y heredero del Archiduque de Austria. Aunque los novios no se conocían, en el momento de verse se enamoraron locamente el uno del otro. No obstante, Felipe perdió pronto el interés por su esposa y siguió divirtiéndose con otras damas de la corte. Esto provocó los celos de Juana, unos celos que varios psicólogos actuales califican de patológicos, y que la obligaron a realizar actos escandalosos y extravagantes.
Se dice que, en un acceso de ira, cogió unas tijeras y le cortó el pelo a trasquilones a una amante de su marido. Era tal el desvelo que sentía por Felipe que procuraba estar con él a todas horas. En cierta ocasión, en medio de una fuerte tormenta, Juana salió al patio de armas del Castillo de la Mota llorando y llamando a gritos a su marido, que había partido a Flandes dejándola atrás. A la muerte de Felipe, Juana perdió la razón por completo. El deseo de Felipe de ser enterrado en Granada la llevó a encabezar una comitiva para llevar el féretro de su esposo, pero sólo durante la noche, pues Juana creía que la mujer que había perdido a su esposo, que era su sol, no debía volver a ver la luz del día.
Posteriormente sería encerrada en Tordesillas, donde pasaría el resto de sus días. Perpetuamente enlutada, con el tiempo mostró más signos de incapacidad, como su obstinación en comer en el suelo y su negativa a asearse. Actualmente se cree que pudo haber padecido melancolía, trastorno depresivo severo, psicosis, esquizofrenia heredada o un trastorno esquizoafectivo.
6. Erik XIV de Suecia
Erik XIV vino al mundo en el castillo de Estocolmo en 1533. Como primogénito del rey Gustavo I de Suecia, ascendió al trono a la muerte de este, en el año 1560. La mayor parte de su reinado se desarrollaría durante la Guerra Nórdica de los Siete Años, cuando trató de expandir los dominios suecos en el Mar Báltico. Así que prácticamente se pasó toda su vida sometido a una presión muy fuerte, lo que afectaría a su estado mental.
La nobleza sueca temía a Erik XIV, y con razón. Su inestabilidad metal, sumada a su complejo de inferioridad, dio lugar a una época extraña y volátil para su súbditos. Después de pasar por una conspiración orquestada por su hermano Juan (que finalmente fracasó), Erik XIV empezó a desconfiar de todo el que estaba a su alrededor. Uno de sus mayores temores era morir envenenado. Instigado por su consejero Jöran Persson, creó una corte de justicia destinada a hacer cumplir las leyes, pero acabó convirtiéndose en un instrumento de persecución contra los posibles enemigos del rey. De estos, los más desafortunados fueron los Sture, pues Erik XIV ordenó ejecutar a varios miembros de esta familia, convencido de que habían cometido alta traición.
Tras el asesinato de los Sture, se hizo patente la demencia del rey. Entre otras cosas, trató de cortejar a todas las reinas y princesas de Europa Occidental para tener derechos de ascensión a sus diferentes tronos y para saciar sus ambiciones expansionistas. Al final, acabó casándose con la mujer que había sido su concubina durante dos años.
Suecia se liberó de la paranoia de Erik XIV en 1568, cuando fue derrocado por una alianza rebelde liderada por sus propios hermanos. Tras su deposición, el rey inició un peregrinar por diversas prisiones durante nueve años, hasta que finalmente murió de la forma que más temía: Envenenado.
5. Felipe V de España
Felipe V de Borbón, también conocido como El Animoso, fue el sucesor de Carlos II, último rey de la casa de Austria. Su reinado de 45 años y tres días, dividido en dos períodos marcados por la abdicación en su hijo Luis I y la muerte prematura de éste, fue el más prolongado en la historia de España. Llama la atención, sin embargo, que el primer monarca de la casa de Borbón en España también padeciera trastornos mentales al igual que algunos de sus predecesores Austrias.
Desde siempre, Felipe V pareció sentir una obsesión malsana con el sexo. Comía a diario gallina hervida, que le era servida junto con un cúmulo de pócimas y brebajes destinados a potenciar su actividad sexual. Dedicaba a este menester tanto tiempo y energías que con frecuencia se le veía agotado, al borde de la extenuación. Los médicos le aconsejaron que se separara temporalmente de su esposa, Isabel de Farnesio. Pero ésta, sabiendo que su marido era un hombre apocado, abúlico y fácil de manipular por cualquier persona con un mínimo de ambición, no dio su consentimiento a la separación.
En 1717, Felipe V cayó gravemente enfermo. Sufría delirios y auténticos ataques de histeria provocados por una creencia que le atormentaba a todas horas. Al parecer, se decía que la ropa blanca de los reyes irradiaba luz. Felipe V estuvo a punto de enloquecer ante este fenómeno inexplicable que él atribuía a un hechizo o embrujo. Ordenó que la confección de su ropa quedase a cargo de las monjas, en la creencia de que sus manos celestiales podrían con aquel suceso inspirado por el Diablo. Además, se negaba a cambiarse de mudas de ropa interior hasta que las mismas quedasen hechas jirones. A todo esto se unía su estado de completo abatimiento, su costumbre de dormir de día y salir de noche, y su falta de aseo personal.
Durante sus últimos años, su salud mental se fue agravando, hasta que en 1746 murió de un ataque cerebrovascular.
4. Mustafá I
Mustafá I nació en el Palacio de Manisa, y fue el segundo hijo del sultán del Imperio Otomano Mehmed III y una de sus concubinas, cuyo nombre no se conoce.
Entre los sultanes otomanos era casi normal matar a sus hermanos para evitar que amenazasen su posición de poder. De hecho, el propio Mehmed III había mandado ejecutar a 19 de sus hermanos. Al joven Mustafá eso no le sucedió, pues su hermano Ahmed I era el nuevo sultán y carecía de hijos legítimos, de modo que Mustafá era su único heredero por el momento. Sin embargo, eso no quiere decir que no mantuviera a su hermano sometido a arresto domiciliario y a una férrea vigilancia durante 14 años, lo que afectó a la salud mental de Mustafá.
Tras el asesinato de Ahmed I en 1618, Mustafá se convirtió en sultán, pero su comportamiento daba que hablar por lo errático y estrafalario. Mustafá I acostumbraba a tirar de las barbas a sus ministros y echarles monedas a los peces del estanque. Este tipo de actos dieron mucho que hablar en la corte, que empezó a considerar su estado mental, por lo que fue depuesto en favor de su sobrino Osmán II y encerrado de nuevo.
Mustafá se convirtió en sultán por segunda vez en 1622, pero su comportamiento mejoró poco y volvió a ser destronado en favor de otro de sus sobrinos, Murad IV. Fue nuevamente confinado y murió en 1639.
3. Iván IV de Rusia
Más conocido como Iván el Terrible, fue el primer zar de Rusia en coronarse a sí mismo y llevar ese título. Sus mayores aportes a su país fueron la conquista de Siberia, la creación de un nuevo código legal, la centralización del poder en la capital y otras grandes reformas internas. Su reinado duró casi 50 años, el más largo de los zares rusos.
Su infancia no fue nada fácil. Su padre murió cuando él tenía tres años y fue coronado Príncipe de Moscú a esa edad. Sin embargo, fue su madre la que ejerció la regencia hasta que fue envenenada cinco años después. Desde entonces, empezaron a gestarse en Iván feroces ataques de rabia que probablemente eran el resultado de la enorme falta de atención que sufrió en su infancia.
Durante su reinado, su comportamiento fue cada vez más errático. Su gobierno estuvo muy influido por su primera esposa, Anastasia Romanovna Zajarina, y se volvió particularmente autoritario tras la muerte de ésta. Iván IV se transformó en un completo psicópata, y se dice que durante las noches sus gritos sonaban por todo el Kremlin. Pasaba de la euforia a la depresión más absoluta. Ya en sus últimos años dio rienda suelta a sus perversiones. Declaró haber desflorado a más de mil vírgenes y haber asesinado a los hijos habidos con éstas. En un arrebato particularmente violento mató a su hijo con sus propias manos y agredió a su nuera embarazada.
Sufrió varios ataques psicóticos a lo largo de toda su vida, que lo volvían extremadamente violento. Es posible que estos ataques fuesen provocados por el tratamiento con mercurio que los médicos le administraban para tratar la sífilis que padecía. Murió en 1584 en circunstancias poco claras, pues algunos expertos piensan que pudo haber sido envenenado por los boyardos.
2. Jorge III de Inglaterra
De los cuatro monarcas llamados Jorge que reinaron en Gran Bretaña entre los siglos XVII y XIX, Jorge III fue el primero que habló el inglés como lengua materna. Hubiera podido pasar a la historia como el rey que convirtió a Gran Bretaña en una gran potencia mundial extendiendo sus dominios por Norteamérica y Canadá. Si no, podría haber sido recordado como uno de los monarcas más prolíficos de Inglaterra, con nada menos que dieciséis vástagos legítimos. Sin embargo, fue su lado oscuro el que habría de prevalecer de cara a la posteridad.
A lo largo de su vida, Jorge III sufrió varios episodios de delirios, confusión mental, alucinaciones, agresividad y debilidad, todo ello acompañado de vómitos y diversos malestares. Aunque los médicos actuales han dictaminado que Jorge III probablemente padecía porfiria, en el siglo XVIII sólo había un diagnóstico posible para semejante mal: Locura.
El comportamiento de Jorge III siempre había sido extraño, pero el tiempo agravó su estado mental. A los setenta y tres años perdió completamente la razón y tuvo que ser encerrado en el Castillo de Windsor. Durante su encierro, el rey solía desnudarse y salir corriendo a los jardines para cazar mariposas. Pasaba horas enteras charlando animadamente con los patos y las ocas de los estanques palaciegos y les obligaba a que le siguieran, bajo pena de muerte si no lo hacían. Se dice que una vez saludó a un roble al confundirle con el rey Federico Guillermo III de Prusia. En semejante estado, tuvo que ser apartado del gobierno. Su hijo Jorge, Príncipe de Gales, asumió desde entonces la regencia.
La salud de Jorge III siguió empeorando a un ritmo alarmante. En la Navidad de 1819 sufrió otro ataque de locura y estuvo hablando de forma ininterrumpida durante 58 horas, al final de las cuales cayó en coma. En 1820 murió Jorge III, ciego, sordo y loco, a los 81 años de edad.
1. Calígula
Cayo Julio César Augusto Germánico fue el tercer emperador del Imperio romano, desde el año 37 al 41. Aunque éste era su nombre real, ha llegado a nuestros días con el nombre de Calígula, un apodo que significaba "botitas"; los soldados romanos le habían puesto este apodo por las sandalias con las que su padre, Germánico, solía calzarle.
Se convirtió en emperador a la edad de 25 años y, aunque durante sus primeros seis meses de reinado fue un gobernante moderado, no tardó en convertirse en un hombre cada vez más sádico. Tras superar una grave enfermedad, ordenó asesinar a aquellas personas que habían prometido sus vidas a los dioses si el emperador se recuperaba. También obligó a suicidarse a personas que habían sido exiliadas durante su reinado, entre las que estaban su esposa, su suegro y su primo.
Desarrolló una serie de políticas muy controvertidas que tenían como finalidad hacerle cabeza del panteón romano, esto es, convertirse en dios. Calígula empezó a hacer apariciones públicas ataviado con los atributos divinos y mandó erigir varios templos consagrados a su persona. También divinizó a sus tres hermanas, con las que se dice que tuvo relaciones incestuosas. Las fuentes contemporáneas hablan de él y mencionan todo tipo de historias que muestran que su crueldad y su demencia no tenían límites. Es muy famosa la historia que cuenta que nombró cónsul a su caballo, cosa que podría ser cierta dada la inmensa devoción que sentía por este caballo. Pero el resto de Roma temblaba sólo con oír su nombre, ya que el emperador con frecuencia mataba y torturaba por diversión y se comportaba de manera muy errática.
Por todo esto, no sorprende que Calígula fuese el primer emperador romano en ser asesinado. Pero los planes para restaurar la antigua república en lugar del joven imperio fracasaron, y su tío Claudio fue nombrado nuevo emperador.
¡Y nada más, lectores! Espero que os haya gustado esta selección de monarcas dementes e inestables. Ha habido otros gobernantes con problemas mentales a lo largo de la historia; los que os he traído hoy son un compendio de reyes más conocidos por nosotros junto con otros que no lo son tanto.
¡Nos vemos!