Imaginaos por un momento la
siguiente situación.
Una tarde cualquiera, vais por el
parque dando un paseo. De repente, oís gritos muy cerca de donde estáis, así
que os dais la vuelta para ver lo que está pasando. Entonces, veis a una pareja
sentada en uno de los bancos del parque. El chico está muy alterado y se dedica
a dar voces y a hacer aspavientos delante de su novia, que mantiene la cabeza
gacha y no sabe dónde meterse. Es evidente que están teniendo una fuerte
discusión. Es tal el griterío que no tardáis en enteraros del motivo de la
disputa. Algo que tiene que ver con ciertas personas con las que ha estado la
chica, quién era aquel con el que tanto hablaba… Incómodos, tratáis de no
prestar atención a esa discusión que es de todo menos privada, y seguís a lo
vuestro.
Pero entonces, ocurre. Por un
momento creéis que vuestros oídos os engañan, pero sabéis que no es así. Los
gritos del chico aumentan de volumen y su comportamiento es cada vez más
violento con la chica. Al daros la vuelta para volver a mirar, veis cómo se
lanza como una bestia sobre ella y amenaza con golpearla. Si en ese mismo
instante no os ponéis de pie y os acercáis para separar a ese malnacido de la
chica, es que no sois humanos. Nadie tiene ningún derecho de ponerle la mano
encima a una mujer indefensa, y mucho menos un desgraciado con complejo de
macho dominante que sólo quiere imponer su voluntad por la fuerza.
Por fortuna, todo termina bien.
El chico se aparta de su llorosa novia y hace ademán de irse; probablemente se
haya sentido intimidado por el tumulto que se ha formado a su alrededor, que le
señala con dedo acusador y le recrimina su actitud. Finalmente, se aleja y la
chica, a salvo por fin, agradece vuestra ayuda. Y vosotros os sentís felices y
orgullosos de haber denunciado un presunto maltrato y haber cumplido con
vuestro deber de buenos ciudadanos.
Bien. Ahora démosle la vuelta a
la situación.
Imaginad por un segundo que la
escena se invierte. La pareja es la misma, pero los roles han cambiado. La
chica parece estar furiosa y discute a gritos con su novio, acusándole de
ponerle los cuernos, de ser un hijo de puta, de lo que sea. El chico trata de
defenderse de las acusaciones, pero la violencia de su novia lo intimida, ya
que ésta se despacha a gusto gritándole a la cara e insultándole de mil maneras
a cual más original. Finalmente, le agarra con sus manos y le suelta algún que
otro sopapo sin dejar de increparle.
¿Y qué estáis haciendo vosotros
mientras tanto? Probablemente os habréis dado la vuelta al oír el jaleo que está
montando la chica detrás de vosotros, pero lo más seguro es que os hayáis
encogido de hombros al ver la situación. ¿Una chica pegándole a un chico? ¿Y
qué? Eso no es nada. Ni siquiera es violencia. ¿Que el chico no se defiende?
Pues será porque es un calzonazos. O algo habrá hecho para que su novia se
ponga a darle de tortas con total impunidad. Por eso nadie se acerca para
apartar e increpar a la chica, ni para amenazarla con llamar a la Policía si no
deja de pegarle al chico. Por eso la chica sigue insultando y golpeando a su novio,
que trata de parar los golpes lo mejor que puede y agacha la cabeza, sabiendo
que nadie acudirá en su ayuda, que sobre él caerá el peso de la sociedad si se
atreve a levantar un dedo en contra de su chica, aunque sea en legítima
defensa. Es más, para él no existe la legítima defensa en este caso. Simple y
llanamente, está recibiendo su merecido.
¿A vosotros esto os parece justo?
Vivimos en una sociedad igualitaria que promulga que hombres y mujeres somos
iguales en derechos y obligaciones y, sin embargo, estáis viendo que las dos
situaciones que planteo son la misma, pero no actuamos igual ante cada una de
ellas. ¿Es porque no queremos meternos donde no nos llaman? ¿Es que estamos
desensibilizados ante la violencia? ¿O es porque sólo es violencia si es el
hombre el que la ejerce sobre la mujer? He aquí un buen ejercicio para
feministas implacables.
Seguramente muchos pensaréis que
estoy loca o que soy una machista. Tal vez incluso os estáis imaginando que he
sido criada en cierta ideología, esa en que la mujer parece haber sido
concebida para no aspirar a ser más que una fregona o una abnegada esposa para
su opresor marido. Bien, pues os equivocáis. Aunque he visto y oído muchas
chorradas machistas en el seno de mi familia, puedo presumir de ser una persona
de mentalidad abierta y tolerante. Pero es ante cosas como esta por las que todo
mi sistema de valores se tambalea y me veo obligada a recapacitar y a analizar
la situación. No voy a hablar, pues, de violencia de género. Voy a hablaros,
simple y llanamente, de violencia.
Pero antes, retrocedamos un poco
en la historia. El género femenino no lo ha tenido fácil a lo largo del tiempo
para conseguir unos derechos que ya le pertenecían per se, por tratarse de un ser humano como cualquier otro. Durante
siglos, la mujer fue sometida por el hombre en todos y cada uno de los aspectos
de su vida. La mujer, por el hecho de ser mujer, tenía que servir a su padre, a
su esposo o a su tutor legal y acatar su voluntad en todo lo que el hombre
ordenara. El hombre disponía de su vida como si fuera un perro: decidía lo que
tenía que aprender, lo que podía comer, cómo debía vestir, con quién se iba a
casar... La mujer era una eterna menor de edad que no tenía derecho alguno para
decidir qué quería hacer con su vida, porque ésta no le pertenecía. Si el
hombre le ordenaba hacer algo, ella tenía que obedecer: No salir de casa, parir
hasta que su cuerpo no aguantara más y ser, ante todo, una mujer silenciosa,
comedida y sumisa. En el caso de que la mujer no cumpliera sus obligaciones o
incluso se rebelara contra el hombre, éste tenía todo el derecho de golpearla
para que obedeciera. Esto no se consideraba un maltrato sino una “corrección”.
Si un hombre tenía que golpear a su mujer, seguramente sería porque era
necesario ya que, en otras circunstancias, él no tendría que hacerlo.
Afortunadamente, ya nadie
considera eso un medio de “corrección”, por lo menos en la cultura occidental.
Con el tiempo, la mujer ha conseguido hacerse oír y respetar, ha luchado y ha
salido adelante defendiendo lo que le pertenecía por derecho, y ha logrado
ocupar un puesto de igualdad frente al hombre con el que antes sólo podía
soñar. A día de hoy, muchas mujeres pueden denunciar el maltrato al que las
someten sus parejas sentimentales y cuentan con unos derechos y leyes que las
amparan y las protegen. El hombre y la mujer deben ser iguales ante la Ley, y
ninguno tiene estar por encima del otro.
Entonces, ¿por qué parece que las
mujeres ahora estamos por encima de los hombres, legalmente hablando?
De un tiempo a esta parte, he
empezado a ver por Facebook varios enlaces de periódicos digitales que hablaban
de hombres denunciando lo que para muchos todavía hoy es motivo de risa: Que
estaban siendo maltratados por sus parejas femeninas. Durante años habían
sufrido insultos y golpes de sus mujeres sin poder denunciarlas, ya que ni
siquiera la Policía les tomaba en serio. “¿Por qué no te defiendes?”, era la
frase que escuchaban con más frecuencia cuando por fin se decidían a denunciar
lo que les ocurría. Y ellos callaban y se daban la vuelta para marcharse,
comprendiendo que para ellos no había leyes que les protegieran del maltrato,
del odio que esas hembristas les profesaban sólo por ser hombres.
Aclaremos una cosa: Feminismo y
hembrismo no son términos sinónimos. La postura feminista aboga por la igualdad
entre hombres y mujeres, argumentando que tenemos los mismos derechos y deberes
ante la Ley y la sociedad. En cambio, el hembrismo es más radical. Se basa en
un desprecio absoluto por la figura del varón, visto como un ente dominante y
patriarcal, aduciendo que desde tiempos remotos se ha dedicado a ningunear y
maltratar a la mujer. Se observa cierto revanchismo en la ideología hembrista o
feminazi, como prefiráis llamarla, pues quienes comparten esta forma de pensar
defienden que una mujer se valga de las leyes que hoy en día la amparan contra
el maltrato para vengarse del hombre.
Hace unos años, hablando con el
novio de mi mejor amiga sobre este tema, llegamos a un punto de ligero
enfrentamiento. Yo le hablaba de la discriminación positiva que se les hacía a
las mujeres y la defendía diciendo que era lógico que a las mujeres a día de
hoy se las favoreciera más en el ámbito de las leyes, ya que durante mucho
tiempo habían sufrido de malos tratos y ahora tenían recursos para protegerse
de sus parejas maltratadoras. Pero él rebatió muy bien mis argumentos con una
sencilla frase:
Si a mi novia se le ocurriera ahora ir a la Policía y decir que yo le
he dado una bofetada, a mí me meterían en la cárcel. Si fuera yo contando que
ella me ha pegado, se reirían de mí.
Y tenía toda la razón. Me hizo
pensar mucho y también darme cuenta de lo poco que sabía sobre el maltrato
ejercido sobre el varón. ¿Es que no hay hombres maltratados por mujeres? Los
datos oficiales muestran que existe, aunque estos datos están incompletos por
la sencilla razón de que sólo figuran los hombres que denuncian el maltrato.
¿Qué pasa entonces con las víctimas que callan por vergüenza, por la lacra que
supone para un hombre ser golpeado por una mujer? Estamos tan acostumbrados a
verles como los machos dominantes que no nos paramos a pensar que son seres
humanos que pueden sufrir y llorar como cualquier otro. Ser hombres no les
convierte en maltratadores en potencia. Eso es lo que tenemos que aprender de
una vez.
La Ley tampoco les ayuda mucho en
este caso. En primer lugar, el mismo acto violento no se pena igual para los
miembros de ambos sexos. Si un hombre golpea a una mujer, es un delito; si una
mujer golpea a un hombre, es una falta. El hombre acusado de violento puede ser
recluido en el calabozo durante varias horas e incluso llevado a la cárcel si
se demuestra el maltrato, mientras que la mujer es raro que pise la prisión por
este motivo. Si la pareja tiene hijos, la mujer puede exigir la patria potestad
e impedir que su ex marido vea a sus hijos; para el hombre, esto es impensable
a menos que recurra al secuestro.
Aunque parezca una barbaridad,
existen mujeres que se aprovechan de estas leyes que las amparan contra el
maltrato para denunciar en falso a sus parejas y exprimirlas hasta las últimas
consecuencias (arruinarles económicamente, apartarles de sus hijos, provocar
que tengan antecedentes penales…). Y esto es muy grave, porque si alguien te
denuncia por maltrato pasas a tener antecedentes. Puede parecer una tontería,
ya que eso no comporta en un principio penas de cárcel, pero si tienes
antecedentes ya no puedes salir del país, no te permiten ejercer determinados
trabajos y quedas inhabilitado para estudiar algunas carreras. Además de que si
cometes una imprudencia (por ejemplo, que te pillen con unas copas de más al
volante), vas directamente a la cárcel, porque ya tienes antecedentes.
El maltrato a los hombres existe,
aunque nos empeñemos en no verlo. Y para muestra, un botón. Hace unos meses,
mientras veía con mi familia el programa Hay
Una Cosa que te Quiero Decir, salió un caso que me llamó mucho la atención.
Una chica fue al programa para solicitar un encuentro con su ex novio, al que
quería recuperar después de su ruptura. Explicó ante todos que habían tenido
algunas desavenencias, básicamente porque ella era un poquito celosa y
regañona. Hasta ahí todo normal. Lo fuerte vino cuando apareció su ex novio y
contó una versión muy distinta de la historia. Al parecer, no es que la chica
fuese un poquito celosa, sino que
tenía celos enfermizos de cualquier mujer que le mandara un mensaje a su novio.
No sólo le revisaba el móvil sin su permiso, sino que le montaba un espectáculo
por una tonta sospecha. La guinda del pastel fue la revelación que hizo el
chico al final de su relato: Que su ex novia lo había agredido varias veces
arrojándole cosas (incluso platos y vasos) con toda la intención de hacerle
daño. Me pareció muy curiosa la apostilla del presentador, el señor Jordi
González, quien justificó esa actitud diciendo que tal vez su chica había
actuado así por miedo a perderle y porque tenía un carácter un poco apasionado.
Y el chico respondió, con toda la razón del mundo, que eso no era ser apasionado:
Eso era ser violento.
Otro caso curioso lo presencié en
un programa completamente distinto. Entre los muchos programas sobre bodas con
que nos bombardean los fines de semana en la tele, había uno que se llamaba Novias al Borde de un Ataque de Nervios.
Si el título no os da una pista, ya os explico yo de qué trata el programa:
Básicamente son novias gritonas, maleducadas y propensas a ejercer la violencia
física si su boda no sale tal y como ellas la han planeado (uno de los grandes
misterios es saber cómo es posible que estas energúmenas hayan conseguido
encontrar a un hombre que las quiera). Uno de los casos era el de una novia que
tenía a su prometido completamente dominado y al que se complacía en humillar,
degradar y ultrajar en público. Le amenazaba con pegarle si le descubría
hablando con otras chicas, y cumplía su amenaza. Ni siquiera su propia hermana
podía abrazar a su prometido, no
fuera que entre los dos hubiese algún roce demasiado familiar. Los padres y los
amigos del chico estaban hartos de ella, y le instaban a que se lo pensara
mejor antes de dar el paso. El chico, apocado, acabó casándose con ella. Pero
es posible que estemos ante el matrimonio más corto de la historia, porque ya
en el banquete la novia se empecinó en echar a su suegro, y eso fue algo que el chico no consintió. Reconoció que probablemente
había cometido un gran error al casarse con ella y le insinuó que podrían
divorciarse en pocas horas si se empeñaba en seguir con sus caprichos. Al final
del programa, podíamos ver a la novia saliendo del restaurante a pasos
agigantados mientras gritaba “¡Los papeles todavía no están firmados!”.
Un detalle llamativo: Ambos casos
se tomaron como algo humorístico. En el primer caso, tanto el presentador como
el público reaccionaron con risitas cuando el hombre afirmó haber sufrido un
arrebato violento de su chica. En el segundo caso, el programa estaba pensado
claramente para que los televidentes nos echáramos unas risas viendo los
ataques de rabia de la flamante novia y la sumisión borreguil de su futuro
marido. No sé si el programa estaba amañado o no (podrían ser actores), pero
estoy casi segura de que no es así en el caso del programa de Telecinco, pues
son casos reales con gente normal y corriente. Pero es curioso que la primera
reacción del público sea reírse de que un hombre sea maltratado. ¿Es que la
violencia es motivo de risa? ¿No pondríamos el grito en el cielo si la agredida
hubiese sido una mujer? ¿Por qué no nos repugna que el hombre sea maltratado
por la mujer, si también es un acto de violencia? Os voy a decir por qué:
Porque todavía a día de hoy se nos educa en la creencia errónea de que la
violencia por parte del hombre, por tener más fuerza física, es peor que la
ejercida por una mujer. Después de todo, ¿le va a ganar una mujer a un hombre
en una pelea a puños y patadas? Pero eso no significa que no pueda hacerle daño
de mil maneras. ¿Acaso no le hace daño cuando busca la manera de arruinarle
para quedarse con todos sus bienes y hacerle vivir en la calle? ¿Acaso no le
hace daño cuando lo aparta de sus hijos y le impide verles y estar con ellos? Y
también están los golpes, bofetadas, patadas y escupitajos que el hombre
maltratado tiene que soportar en silencio, porque poner una denuncia es motivo
de risa.
Hasta ahora me he centrado sólo
en los casos de violencia. Pero, ¿qué pasa con el número de asesinatos a manos
de una ex pareja? Bien, es cierto que hay un número muy elevado de mujeres
asesinadas a manos de sus ex parejas, pero eso no quiere decir que no haya
hombres asesinados. En el año 2009 se han contabilizado 10 asesinatos de
hombres (pueden parecer pocos, pero un solo muerto ya es demasiado). De estos
asesinatos, 9 fueron cometidos por la mujer. Y que sepáis que, aunque la mujer
no sea la que se manche las manos empuñando un arma para matar a su marido,
siempre puede recurrir a la ayuda de sicarios, como en el tristemente célebre
asesinato de Miguel Ángel Salgado el 14 de marzo de 2007. Hay expertos que
aseguran que estos datos se quedan cortos, pues también en 2009 elevan el
número de hombres muertos a manos de su novia o esposa a 30 frente a las 52
mujeres asesinadas por su novio o esposo (vemos que la diferencia se reduce
bastante). A esto también hay que añadirle el elevado número de suicidios de
varones inmersos en un proceso de separación (630 en el año 2006). Y digo más:
En el mismo año, sólo en la Comunidad de Madrid hubo un total de 2.589 delitos
de violencia femenina sobre sus parejas masculinas.
Es por esto por lo que no podemos
quedarnos callados y mirar para otro lado. Da igual quién pegue a quién: La
violencia es violencia, y tiene que ser denunciada. Si el maltratado no se atreve,
denúncialo tú públicamente. Si eres testigo de un maltrato y no lo denuncias,
es como si te diera igual lo que le pase a la víctima. No seamos hipócritas. Un
golpe le duele a todo el mundo, sea hombre o mujer, y si no se defiende
probablemente es porque tiene miedo o porque no está en su naturaleza responder
con violencia.
Y, sobre todo, me gustaría llamar
la atención de esas mujeres que se dicen feministas pero que en realidad se
escudan en esa noble ideología para vengarse de sus ex parejas. Esas hembristas,
esas feminazis, son las que se aprovechan de una ley que protege a la mujer
realmente maltratada. Denuncian en falso y hacen que detengan al hombre; si se
descubre que han mentido, aquí no ha pasado nada. Se creen impunes, como si de
verdad tuvieran derecho a insultar, vejar y maltratar al hombre sólo por el
hecho de ser hombre. Si fueran feministas, querrían que ambos sexos fueran
considerados iguales, pero no es así porque ellas se consideran superiores a
los hombres. Lo peor es que la ley les da la razón. Y bastardizar de tal modo
una ley pensada para evitar el maltrato es indignante.
Os dejo aquí unos enlaces que podrían interesaros:
-http://www.rtve.es/noticias/20130811/hombres-maltratados/729222.shtml
-http://www.lanacion.com.ar/615490-hombres-golpeados-cuando-la-violencia-no-distingue-el-genero
-http://www.derechoycambiosocial.com/revista012/violencia%20familiar.htm
-http://www.hombres-maltratados.com/