viernes, 22 de mayo de 2015

La muerte de Ofelia






Uno de los cuadros más bellos del mundo del arte es sin duda La muerte de Ofelia, de John Everett Millais. Fue pintado en 1852, cuando el autor tenía tan sólo veintitrés años, y podemos contemplarlo en la actualidad en la Tate Britain de Londres. El cuadro representa una escena tan conocida como triste de Hamlet, obra de William Shakespeare, que es la muerte del personaje de Ofelia.

Fiel a los versos de Shakespeare, Millais capta en este lienzo el tránsito entre la vida y la muerte de Ofelia. Se trata de una visión revolucionaria de esta escena, ya que ningún otro artista antes que él se había atrevido a mostrarla tal como la vemos aquí. En este cuadro, Ofelia parece una muñeca flotante que invita al espectador a dedicar una mirada morbosa a la virginal muchacha. Flota en el río, rodeada de flores, abre sus manos y nos muestra un rostro sórdido: los ojos entornados, la boca entreabierta dejando escapar el último aliento de vida que le queda. Su rostro pálido, casi céreo. Asombra la serenidad de la figura, sobre todo si se tiene en cuenta la forma en que el personaje muere en la obra de Shakespeare.

Aunque Ofelia es la protagonista de la obra pictórica, su pequeña figura queda casi eclipsada por el despliegue de vegetación que la rodea. Las plantas, el agua estancada, las flores y los detalles del vestido funcionan como una especie de marco natural que envuelve el rostro emergente de Ofelia. Se ha interpretado que la forma abovedada del lienzo sugiere una especie de escenario teatral o también un indicio de cripta en plena naturaleza.

Las flores y plantas que Ofelia recoge en su delirio y que sirven de marco en su infeliz desenlace, guardan un significado oculto y simbólico, muy del gusto de los pintores prerrafaelitas. El sauce y las ortigas son símbolos de dolor, llanto y tristeza; las margaritas representan la inocencia y la fidelidad; el lirio, posteriormente convertido en el símbolo de Ofelia por excelencia, representa la virginidad, mientras que las orquídeas representan lo opuesto, la sexualidad; la amapola es la flor que Hamlet le regaló, y los ranúnculos son un símbolo de peligro. Todo en este lienzo supone una conjunción entre el amor y la muerte.

Como buen prerrafaelita, Millais presta una gran atención a la representación de la naturaleza. Se dice que buscó con gran ahínco una localización natural que correspondiese con la escena descrita por Shakespeare. La técnica pictórica que utilizó fue inventada por él mismo. Consistía en utilizar los colores puros sobre el fondo blanco todavía húmedo, de forma que los colores no se falsearan. Primero pintó el paisaje, el río, las plantas y las flores. Sobre ese fondo natural, pintó finalmente a Ofelia. Para ello se sirvió de la joven y bella modelo Elisabeth Siddal, a la que hizo posar, en pleno invierno, sumergida en una bañera que calentaba por debajo con lámparas de aceite para que no perjudicase su salud. Millais consiguió así dotar a su obra de una luminosidad y un realismo difíciles de imitar, provocando fascinación en quien se detiene a observar el cuadro.

La muerte de Ofelia es uno de los temas más recurrentes en la pintura del siglo XIX, repetidamente abordado por los prerrafaelitas, artistas ingleses entre los que están (aparte del propio Millais) William Holmant Hunt y Dante Gabriel Rossetti. La principal característica de este movimiento artístico es un constante regreso al pasado, en especial al pasado medieval, tan distinto del presente industrial y mercantilista en el que vivían y que abominaban. Los pintores prerrafaelitas, inflamados por las leyendas medievales, ahondan en lo primitivo de las formas pictóricas. Una cuidada elaboración, un detallismo extremo y una depuración técnica fueron sus señas de identidad. Religión y literatura son los temas que frecuentemente aparecen en sus obras. Se apartaron voluntariamente del academicismo por considerarlo convencional y forzado, y dotaron a sus lienzos de símbolos poéticos o de la tradición medieval. Fue esto lo que les otorgó un halo de misterio, pensado para crear un arte elitista, sólo al alcance de la comprensión de unos pocos iniciados, lo que les hizo ser nombrados precursores del Simbolismo.

viernes, 15 de mayo de 2015

Mujer contra hombre, la violencia invisible


Imaginaos por un momento la siguiente situación.

Una tarde cualquiera, vais por el parque dando un paseo. De repente, oís gritos muy cerca de donde estáis, así que os dais la vuelta para ver lo que está pasando. Entonces, veis a una pareja sentada en uno de los bancos del parque. El chico está muy alterado y se dedica a dar voces y a hacer aspavientos delante de su novia, que mantiene la cabeza gacha y no sabe dónde meterse. Es evidente que están teniendo una fuerte discusión. Es tal el griterío que no tardáis en enteraros del motivo de la disputa. Algo que tiene que ver con ciertas personas con las que ha estado la chica, quién era aquel con el que tanto hablaba… Incómodos, tratáis de no prestar atención a esa discusión que es de todo menos privada, y seguís a lo vuestro.

Pero entonces, ocurre. Por un momento creéis que vuestros oídos os engañan, pero sabéis que no es así. Los gritos del chico aumentan de volumen y su comportamiento es cada vez más violento con la chica. Al daros la vuelta para volver a mirar, veis cómo se lanza como una bestia sobre ella y amenaza con golpearla. Si en ese mismo instante no os ponéis de pie y os acercáis para separar a ese malnacido de la chica, es que no sois humanos. Nadie tiene ningún derecho de ponerle la mano encima a una mujer indefensa, y mucho menos un desgraciado con complejo de macho dominante que sólo quiere imponer su voluntad por la fuerza.

Por fortuna, todo termina bien. El chico se aparta de su llorosa novia y hace ademán de irse; probablemente se haya sentido intimidado por el tumulto que se ha formado a su alrededor, que le señala con dedo acusador y le recrimina su actitud. Finalmente, se aleja y la chica, a salvo por fin, agradece vuestra ayuda. Y vosotros os sentís felices y orgullosos de haber denunciado un presunto maltrato y haber cumplido con vuestro deber de buenos ciudadanos.

Bien. Ahora démosle la vuelta a la situación.

Imaginad por un segundo que la escena se invierte. La pareja es la misma, pero los roles han cambiado. La chica parece estar furiosa y discute a gritos con su novio, acusándole de ponerle los cuernos, de ser un hijo de puta, de lo que sea. El chico trata de defenderse de las acusaciones, pero la violencia de su novia lo intimida, ya que ésta se despacha a gusto gritándole a la cara e insultándole de mil maneras a cual más original. Finalmente, le agarra con sus manos y le suelta algún que otro sopapo sin dejar de increparle.

¿Y qué estáis haciendo vosotros mientras tanto? Probablemente os habréis dado la vuelta al oír el jaleo que está montando la chica detrás de vosotros, pero lo más seguro es que os hayáis encogido de hombros al ver la situación. ¿Una chica pegándole a un chico? ¿Y qué? Eso no es nada. Ni siquiera es violencia. ¿Que el chico no se defiende? Pues será porque es un calzonazos. O algo habrá hecho para que su novia se ponga a darle de tortas con total impunidad. Por eso nadie se acerca para apartar e increpar a la chica, ni para amenazarla con llamar a la Policía si no deja de pegarle al chico. Por eso la chica sigue insultando y golpeando a su novio, que trata de parar los golpes lo mejor que puede y agacha la cabeza, sabiendo que nadie acudirá en su ayuda, que sobre él caerá el peso de la sociedad si se atreve a levantar un dedo en contra de su chica, aunque sea en legítima defensa. Es más, para él no existe la legítima defensa en este caso. Simple y llanamente, está recibiendo su merecido.

¿A vosotros esto os parece justo? Vivimos en una sociedad igualitaria que promulga que hombres y mujeres somos iguales en derechos y obligaciones y, sin embargo, estáis viendo que las dos situaciones que planteo son la misma, pero no actuamos igual ante cada una de ellas. ¿Es porque no queremos meternos donde no nos llaman? ¿Es que estamos desensibilizados ante la violencia? ¿O es porque sólo es violencia si es el hombre el que la ejerce sobre la mujer? He aquí un buen ejercicio para feministas implacables.

Seguramente muchos pensaréis que estoy loca o que soy una machista. Tal vez incluso os estáis imaginando que he sido criada en cierta ideología, esa en que la mujer parece haber sido concebida para no aspirar a ser más que una fregona o una abnegada esposa para su opresor marido. Bien, pues os equivocáis. Aunque he visto y oído muchas chorradas machistas en el seno de mi familia, puedo presumir de ser una persona de mentalidad abierta y tolerante. Pero es ante cosas como esta por las que todo mi sistema de valores se tambalea y me veo obligada a recapacitar y a analizar la situación. No voy a hablar, pues, de violencia de género. Voy a hablaros, simple y llanamente, de violencia.

Pero antes, retrocedamos un poco en la historia. El género femenino no lo ha tenido fácil a lo largo del tiempo para conseguir unos derechos que ya le pertenecían per se, por tratarse de un ser humano como cualquier otro. Durante siglos, la mujer fue sometida por el hombre en todos y cada uno de los aspectos de su vida. La mujer, por el hecho de ser mujer, tenía que servir a su padre, a su esposo o a su tutor legal y acatar su voluntad en todo lo que el hombre ordenara. El hombre disponía de su vida como si fuera un perro: decidía lo que tenía que aprender, lo que podía comer, cómo debía vestir, con quién se iba a casar... La mujer era una eterna menor de edad que no tenía derecho alguno para decidir qué quería hacer con su vida, porque ésta no le pertenecía. Si el hombre le ordenaba hacer algo, ella tenía que obedecer: No salir de casa, parir hasta que su cuerpo no aguantara más y ser, ante todo, una mujer silenciosa, comedida y sumisa. En el caso de que la mujer no cumpliera sus obligaciones o incluso se rebelara contra el hombre, éste tenía todo el derecho de golpearla para que obedeciera. Esto no se consideraba un maltrato sino una “corrección”. Si un hombre tenía que golpear a su mujer, seguramente sería porque era necesario ya que, en otras circunstancias, él no tendría que hacerlo.

Afortunadamente, ya nadie considera eso un medio de “corrección”, por lo menos en la cultura occidental. Con el tiempo, la mujer ha conseguido hacerse oír y respetar, ha luchado y ha salido adelante defendiendo lo que le pertenecía por derecho, y ha logrado ocupar un puesto de igualdad frente al hombre con el que antes sólo podía soñar. A día de hoy, muchas mujeres pueden denunciar el maltrato al que las someten sus parejas sentimentales y cuentan con unos derechos y leyes que las amparan y las protegen. El hombre y la mujer deben ser iguales ante la Ley, y ninguno tiene estar por encima del otro.

Entonces, ¿por qué parece que las mujeres ahora estamos por encima de los hombres, legalmente hablando?

De un tiempo a esta parte, he empezado a ver por Facebook varios enlaces de periódicos digitales que hablaban de hombres denunciando lo que para muchos todavía hoy es motivo de risa: Que estaban siendo maltratados por sus parejas femeninas. Durante años habían sufrido insultos y golpes de sus mujeres sin poder denunciarlas, ya que ni siquiera la Policía les tomaba en serio. “¿Por qué no te defiendes?”, era la frase que escuchaban con más frecuencia cuando por fin se decidían a denunciar lo que les ocurría. Y ellos callaban y se daban la vuelta para marcharse, comprendiendo que para ellos no había leyes que les protegieran del maltrato, del odio que esas hembristas les profesaban sólo por ser hombres.

Aclaremos una cosa: Feminismo y hembrismo no son términos sinónimos. La postura feminista aboga por la igualdad entre hombres y mujeres, argumentando que tenemos los mismos derechos y deberes ante la Ley y la sociedad. En cambio, el hembrismo es más radical. Se basa en un desprecio absoluto por la figura del varón, visto como un ente dominante y patriarcal, aduciendo que desde tiempos remotos se ha dedicado a ningunear y maltratar a la mujer. Se observa cierto revanchismo en la ideología hembrista o feminazi, como prefiráis llamarla, pues quienes comparten esta forma de pensar defienden que una mujer se valga de las leyes que hoy en día la amparan contra el maltrato para vengarse del hombre.

Hace unos años, hablando con el novio de mi mejor amiga sobre este tema, llegamos a un punto de ligero enfrentamiento. Yo le hablaba de la discriminación positiva que se les hacía a las mujeres y la defendía diciendo que era lógico que a las mujeres a día de hoy se las favoreciera más en el ámbito de las leyes, ya que durante mucho tiempo habían sufrido de malos tratos y ahora tenían recursos para protegerse de sus parejas maltratadoras. Pero él rebatió muy bien mis argumentos con una sencilla frase:

Si a mi novia se le ocurriera ahora ir a la Policía y decir que yo le he dado una bofetada, a mí me meterían en la cárcel. Si fuera yo contando que ella me ha pegado, se reirían de mí.

Y tenía toda la razón. Me hizo pensar mucho y también darme cuenta de lo poco que sabía sobre el maltrato ejercido sobre el varón. ¿Es que no hay hombres maltratados por mujeres? Los datos oficiales muestran que existe, aunque estos datos están incompletos por la sencilla razón de que sólo figuran los hombres que denuncian el maltrato. ¿Qué pasa entonces con las víctimas que callan por vergüenza, por la lacra que supone para un hombre ser golpeado por una mujer? Estamos tan acostumbrados a verles como los machos dominantes que no nos paramos a pensar que son seres humanos que pueden sufrir y llorar como cualquier otro. Ser hombres no les convierte en maltratadores en potencia. Eso es lo que tenemos que aprender de una vez.

La Ley tampoco les ayuda mucho en este caso. En primer lugar, el mismo acto violento no se pena igual para los miembros de ambos sexos. Si un hombre golpea a una mujer, es un delito; si una mujer golpea a un hombre, es una falta. El hombre acusado de violento puede ser recluido en el calabozo durante varias horas e incluso llevado a la cárcel si se demuestra el maltrato, mientras que la mujer es raro que pise la prisión por este motivo. Si la pareja tiene hijos, la mujer puede exigir la patria potestad e impedir que su ex marido vea a sus hijos; para el hombre, esto es impensable a menos que recurra al secuestro.

Aunque parezca una barbaridad, existen mujeres que se aprovechan de estas leyes que las amparan contra el maltrato para denunciar en falso a sus parejas y exprimirlas hasta las últimas consecuencias (arruinarles económicamente, apartarles de sus hijos, provocar que tengan antecedentes penales…). Y esto es muy grave, porque si alguien te denuncia por maltrato pasas a tener antecedentes. Puede parecer una tontería, ya que eso no comporta en un principio penas de cárcel, pero si tienes antecedentes ya no puedes salir del país, no te permiten ejercer determinados trabajos y quedas inhabilitado para estudiar algunas carreras. Además de que si cometes una imprudencia (por ejemplo, que te pillen con unas copas de más al volante), vas directamente a la cárcel, porque ya tienes antecedentes.

El maltrato a los hombres existe, aunque nos empeñemos en no verlo. Y para muestra, un botón. Hace unos meses, mientras veía con mi familia el programa Hay Una Cosa que te Quiero Decir, salió un caso que me llamó mucho la atención. Una chica fue al programa para solicitar un encuentro con su ex novio, al que quería recuperar después de su ruptura. Explicó ante todos que habían tenido algunas desavenencias, básicamente porque ella era un poquito celosa y regañona. Hasta ahí todo normal. Lo fuerte vino cuando apareció su ex novio y contó una versión muy distinta de la historia. Al parecer, no es que la chica fuese un poquito celosa, sino que tenía celos enfermizos de cualquier mujer que le mandara un mensaje a su novio. No sólo le revisaba el móvil sin su permiso, sino que le montaba un espectáculo por una tonta sospecha. La guinda del pastel fue la revelación que hizo el chico al final de su relato: Que su ex novia lo había agredido varias veces arrojándole cosas (incluso platos y vasos) con toda la intención de hacerle daño. Me pareció muy curiosa la apostilla del presentador, el señor Jordi González, quien justificó esa actitud diciendo que tal vez su chica había actuado así por miedo a perderle y porque tenía un carácter un poco apasionado. Y el chico respondió, con toda la razón del mundo, que eso no era ser apasionado: Eso era ser violento.

Otro caso curioso lo presencié en un programa completamente distinto. Entre los muchos programas sobre bodas con que nos bombardean los fines de semana en la tele, había uno que se llamaba Novias al Borde de un Ataque de Nervios. Si el título no os da una pista, ya os explico yo de qué trata el programa: Básicamente son novias gritonas, maleducadas y propensas a ejercer la violencia física si su boda no sale tal y como ellas la han planeado (uno de los grandes misterios es saber cómo es posible que estas energúmenas hayan conseguido encontrar a un hombre que las quiera). Uno de los casos era el de una novia que tenía a su prometido completamente dominado y al que se complacía en humillar, degradar y ultrajar en público. Le amenazaba con pegarle si le descubría hablando con otras chicas, y cumplía su amenaza. Ni siquiera su propia hermana podía abrazar a su prometido, no fuera que entre los dos hubiese algún roce demasiado familiar. Los padres y los amigos del chico estaban hartos de ella, y le instaban a que se lo pensara mejor antes de dar el paso. El chico, apocado, acabó casándose con ella. Pero es posible que estemos ante el matrimonio más corto de la historia, porque ya en el banquete la novia se empecinó en echar a su suegro, y eso fue algo que el chico no consintió. Reconoció que probablemente había cometido un gran error al casarse con ella y le insinuó que podrían divorciarse en pocas horas si se empeñaba en seguir con sus caprichos. Al final del programa, podíamos ver a la novia saliendo del restaurante a pasos agigantados mientras gritaba “¡Los papeles todavía no están firmados!”.

Un detalle llamativo: Ambos casos se tomaron como algo humorístico. En el primer caso, tanto el presentador como el público reaccionaron con risitas cuando el hombre afirmó haber sufrido un arrebato violento de su chica. En el segundo caso, el programa estaba pensado claramente para que los televidentes nos echáramos unas risas viendo los ataques de rabia de la flamante novia y la sumisión borreguil de su futuro marido. No sé si el programa estaba amañado o no (podrían ser actores), pero estoy casi segura de que no es así en el caso del programa de Telecinco, pues son casos reales con gente normal y corriente. Pero es curioso que la primera reacción del público sea reírse de que un hombre sea maltratado. ¿Es que la violencia es motivo de risa? ¿No pondríamos el grito en el cielo si la agredida hubiese sido una mujer? ¿Por qué no nos repugna que el hombre sea maltratado por la mujer, si también es un acto de violencia? Os voy a decir por qué: Porque todavía a día de hoy se nos educa en la creencia errónea de que la violencia por parte del hombre, por tener más fuerza física, es peor que la ejercida por una mujer. Después de todo, ¿le va a ganar una mujer a un hombre en una pelea a puños y patadas? Pero eso no significa que no pueda hacerle daño de mil maneras. ¿Acaso no le hace daño cuando busca la manera de arruinarle para quedarse con todos sus bienes y hacerle vivir en la calle? ¿Acaso no le hace daño cuando lo aparta de sus hijos y le impide verles y estar con ellos? Y también están los golpes, bofetadas, patadas y escupitajos que el hombre maltratado tiene que soportar en silencio, porque poner una denuncia es motivo de risa.

Hasta ahora me he centrado sólo en los casos de violencia. Pero, ¿qué pasa con el número de asesinatos a manos de una ex pareja? Bien, es cierto que hay un número muy elevado de mujeres asesinadas a manos de sus ex parejas, pero eso no quiere decir que no haya hombres asesinados. En el año 2009 se han contabilizado 10 asesinatos de hombres (pueden parecer pocos, pero un solo muerto ya es demasiado). De estos asesinatos, 9 fueron cometidos por la mujer. Y que sepáis que, aunque la mujer no sea la que se manche las manos empuñando un arma para matar a su marido, siempre puede recurrir a la ayuda de sicarios, como en el tristemente célebre asesinato de Miguel Ángel Salgado el 14 de marzo de 2007. Hay expertos que aseguran que estos datos se quedan cortos, pues también en 2009 elevan el número de hombres muertos a manos de su novia o esposa a 30 frente a las 52 mujeres asesinadas por su novio o esposo (vemos que la diferencia se reduce bastante). A esto también hay que añadirle el elevado número de suicidios de varones inmersos en un proceso de separación (630 en el año 2006). Y digo más: En el mismo año, sólo en la Comunidad de Madrid hubo un total de 2.589 delitos de violencia femenina sobre sus parejas masculinas.

Es por esto por lo que no podemos quedarnos callados y mirar para otro lado. Da igual quién pegue a quién: La violencia es violencia, y tiene que ser denunciada. Si el maltratado no se atreve, denúncialo tú públicamente. Si eres testigo de un maltrato y no lo denuncias, es como si te diera igual lo que le pase a la víctima. No seamos hipócritas. Un golpe le duele a todo el mundo, sea hombre o mujer, y si no se defiende probablemente es porque tiene miedo o porque no está en su naturaleza responder con violencia.

Y, sobre todo, me gustaría llamar la atención de esas mujeres que se dicen feministas pero que en realidad se escudan en esa noble ideología para vengarse de sus ex parejas. Esas hembristas, esas feminazis, son las que se aprovechan de una ley que protege a la mujer realmente maltratada. Denuncian en falso y hacen que detengan al hombre; si se descubre que han mentido, aquí no ha pasado nada. Se creen impunes, como si de verdad tuvieran derecho a insultar, vejar y maltratar al hombre sólo por el hecho de ser hombre. Si fueran feministas, querrían que ambos sexos fueran considerados iguales, pero no es así porque ellas se consideran superiores a los hombres. Lo peor es que la ley les da la razón. Y bastardizar de tal modo una ley pensada para evitar el maltrato es indignante.


Os dejo aquí unos enlaces que podrían interesaros:

-http://www.rtve.es/noticias/20130811/hombres-maltratados/729222.shtml

-http://www.lanacion.com.ar/615490-hombres-golpeados-cuando-la-violencia-no-distingue-el-genero

-http://www.derechoycambiosocial.com/revista012/violencia%20familiar.htm

-http://www.hombres-maltratados.com/

viernes, 8 de mayo de 2015

Vocación equivocada


Algunas tardes, cuando voy a la biblioteca a estudiar, me gusta volver a casa caminando mientras escucho música. Es algo que me relaja y me hace sentir mejor. Tanto me agrada la paz de esos momentos que paso a solas conmigo misma, que hoy, por ejemplo, llegué a casa caminando al ritmo de Wonderwall de Oasis mientras esbozaba una gran sonrisa. Pero fue en ese momento cuando me di cuenta de que era la primera vez en muchas semanas que sonreía de verdad. Una sonrisa sincera, espontánea, de auténtica. Un gesto de felicidad.

Es un poco triste tener que admitir que algo tan sencillo como sonreír me cueste tanto, pero últimamente mi pesimismo me permite hacer muy poco más. Mis allegados y aquellos que me siguen por Facebook ya saben la razón de mi malestar, porque no hago más que dejar constancia de la desazón que me produce el máster que estoy estudiando y que (maldito sea!) me gustaría dejar aparcado en un rincón oscuro donde no pueda volver a verle. 

¿Cómo he llegado a esta situación? Empecemos por el principio.

Antes de hablar de las razones que me llevaron a elegir estudiar el Máster Docente, os explicaré algunas cosas sobre mí para que entendáis un poco mejor mi postura, aunque no la compartáis. Desde siempre he sido una persona bastante nerviosa, de esas chicas a las que les afecta todo. Imaginaos a una chica que siempre ha sido una niña buena, que nunca ha roto un plato en su vida, que buscaba en todo momento la aprobación de los adultos más cercanos a ella, ya fuesen sus padres o sus maestros. Esa niña era yo, y sigo siéndolo en muchos aspectos. El ojito derecho de los profesores, la que siempre llevaba los deberes bien limpios y cuidados. Pero también la que se achantaba cuando alguien le decía que había cometido un error y la que se echaba a llorar cuando suspendía una asignatura. En vez de asimilar esos fallos y aprender de ellos, mi forma de ver las cosas era considerar que era una tonta y que todos se sentirían muy decepcionados conmigo, porque no era la niña lista y aplicada que pensaban que era.

El crecer cambió un poco ese punto de vista, pero tampoco demasiado. Aunque nadie me ha presionado ni se ha sorprendido por tener algún suspenso de vez en cuando, esa sensación sigue dentro de mí. Tengo un miedo atroz a decepcionar a la gente, aunque sea por una nimiedad. Siempre pienso que me odiarán o que se sentirán tristes por no ser yo lo que esperaban. Sé que es una tontería, pero explica gran parte de lo que me ha llevado a esta situación. Por culpa de ese miedo cerval a decepcionar a los demás, he llegado a cometer errores muy graves. El mayor de ellos lo estoy sufriendo ahora mismo.

Cuando terminé la carrera de Historia, tenía muy claro que quería estudiar un máster. Elegí el más apropiado, pues en mi universidad se podía cursar uno que estaba centrado exclusivamente en la Edad Media. Fue un año intenso y cargado de trabajos, pero recuerdo que los hacía de muy buena gana. Estaba agobiada, sí, pero no me sentía mal porque era lo que yo quería estudiar. La Historia me encanta; es mi vida, es lo que más me gusta en este mundo. Así que, aunque me tiré esos meses yendo de una biblioteca a otra, cargada de libros y pegada todos los días al ordenador para escribir un trabajo tras otro, no me importó el tiempo invertido. El resultado fue que saqué muy buenas notas, aprendí muchísimo y escribí un trabajo final bastante bueno y del que me siento muy orgullosa.

Lo peor vino después. Tras un año intentando mirarme unas oposiciones que al final no salieron, y viendo que no conseguía trabajo, tuve que volver a casa de mi madre y tratar de hacer algo. Me metí a un par de idiomas y conseguí sacarme el Básico de alemán y el Intermedio de inglés, lo cual no está nada mal. Pero en mi casa empezaron a insistirme para que hiciera algo más. Los idiomas están muy bien, se me decía, pero no se puede basar una vida sólo en eso. Tenía que buscarme la vida y, si no había trabajo, había que seguir estudiando. Pero lo que tenían en mente para mí eran las oposiciones, concretamente las de profesorado de secundaria.

Yo nunca he querido ser profesora. Aunque en un principio pueda parecer que si estudias la carrera de Historia es porque tienes pensado dedicarte a la enseñanza, ese nunca fue mi objetivo. No tengo vocación de profesora. No la tengo y punto, no le busquemos tres pies al gato. Estudié Historia porque me gustaba leer e investigar períodos y acontecimientos históricos, escribir sobre ellos, intentar saber más. Nunca me he parado a pensar en lo que haría después. Quizá porque para mí era suficiente con estudiar lo que me gustaba, porque para trabajar me serviría cualquier cosa. Os digo una cosa: Yo sería más feliz trabajando en cualquier parte antes que dedicándome a algo que no va conmigo para nada, aunque el sueldo fuese mayor.

Sin embargo, la insistencia fue cada vez mayor. De repente, casi todo mi entorno opinaba que debería estudiar el Máster Docente para presentarme a unas oposiciones y sacarme una plaza para formar parte del funcionariado de este país (como si eso fuera llegar y besar el santo, ¡ja!). Todos empezaron a posicionarse en mi contra. Al ver que yo seguía en mis trece de no meterme al máster docente, consideraron que lo mío era cabezonería, que actuaba así por puro capricho de niña tonta y que en el fondo no estudiaba el máster porque quería (y cito textualmente) vivir de rentas el resto de mi vida. Estando así las cosas, la presión fue demasiada para mí. Empecé a pensar que los decepcionaría a todos si no hacía lo que me decían. Y caí.

El día que "decidí" matricularme en el Máster Docente cometí uno de los peores errores de mi vida, y siempre me arrepentiré por haber cedido. Dicen que no se debe estudiar aquello que no va contigo, y yo soy la prueba viviente de que eso es verdad, pues nunca me he sentido tan desdichada en mi vida. Si hubiera elegido hacerlo presencial, como debería ser, hubiera tenido una oportunidad de llevar las cosas de otra manera. Pero, por tratar de ahorrarme unas pelillas y no gastar demasiado fuera de casa, decidí probar suerte con el Máster de Profesorado que imparte la Uned. Ese fue mi segundo y gran error.

El Máster Docente de la Uned es uno de los peores másters que he visto jamás. Cuando termine este curso, dejaré aquí un post detallando punto por punto todos los fallos y problemas que le veo, que no son pocos. De momento, baste decir que la organización, el sistema de estudio, la incompatibilidad de estudiar y trabajar al mismo tiempo, y la exagerada cantidad de trabajos que piden para aprobar una asignatura de dos créditos de mierda me han convertido en la persona más infeliz del mundo.

Desde que empecé este máster, el mundo se me ha venido encima como una losa. Es una maldita piedra que llevo atada al cuello y que cada vez me cuesta más arrastrar. No hay ni una asignatura, ni una sola, que me guste o me interese en modo alguno. No tengo incentivos para estudiar los tropecientos temas que me caerán en los exámenes. Los apuntes están plagados de términos que no entiendo, que no entenderé jamás ni aunque me los explicaran. He tenido que escribir trabajos que no me decían nada, sin pasión alguna por la temática que estaba tratando de desarrollar, sin ganas, bufando a cada rato y distrayéndome a cada momento para evitar tener que enfrentarme de nuevo a ese interminable trabajo. Así, poco a poco, empecé a sentirme cada vez más débil anímicamente. No tenía ganas de hacer nada, y cada vez me sentía más desganada. Aunque comía bien, los nervios podían conmigo y empecé a adelgazar. Mi sueño también se resintió, porque mis nervios (mi temor a no cumplir las expectativas de mis padres, más bien) me impedían dormir con tranquilidad. He llegado a sufrir ataques de pánico y alguna que otra taquicardia. El estallido sucedió hace un par de días, cuando mi madre me vio la cara de disgusto que tenía y yo no pude más. Me deshice en lágrimas de impotencia y declaré vehementemente lo que tantas veces había repetido meses atrás: Que no podía con ese dichoso máster, que estaba acabando conmigo y que prefería hacer cualquier cosa antes que estudiar para ser algo que nunca he querido ser.

Aunque mis padres me quieren mucho y se preocupan por mí, debo decir que nunca han sido las personas más empáticas del mundo. No conciben que, después de pasarme toda una vida haciendo exámenes, siga poniéndome nerviosa ante la cercanía de una prueba de esa clase. Tampoco entienden mi estado de nerviosismo, y se limitan a sugerirme que me calme. Como si eso fuera a solucionar mis problemas. Repito: sé lo mucho que se preocupan por mi bienestar, pero eso no me ayuda a sentirme mejor.

Ahora mismo no soy una persona feliz. Me siento tan presionada que me duele la cabeza a todas horas, me cuesta dormir y tengo un nudo perpetuo en la garganta. Lo único que quiero es darle la espalda a este máster que nunca quise hacer e irme a algún lugar donde no pueda seguirme. Sé que eso sería huir de mis problemas, algo que nunca he hecho, pero ahora no veo otra solución posible. O eso, o volverme completamente loca. Esto me llena de angustia, esa misma angustia que sienten los animales que han sido enjaulados y que son conminados a que se porten bien si quieren recibir una palmadita cariñosa en la cabeza. Me repugna el no haber tenido la fuerza para negarme a lo que desde el principio supe que era un error, de no haber tenido valor para decir "no, no quiero estudiar para ser profesora porque no tengo vocación". Ahora estoy pagando las consecuencias de ese error (mi error) con un malestar que crece día a día y que no tiene visos de terminar.

Sólo parece desvanecerse cuando, de regreso a casa, escucho una canción que me hace sonreír. Un breve instante de felicidad que no tarda en esfumarse.

lunes, 4 de mayo de 2015

Bueno, malo o neutral - Los Nueve Alineamientos


¡Hola a todos!

Hace un tiempo, hablando con una amiga acerca de los personajes de varias novelas de ficción, empezamos un debate para clasificar a algunos de ellos en las categorías de Bueno, Neutral y Malvado. Haciendo esto, nos dimos cuenta de que un personaje bueno no tiene por qué ser bueno todo el tiempo, o que un personaje en esencia “malo” también puede tener su corazoncito y estar dispuesto a hacer de todo con tal de proteger lo que considera suyo. Supongo que, en el fondo,  buenos y malos no son tan distintos: todos queremos proteger aquello que amamos. La diferencia está en los métodos que uno y otro utilizan para lograrlo.

El caso es que, mucho después de que acabara el debate, seguí dándole vueltas a este asunto y empecé a pensar en muchos personajes que conozco para ver si podía clasificarlos. Y me pareció un ejercicio muy útil porque, como escritora novata, quiero que mis personajes estén bien definidos y sean reconocibles para todo el que me lea en el futuro.

En la entrada de hoy, me gustaría dejaros la clasificación de personajes según su forma de actuar ante determinadas situaciones. Aunque está en principio pensada para los personajes de juegos de rol, es imposible no reconocer a algunos de nuestros personajes favoritos dentro de alguna de estas categorías. Las tres grandes clasificaciones son Bueno, Neutral y Malvado, pero veréis que cada una se divide en otros tres apartados que dan cabida a multitud de personajes que tal vez no sabíais dónde encuadrarlos.


BUENO

  • Legal – Bueno (El Cruzado): Este tipo de personajes básicamente creen que el mundo es bueno, la ley es buena y que la principal razón de su existencia es la de servir a los demás. Estos son los caballeros de brillante armadura, los paladines, etc. Para ellos, practicar el Bien es un deber moral. Creen en la honestidad, la compasión y el deber de proteger a los más débiles.
Ejemplos: Sturm Brightblade de Crónicas de la Dragonlance, el héroe Superman o Brienne de Tarth de Canción de Hielo y Fuego.

  • Neutral – Bueno (El Bienhechor): Son personajes que ayudan a otros, pero que no se sienten atados por el orden, aunque tampoco lo rechazan. Este tipo de personaje es bueno por naturaleza, no por imperativo moral. Es decir, que no considera un deber el ser bueno, sino que simplemente lo es.
Ejemplos: Gandalf de El Señor de los Anillos, Dumbledore de Harry Potter o Eddard Stark de Canción de Hielo y Fuego.

  • Caótico – Bueno (El Rebelde): Rebeldes y espíritus libres que luchan por el Bien pero a su manera, sin importar las reglas que se lo impidan. Tienden a creer que el orden y la ley impiden hacer el Bien, ya que no favorecen a los oprimidos. Se les suele encontrar luchando contra tiranos y opresores.
Ejemplos: Diego de la Vega de El Zorro, el héroe Batman o Robin Hood.



NEUTRAL

  • Legal – Neutral (El Juez): Este tipo de personaje utiliza la ley como brújula moral. La ley es lo que dicta el Bien y el Mal, y actuará siempre siguiendo este principio. Es un personaje justo, pero intransigente. Del mismo modo que arrestará a un ladrón o ejecutará a un violador, también será capaz de desahuciar a una familia si no puede pagar lo que debe y sin importarle si no tiene a dónde ir.
Ejemplos: Stannis Baratheon de CDHYF o el Inspector Javert de Los Miserables.

  • Neutral (El Indeciso): Indeciso por elección o por naturaleza. De este personaje existen dos variantes: el que es neutral por mantener el equilibrio y al que simplemente no le importa nada. Juzgará cada situación sin tener preferencia por el Bien o por el Mal, por el orden o el caos. La mayoría de los personajes pertenecen a esta categoría.

  • Caótico – Neutral (El Espíritu Libre): Este personaje es el verdadero espíritu libre, aunque también se le puede considerar un lunático. No se ve atado por el orden o por las leyes sociales, ni se ve obligado a practicar el Bien o el Mal, sino que recurre a ambos bandos cuando y como le conviene.
Ejemplos: Jack Sparrow de Piratas del Caribe o Floki de Vikingos.



MALVADO

  • Legal – Malvado (El Tirano): Tirano y opresor. Cree que la ley es más importante que el Bien y la explotará para sus propios beneficios. Para este personaje, el orden es importante, pero no da cabida para la compasión.
Ejemplos: El doctor Moriarty de Sherlock Holmes, la profesora Umbridge de Harry Potter o Tywin Lannister de CDHYF.

  • Neutral – Malvado (El Dominador): Intrigante y taimado. Sólo se preocupa por sí mismo y por obtener sus propios fines. Puede llegar a ser más peligroso que el Caótico – Malvado por la sencilla razón de que es impredecible, nunca se sabe cuál va a ser su próximo movimiento.
Ejemplos: Raistlin Majere de Crónicas de la Dragonlance o Meñique de CDHYF.

  • Caótico – Malvado (El Destructor): El agente destructor por antonomasia. Representa el poder absoluto, la necesidad imperiosa de hacer daño. Hará lo que quiera, cuando quiera y como quiera. Destruirá todo lo que se le ponga a tiro. Matará, torturará y violará por puro placer. Sencillamente, no tiene un código moral establecido.
Ejemplos: Álex de La naranja mecánica, Morgoth de El Silmarillion.



Estas son las categorías en las que caen prácticamente todos los personajes que conocemos. Algunas pueden resultar un poco confusas porque hay personajes que no se sabe si actúan por instinto o por obligación, si respetan el orden o prefieren el caos. A veces es algo complicado encuadrar a un personaje en alguna de estas categorías, pero si os fijáis un poco conseguiréis hacerlo.

viernes, 1 de mayo de 2015

La Princesa del mes: Bella


¡Hola a todos!

El año avanza rápidamente, como podéis ver, porque ya hemos llegado al mes de mayo y parece que sólo hayan pasado un par de semanas. Como quien no quiere la cosa, hemos llegado al mes de la primavera por excelencia, aunque eso depende del sitio, porque aquí en Galicia la primavera es algo que se considera una leyenda urbana debido en gran parte a que llueve mucho y los escasos días que luce el sol, resulta que no calienta. En fin...

Empieza también el mayor trajín de mi máster, que estoy deseando terminar de una vez (aunque eso no será posible por ahora, porque tengo que ir a septiembre). Pero también es época de buenas noticias, porque he decidido, después de mucho reflexionar y darle vueltas al asunto, tratar de autopublicar en Amazon. Así que, cuando tenga todas las cosas en orden, probablemente podréis encontrar mi novela a la venta, ^^*! ¡Deseadme suerte!

Ahora vamos a lo que vamos, que es la presentación de la princesa Disney de este mes, que además es mi favorita de todo el año.


Bella




Nombre: Bella
Rango: Princesa por matrimonio
País: Francia
Edad: 17 años
Familia:
-          Maurice (padre)
-          Madre (fallecida)

Amigos:
-          Lumière
-          Din Don
-          Señora Potts
-          Chip

Esposo: Príncipe Adam (la Bestia)
Canción: Madame Gastón


Érase una vez, en un país muy lejano, un joven príncipe que vivía en su resplandeciente castillo. Aunque rico y poderoso, el príncipe tenía el defecto de ser demasiado egoísta y consentido. Una noche de invierno, llegó a su castillo una anciana que le ofreció una sencilla rosa a cambio de que le permitiera resguardarse del terrible frío. Pero el príncipe, asqueado por el repulsivo aspecto de la anciana, despreció la rosa y la expulsó de allí. La anciana se transformó entonces en una bellísima hechicera y decidió imponerle al príncipe un castigo ejemplar. Por dejarse llevar únicamente por las apariencias, la hechicera lo convirtió en una bestia monstruosa y lo condenó a tener ese aspecto hasta que cayera el último pétalo de la rosa mágica que ella le había ofrecido. Si al cumplir los veintiún años había aprendido a amar a una mujer y ganarse a cambio su amor antes de que cayera el último pétalo, podría recuperar su aspecto normal; si no, permanecería condenado a ser una bestia hasta el fin de sus días.

Los años pasaron y la Bestia, encerrada en su castillo, acabó por convencerse de que el hechizo nunca se rompería, ya que nadie sería capaz de amar a un monstruo tan horrible y espantoso.

En un pueblo alejado del castillo, la vida discurre con normalidad y alegría para sus habitantes. Bella, una hermosa jovencita, vive allí con su padre Maurice, el inventor. Bella es una joven considerada muy peculiar entre sus vecinos, ya que le gusta mucho leer y rechazar las propuestas de matrimonio de Gastón, un petulante cazador que está muy acostumbrado a tener todo lo que quiere. Bella incluso se siente extraña en el pueblo, ya que tiene la sensación de no pertenecer a ese lugar.

Un día, Maurice consigue llevar a término una máquina que va a presentar en la feria de inventos con la esperanza de ganar un premio y convertirse en un inventor de renombre. Pero durante el camino, una manada de lobos le persigue, pierde a su caballo y ha de huir para ponerse a salvo. El único lugar en el que encuentra refugio es el castillo de la Bestia, aunque ignora qué monstruo vive en ese palacio. Cuando la Bestia descubre a Maurice, reacciona brutalmente encerrando al pobre hombre en un calabozo.

Cuando Bella descubre que el caballo de su padre ha regresado a casa sin su jinete, parte en busca de su padre. Al llegar al castillo, descubre que su padre ha sido encarcelado por la Bestia, un monstruoso ser que la llena de terror. Bella, sabiendo que su padre podría enfermar y morir si se quedara en los calabozos, le propone un trato a la Bestia: cambiarse por su padre. La Bestia, que se da cuenta de que Bella podría ser su última oportunidad para romper el hechizo, acepta. Le permite a Bella ir a cualquier lugar del castillo, salvo al ala oeste, lugar donde están las dependencias privadas del amo del castillo. Los sirvientes del castillo, convertidos en objetos por causa del hechizo, se convierten en los mejores amigos de Bella y la atienden en todas sus necesidades.

En el pueblo, Maurice pide ayuda a los vecinos para que vayan con él a rescatar a su hija Bella. Pero Gastón y los demás se ríen de él y de sus ideas sobre el monstruo que vive en un castillo. Gastón incluso tiene un plan para conseguir la mano de Bella: Acusará a Maurice de estar loco y hará que le encierren en un manicomio, a menos que la chica se case con él.

Mientras tanto, en el castillo, Bella desobedece la orden de la Bestia y se adentra en el ala oeste. En una habitación desvencijada descubre la rosa mágica flotando en el interior de una campana de cristal. Y, cuando está a punto de tocarla, la Bestia aparece y la expulsa del castillo entre gritos de furia. Bella huye bajo una tormenta de nieve, pero una manada de lobos la descubre y la ataca. Justo cuando está a punto de ser devorada por los lobos, la Bestia acude en su ayuda y espanta a los lobos, aunque sufre algunas heridas. Incapaz de dejarle abandonado bajo la tormenta, Bella lo lleva de vuelta al castillo y lo cura.

A partir de entonces, la relación entre ambos cambia. La Bestia se siente conmovida por el desvelo de Bella y quiere hacer algo para hacerla feliz. A sugerencia de Lumière y Din Don, la Bestia le enseña a Bella su inmensa biblioteca y se la regala. Con el paso de los días, Bella y la Bestia empiezan a llevarse cada vez mejor y a compartir muchos momentos de felicidad. Tanto uno como otro se dan cuenta de que están empezando a sentir algo muy especial, y eso queda de manifiesto durante la noche en que Bella y la Bestia comparten una velada romántica. Después del baile, Bella confiesa a la Bestia que es feliz, pero que sigue añorando mucho a su padre. La Bestia entonces le ofrece su espejo mágico, con el que puede ver cualquier cosa que desee, y Bella descubre, horrorizada, que su padre ha ido solo a buscarla al castillo y que está enfermo y perdido en el bosque. Sabiendo que no podrá detenerla y, como desea más que nada su felicidad, la Bestia permite a Bella que se marche con su padre, a pesar del dolor que le produce su marcha.

Bella encuentra a Maurice y lo lleva de vuelta a la aldea, pero las gentes del pueblo acuden en multitud para llevarse a Maurice al manicomio. Gastón le ofrece su ayuda a Bella si accede a casarse con él, pero ella se niega. Los aldeanos se ríen de Maurice al oírle divagar sobre el aspecto de la Bestia. Para demostrar que dice la verdad, Bella utiliza el espejo mágico para mostrarles que la Bestia es real, añadiendo que es un ser gentil y bueno. Gastón, a quien no se le escapa el afecto que Bella siente por la Bestia, la acusa también de estar loca e incita a la multitud a ir al castillo para matar a la Bestia. Para impedir que le avisen del peligro, Gastón encierra a Bella y a su padre en un sótano y lidera a la muchedumbre.

Cuando los sirvientes del castillo ven llegar a los aldeanos armados y con antorchas, se preparan para defender su hogar. Se desata entonces una feroz batalla en el interior del castillo, de la que resultan vencedores los sirvientes. Sin embargo, Gastón consigue escapar del tumulto, encuentra a la Bestia en su habitación y le dispara una flecha en la espalda. Gastón sigue atacando sin piedad a la Bestia, hasta llevarla a los tejados del castillo. La Bestia, desolada por la marcha de Bella, no opone resistencia alguna ni hace el menor intento por defenderse. Gastón arranca un pedazo de una estatua y amenaza con matar a la Bestia, pero Bella, que había sido liberada por el pequeño Chip, aparece en ese momento, lo que despierta en la Bestia el deseo de defenderse y luchar. 

La pelea continúa en los tejados del castillo, hasta que la Bestia consigue capturar a Gastón y amenaza con arrojarlo al vacío. Ante las súplicas de Gastón, la Bestia accede a dejarle vivir, pero le ordena que se marche. Bella llega por fin al balcón y llama a la Bestia, que siente una gran felicidad por su regreso. Pero en ese momento, Gastón ataca a la Bestia por la espalda clavándole un puñal, aunque no disfruta de su triunfo por mucho tiempo, porque pierde el equilibrio y se pierde para siempre en el vacío.

Bella intenta tranquilizar a la Bestia que, malherida, se despide cariñosamente de ella antes de expirar. Desolada, Bella llora sobre su cuerpo inerte y le confiesa que le ama; justo entonces, el último pétalo de la rosa mágica pierde su brillo y cae. De pronto, unas luces extrañas empiezan a caer del cielo y un extraño poder envuelve a la Bestia, transformándole por completo. Sus garras se convierten en manos, sus zarpas se transforman en pies y su rostro vuelve a ser humano una vez más. La Bestia vuelve a ser el hermoso príncipe que había sido antaño, aunque Bella no logra reconocerle; sólo sus inconfundibles ojos azules la convencen de que es el hombre del que se había enamorado. En el momento en que ambos se besan, la maldición se rompe por completo y todo regresa a la normalidad. A partir de entonces, en el castillo todo fue felicidad.