viernes, 24 de abril de 2015

Reflexiones de una escritora desvelada


Una cosa que me pasa muy a menudo es que mi cerebro suele ir por cuenta propia en los momentos en los que más necesito de sus servicios. Dicen los científicos que el cerebro es el órgano más complejo del cuerpo humano; una máquina que no para de trabajar en ningún momento, ni siquiera cuando dormimos, y que es capaz de controlar todos nuestros movimientos, sensaciones y necesidades con una facilidad pasmosa. Así, una de las cosas que es capaz de hacer esta maravilla de la evolución es potenciar la creatividad cuando experimenta cansancio.

Yo no sé si a todos los escritores del mundo les pasa esto, pero a mí ya me tienen frita los arranques de creatividad que experimenta mi cerebro cuando lo someto a un trabajo intensivo. ¿Recordáis que os dije que este año iba a estar muy, pero que muy ocupada con los trabajos del máster? Bien, pues mi cerebro también lo sabe y se ha portado en consecuencia. Después de obligarlo a leer temas interminables, a buscar y analizar información incomprensible y a funcionar para sacar adelante trabajos de dudosa calidad, pues resulta que ha dicho "hasta aquí hemos llegado" y ha decidido funcionar por su cuenta. Esto quiere decir que, a un paso de los exámenes finales y con cuatro trabajos pendientes de hacer y entregar, mi cerebro ha tenido un arrebato de inspiración literaria.

Escribir es una de las mejores cosas que he hecho en mi vida. Para mí, la sensación de estar dando vida a una serie de personajes que se mueven por un mundo que yo he creado de la nada, es algo maravilloso y especial. Gracias a la escritura, he podido dar forma a unas sensaciones muy vagas que planeaban por mi cabeza sin orden ni concierto. Cierto que mi carrera literaria no puede describirse como demasiado prolífica si tenemos en cuenta que sólo he publicado una novela, he escrito otras dos que aún no han visto la luz y algunos relatos cortos que todos los que me seguís por aquí habéis leído (o eso espero). Ya he dicho otras veces que, si pudiera, me gustaría vivir escribiendo, aunque la profesión de escritor sea a veces tan ingrata, sobre todo en esos momentos en los que se debe luchar ante la falta de inspiración.

Sin embargo, nada de eso tiene importancia cuando el cerebro está ocupado estudiando y decide, en el mejor momento, que ha llegado la hora de la creatividad. Generalmente viene acompañado de un estado de euforia que hace que todo a tu alrededor se vuelva de color de rosa, transportándote a un mundo imaginario donde vive el hombre mágico en la casa de gominola, en la calle de la piruleta, y que, en principio, no tiene consecuencias dañinas a largo plazo, aunque puede hacer que te olvides de todo lo que hay a tu alrededor para obligarte a escribir todo lo que te pasa por la cabeza. Y eso por no hablar de esa capacidad que tiene el cerebro para pasar de todo lo que tenga que ver con estudiar, pues está claro que un máster no es tan importante como ponerte a escribir a las cuatro de la mañana la cultura de un reino que tú te has inventado.

Ante una situación así, sólo caben dos posibilidades:

1) Hacer uso de tu fuerza de voluntad y recuperar el control: Parece muy fácil, pero os asombraría saber lo difícil que es ordenarle a tu cerebro que deje de pensar en lo que no debe y se ponga a currar de una vez en lo verdaderamente importante. Esto, evidentemente, sería lo aconsejable, ya que hay cosas en la vida que no se pueden obviar por mucho que no nos guste hacerlas. Si tienes un deber, tienes que cumplirlo antes o después. Postergar el momento no te ayudará y, a la larga, lamentarás el tiempo que has perdido enredándote con otras cosas que podrían haber esperado. Por eso, tenemos que ser responsables, aceptar que tenemos un deber que cumplir y hacer acopio de todas nuestras fuerzas para centrarnos y acabar lo antes posible. Es la solución más aconsejable.

2) Dejarte llevar: El espíritu está presto, pero la carne es débil. La tentación puede conmigo y no puedo resistirme. Me llama con su canto de sirena y me habla de las mil maravillas que me esperan en mis reinos de tinta y papel, reinos que yo he creado de la nada y que aguardan mi regreso para que siga dándoles forma, vida, música y color. Los personajes parecen cobrar vida cuando estudio sus personalidades y busco la manera de encauzarles en una aventura en la que se desenvolverán de una manera u otra, dependiendo del carácter que yo les haya otorgado. Volver a ellos es como reencontrarme con unos amigos muy queridos. Son míos porque yo los he creado. Mis amigos, mis hijos, mis compañeros de fatigas. Están ahí y no puedo descuidar sus vidas o su mundo. Me necesitan para salir adelante, aunque su destino no sea el que ellos esperan encontrar.

Por eso, si alguna vez sentís que vuestro cerebro tiene ganas de tomar el control de la situación cuando deberíais estar estudiando o haciendo vuestro trabajo... hacedme caso y escuchadle. Aunque luego os caiga una nota baja o una bronca, nada de eso tiene importancia si se compara con la maravillosa experiencia que supone volver a un mundo inventado en el que todo depende de los deseos de tu corazón, donde la gente que allí habita ansía que escribas su historia y donde puedes hallar la paz que no encontrarás en tu propio mundo, loco y avasallador, donde todos corren en dirección a ninguna parte y donde el pensamiento creativo es un sueño sólo al alcance de unos pocos.

miércoles, 15 de abril de 2015

Juego de Tronos y la Historia


Para todo el que sepa un poco de Historia, le resultará más que evidente que George R. R. Martin se basó en los acontecimientos que han tenido lugar en nuestro mundo a lo largo de miles de años para adaptarlos a sus novelas y enriquecer su propio mundo. Es indudable que, dentro de una novela fantástica, el sentido de la maravilla reside en los entornos donde se desarrolla la trama, así como la historia que tiene lugar ante nuestros ojos.

Una de las cosas maravillosas de las que puede presumir Canción de Hielo y Fuego es que cuenta con un realismo fuera de toda duda. Muchos de los lugares emblemáticos de esta saga nos remiten invariablemente a emplazamientos que nosotros conocemos bien. Seguramente muchos habéis visto al Coloso de Rodas en el puerto de Braavos, el Peñón de Gibraltar en la escarpada Roca Casterly y el castillo de Luis de Baviera en el Nido de Águilas. A nadie se le ha escapado que el Muro es un recordatorio del famoso Muro de Adriano construido en Inglaterra hace siglos, ni que las ciudades más allá del Mar Angosto son como las antiguas ciudades orientales que los viajeros descubrieron gracias a la Ruta de la Seda, con culturas muy diferentes y guardadoras de conocimientos milenarios muy avanzados. Martin no ha negado nunca que ha recurrido a la Historia para buscar inspiración y acontecimientos que después ha plasmado en sus libros dándole su propio toque artístico y literario.

Sin embargo, es bien cierto que la realidad en muchas ocasiones supera a la ficción. Si analizamos algunos de los acontecimientos más llamativos de CDHYF, veremos que casi todos tienen su paralelismo con algún acontecimiento histórico real y, en ocasiones, más crudo que el hecho ficticio: Personajes que actúan y mueren igual, acontecimientos sospechosos que acaban en tragedia, guerras que son prácticamente iguales tanto en la realidad como en la ficción…

Lo que hoy os traigo es una pequeña lista de los acontecimientos históricos “reales” dentro de Canción de Hielo y Fuego. No descarto que en un futuro haya más, pero estos son suficientes para darnos una idea de lo poco que sabemos de nuestra Historia y de lo mucho que podemos aprender si prestamos atención e investigamos por nuestra cuenta. Aviso de numerosos SPOILERS de todos los libros que hay publicados hasta la fecha, así que no sigáis leyendo si no queréis destripes.



ACONTECIMIENTOS


La Guerra de los Cinco Reyes / La Guerra de las Dos Rosas.




La saga CDHYF está claramente ambientada en un período medieval-fantástico, más centrado quizá en la Baja Edad Media, en el que el nudo de la trama reposa principalmente en la guerra de sucesión llevada a cabo entre dos clanes familiares: los Lannister contra los Stark. Los Siete Reinos se verán sumidos en el caos provocado por el odio, la venganza y los intereses de cada una de estas familias, a las que se sumarán otras forjando sus propias alianzas.

En la Historia existe una referencia muy clara a este conflicto, y que el propio George R. R. Martin confirmó en su día. Entre 1455 y 1485 tuvo lugar una guerra civil por el trono de Inglaterra entre los Lancaster y los York (es evidente el paralelismo entre los nombres reales y los ficticios), que recibió el nombre de Guerra de las Dos Rosas por el motivo de que ambos bandos lucían una rosa en sus blasones: roja para los Lancaster y blanca para los York (otra coincidencia, esta vez en el color de las enseñas heráldicas).

El conflicto abarcó varios años y debilitó enormemente las filas de la nobleza, además de generar un gran descontento social. Sin embargo, la Guerra de las Dos Rosas supuso también el aumento de la influencia por parte de los comerciantes, así como el fortalecimiento de una monarquía centralizada, que marcaría el inicio del Renacimiento. El final del largo y crudo invierno.


La Boda Roja / La Cena Negra y la Masacre de Glencoe




El sangriento final de la tercera temporada de la serie, que también es el momento cumbre de Tormenta de Espadas no fue pura invención de Martin, sino que se basó en dos trágicas matanzas de la historia inglesa para reflejar el precio que se pagaba por acumular demasiado poder o atreverse a retar al monarca.

La Cena Negra ocurrió en el siglo XV, época en la que el clan de los Douglas se estaba haciendo demasiado poderoso. Tanto las familias nobles como el propio rey Jacobo II de Escocia empezaron a considerar a los Douglas como una amenaza para la estabilidad de la nación. Con el falso pretexto de acercar posturas, Sir William Crichton organizó un festín en honor de los Douglas, al que acudió incluso el rey Jacobo. La cena transcurrió con total normalidad, pero hacia el final de la misma empezó a sonar un tambor y se presentó a los Douglas un plato que consistía en la cabeza de un toro negro, símbolo de la muerte. El conde de Douglas y su hermano fueron arrestados y llevados al patio de armas, donde se celebró una farsa judicial. Fueron acusados de traición de manera fraudulenta y decapitados por ello.

La Masacre de Glencoe tuvo inicio en el año 1691, cuando el rey Guillermo III de Orange anunció que otorgaría el perdón a todos los clanes que se habían rebelado contra él si le juraban lealtad antes de terminar el año. Por circunstancias adversas, los representantes del clan MacDonald no llegaron a tiempo de hacer el juramento. El consejero del rey, Sir John Dalrymple, persuadió al monarca para castigar a los MacDonald de manera ejemplar y lo convenció para que los escribanos no dieran fe del juramento, llevado a cabo seis días después de pasado el plazo. Los MacDonald fueron recibidos y hospedados en Glencoe por los Campbell, que también formaban parte de la conjura. Doce días después de su llegada, los Campbell se levantaron en armas y asesinaron a los miembros principales del clan MacDonald: un total de 35 personas. Aunque al rey le asqueó lo sucedido, no hizo absolutamente nada para castigar a los responsables de la matanza.

Como veis, ambos sucesos guardan un gran parecido con lo que le ocurrió a Robb Stark y a todos sus aliados durante la boda de su tío Edmure Tully con Roslin Frey. Las leyes de hospitalidad se consideraban como algo sagrado tanto en la saga literaria como en nuestra Edad Media, y aquellos que se atrevían a atentar contra los huéspedes quedaban malditos de por vida.


3 ºEl Feudo Franco de Valyria / El Imperio Romano




Aunque a primera vista no se nos ocurra relacionar la tierra natal de los Targaryen con el Imperio Romano, lo cierto es que tienen algunas semejanzas que nos ayudan a ver que Martin se inspiró más de una vez en Roma para crear su saga literaria.

Al igual que los romanos, los valyrios pertenecían a una civilización conocida por ser militar y tecnológicamente más avanzada. Gracias a la conquista, los Siete Reinos se vieron influenciados por estos avances. Se hacen también numerosas referencias al estilo arquitectónico de los Targaryen o a su tratamiento del acero, considerándose el acero valyrio como una rareza impagable. Siguiendo el símil, el Feudo Franco de Valyria sufrió un colapso 100 años antes del desembarco en Poniente de Aegon el Conquistador, marcando el principio de la Edad Oscura.

La rivalidad entre Cartago y Roma queda también atestiguada en la saga literaria con el enfrentamiento entre Valyria y el Imperio Ghiscario. La capital de Ghis fue completamente calcinada gracias a los dragones, y sus tierras fueron rociadas con sal para impedir que los supervivientes pudieran regresar. Cartago corrió la misma suerte al final de la Tercera Guerra Púnica, como todos sabemos.


4º El Muro del Norte / El Muro de Adriano




En la saga literaria, el Muro, una inmensa construcción levantada por Brandon el Constructor con hielo y magia, se extiende por casi 500 kilómetros de costa a costa, marcando una frontera inexpugnable que impide a las tribus salvajes y a los Otros invadir los Siete Reinos. Cuenta con varios puestos de vigilancia y está protegido por la Guardia de la Noche, aunque sus miembros son tan escasos que la defensa es muy pobre y el Muro constituye la única protección que tienen los Siete Reinos contra la terrible amenaza que viene del norte.

Volvemos aquí a tener referencias al Imperio Romano, pues el emperador Adriano ordenó construir una muralla para proteger la frontera norte de la zona romana en Britania contra los caledonios. Fue levantada entre el 122 y el 127 d.C. y disponía de una serie de fuertes guarnecidos y puestos de centinela a lo largo de sus 117 kilómetros. No fue, sin embargo, tan impracticable como el Muro del norte, ya que los pictos llegaron a cruzar la muralla unas tres veces, hasta que al final la muralla fue abandonada.


5º Fuego Valyrio / Fuego griego




Volvemos a tener referencias a la Antigüedad en la saga de CDHYF a la hora de hablar del fuego valyrio, una sustancia inflamable utilizada con fines bélicos que guarda una gran similitud con el fuego griego.

Los bizantinos utilizaban un líquido inflamable conocido como “fuego griego” para defenderse de los ataques de los árabes en Constantinopla. La sustancia entraba en ignición de manera espontánea, y ni siquiera el agua servía para apagarla. La fórmula del fuego griego fue mantenida en secreto por el Imperio Bizantino, de tal manera que ni siquiera hoy se conoce su composición exacta. Se cree que podría contener materiales inflamables como el sulfuro o el betún, en una base de petróleo. Esta mezcla, parecida a un jarabe, se lanzaba sobre el enemigo mediante tubos que funcionaban  por la presión de unas bombas.

En el caso literario, el fuego valyrio es casi un calco del fuego griego. Fabricado en el más estricto secreto por la Hermandad de Alquimistas, el fuego valyrio es un privilegio exclusivo de Desembarco del Rey. Tyrion Lannister organiza la defensa de la ciudad ordenando preparar cantidades ingentes de esta sustancia verde y espesa para atacar las tropas invasoras de Stannis Baratheon. Al igual que ocurría con el fuego griego, el fuego valyrio es altamente inflamable y el agua, lejos de apagarlo, lo aviva más.



PERSONAJES


1º Tyrion Lannister / Emperador Claudio y Blas de Lezo




Tyrion Lannister es uno de los mejores personajes de la saga literaria de George R. R. Martin, si no directamente el mejor de todo el plantel. Enano, patizambo y contrahecho, Tyrion Lannister compensa su aparente inferioridad con una gran inteligencia, dotes de persuasión y un talento natural para la intriga. Por todo ello, es interesante descubrir que Tyrion podría haber estado inspirado en dos personajes de renombre histórico.

El primero de ellos sería el emperador romano Claudio I (10 a.C. – 54 d.C.), hombre que no ocuparía cargos importantes en la administración imperial hasta los 47 años, cuando se convirtió en cónsul durante el reinado de Calígula. Aunque hasta el momento se le había mantenido apartado del poder debido a su tartamudez y su cojera, Claudio demostró su valía al llegar al trono imperial. Destacó por ser un administrador capaz y un gran promotor de obras públicas. Durante su reinado, Roma conquistó, entre otras regiones, Mauritania y Britania. Su paralelismo con Tyrion viene por las burlas que ambos suscitan en el círculo que les rodea, uno por ser tartamudo y el otro por ser enano y deforme.

El segundo personaje en el que podría estar inspirado Tyrion Lannister sería nada más y nada menos que un oficial de la marina española: Blas de Lezo, apodado Almirante Patapalo o Mediohombre (apodo que se le ha dado al propio Tyrion). Tuerto, cojo y manco, este almirante guipuzcoano consiguió resistir el ataque de 195 navíos ingleses durante el siglo XVIII en Cartagena de Indias con sólo seis barcos. Esto nos lleva de nuevo a la saga literaria, pues durante la Batalla del Aguasnegras, Tyrion Lannister lideró la defensa de la ciudad con muy pocos efectivos pero utilizando tácticas de las que el español se valió en su día: El uso de bolas encadenadas para inutilizar los barcos y cañones cargados con material incendiario para prender los buques enemigos.


2º Daenerys Targaryen / Artemisia I de Caria e Isabel I Tudor




Daenerys Targaryen, una de las últimas herederas de la dinastía real procedente de Valyria, no ha escapado tampoco de la inspiración en otros personajes que existieron en la vida real. Al principio joven e inexperta, la Madre de Dragones lleva a cabo una asombrosa evolución que la convierte en una reina amada y temida por todos aquellos que la ven llegar con su cada vez más numeroso ejército. De los personajes históricos en los que podría estar inspirada Daenerys hay dos que guardan similitudes con respecto a sus actitudes como reina y como estratega militar.

La primera de ellas es Artemisia I de Caria, que fue gobernadora de Halicarnaso tras la muerte de su marido y que tuvo una importante participación en la Segunda Guerra Médica, combatiendo en el bando persa. Se cuenta que, tras la Batalla de las Termópilas, Jerjes y sus oficiales estuvieron de acuerdo en atacar la Hélade por mar. Todos, menos Artemisia, que conocía de sobra la superioridad rival en el mar. Artemisia aconsejó que se invadiera el Peloponeso para obligar a sus enemigos a defender sus tierras y así dejar indefensa la armada, pero no fue escuchada y el resultado fue que la Batalla de Salamina fue un estrepitoso fracaso para los persas. En Tormenta de Espadas, Daenerys demuestra varias veces su astucia como estratega a la hora de conquistar las ciudades de Astapor y Meereen.

Otro personaje en el que podría haber estado inspirada sería la reina Isabel I (1533-1603), el último miembro de la dinastía Tudor que ocupó el trono de Inglaterra. Su reinado estuvo marcado por la cuestión religiosa entre católicos y protestantes, la guerra con Francia y el desarrollo económico de Inglaterra, que aumentó gracias al comercio exterior y a la labor de navegantes como Francis Drake y Martin Frobisher. Además, supo rodearse de ministros muy hábiles y capaces, gracias a los cuales siempre fue bien aconsejada. Su soltería fue asunto de Estado desde el principio de su reinado. El Parlamento le rogó con insistencia que se casara para que diera herederos al trono, pero Isabel insistió en permanecer soltera. Fue acosada por varios pretendientes monárquicos a los que ella entregaba su favor sólo cuando le convenía políticamente. Su afecto estaba reservado a una sucesión de favoritos entre los que destacan Robert Dudley, Walter Raleigh y Robert Devereux. Daenerys también tendrá muchos problemas para reinar, principalmente por la oposición de los amos esclavistas de las ciudades de Astapor, Yunkai y Meereen. A diferencia de Isabel I, Daenerys se casará por pura conveniencia y sólo cuando considera que no le queda otro remedio para mantener la paz en Meereen, aunque le otorga sus favores carnales en secreto a su amante Daario Naharys.


3º Jon Nieve / Cayo Julio César




Los orígenes de Jon Nieve, que nació y creció como bastardo del señor de Invernalia, le hacían indigno de heredar el patrimonio de los Stark, que estaba reservado para los hijos legítimos de Lord Eddard. Su ingreso en la Guardia de la Noche, no obstante, le reportaría, a pesar de su juventud, el reconocimiento de sus compañeros y del Lord Comandante Mormont, quien lo nombró su mayordomo y escudero con la intención de prepararle para ser el próximo Lord Comandante, algo que ocurriría cuando Jon cumplió los diecisiete años.

Existe un cierto paralelismo entre Jon y un conocidísimo personaje histórico. Nada menos que Cayo Julio César, un brillante militar y político cuya dictadura puso fin a la República en Roma. Al igual que ocurre con Jon, César se hizo muy popular tanto entre sus congéneres políticos como entre la plebe. Las medidas que tomó tras ser nombrado cónsul consistieron en repartir lotes de tierras entre veteranos y parados, aumentar los controles sobre los gobernadores provinciales y dar publicidad a las discusiones del Senado. Todas estas medidas contribuyeron a otorgarle una mayor popularidad, pero su ambición política era mayor, e hizo todo cuanto estuvo en su mano para lograr el poder absoluto. Su triunfo en la conquista de las Galias provocó la preocupación de sus rivales, entre ellos Pompeyo, pero César se las arregló para que desapareciera de su camino. Acumuló multitud de cargos políticos y honores que fortalecieron su poder y le convirtieron en dictador perpetuo de Roma.

Sin embargo, lo que une a Jon Nieve con Julio César es la forma en que ambos son asesinados. Como César, Jon sobrevivió a muchos peligros y muchas batallas con enemigos poderosos, sólo para acabar siendo asesinado a traición por sus propios hombres, aquellos en quienes más confiaba, y en el lugar que consideraba su hogar. A ambos personajes se les profetiza su muerte, pero ninguno presta atención a tales advertencias. Y, como en el caso de César, su muerte traerá caos y destrucción para todo el Norte.


4º Aegon I Targaryen el Conquistador / Guillermo I el Conquistador




Entre las muchas referencias a la historia inglesa, encontramos otra en la figura de Aegon I Targaryen, llamado Aegon el Conquistador, fundador de la casa Targaryen y primer rey de los Siete Reinos. Aegon I fue uno de los últimos herederos del Feudo Franco de Valyria, un imperio extranjero situado en el Mar de Jade, que se lanzó desde Rocadragón a la conquista de Poniente. Con la ayuda de sus dragones y de un numeroso ejército, Aegon I derrotó a Harren el Negro, el único noble con capacidad militar para hacerle frente, y se convirtió en el fundador de una nueva dinastía regia.

Algo parecido ocurre con la historia de Guillermo el Conquistador. Durante el reinado de Harold II de Inglaterra, Guillermo II de Normandía (que después sería Guillermo I de Inglaterra), arremetió desde la costa norte de Francia la invasión de Inglaterra con la ayuda de un gran ejército. Harold II, último rey sajón, falleció en la Batalla de Hastings (1066), dejando vía libre para el comienzo de la dinastía Normanda.


5º Robert I Baratheon el Usurpador / Felipe IV de Austria




Aunque no está demostrado que George R. R. Martin se hubiera inspirado en Felipe IV de Austria para recrear al rey usurpador Robert I Baratheon, es posible encontrar un gran parecido entre ambos monarcas.

Robert Baratheon es el rey cuya muerte desencadena la grave crisis sucesoria que da origen a la trama central de la saga literaria. Al igual que Felipe IV, fue recibido con gran entusiasmo, pues en él residía la promesa de hacer olvidar la oscuridad de los últimos años de reinado de Aerys II Targaryen, apodado el Rey Loco. Sin embargo, tanto Robert como Felipe IV se cansaron pronto del gobierno y delegaron el mando en sus validos: Jon Arryn y el Conde-duque de Olivares respectivamente. Se dedicaron principalmente a cazar, acostarse con mujeres y divertirse. Asimismo, ambos engendraron un gran número de hijos bastardos.

Curiosamente, la fornicación fue lo que ambos reyes mejor llevaron a cabo y lo que también sería su peor legado. A pesar de sus muchos hijos no legítimos, ni Robert ni Felipe IV lograron asegurar su sucesión. En el caso de Robert Baratheon, porque los hijos habidos en su matrimonio no eran suyos, sino de Jaime Lannister, hermano de la reina Cersei. Y en el caso de Felipe IV, porque la muerte de su heredero, el príncipe Baltasar Carlos, le obligó a casarse con su sobrina Mariana de Austria, de quien nacería el futuro Carlos II, el último monarca de la dinastía Habsburgo.



TRIBUS Y ÓRDENES RELIGIOSAS


La Guardia de la Noche / Los Caballeros Templarios




En el año 1118 se creó una orden religiosa conocida como los Pobres Caballeros de Cristo, que posteriormente pasarían a llamarse Caballeros del Templo, Caballeros del Temple y, finalmente, Caballeros Templarios. El nombre viene porque estos monjes guerreros tenían su cuartel general en las inmediaciones del Templo de Salomón en Jerusalén. La orden nació con el objetivo de recuperar y proteger los santos lugares  de la cristiandad de la amenaza musulmana. Con el tiempo, la orden fue creciendo hasta convertirse en una notable fuerza militar y económica, hasta que su gran poder se convirtió en una amenaza y fueron exterminados en 1312 por el rey Felipe IV de Francia en connivencia con el Papa Clemente V.

El paralelismo más inmediato con la saga literaria es la Guardia de la Noche, una orden guerrera que tuvo su época de esplendor en el pasado, pero que hoy en día no es más que una sombra de lo que fue. Compuesta principalmente por ladrones, violadores, asesinos y otros criminales, su ingreso en la Guardia es una forma de eludir la cárcel o la pena de muerte, aunque hay algunos que ingresan de forma voluntaria. La Guardia de la Noche sirve a los Siete Reinos protegiendo el Muro y no toma partido en ninguna de las guerras o alianzas del sur. En uno y otro caso, se trata de comunidades bastante herméticas, con sus propias reglas y donde se impone a sus miembros el voto de austeridad y de celibato.


2º Los jinetes Dothraki / Las hordas de Asia




Tanto en la saga como en nuestra Historia, todo lo que venía de Oriente era opulento, resplandeciente, excesivo y con un cierto toque salvaje. La zona oriental de la saga muestra a la perfección los elementos más destacables de la Edad Media oriental, entre ellos las temidas hordas de guerreros nómadas: los Dothraki, señores de los caballos, sedientos de conquistas y de caos. Por sus rasgos raciales y su modo de combatir se asemejan mucho a los hunos, aunque por el período histórico encajarían mejor con los mongoles.

El pueblo mongol era un conglomerado de tribus nómadas que estaban establecidas a lo largo del vasto territorio asiático. Estas tribus fueron unificadas en 1206, cuando el guerrero Timuyin resultó vencedor y se erigió en caudillo con el nombre de Gengis Kan. A partir de entonces, estas huestes bárbaras se extenderían a través de China conquistando gran parte de Asia y llegando a afectar al continente europeo.

Tanto los Dothraki como los mongoles son nómadas que circulan libremente a caballo por extensas llanuras, organizados en tribus lideradas por un jefe (Kan/Khal). Ambos son también diestros arqueros a caballo e incansables jinetes. Igualmente, en ambas culturas está presente la meritocracia, donde los títulos se asignan en función de los méritos en batalla o por la fidelidad mostrada al líder, no por herencia familiar.


3º Los Gorriones / Las órdenes mendicantes y los flagelantes




En Poniente, el sentimiento religioso es tan fuerte como lo era en nuestra Edad Media. En los Siete Reinos subsisten varios cultos religiosos con mayor o menor intensidad: los dioses del Norte, el Dios Ahogado de las Islas del Hierro y el culto a los Siete Dioses, que es la religión oficial del reino. Sin embargo, una de las órdenes que ha resurgido con fuerza es la de los Gorriones, monjes mendicantes al servicio de los Siete Dioses que guardan una gran similitud con algunos movimientos religiosos que ha habido en la Historia.

Al referirnos a los Gorriones, lo primero en lo que pensamos es en las antiguas órdenes mendicantes, cuyos miembros destacaban por llevar hasta el extremo su voto de pobreza. Renunciaban a todo tipo de bienes y propiedades, ya fuesen personales o comunes, y vivían en la más absoluta pobreza, mantenidos por la caridad. Las órdenes mendicantes más importantes fueron aprobadas en el siglo XIII después de un riguroso estudio acerca de sus costumbres, porque este tipo de órdenes bien podían convertirse en focos para la difusión de la herejía. En la saga literaria, los Gorriones también hacen voto de pobreza y recorren los Siete Reinos proclamando las enseñanzas de la Fe.

Sin embargo, el radicalismo de los Gorriones los acerca más al movimiento de los flagelantes. Estos fanáticos religiosos proclamaban la inminencia de la ira de Dios contra la corrupción y, como rito religioso, se autoinfligían castigos físicos. Era común verles recorrer los pueblos en grupos, pararse ante la iglesia, desnudarse hasta la cintura y flagelarse con azotes de cuero con escarpias de hierro entre cánticos y gritos. Cada banda de flagelantes estaba bajo las órdenes de un jefe laico que predicaba en lengua vulgar, imponía penitencias y otorgaba la absolución. El flagelante juraba obedecer a su maestro y someterse a una estricta disciplina: no podía bañarse, ni cambiarse de ropa, ni dormir en camas blandas, ni hablar con otros compañeros, ni tener trato con mujeres. El paralelismo con los Gorriones estriba en esa manera tan cruel y fanática de imponer los preceptos religiosos, su estricto concepto de pureza espiritual y los castigos que se autoimponen para pagar por sus pecados.

miércoles, 8 de abril de 2015

Aquellos inolvidables 90...


¡Hola a todos!

Hace unos días, mientras hacía limpieza por los cajones, llegó a mis manos un álbum que tenía varias fotos mías (de bastante mala calidad) de cuando yo era pequeña. Los años que cubría el álbum iban desde 1986 hasta el 1991, desde que era un rechoncho bebé hasta la fiesta de mi quinto cumpleaños. Movida por esa curiosidad que provoca el recuerdo, me senté en el suelo y repasé todas las fotos una por una, rememorando momentos que ya creía olvidados, volviendo a ver las caras de los que ya me han dejado, y sonriendo al reconocer los rostros infantiles que el tiempo fue cambiando y convirtiendo en adultos.

Cuando terminé de ver las fotos y cerré el álbum, me quedé un rato en silencio, pensando en todo lo que he dejado atrás, todo lo que el tiempo se llevó para siempre. Muchas veces habréis oído decir que tal o cuál generación ha sido la mejor del siglo, aunque la palma se la llevará sin lugar a dudas la generación de los 80, como si fuera la mejor del mundo. Parándome a pensar un poco, me di cuenta de que todos tienen algo memorable sobre la generación a la que pertenece: que si la música revolucionaria, que si la moda estrafalaria, que si una actitud provocadora y rebelde... 

Sin embargo, nadie habla de los años 90 como una década memorable. Y esto me fastidia. Aunque nacida en los 80, la mayor parte de mis recuerdos pertenecen a la década de los 90 y, aunque he pasado por momentos malos, tengo que reconocer que también ha habido momentos muy buenos. Pero, por alguna razón, los 90 no han pasado a la historia como una década digna de ser recordada.

Por eso, tanto para recordar lo que yo hacía como para devolverle a los 90 su justo lugar en la historia colectiva, he preparado esta humilde entrada centrándome en los cinco pilares básicos en los que un niño noventero basaba su existencia: Televisión, libros, música, juegos y chucherías. Pido perdón de antemano, pues este repaso habla sobre todo de mí, de las cosas que yo veía o leía, así que habrá muchas cosas que se queden fuera. Puede que no me haya quedado todo lo completa que quería, pero he disfrutado mucho escribiéndola. Espero que vosotros disfrutéis también leyéndola.

¡Allá vamos!


Televisión




Aunque a día de hoy parece difícil de imaginar, en los años 90 no existía Internet como tal. Por entonces todavía empezaba a configurarse esa red de información mundial que nos conecta a todos y nos proporciona un sinfín de diversión de muchas y muy variadas formas. Entonces, ¿qué hacíamos los niños de los 90 para divertirnos? Pues dos cosas: salir a la calle a jugar o ver la televisión.

Ya sé que suena mal, pero no me queda de otra que admitirlo: Cuando era pequeña, me gustaba más ver la televisión que salir a la calle. No me pararé a comentar los porqués de mi preferencia por la caja tonta, porque la verdad es que no tiene importancia. Todos los noventeros disfrutábamos de la televisión, y no pocos programas que se emitieron durante esos años fueron adaptados para jugar en la calle con nuestros amigos y vecinos. Así que se puede decir que la tele era una fuente de inspiración para jugar a algo más entretenido que el escondite o el zapatito inglés.

¿Qué se veía en los 90? En primer lugar, dibujos animados. Imprescindibles. Un niño que se precie ha tenido que ver como mínimo diez series de dibujos animados para considerar que ha tenido una infancia como Dios manda. De todos ellos, hay que mencionar la franquicia obligada: Disney. Podría citar un amplio catálogo de películas Disney de los 90, pues esta fue una de sus épocas de mayor esplendor, pero sólo me quedaré con aquellas que más me han gustado, que fueron La Sirenita, Aladdín, El Rey León y, por supuesto, La Bella y la Bestia, mi favorita con diferencia. Era habitual que mi madre me grabara las películas en una cinta de vídeo para que yo pudiera verlas una, y otra, y otra, y otra vez, hasta rayar la cinta (los que ahora son padres seguro que saben de qué estoy hablando, XD). Además, los fines de semana teníamos también el Club Disney, un programa que emitía cortos y series nacidas de la grandiosa factoría que tantas ilusiones nos ha traído.

Pero no sólo de Disney vivíamos los noventeros. A mí especialmente me gustaba también ver contenidos de calidad, cosas con las que se pudiera disfrutar y aprender al mismo tiempo. Por eso me hice fan absoluta de toda la saga Érase una vez…, que nos enseñaba con una maestría insuperable la historia del hombre, los entresijos del cuerpo humano, las vicisitudes de los inventores o la conquista del espacio. Otras series que me gustaban mucho eran La aldea del arce, La banda de Mozart, Los Trotamúsicos, Mofli, el último koala y Oliver y Benji, auténticos portentos de la animación.

El anime también hizo su aparición por estos años, sobre todo con la fundación de las cadenas Antena 3 y Telecinco, que vivieron una edad de oro en la que emitieron lo más nuevo entre las series de anime de aquel tiempo. Así, joyas como Sailor Moon, Ranma ½ o El misterio de la piedra azul se hicieron un hueco en mi corazón. Aunque sería posteriormente, a finales de los 90, cuando me enamoré perdidamente de series como La familia crece y Sakura, cazadora de cartas, los grandes pilares de mi pasión por lo japonés.

Y esto no es todo. Como niña gallega de los 90, he recibido un plus de dibujos animados gracias a la aparición en aquellos años de un programa infantil que sólo se emitía en la cadena regional, y que muchos niños de ayer todavía recuerdan con cariño. El Xabarín Club era el equivalente al Club Megatrix del resto de España, pero en versión Galicia profunda. En este programa se emitieron grandes series de dibujos animados cuyas melodías (en gallego, por supuesto) se han convertido en una seña de identidad. Además, entre serie y serie había concursos y canciones, además de un apartado destinado a felicitar a los socios que ese día estaban de cumpleaños.

¿Y qué pasa con las series y películas? Tranquilos, que no me he olvidado. Aunque cuando era pequeña me gustaba más ver dibujos animados, he tenido la oportunidad de ver alguna que otra serie. Entre mis favoritas estaban Punky Brewster, California Dreams y Las gemelas de Sweet Valley (esta última me encantaba). Entre las películas, debo poner por encima de todo lo habido y por haber la fantástica saga de Indiana Jones, cuya música ya me alegraba el día.

En cuanto a programas de televisión, concursos y demás, hace tiempo le dediqué un ranking especial a esos programas memorables de los 90: Qué Apostamos, El Gran Juego de la Oca, La Noche de los Castillos… Todos son imprescindibles, pues no concibo mi infancia sin ninguno de esos programas.


Libros




Resulta un poco triste tener que admitir que alguien como yo, que presume de haber leído mucho y de todo, apenas haya tocado un libro mínimamente decente en los 90. Pero se me puede perdonar si tenemos en cuenta que los años 90 me pillaron entre los 4 y los 14 años, momento en el que no se suelen leer grandes obras literarias. A ver, no era cuestión de ponerme a leer El Buscón a los diez años, ¿no?

Sin embargo, leía mucho. Una vez más, Disney vuelve a aparecer en la lista, porque tenía todos y cada uno de los cuentos de la colección, que solían salir a la venta cada vez que la factoría sacaba una nueva película. Todas las noches me cogía un cuento de esos y lo leía yo sola (mis padres nunca leyeron conmigo) hasta que me quedaba dormida.

En el colegio teníamos una pequeña biblioteca que tenía un sinnúmero de libros de la colección Leo Leo y El Barco de Vapor, que eran mis favoritas. Los de Leo Leo además traían un apartado dedicado a juegos relacionados con la historia que acababas de leer, aunque me fastidiaba que los crucigramas siempre estuvieran hechos. De todos los libros que he leído, recuerdo con especial cariño un libro del Barco de Vapor titulado Querida Susi, Querido Paul, que consistía en una serie de cartas entre dos niños que habían tenido que separarse. Otros títulos que me gustaban mucho eran todos los que tenían algo que ver con El Pequeño Nicolás (no el de ahora, por favor), un niño muy travieso cuyas ocurrencias siempre me hacían reír. También me gustaban, por los gustos que heredé de mi madre, libros como Mujercitas y Pollyanna, con los que desarrollé mi gusto por la novela del siglo XIX. Y, cómo no, no podían faltar los imprescindibles libros de Roal Dahl, el escritor de los niños por excelencia. Recuerdo con gran nostalgia Las Brujas y Matilda, que me encantaban (aunque las películas fuesen un asco).

Pero si había algo que me gustaba leer por encima de todo eran los cómics. Pero no los cómics de superhéroes tipo Marvel o DC Cómics, sino los de toda la vida. Ahí están por ejemplo Mortadelo y Filemón, Zipi y Zape, 13 Rue del Percebe, Pepe Gotera y Otilio, Carpanta… De mi madre y mi tía heredé también una pequeña colección de cómics de Esther y su mundo, que contaba las aventuras diarias de una jovencita adolescente (algunas eran bastante rocambolescas, pero me encantaban). También me gustaban mucho Mafalda, Daniel el travieso, Lucky Luke y Astérix el galo, que eran imprescindibles para leer durante el fin de semana. Eso sí, a pesar de su fama, nunca he podido soportar a Tintín. Ya sé que parece una blasfemia pero… nunca me ha gustado.


Música




El apartado de música me ha costado mucho elaborarlo porque, aunque he escuchado mucha música en mi infancia, algunos títulos o grupos no los recuerdo demasiado bien, sobre todo los de edad temprana. Por eso puede que me quede un poco corta al mencionar la música que se podía escuchar en los 90, pues recuerdo mejor la que ya se escuchaba a finales de dicha década y principios del 2000.

Yendo por orden cronológico, mi primer grupo favorito fue Bom Bom Chip. Aquí no hay medias tintas. Cualquier niño de los 90 ha tenido que escuchar algún éxito de este grupo infantil que no tiene que envidiarle nada a otros grupos que salieron posteriormente, como SJK o los niños de OT Júnior. Éxitos como Toma mucha fruta o Miércoles eran mis preferidos para escuchar en el walkman (regalo de mi primera comunión). Aunque se trataba de canciones infantiles, si ahora les dedicáramos un segundo audio veríamos que las letras no eran tan inocentes como nos podían parecer en un principio. ¡Os animo a que hagáis la prueba!

Aunque no es habitual que los hijos compartan los gustos musicales de sus padres, aquí tengo que hacer una pequeña excepción. Gracias, sobre todo, a mi madre, desarrollé un gusto muy temprano por la música de los Beatles y de algunos éxitos de la música disco de los 70 y 80. Todavía conservamos en casa discos de vinilo de Michael Jackson (me encantaba la canción Black or White) y de temas de bandas sonoras de películas de finales de los 80 y principios de los 90, como podían ser Tomates Verdes Fritos, Regreso al Futuro, Armas de Mujer o Dirty Dancing. Por supuesto, todas las Semanas Santas era obligatorio escuchar de cabo a rabo la banda sonora de la ópera rock Jesucristo Superstar (costumbre que conservo todavía hoy); la cosa se completó cuando le regalé a mi madre la banda sonora en inglés, por lo que a partir de entonces pasamos a escucharla en los dos idiomas.

Entramos ya en los años de la adolescencia, época de gran confusión con todo el medio que nos rodea, y la música no podía ser menos. Son los años en los que se empieza a llevar el pop baratillo y la música bakalao. Entre mis grupos favoritos estaban las famosas bandas de cinco miembros, como las Spice Girls y los Backstreet Boys. También se oía hablar de Take That, Oasis, Blur y Boyzone (este último grupo había que odiarlo a muerte), aunque no me llamaban mucho la atención. En cambio, me gustaba mucho Bon Jovi; en el colegio, las niñas recortábamos las fotos de los famosos que nos gustaban y luego nos las intercambiábamos, pero nadie quería mi foto de Bon Jovi porque no era “guapo” como Brad Pitt. Daba igual que yo les dijera que era un cantante muy bueno y que su música era una pasada: como no era guapo, no les valía. ¡Pues ellas se lo pierden!

Aunque ahora soy heavy, confieso que todavía se me derrite el corazón al escuchar una canción de mi época de adolescente. Prueba de ello es mi sonrisa de oreja a oreja al oír las primeras notas de alguna canción de Vengaboys, Eiffel 65, Ann Lee o Gigi d’Agostino, que era el rey del technodance por aquel entonces. Personalmente, si tuviera que quedarme con un grupo de mi adolescencia temprana, sería Aqua y su éxito Barbie Girl. ¡Me encantaba ese grupo! Entre los chicos de mi clase se llevaba más el techno que otra cosa, como prueban las innumerables grabaciones en cinta de éxitos de discotecas temáticas como Chasis o Scorpia, aunque también había algún éxito de Pont Aeri.

Una cosa curiosa es que este tipo de música, a pesar de lo chusca que era, consiguió estimular el talento musical de más de un adolescente. O si no, explicadme por qué todos los chicos de mi clase iban por los pasillos del instituto interpretando a la flauta el L’amour toujours de Gigi d’Agostino o el Flying Free de Pont Aeri, hasta que nos sangraban los oídos ¡Eso sí que era música celestial! Eso sí, debo añadir en su descargo que también se atrevían a tocar Fiesta Pagana a la flauta. Mägo de Oz fue también uno de los grupos que más arraigo tuvo para mí en los 90, aunque ya a finales de la década.


Juegos




Pasemos ahora al apartado lúdico, tan querido y recordado por los niños de ayer. ¿Y qué tengo que decir de los juegos de mi infancia? Bueno, puede que no mucho. Yo era una niña bastante solitaria, en parte porque no acababa de congeniar con mis vecinas. Por suerte, en esta década tuve la suerte de conocer a la que todavía hoy es mi mejor amiga (y que sea por muchos años más, ^^*), con la que compartía mis gustos y jugué a todo lo habido y por haber.

Una de las cosas que más me gustaba hacer cuando no llovía era salir a la calle con mis patines y pasarme toda la tarde recorriendo el pueblo sobre ruedas. Tuve dos pares de patines: unos normales y otros en línea, y no dejé de usarlos hasta que crecí y se me quedaron pequeños. Hoy en día sigo agarrando los patines de vez en cuando para echar un par de carreras. Pero no esperéis de mí que me ponga a hacer filigranas o cosas raras. Yo me conformo con deslizarme por la pista y no perder el equilibrio para darme un piñazo (aunque no soy tan patosa en ese sentido).

Me gustaba mucho jugar con mis muñecas, sobre todo con la Barbie, el Nenuco y el Barriguitas. Lo malo es que a mí no me compraron mucha ropa para la Barbie (era muy cara), así que tenía que conformarme con la que heredé de las muñecas de mi madre, que estaba pasadísima de moda. Así que mis muñecas siempre eran las más horteras, con brillos por doquier y chaquetas con hombreras descomunales. Con el Nenuco y el Barriguitas pasaba tres cuartos de lo mismo. La ropa que tenía para ellos estaba vieja y un poco ajada, pero para el caso servía igual.

Otra cosa que me encantaba eran los Pin y Pon. En realidad, todo lo que fuera pequeño y cuco me gustaba. Sentía una gran pasión por las cositas pequeñas y adorables, y uno de mis sueños no cumplidos era tener una casa de muñecas de estilo antiguo. Yo le llamaba a eso “jugar con las miniaturas”, y me tiraba horas inventándome historias para aquellos pequeños personajillos cabezones de pelo rosado. Mis juguetes favoritos eran mi maletín de Pin y Pon, una casita de muñecas rosa, un libro-escuela y un castillo con su princesa y todo. Por supuesto, me encantaban las polveras de Polly Pocket, aunque yo no tenía ninguna (demasiado caras), pero me conformaba con que mi mejor amiga me prestara la suya de vez en cuando. Ella también tenía una de esas muñecas-cupcake que, si la doblabas, parecía una magdalena gigante, pero si la desdoblabas encontrabas una muñeca que olía a dulce. No conseguí hacerme con una de ellas porque no tenía ni idea de dónde se compraban; una vez más, mi amiga me dejaba jugar con la suya.

Las colecciones de cromos Panini hicieron furor en la década de los 90. La mayoría tenían que ver con las películas de Disney que todos habíamos visto y nos sabíamos al dedillo, pero también podías encontrar álbumes de fútbol o de la Barbie. Yo llevaba varias colecciones y me dejaba gran parte de mi paga en sobres de cromos, pero sólo conseguí completar el álbum de La Bella y la Bestia. Con los cromos repetidos era habitual hacer montones, llevarlos al colegio e intercambiarlos con otras niñas que también estaban haciendo la colección. Los vocablos sipi y nopi pasaron a formar parte de nuestra jerga infantil, cosa que irritaba a los adultos, que no entendían por qué no hablábamos como personas normales. ¡Qué sabrían ellos!

Aparte de los cromos, estaban también los tazos, esos discos de plástico con dibujos por una cara y una descripción por la otra, que tenías que apilar hasta formar una torre y luego derribar con otro tazo. Los que caían cara arriba te los podías quedar, y con los otros volvías a hacer la torre para seguir jugando. Pero a mí no me gustaba jugar con los tazos porque se rayaban y se borraba el dibujo. Yo prefería atesorarlos y enseñárselos a mis compañeros de clase. Si tenía algunos tazos viejos, jugaba con ellos como debía ser, pero nunca hacíamos eso de quedarnos con los tazos del otro; tenías que comprar muchas bolsas de aperitivos para hacerte una colección un poco respetable, y no estaban las cosas como para andar gastando tanto.

Los juegos de mesa fueron una de mis grandes pasiones en los 90, y todavía conservo la mayoría de ellos. Me encantaba jugar a La herencia de tía Ágata, a Línea Directa, al Monopoly o al Hotel. Era genial cuando nos juntábamos unos cuantos para poder jugar y, entre todos, montábamos el juego con los accesorios que traía. Para jugar en solitario, tenía el Diseña la moda, un par de juegos de la serie Nova, una cocinita de juguete con un gran menaje, un diábolo, un Tamagotchi e infinidad de peluches.

Tirando más a la adolescencia, empecé a sentirme maravillada por los videojuegos, y todavía más cuando salió a la luz la Nintendo 64, que no me compraron a pesar de haberla pedido cien mil veces. ¿Y por qué quería la Nintendo 64? Pues para jugar a joyas como Mario 64, Banjo-Kazooie y el magnífico The Legend of Zelda: Ocarina of Time. Adoraba esos juegos con toda mi alma, y llegué a pasarme los tres, porque mi primo sí que tenía la Nintendo 64 y nuestros vecinos le prestaban juegos. De hecho, por culpa del Ocarina of Time me entró la perra de tener, entre otras cosas, un tirachinas (los fans del juego ya sabéis de qué estoy hablando, ^^*), que conseguí en un Todo a cien, convirtiéndome en un peligro para el barrio porque mi puntería dejaba bastante que desear.


Comida y chucherías




Y, después de un largo día viendo la tele, leyendo historias de fantasía, oyendo música pegadiza y jugando hasta que te llamaban para cenar, toca reponer fuerzas con una buena comida. Eso sí, tenéis que entender que por comida también hay que hablar de las golosinas, los helados y las patatas fritas que nos metíamos por la tarde, porque ya se sabe que jugar al escondite gasta muchas energías.

Si alguien os preguntara ahora qué platos os gustaban más en vuestra infancia, estoy segura de que muchos contestarías que eran aquellos que os preparaban vuestras madres (o abuelas, depende del caso). Y es que las madres tienen un toque especial para hacer que un simple plato de huevos fritos se vea como un festín digno de reyes. Unas salchichas con un poco de ketchup conseguían hacernos saltar de alegría, y no digamos ya cuando tocaba comer sanjacobos o algún plato de pasta. Pero es posible que el plato estrella de las madres fuese la tortilla de patatas. Yo no sé qué pasa con ese plato pero, aunque básicamente todas llevan los mismos ingredientes, nunca sabe igual si la prepara otra persona. Misterios de la tortilla, supongo.

En cualquier caso, de niña yo tenía tres platos favoritos: Espaguetis con huevos rellenos, chuletas de cerdo y albóndigas, por ese orden. Cuando tocaba esa comida, me ponía muy contenta y comía más despacio, porque quería que me durara. Por supuesto, todos estos manjares venían regados con una buena jarra de Tang de naranja o de limón, mi bebida favorita junto con el yogur líquido Dan Up y el batido de chocolate. No solían darme postre, pero me contentaba con la merienda al volver del colegio por las tardes. Aunque me daban muchas veces bocadillos de salami, chorizón, queso o jamón york, la merienda estrella para mí era el chocolate en sus dos variantes: en tableta o la Nocilla. Lo máximo ya era cuando mi madre traía de la tienda tabletas de chocolate rellenas de jarabe de fresa o de naranja que sabían a gloria, pero que duraban muy poquito.

De vez en cuando me daban la paga, que solía ser de doscientas o trescientas pesetas a la semana. Si hoy en día le das el equivalente en euros a un niño, éste se ríe en tu cara. Pero en los 90 se podían hacer maravillas con doscientas pesetas si las estirabas bien. Con un poco de maña, podías comprar una megabolsa de golosinas variadas que te durara toda la semana. Y de vez en cuando te podías dar algún caprichito comprando algo más caro, como un Fresquito o un Push Pop, que podías llevar contigo colgado del pantalón.

¿Y qué se hacía en las calurosas tardes de verano? Pues en esos días la tienda de golosinas estaba hasta los topes de niños que pugnaban por conseguir un helado. Sin embargo, hay que hacer distinciones. No muchos podíamos permitirnos gastar cien pesetas (el equivalente serían unas treinta o cuarenta gominolas) en un Solero. Era mucho mejor recurrir a alternativas más baratas y deliciosas, como el Calippo o el Frigopié. En caso de que no tuvieras mucho dinero, siempre podías comprarte uno de esos tubos de plástico con líquido de sabor dentro que tenías que congelar antes de comértelo. Creo que se llamaban Flash o algo así, pero nosotros les llamábamos Burbanflash o Bombanflash, dependiendo del sitio donde vivías.


Y hasta aquí hemos llegado. ¿Qué os ha parecido? ¿Os sentís identificados con algún detalle o echáis en falta algo que debería haber puesto? ¡Espero vuestros comentarios, ^^*!

domingo, 5 de abril de 2015

Vagando por la Historia: La Batalla de Little Big Horn


Cuando Cristóbal Colón llegó a América en 1492, tuvo su primer encuentro con los nativos de aquella tierra, a los que llamaría por error “indios”. De sus impresiones dejó escrito un memorial destinado a los Reyes Católicos en el que decía de estas gentes: “Tan tratables son, tan pacíficos son, que juro a Vuestras Majestades que no hay en el mundo mejor nación. Aman a su vecino como a sí mismos”.

El amor al prójimo es uno de los fundamentos del cristianismo, que era la fe que profesaban, en distintas formas, los europeos que en los años siguientes acudirían masivamente al Nuevo Mundo para colonizar aquellas tierras. Pero los europeos no se portaron cristianamente con quienes ya estaban viviendo allí. Aparte del contagio de muchas enfermedades para las que los nativos no estaban preparados, les arrebataron sus tierras, los confinaron en reservas y los masacraron sin piedad.

Las guerras indias son uno de los fundamentos del nacimiento de los Estados Unidos de América; una gesta que ha sido relatada por diversos escritores y que ha sido llevada al cine en innumerables ocasiones, hasta el punto de que ha merecido un género con nombre propio: el “western”, que nos ha dejado joyas tan emblemáticas como Solo ante el peligro, Silverado, Centauros del desierto o Murieron con las botas puestas, esta última retratando el transcurso de la batalla de Little Big Horn.

Sin embargo, el cine no siempre cuenta la verdad de lo ocurrido y está más que probado que la batalla de Little Big Horn, en la que fue masacrado casi por completo el 7º regimiento de Caballería, no fue la lucha épica entre los buenos americanos y los malvados indios salvajes que nos han intentado hacer creer. Esta legendaria batalla ocurrió en las grandes llanuras y cuenta con tres nombres propios: George Armstrong Custer, Caballo Loco y Toro Sentado.




George Armstrong Custer nació el 5 de diciembre de 1839 en New Rumley (Ohio), en el seno de una familia metodista de emigrantes (su padre era alemán y su madre irlandesa). Como muchos hombres en aquella época, ingresó en la Academia Militar de Estados Unidos. A pesar del renombre que alcanzaría posteriormente, lo cierto es que no fue un brillante estudiante en West Point. Se graduó como teniente, pero fue el último de su promoción. La Guerra de Secesión fue su gran oportunidad; fue destinado al Ejército de la Unión con el grado de alférez y participó en la primera batalla de Bull Run. Gracias a su decisión y arrojo, consiguió ascender hasta general a los 23 años. En junio de 1863 ya estaba al mando de una brigada de caballería, con la que combatió en Gettysburg (Pennsylvania) y, a las órdenes del general Phillip Sheridan, en el valle de Shenandoah.

Al finalizar la contienda, buscó destinos que le reportaran más gloria. Así fue enviado como teniente coronel al 7º de Caballería para participar en la última fase de las Guerras Indias, que se estaba desarrollando en esos momentos en Kansas. Allí combatió contra los cheyennes entre 1867 y 1868. En el año 1873 fue destinado al territorio de Dakota para proteger a los topógrafos del ferrocarril y a los buscadores de oro que recorrían la tierra de los sioux, cuyo jefe era Toro Sentado. Tras tres años de continuos enfrentamientos con este pueblo, el Ejército de los Estados Unidos decidió atacar a los indios en una batalla final que, supuestamente, acabaría con el problema de una vez por todas.

Nada más lejos de la realidad. Aunque en algunas películas se ha mitificado en exceso el carácter de Custer, lo cierto es que no estaba sensibilizado con el problema indio ni era un genio de la estrategia. Era un hombre arrogante e impetuoso que basaba sus éxitos en tomar siempre la iniciativa sin tener en cuenta el número de bajas. De hecho, lo ocurrido en Little Big Horn dejó al descubierto sus grandes defectos como estratega militar, y por ello perdería la vida.

En 1876, el Ejército planeó una campaña contra los indios hostiles, que por entonces estaban establecidos en el territorio suroriental de Montana. El regimiento de Custer, formado por 655 soldados, constituía la avanzadilla de una fuerza a las órdenes del general Alfred Howe Terry. El 25 de junio, los exploradores de Custer encontraron a los sioux junto al río Little Big Horn. A pesar de que los sioux eran mucho más numerosos, Custer decidió que los eliminaría de una vez por todas. Así, desobedeció la orden de reunirse con Terry en la confluencia de los ríos Big Horn y Little Big Horn, y se preparó para el ataque.

Inconsciente del peligro y creyendo que los indios no resistirían el envite de una tropa moderna, Custer rechazó dos ametralladoras “Gatling” que le ofreció el 20º de Infantería y también el apoyo del 2º de Caballería. Se lanzó solo a la batalla, con todos los hombres del 7º encuadrados en doce compañías. Dividió su hueste en tres columnas, y él mismo lideró una.

Nadie sabe exactamente lo que ocurrió, pero no sobrevivió ni un alma. No han quedado registros de primera mano de la batalla de Little Big Horn, y las fuentes orales indias tienden a mezclar realidad con fantasía. Pero lo cierto es que Little Big Horn era un campamento enorme, con más de 4.000 indios preparados para el combate al mando de Toro Sentado, Gall y Caballo Loco.




El desarrollo de la batalla fue muy rápido, pues todo finalizó en menos de dos horas. Es más que probable que nunca llegara a formarse el famoso cuadro que aparece en todas las películas, pues no tuvieron ni tiempo. Trataron de agazaparse detrás de los caballos muertos. Muchos cuerpos se hallaron diseminados por las laderas, probablemente porque fueron descubiertos mientras intentaban escapar de la masacre. No quedó nadie con vida. Allí murió el imprudente general Custer, sus hermanos Tom y Boston, su cuñado James Calhound y su sobrino Audie Reed, que perecieron junto a doscientos diez soldados, cuyos cuerpos fueron mutilados por los vencedores. Sólo hubo un ser que sobrevivió: un caballo llamado Comanche, que fue considerado un héroe nacional. Al morir, su cuerpo fue embalsamado, sus órganos fueron enterrados con honores militares y su cuerpo momificado fue llevado al Museo de Historia Nacional de la ciudad de Lawrence.

Sobre el campo de batalla quedaron Custer y los que se dejaron la vida en aquella empresa imposible. No existe hoy en día unanimidad en cuanto al número real de bajas debido a que no se sabe con exactitud cuántos perecieron en las otras dos columnas en que Custer dividió sus fuerzas. Lo que sí se sabe es que entre los muertos se encontró al periodista Mark Kellog, que viajaba con el 7º de Caballería como enviado del Bismarck Tribune, un diario de Dakota. Perdió la vida también en la batalla, dejando como último testimonio un telegrama que envió a su redacción antes de la masacre y en el que decía simplemente: “Parece que al fin veremos indios”.

Little Big Horn fue el máximo exponente de la resistencia de los indios de las grandes llanuras, aunque no tardarían en entrar en declive. Los supervivientes del 7º se tomaron la revancha en Wounded Knee al masacrar a un grupo de sioux que se había rendido. En 1890, el presidente Harrison ordenó que se terminara con el problema de una vez sin reparar en esfuerzos. El 15 de diciembre de ese mismo año, el ejército asesinó a Toro Sentado. Los sioux, los cheyennes y las otras tribus de las grandes llanuras de Estados Unidos eran ya historia.