viernes, 28 de febrero de 2014

Díselo con flores


Y, para terminar el mes del amor, vamos a rematar con un tema que me gusta mucho: las flores. Antiguamente, era muy común entre los amantes confesarse sus sentimientos a través de las plantas y las flores. Cada flor tenía un significado, aunque muchos han caído en desuso a día de hoy. Conservamos algunos retazos, como la rosa para la persona más amada, las coronas dedicadas a nuestros muertos o la flor de azahar para las novias... pero qué poco sabemos sobre el rico significado de las flores.

Hoy os traigo una pequeña lista de flores que tienen significado de amor, pues todavía estáis a tiempo de decirle lo que sentís a esa persona tan especial que os hace latir el corazón de manera incontrolada. ¡Porque hay vida más allá de las rosas rojas!

¡Ojalá hayáis tenido un feliz mes del amor! ^^*




Nombre: Azalea
Clasificación: Rhododendron Pentanthera
Significado: Alegría de amar. "Mi corazón es feliz"




Nombre: Borraja
Clasificación: Borago Officinalis
Significado: Amor constante. "Te amo desde hace mucho tiempo"




Nombre: Camelia roja
Clasificación: Camellia Japonica
Significado: Amor ardiente y eterno



Nombre: Clavel rosa
Clasificación: Diantus Caryophyllus
Significado: Pasión. "Te quiero con pasión"




Nombre: Fucsia
Clasificación: Fuchsia Magellanica
Significado: Pasión. "Mi amor es inquebrantable"




Nombre: Iris
Clasificación: Iris Germanica
Significado: Los blancos quieren decir "Te amo con confianza"; los azules "Te amo con ternura"; y los amarillos "Te amo con alegría".




Nombre: Jacinto
Clasificación: Hyacinthus Orientalis
Significado: Los blancos quieren decir "Estoy feliz de amarte"; los azules "El espíritu que me das me reaviva"; los amarillos "Tu amor me hace feliz"; y los rojos o rosas "Tu amor me penetra".




Nombre: Prímula
Clasificación: Primula Elatior
Significado: Primer amor. "Solo te he amado a ti".




Nombre: Tulipán
Clasificación: Tulipa Gesneriana
Significado: Declaración de amor. "Mi amor es sincero".


Hay muchas flores y árboles que guardan un significado relacionado con el amor, pero eran demasiados como para ponerlos en un espacio tan pequeño como este blog. En un futuro, quizá, dedicaré algún post a mis flores preferidas o algo así, porque es un tema que me gusta mucho. Espero que os haya gustado y que os haya parecido interesante.

¡Hasta pronto!

martes, 18 de febrero de 2014

Cupcakes amorosos para los más golosos!!


¡Hola a todos!

Y seguimos con más aportes para este mes del amor, esta vez con algo comestible. Los que mejor me conocen saben que siento pasión por los cupcakes; y no solo por comerlos, sino por hacerlos (para gozo de mis amigos y familiares, que me los quitan de las manos). Mirando por internet se pueden encontrar infinidad de recetas de cupcakes, con multitud de formas y decoraciones diferentes, a cual más original.

La receta que hoy os traigo es una receta base que sirve para cualquier cupcake, solo que un poco customizada para darle un toque más romántico y sanvalentinero. Son un estupendo regalo para aquella persona especial que os ha ganado el corazón, y os prometo que están deliciosos.

¡Poneos el delantal y al lío!






Ingredientes para 12 cupcakes:

-125 gramos de mantequilla a temperatura ambiente

-125 gramos de azúcar extrafino

-2 huevos grandes batidos

-125 gramos de harina

-1 cucharadita de levadura mezclada con la harina

-Sirope de fresa o de frutas del bosque

-2 cucharadas de leche entera o semidesnatada

-1 cucharadita de extracto de vainilla (opcional)


Para la decoración:

-75 gramos de mantequilla a temperatura ambiente

-2 cucharadas de leche entera o semidesnatada

-1 cucharadita de extracto de vainilla

-225 gramos de azúcar glas tamizado

-Colorante rojo

-Una lámina de fondant blanco o rosa


Utensilios:

-Bol grande

-Batidora

-Cápsulas para 12 cupcakes

-Bandeja de horno para magdalenas

-Manga pastelera con boquilla de estrella

-Cortapastas pequeño en forma de corazón



Indicaciones:

-15 minutos de preparación

-Entre 15-20 minutos de cocción

-20 minutos de enfriado


Paso a paso:

  1. En un bol grande, batimos la mantequilla cortada en trozos junto con el azúcar hasta que adquiera una consistencia ligera y suave. Si la mantequilla está muy dura, se puede ablandar metiéndola unos segundos en el microondas.

  1. A continuación, añadimos la mitad de los huevos batidos y seguimos batiendo hasta que se incorpore. Luego añadimos la mitad de la mezcla tamizada de harina y levadura para que no cuaje, y batimos hasta que se incorpore.

  1. Con la ayuda de una cuchara, mezclamos el resto de los huevos y la harina. Cuando estén incorporados, añadimos la leche y el extracto de vainilla. Batimos hasta que quede todo bien incorporado.

   4. Colocamos las cápsulas en una bandeja para hornear magdalenas y rellenamos unos 2/3 de su capacidad. Metemos la bandeja en el horno precalentado a 180º durante unos 20 minutos.


     5. Para saber si los cupcakes están listos, los pinchamos con un palillo: si sale limpio, ya se pueden sacar del horno. Una vez listos, los dejamos enfriar sobre una rejilla.


     6. Cuando estén fríos, usamos un cuchillo con punta para hacer un agujero en la parte de arriba de los cupcakes y luego vertemos un poco de sirope.



Decoración:

  1. Ahora vamos con la decoración. En un bol, batimos la mantequilla reblandecida hasta obtener una textura suave. Vertemos la leche y el extracto de vainilla y seguimos batiendo hasta que se incorporen.
  1. Añadimos la mitad del azúcar glas y batimos durante unos minutos, hasta que se incorpore. Luego, añadimos el resto del azúcar (si la mezcla queda demasiado gruesa, se puede añadir otro chorrito de leche para hacerla más suave).
  1. Añadimos el colorante alimentario gota a gota hasta obtener la tonalidad deseada.
  1. Metemos el glaseado en una manga pastelera con boquilla de estrella y lo aplicamos en espiral sobre la magdalena.
  1. Después de trabajar el fondant, utilizamos el cortapastas para hacer corazoncitos y ponemos un corazón en cada magdalena.




¡Y voilà! ¡Ya tenéis los cupcakes amorosos! Espero que os gusten mucho y que disfrutéis tanto haciéndolos como dándoselos a vuestra persona especial.

¡Nos vemos ^^*!

viernes, 14 de febrero de 2014

Cuento de Amor


Me hubiera gustado mucho escribir este cuento.

Sé que puede sonar un poco raro. ¿Acaso no me considero escritora (novatilla, pero escritora al fin y al cabo)? ¿Y quién si no ha escrito el cuento que hoy os traigo?

Pues la respuesta es muy sencilla. Oí este cuento hace ya unos cuántos años, viendo un programa de televisión. En el programa, el gran Moncho Borrajo pidió a varios miembros del público que le dijeran un nombre y dos palabras; las elegidas fueron María, carta y rosa. Y con esas tres simples palabras, Moncho Borrajo se sacó un cuento de amor de la manga. Un cuento que en su día me pareció tan bonito y emotivo que me hizo saltar las lágrimas.

Hoy es San Valentín, el día dedicado a los enamorados. Es la ocasión perfecta para traeros este cuento, adaptado de mis recuerdos y quizá un pelín alterado. Me habría gustado volver a oírlo de boca de Moncho Borrajo una vez más, sobre todo porque querría hacerlo lo más exacto posible sin faltar a su esencia, pero no lo he conseguido. He adaptado el cuento lo mejor que he podido; los añadidos, escasísimos, creo que no desvirtuarán esta pequeña adaptación realizada con el más profundo respeto.

¡Feliz San Valentín!


La vida de María era tan normal como ella siempre había imaginado que sería. Creció junto a sus hermanos y hermanas como una más, y siempre supo lo que tenía que hacer y lo que se esperaba de ella. Empezó a trabajar siendo una niña como aprendiza de costurera y, con el paso de los años, ése había terminado siendo su oficio. Nunca fue a la escuela, pues aquellos eran tiempos duros y nunca venían mal dos buenas manos para dedicarlas al trabajo.

Con todo, María no lamentaba su suerte. Cierto que sus hermanos varones habían recibido más atención por parte de sus padres, y con el tiempo consiguieron estudiar una carrera y salir adelante. A ella nunca se le había dado la alternativa de elegir su destino, pero tampoco lo lamentaba. Su escaso sueldo contribuía a mejorar sensiblemente la economía familiar, y para María no había alegría mayor que la de sentirse útil. ¿Qué importaba que no supiera leer ni escribir? Le gustaba ir a trabajar y la rutina en la que vivía la hacía feliz. Con todo, siempre le quedó como una espinita en el corazón.

Cuando María cumplió dieciocho años, su padre le presentó a un joven llamado Gonzalo. Solo era un poco más mayor que ella, pero a María no le causó muy buena impresión. Gonzalo era serio y parecía que no supiera sonreír. Apenas respondió con una leve inclinación de cabeza cuando ella le dijo su nombre. Su apretón de manos, aunque firme, carecía de calor humano.

Pero, a pesar de que a ella no le caía en gracia, Gonzalo empezó a pasar cada vez más tiempo en la casa. Hablaba mucho con su padre por las tardes y todos los domingos estaba presente a la hora de comer. También acompañaba a María a la casa donde trabajaba como costurera, pero ese paseo era tan aburrido que a la joven se le hacía eterno. Gonzalo casi no hablaba y solo respondía lacónicamente si ella le hacía una pregunta.

Por eso, el día que su padre le anunció que iba a casarse con Gonzalo, María tuvo que hacer gala de todo su autodominio para no perder la compostura y echarse a llorar. ¿Cómo iba a convertirse en la esposa de un hombre tan poco agradable? Estaba segura de que él no la quería en realidad, sino que simplemente buscaba una mujer buena y modosa para casarse y formar una familia. Ese deseo no era distinto del de María, pues siempre había querido tener un marido e hijos. Pero no sabía si Gonzalo podía ser un buen esposo para ella. Algo en su interior le decía que estaría cometiendo un error terrible si se casaba con él.

Con todo, la boda se celebró. María dejó la casa donde se había criado y se mudó a un pequeño piso que era propiedad de los abuelos de Gonzalo. Poco tardó María en corroborar sus sospechas de que Gonzalo no era el hombre más hablador del mundo. Nunca le decía nada, ni para bien ni para mal. Al menos eso tenía sus ventajas, ya que así tampoco discutían. Pero María no podía evitar sentirse frustrada. A veces Gonzalo se entretenía leyendo un libro, pero ella no podía hablar de eso con él porque no sabía leer. María ardía en deseos de romper el fuerte muro que la separaba de Gonzalo; tenía ganas de conocer al hombre con el que se había casado. Pero Gonzalo pasaba poco tiempo en casa, pues tenía que atender a su trabajo y solo se veían a las horas de comer. Como hacía falta el dinero, María regresó a su trabajo como costurera, y a Gonzalo le pareció bien; bastante escaseaba el dinero como para dejar un trabajo que aportaba algo, aunque no fuera mucho.

Pronto se estableció una rutina en el matrimonio. María preparaba la comida para Gonzalo, mantenía limpia la casa, trabajaba algunas horas en el obrador… Siempre sucedía lo mismo. Hoy era igual que ayer, y fue así durante los siguientes quince años, en los que María llegó a encontrarse, si no feliz, al menos a gusto con su vida.

Pero entonces, una noche descubrió algo que dio al traste con la poca alegría que sentía. Aquella noche, María regresó a casa un poco más tarde que de costumbre. Su marido ya estaba en casa, quitándose la chaqueta y guardándola en su armario. Cuando María se acercó a él para disculparse por haberse retrasado con la cena, descubrió que él estaba sacando un sobre del bolsillo de su chaqueta. Después de observar el sobre con una sonrisa, lo escondió dentro de una caja junto con una rosa de dulce perfume. María se quedó muy sorprendida por lo que acababa de ver pero, al sentir la severa mirada de Gonzalo sobre ella, no se atrevió a decirle nada. Sin embargo, aquel descubrimiento la llenó de una profunda inquietud.

Al día siguiente, María esperó a que Gonzalo se marchara al trabajo antes de abrir el armario y echar un vistazo. Una parte de ella le decía que no debería estar husmeando entre los secretos de su marido, pero eso era algo que no podía evitar. La sonrisa de Gonzalo no se le quitaba de la cabeza. Era la primera vez en quince años que veía sonreír a su marido. Aquello era tan insólito que, de no haberlo visto ella con sus propios ojos, no se lo habría creído a nadie que se lo contara.

Después de buscar durante un rato, encontró el sobre. Estaba abierto, así que María miró en su interior sin saber lo que iba a encontrar. Pero dentro del sobre no había más que un pliego de papel con algo escrito. María apretó los dientes para no dejar escapar una maldición. Ella no sabía leer, así que no comprendía ni una sola palabra de lo que decía aquella carta. Para María no eran más que garabatos que bailaban ante sus ojos y la mareaban. ¿Qué sabía ella de las letras, Dios mío, si nunca había ido a la escuela? Guardó la carta en su sobre y volvió a dejarlo todo como estaba, agotada y frustrada.

Pero aquello no terminó así. Día tras día, María observaba a su marido volver a casa, quitarse la chaqueta y guardarla en el armario junto con una carta y una rosa fresca. Antes de ocultar las pruebas, daba un beso a la rosa y la guardaba con mimo y cuidado, como si se tratara de algo precioso. María no podía soportar que su esposo le sonriera así a una flor cuando para ella no tenía ni el más leve gesto de cariño. ¿Y de dónde había sacado las rosas? ¿Para quién eran sus flores y sus sonrisas?

La estaba engañando con otra. Fue el primer pensamiento que cruzó por la mente de María, y allí se quedó. Gonzalo se estaba viendo en secreto con otra mujer. Por eso sonreía cuando observaba las rosas. Por eso las guardaba con tanto celo en su armario. Por eso conservaba aquellas cartas de las que nunca le había hablado. María no dejaba de darle vueltas a estas cosas en ningún momento, pero se cuidó de no decirle nada a nadie. Ya se sentía demasiado avergonzada como para andar divulgando su desgracia.

Pero, ¿de qué tenía que avergonzarse? ¿Acaso no era culpa de Gonzalo? Ella había procurado ser una buena esposa para él, y Gonzalo no le respondía más que con murmullos desganados. Nunca le había sonreído como le sonreía a la rosa que seguía trayendo todos los días a casa. María estaba cada vez más segura de que esas rosas eran para su amante, y probablemente las cartas también eran de aquella mujer. Pero no podía enfrentarse a Gonzalo y contarle sus sospechas; él lo negaría todo y ella no podría probar nada porque ni siquiera conocía el contenido de las cartas.

María tomó entonces una decisión: si quería plantarle cara a Gonzalo, tenía que enterarse de lo que decían aquellas cartas. Se planteó la posibilidad de acudir a la maestra del pueblo y pedirle que le leyera una. Pero no podía hacer algo así, pues la vergüenza podía más que ella. Si las cartas hablaban sobre los amores de su marido con otra mujer, no quería que nadie más se enterara. Así pues, solo quedaba una opción: tendría que leer ella misma las cartas.

La maestra del pueblo la recibió y escuchó con gran interés lo que tenía que decirle. María, intentando que su voz no delatase la tristeza que sentía, le explicó que era analfabeta y que quería aprender a leer y escribir. Su marido era muy bueno, le dijo. Se desvivía por hacer bien su trabajo y ella quería ayudarle con el negocio, pero para eso tenía que conocer las letras. Había pensado que podría aprender a escondidas de su marido para darle una sorpresa cuando por fin supiera leer. La maestra encontró muy juiciosa su explicación y aceptó su propuesta.

A partir de aquel día, María acudió todas las tardes, siempre que su trabajo se lo permitía, a la escuela. Allí la esperaba la maestra con sus libros de texto para enseñarle a descifrar su contenido. El aprendizaje de María fue lento, pero cada día avanzaba un poco más. Primero aprendió las vocales, y después todo el alfabeto. La maestra le enseñó que era posible unir unas letras con otras y así formar palabras. María decidió aprenderlas todas. Cada vez que veía a Gonzalo guardando una rosa y una carta en el armario, su resolución aumentaba. Aprendería todas las palabras que hiciera falta; cuando las encontrara escritas en las cartas de Gonzalo, la tristeza que ahora sentía se vería superada por una apabullante sensación de triunfo.

Tanta perseverancia tuvo sus frutos. Al cabo de unos meses, María aprendió a distinguir las letras, a unirlas para formar palabras, a pronunciar las sílabas con menor dificultad. Cuando leyó sin equívocos el texto que la maestra le puso delante, supo que su aprendizaje ya había terminado. Aquella misma noche buscaría las cartas que Gonzalo tanto se obstinaba en esconder, las leería y después le pediría explicaciones. ¿Cómo iba a negar en su cara lo que allí ponía, si ahora ella sabía leer tan bien como él?

Aquella noche, cuando Gonzalo regresó del trabajo, no hizo nada distinto de las otras veces. Antes de guardar la chaqueta en su armario, extrajo una rosa y una carta, y las colocó con cuidado entre sus pertenencias. Después de cenar, se sentó en el sillón para leer un libro. María, con la excusa de poner un poco de orden en sus armarios, aprovechó para sustraer la caja donde guardaba las pruebas mientras Gonzalo leía absorto su libro. Con manos temblorosas, pero sin hacer ruido, María cogió el primer sobre del fajo, lo abrió y desplegó la carta.

Y esto fue lo que leyó:

Mi querida María,

Te he escrito esta carta porque es la única manera que tengo de expresar todo el amor que siento por ti desde que te conocí. Han pasado quince años desde aquel día que nos conocimos en casa de tus padres, cuando apenas éramos unos niños y el mundo era nuevo para nosotros. Había ido a casa de tu padre para llevarle unos libros que él había comprado, y tú apareciste como un sueño. ¡Qué preciosa me pareciste entonces! Cuando me dijiste tu nombre, tu voz sonó como música en mis oídos. Intenté hablarte, pero mi lengua se quedó trabada y no pude pronunciar palabra. ¿Cómo se le habla a un ángel, María? ¿Puedes imaginar la impresión que me causó mirarte y oír tu voz? Hasta aquel momento, creía que lo había tenido todo y que la vida no podía darme mucho más. Qué equivocado estaba.

Cuando te vi por primera vez, comprendí que tú eras todo lo que siempre había deseado.  Te amé desde el primer momento. Me habría gustado poder decírtelo durante nuestros paseos, cuando te acompañaba al lugar donde trabajabas, pero estaba demasiado abrumado y no me atrevía a hablar. ¡Si supieras cuántas veces me lo he reprochado después, María! Estoy seguro de que pensabas que estaba enfadado o aburrido, pero nada más lejos de la realidad. Lo cierto es que me sentía tan pobre y pequeño a tu lado que no me atrevía a mirarte. Sabía que tú te merecías todo lo mejor del mundo, y yo no tenía derecho ni a rozar la punta de tus cabellos. Si quería tener una oportunidad de llegar a tu corazón, tendría que esforzarme por ser merecedor de ti. Cuando le pedí a tu padre que me dejara ser tu marido, no pude creer mi buena fortuna cuando me dijo que sí y que tú estabas de acuerdo.

Pero aquella no era toda la verdad, ¿no es cierto? Tu padre exageró las cosas. Tú no me amabas de la misma manera que yo a ti. Seguramente estabas aterrada, pensando quién sabe qué cosas sobre el marido que te había tocado en suerte. Y yo me hice querer tan poco… He sido muy egoísta, María. Pensaba que con tenerte a mi lado sería suficiente para que te fijaras en mí y me amaras. No tardé en comprender lo poco que tenía que ofrecer a una mujer tan tierna y maravillosa como tú. Si quería que me amaras, tendría que hacer méritos. Tenía que darte algo que tú no tuvieras o que nadie más pudiera darte. Observaba cómo te acercabas a mí cuando leía y adiviné que tal vez tenías ganas de conversar conmigo acerca de mis libros. Pero no sabías leer y no encontrabas ningún incentivo para aprender a hacerlo. Ahí fue donde vi mi oportunidad de hacer algo por ti: Conseguiría que aprendieras a leer.

Me resultó muy difícil llevar a cabo esta mascarada, María, y soy consciente del daño que he podido causarte. Quiero pedirte perdón por lo mal que te lo he hecho pasar. Quería que aprendieras a leer, y esta fue la única solución que se me ocurrió. Viendo mi comportamiento estos últimos meses, seguramente pensaste que me estaba encontrando con otra mujer a tus espaldas. Pero no tienes nada que temer, amor mío. Para mí no hay más mujer que tú y no habrá ninguna otra mientras viva.

Si estás leyendo esto es porque has encontrado la caja donde escondo las cartas y las flores. Que no te preocupe estar metiéndote en mis asuntos: todo lo que contiene esta caja es tuyo. Las cartas están dirigidas a ti y en ellas te escribo lo feliz que soy de poder estar contigo. En la caja también he guardado cada día una rosa para ti. El día que sepas leer esta carta, tal vez yo haya aprendido a reunir el valor suficiente como para dártelas y confesarte todo lo que siento por ti, lo maravillosa que eres y lo dichoso que he sido todos estos años a tu lado. Y, si puedes perdonarme por haber sido tan frío contigo, te prometo que te lo compensaré con creces y te demostraré mi amor como bien te mereces.

Sigo siendo tu amante esposo,

Gonzalo


El estupor que sintió María al terminar de leer la carta no es posible describirlo con palabras. Creyó al principio que había leído mal y que había malinterpretado el contenido de la carta. Después se dijo que nada tenía pies ni cabeza. Su corazón latía enloquecido, sintió cómo se ruborizaban sus mejillas y, finalmente, sin saber por qué, se echó a llorar.

Gonzalo no la estaba engañando con otra mujer. El resto de sus cartas corroboraba sus palabras. Al leerlas, María fue consciente por primera vez de cuánto la amaba su marido y lo mucho que le costaba manifestar sus sentimientos. Jamás se había imaginado que su marido, con el que llevaba casada quince años, pudiera quererla tanto. ¡Y pensar que ella jamás lo había sospechado! Ella había pensado que tal vez la culpa fuera suya, pero no había ni una sola palabra de reproche en las cartas de Gonzalo; allí no había más que amor.

María se echó a reír sin poder evitarlo. Reía en medio de un mar de lágrimas, presa de una felicidad que nunca había experimentado antes. Se puso en pie y, con las cartas aún en la mano, buscó a Gonzalo. Él seguía sentado en el sillón con un libro en el regazo. Cuando levantó la vista y observó a María llorando y riendo, con sus cartas abiertas, oliendo a rosas… comprendió lo que había sucedido. En su rostro se dibujó una cálida sonrisa que hizo suspirar a María de alivio y amor.

Se echó en los brazos de su marido, que la recibió con cariño y calidez. María escuchó los latidos de su corazón y cerró los ojos. Era la primera vez que se sentía en paz con él.

-Sabes que te quiero, ¿verdad? –dijo Gonzalo en voz baja, como era costumbre en él.


-Sí –respondió María, sonriendo -. Ahora sí.


lunes, 10 de febrero de 2014

Mis historias de amor favoritas


¡Y seguimos con más cosas en este mes dedicado al amor y a todos los enamorados! Y nada mejor para continuar que uno de mis seguidos rankings, que me gusta mucho hacer.

Solo para que quede claro, así para empezar, nunca he sido fan de la novela romántica porque, a mi modo de ver, ha perdido la capacidad de mostrar una verdadera historia de amor. En las novelas rosas, lo único que encuentro son relatos estereotipados de mujeres anodinas y hombres de belleza aterradora que viven un romance tan tórrido que hace temblar los pilares de la tierra. A pesar de que las novelas se centran en sus relaciones sentimentales, sabemos muy poca cosa sobre la psicología de los protagonistas porque son simples, más planos que una mesa y con muy poco que aportar, salvo alguna que otra frase lapidaria que me provoca sonrojos y carcajadas muy buenas.

En cambio, considero que hay historias muy bonitas de las que no se habla tanto pero que serían dignas de tener en cuenta. Este pequeño ranking es bastante personal, así que puede que algunas parejas no resulten tan conocidas como otras. Sin embargo, a mí sus historias de amor me parecieron muy bonitas y me han hecho soñar hasta unas cotas que no os podéis imaginar. Y, lo mejor de todo, todas acaban bien.

Bienvenidos al ranking de mis historias de amor favoritas!


8) Keiichi Morisato y Belldandy




De todas las historias de amor habidas en el mundo del manga y el anime, sin duda me quedo con la de Keiichi y Belldandy, los protagonistas de Oh, my Goddess!, de Kosuke Fujishima. Aunque el manga es muy bueno, la primera vez que vi a estos dos tiernos personajes fue al ver las OVA's (como una miniserie), donde se contaba su historia de manera bastante resumida.

Keiichi es un chico que, a pesar de que es muy bueno, nunca ha tenido suerte en el amor. Al llamar por error a una agencia de diosas, Belldandy aparece en su cuarto y le dice que le garantizará un deseo, lo que quiera. Sin pensarlo demasiado, Keiichi le dice que desea tener junto a él a una chica como ella. ¡Y su deseo se cumple! Belldandy se quedará junto a él para siempre, ya que si alguien intenta separarles una especie de Fuerza hará daño a quienes les rodean.

Sin embargo, aunque en principio pueda parecer un pacto hecho por obligación, poco a poco descubrimos que Belldandy ya conocía a Keiichi desde la niñez, aunque tuvo que borrarle la memoria porque estaba prohibido que ellos se conocieran. Se le apareció porque sabía que volvería a encontrarle, aunque él ya no se acordara de ella, y aceptó quedarse con él a pesar de saber que estaba violando las normas. Keiichi empieza a recordar cosas, pero el Todopoderoso ya le ha dicho a Belldandy que debe desaparecer de la vida de Keiichi y ella se prepara, resignada a su suerte. Sin embargo, gracias a las hermanas de Belldandy, ambos consiguen reunirse de nuevo y Keiichi le entrega un anillo a Belldandy, como le había prometido cuando era solo un niño.

Mejor frase: (Belldandy, gritando en dirección al cielo) ¡Escúchame, Señor! ¡Por favor, concédeme este deseo! ¡Haz que se vuelva realidad! ¡Por favor, permíteme permanecer al lado de Keiichi! ¡Si lo haces, renunciaré a mi condición de diosa! ¡Aceptaré ser desterrada del cielo!


7) Navarre e Isabeau




Los protagonistas de la curiosa Lady Halcón (1985), una fascinante película de culto que todos los amantes de la fantasía épica debería ver, también protagonizaron una historia de amor que desafió todas las dificultades y permaneció incluso en la adversidad, cuando ni siquiera podían estar juntos por pertenecer a mundos distintos.

Navarre es un caballero que recorre el mundo acompañado de un halcón. Busca con desesperación al hombre que le maldijo, conocido como el Obispo, para obligarle a deshacer el hechizo que le mantiene preso a él y a su amada. Y es que Navarre, que durante el día es un bravo guerrero, por las noches se convierte en un lobo, mientras que su halcón se transforma en la hermosa Isabeau cuando sale la luna. En ningún momento pueden estar juntos, porque ni siquiera les está permitido tocarse.

Pero ellos siguen adelante, buscando una solución durante el día y durante la noche. Aunque en sus formas animales no recuerdan el amor que sienten, sí que pueden expresar devoción y cariño hacia sus respectivos "amos", por llamarlos de alguna forma. Isabeau no tiene guardián más fiel que el lobo, y Navarre siempre tendrá a su bonito halcón junto a él. Quizá el momento más desesperante sea cuando el primer rayo del sol toca a Isabeau y está a punto de convertirse en halcón, y por un fugaz instante ambos amantes están a punto de tocarse. Por fortuna, tras muchas vicisitudes, todo acaba bien para los dos.

Mejor frase: (Phillipe Gaston) Siempre juntos y eternamente separados.


6) Connor y Heather




Tan inmortal como el título que da nombre a esta mítica saga de los 80, la pareja formada por Connor y Heather fue una de las más bonitas que he tenido el gusto de ver. Connor es un guerrero del clan escocés MacLeod que durante una batalla contra un clan enemigo es herido por un Inmortal, un ser que no puede ser aniquilado salvo por otro ser de su misma condición. A pesar de la gravedad de las heridas, Connor se salva milagrosamente porque también es uno de los Inmortales, pero los suyos creen que practica la brujería y es desterrado.

En Glen Coe le aguarda el amor, ya que allí contrae matrimonio con la bella Heather MacDonald, con la que es muy feliz. Pero hay un problema: al ser un Inmortal, Connor nunca envejecerá, algo que sí le sucederá a Heather. El maestro de Connor le pide que abandone a su mujer, ya que él sabe que es muy doloroso ver envejecer y morir a la persona amada. Además, hay otros Inmortales que quieren verle muerto y podrían utilizar a sus seres queridos para provocarle a entrar en batalla.

Sin embargo, Connor no se dejó convencer, sino que permaneció junto a su esposa hasta que Heather murió en sus brazos, vencida por la edad y sin haber podido darle hijos, ya que los Inmortales son estériles. Antes de morir, Heather le hizo prometer a Connor que todos los años, cuando fuese su cumpleaños, encendería una vela para ella. El broche de oro para una historia de amor preciosa, sin duda.

Mejor frase: (Heather está a punto de morir y mantiene el siguiente diálogo con Connor) ¿Por qué no has envejecido? (Él responde con amor) Porque te quiero tanto como el primer día que te conocí.


5) Gwendolin y Oswald




Gwendolin y Oswald son dos de los cinco protagonistas de Odin Sphere, uno de los mejores videojuegos que han salido para la Play Station 2. Gwendolin es una princesa valquiria, hija del rey Odín de Ragnanival; Oswald, en cambio, es un frío guerrero que sirve como un esclavo a su padrastro Melvin, hermano de la reina de las hadas. Como sus reinos están en guerra por el control de un Caldero mágico, desde el principio son declarados enemigos.

Sin embargo, a medida que avanzamos en el juego, vemos cómo empieza a nacer el amor entre ellos. Oswald observa a escondidas a Gwendolin, y así es como se da cuenta de que vive por y para complacer a su padre en todo, aun a costa de su propia felicidad. Oswald se ve reflejado en ella, ya que él ha descubierto que su padre vendió su alma a la Reina de los Muertos a cambio de obtener el poder de Belderiver, la espada que maneja Oswald y que forma parte de su maldición. En cuanto a Gwendolin, al principio se ve obligada a aceptar a regañadientes ser la esposa de Oswald, pero poco a poco descubrirá que el Paladín de las Sombras es más tierno y encantador de lo que jamás había imaginado. Sus sentimientos por él serán tan fuertes que será capaz de enfrentarse a la mismísima Reina de los Muertos para recuperar a su amado.

El amor de Gwendolin y Oswald es uno de los más bonitos que he tenido el gusto de presenciar, y me gusta mucho más porque su historia acaba bien. Pasan por un montón de dificultades y también cometen errores que les hacen madurar, pero para ellos habrá un futuro porque su amor es tan puro y bonito como un cristal.

Mejor frase: (Oswald, antes de despertar a Gwendolin con un beso) ¿Qué pensarás cuando me veas al despertar? ¿Me odiarás? ¿Huirás de mí para siempre? Es absurdo preguntarse estas cosas. No puedo volver a ser el hombre que una vez fui. No me importa cómo reacciones… Incluso si eso me llena de aflicción… Quiero… Quiero ver mi reflejo en tus ojos. Deseo… Deseo oír como esos dulces labios pronuncian mi nombre. Y si, por un momento…, en tu cara se dibuja una sonrisa…, obtendré la fuerza necesaria para vivir. Nadie me controla ya. De ahora en adelante, actúo solo… Por ti…


4) Jane Eyre y Edward Rochester




Imposible que esta pareja no estuviera en el ranking. Sin embargo, que esté aquí abajo no quiere decir que la considere inferior ni nada por el estilo. No penséis en los números: Jane y Edward se han ganado el pleno derecho de estar en esta lista por su historia que es a la vez típica y hermosa.

Jane Eyre es la protagonista de la novela que lleva su mismo nombre, escrita por Charlotte Brönte en 1847. La historia trata de la vida de Jane, una pobre huérfana que, tras una infancia llena de penurias, consigue entrar a trabajar como institutriz en la casa de Edward Rochester, un rico caballero de carácter bastante difícil y abrupto. A pesar de las convenciones sociales, que no veían bien la relación entre dos miembros de clases sociales tan diferentes, Jane y Edward se reconocen como almas gemelas y se comprometen para casarse.

Pero hay un problema muy grave, y es que Edward ya está casado con otra mujer, una criolla jamaicana que está loca y que permanece encerrada en la casa. Jane comprende que su relación es imposible y huye, pero regresa pasado un tiempo para descubrir que la antigua mansión del señor Rochester ha sido incendiada por su propia esposa, que ha muerto durante la tragedia. Edward está ciego, manco y atormentado por todo lo sucedido. Sin embargo, el regreso de Jane reaviva el amor entre los dos, si es que alguna vez se había enfriado, y ambos por fin pueden vivir felices como marido y mujer.

Mejor frase: (Edward a Jane) Hablando seriamente, creo que en el mundo no hay un ser que me ame con mayor pureza e intensidad que tú, Jane.


3) Juan del Diablo y Mónica de Altamira





Los personajes principales de la telenovela Corazón Salvaje, que pudimos ver allá por el año 1993, han protagonizado una de las historias de amor más fuertes, intempestivas y hermosas que se hayan conocido. Aunque he visto muchas telenovelas a lo largo de mi vida, considero que esta es la más perfecta de cuantas han salido a la luz. Recomendadísima para cualquiera que quiera ver una historia de amor que lo tiene absolutamente todo para triunfar.

Juan y Andrés son hijos del caballero hacendado Francisco Alcázar; pero Juan es un bastardo, fruto de la relación de don Francisco con la mujer de un pobre pescador. Juan, apodado "del Diablo" por su carácter conflictivo y pendenciero, vive una vida muy dura, llena de carencias y debiendo dedicarse al contrabando para poder sobrevivir. No le faltan, sin embargo, las atenciones femeninas, ya que es un hombre de gran atractivo. Pero será la arrebatadora Aimée, hija de la condesa de Altamira, la que cautivará su corazón.

Juan desea casarse con Aimée, pero ella se desdice de su compromiso y acepta la propuesta que le hace Andrés Alcázar, el hermano de Juan... sin importarle tampoco que Andrés sea el prometido de su dulce hermana Mónica, que decide meterse a monja para evitar la humillación y las burlas de la gente. La traición de la que ambos han sido víctimas hará que Juan y Mónica se acerquen cada vez más y nazca entre ellos una atracción que poco a poco se convertirá en un amor sólido y fuerte, aunque no exento de dificultades. El carácter rudo de Juan le pondrá en más de un aprieto, y Mónica se verá obligada a dejar de ser una niña mojigata para convertirse en una mujer fuerte que sabe lo que quiere y lucha por ello. El final de esta pareja también será épico, a la altura de sus circunstancias, y uno de los más hermosos que nos ha dejado Televisa.

Mejor frase: (Juan a Mónica) Antes que nada, permítame darle una disculpa por lo que le dije en la mañana. Como se habrá dado cuenta, de caballero no tengo más que la ropa. Pero también quiero decirle que si yo la hubiera tenido a usted, solamente volviéndome ciego, sordo o imbécil la hubiera dejado por otra, mucho menos por una zorra como su hermana.


2) Carl y Ellie




La sorpresa que se llevó la factoría Disney cuando vio el triunfo que tuvo la película de dibujos animados Up  (2009) fue mayúscula, ya que no esperaban ni por asomo que fuera tan bien acogida. Y gran parte de ese éxito, en mi opinión, fue el maravilloso prólogo de la película, en la que se nos muestra en poco más de cuatro minutos la más bella historia de amor jamás contada.

Carl y Ellie son una pareja que comparten su amor por la aventura y un sueño: viajar a Cataratas del Paraíso, un precioso lugar alejado de la civilización. Se casan y viven una vida intensa, llena de amor y felicidad, aunque continuamente se ven obligados a postergar su sueño de viajar, ya que cada vez que ahorran algo de dinero para el viaje, una nueva necesidad les obliga a romper el tarro de los ahorros. Pero ellos se lo toman con buen humor y siguen adelante, perseverando a pesar de todo.

Pero aunque su vida parece idílica, no faltan tampoco desgracias. Carl y Ellie no pueden tener hijos, como era su deseo, bien porque Ellie ha abortado o porque es estéril. No obstante, siguen con su vida, alegrándose por las pequeñas cosas, sonriéndose, bailando, disfrutando de sus picnics bajo el cielo azul, con la única y maravillosa felicidad de tenerse el uno al otro. Aunque los años han pasado y se han convertido en dos entrañables ancianitos, su amor no ha mermado ni un poco; se siguen amando como el primer día, hasta que Ellie, ya muy mayor, cae enferma y muere, dejando a Carl triste y desconsolado. Y aunque a nosotros se nos escape alguna lagrimilla al ver este final, no podemos dejar de sonreír al repasar su bonita historia de amor.

Mejor frase: Su historia no necesita palabras para mostrar lo bella que es.


1) Buttercup y Westley




Una de las parejas más bonitas del cine. Donde estén Buttercup y Westley, que se quiten los de Titanic o los de Love Actually. Los protagonistas de la entrañable La princesa prometida (1987) son el paradigma perfecto del amor verdadero, el que dura a pesar de las adversidades, a través del tiempo, a pesar de las muchas dificultades que tienen que salvar.

Buttercup y Westley se criaron juntos en una granja, aunque al principio no se llevaban bien. Sin embargo, al crecer descubrieron que no podían estar el uno sin el otro y se prometieron amor eterno. Pero Westley se marchó a hacer fortuna y su barco fue tomado por el pirata Roberts, que mató a todos cuantos iban a bordo. Buttercup, llena de tristeza, jura que no volverá a amar. Pero su belleza no ha pasado desapercibida al déspota príncipe Humperdinck, que la obliga a prometerse con él bajo amenaza de muerte.

Tres años después, Buttercup es secuestrada por tres hombres de Guilder, a los que el misterioso Hombre de Negro derrota uno tras otro, cada uno en su terreno. Ese misterioso enmascarado es Westley, que se ha convertido en el nuevo pirata Roberts y ha regresado para buscar a Buttercup y casarse con ella. Tras muchas vicisitudes, consiguen escapar de las garras de Humperdinck y cabalgan felices hacia un nuevo destino.

Mejor frase: (Narrador) Aquel día fue en el que descubrió con asombro que cuando él decía "Como desees", en realidad significaba "Te amo".


¡Y esto es todo por hoy! ¿Os ha gustado este pequeño análisis? Espero que sí. Aunque la mayoría de parejas del cine, la literatura o la televisión acaban mal, es bonito ver que también hay parejas que acaban bien, que sus finales son perfectos porque han luchado mucho para que así sean. Acabar una buena historia con una gran sonrisa que llena de calidez el corazón es uno de los mejores regalos que se nos puede hacer.

martes, 4 de febrero de 2014

Vagando por la Historia (del amor): Pedro Abelardo y Eloísa


Como es febrero y dentro de poco empezará la campaña de San Valentín, he decidido dedicar este mes a cosas relacionadas con el amor. Y para eso, nada mejor que empezar con una entrada histórica sobre los amantes más famosos de todos los tiempos: Abelardo y Eloísa. Su historia de amor entre miembros de distintos órdenes sociales, su pasión irrefrenable y los desgraciados avatares a los que tuvieron que enfrentarse en vida les han granjeado un lugar en la Historia. Espero que os guste esta entrada y os doy la bienvenida a mi mes del amor.




Abelardo y Eloísa son dos personajes históricos más conocidos por su escandalosa relación que por cualquier otra circunstancia de sus vidas. La importancia de Pedro Abelardo como filósofo y teólogo ha quedado oscurecida por su condición de amante de Eloísa. Y lo mismo podríamos decir de ella, pues si estuviéramos hablando de una dama ilustrada de la época, su nombre ni siquiera habría llegado hasta nosotros debido a la invisibilidad de las mujeres en la historia hasta tiempos relativamente recientes.

Su historia de amor, acaecida en los albores del siglo XII, siempre fue conocida y cobró un nuevo protagonismo con el auge del Romanticismo, que hacía hincapié sobre todo en la parte más azarosa del romance. Sus cartas, que ya tenían cierto predicamento, se popularizaron y fueron leídas muchas veces. Sin embargo, con el paso del tiempo su historia ha quedado bastante olvidada excepto para los interesados en el tema. Son muy pocos los que hoy en día conocen su desgraciada historia y la trascendencia que tuvo para ellos en un tiempo en el que el amor por el estudio no era compatible con el amor que nace del corazón.

Todo empezó hace aproximadamente diez siglos, en una sociedad cuyos aspectos esenciales difieren mucho de los de la nuestra. En el mundo de entonces, tanto letrados como analfabetos, ricos o pobres, jóvenes o viejos… todos eran creyentes. Sus vidas cotidianas, costumbres y moral giraban en torno a la religión que practicaban. En los límites de la Francia de aquel tiempo, todos eran cristianos y obedecían ciegamente a la Iglesia católica.

La sociedad francesa del siglo XII estaba dividida fundamentalmente en tres órdenes: el rey y la nobleza (bellatores), el cuerpo eclesiástico (oratores) y el grueso del vulgo, formado por campesinos y artesanos en su mayoría (laboratores). Los bellatores consagraban su vida al aprendizaje y manejo de las armas con el fin de prepararse para la guerra, ya fuera contra ellos o contra el extranjero. Los oratores tenían su cargo la salvación de las almas, aunque también se dedicaban al estudio y a la preservación del saber. Entre los oratores y los bellatores existía una especie de unión que poco a poco derivó en corrupción, ya que el Papa podía retirar su protección a algún rey o emperador que no le obedeciera, y un señor feudal podía comprar cargos eclesiásticos e incluso instaurar a sus protegidos por la fuerza en determinados monasterios o abadías. Esto también trajo como consecuencia que no se respetara el celibato en el seno de la Iglesia, aunque el papado todavía no se pronunciaría sobre dicha cuestión.

En todo caso, el matrimonio era mal visto para todos aquellos encargados de la enseñanza y, en particular, de la enseñanza de la religión. También era grave el hecho de que algunos sacerdotes comerciaran, sobre todo para el enriquecimiento de sus parroquias, vendiendo indulgencias y perdonando pecados previo pago de una cantidad monetaria. En otras palabras, la pureza del dogma y de las costumbres estaba muy lejos de ser respetada. Este mundo fue el que conoció Pedro Abelardo, uno de los filósofos más insignes de la Edad Media.

Pedro Abelardo nació en el año 1079 en Palais, en la Alta Bretaña, una aldea próxima a Nantes. Su padre era un caballero de la baja nobleza, culto e ilustre, que no descuidó la educación de Abelardo y sus hermanos. Siendo muy joven, destinó a Abelardo a la carrera militar, pero el joven no tardó en abandonarla debido a su pasión por el estudio. Cultivó todos los saberes de su tiempo, incluso la música y el canto. Y por el estudio también renunció a su primogenitura, cediendo sus derechos sobre tierras y vasallos a su hermano menor.

Al cumplir veinte años, Abelardo se marchó a París para dedicarse a la filosofía, estableciendo una escuela en la colina de Santa Genoveva, que atrajo a una multitud de alumnos que le profesaban un gran respeto y admiración. A los veinticinco años, Abelardo se hizo discípulo del teólogo Anselmo, del que aprendió mucho y al que llegó a derrotar en una discusión dialéctica llevada a cabo de manera pública.




De Abelardo se cuenta que era muy apuesto, de penetrante mirada y una elocuencia tal que cautivaba a su auditorio, particularmente a los jóvenes, siempre ávidos de respuestas y conocimiento. Sus ideas innovadoras acerca de una concepción más humana de la fe le hicieron ganar un gran número de seguidores. Abelardo afirmaba que, si Dios hizo al hombre a su imagen y lo dotó de inteligencia y capacidad de raciocinio, era para que las usara en los límites de la fe. Estas ideas suscitaban no pocas críticas porque podían resultar peligrosas, aunque también se podría achacar cierta envidia por parte de los rivales de Abelardo, celosos de su éxito entre los alumnos.

En el año 1118 fue requerido por Fulberto, canónigo de la catedral de Notre Dame, para ofrecerle un trabajo. Tenía bajo su tutela a su joven sobrina Eloísa, y pretendía que la muchacha recibiera una buena educación. La describió como una muchacha inteligente y con gran inclinación por el estudio, por lo que Fulberto decidió que recibiría clases del maestro más célebre del momento. Abelardo se trasladó a casa del canónigo y, tras una breve entrevista con la joven, quedó impresionado de su inteligencia y cultura, de su rechazo hacia las frivolidades del mundo para entregarse al estudio. Es imposible no darse cuenta de que Abelardo, que huía del trato con prostitutas y de las conversaciones mundanas, vio en ella a su alma gemela.

Sobre Eloísa se sabe muy poco. Investigaciones meticulosas nos han permitido situarla dentro de la alta aristocracia de Île-de-France, en el seno de una de las familias que se disputaban el poder a principios del siglo XII en el entorno del rey Luis VI. Las crónicas medievales dicen que nació en París en el año 1101 y que recibió educación en el convento de Argenteuil, donde sería instruida en los saberes que toda buena mujer de la época debía conocer: ser esposa y madre. No obstante, parece que supo aprovechar el tiempo de estudio y llegó a alcanzar un nivel intelectual del que pocas mujeres podían presumir. En la descripción física que de ella hace Lamartine, se la presenta como una joven en la que estaban equilibradas tanto la belleza como la inteligencia, siendo ésta más llamativa para cuantos la conocían. En resumen, Eloísa era una muchacha que no debía dejar indiferente a nadie.

Desde el principio, Abelardo y Eloísa se sintieron atraídos por un irresistible amor. Abelardo era un afamado intelectual al que no le faltaban atenciones y admiradores. Se dijo que le resultaría fácil enamorar a aquella adolescente que apenas sabía nada de la vida y que sentía absoluta admiración por él. Aquí es posible achacarle a Abelardo un atisbo de soberbia y vanagloria, puesto que se valió de su popularidad para entablar una relación amorosa con una jovencita a la que le sacaba veinte años y que además era su discípula y la sobrina de su protector. Fulberto, que no sospechaba nada, le confió completamente a Eloísa como quien entrega una oveja a un lobo hambriento.

La sala de estudios no tardó en convertirse en su nido de amor. Tanto uno como otra se entregaron al amor y al placer sin reservas, sin tapujos. El propio Abelardo relata estas experiencias en una de sus epístolas; se declara fuera de sí, embargado por el placer, ávido de probar una y otra vez las mieles de Eloísa. Los estudios quedaron relegados a un segundo plano; el amor se convirtió en su filosofía, en el eje de las vidas de ambos. Sin embargo, esta pasión secreta no tardaría en salir a la luz. Al poco tiempo, Eloísa quedó embarazada.




Fulberto montó en cólera al enterarse de lo ocurrido, pero aceptó que se buscara una solución razonable. Por consejo de Abelardo, Eloísa fue enviada a Bretaña, donde dio a luz un niño al que llamó Astrolabio. Abelardo llegó a un acuerdo con Fulberto para enmendar sus faltas: se casaría con Eloísa para no deshonrarla y para que su hijo no naciera como un bastardo, pero puso como condición que el matrimonio fuera secreto para que no afectara a su reputación.

Al principio, Eloísa se mostró en desacuerdo. Sabía que si se casaban, eso supondría el fin de la carrera de Abelardo; ya no podría seguir dando clases, pues todo saldría a la luz un día u otro y sería el fin de su brillante porvenir. Llegó a afirmar que prefería ser su ramera antes que su esposa, con tal de hacerlo feliz y no privarle de nada. Pero finalmente se sometió a la voluntad de su amado, pues él solo quería evitarle la deshonra que suponía en la época ser madre soltera.

Este matrimonio, que debería haber asegurado un futuro de felicidad para ambos amantes, no fue más que el principio de su calvario. Fulberto, ansioso de vengarse, esperó a que Abelardo regresara a París. Una noche, envió a algunos emisarios a la posada donde se hospedaba Abelardo y ordenó que lo castraran. El propio Abelardo relata la terrible experiencia que sufrió por haberse atrevido a seducir a la sobrina del canónigo.

Eloísa, que solo se podía considerar culpable de haberse enamorado, fue obligada a tomar los hábitos en el convento de Argenteuil. Y Abelardo, al faltarle los atributos de varón, no podía ejercer ni como enseñante ni como esposo de Eloísa, de modo que se recogió en la abadía de Saint Denis. Pero como sus ideas y discusiones teológicas seguían creando disconformidad, fue expulsado de la abadía. Se retiró a la diócesis de Troyes, donde hizo construir una ermita a la que llamó Paracleto, en la que reunió un gran número de religiosas y puso al frente de ellas a Eloísa en calidad de abadesa.

Fue entonces cuando comenzó la correspondencia que les granjearía la inmortalidad. Recluidos cada uno en sus respectivos monasterios, durante veinte años mantuvieron el contacto a través de cartas en las que exponían sus sentimientos por el otro. En realidad, solo las primeras cartas podrían considerarse verdaderas cartas de amor, y de ellas, solo las de Eloísa; las de Abelardo parecían más bien las cartas que un religioso dirige a su hermana de religión.




Después de todas las vicisitudes por las que ambos tuvieron que pasar, parece increíble que su amor no se hubiera extinguido. Pero, al menos por parte de Eloísa, no fue así. La sigue devorando la pasión, incluso siendo abadesa. Bajo sus hábitos de monja, sigue manifestando el deseo que siente por su amado, a pesar de los desprecios y los silencios, a pesar de los reproches de Abelardo, que le recrimina su comportamiento como impropio de su nueva condición. Quizá pretendía hacerle entender a Eloísa que era inútil que siguiera recordando un amor que no volvería a materializarse en vida. A partir de esa advertencia, el tono de las cartas cambiará. Eloísa calla su dolor y rebeldía y se somete, una vez más, a los deseos de Abelardo. Las cartas entre ambos serán de consulta y dirección.

En 1140, Abelardo fue convocado a una asamblea de obispos y abates en el Concilio de Sens, en presencia del rey Luis VII. Fue interrogado acerca de sus ideas heréticas y fue condenado a cadena perpetua, aunque la Santa Sede le conmutó la pena por la clausura en un monasterio. En sus últimos años, cansado de la vida, abandona sus antiguas creencias y se resigna a su suerte. Eloísa en cambio, sumida en sus recuerdos, mantiene la misma pasión que había sentido veinte años atrás y que a duras penas consigue reprimir.


Abelardo murió en la abadía de San Marcelo, en Chalons-sur-Saone, el 21 de abril de 1142, a la edad de sesenta y tres años. Eloísa reclamó su cuerpo e hizo que lo enterraran en el monasterio del Paracleto, fundado por él en 1129. Ella también sería enterrada allí veintiún años después, en 1163. En el año 1817, los restos de ambos amantes fueron trasladados al cementerio de Père Lachaise, donde reposan en una tumba que a menudo recibe la visita de parejas que depositan flores frescas sobre su lápida como homenaje a los desdichados amantes.


sábado, 1 de febrero de 2014

La Kimmidoll del mes: Sayaka, la Pureza


Y empezamos el mes con la Kimmidoll correspondiente: Sayaka!



Sayaka "Pureza"



"Mi esencia es preciosa y perfecta. Con tu dulce inocencia y nada afectado encanto, compartes con el mundo la belleza y pureza de mi esencia. Para aquellos que te aman y aprecian, eres y serás siempre precioso, perfecto y puro".

La esencia de Sayaka es la de una persona con una belleza e inocencia natural de espíritu que consigue cautivar a los que le rodean. Una persona pura es apreciada y considerada como un ser perfecto y precioso que hay que proteger.


¡Nos vemos pronto!