viernes, 26 de julio de 2013

Réquiem por Galicia


Escribo con el corazón en un puño, casi ahogada por la consternación y la pena, pues la tragedia que ha tenido lugar en mi tierra no tiene comparación en toda la historia de Galicia. El 24 de julio, víspera de las festividades del Apóstol Santiago, un tren de Alta Velocidad con ruta Madrid-Ferrol descarriló a cuatro kilómetros de Santiago de Compostela. Un accidente que, en el momento en el que escribo, se ha cobrado ya 78víctimas mortales.

No tengo palabras para describir lo que siento. Es cierto que ni mis familiares ni mis amigos viajaban en ese tren, pero eso no significa que no sienta la pérdida de tantos inocentes en un accidente que, posiblemente, se podría haber evitado. Al parecer, la velocidad a la que viajaba el tren era muy alta. El tramo en el que descarriló debía ser cruzado a una velocidad máxima de 80 kilómetros por hora; los testigos aseguran que el tren viajaba a más velocidad, y los últimos reportes que nos llegan afirman que el tren llegó a alcanzar los 190 kilómetros por hora.

Todo empezó con un estruendo ensordecedor alrededor de las nueve menos veinte de la noche. En el pueblo de Angrois, que está muy cerca de la capital de Galicia, en un tramo ferroviario con curvas, el tren Renfe Alvia que venía desde Madrid se salió de las vías, provocando un accidente de proporciones exageradas. La alta velocidad del convoy hizo que se rompiera literalmente en dos. Uno de los vagones pasó por encima de un talud de cinco metros de altura y quedó destrozado a 15 metros del lugar del siniestro. La parte de atrás del tren fue la más dañada, ya que quedó consumida por el fuego.

Los vecinos de Angrois salieron de sus casas y contemplaron un escenario dantesco. Un tren partido en mil pedazos, ruinas y fuego. No tardaron en oírse los gritos desesperados de las víctimas. Algunas pudieron salir de los vagones siniestrados por su propio pie, pero otras estaban atrapadas. Fueron los propios vecinos de la zona quienes, armados con martillos, hachas e incluso piedras, se acercaron a los vagones para romper los cristales de las ventanas y abrir las puertas.

Afortunadamente, los servicios de Emergencia no se hicieron esperar. Policías, bomberos y ambulancias llegaron con premura al lugar del accidente, pero pronto se hizo necesario pedir refuerzos; nadie se imaginaba las proporciones del siniestro. Las víctimas consiguen salir poco a poco, algunas conscientes del horror que han vivido. Sin embargo, la imagen más traumática quedará por siempre en mis retinas: la fila de muertos depositados junto a las vías, cubiertos con mantas y toallas.

Tras los primeros momentos de consternación, empiezan a llover las llamadas y mensajes por móvil o a través de las redes sociales. Es particularmente terrible que un padre haya dejado en Facebook un enlace de la tragedia del tren junto con un escueto pero desgarrador mensaje: “Mi hijo ha muerto”. En Twitter, una usuaria reclamaba respuestas urgentemente, ya que su hermana viajaba en el tren, precisamente en el vagón que más daños había sufrido al descarrilar. Solo el tiempo dirá cómo acaba su historia.

No es mi intención acusar a nadie de negligencia, porque yo no soy experta en accidentes ferroviarios ni cuento con la capacidad para convertirme en juez de nadie. Los seres humanos nos equivocamos. Todos cometemos errores, y todos los pagamos. Pero las preguntas surgen, es inevitable. ¿Qué fue exactamente lo que pasó? ¿Por qué el tren alcanzó tanta velocidad en ese tramo para el que se especificaba que debía atravesarse a 80 kilómetros? ¿Acaso estaban las vías en mal estado? ¿Falló algo en el puente de mando del tren?

Hago referencia al fallo humano porque es la principal hipótesis para explicar la tragedia. Al principio se barajaban otras posibilidades, como un atentado terrorista. Sin embargo, parece que todos los indicios apuntan a un error humano. No me quiero ni imaginar la desesperación por la que estará pasando el maquinista del tren, que salió ileso del accidente. Aunque en estos momentos puede experimentar estrés post-traumático, creo que cuando salió del tren él mismo ni siquiera sabía lo que había ocurrido y cómo había ocurrido. Sus palabras fueron: “Descarrilé… ¿Qué le voy a hacer? ¿Qué voy a hacer?”

La tragedia se salda provisionalmente con un balance de 78muertos y 140 heridos, algunos de ellos con traumatismos craneoencefálicos y en estado de coma. En Compostela y A Coruña, los hospitales están saturados tanto de familiares de las víctimas como de personas que han acudido en masa para donar sangre. En los hospitales se han elaborado listas de nombres para que resulte más fácil localizar a los damnificados. Sin embargo, las listas deben ser modificadas cada cierto tiempo para actualizarlas, y todavía quedan muchas víctimas sin encontrar e identificar. Sin duda, la mayor tragedia ferroviaria que ha ocurrido en 40 años.

Si es verdad que el maquinista tuvo que ver con el accidente y se debió a un fallo suyo, no voy a emitir ningún juicio contra él. Considero que vivir para contemplar las consecuencias de un error es castigo suficiente.

Las celebraciones de las fiestas del Apóstol han sido canceladas. Se han decretado siete días de luto para la comunidad de Galicia. No ha quedado ni rastro de sonrisas ni alegrías. A partir de ahora, estas fechas serán recordadas con tristeza en el corazón. No hay felicidad que valga, porque la tragedia se la ha llevado. Y si yo todavía estoy consternada por lo ocurrido, no me quiero ni imaginar el dolor por el que los más afectados estarán pasando. ¿Qué se le dice a alguien cuya vida ha quedado rota para siempre? La pena reciente tiene un filo muy fino, porque siega los nervios y te desconecta de la realidad. Solo con el tiempo, a medida que el filo se va embotando, empieza el verdadero dolor. Aunque de poco va a servir, quiero manifestar mi apoyo absoluto a las víctimas y sus familiares.

Preguntas sin respuesta. Dolor sin consuelo. Es demasiado triste… No tengo palabras...

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