lunes, 23 de diciembre de 2013

Felices Fiestas a todos, en serio!



¡Hola a todos!

Esta es mi habitual felicitación de estas fechas. Cierto que son millones de personas en el mundo las que se están preparando para celebrar la Navidad. Pero también hay mucha gente que en esta época tienen sus particulares fiestas y celebraciones. ¿Queréis una pequeña lista?


NAVIDAD





Todos sabemos lo que es la Navidad, ¿no? La Navidad (o Natividad) es la fiesta cristiana que conmemora el nacimiento de Jesús de Nazaret, el Mesías. Aunque es costumbre extendida celebrar la Navidad el 25 de diciembre, en algunas iglesias ortodoxas se festeja el 7 de enero debido a que no aceptaron el calendario gregoriano.

El tiempo de Navidad abarca todo el período de Adviento y termina el domingo que sigue a la Epifanía del Señor (el día de Reyes). Es costumbre que se celebren varias misas en Navidad, siendo la más importante la Misa del Gallo, una misa que se celebra a medianoche. El Papa predica un mensaje de Navidad para todos los creyentes del mundo, seguida de la bendición Urbi et orbi.

Actualmente se la tiene por una fiesta de carácter familiar y entrañable y, por eso, los niños suelen ser los protagonistas. Entre las tradiciones asociadas a la Navidad están el Árbol de Navidad, la corona de Adviento, los belenes, cantar villancicos, la Novena de Aguinaldos, las chocolatadas, y muchas más. En Nochebuena, las familias se reúnen para cenar y después se intercambian regalos.


HANUKKAH





La Hanukkah es una festividad judaica, también llamada "Fiesta de las Luces" o "Lucernarias". Se celebra durante ocho días, y conmemora la derrota de los helenos y la recuperación de la independencia judía a manos de los macabeos sobre los griegos, así como la posterior purificación del Templo de Jerusalén de iconos paganos, en el siglo II a.C.

La tradición judía cuenta que, cuando los judíos llegaron al Templo y trataron de purificarlo, se dieron cuenta de que la exigua cantidad de aceite que quedaba para iluminar la menorah solo sería suficiente para un día. Sin embargo, se obró el milagro y el candelabro se mantuvo encendido durante ocho días. Este hecho dio origen a la principal costumbre de la festividad, que es encender de manera progresiva un candelabro de nueve brazos (ocho más uno, que sería el central).

Aunque se trata de una fiesta importante, la Hanukkah no es una festividad como el Shabat, en el sentido de que no existen las prohibiciones que establecería el Shabat. También se trabaja normalmente y las escuelas permanecen abiertas, aunque en algunos sitios hay excepciones. Es costumbre reunirse con familiares y amigos para el encendido del candelabro e intercambiar regalos. Los niños tienen un tipo de juguete propio de estas fechas: una especie de peonza llamada Dreidel.

La Hanukkah se celebra el 25 de Kislev según el calendario judío, que cae entre finales de noviembre y comienzos de diciembre según nuestro cómputo.


FESTIVUS





El Festivus es una celebración secular que se festeja el 23 de diciembre como alternativa a la temporada de festividades tradicionales de esta época del año. Surgió como una manera de protestar ante la presión y la comercialización de otros festejos.

Festivus surgió de la mente del escritor Dan O'Keefe, pero fue introducido en la cultura popular por su hijo Daniel, que era guionista de la conocida serie Seinfeld. Daniel O'Keefe utilizó el término Festivus en una de las secuencias cómicas de la serie, en la que los personajes se reunían para desahogarse de todo lo malo que les había ocurrido durante el año y hablar de los milagros de Festivus, que no son más que hechos fácilmente explicables. A modo de decoración, se coloca un tubo de aluminio sin adornos llamado "tubo de Festivus".


DHANU YATRA





En la religión hinduísta, el Dhanu Yatra conmemora la visita de Krishna a Mathura, una ciudad situada a unos 150 kilómetros al sur de Nueva Delhi. Según la leyenda, esta visita se hizo para asistir a la Ceremonia del Arco. Este acontecimiento se celebra como un colorido festival en Bargarh, Odisha.

Durante este festival, que dura desde el 16 de diciembre hasta comienzos de enero, Barghar se convierte en Mathura, el río Jura se convierte en el Yamuna, y el pueblo Amapalli (situado en la otra orilla del río) se convierte en Gokul. Durante el acto se hacen distintas representaciones en lugares específicos, y los espectadores se mueven de un lugar a otro, siguiendo la función. Durante el festival, se ofrecen a Krishna copos dulces de arroz, preparados especialmente en un mol cónico.


KWANZAA





La Kwanzaa es una fiesta seglar de la cultura afroamericana que se celebra entre el 26 de diciembre y el 1 de enero. Durante los siete días que dura la Kwanzaa, se hacen libaciones y se encienden las velas de la kinara, un candelabro especial. Cada día se prende una vela, hasta que estén todas encendidas.

La Kwanzaa fue fundada por el doctor Maulana 'Ron' Karenga, un activista de raza negra. Se celebró por primera vez el 26 de diciembre de 1966. El nombre "Kwanzaa" proviene del swahili matunda ya kwanza, que significa "primeras frutas". Se utilizó el término swahili para reflejar el concepto de panafricanismo que fue muy popular en los años 60. Se estableció esta festividad como un medio de ayudar a los afroamericanos a unirse de nuevo con su herencia histórica y cultural africana.

Las familias que celebran Kwanzaa decoran sus casas con objetos artísticos, telas vistosas y frutas frescas. Es costumbre que los niños también formen parte de las ceremonias, y se les rinde culto a los antepasados. Las libaciones se hacen en grupo, y generalmente se bebe de un mismo cáliz que se pasa de uno a otro hasta que todos han bebido. Además, la Kwanzaa no excluye la celebración de otras fiestas de esta época, aunque no formen parte de la cultura original africana.


Y hasta aquí la lista de festividades que ahora mismo se están celebrando en otras partes del mundo. Espero que todos os lo estéis pasando de maravilla con vuestras familias y todos vuestros amigos. Así que a los cristianos les deseo una Feliz Navidad, a los judíos una Feliz Hanukkah, un buen Festivus para los ateos más amargados, un Feliz Dhanu Yatra, y una Alegre Kwanzaa a todos los afroamericanos.

Que lo paséis muy bien!! ^^*


miércoles, 18 de diciembre de 2013

Un fin de semana perfecto


Bueno, hoy toca poner a punto mis dotes como cronista, porque voy a hacer un pequeño resumen de cómo ha sido mi fin de semana en A Coruña. He de decir que aguardaba con emoción el viernes pasado, porque iba a reencontrarme con una amiga a la que hacía mucho tiempo que no veía y juntas íbamos a darlo todo para hacer que el fin de semana fuera inolvidable. Las expectativas eran muy altas, pero las cumplimos con creces. Decir que he sido inmensamente feliz es decir poco.

Pero para que me creáis, es mejor que os haga la crónica detallada. Además de texto, pondré algunas fotos que he sacado; perdonad por la mala calidad de las fotos, pero es que las saqué con mi móvil y es una patata (espero cambiar de móvil dentro de poco, tened paciencia). Aunque escribirlo aquí no le hace justicia, espero que disfrutéis leyéndome.


Día Uno: Viernes

Mi viaje empezó a las tres de la tarde, momento en que tenía que coger el autobús que me llevaría primero a Ferrol y luego a Coruña. Lamento tener que empezar quejándome de algo, pero es que la línea de autobuses que tengo que utilizar tiene muy pocos servicios y además los horarios no son muy afortunados. El trayecto se me hizo un poco largo. Y es que llegué a mi destino cerca de las seis y media de la tarde, cuando ya es de noche. Mi amiga Rebeca ya estaba allí y, como ninguna de las dos estábamos cansadas, dejamos nuestras cosas en el piso y salimos a dar un paseo rápido por el centro.

Y, como era de esperar en mí, al final acabamos en el Fnac. La verdad es que en mi caso es comprensible: es un paraíso para el friki y llevaba mucho tiempo sin catar cosas frikis. Como pensábamos ir al día siguiente con más calma, decidimos echar un vistazo rápido antes de volver a casa, pero encontré varias cositas interesantes que merecían toda mi atención, jejeje! Viva la vida friki!



Yo con el libro de ilustraciones de Zelda


Después de ver Fnac de forma resumida, salimos a dar un paseo por los Cantones y la Plaza de María Pita. Las calles estaban totalmente decoradas con luces y árboles de Navidad, y se respiraba un ambiente invernal muy bonito. En la plaza de María Pita incluso habían montado una especie de pueblo de Santa Claus, con casitas, un tiovivo y un trineo iluminado. Fue muy bonito pasear entre las casas, percibir el olor del algodón de azúcar, oír la música del tiovivo y sacarse fotos por todas partes.



Árbol de luces en el Cantón Grande




Ayuntamiento iluminado



En una de las casitas de la Villa de Santa Claus


Por la noche, después de una opípara cena, nos sentamos a ver la tele y ponernos un poco al día con nuestros cotilleos particulares. Me alegra poder decir que, a pesar del tiempo transcurrido desde que estudiábamos la carrera, las cosas entre nosotras siguen exactamente igual, y eso me gusta. Fue como volver a revivir el pasado, y eso era justo lo que quería.



Día Dos: Sábado

El día empezó temprano, porque teníamos la intención de pasar la mañana en Marineda City. Los adictos a las compras lo reconocerán de inmediato: es el centro comercial más famoso de Galicia, y el tercer centro comercial más grande de España. Es una mole descomunal donde están todas las tiendas habidas y por haber, el horror vacui del shopping. En serio, hay tantas tiendas que parece que se te caen encima: Zara, Lefties, Sfera, Shana, Stradivarius, Abercrombie, Primark, H&M, C&A... Yo creo que, cuando se concibió la idea de hacer un macrocentro comercial, el cerebro pensante dijo: "Oíd, ¿qué os parece si hacemos una especie de Corte Inglés... dentro de un Corte Inglés más grande?". La ecuación se completa si añadimos un Decathlon y un Ikea en las cercanías; eso es Marineda City.

Sin embargo, a pesar de ser un gigantesco centro comercial, no descubrí nada que me llamara la atención. Ni siquiera en Primark, donde pierdo las formas como una loca en las rebajas. No había nada especial, y eso me fastidió un poco. Coño, para una vez que me voy de tiendas, me habría gustado ver algo más de variedad.

Y ya que estamos con la moda, aprovecho para introducir un tema que, hasta el otro día, yo no conocía de nada.

A ver... ¿vosotros sabéis lo que es una bufamanta?

Según Rebeca, la experta en estas cuestiones, es una especie de bufanda enorme que parece una especie de chal o manta (de ahí su nombre, vamos). Se la reconoce por su color marrón claro y su estampado tartán a cuadros rosas y azules. Al parecer, Zara la sacó hace poco y se ha puesto tan de moda que ya no quedan existencias. Esto se demuestra en que nos hemos pateado varios Zara y en ninguno había la famosa bufamanta.



La bufamanta en todo su esplendor


Por las calles, vimos un montón de chicas llevando esta prenda. Y esto dio lugar a que nos inventáramos el juego de la bufamanta. Es muy fácil, y hasta podéis hacerlo vosotros si queréis. ¿Os acordáis del juego del Escarabajo, que consiste en pegarle un puñetazo al que tienes al lado cada vez que ves un Volkswagen Escarabajo? Pues esto es igual, pero cada vez que veas a alguien con una bufamanta. Este juego dio para mucho, aunque confieso que me he llevado una paliza por no estar más atenta. He perdido por diez asaltos a cuatro.

Después de comer, descansamos un poco antes de darnos el palizón de caminata del sábado por la tarde. Otra vez tocó pasear por el centro y visitar con más calma el Fnac. Había un montón de cosas, aunque no tantas como para hacerme perder la compostura. Entre las que más me han gustado están el libro de ilustraciones de la saga de The Legend of Zelda (que ya tengo, jajaja!) y algunas cosas de El Hobbit. Al final, como no quería gastar mucho dinero, me he decantado por un calendario de Kimmidoll y un broche con el símbolo de Rivendel que ya he estrenado. ¡Bien!

Obviamente, tanta caminata y tantas emociones dan mucha hambre. Así que después del paseo nos fuimos a una cafetería monísima para zamparnos una merendola con todas las de la ley. Rebeca pidió un crumble de manzana con una bola de helado de vainilla, y yo me decanté por unas buenas tortitas regadas con sirope de arce. ¡Deliciosas!



Mis compras frikis (jo, qué mal se ven)



Una merienda de reinas!


Por la noche tocaba salir de marcha. Bueno, debo decir que nuestra idea de "marcha" no es como todo el mundo imagina. Vamos, que no era la típica juerga de pub, discoteca y chunda chunda (yo la llamo "marcha destroyer"). Fue más bien un paseo tranquilo y tomar algo en algún local que parecía agradable. Y es que la mayoría de la muchachada estaba en pleno botellón en los jardines de Méndez Núñez, y no era cuestión de pasearse entre todos ellos como una adolescente más. Primero, porque ya tenemos una edad. Segundo, porque soy abstemia y en los botellones hay alcohol hasta en los cubitos de hielo, así que nada de nada.

Con todo, volvimos a casa pasadas las cuatro, y hasta las cinco de la mañana o así no pegamos ojo. Así finalizó otro gran día.


Día Tres: Domingo

Mi día empezó por la tarde. ¿Qué quiere decir esto? Pues que después de una noche de marcha, una llega cansada y necesita dormir. La conclusión es que me levanté a la una y media de la tarde, con lo que nuestro paseo matutino quedó interrumpido (lo bueno es que dormí de maravilla, así que no tengo nada que lamentar).

Pero el paseo era lo de menos, porque lo mejor estaba aún por venir. Por la tarde, Rebeca y yo nos arreglamos para ir al Palacio de la Ópera, donde íbamos a ver... El Lago de los Cisnes!!! Era la primera vez que iba al ballet, uno de mis sueños desde siempre. Y mi impresión no podría haber sido mejor. Qué preciosidad de obra, qué maravilla de bailarines, qué emoción me hicieron sentir. Todos los miembros de la compañía eran obras de arte en movimiento, y todos me gustaron: los saltos imposibles del Bufón, la delicada belleza de Odette y la fuerza seductora de Odile (interpretadas por la misma bailarina en plan Cisne Negro), la desolación de Sigfrido al descubrir que ha traicionado a su amor, la fiereza de Rothbart el malvado, la danza de los cuatro cisnes... La única palabra que puede describir el espectáculo es "mágico". Ah, qué bien me lo he pasado en el ballet!



Cartel promocional del ballet


Como el domingo es día de descanso y, además, al día siguiente tenía que irme por la mañana, nos marchamos a casa directamente. El lunes tuve que coger el autobús de vuelta a casa, lamentando que el fin de semana durara tan poco y con ganas de repetir cuanto antes mejor.

Quién me iba a decir a mí que el fin de semana perfecto existía.


lunes, 2 de diciembre de 2013

Un pequeño MEME musical


Hace tiempo que tenía ganas de hacer este MEME sobre mis canciones favoritas aunque, por unas cosas y otras, lo he ido dejando. Aunque mis gustos musicales son bastante variopintos, espero que no os quedéis flipados por algunas cosas que vais a leer. Como siempre, esta es mi más humilde opinión, aunque animo a la gente a despotricar cuanto quiera y a hacer las sugerencias que le apetezca: a lo mejor me estoy perdiendo canciones chulísimas que debería tener en mi MP4.

Poneos cómodos y abrid vuestros oídos! Esta es mi selección musical:


1. Una canción de tu infancia

Black or White, de Michael Jackson. Mi padre ponía el disco de vinilo (anda que no ha llovido ni ná) y esa era la primera canción. Era mi favorita cuando era una niña, y me encantaba bailarla a lo loco en el salón mientras no me veía nadie.


2. Una canción de tu adolescencia

I Want it That Way, de los Backstreet Boys. De todos los grupos de cinco miembros, este era mi favorito. Y esta canción me parecía preciosa.


3. La mejor canción de la historia

Buf, complicado... Creo que voy a decir Wind of Changes, de los Scorpions junto con la Filarmónica de Berlín. Fue propuesta para el vídeo de mi licenciatura (aunque al final no se utilizó) y por eso me trae muchos recuerdos.


4. La mejor de tu grupo favorito

The Bard’s Song, de Blind Guardian. Cualquiera de Blind Guardian es buena, pero esta es la mejor que han sacado a la luz. Hicieron que me volviera adicta a su música.


5. La mejor voz femenina

Tarja Turunen, la primera cantante de Nigthwish.


6. La mejor voz masculina

Freddie Mercury.


7. Una canción prohibida

Cualquiera de reggaeton. ¡No soporto ese pseudo estilo de música!


8. Una canción que siempre te alegre el día

You’re Gonna Go Far, de The Offspring. Además, es la que me inspiró para escribir mi novela A pesar de todo (que espero que salga a la luz algún día de estos). Destila alegría y juventud por los cuatro costados.


9. Una canción que te marcó

Sweet Victory, de Van Halen. Lo más curioso es que la escuché por primera vez en un capítulo de Bob Esponja. Amazing.


10. Una canción que hayas escuchado más de tres veces seguidas

Hummer, de Foals. Desde que la escuché en un capítulo especial de Skins no me la he podido quitar de la cabeza.


11. Una canción para salir de marcha

I Was Made for Loving You, de Kiss. Siempre me da ganas de cantarla y bailar a lo loco cuando la escucho.


12. La que quieres que suene en tu funeral

Into the West, de Annie Lenox. Es la que sonaba al final de El Retorno del Rey, y me hizo llorar en el cine.


13. Una canción que te recuerde a tu amor

You’re so True, de Joseph Arthur. Despierta mi imaginación y me hace sonreír, ains…


14. Una pieza de música clásica

Difícil elección... Pero voy a escoger Sull'aria, de Mozart. Es preciosa.


15. Estilo musical que más te gusta

El heavy metal, sin duda. Eso ni se pregunta!!


16. Estilo musical que no te gusta nada

Todo lo que sea salsa, merengue, cumbia, bachata... Ya sabéis lo que quiero decir.


17. Una canción que te dé miedo

¿Miedo? No sé... Creo que me decanto por Forsaken, de Korn. Me da mal rollo, pero no puedo dejar de escucharla.


18. Una canción que te haga sonreír

Live your Life, de Mika. Parafraseando a mi amiga Iria, debería ser un himno dedicado a la felicidad.


19. Una canción que te ponga triste

Summoning of the Muse, de Dead Can Dance. Me hace pensar en un coro de ángeles que suplican ayuda, no sé por qué...


20. Una canción que te gustaría que te dedicaran

Alguna de Nightwish, supongo. Amaranth me gusta mucho.


21. Un cantante o compositor por el que te decantarías

Me quedo con Ennio Morricone. No hay melodía suya que no me guste.


22. Un grupo que, aunque no es de tu estilo, te gusta

El grupo noruego Wardruna. Su música tiene tintes muy nórdicos y vikingos, pero admito que no vale para todos los oídos.


Y, para terminar, una canción de regalo, la que quieras


El Bardo Bastardo, del Reno Renardo. No puedes escucharla sin reírte.


lunes, 25 de noviembre de 2013

Puro fuego!! Mi crítica de "En Llamas"


Bueno, se ha hecho esperar pero por fin está aquí "En Llamas", la segunda parte de la trilogía de Los Juegos del Hambre, que será convertida en tetralogía en su adaptación cinematográfica. Se estrenó el pasado viernes día 22 en todo el país y, como no quería esperar mucho, fui a verla el sábado con mi mejor amiga. La pega es que se nos ocurrió ir a la sesión de las ocho y media, que es la más concurrida. Así que tenemos sesión concurrida por un lado, sábado noche por el otro, una película destinada a adolescentes y este es el resultado: un montón de críos ocupando aquellos sitios estratégicos en los que se pueden poner cómodos y joderte a ti. Y venga a berrear, a mandarse mensajitos por el móvil y a saludar a amigos que estaban en el otro lado de la sala. Ay, si hubiera traído mi bate de béisbol...

Pero vamos a lo que importa, que es la película.




¿Qué tengo que decir de "En Llamas"? Pues lo primero es afirmar con rotundidad que los fans de la saga no quedarán decepcionados en absoluto. Esta segunda entrega es, en muchos aspectos, muy superior a la primera. Si "Los Juegos del Hambre" pecaba de simple, casi mojigata en algunos aspectos, y de defectos de rodaje que parecían propios de un principiante, con "En Llamas" se liman esas imperfecciones por completo. La atmósfera es más oscura, más adulta, más dramática. La trama es más seria y está llevada de tal manera que realmente consigue meternos en la historia, algo que no ocurría en la primera parte. Todo el drama de los distritos de Panem queda reflejado de manera cruda y brutal, como en la versión literaria. Como debe ser.

En clave muchas veces simbólica, y otras veces no tanto, se recrea un moderno Imperio Romano al que los distritos están sometidos de la peor de las maneras, en condiciones de vida que rondan la esclavitud. En la película, se hace una aproximación al Imperio a través del simbolismo. Este Capitolio nada en la abundancia, pero bajo ese oropel se intuye una sociedad decadente, perdida en sus vicios y sabedora de que su fin no está muy lejos. Peinados estrafalarios, trajes imposibles, amplias sonrisas cargadas de frivolidad... son los símbolos de la época de mayor esplendor y de mayor decadencia.

Si, como yo, sois puretas del libro, sabed que estáis de suerte. "En Llamas" es casi un calco de la novela, punto por punto. Después de ver la película, le eché un vistazo al libro y lo único que se comen es el capítulo en el que Katniss se encuentra con Bonnie y Twill, las fugitivas que huyen en busca del Distrito 13; todo lo demás, es casi idéntico. Hasta los diálogos están cuidados al detalle. ¿Os acordáis de la primera aparición de Finnick, con el azucarillo? Pues es casi igual que en el libro (creo que le cambian una palabra). Por no hablar de las entrevistas a los tributos (quizá mi parte favorita de la película) y las luchas en la arena. Todo está cuidado al detalle para que sea lo más fiel posible a la novela.

La trama romántica se consolida. Ya sé que forma parte de la saga, pero no me acaba de gustar todo el rollo romántico que se traen los chicos con Katniss. No sé... la chica es tan romántica como una piedra y no se hace querer; sin embargo, consigue que dos chicos la adoren y que todo un país la aclame como símbolo de una rebelión que ella no quiere encabezar (al menos de momento). Además, no acabo de encajar a Gale; no me gusta, no sabría decir por qué, y tampoco me pega verle en plan sensiblero y romanticón. Los besos son abundantes, para gozo de las adolescentes, aunque se empieza a ver que Katniss solo besa a un chico si éste le dice que se siente muy triste y desgraciado (en serio, comprobadlo). En fin, que el triángulo me parece innecesario e incluso pueril. Si la historia no hubiera tenido el consabido triángulo amoroso que "deben" tener todos los libros destinados a adolescentes, me habría gustado muchísimo más y habría aportado más a la trama política.

Ya que menciono la política, la aclamo como otro acierto más de la película. Me ha gustado ver los tejemanejes del presidente Snow y de Plutarch Heavensbee, algo que solo podíamos intuir en la novela. La represión en los distritos se hace brutal y desproporcionada, todo según el plan de estos dos cerebros políticos para que la gente relacione a Katniss con el castigo, la rebelión con la muerte. Vemos cómo se conduce a Katniss por el sendero que la llevará a convertirse en el Sinsajo, el símbolo de los rebeldes, y es magnífico ver su transformación. Realmente emocionante.

Las nuevas incorporaciones al reparto también me han parecido muy acertadas, y aportan el alma que faltaba en el reparto de la película anterior. Finnick y Johanna llenan la pantalla cada vez que salen, y su fuerza es indiscutible.

¿Efectos especiales? Mejorados e impactantes. Además, la cámara por fin se queda quieta y evita que el espectador se maree innecesariamente, lo cual agradecí bastante dado el dolor de cabeza que me provocó ver "Los Juegos del Hambre". El cambio de director ha sido beneficioso, desde mi punto de vista.

Y de momento, esto es todo! He disfrutado mucho viéndola y recomiendo a los fans que vayan a verla, porque no quedarán desencantados. Esperemos que las dos partes de "Sinsajo" estén igual de bien llevadas y que, sobre todo, no se hagan esperar tanto.

¡Que la suerte este siempre, siempre de vuestra parte!

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Vagando por la Historia: El rey García II de Galicia





La figura de García II es una de las más confusas que nos ha legado la Historia. Tratar de acercarnos a quien fue rey de Galicia entre 1066 y 1071 supone un reto difícil de abordar e imposible de superar, pues es muy poco lo que de él ha llegado hasta nosotros. Su persona siempre va ligada a los reyes Sancho II y Alfonso VI, pero ensombrecida por las crónicas, que buscaban ensalzar la gloria de sus hermanos mayores negándole a él la parte que le correspondía como hijo de Fernando I y como legítimo rey de Galicia.

El infante García nació hacia el año 1041 o 1042, y fue el quinto hijo del monarca castellano-leonés Fernando I y Sancha de León. Como sus hermanos varones, recibió una educación esmerada, digna de un príncipe medieval. Estudió las disciplinas liberales (Trivium y Quadrivium), complementadas con la equitación, el adiestramiento en el uso de las armas y la práctica de la caza. Fue educado por un preceptor de renombre: Cresconio, obispo de Santiago de Compostela. Fue en esta insigne ciudad donde el joven García pasó sus primeros años y recibió su educación. Es posible que la elección de Cresconio para ser el tutor del infante respondiera a un intento de hallar buenas relaciones en lo que atañe a educación religiosa. No en vano, por entonces ya se habían empezado a hacer cumplir las reformas religiosas que Fernando I había dispuesto en el Concilio de Coyanza.

Fernando I desarrolló desde 1055 una actividad expansiva frente a los reinos de taifas andalusíes, ejerciendo un continuo control interior de manera especial en la frontera galaicoportuguesa. En el área portuguesa se valió de la ayuda prestada por los infanzones, a los que nombró merinos o tenentes. En Galicia, al norte del Miño, la autoridad del monarca tardó en ser acatada y hubo de hacer frente a numerosas sublevaciones de protesta, de las que nos son conocidas dos y ambas fracasadas. Sin embargo, Fernando I obtuvo el apoyo del clero. Sus esfuerzos guerreros iban acompañados de las bendiciones de los religiosos, haciendo una especie de comparación entre el rey y Santiago, el apóstol guerrero; pero lo que realmente importa es señalar la relación de Fernando I con la sede de Iria, de incalculable estima para el monarca.

La estancia de García en Compostela junto al obispo Cresconio tiene que ser explicada dentro del contexto de acción política de Fernando I, pues tendrá mucho que ver con el futuro reparto del reino entre sus hijos. Es muy posible que la decisión de los lugares de educación de los príncipes se debiera a un plan concebido con anterioridad por el propio rey, por el cual sus hijos reinarían en los lugares donde se habían educado.

El viaje de León a Compostela en 1053 fue el comienzo de una relación estable y frecuente con el reino de Galicia, pero no significó un cambio de residencia para García. En los documentos de la época se puede observar su presencia casi permanente en la corte de su padre, pues se le encuentra con frecuencia firmando documentos o consintiéndolos. Es muy posible que, una vez que García llegara a Galicia desde el anuncio de la partición del reino, hubiera desempeñado funciones políticas. De estos hechos nos han llegado documentos en los que se confunden las acciones de Fernando I con las del infante García, y de su compromiso con una hermana del emperador germánico Enrique III. El propio García defiende sus intereses protegiendo a los peregrinos de Lieja para que éstos den testimonio de su obsequiosidad en la corte imperial. Sin embargo, García no llegará a desposarse y no hay testimonios de que hubiera tenido descendencia legítima.

Se le atribuyeron, no obstante, dos hijos bastardos: el infante don Ramiro y el conde don Fernando. Acerca del primero, sabemos que no fue hijo de García, sino primo carnal del hijo del rey de Navarra, García Sánchez III. Cuesta más hallar la filiación de don Fernando, para la que se hallan dificultades a la hora de encajar su relación con la familia real. Sea como sea, nada nos permite afirmar que García de Galicia hubiera dejado descendencia.



Relato dedicado a García II

En el año 1065, Fernando I murió y, tal como él había decretado, sus reinos fueron divididos entre sus tres hijos varones para que cada uno pudiera gobernar. El reparto resultó así: el reino de Castilla pasó a Sancho, su primogénito; León fue para Alfonso, de quien se decía que era el predilecto de su padre; y el reino de Galicia pasó a manos de García, el más joven. El espacio asignado a García está integrado por el viejo núcleo de Gallaecia, que comprendía el territorio que demarcan el Atlántico, el Cantábrico, el Macizo Galaicoduriense y el último tramo del curso del Duero, ampliado hacia el sur gracias a Fernando I con la conquista de Coimbra en el año 1064.

Se ha discutido mucho la razón que pudo motivar a Fernando I a dividir su reino entre sus tres hijos. Resulta paradójico y llamativo que la preocupación por el control conduzca finalmente a la solución del reparto. Se ha llegado a explicar que la actuación de Fernando I respondería a los antecedentes de su propia familia y de la distinta concepción de la realeza en Navarra, vinculada a esos antecedentes. Sin embargo, esas interpretaciones ya no tienen respaldo. La Crónica Silense nos dice que Fernando I dividió el reino para que sus hijos no se pelearan por el gobierno, pero también implica que la aristocracia dio su consentimiento al reparto.

En cualquier caso, García se mantuvo ocupado en los asuntos gallegos. En vida de Fernando I, el ejercicio de la potestas seguía siendo del monarca, pero la actividad de García se orientó hacia su gobierno. El infante prepara su futuro, para lo que dispone de un patrimonio personal consistente. Parte de ese patrimonio constaba de monasterios, tierras y hombres de condición servil. En la época era muy importante el papel de los monasterios como ordenadores y estabilizadores del patrimonio aristocrático. En cuanto a la servidumbre, ésta formaba parte del patrimonio como cualquier otro bien mueble o inmueble.

Fernando I murió en 1065, pero no fue hasta principios del año siguiente cuando García fue coronado rey de Galicia. Por desgracia, no se conserva demasiada documentación cancilleresca sobre su reinado, y nada en cuanto a la privada. La historiografía ha querido ver en este hecho una gran falta de prestigio por parte del rey, pero esto no ha quedado testimoniado. Lo más probable es que se debiera a los usos de los scriptoria de los monasterios en distintos lugares y tiempos, y no a la falta de popularidad del rey.

En la documentación, García II aparece ejerciendo las funciones que se esperaban en todo monarca. Se le ve prestando juramento y estableciendo pactos con el obispo Vistruario de Lugo y los condes Mido y Sancho. Jura respetar títulos y posesiones, se ampara en la ayuda de los obispos y trata con respeto a obispos y abades. Entre sus actos se incluyen las donaciones hechas a San Antoíño de Toques, a Munio Viegas y a García Moniz, entre otros, así como la restauración de la sede de Tui y su anexión a la de Santiago hasta que se nombra un nuevo obispo. Sin embargo, una y otra vez se le dibuja como un monarca débil e incapaz.

Pero en el año 1071 empezaron los conflictos. El ataque de su hermano Sancho puso fin a su reinado en poco más de dos meses. Y si antes se habían mencionado las escasas capacidades del rey García II, éstas se agudizaron más tras su rápida derrota. Los epítetos que se utilizan para calificarle son los de inepto, pusilánime, simple, infeliz, apocado y sañudo. Y, sin embargo, no hay en las fuentes nada que permita sostener la tesis de la incapacidad de García para el gobierno.

La inestabilidad en Galicia solo fue el principio de la guerra fratricida que se desencadenó en Castilla y León tras la muerte de la reina Sancha, madre de los tres reyes. Probablemente movidos por su gran ambición, Sancho y Alfonso se unieron para apoderarse del reino de Galicia, obligando a García a exiliarse en Burgos y posteriormente a la corte del rey taifa al-Mu’tamid de Sevilla. En todo momento se observa una actitud meramente pasiva del monarca gallego en el desarrollo de los acontecimientos: García no hace sino sufrir las consecuencias de decisiones tomadas por sus hermanos mayores, quienes aducían estar descontentos con el desigual reparto de la herencia que había hecho Fernando I. Y la cosa no mejoró cuando, un año después, Sancho se apoderó de los territorios de Alfonso, convirtiéndose así en rey de Castilla y León.

Pero poco duró su reinado. Cuando intentaba sofocar una revuelta nobiliaria en Zamora, ciudad que se encontraba bajo el señorío de su hermana Urraca, fue asesinado por Bellido Dolfos. La muerte de Sancho permitió a García regresar al trono gallego, pero por muy poco tiempo, pues Alfonso reinició la contienda. Por consejo de su hermana Urraca, tendió una trampa a su hermano y lo hizo prisionero en el castillo de Luna, una suerte de jaula de oro en la que viviría casi veinte años de encierro.


Así terminó el reinado de García II de Galicia, el monarca que no pudo reinar. Encerrado en el castillo de Luna, olvidado por las crónicas y por todos los que una vez le juraron lealtad, nunca fue más que un problema para Alfonso VI que, si bien ordenó que se le proporcionaran todas las comodidades, también se ocupó de que nunca abandonara su prisión. Una antigua leyenda dice que, a su muerte en el año 1090, García II, ya anciano y muy enfermo, manifestó entre gritos su deseo de ser enterrado con los grilletes que había arrastrado durante casi veinte años, para mostrar así la crueldad y ambición de sus hermanos.



Bibliografía:

*Portela, E.; García II de Galicia: el Rey y el Reino (1065-1090), La Olmeda S.L., Burgos, 2001

*Zabaleta, F.; Medievalario. Un Bestiario Medieval, Redelibros, 2011

lunes, 11 de noviembre de 2013

114 cosas que no me gustan (o cómo tocarme la moral en 114 cómodos y sencillos pasos)



1. La gente caprichosa. 2. Los que gritan durante una discusión. 3. Comprar un libro que parece interesante y que resulte ser una mierda. 4. El animal print. 5. Reggaeton (¡no lo soporto!). 6. Tíos que escupen en la calle. 7. Pimientos. 8. Los musicales (con la excepción de Grease y Jesus Christ Superstar). 9. Lentejuelas. 10. Hombreras. 11. El Quijote. 12. Anna Simon. 13. Arte abstracto y conceptual. 14. Jar Jar Binks. 15. Ponerme unas medias y que se rompan el primer día. 16. Abrir un libro y que esté subrayado a lápiz o a boli. 17. Copiar mal un archivo importante. 18. Quedarme sin agua caliente en mitad de la ducha. 19. Buscar ropa en mi armario y descubrir que no me gusta nada de lo que tengo. 20. El sonido del despertador. 21. Batuka. 22. La tauromaquia. 23. Los listillos. 24. Mujeres y Hombres y Viceversa. 25. Perros que babean. 26. La gente celosa y posesiva. 27. Roedores (excepto las ardillas). 28. El olor del amoniaco. 29. Arreglar papeleo. 30. Justin Bieber. 31. Lo ñoño. 32. El servicio técnico de las compañías telefónicas (¡es que no se enteran de nadaaaa!). 33. Niños que se pillan una rabieta. 34. Las mentiras. 35. Cebolla. 36. Sálvame. 37. Que cancelen una serie que me gusta. 38. Pasarme el fin de semana encerrada en casa. 39. Misticismo, karma y rollos de ese tipo. 40. El Señor Barragán (cuando era pequeña me daba miedo). 41. Novelas rosas plagadas de topicazos. 42. Mario Casas. 43. Ir caminando por la acera y que un coche pase a mi lado pisando un charco enorme. 44. El macho ibérico. 45. El olor de los hospitales. 46. La Ciudad de la Cultura de Santiago de Compostela. 47. Faltas de ortografía. 48. Recibir regalos que no me gustan (¿con qué cara te quedas mirando a quien te ha hecho el regalo?). 49. El pulpo (sí, soy la vergüenza de los gallegos). 50. Estar lista para ir a un sitio de paseo y que empiece a llover de repente. 51. Quedarme muda delante de la gente. 52. Ponerme nerviosa antes de un examen. 53. Las calles en obras. 54. Zumba Fitness. 55. Gemelos que se visten igual. 56. Padres que ponen a sus hijos nombres raros (Izan, Naím, Yotuel, North West…). 57. Películas en las que solo se hacen chistes sexuales. 58. Cine gore. 59. Los garajes subterráneos (me dan algo de miedo). 60. Telepredicadores exagerados. 61. Los circos con animales. 62. Películas de vaqueros. 63. Películas adaptadas de videojuegos. 64. Comprar ropa de verano que ansío estrenar y no poder hacerlo por culpa del mal tiempo. 65. Insectos. 66. Ponerme a escribir mi novela y que todo el mundo conspire para interrumpirme. 67. Dependientes que tienen amplias sonrisas (me dan yuyu). 68. Tardar mucho tiempo en preparar un pastel y que al final me salga fatal. 69. Que cambien continuamente de horario mi serie favorita. 70. Hacer cola. 71. Padres con la crisis de los cuarenta. 72. Todos los políticos. 73. Los que van en moto y se ponen el casco de adorno. 74. Física o Química. 75. El Pantallazo Azul de la Muerte. 76. Calaveras. 77. Penélope Cruz. 78. Gente que habla en el cine. 79. Machismo. 80. El gallego normativo (¡se están cargando el idioma, joéee!). 81. Ver animales abandonados. 82. Ir a la peluquería y que me hagan un desastre. 83. La revista Hola. 84. El cine español. 85. La filosofía Abercrombie. 86. Gran Hermano. 87. Los capítulos más nuevos de los Simpson (han estropeado una serie maravillosa). 88. Cincuenta Sombras de Grey (aquí se incluye todo lo que ha salido y saldrá). 89. Infidelidades y gente que las justifica. 90. Música country. 91. Kristen Stewart (rancia donde las haya). 92. Ruiditos con la lengua. 93. Dani Martín. 94. Gente tacaña. 95. Niños que ensayan melodías con la flauta. 96. Movimientos políticos varios. 97. La música demasiado alta dentro de un coche. 98. Piercings en los labios o en la lengua (me dan un poco de cosa…). 99. Los canis. 100. Gente enganchada al Twitter. 101. Estar hablando con una persona y que ésta se dedique a mandar un WhatsApp. 102. Ver parejitas metiéndose mano descaradamente en público (¡iros a un hotel, coño!). 103. Puñaladas traperas. 104. Viejas cotillas. 105. Ir a buscar un helado al congelador y descubrir que otro se te ha adelantado y se ha comido el último. 106. Que traten de convencerme con la frase “Anda, ¿qué más te da?”. 107. Gente que farda de las cosas que tiene. 108. Gente que no da un palo al agua pero se entera de todas las subvenciones que le da el Gobierno. 109. Los que lo tienen todo y no paran de quejarse de lo injusta que es la vida. 110. Ver grupos de chicas por la calle y descubrir que todas son clones. 111. Vecinos ruidosos. 112. La palabra “sabrosura”. 113. Las matemáticas. 114. Tener un mal día y que otros te digan: “¿Tienes la regla o qué?”.


martes, 5 de noviembre de 2013

114 cosas que me gustan (o por qué tuviste suerte de no ser mi compañero de piso)



1. Despertar e intuir que voy a tener un gran día. 2. Quedarme remoloneando en la cama varias horas. 3. Quedarme sola en casa. 4. Inventarme historias y escribirlas en mi cuaderno. 5. Pensar diálogos entre mis personajes e interpretarlos a viva voz (a solas, ejem). 6. Escuchar mi música preferida mientras hago la limpieza. 7. Sentarme a ver la tele y descubrir que ponen una película que llevo mucho tiempo deseando ver. 8. Pasear entre mis libros y acariciarles el lomo a todos. 9. Recordar a mis amigas de la universidad, a las que hace mucho tiempo que no veo. 10. Imaginar un mundo a mi manera. 11. Imaginar cómo sería Mundo Bizarro a mi manera. 12. Las aventuras inesperadas. 13. El olor de un libro nuevo. 14. Descargarme una canción que llevaba mucho tiempo buscando. 15. Las bolas de cristal con nieve dentro. 16. La música clásica, en general. 17. La Familia Crece. 18. Hablar de anécdotas históricas. 19. Alaska y Mario (me encantan estos dos!). 20. Los ramos de flores, sobre todo lirios. 21. Música de gaita. 22. Sailor Moon. 23. Humor Amarillo. 24. Los cupcakes. 25. Bob Esponja. 26. Las viejas películas en blanco y negro, todas. 27. Leyendas urbanas de terror. 28. Alicia en el País de las Maravillas. 29. Dragon Ball (un hito en mi infancia). 30. Chaparme los diálogos de mi película favorita. 31. Sacarle defectos a una película histórica. 32. Reventar las burbujas de los plásticos de embalaje. 33. Pequeñas Mentirosas (la serie y las novelas). 34. Las frases célebres. 35. Zamparme un helado gigante. 36. Hurtar bombones a escondidas en mi casa. 37. Emocionarme con un videojuego (en todos los sentidos). 38. Tomar té con pastas, al estilo inglés. 39. Shin Chan en gallego (infinitamente superior a oírlo en castellano). 40. Recibir un piropo inesperado. 41. Los relojes que se cuelgan en el cuello. 42. Los antiguos cortos animados de Disney. 43. Comparar a los perros con sus dueños para ver si se parecen. 44. Los gatitos (son tan monos!). 45. Sakura, Cazadora de Cartas. 46. Las cajas de música. 47. Las espadas láser de Star Wars. 48. Juego de Tronos, con todo lo que eso trae consigo. 49. Disfrazarme a la menor oportunidad. 50. Las ferias medievales. 51. Ir a la playa. 52. El heavy metal. 53. Blind Guardian. 54. La ropa gótica. 55. Betty Boop. 56. Ver telenovelas (de esta, estoy avergonzada). 57. Camisetas graciosas. 58. Escribir críticas destructivas sobre series, películas, libros… 59. El Ninja Púrpura y el Ninja Ocre (buscadlos en YouTube). 60. El Informal. 61. Eduard Punset. 62. La Ocarina del Tiempo. 63. Animales mitológicos. 64. Los Simpson. 65. Tirar con arco (solo lo hice una vez, pero me marcó para siempre). 66. El Reno Renardo. 67. Los vestidos de los años 40 y 50. 68. Los kimonos. 69. Los nail-arts. 70. Los gorritos de lana con pompones. 71. Las orejeras. 72. La lencería sexy… y sentirme un poco perversa cuando me la pongo. 73. Cruz y Raya. 74. Juegos de mesa como Línea Directa o La Herencia de Tía Ágata. 75. Los Beatles. 76. Cambio de Look. 77. Comer mi comida favorita en viernes, el mejor día de la semana. 78. Ver la teletienda. 79. Padre Made in Usa. 80. La revista El Jueves. 81. Las piruletas con forma de corazón. 82. Los Papadeltas mojados en leche (a mucha gente le parece asqueroso). 83. Patinar hasta que me duelen las piernas. 84. Las espadas. 85. Los hombres que se disfrazan de romanos. 86. Los arcones de madera. 87. Las muñecas de porcelana. 88. Las Barbies de colección (tengo cinco). 89. Titanic, de James Cameron. 90. Hacer puzzles. 91. El Hombre de Negro. 92. La gente que se sabe reír de sí misma. 93. Los frikis. 94. Las casitas de muñecas (siempre he querido tener una). 95. La gente que sabe contar chistes. 96. Saber y Ganar. 97. Tirarme horas viendo vídeos en YouTube. 98. Las parodias de Crepúsculo. 99. Marilyn Monroe. 100. Hacer videomontajes con fotos y música de fondo, como Marshall en Cómo conocí a vuestra madre. 101. Lamer la espátula de cocina cubierta de chocolate fundido. 102. Hacer dibujos graciosos de y para mis amigos. 103. Música cutronga. 104. Las Gemelas de Sweet Valley. 105. Santiago de Compostela. 106. Jersey Shore. 107. Danza irlandesa. 108. Las piedras preciosas. 109. Figuritas de hadas. 110. Envolverme en una mantita y ronronear. 111. Buscar conchas a la orilla del mar. 112. Bordar a punto de cruz. 113. El chocolate caliente con churros. 114. Tratar de dominar el mundo.
 

martes, 29 de octubre de 2013

La Canción del Bosque



Entre las ruinas de un monasterio perdido, un pastor encontró un vetusto manuscrito muy maltratado por las inclemencias del tiempo. Tenía el grosor de un palmo, pero la mayoría de sus páginas estaban infestadas de moho o se desprendían al menor movimiento. Sabiendo que tenía entre sus manos algo muy antiguo, se lo llevó al sacerdote de su parroquia y éste hizo que unos expertos en codicología lo estudiaran para averiguar su procedencia.


El códice estaba muy deteriorado. De sus más de cuatrocientas páginas solo cinco parecían estar en buen estado. Eso llamó la atención de los expertos: Aquellas seis hojas de vitela mantenían un estado prístino en comparación con el resto del códice. Como si algo quisiera protegerlas de los elementos. Como si alguien quisiera que las encontraran y las leyeran.


Se llevaron las páginas a un paleógrafo, que juzgó interesante compartir el trabajo con un alumno a quien le estaba dirigiendo la tesis doctoral. El joven recibió con inmensa emoción el encargo de transcribir el documento y se puso manos a la obra. Sin embargo, no estaba preparado para el horror que le aguardaba, pues aquellas páginas contaban una historia tan inverosímil como estremecedora. Aterrorizado, pero decidido a seguir adelante, el joven transcribió cada palabra que había escrito el autor del relato en perfecto latín.


Esto fue lo que descubrió:


Las noches en el valle son frías, y ni los gruesos muros del monasterio son capaces de frenar el avance del viento, que se cuela entre resquicios y por debajo de las puertas. A veces el viento sopla con tanta fuerza que apaga el fuego del hogar, por lo que no podemos calentarnos las manos. Pero estoy conforme. Si este invierno que se aproxima es tan crudo que puede acabar con la amenaza que habita en el bosque, soportaré mil penalidades con tal de que así sea. Quiera Dios tener piedad de todos nosotros.


Esta es la quinta noche que paso despierto, inclinado sobre este pliego a la luz de la vela. La pluma tiembla en mis manos y mi cuerpo pide a gritos que le dé descanso. Pero no me atrevo a acostarme, pues sé que, en cuanto cierre los ojos, la pesadilla que no deja de perseguirme volverá para atormentar mis sueños una noche más. Para protegerme de ese ser me he encerrado en mi celda, y he pedido a uno de los hermanos que me diera cera de abejas para hacer unos tapones que cubran mis orejas. Sabiendo lo que sé, toda precaución es poca. Me asusta tanto lo que me aguarda fuera de estos muros que quisiera tapiar las puertas y ventanas del monasterio, hacer hasta lo imposible por impedir que esa criatura dé conmigo.


Últimamente me he obligado a obedecer a nuestro prior, quien dice que mi falta de salud se debe no a una enfermedad, sino al hambre. He intentado ocultar mis temores para no sembrar el pánico, pero no aguantaré mucho tiempo. Me fallan las fuerzas hasta para llevarme la comida a la boca. Hoy estaba tan débil que me desmayé en el refectorio y cuatro frailes tuvieron que llevarme a mi celda, donde me suministraron un bebedizo que me hizo dormir unas horas. Durante el tiempo que dormí, el joven fraile que estaba a mi lado afirmó que no había parado de retorcerme y balbucear incoherencias acerca de un bosque y una canción.


Me duele admitir que mis días en este mundo están contados. Si la criatura que vive en el bosque no puede conmigo, sin duda lo hará el terror que despierta en mi cabeza y en mi corazón. Me he visto obligado no solo a contemplar un horror que nunca hubiera imaginado, sino también a presenciar la muerte de personas muy queridas para mí. ¿Cómo es posible que exista un ser tan maléfico en ese bosque? ¿Acaso el Diablo camina entre nosotros? Me siento atenazado, al borde de la asfixia. En mi cabeza no para de sonar la melodía que condujo a mis hermanos a la desgracia. He conseguido mantenerme firme durante un mes, pero mis fuerzas han mermado mucho y temo que, como les ocurrió a ellos, me sea imposible resistir por más tiempo.


Recuerdo el día que nos adentramos en el bosque. Lo recuerdo como si fuera ayer. Aquella mañana, antes de que saliera el sol, un niño campesino llegó a las puertas del monasterio y se derrumbó como un muñeco sin vida. Tendría unos siete años y su ropa estaba hecha jirones. El boticario examinó su cuerpo y descubrió que se había hecho un sinnúmero de heridas, siendo las peores las llagas que laceraban sus pies descalzos. El boticario concluyó que se había hecho esas heridas en el bosque, al correr entre los arbustos y las ramas bajas de los árboles. Pero sorprendía lo profundo de algunos raspones y arañazos. Daba la impresión de que el niño había estado huyendo de algo.


El zagal no despertó hasta el anochecer. En cuanto abrió los ojos, empezó a gritar pidiendo un crucifijo. Un fraile le prestó el suyo, y el niño se lo arrebató y lo besó muchas veces con desesperación antes de echarse a llorar. Nuestro prior pidió que lo dejáramos a solas con el niño, ya que quería hacerle unas preguntas. Cuando salió de la celda, compartió sus impresiones con los monjes que allí estábamos.


-Una cosa está clara, y es que a este niño lo han atacado –dijo el prior -. No he entendido todo lo que ha dicho, pues se expresa de manera tosca y ruda, pero es evidente que ha sufrido un ataque en el bosque y que sus parientes han desaparecido.


-Últimamente están desapareciendo muchas personas. ¿Será que hay bandidos en el bosque, padre? –preguntó Cibrán, sin poder evitar un estremecimiento. Había llegado al monasterio siendo muy pequeño y nunca había salido más que para labrar el huerto, así que le daba bastante aprensión todo lo que venía del exterior.


-¿Bandidos, decís? –Clotario soltó una risotada -. Pues si hay bandidos en el bosque, dejádmelos a mí. En otro tiempo me encargaba de mantener lejos de la villa a esa escoria; todavía tengo fuerzas para ello.


Si Cibrán era uno de los frailes más jóvenes de nuestra orden, Clotario bien podía jactarse del tiempo que llevaba en el monasterio. Era un hombre corpulento que frisaba los cincuenta años, calvo y de tupidos bigotes. Había pasado su juventud en tierras francas, donde había nacido, pero había decidido ingresar en la orden cuando, al morir su señor, se encontró solo y sin familia. Aunque piadoso, era testarudo y le gustaba asustar a los novicios con sus refunfuños.


-Opino que deberíamos advertir al regidor de la villa –acertó a decir Roi con aquella voz que se quebraba al final de cada frase. Era contrahecho por naturaleza: tenía una deformidad en los pies que le impedía caminar bien, pero era resuelto y no consentía que le trataran como un lisiado -. Sin duda él sabrá qué hacer. ¿Por qué habríamos de meternos en problemas? Bastante hacemos con cuidar a este niño.


-En verdad no entiendo cómo podéis decir eso –rezongó Clotario, indignado -. ¡Sois más pusilánime que una doncella! ¡Deberíais venir conmigo y demostrar que sois un hombre! ¿No tengo razón, Martín?


Me sorprendió su brusca manera de dirigirse a mí.


-No sabría qué deciros, pues no os falta razón a ninguno de los dos –dije.


-¡Ja! ¡Vos siempre con lo mismo! ¡Hacéis hasta lo imposible por contentar a todas las partes en un litigio! –se chanceó.


Nuestro prior creyó conveniente poner fin a nuestra discusión alzando las manos en gesto de paz.


-Basta, no quiero más disputas. Permaneceremos aquí y rezaremos. Si hay bandidos ahí fuera, no les permitiremos traspasar estas puertas. Si hay algo peor… entonces, que Dios tenga misericordia. En cuanto al niño, cuidaremos de él hasta que se restablezca; y, si no tiene más familia y quiere quedarse, lo acogeremos entre nosotros. Ahora, marchaos y encomendaos a nuestro Señor.


Los cuatro nos retiramos en silencio pero, en el claustro, Clotario hizo que nos detuviéramos y habló con nosotros muy seriamente.


-No sé qué haréis vosotros, pero yo no pienso quedarme aquí sin hacer nada –manifestó resuelto -. Mañana, en cuanto acaben los maitines, cogeré un báculo y me adentraré en el bosque. Sea lo que sea que haya allí, no escapará de mí.


-¿Es que habéis perdido la razón, Clotario? –le reprendí -. No permitiré que vayáis solo a un bosque donde podría haber quién sabe qué bestias peligrosas. Al menos dejaréis que yo os acompañe.


-Yo también voy –dijo Cibrán, cosa que me pareció sorprendente -. Aunque poco pueda hacer, si hubiera que ayudar en algo, dos manos más os vendrán bien.


Clotario y yo asentimos y aprobamos su muestra de valor. Sin embargo, no osamos preguntarle a Roi si vendría con nosotros; en nuestro pensamiento no cabía la posibilidad de que nos acompañara un tullido. En caso de que hubiera que huir, ¿cómo podría él seguirnos? Roi se dio cuenta de que le manteníamos al margen, y se sintió ofendido.


-A mí no me dejaréis aquí. Yo también me internaré en el bosque.


-No, Roi –le dije yo -, que el bosque encierra muchos peligros. Si no habéis tenido la oportunidad de mostrar antes vuestro valor, vuestro estado os exime de hacerlo de ahora en adelante.


-No os atreváis a despreciarme por ser un lisiado. No soy un gran corredor, pero sé utilizar una honda como el mejor.


-De mucho nos servirá si hallamos a Goliat en la floresta –se rió Clotario.


Juzgué necesario terminar con tanta mofa. La situación era muy grave. Habían desaparecido muchas personas en el bosque, y el único que había conseguido escapar con vida de la floresta era un niño que no paraba de aullar y gritar incoherencias. Tomé las riendas de la situación: les dije que nos encontraríamos en la leñera a la mañana siguiente.


Escapar del monasterio fue más sencillo de lo que imaginaba. Sabía que era una falta grave abandonar nuestro convento sin advertir a nadie, pero la curiosidad pudo más que nosotros. Clotario, Cibrán y yo cogimos unos cayados para usar en caso de peligro, ya que no teníamos otras armas; Roi llevaba una honda atada a su cinturón. Yo había conseguido hurtar de la despensa pan y un poco de queso (que Dios me perdone), por si tardábamos en volver y teníamos hambre. Cuando estuvimos listos, emprendimos el camino. Aún no había salido el sol.


El bosque no estaba lejos de nuestro monasterio. Allí acudían muchos campesinos a buscar madera, pero no solían pasar de las lindes del bosque por temor a lo que ocurría en la espesura. Veinte desaparecidos en menos de seis meses eran suficientes para meterle el miedo en el cuerpo a cualquiera. Los campesinos se santiguaban cada vez que alguien mencionaba el bosque. Si tenían que pasar por allí, venían a nuestro monasterio a pedir la bendición del prior. Empezaban a circular rumores sobre un monstruo que encantaba a sus víctimas con una melodía, como las sirenas de las que hablaba Homero. Pero nosotros no pensábamos en eso. En nuestra arrogancia, creíamos que no nos pasaría nada malo.


Caminamos durante una hora siguiendo el sendero cubierto de hierba; al final del mismo, un poco lejos, se divisaban las copas de los árboles del bosque. El sol despuntaba entre las montañas para cuando llegamos a la entrada pero, de pronto, los cuatro nos sentimos conmocionados por el tamaño de la floresta.


Al ver tan de cerca los árboles retorcidos y los castaños gruesos y caídos, comprendí por qué la gente tenía miedo. La oscuridad y las tinieblas eran las dueñas de aquel bosque. Las ramas, los arbustos y los troncos de árbol muerto nos impedían el paso, tupiendo cada espacio libre, y no nos dejaban ver lo que se escondía detrás. El aire estaba cargado de una pesada humedad tan fría que pronto empezamos a tiritar. Un atisbo de miedo me invadió cuando mi hábito se enredó en una zarza y se me escapó una interjección.


-¡No gritéis, Martín! –susurró Clotario -. Debemos ir con mucho cuidado. Huelo un peligro.


Avanzamos lentamente, esquivando ramas, hojas putrefactas y musgo húmedo que se había pegado a los árboles. Con una pequeña hoz para cortar hierbas, Cibrán iba segando las ramas que se cruzaban en nuestro camino. Clotario caminaba junto a él; Roi y yo íbamos detrás. En esas, Roi tropezó con una rama corta. Al agacharse para recogerla, se dio cuenta de que no era una rama, sino un hueso. Un hueso humano. Espantado, Roi lo apartó lejos de sí.


-¡Dios misericordioso! –exclamó con pavor -. ¿Qué ha pasado aquí? ¿Quién ha muerto en este bosque?


Acudí junto a él y traté de calmar sus nervios.


Y fue entonces, en aquel instante, cuando los cuatro la oímos. Una música susurrando entre las hojas de los árboles. Una tenebrosa melodía de flauta interpretada por hábiles manos, que entró en nuestros oídos e inundó nuestros corazones como un veneno ponzoñoso. Había alguien más aparte de nosotros en el bosque, pues no se concebía otra manera de que sonara música en aquel lugar. Sin embargo, yo estaba inquieto. Mi imaginación había empezado a concebir las fantasías más horripilantes y las ilusiones más espantosas. Entre los pliegues de aquella inmunda vegetación, imaginaba que había una sombra que nos observaba con mil ojos, aguardando el momento en el que cometiéramos un error.


-Pero, ¿qué música es esta? ¡¿Quién anda ahí?! –exclamó Clotario -. Por todos los diablos, voy a ver quién se oculta en el bosque.


-¡No, aguardad! –grité yo.


Pero fue demasiado tarde. Antes de que pudiera pararlo, Clotario echó a correr; Cibrán le siguió. Los dos se adentraron en la maleza y los perdí de vista. La flauta seguía sonando, imperturbable, emitiendo aquellas notas que subían y bajaban como silbidos de una criatura de otro mundo. A este sonido no tardó en unirse otro que se asemejaba a una serie de golpes asestados a un tronco hueco. Me recordaba al sonido que hacen los huesos al traquetear. Entonces volví a recordar el hueso que había encontrado Roi, y me estremecí de horror.


-Tardan mucho –dijo Roi en un susurro -. Martín, debemos irnos antes de que sea tarde.


-No podemos –respondí, aunque con pocas ganas -. Tenemos que esperar a Cibrán y a Clotario.


-¡Pero están tardando demasiado! –exclamó él, cada vez más nervioso -. Aquí hay un demonio oculto y tengo miedo…


Se oyó un movimiento entre los árboles y el chasquido de varias ramas secas.


-Aguardad aquí mientras yo voy a buscarles –dije.


Dejé a Roi junto a un árbol y me adentré con paso decidido entre la vegetación. A pesar de que mi ánimo era salir de allí con mis hermanos, una parte de mí no podía evitar pensar que lo mejor era salvar mi propia vida mientras aún estuviera a tiempo. La canción me acompañaba y sonaba más fuerte a medida que me acercaba al corazón del bosque, y pronto fui presa de su influjo. De alguna manera que no alcanzo a comprender, aquella tenebrosa melodía se había apoderado de todo mi ser y me arrastraba hacia delante sin que yo pudiera evitarlo. Era como si careciera de voluntad propia. Me había convertido en un títere manejado por hilos invisibles que me movían hacia donde querían.


Mi cabeza tampoco respondía. Aunque no quería estar allí de ninguna manera, me resultaba imposible negarme al llamado de aquella música. ¿Qué poder maligno ejercía sobre mí? Tal parecía que me estaba conduciendo al mismo lugar al que debían haber sido llamados Cibrán y Clotario. No sé por qué ese pensamiento pasó por mi cabeza, pero una vez lo percibí ya no hubo manera de apartarlo de mí. De pronto se hizo obvio en mi cabeza, como si fuera el axioma más razonable del mundo: la canción del bosque me llevaría hasta mis hermanos.


Finalmente, movido por la poderosa fuerza que se había adueñado de mi voluntad, me dejé llevar hasta un claro donde se estaba celebrando un baile de cadáveres, movidos por alguna especie de encantamiento que no alcanzo a entender. Apenas puedo contener un estremecimiento al recordar lo que vieron mis ojos, lo que ven cada vez que los cierro, pues esa imagen me persigue en mis peores sueños. Los danzantes, asesinados de las maneras más despiadadas, agitaban espasmódicamente sus cuerpos sin vida. Por doquier había manos, piernas y brazos mutilados, tirados en el suelo como alimento para los perros salvajes y otras alimañas. Los cadáveres más enteros seguían bailando en círculo, ajenos a mi presencia. En medio de mi espanto, pude ver que la mayoría habían sido ahorcados; las cuerdas de la horca estaban atadas a las ramas de los árboles y se extendían para permitir que los colgados bailaran. Entre estos ahorcados reconocí a Clotario y a Cibrán, cuyos ojos y brazos habían sido arrancados de cuajo.


Al alzar la mirada hacia arriba, observé que no todos los cadáveres se movían. De las ramas más altas pendían los esqueletos de los primeros desdichados que habían tenido la desgracia de hallar aquel lugar. Algunos incluso conservaban restos de carne podrida que los cuervos arrancaban a jirones. De sus pies colgaban palos huecos por los que pasaba el aire, haciendo que sonaran como un gemido lastimero. Algunos cadáveres vivientes habían trepado a los árboles y, empuñando los huesos de otros muertos, hacían música golpeando las costillas de los ahorcados descarnados. Sentí tal repugnancia al contemplar ese espectáculo que desperté del maleficio que me mantenía amordazado y dejé escapar un grito de horror.


Entonces, la danza se detuvo, aunque la música del bosque seguía sonando. Los danzantes se volvieron todos hacia mí, mirándome con sus cuencas vacías, y se hicieron a un lado para mostrarme a Aquel que tenía predominio sobre todos ellos. Sentado en el tocón de un viejo árbol, tocando aquella sencilla canción con una ocarina, aguardaba aquel ser. No me atrevo a decir que era un animal, pues no se parecía a ninguna de las criaturas de Dios, pero tampoco era humano. Era un engendro, una abominación salida de un bárbaro abismo. Su rostro estaba oculto tras una máscara fabricada con la corteza de un árbol, ramas y la cornamenta de un ciervo. Estaba desnudo, salvo por un irrisorio harapo que cubría sus partes pudendas. Su piel era de color verde sucio, como si se hubiera frotado a conciencia con musgos y líquenes.


Pero lo más terrible era su sonrisa. Aquella sonrisa llena de dientes afilados estaba dirigida a mí. Me observaba con intensidad, con persistencia. Solo hay dos criaturas en el mundo capaces de sentir una emoción semejante: una madre que encuentra a su hijo perdido, y un león que acorrala a su presa; estoy seguro de que el engendro de la ocarina sintió ese estremecimiento profundo. Me tenía allí, a su merced. Podía hacer de mí lo que quisiera.


-¡Dios mío! ¡Dios mío!


Mi voz sonó enronquecida por el miedo, teñida de desesperación. Dentro de poco iba a convertirme en el alimento de aquel monstruo demoníaco, lo sabía. Pero entonces, sacando fuerzas de alguna parte, eché a correr para escapar de aquel terrible destino. Mi corazón se encogió cuando comprendí que ya no podía hacer nada por mis hermanos Cibrán y Clotario; estaban perdidos sin remedio. Pero todavía quedaba Roi. Lo había dejado abandonado a su suerte, sin saber el peligro que corría. En mis pensamientos solo existía la idea de ir a buscarle y abandonar con él ese bosque maldito.


Llegué hasta el árbol donde le había dejado, pero Roi ya no estaba allí. Me dije que no podría haber ido muy lejos siendo tullido. Pero entonces vi una mano cercenada entre las raíces del árbol: la mano sujetaba con dedos rígidos la honda de Roi. Así pues, todos mis hermanos estaban muertos y yo no tardaría en seguirles. Estaba perdido en los dominios del señor del bosque, que me perseguía con su canción. Y daría conmigo, pues estaba seguro (igual que lo estoy ahora) de que todo aquel que escucha una vez su canción está condenado para siempre.


No recuerdo cómo salí de la floresta, ni cómo llegué al monasterio. Durante días he sufrido de fiebres, he vomitado comidas enteras y he padecido insomnio. Estoy enfermo de un mal que solo se curará con mi muerte. Pero, ¿qué será de mí cuando esa criatura me reclame? ¿Me desmembrará, como les ocurrió a mis queridos hermanos? ¿Arrojará mi cadáver a los cuervos y los perros? ¿Arrastrará mi alma al pozo de fuego infernal? Los tapones no sirven de nada. En mis oídos resuena otra vez esa canción y siento que mi voluntad flaquea.


Que Dios me perdone… El señor del bosque me llama con su canción…

martes, 22 de octubre de 2013

Vagando por la Historia (del terror): El club de los chupasangres


Siempre he creído que, la mayoría de las veces, la realidad supera a la ficción. Muchos escritores del género de terror se devanan los sesos tratando de pensar en un buen argumento para sus historias, un argumento que deje a los lectores helados de miedo. Por eso se inventan grandes masacres sangrientas, asesinos en serie despiadados y finales que nos dejan una sensación de frío mortal en la columna. Pero, ¿y si os dijera que las mayores atrocidades han sucedido de verdad y, lo que es peor, podrían volver a suceder si no tenemos cuidado?

Para probar esto, mi mejor argumento es la Historia, donde se guarda de todo. Hoy os traigo las biografías de dos personajes muy conocidos por todos nosotros por su maldad, por sus crímenes y por su adicción a la sangre, no en sentido comestible, sino más bien en un sentido de éxtasis salvaje. Aquí están dos de los peores asesinos que ha visto este mundo, un hombre y una mujer: Vlad III Draculea y Elisabeth Bathory.



Vlad III Draculea





Más de cinco siglos después de su muerte, la persona del príncipe valaco Vlad III Tepes, el Empalador, sigue oscurecida por el velo de los mitos. A la imagen de él que tenemos hoy en día tenemos que deberle mucho al escritor Bram Stoker cuando publicó en 1897 su novela Drácula. Fue tal el éxito de esta obra que el famoso conde vampiro acabó confundiéndose con el Drácula original, el príncipe que en el siglo XV gobernó con mano de hierro Valaquia, la cuna de la actual Rumanía.


A inicios del siglo XV, el voivoda (príncipe) de Valaquia era Mircea el Viejo, abuelo de Tepes, quien sostenía la independencia de sus territorios manteniendo un complicado sistema de alianzas con el emperador Segismundo, al mismo tiempo que pagaba el tributo al Sultán. Pero al morir Mircea el Viejo en 1418, se produjo el conflicto hereditario entre su hijo ilegítimo Vlad y su sobrino Dan, del que este último salió triunfante. Desengañado, Vlad se retiró a Sighisoara, en Transilvania, donde en 1431 nacería su hijo Vlad. Ese mismo año, Vlad padre viajó a Nüremberg para ser ordenado caballero de la Orden del Dragón, una milicia noble creada para hacer frente a los turcos. Orgulloso del título, a partir de ese momento se hará llamar Vlad Dracul (Vlad el Dragón). Su hijo pasará entonces a llamarse Vlad Draculea, hijo de Dracul.


Vlad tuvo dos hermanos, Mircea y Radu, y la familia permaneció en Sighisoara hasta que en 1436 Vlad Dracul se trasladó a Tirgoviste, convertido por fin en voivoda de Valaquia. El Emperador había muerto y Vlad Dracul buscó la neutralidad con los turcos. Para asegurarse su fidelidad, el Sultán le pidió como rehenes a sus hijos menores, Vlad y Radu. Ambos estuvieron retenidos siete años en Turquía, y durante ese tiempo vivieron con el miedo a perder la vida en cualquier momento.


Vlad, muy diestro en el manejo de las armas, aprendió las tácticas marciales otomanas y tuvo oportunidad de familiarizarse con un castigo cruel y terrible que se aplicaba entre los turcos y otros pueblos de Asia: el empalamiento. Es muy posible que esto le afectara psicológicamente para toda la vida, y la cosa no mejoró cuando en 1448 fue liberado y volvió a Valaquia, pues allí le esperaba otra tragedia personal: los nobles boyardos habían asesinado a golpes a su padre y habían enterrado vivo a su hermano Mircea.


No obstante, Vlad consiguió manejarse bien dentro del cambiante panorama político de la época. Con el apoyo de los turcos, recobró el cargo de su padre, aunque brevemente, pues el voivoda Vladislav II, con el respaldo de los húngaros, le expulsó. Eso no fue óbice para que Vlad Draculea desfalleciera; las crónicas relatan que tres veces conquistó el principado y tres veces lo perdió. En la última campaña que llevó a cabo, abandonado por los turcos, realizó un acercamiento a los húngaros, olvidando el hecho de que en el pasado habían asesinado a sus parientes. En 1456, aprovechando un descuido de los húngaros, invadió Valaquia y fue nombrado voivoda.


La tarea prioritaria de Vlad Draculea fue la de consolidar su posición, y eso implicaba quebrar el poder político de los nobles boyardos, interesados en fomentar la discordia civil para proteger sus intereses. Draculea actuó sin piedad contra ellos y contra cualquiera que amenazara con quitarle el trono. Tres años después de ser proclamado príncipe reinante, llevó a cabo la venganza por la muerte de su padre y su hermano: Invitó a los boyardos a un banquete en su palacio de Tirgoviste, donde el vino y los manjares corrieron sin freno. Cuando la fiesta llegó a su máximo apogeo, los soldados de Draculea irrumpieron en la sala, prendieron a todos cuantos estaban en el banquete y colocaron sus cuerpos empalados por toda la ciudad. De ahí vino el apodo que llevaría toda la vida y que daría buena idea de sus inclinaciones punitivas: Tepes, el Empalador.


Mientras tuvo el poder, Vlad Tepes democratizó la crueldad. No distinguió entre nobles y plebeyos a la hora de infundir el terror, y en eso basó su dominio. Del pavor que provocaba entre sus súbditos nos da una idea esta anécdota. En cierto lugar donde había un manantial de agua fresca, puso una copa de oro para que la utilizaran los que acudían a beber, y nadie se atrevió a robarla mientras él vivió. De su concepción del valor también se han conservado testimonios. Un relato de la época cuenta que, tras el ataque a un campamento turco, Vlad pasó revista a sus tropas. A los que estaban heridos en el pecho y en la cara les felicitó, pero a los que tenían heridas en la espalda los empaló. Luego volvió a cargar contra los turcos, pero antes advirtió así a sus soldados: “Quien tema a la muerte, que no venga conmigo”.


Los conflictos que mantuvo con el sultanato estallaron finalmente en un enfrentamiento abierto. La guerra comenzó en el invierno de 1461, y el primero en cargar fue Tepes, que se apoderó de algunas fortalezas otomanas a lo largo del Danubio. En una carta dirigida al rey húngaro Matías Corvino, afirma que había acabado con las vidas de más de 20.000 personas. La respuesta otomana no se hizo esperar, y un ejército capitaneado por el propio sultán Mehmed II atacó Valaquia. Vlad había previsto el ataque y, como no contaba con la ventaja numérica, se retiró a los bosques cercanos mientras practicaba la táctica de la tierra quemada para desconcertar a los turcos. Ordenó a la población abandonar sus aldeas y refugiarse en bosques y montañas llevando consigo cualquier cosa que pudiera serle útil al enemigo; todo lo que quedara atrás sería incendiado. Incluso se infiltraron enfermos contagiosos en los campamentos enemigos para extender epidemias. Vlad Tepes adoptó la guerra de guerrillas y no dio tregua a los turcos.





En la noche del 17 de junio de 1462, Tepes atacó por sorpresa el campamento otomano y trató de matar al Sultán, pero finalmente no pudo hacerlo. Los valacos se retiraron después de causar muchas bajas entre las filas turcas, pero eso no detuvo el avance del Sultán, que llegó a las puertas de Tirgoviste, la capital del principado. Allí le esperaba un terrible espectáculo: la macabra escena de un bosque de empalados. Veinte mil personas (valacos en su mayoría, sajones, prisioneros turcos…), en algunos casos todavía gimientes, colgaban de estacas clavadas en la tierra. El Sultán dijo que no podía combatir al diablo, ni conquistar un país regido por un hombre que era tan cruel con sus súbditos sin que éstos le abandonasen. Los turcos, descorazonados, emprendieron poco después la retirada.


Pero la guerra no había terminado. Finalmente, la poderosa maquinaria de guerra del sultanato arrinconó a Vlad Tepes. La intercepción de unas cartas hizo sospechar a los húngaros que pensaba cambiar de bando nuevamente. A todo esto se debe sumar que el horror que causó entre los suyos finalmente consiguió aislarle de posibles aliados. Sea como fuere, el caso es que Vlad acudió a Buda para solicitar ayuda y fue detenido y recluido en Pest. En esta ciudad estuvo retenido entre 1462 y 1476. Era un rehén, pero sus condiciones de cautiverio no eran duras. Es más, el rey gustaba de mostrarlo a sus visitas como una especie de curiosidad. La cambiante política le dio una nueva oportunidad: a la caída de Constantinopla en 1453, Vlad recibió un ejército e invadió de nuevo Valaquia, y en 1476 se hizo otra vez con el título de voivoda. Pero poco habría de durarle la alegría, pues a finales de año murió cerca de Bucarest. Las fuentes no se ponen de acuerdo sobre cómo fue su final, pero hay tres posibilidades: o murió combatiendo, o fue confundido por una unidad cristiana, o le degollaron unos sicarios. Lo que sí se conoce es lo que pasó después: Decapitaron su cadáver, enviaron la cabeza a Estambul y el cuerpo recibió sepultura en el monasterio de Snajov.


Así terminó sus días Vlad Tepes Draculea. En su haber se cuentan unas 100.000 ejecuciones, un porcentaje tremendamente alto si tenemos en cuenta que el país contaba con medio millón de habitantes en aquella época. De su sevicia nos quedan testimonios realmente estremecedores, y no solo en tiempos de guerra. A un emisario que no se descubrió ante él le clavó el sombrero a la cabeza. Tampoco entendía de etnias o razas. Trató a los gitanos igual que a príncipes: reunió a una de sus comunidades, asó vivos a dos de sus miembros y al resto les dio a escoger entre la parrilla o el ejército.



Elisabeth Bathory (1560-1614)






Elisabeth Bathory descendía de un importante linaje de condes que habían tenido gran influencia política en la breve Transilvania independiente. Era condesa, y los suyos pertenecían a uno de los linajes más poderosos y antiguos de las zonas de Rumania, Hungría y Croacia del siglo XVI. Pero hay que añadir que en la familia Bathory se hallaban algunos de los personajes más dantescos que se pueda imaginar. Ella padecía unas terribles migrañas que desencadenaban accesos de furia irrefrenable y que la convirtieron en una adicta a las drogas para paliar sus efectos; su hermano István era un sádico; su tío, también llamado István, estaba completamente loco; su tía Klara asesinó a sus cuatro maridos y a varios amantes; su primo Gábor cometió incesto con su hermana; y varios miembros más de la familia eran epilépticos.


Elisabeth nació en Nyrbáthor, en Hungría, alrededor de 1560. Su madre era hermana del rey de Polonia, Esteban I Bathory. De niña quedó huérfana y fue prometida al conde Ferencz Nadasdy, con cuya familia se fue a vivir para criarse en el ambiente del que sería su esposo. Entre sus pasatiempos favoritos estaban la caza y la hípica y, a medida que fue creciendo, aprendió a hablar cuatro idiomas, a usar esencias para el cuerpo y a bailar. Pero también es en esta época cuando se empiezan a ver rasgos en su carácter que demuestran que algo no iba bien en su cabeza, ya que tenía por costumbre intentar despeñar a sus primos por la montaña mientras jugaban con trineos. Cuando cumplió quince años, contrajo matrimonio con el conde, con quien tuvo cuatro hijos: tres niñas y un niño.


Pero Elisabeth no estaba hecha para la maternidad ni para el matrimonio. Apartó de ella a sus hijos y, cuando su marido falleció de una enfermedad en mitad de la batalla contra los otomanos, dio rienda suelta a su ferocidad. Para sus desvaríos, se rodeó de un grupo de engendros que formaban una auténtica corte de los horrores: una bruja llamada Darvulia (que falleció y fue sustituida por otra de igual maldad, Ezna), dos sirvientas llamadas Jó Ilona y Dorko, y un tullido que en principio había sido contratado para ser el bufón de la corte, Ficzkó. Estos cuatro desalmados se encargaban de atraer a jóvenes campesinas vírgenes al castillo condal, encandilándolas con la promesa de un trabajo muy bien remunerado. Pero una vez allí, las muchachas eran encerradas para posteriormente ser sometidas a atroces sesiones de tortura que la diabólica Elisabeth presenciaba con entusiasmo, hasta que ella misma también decidía participar.


Y es que Elisabeth Bathory está considerada una de las mujeres más malvadas que ha habido nunca. Las crónicas nos han dejado ejemplos suficientes de la personalidad psicopática de esta mujer, quien posiblemente sea la primera asesina en serie documentada en la Historia. Y todavía es más revelador que dichas crónicas hayan sido escritas por ella misma, pues Elisabeth escribió en un diario la identidad de las muchachas que asesinaba, así como todas las atrocidades que cometía contra ellas. Su mayor deseo era mantenerse joven y hermosa a cualquier precio, y concibió la idea de que la sangre de doncella era el remedio que andaba buscando para conseguir la ansiada juventud eterna. Aconsejada por la bruja Ezna, comenzó a usar la sangre de sus víctimas para darse baños, pues pensaba que así sería joven para siempre.
 
 
La leyenda popular afirma que todo comenzó una mañana cualquiera en las habitaciones de la condesa. Una sirvienta, mientras la peinaba, le dio un tirón un poco fuerte, lo que le valió que la Bathory le reventara la nariz de un bofetón (por si esto os parece pasarse de la raya, os diré que el castigo por hacerle daño a una noble era ser llevada al patio de armas y recibir cien bastonazos). Cuando la sangre de la sirvienta salpicó la piel de Elisabeth, ésta creyó que sus arrugas habían disminuido y que su piel recuperaba la lozanía infantil. Fascinada, la condesa pensó que acababa de encontrar el elixir de la eterna juventud, y decidió explotarlo a conciencia. Tras consultar a sus brujas, y con la ayuda del bufón-mayordomo, atraparon a la muchacha, la desnudaron, le hicieron un profundo corte en el cuello y la desangraron en un barreño. Elisabeth se metió dentro y se embadurnó de arriba abajo, y hasta probablemente bebió la sangre, para volver a sentirse joven.




Entre 1604 y 1610, los sirvientes de Elisabeth se dedicaron a proveerla de jóvenes entre 9 y 26 años para sus rituales sangrientos. En un intento por mantener las apariencias, habría convencido al pastor protestante de la región de que las muchachas habían muerto por causas naturales y todas habían recibido cristiana sepultura. Pero cuando la cifra empezó a subir, todo se volvió más sospechoso. Morían demasiadas jóvenes por causas "desconocidas", pero la condesa le amenazó y le obligó a callarse.


Pero hacia 1609, Elisabeth Bathory cometió un error. Como escaseaban las sirvientas en la zona (la mayoría muertas y otras asustadas ante lo que ocurría en el castillo), la condesa empezó a traer a su palacio a muchachas de la nobleza para educarlas. Muchas no tardaron en morir por las mismas "causas desconocidas". Esto no era raro en la época, pues la mortandad era muy elevada entre los jóvenes, pero el número de fallecimientos en el castillo condal era demasiado alto incluso para lo que se consideraba normal. Además, las víctimas ahora pertenecían a la aristocracia, y eso ya eran palabras mayores. Si a esto le añadimos que los cuerpos eran enterrados de manera chapucera en campos cercanos, en silos de grano o, directamente, tirados en el río, pues no tardó en descubrirse que algo ocurría. Se dice que una muchacha logró escapar y tuvo el tiempo suficiente para avisar de lo que estaba pasando, hasta que aquellos monstruos volvieron a capturarla y la mataron utilizando un artilugio de tortura inventado y desarrollado por la propia Elisabeth Bathory: la Doncella de Hierro, un sarcófago que representaba la forma de una mujer y que por dentro tenía pinchos


La leyenda de las desapariciones y de la depravación de Elisabeth fue finalmente un clamor, y el mismo rey de Hungría, Matías II de Habsburgo, se vio obligado a intervenir para poner fin al terror. Se abrió una investigación y fue así como se encontró el cuaderno donde Elisabeth Bathory había anotado todo lo referente a sus asesinatos. Una lista que superaba los seiscientos nombres. Se encontraron algunos cuerpos de las víctimas, y todas mostraban evidencias de haber sido torturadas. La mayoría de los cuerpos habían sido agujereados y mutilados.


El rey Matías II tomó justicia de propia mano. Los sirvientes de la Bathory fueron ejecutados, pero no sucedió lo mismo con ella, pues su condición de noble la amparaba (un miembro de la nobleza no podía sufrir tortura ni ser condenado a muerte). Elisabeth Bathory fue confinada en una habitación de su castillo, con las ventanas tapiadas y la puerta clavada. Solo una pequeña rendija, por donde le daban de comer, la separaba del mundo exterior. En este enclaustramiento sobrevivió casi cuatro años, hasta que el 21 de agosto de 1614 sus guardianes hallaron su cadáver. Los habitantes locales se negaron a que su cuerpo fuera enterrado en tierra sagrada, así que fue llevado al norte de Hungría, hogar ancestral de su familia. Todos sus documentos fueron sellados y se prohibió hablar de ella en todo el país.