lunes, 21 de octubre de 2024

Robert Pickton, el Carnicero de Vancouver

 

El siguiente artículo incluye información y descripciones violentas y/o explícitas que pueden dañar la sensibilidad del lector. Se solicita discreción.


"Quería una más. Hacer... hacer la cifra exacta, el gran cinco cero".

Robert Pickton, el Carnicero de Vancouver



Robert William Pickton nació el 24 de octubre de 1949 en Port Coquitlam, en la Columbia Británica canadiense. Se crio al lado de su padre Leonard Pickton, su madre Helen Louise y sus hermanos. Su familia se había dedicado a la cría de cerdos durante tres generaciones, labor que exigía mucho tiempo y atención. Su padre estaba metido de lleno en el trabajo de la granja, de modo que no participó demasiado en la educación de sus hijos; Robert sería educado por su madre, una mujer excéntrica además de adicta al trabajo. A menudo ponía a sus hijos a limpiar a los cerdos y cuidar de las bestias, de modo que los niños crecieron al lado de otros animales como única compañía.


Inicios y vida criminal

El trabajo en la ganadería familiar había vuelto a Pickton un tanto descuidado con su higiene personal, motivo por el cual sus compañeros le tenían poco aprecio. Esto era en gran parte culpa de su madre, quien mandaba a sus hijos al colegio sin asear y con la ropa sucia. Tanto Robert como sus hermanos tenían que dar prioridad al trabajo de la granja, por lo que Robert iba muy atrasado en sus estudios y tuvo que ser puesto en una clase especial. A los doce años, empezó a criar un ternero que se convirtió en su querida mascota. Dos semanas después, al no encontrarlo a la salida del colegio, le dijeron que buscara en el establo y, consternado, descubrió que sus padres lo habían sacrificado. Este hecho doloroso y traumático le marcaría de por vida.

Pickton abandonó los estudios en 1963 y empezó a trabajar como cortador de carne. Siguió ejerciendo este trabajo durante casi siete años antes de dejarlo para dedicarse por completo a la granja familiar. Entre 1978 y 1979, sus padres murieron y los hermanos heredaron la granja porcina, de la que irían vendiendo partes a diferentes promotores inmobiliarios. La granja era descrita ya por entonces como un lugar sórdido y espeluznante, y a Robert Pickton se le consideraba un hombre extraño, muy callado y con el que resultaba difícil mantener una conversación. No se le conocía ningún vicio, pero sí le gustaba tener trato con prostitutas. Frecuentaba varios clubes nocturnos y llegó a ser bastante conocido en esas zonas. A menudo organizaba fiestas en un local que había construido en su granja llamado Piggy's Palace, que atraían a las élites políticas y económicas de Lower Mainland, e incluso llegó a tener como invitados a los Ángeles del Infierno.

Fue a partir de los años 90 que empezaron a denunciarse casos de misteriosas desapariciones de mujeres en el Downtown Eastside de Vancouver. Pero como se trataba de prostitutas y drogadictas, al principio no se le dio demasiada importancia. En 1997, la trabajadora sexual Wendy Lynn Eistetter denunció a la policía que había sido apuñalada varias veces en una de estas fiestas por Robert Pickton. Ella declaró a la policía que Robert la había esposado pero que había conseguido escapar tras sufrir varias laceraciones. Pickton fue arrestado por este hecho, pero no tardó en ser puesto en libertad sin cargos porque los fiscales consideraron que el testimonio de Eistetter, que tenía problemas de drogadicción, era demasiado inestable para que pudieran conseguir una condena.

Los hermanos Pickton, exceptuando a la hermana, no eran ningún dechado de virtudes y a menudo habían tenido problemas bastante graves con la ley. David había sido condenado en 1992 por abuso sexual y había pasado treinta días en la cárcel. Con el dinero de la herencia había montado su propio taller de desguace de vehículos que utilizaba para esconder coches robados y encubrir algunas actividades de los Ángeles del Infierno. Robert, por su parte, recibió varias multas de tráfico que no pagó y por las que tuvo que ir a la corte. Los hermanos Pickton también fueron demandados por las autoridades de Port Coquitlam por infringir las ordenanzas de zonificación, por no dedicarse a la agricultura y por haber alterado un edificio agrícola para montar una sala de fiestas. Ellos quisieron disfrazar su local como una asociación benéfica sin ánimo de lucro, pero finalmente tuvieron que cerrarlo en 1998.

A partir de entonces, empezó a haber un aumento en las desapariciones de mujeres del barrio rojo de Vancouver, llegando a más de veintiséis. Patricia J. Perkins fue la primera en desaparecer en 1978, pero no se denunció su desaparición hasta 1996. Desaparecieron seis mujeres más entre 1978 y 1995, siendo en este año cuando se aceleró el ritmo de las desapariciones. La falta absoluta de cadáveres o pruebas tenía desconcertada a la policía, que no sabía por dónde empezar a investigar; ni siquiera el hablar con los familiares de las desaparecidas aportó ayuda alguna. Tampoco se barajaba la posibilidad de que fuese obra de un asesino en serie debido, precisamente, a la ausencia de cuerpos, algo que quizá lastró la investigación. La policía se centró en sospechosos de otros casos de secuestro y asesinato, entre ellos el famoso Gary Ridgway, el asesino de Green River, quien había visitado Vancouver en cierta ocasión, aunque la fecha en la que estuvo en Canadá no coincidía con la desaparición de ninguna mujer.


Descubrimiento e investigación

En cierta ocasión, la policía recibió una llamada alertando sobre un posible sospechoso. Un empleado de Pickton había encontrado varios bolsos pertenecientes a las mujeres desaparecidas y le denunció a la policía. Por increíble que parezca, hasta el momento no se había tenido en cuenta la posibilidad de investigar la propiedad de los Pickton, pero pudieron hacerlo con la excusa de tener una orden para buscar un arma de fuego ilegal. De los tres registros que se llevaron a cabo, ninguno arrojó prueba alguna que pudiera incriminarle, pese a que se encontraron objetos que habían pertenecido a alguna de las mujeres desaparecidas, como un inhalador para el asma, tarjetas de identificación, zapatos y libros. Ni siquiera fue tenido en cuenta el aviso de que Pickton tenía un congelador lleno de carne humana en su propiedad. Robert y su hermano David fueron arrestados por poseer un arma sin licencia, pero fueron puestos en libertad a los pocos días. No obstante, la policía ya estaba vigilando.

La granja fue precintada por miembros de la RPMC y el Departamento de Policía de Vancouver, quienes realizaron una rigurosa investigación a lo largo y ancho de las siete hectáreas que abarcaba la propiedad, incluyendo graneros y remolques. Entre otras cosas, se encontraron jeringuillas, inhaladores, restos de sangre en algunas prendas, cuchillos, un machete y una mancha de sangre de una de las víctimas en una moqueta. Bajo el colchón de la cama se hallaron grandes manchas de sangre, y en otras partes de la granja se descubrieron huesos y cráneos de mujer. Pero esto no se detendría aquí. Al buscar en la zona del matadero, se encontraron los restos óseos de la mano de Georgina Papin, pies y dos cabezas de dos mujeres desaparecidas, restos humanos en bolsas de basura y, en un congelador, paquetes de carne picada con los restos de dos víctimas más. Cuanto más rebuscaba la policía, más cuerpos iban saliendo; lo curioso es que nunca se encontraron los cuerpos completos, sino partes de ellos.

El 22 de febrero del 2002, la policía acusó formalmente a Robert Pickton de asesinato en primer grado de dos mujeres. Sereena Abotsway y Mona Wilson. Él negó cualquier implicación con los crímenes y rehusó cooperar. Esto llevó a los policías a tratar de engañarle encerrándole en una celda con un policía encubierto que se haría pasar por un presidiario. La idea era que Pickton cogiera confianza con su compañero de celda y se sincerara con él sobre los asesinatos, cosa que sucedió al día siguiente. Confesó estar encerrado por haber asesinado a cuarenta y nueve mujeres, cosa que le decepcionaba por no haber podido llegar a las cincuenta. También explicó que su manera de deshacerse de los cuerpos era utilizar la máquina picadora de carne que tenía en su granja. Con esta confesión en su poder, la policía tuvo vía libre para seguir excavando en la granja de los Pickton, donde se encontraron más restos humanos. Empezaban a sospechar que Pickton había mezclado la carne picada de sus víctimas con la de los cerdos que criaba en su granja para posteriormente venderla al público. También se barajó la posibilidad de que hubiera alimentado a sus cerdos con los cadáveres de las víctimas. En 2003 se realizó una vista preliminar y se incautaron la ropa y las botas de goma que Pickton llevaba la noche que atacó a Eistetter para su posterior análisis; las pruebas de laboratorio demostraron que el ADN de dos mujeres (Andrea Borhaven y Cara Ellis) estaba en ambos objetos.


Juicio

El juicio de Pickton comenzó el 30 de enero de 2006 en New Westminster. Pickton se declaró inocente de los veintisiete cargos de asesinato en primer grado que le fueron atribuidos. Se presentaron numerosas pruebas de cada uno de los casos y más de cien testimonios de testigos que había que analizar uno por uno. Se trataba de una tarea tan ardua que el juez decidió dividir los cargos en dos grupos, uno de seis y otro de veinte (fue necesario retirar una de las acusaciones de asesinato por falta de pruebas). En 2007, el juicio siguió adelante con el grupo de seis cargos, pero el de veinte tuvo que ser postergado hasta el año 2010. Debido a la prohibición de publicar absolutamente nada sobre la investigación en los medios, no se hicieron públicos todos los detalles de la decisión, pero es posible que se hiciera así para no agotar al jurado y para evitar que se declarara el juicio como nulo si éste se alargaba demasiado.

Durante el juicio de Pickton, el personal de laboratorio declaró que se habían detectado en las pruebas unos ochenta perfiles de ADN no identificados, aproximadamente la mitad masculinos y la otra mitad femeninos. El arma incautada, un revólver del calibre 22, tenía un consolador sobre el cañón que Pickton decía utilizar como silenciador, a pesar de que tal cosa no era posible. En una cinta de vídeo, el amigo de Pickton, Scott Chubb, decía de él que éste le había contado que una buena forma de matar a heroinómanas era inyectarles líquido limpiaparabrisas. En una segunda cinta, un socio llamado Andrew Bellwood decía que Pickton mencionaba matar a trabajadoras del sexo esposándolas, y estrangulándolas para luego desangrarlas y destriparlas antes de dárselas de comer a sus cerdos.

El 9 de diciembre de 2007, el Carnicero de Vancouver fue declarado inocente de seis cargos de asesinato en primer grado, pero fue declarado culpable de seis cargos de asesinato en segundo grado. El 11 de diciembre, tras leer varias declaraciones del impacto que habían recibido las víctimas, el juez Williams condenó a Pickton a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional durante veinticinco años, lo máximo que permitía la ley por asesinato en segundo grado.

La falta de arrepentimiento y cooperación de Pickton hace imposible que sepamos cuál era su modus operandi, pero es bastante posible que buscase a sus víctimas en el barrio rojo, donde ya era muy conocido, y tramase alguna manera de atraerlas, quizá con la promesa de dinero y drogas. Una vez las tenía en su poder, las estrangulaba o apuñalaba, y luego abusaba de ellas utilizando la pistola con el consolador. Una vez cumplían su cometido, se convertían en alimento para los cerdos. Se dice que incluso pudo haber escrito un libro contando su punto de vista sobre los hechos, pero este libro fue retirado de la venta.

En 2018, Pickton fue transferido desde la Kent Institution en la Columbia Británica al centro Port-Cartier en Quebec, donde estuvo recluido hasta este mismo año 2024. El 19 de mayo fue atacado por otro prisionero del penal llamado Martin Charest, que ya tenía antecedentes por agredir a otros presos. Atacó a Pickton atravesándole en la cabeza un palo de escoba roto. Pickton fue trasladado en helicóptero a un hospital y conectado a un respirador artificial. Finalmente, el Carnicero de Vancouver murió el 31 de mayo en un hospital de Quebec por complicaciones derivadas de la agresión.


Robert Berdella, el Carnicero de Kansas City


El siguiente artículo incluye información y descripciones violentas y/o explícitas que pueden dañar la sensibilidad del lector. Se solicita discreción.


"He visto el futuro y es un asesino"

Leonard Cohen, cantautor y poeta canadiense



Robert Andrew Berdella Jr. nació el 31 de enero de 1949 en Cuyahoga Falls, Ohio, siendo el primero de dos hijos de una familia católica con ascendencia italiana. Desde una edad muy temprana, Berdella demostró ser un joven muy inteligente, pero también solitario y asocial. Algunos de sus compañeros se burlaban de él por las grandes gafas que usaba para corregir su miopía y porque tenía un defecto en el habla. También sufría de hipertensión, para lo cual tenía que tomar varios medicamentos. Entre sus pasatiempos favoritos estaba coleccionar monedas y sellos, evitando así participar en actividades físicas, motivo por el cual nunca se caracterizó por tener un cuerpo atlético. Esto habría de marcar su infancia en gran medida, puesto que su padre valoraba demasiado este factor, por lo que lo consideraba un fracasado y le comparaba a la baja con su hermano menor, quien sí era diestro en deportes. Del mismo modo, el padre de Berdella maltrataba física y emocionalmente a sus dos hijos, golpeándolos con una correa de cuero.

Pese a pertenecer a una familia católica, Berdella se alejó poco a poco de la religión, sobre todo cuando descubrió en su adolescencia que era homosexual. Se sentía avergonzado de que le gustaran los hombres y, aunque tardaría años en reconocer sus inclinaciones sexuales, finalmente optó por renegar de la religión. Para contentar a su familia, trató de mantener un noviazgo con una chica pero, obviamente, esta relación no prosperó. La muerte de su padre también le perturbó mucho pues, aunque le maltrataba, Berdella le tenía respeto como figura paterna. Esto explica que, cuando su madre volvió a casarse poco después de enviudar, este hecho provocara un gran rechazo en Berdella. Pocos meses más tarde, sumido en una profunda depresión, fue abusado sexualmente por uno de sus compañeros de trabajo en un restaurante, cuando contaba dieciséis años. Berdella se volvió todavía más retraído de lo que lo había sido en su infancia, y regresó a sus colecciones de sellos y monedas. También empezaría a conocer a otras personas por correspondencia, quienes le enviaban postales de los países exóticos donde vivían. En esta época descubriría también su amor por el cine y la fotografía lo que, sumado a su gran curiosidad hacia las culturas de Oriente, le llevó a abrir en el futuro su propia tienda de rarezas, donde vendía libros de ocultismo, talismanes extraños y cabezas reducidas, entre otras cosas.

Tras graduarse en la escuela, Berdella se mudó a Kansas City para cursar sus estudios universitarios en el Kansas City Art Institute. Aunque se le tenía por un alumno talentoso, su comportamiento le metió en varios problemas. Asistía a clases borracho y drogado, traficaba con estupefacientes y se mostraba displicente ante sus maestros. Fue arrestado a los diecinueve años por tratar de venderle droga a un oficial encubierto, pero le liberaron tras pagar la multa de tres mil dólares. A los pocos días volvería a las andadas y sería encarcelado por posesión de marihuana y LSD. Pero lo más terrorífico sucedió cuando a Berdella se le ocurrió hervir vivo a un pato en presencia de sus compañeros de clase; posteriormente, haría lo mismo con un pollo y mataría a un perro con sedantes, todo ello con la excusa de que se trataba de un proyecto artístico que provocó fuertes críticas y gran repugnancia.


La casa de los horrores

En el año 1969, Berdella tomó la decisión de abandonar sus estudios de arte y encontró trabajo como chef en un restaurante, pudiendo ganar dinero gracias a otra de sus pasiones: la cocina. Consiguió reunir el dinero suficiente para comprar una casa en el barrio de Hyde Park, en el número 4315 de Charlotte Street. Entre 1970 y 1980, su vida transcurrió con aparente normalidad. Colaboró con las autoridades locales para formar una patrulla contra el crimen en el barrio, se convirtió en un chef bastante prestigioso y consiguió montar su propio negocio de curiosidades, al que llamó Bob's Bazaar Bizarre. A los treinta y tres años, tuvo una relación con un veterano de la guerra de Vietnam, pero fue un completo desastre. Cuando se separaron, Berdella empezó a tener trato con prostitutos, delincuentes y drogadictos con los que se involucraba sentimentalmente. Ejercía cierto control sobre ellos al prestarles algo de dinero y permitirles vivir en su casa a cambio de compartir los gastos. Les hablaba sobre enderezar sus vidas y dejar de prostituirse, pero se frustraba cuando estos no hacían caso de sus consejos.

En 1984, Berdella tuvo un problema con Jerry Howell, un chico de diecinueve años con quien había tenido una breve relación sentimental. En cierta ocasión, Howell le había pedido dinero a Berdella para solucionar un problema en el que estaba metido, pero los meses pasaron y no había indicios de que tuviera intención de devolverle el dinero. Esto enfureció de tal modo a Berdella que decidió cobrar la deuda de otra manera. La noche del 4 de julio, Berdella pasó a recoger al joven con el pretexto de tomar unas cervezas juntos. Ya en su casa, Berdella le suministró una bebida con Valium y acepromazina que le hizo perder el conocimiento. Luego, le inyectó un tranquilizante y lo ató a su cama, donde se dedicó a drogarlo, torturarlo y violarlo con diferentes objetos durante las siguientes veintiocho horas. Como estaba a su entera disposición, Berdella se envalentonó y decidió ir más allá: lo colgó del techo por los pies y empezó a hacerle heridas para desangrarlo. Luego, tomó su colección de cuchillos de cocinero y comenzó a cortarlo en pedazos; cuando se le complicó la cosa, Berdella empleó una motosierra. Howell no resistió: comenzó a vomitar por el dolor y murió ahogado en su propio vómito.

Una vez muerto, Berdella trató de reanimarlo en varias ocasiones. Al darse cuenta de que estaba muerto, desmembró el cuerpo en varios trozos con su motosierra, los metió en bolsas de basura y esperó a que el camión recolector se los llevara. A raíz de este hecho, Berdella tomó la decisión de empezar a escribir un diario en el que narraría su escalada criminal. Su intención era describir sus métodos de tortura con todo lujo de detalles y aportar, además, documentos audiovisuales, como grabaciones de videocassette y fotografías que tomaba con su cámara Polaroid. Y pese a que pueda parecer lo contrario, a Berdella no le causaba placer alguno matar a sus víctimas. Lo que él quería era experimentar con ellos, someterlos, y la muerte le arrebataba ese gusto.

Su siguiente víctima fue Robert Sheldon, de veintitrés años, un ex amante de Berdella que había estado en su casa muchas veces. A pesar de que se llevaban bien, Berdella decidió drogarlo y llevarlo a su sala de juegos particular. Como quería experimentar cosas nuevas, esperó a que recobrara la consciencia para inyectarle líquido desatascador en los ojos y así dejarlo ciego. Con una barra de hierro, lo golpeó salvajemente en las manos hasta destrozárselas, no sin antes haberle clavado agujas bajo las uñas y llenarle los oídos de masilla. Cada una de estas espantosas torturas iba siendo minuciosamente apuntada en el cuaderno de Berdella. Después de tres días de horrible suplicio, un hombre llegó a casa de Berdella para realizar unos trabajos y éste no tuvo más opción que asfixiar a su víctima poniéndole una bolsa de plástico en la cabeza, para después descuartizarlo y deshacerse de los restos como la primera vez. Sólo conservó la cabeza, que enterró en su patio.

El 22 de junio de 1985, Berdella secuestró a su amigo Mark Wallace, a quien torturó durante un día entero con pinzas en los pezones, dándole fuertes descargas eléctricas que, literalmente, lo frieron. También le clavó varias agujas en la espalda y lo drogó, pero calculó mal las dosis y lo mató demasiado rápido. De nuevo, lo cortó en pedazos y arrojó sus restos a la basura.

En septiembre, le tocó el turno a James Ferris, otro conocido de Berdella que acudió en su ayuda para pedirle que lo alojara en su casa. Al igual que a los demás, Berdella lo drogó colocando calmantes en su plato de comida, lo llevó a su habitación y lo sometió a violaciones y torturas durante veintisiete horas. Con él también experimentó con las pinzas eléctricas, esta vez en los hombros y en los testículos. Le clavó agujas en la espalda, el cuello y los genitales, además de inyectarle líquido desatascador en las cuerdas vocales. Ferris estaba tan débil que deliró gran parte del tiempo y no manifestó todas las muestras de dolor que Berdella esperaba. Decepcionado, su asesino lo estranguló, lo descuartizó y lo tiró a la basura.

Todd Stoops, un prostituto que había pasado una temporada en casa de Berdella, fue el primero en acudir a la policía para decirle que los hombres reportados como desaparecidos habían estado con el dueño del Bazar. Pero, pese a sus sospechas, fue de nuevo a su casa y esa decisión sería fatal para él. Después de ser sometido con somníferos, fue violado y electrocutado con las pinzas en los párpados. También le inyectó el desatascador en los ojos y en la laringe. La tortura se prolongó a dos semanas, siendo Stoops el que más tiempo aguantó, hasta que en cierto momento Berdella le introdujo el puño en el ano, lo que le produjo un desgarro fatal para él. Su destino fue, nuevamente, el cubo de basura.

El siguiente fue Larry Pearson, otro prostituto que cayó en las garras de Berdella en junio de 1987. A raíz de un comentario que a Berdella no le gustó, lo drogó y lo sometió a las mismas torturas que a los demás. A pesar de las atroces torturas a las que fue sometido, Pearson trató de cooperar con Berdella y mantenerse sumiso en todo momento para ganarse su confianza. Berdella le permitía ver la televisión, dormir a su lado atado con una correa de perro y disminuyó la intensidad de los castigos. Quizá Pearson tuvo la impresión de que, si colaboraba, Berdella le liberaría; pero, tras seis semanas de abusos y humillaciones, no pudo soportarlo más. Durante una sesión de sexo oral, Pearson mordió el miembro de Berdella con tanta fuerza que estuvo a punto de arrancárselo, y éste le atizó en la cara con la rama de un árbol hasta dejarlo inconsciente. Antes de someterse a una cirugía, Berdella volvió a su casa con la excusa de dar de comer y beber a sus perros y aprovechó para matar a Pearson asfixiándolo. Días más tarde, ya en casa, desmembró el cadáver y se deshizo de él, salvo la cabeza, que enterró en el mismo lugar donde estaba el cráneo de Sheldon.

Su última víctima fue Chris Bryson, un prostituto a quien secuestró en marzo de 1988 y trató de realizar con él el mismo modus operandi. Sin embargo, a diferencia de los demás, Bryson sí consiguió ganarse la confianza del Carnicero de Kansas City. Eso no le libró de padecer las más horribles torturas, para goce de su agresor, quien además le mostró las fotografías de las otras víctimas para amedrentarle. Le dijo que, si cooperaba, le perdonaría la vida. Tenía que ser su esclavo sexual, su juguete humano, y como tal debía comportarse. Durante cuatro días, Bryson fue violado y torturado repetidas veces. Como premio por su buen comportamiento, Berdella le ató las manos al frente en vez de en los barrotes de la cama. Aprovechando la ausencia de Berdella mientras iba a trabajar, el chico encontró una caja de cerillas y la utilizó para quitarse las ligaduras. Huyó descolgándose por la ventana del segundo piso, desnudo y partiéndose un pie en la caída, pero vivo.

Corrió gritando en busca de ayuda hasta que fue auxiliado. La policía acudió y Bryson les contó su historia, pero pronto empezaron a dudar de él al darse cuenta de que era prostituto y que había ido por su propia voluntad a la casa del presunto asesino, lo que hizo sospechar a los agentes que se trataba de una disputa entre una pareja homosexual. De todos modos, los agentes fueron a la casa de Berdella y esperaron fuera a que él regresara, puesto que no tenían una orden para registrar la propiedad. Cuando Berdella llegó, lo arrestaron como sospechoso de asalto sexual y le pidieron que firmara una autorización para que se registrara su casa, a lo que él se negó. Pero en cuanto los agentes consiguieron el permiso judicial, pudieron corroborar la versión de Bryson al descubrir varios objetos con los que las víctimas habían sido sodomizadas y torturadas. La cámara de torturas también fue hallada, así como 334 fotografías tomadas con una cámara Polaroid y la libreta donde Berdella lo había registrado todo.


Arresto y juicio

Cuando los investigadores realizaron la prueba del Luminol, una sustancia que reacciona ante los restos de sangre emitiendo un brillo azulado bajo luz ultravioleta, las habitaciones y gran parte de los objetos de Berdella resplandecieron con macabra intensidad. El problema es que había indicios de que allí se había torturado al menos a veinte hombres, pero no había ningún cadáver completo. Al final, se descubrió que muchos de los hombres fotografiados por Berdella estaban vivos. Se realizaron excavaciones en el jardín de Berdella con la esperanza de hallar los cadáveres, pero sólo encontraron el cráneo que pertenecía a Larry Pearson. Con todo, la policía pudo arrestar a Berdella y proceder con la acusación de homicidio.

Berdella se declaró culpable del asesinato de Pearson. Su abogado quería evitar a toda costa la pena capital si se encontraba evidencia de varios crímenes en su contra. Pero el hallazgo del cráneo de Paul Sheldon animó al fiscal a insistir en la pena de muerte, de modo que la defensa propuso un trato: Berdella realizaría una confesión completa de todos sus crímenes y la pena quedaría conmutada por cadena perpetua. La fiscalía aceptó el trato.

Berdella inició su terrible relato el 13 de diciembre; duró tres días y abarcó un informe de más de setecientas páginas. Sin embargo, tras el juicio empezó a quejarse de su condena. Sostenía que se trataba de una persona normal, e incluso bondadosa; para demostrarlo, no se le ocurrió otra cosa mejor que crear un fondo con una suma de 50.000 dólares para las familias de sus víctimas, acto que fue visto como un insulto y una burla. Nunca expresó arrepentimiento por sus actos, ni pidió perdón por los asesinatos porque no veía a sus víctimas como personas, sino como juguetes que podía usar a su antojo.

Finalmente, Robert Berdella fue encerrado en la prisión estatal de Jefferson City, pero sólo cumplió cuatro años de condena. El 8 de octubre de 1992 sufrió un ataque cardíaco que le provocó la muerte. Una de sus últimas quejas fue que sus carceleros no le proporcionaban sus medicamentos para el corazón. Sea esto cierto o no, su muerte no mereció una investigación más profunda. Los restos de sus víctimas nunca pudieron ser encontrados.

lunes, 14 de octubre de 2024

Andréi Chikatilo, el Carnicero de Rostov

 

El siguiente artículo incluye información y descripciones violentas y/o explícitas que pueden dañar la sensibilidad del lector. Se solicita discreción.


"Lo que hice no fue por placer sexual. En realidad, me trajo paz mental".

Andréi Chikatilo, el Carnicero de Rostov



Andréi Románovich Chikatilo vino al mundo el 16 de octubre de 1936 en Yáblochnoye, una pequeña aldea situada en la actual Ucrania pero que por entonces pertenecía a la Unión Soviética. El lugar contaba con un clima templado y una tierra fértil, lo que había atraído a multitud de campesinos que se habían instalado allí con la esperanza de llevar una vida próspera. Pero para los años 30, el gobierno comunista empezó a solicitar ayuda agraria para alimentar a las poblaciones de Moscú, San Petersburgo y otras grandes ciudades de la Rusia central. Se vaciaron los graneros y mataderos de Yáblochnoye y otras pequeñas poblaciones, y la hambruna se instaló en aquellas aldeas antaño prósperas. Tal fue la desesperación, que muchos campesinos tuvieron que recurrir al canibalismo para sobrevivir.

La familia de Andréi era humilde. Su padre, Roman Chikatilo, era un simple campesino sin tierras, pero también era un hombre inteligente, y supo salir adelante y conseguir un trabajo en una granja colectiva. Sin embargo, la invasión de las tropas nazis obligó a Roman a alistarse en las filas del Ejército Rojo e ir al frente. Poco duraría su estadía en el ejército: al poco de comenzar la ofensiva, fue capturado por los nazis y enviado a un campo de concentración. En este ambiente de hambre, guerra y muerte creció Andréi Chikatilo, a quien su madre le contó en varias ocasiones una terrible historia que le marcaría de por vida: entre 1933 y 1934, afirmaba, varios vecinos hambrientos habían secuestrado a un hermano mayor de Andréi llamado Stepán para devorarlo. Aunque este hecho nunca pudo ser corroborado, los relatos de canibalismo en la Rusia rural de la época son muy abundantes, por lo que podría tener visos de ser cierto.

El reclutamiento orientado a la doctrina del comunismo empezaba desde la primera infancia, en las escuelas. Así que, como todo niño de su generación, Andréi Chikatilo debía asistir a ella. Sus profesores le recordaban como un niño sumamente inteligente y aplicado, pero también muy introvertido. No tenía amigos y sentía vergüenza por todo, hasta por pedir permiso para ir al retrete. Su miopía le hacía sentir un gran complejo de inferioridad, y a los doce años todavía se orinaba en la cama. Aquella extrema timidez pronto le trajo problemas con sus compañeros, que empezaron a molestarlo y a burlarse de él. Esto hizo nacer en Chikatilo ciertos rasgos propios de una personalidad paranoica; vivía en constante ansiedad porque pensaba que todos se burlaban de él. También le causó muchos problemas a la hora de socializar con mujeres, lo que no haría sino agravarse a medida que crecía. A pesar de todo, consiguió mantener una relación sentimental con una chica del pueblo durante su adolescencia, pero su impotencia sexual destruyó dicha relación.

En vez de afrontar sus problemas, Chikatilo decidió centrar su atención en otras cosas y convertirse en el perfecto ciudadano comunista. Sirvió en el Ejército durante tres años y se enfocó con devoción en sus estudios. Su intención era licenciarse en Derecho, pero no consiguió pasar el examen de acceso a la universidad de Moscú. Decepcionado, puso todo su empeño en prepararse de manera profesional, y así pudo obtener tres títulos: Ingeniería, Marxismo-Leninismo y Lengua y Literatura Rusa.

Pero sus problemas de eyaculación precoz no dejaron de perseguirle y atormentarle en cada momento de su vida. En cierta ocasión, mientras estaba en el Ejército, Chikatilo abrazó con tanta fuerza a una chica que ésta le pidió que la soltara; al hacerlo, Chikatilo se dio cuenta de que había eyaculado, y la razón que le había hecho alcanzar el orgasmo no era otra que el goce que le había producido que la chica se resistiera. Su timidez le imposibilitó abordar a otras mujeres, pues sabía que no podría consumar la relación de una manera normal. A pesar de todo, en 1963 consiguió encontrar una esposa y, tras muchos esfuerzos, logró alcanzar en contadísimas ocasiones la suficiente erección como para embarazarla dos veces. Para aliviarse, se masturbaba a menudo, incluso en su trabajo. Sentía una creciente atracción por las muchachas menores de doce años, y se colaba en los dormitorios del colegio donde trabajaba para verlas en ropa interior, mientras se masturbaba con una mano en los bolsillos. Pero lo verdaderamente alarmante sucedió cuando Chikatilo tocó las partes íntimas de una alumna y cuando encerró a otra y la golpeó con una regla hasta que eyaculó en sus pantalones, lo que obligó al colegio a tomar medidas al respecto. Fue despedido en 1974, pero su expediente estaba impoluto; es casi seguro que la dirección del colegio hizo esto para evitar un escándalo con las autoridades soviéticas, de ahí que no figure ninguna denuncia formal.


Primeros asesinatos

En 1978, Chikatilo y su familia se mudaron a Shajty y él nuevamente se empleó como maestro, a pesar de su total falta de método y vocación educativa. Su único deseo era seguir autocomplaciéndose utilizando a niños y niñas para saciar sus instintos. Entre los muchos abusos que llevó a cabo y que pasaron desapercibidos, hubo uno que trascendió. Una noche, entró en las habitaciones de unos chicos que dormían en el colegio y se acercó a un chico de quince años que dormía plácidamente. Cuando el chico despertó, descubrió a Chikatilo practicándole una felación, lo que le hizo huir del lugar. Una vez más, Chikatilo fue señalado y acusado, pero el colegio hizo oídos sordos. Con todo, Chikatilo se dio cuenta de que tendría que ser más cuidadoso si quería evitarse problemas. Es justamente en este punto donde empieza el terror.

Chikatilo compró una pequeña cabaña situada a las afueras de Shajty. Su intención era llevar a ese lugar a chicas jóvenes para abusar sexualmente de ellas, ya fuesen prostitutas o vagabundas que estuviesen dispuestas a hacer cualquier cosa por recibir un poco de comida. Pero el 22 de diciembre de 1978, Chikatilo se topó con Yelena Zakotnova, una niña de nueve años que estaba sola en la parada del autobús. A diferencia de lo que le ocurría con los adultos, Chikatilo podía mostrarse muy abierto y afable con los niños. Por eso, no tardó en convencer a la pequeña para llevársela a la cabaña. Allí intentó violarla pero, al no poder alcanzar una erección, sacó una navaja y apuñaló a la niña varias veces en el abdomen, momento en el que por fin pudo eyacular. A continuación, estranguló a la niña y arrojó su cadáver al río Grushevka. Chikatilo había consumado su primer asesinato.

Dos días después, se encontró el cuerpo de Yelena bajo un puente y empezaron las investigaciones. Y, aunque se hallaron varias pruebas que relacionaban a Chikatilo con la niña, como rastros de sangre encontrados en la valla de su cabaña, la mochila de la niña en la orilla del río y el testimonio de varios vecinos que le habían visto con Zakotnova en la parada del autobús, los investigadores no le consideraron siquiera sospechoso debido a que el perfil que daba no correspondía con el de un asesino. Fue a Aledsandr Karvchenko, un trabajador de veinticinco años que ya había estado en la cárcel por la violación y asesinato de una adolescente, al que arrestaron por este crimen. Un registro en la casa de Karvchenko reveló manchas de sangre en la ropa de su esposa, cuyo grupo sanguíneo coincidía con el de Zakotnova. Karvchenko sería juzgado y posteriormente ejecutado por el crimen de Zakotnova, a pesar de no estar implicado.

Pasarían tres años antes de que Chikatilo volviese a matar. En 1981, la reputación como profesor de Chikatilo era pésima, tanto entre los alumnos como entre sus colegas, lo que obligó a la directiva a solicitar su renuncia. En marzo de ese mismo año, Chikatilo encontró otro trabajo como funcionario de abastecimiento de una fábrica, un empleo muy por debajo de sus posibilidades, pero que le permitía recorrer buena parte de la región, proporcionándole así la fachada perfecta para cometer sus crímenes. Entre su equipaje se podía encontrar una soga, varios cuchillos y un tarro de vaselina. A sus víctimas las elegía entre las personas que encontraba en las distintas estaciones de tren o autobús, fijándose siempre en menores de edad que viajaban sin compañía. En septiembre de 1981 abordó a su segunda víctima, una joven prostituta llamada Larisa Tkachenko. Chikatilo la convenció para ir con él al bosque para tener relaciones sexuales, pero, como tantas otras veces, falló en el intento. Larisa se rio de él y Chikatilo, furioso, estranguló a la chica y eyaculó sobre su cadáver, mordió su garganta salvajemente, le cortó los senos y se comió los pezones.

La tercera víctima de Chikatilo fue Lyuba Byruk, a quien raptó en un pueblo y acuchilló hasta cuarenta veces hasta provocarle la muerte. Le mutiló los ojos, algo que se volvería común en sus asesinatos posteriores. Aquel mismo año, Chikatilo asesinó a tres personas más, entre ellas a su primera víctima masculina, el niño Oleg Podzhiváev. Su cuerpo nunca fue encontrado, pero Chikatilo reconoció su asesinato, así como el haberle arrancado los genitales. El modus operandi era siempre el mismo: sus víctimas eran encontradas en zonas boscosas o cubiertas de maleza con claros signos de violencia y sadismo. Las apuñalaba en distintas partes del cuerpo, incluyendo la cabeza, llegando a encontrarse entre treinta y cincuenta puñaladas en cada víctima; el hecho de que en sus asesinatos más recientes se encontrasen puñaladas en zonas no vitales demuestra que Chikatilo quería prolongar el sufrimiento de sus víctimas el máximo tiempo posible. Mordía con fuerza garganta, glúteos, piernas y brazos. El que apuñalara los ojos de las víctimas parece ser tanto su firma de asesino como una referencia a una antigua leyenda rusa que dice que los ojos de los muertos retienen la última imagen que ven antes de morir, siendo en este caso el rostro de su asesino. Durante el forcejeo, Chikatilo alcanzaba el orgasmo en varias ocasiones, pero también profanaba los cadáveres y les extirpaba varias partes del cuerpo, como los pechos, los intestinos o el útero.

Llegados a 1984, Chikatilo llevaba un total de veinticuatro muertes en su haber.


Arresto

En 1982, los crímenes cometidos por Chikatilo ya tenían a la policía en estado de alerta. Pero la búsqueda del asesino se complicaba por la gran cantidad de sospechosos que había, así como la falta de una pista medianamente sólida. Para las autoridades soviéticas, estos hechos constituían un escándalo inconcebible. Era vergonzoso tener que admitir la posibilidad de que existiese un asesino en serie en su territorio, pues se veía como un fenómeno propio de Estados Unidos, el régimen capitalista y el decadente mundo occidental. Fue por ello que se guardó silencio sobre este caso durante muchos años, y ni siquiera apareció en los periódicos de la época.

El desconocimiento y la falta de precedentes de un crimen tan atroz llevó a los investigadores a barajar diversas opciones. En un principio, se creyó que eran dos asesinos, quizá fugados de algún manicomio, que se dividían a la hora de cometer los crímenes, siendo uno el que mataba y el otro el que violaba y profanaba los cadáveres. También se llegó a pensar que el asesino era un homosexual reprimido, lo que llevó la investigación por derroteros que no condujeron a ninguna parte. En 1983, el experimentado investigador Viktor Burakov fue puesto al cargo de la investigación y no tardó en encontrar similitudes en todos los asesinatos. Se mandaron a analizar las muestras de semen encontradas en los cuerpos y todas resultaron ser del grupo AB, lo que confirmaba que se trataba de un único asesino. Ante la complejidad del caso, Burakov solicitó la ayuda del psiquiatra Alexander Bukhanovsky para que creara un perfil del asesino, que resultó ser acertado en todos y cada uno de los puntos que describían a Chikatilo.

En 1984, Chikatilo fue detenido en el mercado de Rostov porque se le habían detectado características similares al sospechoso que buscaban, aunque no tenían más prueba que esa. Al hacérsele un análisis de sangre, esta resultó ser de tipo A, lo que hizo que fuese puesto en libertad sin cargos. Este error en el análisis nunca quedó del todo bien explicado, pero la responsable del cuerpo de médicos forenses de la Rusia Soviética afirmaría desde entonces que había descubierto un nuevo fenómeno muy raro: un hombre con un grupo sanguíneo de un tipo y otro grupo sanguíneo diferente en el semen. Por eso, Chikatilo no fue relacionado desde el principio con los crímenes, ni siquiera siete meses después, cuando volvió a ser detenido por comportamiento impropio en la estación de autobuses de Rostov. A pesar de que entre sus pertenencias habían hallado la cuerda y el cuchillo y en su expediente se le señalaba como posible sospechoso del asesinato de Yelena Zakotnova, el juez simpatizó con él y lo liberó antes de tiempo.


Captura y confesión

El haber descartado a Chikatilo como sospechoso de los asesinatos hizo que este caso se convirtiese en una pesadilla para la policía soviética. No sólo tenían que pasar turnos de hasta quince horas en diferentes estaciones de tren para abordar a posibles sospechosos, sino que no tenían más pistas y los cadáveres, mientras tanto, se iban acumulando. Chikatilo estaba al tanto de las investigaciones y caminaba un paso por delante de la policía, matando en diferentes sitios con el objeto de despistarles todavía más.

En 1990, el sargento Ígor Rybakov fue elegido para formar parte del equipo de investigación. Se le había asignado la vigilancia de la pequeña estación de Donlesjoz y allí, entre la neblina y la fría llovizna, vio salir del bosque a un hombre con traje y corbata. Mientras observaba cómo éste se lavaba las manos en una fuente, Rybakov advirtió que tenía un dedo vendado y una mancha de sangre en la mejilla. Rybakov no tenía motivos suficientes para arrestar a Chikatilo, pero sí le pidió la documentación y registró el incidente. Al día siguiente, se encontró el cadáver de Svetlana Korostik en esa misma zona. El culpable tenía que haber pasado por aquella estación, y no podía ser otro que el sospechoso del informe de Rybakov. Chikatilo fue arrestado el 20 de noviembre, sospechoso de haber asesinado a treinta y seis personas, todos ellos mujeres y niños. Su esperma, aunque no su sangre, sí era del grupo AB.

En los interrogatorios, Chikatilo se mostró reacio a colaborar. Al principio, defendió su inocencia con ahínco, declarando que no había cometido ningún delito y que estaba siendo objeto de una absurda persecución por parte de la policía. La negativa de Chikatilo a colaborar empezó a poner nerviosa a la policía, sabedora de que el tiempo corría en su contra, pues sólo podían retenerle diez días. Pero entonces, Chikatilo fue sometido a otro tipo de interrogatorio que resultó decisivo para la resolución de este caso. El psiquiatra Bukhanovsky fue llevado ante él para que le hiciera confesar, aunque el psiquiatra señaló que sólo se limitaría a conversar con él, ya que no tenía potestad para inculpar al acusado. Bukhanovsky empezó a hablar con Chikatilo y le leyó palabra por palabra el perfil psicológico que había elaborado sobre él seis años antes. Chikatilo, incapaz de soportar los detalles de sus espantosos crímenes, se quebró y lo confesó todo: él era el asesino y sus víctimas no habían sido treinta y seis, sino cincuenta y dos. Días después, él mismo guiaría a los investigadores a los distintos lugares donde se hallaban los cadáveres que todavía no se habían descubierto con la esperanza de que se le concedieran ciertos privilegios, como el anonimato y el ser considerado un enfermo mental.


Juicio y ejecución

Pese a todas las precauciones tomadas, pronto se supo que el Carnicero de Rostov había sido atrapado. En 1991, fue internado en el Instituto Serbsky, en donde fue sometido a distintas evaluaciones psiquiátricas que dictaminarían si sus crímenes eran fruto de una enfermedad mental. Los profesionales decretaron que Chikatilo no padecía enfermedad alguna; bajo su punto de vista, era un sádico prudente que comprendía el alcance de sus acciones y que sus actos estaban premeditados. El punto más oscuro era su tendencia al canibalismo; Chikatilo nunca quiso ahondar en ese aspecto, e incluso llegó a negarlo en numerosas ocasiones, pero muy posiblemente la traumática historia de su hermano mayor Stepán hiciese mella en él y le obsesionara durante décadas.

El juicio comenzó el 14 de abril de 1992. El salón estaba atestado de fotógrafos y reporteros de distintos medios de comunicación internacionales. La expectación era grande, pues nadie sabía qué aspecto tenía el asesino, y el hecho de que hubiese una jaula vacía a un lado de la tribuna del juez lo hacía todo aún más intrigante. La entrada de Chikatilo, que llegó escoltado por dos guardias, estuvo a punto de provocar un tumulto entre los desconsolados familiares de las víctimas. La jaula serviría para mantener a Chikatilo a salvo de una turba que suplicaba al jurado que les permitiera lincharlo. El comportamiento de Chikatilo tampoco le ayudaría a provocar simpatía alguna, ya que se reía como un loco, gritaba de repente y mostraba un rostro desencajado, muy diferente a su forma de comportarse en el Instituto Serbsky, donde se había mostrado educado y dispuesto a colaborar. En una ocasión, sacó una revista pornográfica y la exhibió ante las cámaras. Incluso llegó a bajarse los pantalones y menear su pene ante las autoridades.

Pero ninguno de sus ardides e intentos de desviar la atención sirvieron para nada. Como le tenía pánico a la pena de muerte, es muy posible que hubiese montado todo aquel circo para ser declarado enfermo mental, pero lo único que consiguió fue caldear los ánimos tanto de los familiares de las víctimas como del propio juez, quien llegó al extremo de saltarse el procedimiento y afirmar que se le estaba juzgando como asesino en serie, cuando hasta el momento las pruebas era puramente circunstanciales. Por todos estos problemas, el juicio se retrasó una semana más.

A su regreso, Chikatilo apareció con un aspecto más demacrado. Dejó de lado sus locuras y narró de forma monótona todos sus crímenes. A veces daba la impresión de estar distraído o sedado, pero también se sabe que sufrió los golpes de los propios guardias de la prisión, quienes le llevaban a un calabozo y se cebaban a porrazos con él. Tan pronto aceptaba su culpabilidad como se declaraba inocente, y en último momento llegó a confesar que había cometido más de setenta asesinatos. Las autoridades ya habían tenido suficiente e hicieron lo posible por acelerar el juicio.

El 15 de octubre de 1992, Chikatilo fue declarado culpable de haber cometido cincuenta y tres asesinatos agravados y condenado a la pena de muerte. Los aplausos y llantos de los familiares de las víctimas acallaron los gritos e insultos que profirió Chikatilo al conocer su sentencia. Fue llevado a una sala aislada de la prisión de Rostov del Don, donde fue ejecutado el 14 de febrero de 1994 de un tiro en la cabeza, tal como era el procedimiento aún en la Rusia postsoviética. Fue sepultado en una tumba sin marcar.

domingo, 6 de octubre de 2024

Ed Gein, el Carnicero de Plainfield

 

El siguiente artículo incluye información y descripciones violentas y/o explícitas que pueden dañar la sensibilidad del lector. Se solicita discreción.


"No ha desaparecido. De hecho, está ahora mismo en mi granja".

Ed Gein, el Carnicero de Plainfield



Edward Theodore Gein nació en el año 1906 en el Condado de La Crosse, Wisconsin. Fue criado a las afueras de un pequeño pueblo llamado Plainfield junto a sus padres y su hermano mayor Henry. Tuvo una infancia complicada debido, en gran parte, a la mala influencia que ejercieron sus padres sobre él. Su padre, George P. Gein, era una persona muy poco afectiva con su familia, además de tener graves problemas de alcoholismo que le imposibilitaban tener un trabajo estable. Su madre, Augusta W. Gein, era una mujer con fuertes ideales religiosos que rozaban el fanatismo. Con frecuencia disciplinaba a sus hijos a base de fuertes arengas religiosas, advirtiéndoles sobre el alcohol, la inmoralidad innata del mundo y su creencia de que todas las mujeres eran promiscuas por naturaleza además de ser instrumentos del Diablo. Todas las tardes les leía la Biblia, normalmente fragmentos del Antiguo Testamento y del Apocalipsis sobre la muerte, el asesinato y el castigo divino. Pese a todo, Gein la idolatraba y empezó a obsesionarse con ella.

Augusta odiaba a su marido por considerarlo un completo inútil, y razón no le faltaba. Había trabajado como carpintero, curtidor y vendedor de seguros, y durante su estancia en La Crosse había sido propietario de una tienda de comestibles, pero pronto vendió el negocio y se marchó con su familia a una granja situada a las afueras de Plainfield. Augusta aprovechó el aislamiento que les proporcionaba la granja para apartar a aquellas personas que consideraba que podían influir negativamente en sus hijos, contribuyendo a aislarles todavía más.

Ed Gein sólo salía de su casa para asistir a la escuela. Fuera de ella, dedicaba gran parte de su tiempo a hacer trabajos en la granja familiar. Sus contemporáneos le describían como un ser tímido, y tanto compañeros de clase como profesores le recordaban por sus extraños comportamientos, como el echarse a reír de manera aleatoria y alocada, poner los ojos en blanco y mover la nariz como si estuviese olisqueando algo. Para empeorar aún más las cosas, su madre le castigaba cuando intentaba hacer amigos. Pese a todo, a Gein no le fue tan mal en la escuela, destacando sobre todo en Lectura.


Muertes en la familia

En abril del año 1940, George Gein murió de un paro cardíaco a la edad de sesenta y seis años. Ed y su hermano Henry tuvieron que salir de la granja para buscar trabajo. A pesar de haber pasado gran parte de su infancia aislados del pueblo, los lugareños les tenían por hombres honrados y dignos de confianza. Ambos trabajaban como manitas, pero Ed además se animaba a cuidar de los hijos de sus vecinos. Parecía resultarle más fácil tratar con los niños que con los adultos, lo que quizá contribuyó a aumentar su fama de "raro". Sin embargo, la gente no sospechaba nada malo de él. Se podría decir que se le consideraba un raro inofensivo.

Los problemas empezaron cuando Henry empezó a verse con una madre divorciada con dos hijos con la que planeaba irse a vivir. Preocupado por el excesivo apego que Ed tenía hacia su madre, Henry hizo algo que probablemente le acabaría costando la vida, que fue hablar mal de ella con Ed. Había observado en su hermano una relación de excesiva dependencia de su madre, un deseo incestuoso hacia la mujer que le dio la vida, y tal vez creyó que hablando mal de ella lograría hacerle recapacitar. En mayo de 1944, Ed estaba quemando rastrojos en su propiedad cuando el fuego se le escapó de control y tuvo que llamar a los bomberos. Una vez extinguido el fuego, denunció la desaparición de su hermano. Se formó un grupo de búsqueda hasta dar con el cuerpo sin vida de Henry, que fue hallado boca abajo y sin lesiones aparentes. Se pensó que pudo haber muerto por un fallo cardíaco o por asfixia, y como no se realizó ninguna autopsia, el caso se cerró como "muerte por accidente". Sin embargo, algunos estudiosos e investigadores de la figura de Ed Gein consideran que el famoso asesino podría haber tenido algo que ver con la muerte de su hermano.

Con Henry muerto, Ed y Augusta estaban completamente solos. Sin embargo, Augusta sufrió un ataque de parálisis poco después de la muerte de su hijo, y Ed se dedicó en cuerpo y alma a cuidarla. Al poco tiempo volvió a sufrir un nuevo ataque que deterioró su salud de forma irremediable, muriendo a la edad de sesenta y siete años. Ed quedó destrozado por la muerte de quien era al mismo tiempo su madre, su amiga y su único amor verdadero. Ahora estaba solo en el mundo.

Gein permaneció en la granja y se dedicó a realizar trabajos esporádicos que, al menos, le daban para vivir. Tapió las habitaciones que había usado su madre en vida, incluidos el piso de arriba, el salón de abajo y la sala de estar, dejando dichas estancias intactas. Mientras el resto de la casa se volvía cada vez más sórdido, las habitaciones de su madre permanecían inmaculadas. Gein vivía en un pequeño cuarto situado junto a la cocina. Por aquella época, empezó a interesarse por la lectura de novelas pulp y relatos de aventuras, en particular aquellos que trataban sobre caníbales o atrocidades nazis. Le causaba gran admiración la figura de Ilse Koch, una criminal de guerra alemana que, entre otras cosas, se aprovechó del cargo de su marido como comandante de un campo de concentración para seleccionar a prisioneros judíos tatuados, matarlos y fabricar pantallas para lámparas y otros objetos con sus pieles.


Crímenes

La taberna de Hogan era el lugar predilecto de muchos hombres de Plainfield, y entre sus clientes se encontraba el callado Ed Gein. Regentaba el local una mujer divorciada de cincuenta y cuatro años llamada Mary Hogan, que causaba un gran impacto en los religiosos y sencillos vecinos del lugar. Venía de Chicago y las malas lenguas decían que había estado relacionada con la mafia, lo que daba pie a que hubiera muchos rumores sobre su persona, sobre todo por parte de otras mujeres. Ninguna quería que sus maridos frecuentasen aquel antro llevado por una mujer de moral tan cuestionable. El 8 de diciembre de 1954, un vecino se acercó a la taberna de Hogan para tomar una cerveza. Al entrar, descubrió un charco de sangre en el suelo y un cartucho de escopeta del calibre 32. Más tarde, la policía encontraría un rastro de sangre que se dirigía fuera del establecimiento, lo que parecía indicar que alguien había arrastrado un cuerpo hacia el exterior.

La desaparición y presunto asesinato de Mary Hogan produjo una gran conmoción en Plainfield, dando pie a más rumores que buscaban encontrar una explicación al suceso. No se llegó a ninguna conclusión, y el caso se cerró sin ningún sospechoso. Pero el dueño del aserradero recordaba haber visto a Gein sentado al fondo de la taberna de Hogan, absorto en sus pensamientos, contemplando a la propietaria con ojos fríos e inexpresivos. Él y muchos otros vecinos que habían conversado con Ed recordaron cómo este bromeaba sobre el paradero de Mary Hogan diciendo que no había desaparecido, sino que estaba en su granja en aquellos instantes. Luego, se echaba a reír como un loco y ponía los ojos en blanco. Como este comportamiento era habitual en él, nadie sospechó que pudiera haber tenido algo que ver con la desaparición y muerte de Mary Hogan.

Tres años más tarde, el 16 de noviembre de 1957, un nuevo suceso volvió a perturbar la paz del pueblo de Plainfield. La policía recibió una llamada alertándole de la repentina desaparición de la dueña de una ferretería del pueblo, llamada Bernice Worden. Había sido el propio hijo de Bernice, Frank Worden, el que había dado la voz de alarma al haber acudido aquella tarde a la ferretería y ver las luces encendidas, pero no encontrar a nadie allí. La escena del crimen era casi un calco de la taberna de Hogan: un gran charco de sangre en el suelo y un rastro que llevaba a la parte trasera del local. Frank Worden fue el que dijo a la policía que sospechaba de Ed Gein. Su madre le había contado que había visto a Gein rondar por las cercanías de la tienda días atrás, algo que la ponía muy nerviosa. A veces entraba y hacía compras pequeñas, notándose su interés por mantener algunas palabras con la propietaria. Además, su nombre figuraba en el libro de contabilidad de la tienda como último cliente.

Mientras dos agentes de policía arrestaban a Ed Gein en una tienda de comestibles, otros dos acudieron a su granja para investigar. La puerta central estaba cerrada, así que tuvieron que entrar por el cobertizo. Y lo que vieron al entrar les heló la sangre: el cadáver de una mujer colgada boca abajo de unas poleas, decapitado, abierto por el torso y eviscerado. Era Bernice Worden. Sus vísceras estaban dentro de una bolsa de esparto y en otra bolsa apareció su cabeza. Tenía unos ganchos atravesando sus orejas, quizá porque el asesino pretendía colgarla del techo a modo de decoración.

Aquel macabro descubrimiento perturbó mucho a los dos agentes, que tuvieron que pedir refuerzos y darse ánimos mutuamente para continuar con la investigación. Pero ni siquiera después de aquel escalofriante hallazgo podían estar preparados para lo que les aguardaba en el interior de la casa. Se encontraron con un auténtico vertedero lleno de basura, muebles rotos, herramientas oxidadas, utensilios de cocina sucios y montones de ropa harapienta esparcidos por el suelo. El hedor era insoportable y las ventanas estaban tapiadas con listones de madera, de modo que la oscuridad era casi absoluta. Pero nada fue comparable al auténtico museo de los horrores que los agentes de policía descubrieron en la granja de Ed Gein.

Se encontró un total de diez cráneos humanos, intactos o serrados por la mitad, que el asesino empleaba como tazas, cuencos o ceniceros; varias sillas tapizadas con piel humana; un corsé fabricado con un torso femenino desollado desde los hombros hasta la cintura; mallas, guantes y máscaras hechas con piel humana de mujer; nueve vulvas dentro de una caja de zapatos; un vestido de niña y dos vulvas pertenecientes a dos chicas de quince años; un cinturón hecho de pezones humanos; una lámpara cuya pantalla estaba hecha con un rostro humano y muchos más objetos fabricados con el mismo material. Llamaba la atención el extenso cuidado que el asesino había puesto en la conservación de las máscaras de rostro humano, pues muchas de ellas estaban bien expuestas y tratadas con aceites para que no se estropearan. Todos los objetos fueron fotografiados y posteriormente destruidos.


Arresto e internamiento

Una vez llevado a comisaría, Ed Gein fue interrogado y acabó admitiendo que muchas veces sentía la necesidad de ir al cementerio y exhumar los cadáveres de mujeres que habían muerto recientemente y que, de alguna manera, le recordaban a su madre; a muchas de ellas incluso las había conocido en vida. A veces se llevaba los cuerpos enteros, mientras que otras veces simplemente recogía aquellas partes que más le interesaban. Una vez tenía los cuerpos en su poder, los cargaba en su camioneta Ford de 1949 y los llevaba a su casa, donde curtía las pieles y tallaba los huesos para hacer sus macabros enseres. Aseguró que nunca había cometido canibalismo y que no había mantenido relaciones sexuales con los cadáveres porque el olor le resultaba muy desagradable.

Es difícil explicar por qué Ed Gein hizo todo esto, pero lo más probable es que todo se debiese a un trastorno mental agravado por la relación insana que tenía con su madre. Gein reconoció que muchas veces oía la voz de su madre en sueños y que ésta le instaba a matar; Gein, que había pasado toda su infancia dominado por la figura de su madre, no pudo hacer frente a su autoridad. Según declaró ante el sheriff, tanto Mary Hogan como Bernice Worden eran el tipo de mujeres que encarnaban todo lo que su madre detestaba, así que, siguiendo el estricto código moral que ella le había impuesto, las asesinó para evitar que continuaran con su vida pecaminosa.

Pero existe un elemento añadido de gran relevancia en el modus operandi de este asesino, y es que el propósito de Ed Gein al matar a aquellas mujeres y desenterrar los cuerpos del cementerio no era sólo el de revivir a su madre, sino el de convertirse en ella. La confrontación entre los sentimientos de amor que tenía hacia su madre, junto con la ira y la frustración por negarle el contacto con mujeres y unido a un tardío y anómalo desarrollo sexual, hicieron que Gein fantaseara con la transexualidad. El corsé y las otras prendas de vestir hechas de piel humana no eran otra cosa que un disfraz de su madre que él mismo usaba, imitando además su voz y sus gestos, comportándose como si estuviera viva.

El 21 de noviembre de 1957, Gein fue procesado por un cargo de asesinato en primer grado por el tribunal del condado de Waushara, donde se declaró inocente alegando enajenación mental. Se le diagnosticó esquizofrenia y se le declaró mentalmente incompetente, por lo que no era apto para ser sometido a juicio. Fue enviado al Central State Hospital for the Criminally Insane, un centro de máxima seguridad en Waupun, pero posteriormente fue trasladado al Mendota State Hospital en Madison.

En 1968, los médicos declararon que Gein tenía la capacidad mental suficiente para consultar con un abogado y participar en su defensa. El juicio comenzó el 7 de septiembre de 1968 y duró una semana. Durante el juicio, un psiquiatra declaró que Gein le había dicho que no estaba seguro de haber cometido el asesinato de Bernice Worden de manera intencionada o accidental. Gein le había dicho que había estado observando un arma en la tienda y que ésta se había disparado, matando a Worden. A petición de la defensa, el juicio de Gein se celebró sin jurado y fue declarado culpable. Sin embargo, un segundo juicio trató sobre la cordura de Gein; tras el testimonio de los médicos de la acusación y la defensa, el juez declaró a Gein "no culpable por razón de locura", y ordenó su internamiento. Sólo fue declarado culpable del asesinato de Bernice Worden, a pesar de que él mismo reconoció haber matado a Mary Hogan.

Ed Gein pasó el resto de su vida internado en un manicomio. Su casa iba a ser subastada, pero fue destruida por un incendio provocado. Su camioneta fue adquirida en una subasta pública por un hombre que, para ganar algún dinero con el morbo que provocaba la historia del asesino, cobraba veinticinco centavos de entrada por verla. Se subastaron las cenizas de la casa de Ed Gein, clavos de la construcción y un caldero donde fueron encontrados algunos huesos humanos. Todos los objetos que había usado Gein se volvieron muy valiosos para cierto tipo de compradores y coleccionistas, que ofrecían altas sumas de dinero por tener alguno de estos objetos. Durante años, los buscadores de recuerdos se llevaron trozos de la lápida de Gein, situada en el cementerio de Plainfield, hasta que alguien robó la lápida completa en el año 2000. Fue recuperada al año siguiente cerca de Seattle, Washington, y se guardó en el departamento del sheriff del condado de Waushara. Se llegó incluso a formar un club de fans del asesino, contribuyendo a convertir al Carnicero de Plainfield en una leyenda dentro del mundo del crimen. Y, como sabemos, su figura también sirvió para que dibujantes, escritores y guionistas se basaran en él para crear sus propios personajes, como fue el caso de obras como Psicosis, La Matanza de Texas y El Silencio de los Corderos.

Gein falleció en el hospital psiquiátrico de Mendota debido a una insuficiencia respiratoria el 26 de julio de 1984, a la edad de setenta y siete años. Su tumba no está señalizada, pero todos saben dónde se encuentra: fue enterrado entre sus padres y su hermano.


martes, 1 de octubre de 2024

Jeffrey Dahmer, el Carnicero de Milwaukee

 

El siguiente artículo incluye información y descripciones violentas y/o explícitas que pueden dañar la sensibilidad del lector. Se solicita discreción.


"Si Jeffrey Dahmer no es considerado como un enajenado mental,

entonces no sé quién más podría serlo".

John Wayne Gacy, el "Payaso Asesino"




Jeffrey Lionel Dahmer nació el 21 de mayo de 1960 en Milwaukee, Wisconsin, siendo el primero de los dos hijos del matrimonio formado por Lionel Herbert Dahmer y su esposa Joyce Annette, ambos de ascendencia norteuropea. Después de cambiar varias veces de residencia, en 1967 la familia se mudó a Bath, Ohio, en donde finalmente se estableció. Es difícil categorizar cómo fue la infancia de Jeffrey Dahmer, ya que las fuentes no se ponen de acuerdo en ello. Algunas fuentes aseguran que Jeffrey fue privado de la atención de sus padres desde que era prácticamente un bebé; otras, en cambio, sugieren que Dahmer fue muy querido y mimado por ambos padres. Sin embargo, sabemos que los estudios universitarios de Lionel le mantenían lejos del hogar por muchas horas, y Joyce, que padecía hipocondría y depresión, pasaba mucho tiempo en la cama y exigía atención a todas horas, por lo que podemos casi asegurar que Jeffrey no recibió demasiada atención por parte de sus progenitores.

Con todo, Jeffrey demostró ser un niño enérgico, inteligente y alegre. Desde una edad temprana, empezó a sentir interés por los animales, comenzando por pequeños insectos que conservaba en frascos de formol y con los que le gustaba experimentar. Poco a poco, su interés apuntó hacia animales más grandes, tales como ardillas, tamias, gatos, mapaches y perros. Sin embargo, a diferencia de otros asesinos seriales en su infancia, Jeffrey no torturaba a los animales, sino que se limitaba a recolectar esqueletos de animales ya muertos. En cierta ocasión, su padre extrajo de debajo de la casa un montón de huesos de animales, y el sonido que estos hacían fascinó al joven Jeffrey de tal manera que derivó en obsesión. Gracias a un pequeño juego de química que su padre le había regalado, Jeffrey experimentaba con estos huesos, los blanqueaba y luego los escondía en el bosque cercano a su casa. Disfrutaba diseccionando animales muertos, y esta afición ocupó gran parte de su infancia y adolescencia. Su obsesión se volvió peligrosa cuando Dahmer decapitó el cadáver de un perro antes de clavar el cuerpo en un árbol y empalar el cráneo del animal en el bosque. Fue también la época en la que Dahmer empezó a preguntarse cómo era un ser humano por dentro.

Durante la pubertad, Dahmer descubrió que era homosexual, algo que le incomodaba y que procuraba mantener en secreto, sobre todo porque en sus fantasías se imaginaba abriendo el torso de un joven de su edad, completamente sometido a él, y observando sus órganos internos. A los quince años era ya un alcohólico consumado, llegando a beber whisky en clase. Su talante poco comunicativo y solitario le convirtió en una especie de paria, pero aún así lograba que algún grupo de chicos le hiciera caso. Dahmer solía hacer payasadas para hacer reír a estos chicos, que consistían en bailar y simular ataques epilépticos, o fingir que tenía retraso mental. A menudo los chicos le invitaban a beber alcohol después de sus espectáculos, hasta que su grotesco sentido del humor les aburrió.

Cuando Dahmer cumplió los dieciocho años, su familia atravesó por una grave crisis. Tras muchos problemas en su matrimonio, Lionel y Joyce Dahmer decidieron divorciarse de manera amistosa. Lionel abandonó el hogar en 1978 y se trasladó temporalmente a un motel, mientras que Joyce se fue con el hermano pequeño de Jeffrey a vivir con unos parientes en Chippewa Falls, Wisconsin. Jeffrey se quedó completamente solo.


Vida desordenada y primer crimen

Dahmer cometió su primer asesinato en 1978, tres semanas después de graduarse. El 15 de junio, mientras conducía, un autoestopista llamó su atención. Se trataba de Steven Hicks, un joven de diecinueve años que hacía autostop con el objetivo de ir a un concierto de rock en Chippewa Lake Park. Hacía tanto calor aquel verano que Hicks se había quitado la camiseta, y el atractivo pecho desnudo del joven había excitado a Dahmer, quien lo recogió en su coche. Sin embargo, como Hicks empezó a hablar de chicas, Dahmer se dio cuenta de que no podría hacerle proposiciones sexuales sin ser rechazado de plano. A pesar de todo, le convenció para ir ambos a su casa a beber cerveza y fumar marihuana.

Tras varias horas de hablar, beber y escuchar música, Hicks anunció que deseaba marcharse. Dahmer intentó disuadirlo, pero Hicks estaba decidido a seguir su camino. Fue entonces cuando las cosas se salieron de control y se enredaron a golpes. Dahmer cogió una mancuerna de 4,5 kilos y golpeó con ella a Hicks en la cabeza hasta dejarlo sin sentido. Posteriormente, con la misma barra de la mancuerna, presionó el cuello de Hicks hasta que éste dejó de respirar. A continuación, desvistió el cadáver del joven y lo violó durante varios días, hasta que decidió deshacerse del cuerpo. Descuartizó el cadáver y guardó los restos en bolsas de basura. Su intención era llevarlos al bosque y esparcirlos por allí, pero estuvo a punto de ser descubierto por una patrulla de policía, de modo que regresó con las bolsas a su casa y concibió otra idea para deshacerse de aquellos restos. Diseccionó el cuerpo de Hicks en el sótano y enterró los restos en una tumba poco profunda en su patio trasero. Varias semanas después, desenterró dichos restos y separó la carne de los huesos para disolverla en ácido y tirar la solución por el retrete. Por último, trituró los huesos con un mazo y los esparció por el bosque que había detrás de su casa.

Pocas semanas después del asesinato de Hicks, el padre de Dahmer y su nueva prometida le hicieron una visita. Lionel decidió matricular a su hijo en la Universidad Estatal de Ohio, pero los problemas de Jeffrey con el alcohol le llevaron a suspender casi todas sus asignaturas y se fue de allí después de tan sólo un semestre. Al año siguiente, su padre le convence para entrar en el Ejército pero, tras dos años en Alemania, es dado de baja y regresa a Milwaukee. Su experiencia en el Ejército no había sido buena, pues su tendencia a emborracharse no dejaba de meterle en problemas, y este fue uno de los motivos por los que fue expulsado. Bebía en gran parte para embotar sus fantasías sexuales y porque se sentía terriblemente solo.

En 1981, Dahmer se marchó a Miami Beach, Florida, porque se sentía incapaz de enfrentarse a su padre, a quien sabía que le había fallado, pero su estancia allí tampoco prosperó y tuvo que volver a Ohio. Ese mismo año, fue arrestado por embriaguez y conducta escandalosa, pero esto no hizo que Jeffrey cejara en su excesivo consumo del alcohol. Su padre trató de desintoxicarlo, pero sin éxito. Finalmente, Lionel y su nueva esposa enviaron a Dahmer a vivir con su abuela a West Allis, Wisconsin. La razón es que su abuela era el único miembro de la familia por el que Jeffrey mostraba algo de respeto.

Al principio, la convivencia con su abuela fue bastante buena. Ambos congeniaban relativamente bien, y Jeffrey pronto empezó a comportarse de manera más adecuada. Ayudaba a su abuela con las tareas domésticas, la acompañaba a la iglesia, buscaba trabajo de manera más activa y acataba la mayoría de las normas de la casa, pero no dejó de beber y fumar marihuana. En 1982 encontró un empleo en el Centro de Plasma Sanguíneo de Milwaukee, pero ese mismo año también fue detenido por exhibicionismo cuando se bajó los pantalones delante de varias personas en un parque de atracciones, completamente embriagado. Tres años después, encontró otro trabajo como mezclador de chocolate en la fábrica Ambrosia. Era un trabajo más estable y parecía que Dahmer podría volver a encauzar su vida, pero en 1986 vuelve a ser arrestado por conducta lasciva tras haberse masturbado delante de dos chicos de doce años a orillas de un río. Dahmer reconoció que lo había hecho en varias ocasiones y que no podía evitarlo.

A finales de 1985, Dahmer empezó a frecuentar saunas para homosexuales, en donde los clientes mantenían relaciones sexuales de forma rápida y ocasional. Pero Dahmer drogaba a sus parejas y abusaba de ellas cuando estaban inconscientes, repitiendo una y otra vez la fantasía sexual que tanto le gustaba. Este comportamiento le valió la expulsión del local de sauna, ya que uno de sus compañeros sexuales estuvo en coma diez días después de haber sido drogado por Dahmer. No se levantaron cargos en su contra porque la mayoría de los clientes que acudían a las saunas y que habían compartido cama con Dahmer no querían que se expusiera su vida sexual.


Asesinatos posteriores

A finales de noviembre de 1987, Dahmer conoció a Steven Tuomi, un joven de veinticinco años, en un bar. Ambos pasaron la noche en el hotel Ambassador de Milwaukee, donde Dahmer había alquilado una habitación. A la mañana siguiente, Tuomi estaba muerto. Tenía el pecho aplastado y el cuerpo repleto de moretones azules y negros. Además, le salía sangre por la comisura de los labios y tanto los puños como los brazos de Dahmer estaban también amoratados. Sin embargo, éste no recordaba haber matado a Tuomi. Su intención habría sido drogarlo y explorar su cuerpo mientras estaba inconsciente, pero algo se le salió de control y el resultado fue el asesinato del joven. Para deshacerse del cuerpo, Dahmer compró una gran maleta y llevó el cadáver a casa de su abuela. Dejó el cuerpo en el sótano, donde seguiría abusando de él durante varios días, hasta que lo desmembró y fue destruyendo los trozos poco a poco, excepto la cabeza, ya que quiso conservarla como trofeo. La intención de Dahmer era descarnar por completo la cabeza y utilizar la calavera como estímulo para la masturbación. Pero los químicos empleados para el proceso de limpieza y blanqueamiento hicieron que el cráneo se volviese demasiado débil, así que Dahmer terminó pulverizándolo y deshaciéndose de él.

Tras el asesinato de Tuomi, Dahmer empezó a buscar otras víctimas. La mayoría pululaban por los bares de ambiente que él mismo frecuentaba, y Dahmer los convencía para que le acompañaran a casa de su abuela, donde les drogaba con triazolam o temazepan antes de mantener relaciones sexuales con ellos. Una vez que dejaba a su víctima inconsciente gracias a los somníferos, la mataba por estrangulamiento. Esto fue lo que le ocurrió a James Doxtator, un prostituto nativo americano de catorce años que fue sedado, violado y asesinado por Dahmer de la misma manera que Steven Tuomi. En marzo de 1988, Richard Guerrero, de veinticinco años, correría la misma suerte.

La licenciosa vida de Dahmer estaba incomodando a su abuela. Traía constantemente a hombres a la casa, con los que se encerraba en el sótano para emborracharse y mantener relaciones sexuales, además de resultarle insoportable el mal olor que emanaba tanto del sótano como del garaje. Cansada de la situación, habló con Lionel para que se llevara a Jeffrey a otro lugar. En septiembre de 1988, Dahmer se trasladó a un pequeño apartamento, pero no estaría allí por mucho tiempo: a las veinticuatro horas de establecerse, ya había vuelto a meterse en problemas, esta vez por ofrecerle dinero a un chico de trece años para que se dejara tomar unas fotografías eróticas. Por fortuna, el muchacho logró escapar del lugar. Al día siguiente, Dahmer fue arrestado por la policía en su lugar de trabajo, en la fábrica de chocolate. Su padre le puso un abogado, quien pidió que Jeffrey fuese sometido a una evaluación psicológica que reveló que albergaba profundos sentimientos de alienación. Una segunda evaluación reveló que Dahmer era un individuo impulsivo, desconfiado y consternado por su falta de logros en la vida. Un estudio que se le realizó en 1987 le diagnosticó trastorno esquizoide de la personalidad. Dahmer se declaró culpable de los cargos y fue puesto en libertad condicional, momento que Dahmer aprovechó para regresar a casa de su abuela.

Dos meses después de la sentencia por agresión sexual, Dahmer mató a su quinta víctima, un aspirante a modelo mestizo llamado Anthony Sears. Le conoció en un bar gay y siguió con él prácticamente el mismo patrón que con sus anteriores víctimas. Sin embargo, con Sears hizo una pequeña excepción. Después de decapitarlo, desollarlo y descuartizarlo, decidió conservar su cabeza y sus genitales en acetona a modo de trofeo, ya que Sears le había parecido excepcionalmente atractivo. Cuando al año siguiente se mudó a una nueva dirección, llevó ambas partes del cuerpo consigo.

En mayo de 1989, Dahmer fue condenado a cinco años de libertad condicional y a uno de reclusión en un centro penitenciario, pero con permiso para trabajar. Consiguió ciertas ventajas judiciales porque se mostró arrepentido por su comportamiento, aceptó someterse a terapia psicológica y afirmó que quería encarrilar su vida. Se mudó a un apartamento que estaba muy cerca de su trabajo, amueblado y con casi todos los gastos pagados. Sería precisamente aquí donde perfeccionaría su forma de matar y la elevaría al extremo de lo grotesco.

Jeffrey Dahmer mató a diecisiete jóvenes entre 1978 y 1991. De estas víctimas, doce fueron asesinadas en su nuevo apartamento. Otras tres víctimas fueron asesinadas y desmembradas en la casa de su abuela en West Allis, su primera víctima en su casa de Ohio y la segunda en el hotel Ambassador de Milwaukee. Catorce de las víctimas de Dahmer pertenecían a minorías étnicas y nueve de ellas eran negras, pero esto no significaba nada para Dahmer. Lo que él buscaba en sus víctimas era cierta fisonomía que le resultara atractiva, dato que ha sido respaldado por un estudio de especialistas forenses.

La mayoría de las víctimas de Dahmer fueron asesinadas por estrangulamiento después de haber sido drogadas con sedantes, aunque su primera víctima fue asesinada por una combinación de apaleamiento y estrangulamiento, y la segunda fue golpeada hasta la muerte. Después de matar a la víctima, abusaba sexualmente del cadáver y le hacía fotografías en diversas posturas. A continuación, los abría en canal y se excitaba con el calor que emanaba de las entrañas, procediendo a masturbarse. Todo el proceso de apertura del cadáver y abuso posterior también quedaba documentado en sus fotografías, que guardaba en un álbum. Conservó algunos cráneos y genitales masculinos en frascos de formaldehído. En el caso de Ernest Miller, lo despellejó y devoró sus bíceps porque quería probar el canibalismo. Para disimular el espantoso hedor que emanaban las partes de cadáveres que guardaba en su casa, compró un bidón y lo llenó de ácido con el objetivo de disolver los restos y tirarlos por el retrete. Lo más terrible vendría cuando, viendo que sus asesinatos se le hacían rutinarios, decidió experimentar con sus víctimas para crear a un esclavo sexual perfecto: alguien completamente sumiso de quien poder abusar siempre que quisiera y con la seguridad de que nunca lo abandonaría. Para conseguir esto, empezó a practicar agujeros en el cráneo con un taladro a sus víctimas estando vivas y les inyectó ácido clorhídrico y agua hirviendo en los lóbulos frontales. Sólo una de sus víctimas consiguió sobrevivir más de dos horas a esta sesión de trepanaciones; las demás murieron entre atroces tormentos.

El sadismo de Dahmer llegó también a tal extremo que llamaba a los familiares de sus víctimas para decirles que sus hijos estaban muertos. Conseguía los números en las notas de prensa de los periódicos que informaban sobre la desaparición de los jóvenes.


Arresto y condena

En mayo de 1991, una llamada al 911 alertó a la policía de la presencia de un chico que vagaba por la calle completamente desnudo, herido y desorientado. Cuando los policías le encontraron, se dieron cuenta de que apenas se tenía en pie y era incapaz de hilar palabra. Jeffrey Dahmer, que se encontraba cerca del lugar, se acercó e informó a los policías de que el chico era su huésped y que simplemente estaba borracho. Los policías acompañaron a Dahmer hasta el apartamento 213 para certificar si era cierto que se conocían. Al llegar, el chico se sentó en un sofá por propia voluntad, y en ese mismo lugar estaba su ropa perfectamente ordenada. Dahmer le hizo ver a los policías que eran una pareja y estos le creyeron, así que abandonaron el lugar sin pedir ninguna documentación. De haber hecho este trámite, se hubieran dado cuenta de que la víctima, Konerak Sinthasomphone, tenía catorce años y que Dahmer había mentido sobre su edad y relación. Tampoco revisaron los documentos de Dahmer y no se les ocurrió hacer un registro del apartamento. Hubieran descubierto las calaveras que Dahmer conservaba y el cadáver de Tony Hughes, que llevaba tres días descomponiéndose debajo de su cama. Para colmo, Sinthasomphone era hermano del chico que fue abusado por Jeffrey Dahmer en 1988. Esta grave negligencia policial fue muy criticada por los medios y la opinión pública.

Las últimas semanas en las que Dahmer estuvo en libertad muestran la profunda decadencia a la que había llegado su vida. Fue despedido de su empleo en la fábrica de chocolate por ausentarse y llegar casi todos los días tarde, acudía con poca frecuencia a las sesiones de terapia con la psicóloga, perdió peso, bebía demasiado y temía que lo desalojaran porque no tenía dinero para pagar el alquiler.

El 22 de julio de 1991, todo acabó para él. Fue la segunda vez que se le escapó una víctima, pero esta vez no tuvo la misma suerte que antes. Tracy Edwards logró salir esposado del apartamento de Dahmer y, en esta ocasión, los policías sí entraron en la vivienda. Lo que descubrieron allí consta en el informe policial: decenas de fotografías de cadáveres, manchas de sangre en las paredes, restos de huesos humanos, varios cráneos barnizados y una cabeza fresca en la nevera. Se hallaron también herramientas como cuchillos, sierras y martillos, así como fotografías del proceso de desmembramiento de los cuerpos. Dahmer fue inmediatamente arrestado. Días después de lo ocurrido, los vecinos del Carnicero de Milwaukee dispararon a las puertas de su casa como muestra de repulsa por sus crímenes.

El arresto y encarcelamiento de Dahmer fue muy mediático y llamó la atención de gran parte de la población estadounidense. En la cárcel se había reservado todo un ala para alojarle y cuando fue llevado a juicio los otros presidiarios se asomaban a las puertas de sus celdas para verle pasar. Le observaban con una mezcla de curiosidad, miedo y respeto. Dado el gran riesgo que corría de ser atacado por los otros reclusos, la policía se encargó de que fuera fuertemente custodiado, por lo menos hasta después del proceso judicial. En las calles, las opiniones hacia Dahmer estaban divididas: por un lado, se organizaron manifestaciones en apoyo a los familiares de las víctimas y acusando la negligencia de la policía por su abierto racismo, declarando que, si Dahmer hubiese sido negro y sus víctimas blancas, habría sido detenido mucho antes; por otro lado, hubo quien sintió admiración e incluso amor desesperado por Dahmer; no fueron pocas las mujeres enamoradas que le enviaron cartas a Jeffrey Dahmer durante su estancia en prisión, junto con su dinero y otros regalos.

Durante el juicio, Jeffrey Dahmer se declararía culpable de todos los crímenes que se le imputaban, pero alegó enajenación mental, por lo que el juicio se centró en determinar si el acusado acabaría en prisión o internado en un asilo para enfermos mentales. El proceso comenzó en enero de 1992. Algunos de los momentos más desgarradores del juicio fueron las declaraciones de Dahmer frente a los familiares de las víctimas, que tuvieron que escuchar con todo detalle cómo sus hijos y hermanos fueron asesinados. Dahmer no ocultó ni omitió ningún detalle, lo que causó una gran incomodidad en los familiares de las víctimas y en los otros miembros del jurado. Finalmente, el jurado lo declaró mentalmente sano y, como consecuencia, fue sentenciado a quince cadenas perpetuas consecutivas.

Fue enviado al Columbia Correctional Institute en Portage, Wisconsin, donde fue entrevistado por el perito en perfiles criminales del FBI, Robert K. Ressler. El experto coincidía en que Dahmer debía permanecer encerrado por el resto de sus días, pero opinaba que era mejor internarle en un hospital psiquiátrico antes que en una cárcel común, puesto que era un enfermo mental aunque a veces racionalizara su conducta o aparentara estar en su sano juicio. No se hizo caso de la opinión de Ressler, de modo que Dahmer pasaría gran parte de su condena en el correccional de Columbia, pero aislado en un ala aparte por su propia seguridad.

Al poco tiempo, Dahmer pidió permiso para poder compartir espacio con otros internos, algo muy arriesgado por su parte, ya que muchos presos lo querían ver muerto, sobre todo los afroamericanos. El grotesco sentido del humor de Dahmer, que se divertía moldeando su comida en forma de partes del cuerpo humanas, tuvo la virtud de caldear los ánimos más de lo que ya estaban. Sobrevivió a un ataque con navaja en agosto de 1994, pero en noviembre de ese mismo año no tuvo tanta suerte. Christopher Scarver, un preso que sufría de esquizofrenia, lo atacó con una barra de metal, golpeándolo dos veces en la cabeza; Dahmer murió de camino al hospital a la edad de treinta y cuatro años, asesinado por la misma arma que él había utilizado años atrás para matar a Steven Hicks. Su cerebro fue conservado y utilizado para hacer experimentos, pero finalmente fue entregado a su padre, quien decidió cremarlo.


jueves, 4 de julio de 2024

Tuberculosis: La belleza eterna, el pálido final

 

"Últimamente, la enfermedad de Anne ha asumido un carácter menos alarmante que al principio: la agitación se alivia; la tos se calma a veces. Si pudiera saber que viviría dos años, un año más, estaría agradecida: temía los terrores del veloz mensajero que nos arrebató a Emily en unos pocos días".

Así escribía Charlotte Brönte en su diario en 1849. Había perdido a una de sus hermanas y estaba a punto de perder a la otra. Hoy reconocidas como grandes escritoras, ambas murieron jóvenes a causa de la misma enfermedad: la tuberculosis.



La tuberculosis nos ha acompañado desde los albores de la humanidad. Es imposible conocer su incidencia y prevalencia antes del siglo XIX, pero se estima que se trata de una de las primeras enfermedades descritas en humanos, con una antigüedad cercana a los 20.000 años. Una de las evidencias más antiguas de esta enfermedad la encontramos en el cuerpo momificado del sacerdote egipcio Nesperehân (3000 - 2400 a.C. aprox.), que presenta una lesión vertebral muy característica de una variante de esta enfermedad. Pero no sería el único caso: durante mucho tiempo se ha especulado que tanto Nefertiti como su esposo, el faraón Akenatón, fallecieron a causa de la tuberculosis, una enfermedad que, como veremos a continuación, ha estado vinculada a la belleza durante siglos. En el siglo I a.C., el filósofo Tito Lucrecio Caro nos hablaba así de la tuberculosis: "la tisis es difícil de diagnosticar y fácil de tratar en sus primeras fases, mientras que resulta fácil de diagnosticar y difícil de tratar en su etapa final". En el siglo II, el médico griego Areteo de Capadocia fue el primero en describir de manera rigurosa los síntomas característicos de esta enfermedad: febrícula vespertina, diaforesis, síndrome constitucional y expectoración hemoptoica.

Sin embargo, transcurren catorce siglos sin que se produzca ningún avance relevante en el conocimiento y tratamiento de la tuberculosis y, para mediados de 1800, tanto en Europa como en Estados Unidos, la enfermedad se había convertido en una auténtica epidemia. Antes del descubrimiento del bacilo de Koch, había muchos mitos acerca de la tisis, como se la llamaba entonces; por eso era tan fácil contagiarse. Existían (y existen) dos tipos de tuberculosis: la pulmonar, que aparecía inmediatamente después de la infección y afecta al aparato respiratorio; y la extrapulmonar, que puede afectar a otros órganos como el corazón, los ganglios linfáticos, el sistema nervioso central, huesos y articulaciones, y el abdomen, por poner algunos ejemplos. La tuberculosis era absurdamente fácil de contraer y podía afectar a cualquier persona, pero los grupos con más problemática socioeconómica eran los más afectados. El hacinamiento, el déficit en la higiene, la mala alimentación y el agotamiento producido por el trabajo extremo creaban un terreno propicio para el contagio. La víctima de la consunción se iba apagando poco a poco, abocada a una desaparición lenta, dolorosa y enigmática. Y, con todo, resulta curiosa la manera en la que Charlotte Brönte se refiere a la enfermedad que se llevó la vida de sus hermanas:

"La tisis, soy consciente, es una enfermedad halagadora".

La tuberculosis había convivido con la humanidad casi desde sus albores y se había convertido en parte de la vida, la sociedad y la idiosincrasia. Se había adentrado en el subconsciente de todo el mundo y había adquirido la capacidad de otorgar belleza al enfermo que se consumía. Será sobre todo en el Romanticismo cuando el ideal de belleza se relacione con la palidez cutánea, por lo que la tisis se mitifica y se la bautiza como la "plaga blanca". El aspecto volátil y casi fantasmal propició que fuese considerada una enfermedad elegante, un mal que hacía más hermosas a sus víctimas a medida que las devoraba sin remedio.


Belleza sin rival



El nacimiento de Venus

Es imposible no emocionarse al recordarla. La imagen de Venus surgiendo de una concha parece fundir su piel pálida con la fragilidad del nácar. ¿Cuántas veces nos hemos parado a contemplar la belleza en el rostro de la Venus y sus rasgos nos han cautivado por su dulzura, armonía y perfección? En El nacimiento de Venus vemos a una musa que llegó a obsesionar a Botticelli hasta el punto de usar su rostro una y otra vez en muchas de sus obras. La palidez casi sepulcral de Simonetta Vespucci irrumpió en Florencia como un auténtico huracán que removió los más profundos deseos de la alta sociedad. Hombres y mujeres la amaban e idolatraban a partes iguales. Ellos querían poseerla; ellas querían parecérsele.

Simonetta era hija del noble genovés Gaspare Cattaneo. A los dieciséis años conoció al que sería su esposo y poco tiempo después celebrarían un matrimonio concertado, tal como era usual en la época. El novio, Marco Vespucci, pertenecía a una noble familia y tenía contactos en Florencia con los poderosos Médici, lo que le convertía en un buen partido para la hija del noble Cattaneo. Cuando Simonetta entró en los exquisitos círculos florentinos de los Médici, su belleza y porte impactaron de tal forma, que incluso los hermanos Giuliano y Lorenzo de Médici quedaron cautivados. Por lo tanto, es lógico que todos los pintores más célebres del momento quisieran que posara para sus cuadros. El rostro de la Bella Simonetta puede verse en obras de Piero di Cosimo, Ghirlandaio y Sandro Botticelli, quien estaba completamente rendido a su estremecedora belleza.

Pero la hermosura de Simonetta no duró mucho. Falleció en 1476 a los veintitrés años a causa de la tuberculosis, la enfermedad que había contribuido a convertirla en una leyenda. Rubia, pálida y lánguida, representaba a la perfección el ideal de hermosura medieval. Su belleza alabastrina, sus rasgos finos, su cutis extremadamente claro y sus ojos resplandecientes eran síntomas de la enfermedad que la consumía por dentro. Aquella por cuyo favor los hermanos Médici habían peleado, aquella que fue nombrada Reina de la Belleza en los juegos de la Giostra, había desaparecido de la faz de la tierra dejando como legado el comienzo de la locura por la belleza tísica. No fueron pocas las mujeres de la época que trataron de parecerse a ella, a veces cometiendo auténticas atrocidades, como comer barro para inflamar los conductos biliares y provocarse una palidez enfermiza, o con ciertos brebajes que les provocaban anemia hemolítica. Todo era poco con tal de conseguir aquella belleza sobrehumana.

El fenómeno más sorprendente se dio cuando la tuberculosis empezó a afectar a las mujeres jóvenes pertenecientes a las clases altas, pues, a diferencia de cómo fueron tratados los enfermos de las clases más bajas, se consideró que la tuberculosis hacía que las muchachas de buena cuna fuesen consideradas más atractivas. Y es que buena parte de la manera en que se trataba esta enfermedad dependía de su estatus: un enfermo de clase baja a menudo era culpado por haber contraído la tuberculosis, seguramente por moverse en un ambiente contaminado o por hacinarse con otras personas que le habrían pasado su mal; en cambio, si el enfermo pertenecía a la clase alta, se suponía que se debía a un problema hereditario y su empeoramiento venía por causas misteriosas. El pertenecer a una clase adinerada les hacía pensar que tenían cierto poder sobre la enfermedad, y las mujeres de este estrato social aquejadas de tuberculosis eran vistas como más atractivas, aunque esto se debía, como ya hemos visto, a que la tisis realzaba las características que en la época se tenían por símbolo de belleza. La escritora Lucy Maud Montgomery, autora de la legendaria Ana, la de Tejas Verdes, describe en una de sus novelas la impresión que Ana siente al descubrir que una de sus amigas, Ruby Gillis, padece tuberculosis.

"¿Qué le había ocurrido a Ruby? Estaba más hermosa que nunca; pero sus ojos azules tenían un brillo excesivo y el color de sus mejillas era demasiado intenso. Además, estaba muy delgada. Las manos que sostenían el misal eran casi transparentes".

Será su vecina, la señora Lynde, quien nos anticipe de manera totalmente cruda y acertada el destino de la infortunada muchacha:

"Ruby Gillis se está muriendo de tisis galopante -soltó bruscamente la señora Lynde-. Todos los saben, excepto ella y su familia. No hay manera de que lo admitan. Si te interesas por ella, te responden que está bien. Pero tuvo una congestión pulmonar este invierno y desde entonces no ha podido dar clases, aunque ella dice que volverá a hacerlo en otoño y que será la maestra de la escuela de White Sands. Cuando la escuela abra sus puertas de nuevo, esa pobre muchacha ya estará en la tumba, sí, señor".

Y esto no sólo se limita a la literatura de ficción, sino a manuales médicos y educativos. En el libro Las dos enfermedades más peligrosas de Inglaterra, publicada por Rowland East en 1842, se describen los síntomas y efectos de la apoplejía y la consunción, refiriéndose a esta última como una enfermedad que otorga una gran belleza a sus víctimas. Una vez más, tenemos los signos que ya hemos visto: la piel casi transparente, el rubor fatal, los ojos brillantes... El cirujano termina afirmando que pareciera que la Muerte quisiera arropar a su víctima para la tumba con todos los atributos de la belleza física. Y en el libro El Arte de la Belleza (1825) se nos dice que enfermedades como la tuberculosis mejoran en gran medida la belleza de determinados cutis, lo que causa que hasta los propios médicos, aun sabiendo el final que le espera a su paciente, no pueden negar su belleza.


Coqueteando con la Muerte



Fading Away

La tuberculosis, como hemos visto, estaba bastante bien considerada entre las clases más altas. Aunque el dolor por la muerte de un ser querido estaba muy presente, era imposible no conmoverse con la belleza que mostraba el enfermo en sus últimos días de vida. Lo que en las clases medias y trabajadoras se veía como una gran tragedia, entre las clases más altas se había convertido en una moda, hasta tal punto que algunas mujeres se acogían a una dieta de agua y vinagre para conseguir esa presencia misteriosa, anclada en la angustia y con un aire siniestro, casi fantasmal. Es muy posible que el uso de corsés y escotes bajos, que enseñaban los hombros y reducían el movimiento de los brazos, fuesen fruto del deseo por aparentar padecer la enfermedad, pues estas prendas daban a las mujeres una apariencia frágil y vulnerable que recordaba a los tuberculosos.

A pesar de la inmensa mortandad que arrastraba, la tuberculosis no dejó de ser idealizada por buena parte de la población, y de esto tenemos muchos testimonios referidos al siglo XIX. Es en esta época cuando la tuberculosis se asocia con ideales de belleza, creatividad y romanticismo. Ya hemos mencionado a Anne y a Emily Brönte, pero otros muchos escritores y poetas fueron víctimas del mismo mal, como Percy Shelley o John Keats, y una de las creencias más populares de entonces es que sus escritos eran mejores y más sensibles debido precisamente a la enfermedad que padecían y que acabaría llevándoles a la tumba. No tenían el menor problema en airear su dolencia porque la tuberculosis estaba considerada una enfermedad elegante, una forma superior de vida que les llevaba a contactar de manera directa con las musas. Esta visión era elitista en cuanto se pensaba que estos raptos creativos sólo afectaban a los artistas, que podían permitirse el desentenderse de toda responsabilidad. Los sudores nocturnos típicos de la enfermedad eran bienvenidos por los poetas románticos: un ansia de padecimiento que les hacía pensar que aguzaría su sensibilidad. Lord Byron nos deja la prueba de esta forma de pensar en esta frase:

"¡Qué pálido estoy! Creo que me gustaría morirme de tisis, porque entonces todas las mujeres dirían: 'Mira a ese pobre Byron, ¡qué interesante se ve al morir!'."

Pero esta belleza venía de la mano de una callada expresión de sufrimiento en el rostro. Para presumir, hay que sufrir, como dice el dicho, y estas mujeres se aplicaron con excesiva dedicación a la búsqueda de la belleza tísica. No sólo los corsés y vestidos estaban confeccionados para alterar su apariencia y volverla más delgada; además de eso, pintaban sus labios y mejillas de rojo para que resaltaran más, y se aplicaban gotas de belladona en los ojos para dilatar las pupilas (la belladona se utilizaba en la época para tratar la escarlatina, pero sus propiedades eran altamente tóxicas y era peligroso administrarla sin supervisión médica). Usaban también tinte azul para marcar las venas y empolvaban su rostro con todo tipo de sustancias para adquirir un aspecto más pálido; llegaron incluso a utilizar polvos de arsénico, estaño y plomo, pinturas que, según se creía, causaban la tuberculosis, aunque lo que sí acarreaban era una fuerte intoxicación por metales pesados.



Entre la clase alta también se pensaba que las mujeres atractivas tenían más posibilidades de enfermar de tuberculosis, debido a que esta enfermedad les ayudaba a realzar su belleza. Esta estética basada en la apariencia que da la tuberculosis fue parte de la cultura popular del siglo XIX. Casi no hay novelas, obras de teatro u óperas en las que no aparezcan mujeres frágiles, tranquilas y bellamente enfermas que se consumían por la tuberculosis y sucumbían a ella sin remedio. La historia más conocida, en la que la protagonista sufre esta enfermedad, es La Dama de las Camelias, escrita por Alexandre Dumas hijo en 1848, novela que también fue llevada al teatro y a la ópera como La Traviata en 1853 de la mano de Giuseppe Verdi. Cabe destacar que el personaje de Marguerite Gautier está basado en una mujer real: Marie Duplessis, condesa de Perregaux, quien en su juventud había sido una famosa cortesana, manteniendo relaciones con grandes personajes de la vida social y muriendo de tuberculosis a los veintitrés años, igual que Simonetta Vespucci.

Pero, ¿por qué la tuberculosis fue vista de una manera tan diferente a otras enfermedades de la época? Quizá fuese porque el progreso de la enfermedad podía ser muy lento en comparación con otras dolencias, más agresivas y devastadoras. Se daban casos de enfermos que tardaban años en mostrar los síntomas de la consunción. Además, muchos preferían padecer los síntomas de la tuberculosis, ya que para ellos la mente y la dignidad permanecían intactas, a diferencia de otras enfermedades como la viruela y el cólera, que avanzaban rápidamente y tenían por síntomas los vómitos y la diarrea. A esto se suma que la pérdida de peso y la piel pálida no se consideraban desagradables, formándose la horrible comparación con el estado del cuerpo que dejaba el cólera, con un rostro contraído y ojeroso y la piel teñida de un color gris azulado. Por otro lado, estaban aquellos que creían que la belleza exterior era el reflejo de una persona virtuosa y de alta moral, llegando a pensar que las mujeres que padecían tuberculosis eran demasiado buenas y hermosas para vivir. Otros pensaban que, al mostrar esta enfermedad como una moda, las familias con un enfermo de tuberculosis podrían encontrarle sentido a la temprana pérdida del ser querido. La lentitud de la enfermedad también ayudaba a que el enfermo tuviera tiempo de resolver sus asuntos antes de fallecer (esto también era algo deseable en la Edad Media, donde existía auténtico pavor a la muerte repentina por miedo a que no diera tiempo de confesarse y arrepentirse de sus pecados).


La belleza destronada



Jeanne Hébuterne

A finales del siglo XIX, la forma en que se veía la tuberculosis empezó a cambiar debido a que en 1882, el doctor Robert Koch había descubierto y aislado el bacilo que causaba esta enfermedad. Este descubrimiento ayudó a que se prestara mayor atención a la teoría de los gérmenes y convenció a los médicos de la época de que la tuberculosis era muy contagiosa. Por este descubrimiento, el doctor Koch recibió en 1905 el Premio Nobel de Medicina. Con los nuevos conocimientos que se tenían de la tuberculosis, se empezaron a realizar campañas de salud pública para evitar el alto contagio. Uno de los grandes afectados fue la moda femenina, pues los médicos no dudaron en achacar a las largas y ampulosas faldas de las mujeres el arrastre de numerosos gérmenes contagiosos de un lado para otro, llevando a todas partes la enfermedad. Se cree que a partir de esto, la moda femenina empezó a cambiar: las faldas se hicieron menos voluminosas y los dobladillos subieron algunos centímetros. La moda masculina también fue cuestionada, ya que en la era victoriana la tendencia era que los hombres lucieran grandes barbas, bigotes muy bien moldeados y patillas extravagantes. Se pensaba que este tipo de estética también acumulaba muchos gérmenes en la cara. A partir de entonces, la moda sería un rostro bien rasurado. Entre otros tratamientos para la tuberculosis, estaban los famosos baños, tanto de sol como de agua de mar, basándose en la creencia de que un cambio de aires podía ayudar en la recuperación.

Con el reconocimiento de la tuberculosis como una enfermedad grave y el peligro de contagio a través de los gérmenes, empezaron a aplicarse medidas de salubridad que habrían de afectar a todo el mundo. Se limpiaron las ciudades a manguerazos y en los periódicos se recomendaba dedicar tiempo a la limpieza del hogar. En los transportes públicos se empezaron a ver carteles que invitaban a los pasajeros a no escupir en los carruajes, lo que nos da una idea de las costumbres que había en la época y la forma en que se trataron de corregir. Poco a poco, la tuberculosis dejó de ser vista como una enfermedad bonita e incluso deseable. Actualmente, la tuberculosis puede controlarse con antibióticos, pero sigue siendo una enfermedad muy peligrosa. Atrás queda el mito romántico de la tisis, esa imagen del pañuelo manchado de sangre en las manos de una hermosa dama que se desmayaba lánguidamente sobre un diván. Hoy es atemporal, ilusoria y peliculera la imagen de un enfermo tosiendo sangre, y no vemos belleza alguna en una enfermedad peligrosa y mortal. Fueron certeras las palabras de Rosalía de Castro cuando, en 1861, le escribía así a su marido Manuel Murguía:

"¿Quién demonio habrá hecho de la tisis una enfermedad poética?"

La ilustre escritora pensaba que estaba contagiada.